VIDA DE LA BEATA ELIAS DE SAN CLEMENTE |
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IV.
HACÍA SU PRIMER ENCUENTRO CON JESÚS VI.
EN EL UMBRAL DE LA CASA DE DIOS VIII.
PRELUDIO CARMELITANO, EL POSTULANTADO. IX.
VESTIDA COMO LA SANTÍSIMA VIRGEN |
XXIV. CUANDO
EL AMOR TRANSFIGURA XXV. EL
CIELO ANTE SUS PUERTAS |
Me pide Yannick que prologue este trabajo que ha hecho con
mucha ilusión y me consta. Es la vida de la carmelita descalza Elías de San
Clemente, beatificada el pasado 18 de marzo en la ciudad de Bari (Italia). Con la venida de Yannick a esta parroquia, entre las
muchas cosas buenas que hemos llegado a conocer y a descubrir está esta vida
sencilla, este tesoro inapreciable de entrega a Dios, de generosidad sin
límites. ¡Esos manantiales escondidos que brotan para vida eterna de los que
nos habla el Evangelio y que a veces por pereza ignoramos¡ Su penetrante mirada ya nos impacta profundamente. En
Elías se cumple el dicho español: “La cara es el espejo del alma”. Su rostro
nos indica un gozo especial y particular por la fe y la vocación a la que fue
llamada. Un semblante con una serenidad especial y rara que nos
anuncia que Elías ha bebido espiritualmente en la doctrina de Santa Teresita
del Niño Jesús y esto la lleva a seguir el Caminito de la Infancia
Espiritual, viviendo en una dimensión de abandono confiado en brazos de
Jesús. Elías, como todos los santos, ha tenido que experimentar
el sufrimiento. No ha sido la persecución de los que rechazan a Dios o a la
Santa Iglesia. Sino otra, mucho peor si cabe: La persecución de los “buenos”,
como dijera su Santa Madre Teresa de Jesús. Elías, como nosotros, encontró en los acontecimientos
pequeños y grandes de su vida, sencillamente la permisión Divina. Para los
que aman a Dios, todo les sirve para el bien. ¿Cómo ha podido Elías vivir en esta situación de
enfermedad, manteniendo una profunda alegría? El secreto creo está en la Eucaristía. De la Eucaristía
Elías a ha sacado la fuerza necesaria. Ella dentro del Carmelo, ha
descubierto que el Sagrario es la fuente de donde manan todas las gracias y
especialmente la felicidad. Si tuviera que hacer una imagen de Elías de San Clemente,
sin duda la haría con una custodia en la mano, al igual que Santa Clara. Para
manifestar así, su profundo amor a la presencia oculta del Señor en las
especies del pan y del vino consagrados. No puedo terminar, sin dar las gracias a Yannick, un chico
excepcional en todos los sentidos, por este precioso trabajo, que estoy
convencido la dará a conocer en muchos de los monasterios de carmelitas de
habla española, poniendo al descubierto, esta “Joya Escondida”, de la que
hemos oído poco hablar, pero que entusiasma enseguida que se la conoce. Que la Beata, sea para todos nosotros, una compañera de
camino, una hermana mayor que nos estimule con el ejemplo de su vida. Y que
desde el Cielo nos ayude con su intercesión. Rev.
Padre Andrés García Torres Villa
del Prado, Solemnidad de Pentecostés, 2006. |
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J. M. + J. T. Ante nada decir que Elías, llegó a
mi vida en un momento especial en mi camino de encuentro con Dios, marcando
pautas de cercanías entre Él y mi vida. Me hizo de alguna forma sentirle
cercano y amigo. El texto que ahora ofrecemos, es
un trabajo personal que se ha realizado solo con el fin de conocer y dar a
conocer más de cerca la vida y virtudes de Elías de San Clemente. El esfuerzo y el trabajo, las
noches en vela junto a libros y artículos en italiano existentes sobre la
Beata, presentan ahora como colofón, esta biografía basada en la lectura de sus
cartas íntimas y de sus escritos. En numerosas ocasiones se
entremezclan con las palabras y citas de Elías, otras de los santos y
doctores del Carmelo. Y esto, para dar a entender la sintonía carmelitana que
embargaba y daba sentido a los días de cielo y barro que en el silencio, se
escurría en la vida de Elías. Esperamos pueda sacarse frutos de
santidad de la lectura de estas páginas. Que todo sea para mayor Gloria de
Dios y menospreció de lo terreno. Sin más, bajo el manto de la Reina
del Carmelo, junto a Ntro. Padre San
José, a los pies del Sagrario Su menor Yannick Delgado Farias L. D. Vque .M. El 17 de enero de 1901, nace
Teodora Fracasso Cianci, la protagonista de este relato biográfico que ahora
tienes en tus manos. Su ciudad natal queda geográficamente ubicada, al sur de
Italia. Bari es la capital de la región de Apulia; puerto del mar Adriático y
centro comercial muy importante, sobre todo por las relaciones con los
comercios orientales mediterráneos. Según expertos, en la actualidad es una
de las ciudades más populosas y significativas de esta zona del país. Vio la luz por primera vez en una
casita ubicada en la Plaza San Marcos de la misma ciudad. Por orden de
nacimiento, Teodora ocupa el tercer puesto entre nueve hermanos. A Prudencia
la mayor, sigue Ana muerta a los 6 años, luego Teodora (Dora), Dominica (su
alma gemela), por último y único varón, Nicolás. Los cuatro restantes volaron
a Dios en el amanecer de sus vidas. José Fracasso y Pascua Cianci, que así se
llamaban los progenitores de Teodora, fueron según palabras de la misma:
“padres verdaderamente santos.” Casados en diciembre de 1895, formaron una
familia de profundos sentimientos humanos, religiosos y morales. Tenían claro
el precepto del libro de los Proverbios: “Instruye al niño en su camino, y
aun cuando fuere viejo, no se apartará de él.” José, administra una pequeña
empresa artesanal. Ostenta también el tan merecido cargo de Sacristán Mayor
de la Confraternidad de Santa Maria del Pozo. Pascua, típica madre de
principios de siglo XX, se ocupa de su
hogar, su esposo y la educación de sus hijos. El 21 de enero a los 4 días de
nacida, en la fiesta de Santa Inés, recibe Dora el sacramento del Bautismo de
manos de su tío paterno: Rev. Padre Carlos Fracasso en la Iglesia de
