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Beata
Elías de San Clemente Carmelita
Descalza (1901-1927) CRONOLOGIA
DE UN CAMINO DE SANTIDAD |
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El 17 de enero de 1901, nace Teodora
Fracasso Cianci, en la ciudad de Bari es la capital de la región de Apulia; puerto del mar Adriático, Italia, Tercera hija de
nueve hermanos de José Fracasso y Pascua Cianci El 21 de enero a los 4 días de nacida, en
la fiesta de Santa Inés, recibe Dora el sacramento del Bautismo de manos de
su tío paterno: Rev. Padre Carlos Fracasso en la
Iglesia de Santiago, quien hacia de capellán del cementerio por aquel tiempo.
Le nombraron Teodora, que traducido es “Don de Dios”. En 1903, y según las costumbres de la
época Monseñor Julio Vaccaro Arzobispo de Bari, le
administra el sacramento de la Confirmación. En mayo de 1905, y como de sana costumbre
en la familia, se trasladan todos a una casa de campo a disfrutar de unos
merecidos días de solaz y descanso en aquel inmueble. Dios le preparaba a
nuestra chiquilla, unos de los regalos más bellos con los que la obsequio a
lo largo de su vida. Me refiero al famoso “Sueño del jardín”. El 8 de mayo de 1911 hace su primera
comunión. Para este evento tan importante, la prepara su “Buena Maestra”,
como gustaba llamarle. Se trata de Sor Angelina. A los once años, dora entra a tomar parte
activa y responsable en la vida de familia. Se desvive por ayudar en lo que
puede a su madre, y acepta gustosamente los pequeños sacrificios que
devendrán del nacimiento del último de los hijos del matrimonio, Nicolás. Dora, con solo 14 años, ora y pide a Dios le muestre su voluntad. Ya ante
el jovenzuelo, promete que se encontrarán al día siguiente en la iglesia de
San Cayetano, le pide que se confiese antes, para que al conversar con ella y
asistir a la Santa Misa, este en gracia de Dios. Acuden los dos a la cita…el
joven cumple con lo acordado. Una vez fuera, Teodora responde con toda
madurez y fineza a la insistente propuesta
del mozo. - Soy toda del Señor. Estoy segura de que
podría ayudarte más con mi oración En 1915 comienza la guerra en Italia. Las
dificultades de todo tipo, incluyendo pobreza de todas las tipologías y
situación económica precaria no se hizo esperar. Por supuesto que la familia Fracasso-Cianci también fue alcanzada
por las condiciones del entorno. En buen gracejo podríamos decir, que también
le tocó su ramajazo. Dora ha de esperar casi cuatro años para
realizar su consagración total a Dios en la vida religiosa. Su ideal de
salvar almas por la oración y el sacrificio en el Carmelo, sufrirá la prueba
de la paciencia y la espera. Vocación probada, vocación asegurada.
Sobrevinieron contratiempos y alta marea… Dora tranquila, como quien ve que
en medio de la tormenta se acerca a puerto seguro. Sabe muy bien que el que
la llamó, llevará la buena obra comenzada a feliz término. A los 15 años se dedica a dar catecismo a
los adultos que están interesados en prepararse para tomar los sacramentos.
Trabaja arduamente en la conversión de un primo universitario reacio a la fe.
Este, entrará de algún modo a formar parte de la pequeña comunidad de sus
amigos… de esos camaradas inseparables de Dora, que en vaivén de flujo y
reflujo, se alimentarán de su doctrina y se edificarán con su ejemplo y
santidad. Al fin en 1918, termina la fatídica
guerra, que tanto sufrimiento y miseria había costado a las familias
italianas. Al fin puede sentirse un clima de mayor tranquilidad y paz para
todos, se respirará desde entonces un aire más puro. Tras la guerra, marcada por el fatídico y
ya conocido anticlericalismo, en 1919, vuelve a Bari el padre Sergio de Joya,
de la Compañía de Jesús. Fue precisamente Sor Angelina, su maestra en las
Hijas de Asís, la que guió a Dora y a su amiga Clara hasta el sacerdote
jesuita. En diciembre de 1919, cerca de la fiesta
de Navidad, se efectúa el primer contacto de Dora con el Monasterio de San
José de vía Rossi. Las dos aspirantes y el padre
Joya con ellas, son recibidas en el locutorio del educantado,
por la Madre, la directora del educantado, la
Hermana Clementina y otras monjas. Dora con 19 años… ¿Qué mundo había
conocido? Nacida en Bari, criada en via Piccini. No conocía otro mundo sino aquel panorama que
brindaba su ciudad, el mundo de la gente sencilla y pobre. Se había
centralizado todo alrededor de ella, su familia, su escuela de bordado con
las hermanas de Asís, la iglesia de San Francisco. Todo era modestia. Estaba
acostumbrada a ver a las personas y vecinos dirigirse muy temprano de mañana
a la iglesia más cercana para particular en el sacrifico de la Misa, a las
terciarias dominicas y a soldados que antes pedían su bendición y se
encomendaban a la Virgen. La fecha de ingreso, estaba fijada para
el 8 de abril de 1920, Fiesta de la Pascua. Antes de entrar, a Dora le crece
una idea por dentro. Prepara junto a su amiga Clara Bellomo,
un retiro de 10 días con ejercicios espirituales incluidos. Esta Clara,
entrará juntamente con ella al mismo Monasterio del Glorioso San José. Es
ella la que redacta el programa: oración, silencio, sacrificio y también
recreación, misa diaria en la iglesia de los jesuitas. De esta forma,
trascurrirán esos días de cielo, previos a su entrada en el palomarcito
teresiano de via Rossi. Al fin, llega el día. El jueves después
de Pascua, 8 de abril de 1920 es la fecha concertada. La impresionante puerta
reglar se cierra tras las espaldas de las dos postulantes que comienzan el
santo viaje cuesta arriba, a la subida del Monte Carmelo. El 24 de noviembre de 1920, de mañana,
comienza la ceremonia. Desciende Dora vestida de novia. Primero la misa, luego la comunidad se
encarga de conducir a la postulante ante el obispo para dar inicio a la vestición. Permanece vestida con traje esponsal y un cirio en la mano. El 24 de noviembre de 1921, terminado el
primer año de noviciado, se prepara con unos ejercicios para su profesión
simple. Al término de estos, Elías pronuncia sus votos, y en lo profundo de
su corazón formula la Oferta de si misma como víctima de amor a Jesús-
Sacramentado, vivo sobre el altar. El 4 de diciembre de 1921, después del
año canónico de noviciado y de haber experimentado la vida religiosa con todo
lo que implica en el plano personal, humano, físico y espiritual; emite Elías
sus primeros votos. Se une a su Esposo; decide seguirle pobre, casta y
obediente. En 1922 escribe a su Madre Maestra: “Después de diez meses de densas
tinieblas y de perfecto abandono del cielo y de la tierra, después de largos
y terribles asaltos del enemigo infernal… mi alma ha recobrado su antigua
paz; por decirlo mejor, una paz intima y profunda, inquebrantable a toda
invasión… ahora toca vivir de pura fe.” Para 1923 escribe en su cuaderno: “Darme
toda al Señor, sin ninguna reserva, arrojándome en el campo del sacrificio
generosamente… Abandonándome ciegamente a la acción del amor y recibiendo
todo y siempre de las manos de Dios, sin investigar nada... Ejercitarme en la
humildad de corazón, viviendo sometida a todos. Abandonándome a la voluntad
de Dios, como una niña lo hace en brazos de la mamá, con ilimitada confianza
y ardiente fe” Durante el año escolástico 1923-1924, la
Hermana Elías de San Clemente fue asignada al educantado
como instructora y maestra de bordado, actividad que se le daba muy bien. De
esta forma, con tan solo 23 años, Dora, con diploma de 3ro elemental,
trabajará con maestras de otros estratos sociales y de mayor educación. Todo
lo iba tejiendo maravillosamente bien el Divino Sastre, que trocaba todo a
fin de purificar el alma de aquella jovencita. El 4 de diciembre de 1924, haciendo
memoria de su vida pasada y de su situación actual como profesora de jóvenes
en el educantado… justo el día en que celebraba su
cuarto aniversario de profesión religiosa, escribía: “Dios mio, auxíliame siempre con vuestra santa gracia” Al alba del 8 de diciembre de 1924, en su
celdita del educantado, hace el voto de lo más
perfecto. Es un nuevo empeño, un voto que en privado añade a los otros tres
que pronunciara en su profesión de votos simples, pocos años ha. Desde esa
hora, promete ofrecer a Dios en el secreto de su alma un último vínculo con
la voluntad de divina, hora por hora… día por día, mes por mes, año por año,
vida…su vida. Desde su libertad, Elías quiso con esto dar a Dios no solo lo
mejor, sino todo. De manera que lo que hiciese, dijese, pensase, y aún
sintiese… estuviera siempre al servicio del Señor y de su Reino. La celebración se fijó el 11 de febrero
de aquel año del Señor de 1925, fiesta de la Virgen de Lourdes. Por primera
vez en este tipo de celebración, se utilizó el ceremonial nuevo del Carmelo
Descalzo. Esa mañana, lucía monísima la diminuta iglesita del Carmelo de San José, llena de amigos y
familiares. Oficiando, el Señor Arzobispo de Bari. Aquel año de 1925, fue proclamada santa
su tan querida Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, sólo tres meses
después de su profesión. Es muy fácil y deducible imaginar las alegrías que
la embargaron en estos días. Se esmeró mucho para preparar la celebración en
la iglesia del monasterio. ¿Con cuánta alegría no habrá recibido Elías la
noticia de la canonización, ahora que se encontraba en el mismo corazón del
Caminito de la Infancia Espiritual? Sobran las deducciones y conjeturas; es
de sentido común. El 17 de septiembre le escribe su
director desde Monza: “Buena hijita en Jesús. ¿Le
ha mostrado nuestra buena Madre el “Ecce Homo” que le mandé? Diga que se lo muestre y que se
lo preste algún día. Desearía que este día fuese viernes. ¡Delante de esta