Santiago, quien hacia de capellán del cementerio por aquel tiempo. Le
nombraron Teodora, que traducido es “Don de Dios”. En 1903, y según las costumbres de
la época Monseñor Julio Vaccaro Arzobispo de Bari, le administra el
sacramento de la Confirmación. Desde muy temprana edad, podrá percibirse en
la vida de Teodora, el trabajo perseverante del Espíritu Santo en la
transformación de su carácter. Los santos, no nacen santos. Todos
lo que la Iglesia a elevado al honor de los altares, fueron personas de carne
y hueso como nosotros. Sujetos a debilidades y flaquezas, con mil defectos
que limar, con deseos de santidad… y posibilidades limitadas para llevarlos a
términos. Así, podemos encontrarnos a una Santa Teresa de Jesús batallando
con sus vanidades juveniles, sus ilusiones adolescentes, su frialdad hacia lo
divino en su casa de la Encarnación. Ella misma, y sin tapujos, se
autoproclama pecadora y necesitada de Dios: “Quisiera yo me dieran licencia,
para que muy a menudo y con gran claridad, dijera mis grandes pecados y ruin vida”. No por esto, podemos dejar de
confiar en el poder transformador de Dios. La gracia obra al mismo tiempo que
el alma se abre a su acción. El Señor nos llama a la santidad: Sed santos
porque yo soy santo. Y algunos rechazamos o ignoramos concientes o
inconscientemente la invitación. La vocación a la santidad, común a todo
cristiano, exige de nosotros coherencia y entrega. Predisposiciones quizás
algo olvidadas en nuestra sociedad moderna, mas no perdidas. El carácter de Dora, tendrá que
sufrir muchos cambios, y se verificará años más tardes la modificación
operada a lo largo de su corta existencia. Como barro húmedo y moldeable, se
dejará transformar en las manos de su Divino Esposo Jesucristo. Se abrirá por
entero al don de la gracia y Dios, y este aceptará gustoso la rendición
absoluta de Dora ante su voluntad. En mayo de 1905, y como de sana
costumbre en la familia, se trasladan todos a una casa de campo a disfrutar
de unos merecidos días de solaz y descanso en aquel inmueble. Dios le
preparaba a nuestra chiquilla, unos de los regalos más bellos con los que la
obsequio a lo largo de su vida. Me refiero al famoso “Sueño del jardín”. Casi al clarear el alba, Dora
interrumpe a gritos el sueño de la mamá entrando sin protocolos en su
habitación. Con cierta algarabía cuenta a su mamita lo que había soñado. En sueños, Teodora, o la pequeña
Dora como gustemos de llamarla... ve un vasto jardín de lirios, en el que de
repente aparece una hermosa mujer iluminada con una hoz de oro en su mano
para recoger los lirios. Los va tocando uno por uno. Ellos en señal de
reverencia se inclinan ante ella. Finalmente, ya al terminar el labrantío,
arranca uno pequeño y se lo estrecha al corazón, desapareciendo luego. Mamá Pascua explicó con mucha
emoción el significado del sueño a Dorita. –Haz visto a la Madre de Jesús. Y
las palabras de la madre, no se desmintieron jamás ¡Que de bien pudo
comprobarse luego el amor con que la Reina del jardín de Dios la cuidó y mimó
hasta llevarla a morir a su Santa Orden del Carmelo! Dora es susceptible a todo lo
natural. Pasa largos ratos meditando entre los arbustos y florales de la casa
en la que vive. Un día, desde un ángulo del jardín de casa, contempla a la
Santísima Virgen en una rosa bellísima que brota en medio de un rosal
bermejo. Ese mismo día exclama con fuerza “Cuando sea grande, seré
monja”. Oigamos a Dora: “Era el primer
acto de amor que mi pequeño corazón hacia a Jesús y a la Rosa Mística” Estas
palabras, serán las primeras de las que pronuncie, que hagan alusión
explicita a su vocación. Ama la soledad y los paisajes
bellos… goza con el mar. Gusta de esconderse en los rincones más recónditos
del jardín. Allí donde nadie la ve, piensa en Dios, habla con Él. La belleza
de lo creado de habla del Creador. Tus acciones, Señor, son mi
alegría, y mi júbilo, las obras de tus
manos. ¡Qué magníficas son tus obras,
Señor, qué profundos tus designios! Es una niña tímida, pero muy activa.
Juega, habla y ríe como las demás. Nada en su niñez de aureolas radiantes,
apariciones, curaciones excepcionales y éxtasis. Dios la ha querido conducir
por otros caminos más silenciosos. La virtud que la circunda…es la humildad.
“La humildad -según la Santa Madre Teresa de Jesús-, ha de ser vivida desde
la verdad” En esto radica su grandeza. En Dora, se “…junta el alma con el
Amado en una sencillez y pureza y amor y semejanza”. ¿Que ha de vencerse a sí misma en
batalla pujante? ¿Qué tendrá que hacerse fuerza para ser buena hija,
excelente alumna, mujer hacendosa y hogareña y santa carmelita? De esto no
hay dudas. Ya lo dirá en sus escritos: “La profundidad de las riquezas y de
la sabiduría de Dios no se penetra si no pasando por la profundidad de la
cruz” Su clave: abandono ciego en manos
de su Jesús. Es el estar no en busca de los consuelos de Dios…sino rebuscando
incesantemente, en oscuridad, en aridez, en abandono, también en la alegría
al Dios de los consuelos. Dora lo intuye muy prontamente, y hacia ese ideal
dirige sus actos, palabras y acciones. Su vida toda, transcurre en una real y
clara conciencia de la presencia de Dios muy amante y muy amado. Y para ella
eso basta.
IV.
HACÍA SU PRIMER ENCUENTRO CON JESÚS Su formación elemental tiene lugar
en el Instituto de las Hijas de Asís en su misma ciudad. Las religiosas,
fieles al espíritu de San Francisco, han fundado un colegio en Bari. Allí
llega Dora, primero como interna. Luego de un periodo, acaba formando parte
del grupo de las seminternas. Termina su formación académica con
tercero elemental. Se le da estupendamente el manejo de las agujas y de los
hilos enredados. Borda y cose de maravillas. Todo, gracias al laboratorio que
tienen montado para las niñas sus profesoras. Estos conocimientos, le servirán
luego para ayudar a la familia en tiempos difíciles de guerra y posguerra.
Más tarde, pondrá sus dones en función de la comunidad y del educantado que
regentan las Madres Carmelitas
Descalzas en vía Rossi. Aprovecha muy bien el poco tiempo
libre que le queda después de cumplir con sus ocupaciones en casa. Aparte, luego de sus clases en el
Instituto, ayuda a las religiosas con la instrucción de las niñas. Funciona
como colaboradora e instructora. El 8 de mayo de 1911 hace su
primera comunión. Para este evento tan importante, la prepara su “Buena
Maestra”, como gustaba llamarle. Se trata de Sor Angelina. Con esmero, prepara su alma para
el encuentro con Jesús-Hostia. Sor Angelina con sencillez, presenta a las
niñas la semejanza que existe entre el alma y un píxide. En el corazón, se
guarda al Divino Huésped, lo mismo que el píxide. Ese receptáculo, ha de
estar limpio y puro, para que el Señor viva feliz en él. En estos días previos, ese es el
único pensamiento y afán de su alma. Ha de esforzarse mucho y largo, para ser
ese vaso brillante del que tanto habla Sor Angelina. Precedida de una larga y
escrupulosa preparación para la confesión,
primero ensaya la confesión con su maestra de catecismo. Llega al fin la hora de
presentarse ante el ministro del sacramento, para hacer memoria profunda de
sus pecados, justo 15 días antes de su comunión. Durante las jornadas que se
sucedieron luego, Dora intentará mantener el silencio en lo que puede,
siempre que la obligación o la necesidad no la reclamen. Durante los diez días de
ejercicios espirituales que antecedieron al día de su primera comunión, se la
ve muchas veces absorta ante el tabernáculo. La noche antes tuvo un sueño
importante. No lo cuenta. Sin embargo, se entiende ha soñado con Santa
Teresita del Niño Jesús. Esta le asegura que de grande será monja como ella. Con vestidos blancos y áureos
velos entran las comulgantes hasta el altar. Entre ellas se ve también Dora,
que salta de la alegría. Recibe la comunión de manos del Señor Obispo. Es
tanto el fervor que se transparenta en sus actitudes al recibir por primera
vez al Señor, que Monseñor luego de la ceremonia, ya en la sacristía, la besa
efusivamente y la felicita. Desde este día, y salvo los
períodos de enfermedad o de veraneo en la casa de campo, no dejará de
comulgar ni una sola vez. Como buena católica, se alimenta espiritualmente
del Pan del Cielo, que contiene en sí todo deleite. Visitará diariamente en
la medida de sus posibilidades y según las circunstancias, el Santísimo
Sacramento en las iglesias vecinas. Salida ya del colegio, una vez
concluida su deficiente preparación, ayuda en la casa en todo lo que puede.
Pasa largas horas sobre todo en las veladas invernales, cociendo y bordando.
Aparta momentos para intimar con Dios, para estarse “muchos ratos a solas con
quien sabemos nos ama”. A Nicolás, el más chico, le enseña a tener oración. A
las hermanas mayores les ahorra cualquier labor que pueda en lo relacionado a
la casa. Hasta atiende algunos pedidos de trabajos de señores que frecuentan
la iglesia, y que le entregan ropas para remendar y coser. De esta manera, va
aportando su granito de arena en la economía familiar. A los once años, dora entra a
tomar parte activa y responsable en la vida de familia. Se desvive por ayudar
en lo que puede a su madre, y acepta gustosamente los pequeños sacrificios
que devendrán del nacimiento del último de los hijos del matrimonio, Nicolás.
“En la dura estación de invierno
me levantaba antes del alba, siendo mi delicia el dedicarme enteramente a la oración” Así comenzaba siempre Dora su día
entre la oración y el trabajo. Cada día pasado en la familia, esta matizado y
guiado por la oración. El trabajo y la oración, son siempre signos de
esperanzas, al menos para Dora. “Como a una bella jornada sigue el
ocaso, así mismo ante la venida del Sol Divino, todo cuanto parece
imprescindible entre lo terreno pierde su importancia para mi alma” Es esta la vida que lleva. Mejor,
es esta la que elige entre lo que se le permite opcional. Una niña que ve
nacer el Sol Divino salir cada día en su firmamento y que trae consigo el
antídoto frente al aburrimiento y l monotonía. En su púdica belleza, Dora rehúsa
cuidados exagerados, miradas indiscretas, atenciones especiales. Ama vestir
ropa modesta, oscura casi siempre. El azul marino es su preferido a juzgar
por la frecuencia con que se repite una y otra vez en su indumentaria
personal. Vive atenta a las necesidades de
los trabajadores y operarios de la empresa que administra su familia. En
ocasiones se la ve atareada asistiendo a obreros ineptos o faltos de fuerza
para el trabajo. Frecuenta las tumbas de trabajadores difuntos para elevar a
Dios una oración por sus almas. Se preocupa por que los hijos de los peones
frecuenten la Iglesia y se inicien en los sacramentos, tengan con que
vestirse y cubrirse del frío. Repite si es necesario, la explicación del
evangelio. Gusta velar por las madres, para que comulguen antes del parto.
Fija su atención en los pequeños, para que se bauticen cuanto antes. Tiene
palabras de paz para todos. Es verdaderamente y haciendo gala de su nombre…un
Don de Dios. Dora por estas fechas es ya una
adolescente, delicada y atractiva. No
le faltan pretendientes. Hay buenos mozos y de buen nombre, que aspiran a
tenerla como esposa. Llega especialmente uno al que Dora tendrá que hacer
frente. El hecho, nos lo cuenta Dominica. Dora, con solo 14 años, ora y pide a Dios le muestre su voluntad. Ya ante
el jovenzuelo, promete que se encontrarán al día siguiente en la iglesia de
San Cayetano, le pide que se confiese antes, para que al conversar con ella y
asistir a la Santa Misa, este en gracia de Dios. Acuden los dos a la cita…el
joven cumple con lo acordado. Una vez fuera, Teodora responde con toda
madurez y fineza a la insistente propuesta
del mozo. - Soy toda del Señor. Estoy segura
de que podría ayudarte más con mi
oración La entendió a la perfección el
joven y marchó en paz. Años después, Dominica engarzaba los últimos detalles para su entrada al Carmelo. Antes
de entrar en clausura, tuvo a bien ir a despedirse de la familia de aquel
jovenzuelo que años antes importunara a Dora para proponerle matrimonio. El chico, al ver la oportunidad
que se le presentaba, decidió pedirle a Dominica un último favor. Quería
hacer llegar a Dora unas palabras de su parte. - Di a tu hermana, que su
ayuda y oración me han hecho más bien
que su compañía. Pasa el tiempo y Dora, crece en “estatura y gracia, para con
Dios y los hombres”. Se siente cada día más llena de Él, sabe que vive en su
presencia día y noche. No escatima esfuerzos la mozuela para agradar a su
Jesús. Sabe y tiene muy aprendido lo que dijera Nuestra Santa Madre en las
Moradas quintas: “…con simpleza de corazón y humildad servir a su Majestad y
alabarle por todas sus maravillas” Su generosidad y fidelidad en la
entrega, va mucho más allá del marco propiamente personal. Trasciende los
límites de una santidad para sí misma o egoísta. Se nota en ella, como una
constante, la preocupación responsable por la salvación de las almas. Su
pensamiento es extensivo, abarca a todos los que están en Dios y los que
viven sin conocerle. Su corazón, existe siempre en un invariable ofrecimiento
por el bien de los mortales, de los pecadores…de la Iglesia. Quiere a toda
costa conducir las criaturas a su Criador. En 1915 comienza la guerra en
Italia. Las dificultades de todo tipo, incluyendo pobreza de todas las
tipologías y situación económica precaria no se hizo esperar. Por supuesto
que la familia Fracasso-Cianci también fue alcanzada por las condiciones del
entorno. En buen gracejo podríamos decir, que también le tocó su ramajazo. Dora ha de esperar casi cuatro
años para realizar su consagración total a Dios en la vida religiosa. Su
ideal de salvar almas por la oración y el sacrificio en el Carmelo, sufrirá
la prueba de la paciencia y la espera. Vocación probada, vocación asegurada.