imagen renueve con mayor generosidad su inmolación a Jesús, Esposo de
nuestras almas! ¡Verá entonces disiparse las tinieblas y
resplandecer con celestial ardor el Santísimo Rostro del Redentor que andaba
por los caminos de Palestina siempre sonriente, siempre haciendo el bien! ¡Oh, sí, Nuestro Buen Dios no tenía ninguna preocupación
por sí mismo: todo lo remitía a su Padre Celestial de los Cielos! ¡Oh hija, hija mía! … abandónese con toda la confianza de
una niña en los brazos amorosos de Dios, que no la desea perpleja y dudosa,
sino más desenvuelta y generosa… La caridad suya cubrirá los defectos del
prójimo. Recuerde que a las personas debemos aceptarlas como son, y no como
quisiéramos que fuesen. Nosotros, orando e inmolándonos: lo que falte lo hará
el Señor. Si tuviésemos todo seguro, ¿Qué podríamos entonces sufrir? ¡Qué
víctimas más cómodas seríamos! La bendigo tanto, tanto, y esté tranquila que la
llevo conmigo a Lisieux.” El día de la asunción de la Virgen del
mismo año 1925, su querida hermanita Dominica, entra al Carmelo de San José
de Bari. Por motivos de construcción, y por no estar aún terminada la nueva
ala del monasterio, las celdas no alcanzan. A Dominica se le asigna la misma
habitación de Elías. Es Dominica para Elías don de Dios. ¿No estará
desbordante de alegría nuestra corderita al ver a su hermana y confidente
ocupando su misma habitación… y más que esto, tratando de subir la escarpada
hacia al cima del Monte de la Perfección en su mismo palomar? Está claro. En 1922, segundo año de noviciado,
algunos meses después de su profesión de votos simples, escribía: “El alma encuentra su quietud en el
propio silencio del corazón, ocultándose a las miradas de las criaturas, no
deseando ser comprendida ni conocida, sino solo de su Señor.” “He encontrado tantas veces que una larga
conversación, aunque con buen propósito de revelar a las criaturas aquello
que el Señor reserva para decir él solo, después me ha dejado un vacío
incomprensible, haciéndome gustar agonías de muerte. En 1927, último año de su exilio en esta
tierra, Elías fue nombrada sacristana, después de casi dos años sin
desempeñar ningún oficio dentro de la comunidad. Estando a sus anchas en su soledad, le
llaman para que custodie al Divino Prisionero y cuide de sus cosas. Algunas
de la comunidad dan fe de la devoción y el cuidado con que Elías tocaba los
vasos sagrados. Así lo describió la Hermana Constanza, compañera de trabajo y
sacristana junto a ella. Hacia el término de su vida, por los años
1926-1927, Elías escribe poesías. Sus poemas no son más que la propia
realidad de su alma hecha versos. Simbiosis perfecta de lo celestial y lo
terrenal… serenidad total de un alma por Dios transformada. Desde la soledad sonora de la que gusta,
viviendo a solas con Él solo, todo le habla de su único y eterno Amor. Le
hace buscar más significados de los acostumbrados, llevando todo a
pensamientos de cielo. Escribe en 1924: “¡Cómo es de bello el silencio
en el Carmelo, puede contemplarse el cielo estrellado con sus estrellas!
Estas relucientes criaturas elevan mi pobre corazón, llevándolo a Dios… la
tierra es un desierto para el que ama el cielo!” El 12 de mayo de 1927, Prudencia, la
mayor de todas, hace un visita a sus hermanas y a la comunidad. Se reúnen en
el locutorio del Carmelo. Eran momentos de cielo, pues de esta forma, Elías
podía conocer el estado de su Madre y las mil cosillas de la familia que se
cuentan aprovechando la ocasión. El día 16 por la mañana, pasan las
hermanas Celina y Amelia camino al noviciado por el corredor que conduce a la
sacristía. Elías cumplía afanosamente y sin distracción su oficio de
sacristana con la mayor de las delicadezas. El 21 de diciembre, en las vísperas, pide
ser sustituida en el oficio de lectora. El dolor lo siente irresistible. Sale
del coro. Cuando su hermana Celina llegó a la
celda, la encontró recostada en su lecho con fuertes escalofríos,
estremecimientos e intentos de vómitos parcialmente logrados. He oído muchas veces que después que las
personas mueren, solo queda tirar rosas en su sepulcro. Es verdad que en
algunos casos ocurre, pero no nos detengamos en esta posibilidad. Es
necesario “un reclamo”, hablar de Elías de San Clemente, proponerla como ejemplo
y como norte. Incluso ahora, que tantos años hace que se fue al Padre. El pasado 18 de marzo de 2006, en la
catedral de Bari, mientras todo el Carmelo daba gracias a Dios por el don de
la nueva beata carmelita, era elevada al honor de los altares Elías de San
Clemente entre la alegría de toda la ciudad y olas de humo perfumado. Dirían algunos incrédulos y escépticos:
¿Para qué nos sirve ahora, a casi 100 años, la vida de una chiquilla monja,
que le sorprendió la muerte en la flor de su juventud? |
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