Sobrevinieron contratiempos y alta marea… Dora tranquila, como quien ve que
en medio de la tormenta se acerca a puerto seguro. Sabe muy bien que el que
la llamó, llevará la buena obra comenzada a feliz término. Terminará sus días en este
fondeadero de paz que es el Carmelo. Teodora, de seguro recordará muchas
veces ya monja, lo que una vez dijera su Santa Fundadora “Esta casa es un
cielo, si lo puede haber en la tierra, para los que se contentan de solo
contentar a Dios y no hace caso de contento suyo.” En tanto, mientras permanece en el
mundo, ora por los soldados, vela, hace penitencia…se ofrece por las
necesidades que le llegan de todo sitio. Tiene tanto que hacer, que rezar:
sus padres y hermanos, su Italia, su ideal… las almas. Vigila con su
inmolación silenciosa por todos los confiados a su cuidado, comprometiéndose
desde entonces su salud notoriamente. Se la ve arreglada con frecuencia y
puntualidad para asistir a la Bendición Eucarística en la cercana Iglesia de
San Francisco. Por estar muy cerca el templo de la comisaría militar, es frecuentado por soldados que parten por
Italia a la guerra. Procura Dora llevarles libros de oraciones, imágenes y
medallas para que se las lleven. De esta forma, trata de transportar la fe a
las trincheras de batallas… ¿Cuantos de aquellos pobres hombres que allí
perdieron sus vidas, no regalarían su ultima mirada al Sagrado Corazón, o
besarían por postrera vez en este mundo su Santo Escapulario gracias a la labor
escondida de Dora? Eso solo Dios lo sabe. Ella por el momento, “Echa su pan
sobre las aguas…” Entra a formar parte en la
asociación de la Beata Imelda Lambertini, dominica con una acendrada piedad
eucarística; pasará enseguida a la "Milicia Angélica" de san Tomás
de Aquino. Reunía periódicamente a las amigas en la habitación de la casa
para hacer meditación y orar juntas, para poder leer y meditar la Sagrada
escritura, y especialmente los Evangelio, las Máximas Eternas, la Imitación
de Cristo, los 15 sábados de la Virgen, las vidas de los santos y sobre todo
la autobiografía de santa Teresa del Niño Jesús. Bajo el consejo del P. Pedro
Fiorillo, O.P., su director espiritual, obtiene el permiso para ser admitida
en las Terciarias Dominicas, en la cual, admitida como novicia el 20 de abril
de 1914 con el nombre de Inés, hizo la profesión el 14 de mayo de 1915. Gozo
de una dispensa especial por su joven edad. Su sueño sin embargo, es el
Carmelo. Por el momento, no tiene contacto con ninguno. Con motivo de asesoría
escribe a Roma solicitando información para encontrar algún monasterio de
Carmelitas Descalzas. Se enterará más tarde, que existía un Carmelo en Bari
dedicado a San José. Dicho sea de paso, uno de los más antiguos de la Reforma
Teresiana en tierras italianas. Su fundación, según las crónicas, data de entre 1646 y 1647. Dora, reúne en torno suyo a un
grupito de amigas que, fascinadas por su espiritualidad se unen llegando a
ser una sola alma con ella. De aquella tropa saldrán, cuatro carmelitas descalzas.
Elías de San Clemente (nuestra biografiada), su hermana Dominica que tomaría
el nombre de Sor Celina, y dos de sus amigas. A pesar de la dulzura y dones
naturales que la adornan, de su trato afable y delicado, Dora, tiene un
carácter fuerte y una resolución firme. Sabe poner tildes y comas donde es
necesario. No admite blasfemias contra Dios y su Santísima Madre. El celo por
la honra de su Dios la devora…vive haciendo actos el lema del profeta del
fuego: “Ardo de celos por la gloria del Señor Dios de los ejércitos”. Cuentan que en una ocasión,
reprochó fuertemente a un comerciante huésped de la familia por unas
palabrotas en contra de la Virgen. Heredera era antes de entrar en clausura,
del espíritu eliano en el que se inspira la Orden del Carmelo. Su máxima:
Morir si fuera necesario por la gloria de Dios. A los 15 años se dedica a dar
catecismo a los adultos que están interesados en prepararse para tomar los
sacramentos. Trabaja arduamente en la conversión de un primo universitario
reacio a la fe. Este, entrará de algún modo a formar parte de la pequeña
comunidad de sus amigos… de esos camaradas inseparables de Dora, que en
vaivén de flujo y reflujo, se alimentarán de su doctrina y se edificarán con
su ejemplo y santidad. Al fin en 1918, termina la fatídica
guerra, que tanto sufrimiento y miseria había costado a las familias
italianas. Al fin puede sentirse un clima de mayor tranquilidad y paz para
todos, se respirará desde entonces un aire más puro. Cierto incidente, pondrá a pensar a
la joven con respecto al rumbo concreto que ha de dar a su vida. Para
sorpresa suya, un doctor y sacerdote dominico, viene a impartir unas conferencias a las mujeres de la
Acción Católica. Luego del encuentro, en el que Dora también participaba, al
tocarle su turno para preguntar y saludar al padre y mientras besaba su mano,
este se apresura a decirle: - Señorita usted será carmelita
descalza. - ¿Como lo sabe Padre? -En los ojos le veo la
vocación. Mi buena hija, déle todo al
Señor. Antes de que ocurriese esto, Dora
en un sueño, había conocido anticipadamente cual era la voluntad de Dios para
su vida. Había visto a una joven monja, que se presentaba como la Hermana
Teresa del Niño Jesús, llamándola Sor Elías y profetizándole una muerte a
corta edad. Dora por fin decide compartir con
sus padres lo que siente y le quema dentro. Primero lo hará con mamá Pascua…
y esta a su vez, se encargará de preparar a José su esposo para la buena
nueva. La respuesta del padre al dar su beneplácito fue tajante: “… yo me siento
honrado con tu decisión y con tu valor de hacerte monja de clausura, pero si
es fuera de Bari, no daré el consentimiento.”
VI.
EN EL UMBRAL DE LA CASA DE DIOS Tras la guerra, marcada por el
fatídico y ya conocido anticlericalismo, en 1919, vuelve a Bari el padre
Sergio de Joya, de la Compañía de Jesús. Fue precisamente Sor Angelina, su
maestra en las Hijas de Asís, la que guió a Dora y a su amiga Clara hasta el
sacerdote jesuita. Según nos cuenta su amiga Clara,
Dora le cuenta un sueño que ha tenido justo la noche antes de conversar con
el Padre. Tal como lo contó sucedió así. La tarde caía mientras ella rezaba
de rodillas en su cuarto ante una imagen del Crucificado. Pasó el tiempo y
calló rendida por el cansancio. En el sueño vio a un ángel descender del
cielo. Este la tomaba de un brazo mientras se elevaba hacia el lugar de donde
procedía, Dora le pedía que regresara por su amiga Clara. El ángel hizo caso
a la petición de la joven y regresó por su compañera. Podemos nosotros
preguntarnos… ¿Sería acaso este cielo el Carmelo? Acto seguido ambas jóvenes se
dirigen hacia la iglesia de Jesús, donde ejercía la pastoral el mencionado
sacerdote. Se lo encontraron confesando a otra Señor y ambas aguardan su
turno. Se adelantó al confesionario Dora. Súbito interrumpe el Padre la
confesión de la chica mientras le asegura que al entrar ambas en la Iglesia,
sabía que venían a conversar con él. Las anima a volver más tarde y así
dialogar acerca del motivo de su visita, púes tenía que ir a recitar las
horas canónicas. Aquel tiempo de espera mientras
terminaba el padre sus obligaciones, se les hizo muy largo. Luego desde el
altar mayor hace seña de salir fuera. “El Señor tiene sobre vosotras sus
propios designios. Seréis esposas de Jesús: Hermanas de clausura. ¡Y será pronto!” Estas fueron las primeras palabras del
sacerdote dirigidas a las chicas. Dora se anima a contar el sueño
que ha tenido la noche anterior. Al oírla el Padre responde efusivamente con
un: “Ese ángel soy yo que viene a conducirlas al monasterio. ¿A cual de las
órdenes quieren pertenecer?... Rueguen para que en esto Dios manifieste su
voluntad” Aquel primer encuentro y la
respuesta segura del sacerdote, pudo hacer pensar a las chicas en una
solución inmediata. Pero se limitó hablarles de la vocación. Sin embargo,
contra la impresión de las jovenzuelas no rumió entonces una solución
inmediata, sino que les propuso un año de intensa oración y búsqueda
incesante de lo Dios quisiera para sus vidas. Mientras él, establecía
contactos con las Carmelitas Descalzas que habitaban el monasterio de vía
Rossi, monasterio que además era de nueva hechura, levantado cerca de la
estación ferroviaria de la ciudad. Concluido el año de prueba, les
aconseja escriban a las Madres. Es Dora la que sale al encuentro de la idea propuesta
y comenta sino es mejor solución el presentarse personalmente en el
monasterio en compañía del Padre. Así que el trío surcó junto por
vez primera la vía Rossi. El padre presidía la comitiva, mientras Dora y
Clara le seguía a respetuosa distancia. El Padre Joya las describe ante la
superiora como hijas perfectas, ideales para el Carmelo. Ambas irradiaban
felicidad. A Dora se le veía como en un mundo de fantasía que se hacia
realidad ante sus ojos. Su sueño al fin comenzaba a volverse verdad. De vuelta
a casa, dice a su hermana Dominica: “He encontrado la casa donde podré
recibir tantas gracias del Señor y sobre todo hacerme santa” El Carmelo de via Rossi, un
recuento desde la historia Es tiempo ya, que comencemos
hablar algo acerca del Camelo de San José, donde Dora terminará sus días como
carmelita. El caminante que incursione por el
barrio de san Nicolás de Bari, puede sorprenderse al encontrar dos calles con
el mismo nombre: calle de Santa Teresa de las mujeres y calle de Santa Teresa
de las mujeres, y es que en el mismo espacio, sin mucha separación material
una de otra, vivían dos comunidades teresianas. La una de frailes y la otra
de monjas, siendo ambas iglesias dedicadas a Santa Teresa de Ávila fundadora
del Carmelo Descalzo. Construida la de los frailes en 1630 y la de las monjas
en 1647. Hoy no habitan ni los frailes ni las monjas aquellas antiguas
construcciones, quedan solo las calles y los templos. El aspecto, era el primitivo
estilo sobrio y austero de todos los monasterios teresianos, esbelto y
mirando hacia el mar. Las monjas gustaban de llamarle la cuna de la orden,
haciendo alusión al promontorio del Carmelo. Así desde la clausura, las
monjas podían pedir por los tripulantes de los navíos y encomendarlos a la
Reina de los mares. Las Carmelitas Descalzas, habían
arribado a Bari en 1646, por mandato del príncipe Benedicto D´Angells, varón
de Bitetto y Carbonara quien se encargó de las construcción del monasterio. No fue correctamente proyectada la
construcción y cuando las monjas llegaron de Nápoles, se encontraron un
Carmelo semi-construido, con muchas deficiencias que hacían difícil la vida
para una comunidad teresiana. Al final y con la ayuda del príncipe, las
dificultades se solucionaron. La fundadora y primera superiora
fue la Madre Francisca Teresa de Jesús y María, en el siglo: Princesa Juana
de Morra de Nápoles, llega a Bari en la noche del 10 de abril de 1646 con dos
compañeras. Ocho días después, seis jóvenes de nobles familias y provenientes
de diferentes ciudades del Reino de Nápoles ingresaban al monasterio tomando
el hábito carmelitano. La fama de santidad de las monjas
crecía y se hacia ecos no solo en la ciudad sino en todo el reino. A lo largo
de los dos siglos que le sucedieron, no hizo sino incrementarse esta fama,
tomando como criterios del juicio sus vidas recogidas, su pobreza y amor por los más
desfavorecidos. Otros nombres enriquecían la ya larga lista de religiosas
virtuosas al estilo de la santa de
Ávila. Todo transcurría normal en el
convento de Bari, hasta que se presentó ante la Madre Priora el barón
D´Anibal Moles de Turi con una singular propuesta. El barón tenía dos hijas: Ángela
de diez años y Laura de ocho. ¿No las podía recibir la Madre en el monasterio
como estudiantes? La priora, Eufrasia del Niño
Jesús, una contemplativa auténtica según la mejor tradición teresiana. Como
mujer de fe, interpeló al Señor en la oración, Él debía dar las luces para la
toma de decisiones. De la respuesta
podían derivar consecuencias que traerían su repercusión sobre la vida
de su comunidad. La respuesta no se hace esperar y
como otra Santa Teresa en la fundación de San José, recurre al Santo Padre
Clemente XI que con decreto del 12 de septiembre de 1710, concede al
monasterio de San José y Santa Teresa de Bari el poder de admitir educandas
sin infringir la clausura papal. Dicho sea que las dos chicuelas fueron
admitidas entre las monjas y comenzó así una tradición en la sociedad baresa
de traer a sus hijas a la casa de Teresa. No pocas fueron las religiosas
insignes que salieron de esta educación. La vida del monasterio transcurre
en plena paz, hasta la mitad del siglo XIX, cuando con la unidad de Italia
bajo el signo del anticlericalismo y la masonería amenazan con caldear los
ánimos del país y especialmente de la iglesia. Al monasterio de Santa Teresa
se le prohíbe recibir novicias, confinándolo así a una muerte natural por
falta de relevo. En 1868 fueron admitidas en el
monasterio dos jóvenes de ilustres familias. Algelina Lamberti y Josefina
Gabriela. Es importante detenernos un poco en la vida de estas dos
religiosas, por todo el influjo de influencias que tuvieron sobre Elías.
Además de fundadoras se dedicaron a la formación reglar y noviciado del nuevo
monasterio. Angelina, era natural de Bari. Fue
la primera de cuatro hermanos e hija de Fernando Lamberte y Brígida
Abruzzese. Uno de sus hermanos, Antonio, será luego obispo de Conversano. A
los ocho años sueña con transformarse en mariposa, para descansar en las
florecillas labradas en la puertecita del sagrario. Estando una vez en la iglesia de
las Carmelitas Descalzas del primitivo monasterio de Santa Teresa siente en
su interior una voz que le susurra al corazón: “Aquí vivirás y me amarás”.
Desde aquel día, nunca más la abandono esa voz, que poco a poco se hacia
exigencia, mientras ella daba siempre la misma y taxativa respuesta: “Sí, sí,
lo he comprendido, seré monja” Entró como educanda al monasterio
el 10 de enero de 1868. Sus padres no lo sabía, pero de esta forma quería
ella prepararse a fin de dar una respuesta definitiva y llevar a cabo su
vocación. Fue encargada al cuidado de la
Hermana María Rosa, una religiosa anciana que vivía con mucho dolor el drama
de su comunidad en extinción: “Nosotras vemos como declina nuestra querida
comunidad (decía la anciana monja), y como se va perdiendo la vida florida de
otros tiempos Hay que pedir con insistencia al nuestro buen Padre San José a fin de que no
se apague la vida en este Carmelo.” Cuando entró la Hermana María Rosa
al Carmelo, era una niña de trece años, casi la misma edad de Angelina. Por
otro lado, Josefina Gabriela, era hija de uno de los abogados más
emblemáticos de la alta sociedad de Bari. Las palabras de aquella anciana
religiosa, en el ocaso ya de su vida de entrega, se transformaron en una
señal y un reclamo al cielo. La plegaria humilde de aquella mujer, fue
escuchada con benevolencia por Dios, y el 10 de abril de aquel mismo año,
llegaba la pequeña Josefina para adquirir formación en el Carmelo. Josefina era una hija fuera de lo
común, muy viva y alegre. Gustaba deleitarse en todo lo bueno que pudiera
brindarle la vida. Se recreaba en la música, la lectura y era muy admirada en
el ambiente de la Castellana, donde la familia residía. De pequeñita
pedía a la Virgen la llevara pronto a
su lado, púes le hablaban de un paraíso junto a Jesús y María, entonces no le
daba el más mínimo temor la muerte. Permaneció en el monasterio de
Santa Teresa poco más de un año, durante el cual hizo buena y estrecha
amistad con Angelina. Pero sus padres, determinaron que la chica debía segur
su formación literaria y la encargaron al cuidado de un insigne latinista, el
tío Andrés, al que en Bari le llamaban “El maestro”. Así fue que las dos jovencitas se
separaron en el espacio y el tiempo, pero no en los deseos De alguna forma el
divino alfarero moldeaba el légamo a fin de que se juntarán más adelante para
nunca más separarse y así dar respuesta eterna la llamada. La familia de Angelina no se
resigna a perderla tan jovencita, pero esta decide permanecer en el
monasterio. Sin embargo Josefina, ha de seguir por algún tiempo en el mundo,
inmensa en las fiestas y amistades propias de su clase. No obstante, Santa
Teresa quería estas dos almas para engrosar las filas de su descalces. El 14 de marzo de 1876, viendo su
familia la resistencia de la chica y signos de verdadera vocación, Angelina
toma el hábito de la Virgen Santísima, a puertas cerradas, en presencia de
pocos amigos y de los padres. Le pusieron el nombre de Hermana Angélica de la
Sagrada Familia. Josefina entretanto, no descansa,
y siente fuertemente la llamada de Dios que la apremia para que se consagre a Él en el Carmelo
Teresiano. La lucha en su interior duró once años. Al fin, el 8 de junio de
1881 retorna al monasterio de Santa Teresa con la firme decisión de no abandonarlo
nunca más. Se le llamó en religión, Hermana María Magdalena de Jesús
Nazareno. Las dos amigas que un día por cosas de la vida, habían tenido que
separarse, no lo hicieron nunca más, y juntas caminaron la vía angosta que el
Maestro había trazado para ellas. Como es de suponer, la presencia
de dos jóvenes religiosas en el monasterio, tuvo que mantenerse escondida por
varios años. Pero un día de junio del año 1888, golpean duramente las puertas
de la clausura y destierran de sus muros a las dos neoprofesas. En lo que podían, ambas seguían la
vida de observancia como en el Carmelo. Dios les pedía entonces la fundación
de un nuevo palomar de la Virgen: El Carmelo de San José. No tenían ni un duro para realizar
la fundación y restaurar la vida de observancia en aquella querida ciudad.
Tomaron al querido patriarca como Padre y administrador de la fundación, y
bien que se vio su ayuda en lo adelante en todo tipo de temas y situaciones,
tanto espirituales como materiales. En la plaza de Jesús, pronto encontraron
una casa, pero con el tiempo se hizo pequeña para aceptar las vocaciones que
entraban y se vieron obligadas a buscar, hasta conseguir un terreno, cerca de
la estación de ferrocarriles, en una zona muy elevada de la ciudad. El Arzobispo de Bari les sugiere
anexen un educantado. Así, para el populacho desenfrenado y hostil a la
Iglesia y sus monasterios, aquello no será un monasterio de clausura, sino
una obra social. El monasterio fue erigido en poco
tiempo. Algo más de tres años tardó la obra y todo con los fondos que
procuraba San José y que eran administrados sabiamente por las monjas. El educantado como sabemos,
constituía un problema constitucional al interno del monasterio y de la Orden
del Carmelo Descalzo. Las Madres sufrían mucho, pero era necesario, al menos
por un tiempo hasta que se clamaran los ánimos y existiera la paz verdadera
en Italia. Después de mucha oración por parte
de la joven comunidad y de los consejos de familiares y amigos, el educantado
abrió sus puertas. Pronto se cubrieron las plazas. Lo más selecto de la
sociedad baresa mandaba a sus hijas a ser instruidas por las carmelitas.
Optaban por el titulo de “Escuela media” además de instruírseles en música y
bordado. El Prepósito General de los
Carmelitas vio con buenos ojos el educantado, y lo favoreció dada la
necesidad de su existencia. Ve en el nuevo monasterio la voluntad divina y lo
reconoce como verdadero y legitimo, como parte real y oficial de la
orden. Este nido de almas que debían
amar con locura a Dios, nació el mismo año que Dora. Por ese tiempo, lee “Historia de
un Alma”, relato autobiográfico de Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa
Faz, quedando muy impresionada con su doctrina. Dios irá descubriéndole poco
a poco, cual será su misión dentro del Carmelo. Dora, recorrerá confiada y
abandonada en su Creador, el Caminito de la Infancia Espiritual propuesto por
la florecilla de Lisieux. En diciembre de 1919, cerca de la
fiesta de Navidad, se efectúa el primer contacto de Dora con el Monasterio de
San José de vía Rossi. Las dos aspirantes y el padre Joya con ellas, son
recibidas en el locutorio del educantado, por la Madre, la directora del
educantado, la Hermana Clementina y otras monjas. El Padre presenta a las dos mozuelas,
y luego con algo de picardía llama aparte a
H. Clementina sugiriendo estas palabras bajito: “Escrútela bien y
hágame luego saber sus impresiones.” Mientras los demás se deleitaban
con el pesebre, la religiosa, puesta a sobre aviso por el jesuita, se aparta
un poco con Dora: ¿Es verdad que quieres ser nuestra
hermana? ü ¿Como no? Si me aceptan. ¡Es tan
bello el Carmelo!... Estoy leyendo ahora a Teresa del Niño Jesús y me ha
hecho enamorarme. Pero el Carmelo también es
sacrificio, humillación y escondimiento del mundo… ü Si, pero todo esto se pasa si hay
amor. ¿No es esto lo más bello? Jesús me está preparando para esto y estoy
plenamente convencida de que me dará la fuerza. La conversación siguió, pero Clara
y las demás hermanas se acercaban y hubo que suspenderla. La Madre, luego del escrutinio
silencioso y necesario en aquellos años de posguerra… y abogando por la
discreción en el discernimientos de las aspirantes, pudo hacerse una idea de
lo que buscaba aquella pequeña alma en el Carmelo. Aquel encuentro siguieron
varios en los primeros meses de 1920. ü Cuando se entra al Carmelo se
renuncia a todo, incluso a querer saber que será de la propia existencia.
Dios a través de las superioras y maestras va guiando el alma a donde y como
quiere. Dora con 19 años… ¿Qué mundo había
conocido? Nacida en Bari, criada en via Piccini. No conocía otro mundo sino
aquel panorama que brindaba su ciudad, el mundo de la gente sencilla y pobre.
Se había centralizado todo alrededor de ella, su familia, su escuela de
bordado con las hermanas de Asís, la iglesia de San Francisco. Todo era
modestia. Estaba acostumbrada a ver a las personas y vecinos dirigirse muy
temprano de mañana a la iglesia más cercana para particular en el sacrifico
de la Misa, a las terciarias dominicas y a soldados que antes pedían su
bendición y se encomendaban a la Virgen. No se lee en sus escritos ninguna
alusión a que saliera de viaje hiciera
algún desplazamiento lejano de su ciudad natal. Su éxodo más largo fue la
casa de campaña en vía Carbonara. Escuchemos a Olga Marroccolo que
se encontraba en el educantado del monasterio cuando Dora entró como
postulante: Después de las vacaciones de Pascua, al regresar al monasterio
desde casa, me enteré de aque había dos nuevas postulantas. Participamos en
el día de la vestición y me llamó la atención el rostro luminoso y la mirada
alegre de Dora. Pasaron dos años de este
acontecimiento y ahora Teodora, ya Elías de san Clemente, habla con Olga como
instructora. Un día la pequeña pregunta a su maestra cual ha sido su viaje de
despedida antes de entrar al Carmelo: ü No he hecho ningún viaje. Y eso no te disgusta ü Estoy plenamente convencida y
contenta de haber conocido antes a Dios, Él es mi mundo. El discurso deviene en charla
acerca de la vocación: Hermana Elías… ¿Qué es la
vocación? ü ¡Ha! Yo no se que es la vocación.
Yo solo escuche que el Señor me llamaba y yo respondí sin pensar más nada. ü ¿Y yo podré tener vocación y
volverme monja? No, tu serás una buena madre de
familia, no serías una buena monja. ü Pero haz dicho que es el Señor
quien da las fuerzas para corresponder a ese amor. ¿Porque no podría yo ser
una buena religiosa? ¿Haz sentido desde pequeña que el
Señor te llama a esta vida? Yo desde chica, sabía que el me quería para Él, y
siempre demandé su fuerza para mantenerme en este camino. Y si volvieses a nacer, ¿Serías de nuevo religiosa? ¿No te
gustaría como la mayoría de las jovencitas conocer más el mundo? ü Si volviera a nacer (Responde con
firmeza Elías) me haría monja antes de la edad con la que he entrado. Mi
mundo, mi cielo, mi mar, mis flores… son Dios que es mi todo. Para Dora, el Carmelo no devenía
fin en sí mismo. Era un medio, una escuela de santificación… lo que le
interesaba en realidad, era pertenecer plenamente a Dios…ser toda del Señor.
Poseía una idea madura de la vida religiosa. No eran simples vientos
juveniles, su existencia y vida se encargaran de corroborarlo. Sentía
profundos deseos de ser de Dios… sin criaturas de por medio. “Señor, tu sabes porque vine al
Carmelo, cual fue mi único ideal. Te ruego, realices este ardiente deseo que
haz puesto en mí. Quiero hacerme santa, una gran
santa: por esto escapé del mundo en el
amanecer de mi vida. Estoy en el Carmelo… para enriquecer la Iglesia de
muchos sacerdotes con mi oculto sacrificio. Estoy aquí para rogar por los
pecadores lejanos del buen Dios: por los que sufren y por mis hermanos
misioneros, por esto te he consagrado toda mi vida. Más esto no basta. Vine al Carmelo
para sepultarme, para vivir escondida en Dios, olvidada de todos, incluso de
mi misma. Este deseo de eclipsarme de toda mirada humana no es menos fuerte
que mi vocación de carmelita descalza” La fecha de ingreso, estaba fijada
para el 8 de abril de 1920, Fiesta de la Pascua. Antes de entrar, a Dora le
crece una idea por dentro. Prepara junto a su amiga Clara Bellomo, un retiro
de 10 días con ejercicios espirituales incluidos. Esta Clara, entrará
juntamente con ella al mismo Monasterio del Glorioso San José. Es ella la que
redacta el programa: oración, silencio, sacrificio y también recreación, misa
diaria en la iglesia de los jesuitas. De esta forma, trascurrirán esos días
de cielo, previos a su entrada en el palomarcito teresiano de via Rossi.
VIII.
PRELUDIO CARMELITANO, EL POSTULANTADO. La joven que pretende vivir la
vida del Carmelo, ha de pasar antes una experiencia larga de seis meses como
mínimo. A esta experiencia en clausura se le llama postulantado. En este
periodo, el Carmelo se vuelve medida para la joven y comprueba, con todas las
exigencias que se van adquiriendo de manera gradual desde los primeros días,
si ese remanso de paz es el lugar donde Dios la quiere para siempre. La Madre M Magdalena de Jesús
Nazareno en el tiempo que tocó vivir a Elías era la maestra del noviciado que
como recordaremos, se aventuró a fundar el dicho monasterio de San José con
la Madre Angélica de la Sagrada Familia. Ambas educandas del antiguo
monasterio de Carmelitas Descalzas de Santa Teresa. Madre Magdalena era una educadora
nata. Poseía muchos dones y carismas humanos y provenientes de la gracia. Se
había iniciado como maestra en el antiguo monasterio de Santa Teresa y vuelto
a retomar cuando hubo regresado del refugio y exclaustración obligatoria en
Modugno y comenzado a vivir la vida de carmelita en comunidad en la pequeña
casa de la plaza de Jesús. Era inteligente, con corazón de
madre, delicadeza de sentimientos, auténtico espíritu carmelitano con la
impronta de las enseñanzas de los grandes santos del Carmelo, fidelidad al
fin de la Orden y espíritu de sacrificio. Al fin, llega el día. El jueves
después de Pascua, 8 de abril de 1920 es la fecha concertada. La
impresionante puerta reglar se cierra tras las espaldas de las dos
postulantes que comienzan el santo viaje cuesta arriba, a la subida del Monte
Carmelo. La escena sugiere muchas cosas de
por si aunque Dora, no nos haya dejado nada escrito. A pesar de esto, es de
fácil reconstrucción si hacemos manos de las costumbres y el ceremonial de la
época. Dentro las espera la comunidad.
Las voces jubilosas de las monjas pudieran confundirse con la de los ángeles.
Cantan, mientras les dan a besar la cruz. Sencillísimamente, como queda
relatado, comienza a vivir Dora en la casa de la Virgen Santísima. Saluda a
cada una de las hermanas mientras quedan en medio de todas como en un corro. Quien quedaba destrozada y sumida
en llanto y dolor era su madre, mamá Pascua. La priora trataba en todo de
aliviarle el dolor y confortarla en estos momentos difíciles. Incluso llegó a
proponerle que volviera a la tarde junto a la familia. Y mamá Pascua esa
misma tarde volvía al Carmelo, pero Dora no se presentó en el locutorio. Pero
Dora no se presentó al locutorio y mandó un recado a su familia
disculpándose, pero había abrazado la vida monástica y quería cumplir
fielmente la Regla. “¡Oh Carmelo santo, oh santa
Religión, yo toda me consagro a ti. ¡Cuánto me gusta tu soledad! ¡Oh Señor, cuanto he anhelado
ardientemente este lugar de paz; aquí he venido para hacerme santa, para
rogar por la Iglesia, y sobretodo para ser olvidada. ¡Que dulce es ver por primera vez
la celda, soñada e imaginada tantas veces… ahora es una dulce realidad!...
Jesús, Jesús, ¿Cómo decir esto que pasa en el corazón? He encontrado todo aquello que
buscaba. El Carmelo es tal y como le imaginaba. Quiero desatar mi canto de
agradecimiento infinito. En el silencio te cantaré mi amor.” Ya desde el Carmelo, escribe un
emocionado adiós a la casa, a los familiares… a todo lo que la rodeaba. Eran
tantas cosas llenas de sentido personal. “Adiós casa mía, nido de paz y
amor, dulce santuario de fe y de virtud, te dejo por mi Dios. Señor, he oído
tu voz, vuelo al Carmelo. Adiós mamá querida, perfumada de
toda virtud, esplendida de ejemplo tu fuiste mi luz… custodia de mi
corazón…te dejo solo por mi Dios. Papá de mi corazón adiós, adiós,
te dejo porque Jesús me llama, y estoy feliz de poder sacrificar por Él, el
gran amor que por ti tengo. Tú que siempre me comprendes y tanto me amas, me
ofreces al Señor… Adiós hermanos, adiós casa natal…adiós para siempre a todos
y a todo. Tengo sed de silencio de paz y de
oración, tengo sed de olvido, de partir y de amar ardientemente, vuelo al
Carmelo para apagar la sed, esta ardiente sed que me devora.” Su propósito de oración, será
acompañar a Jesús en Getsemaní, en la crucifixión, en el tabernáculo: deseosa
siempre de inmolarse por amor. Han de transcurrir al menos seis
meses antes de la toma de hábito y comienzo del noviciado. Mas, la prueba más
fuerte que ha de superar nuestra postulante, sin restar importancia al
proceso de asimilación de usos, claustros, trato fraterno, costumbres, vida
externa de carmelita… irá más allá. La experiencia purificante e iluminadora
que vive Dora en los comienzos de su vida religiosa, es prueba interior del alma
con Dios. Jesús la escoge como víctima
de expiación por los pecados del mundo. La ha mirado con ternura el Divino
Crucificado. La observaba ya mientras realizaba sus tareas domesticas en vía
Piccini. Ahora Dora ha de ser generosa con su Señor. Y lo será. Las hermanas las reciben muy
contentas, todas aguardan con expectativas a las dos mozuelas que se han dado
del todo a Dios y quieren consagrarse a Él en la Orden de la Virgen. Sin
embargo, pese al recibimiento tan sentido, Jesús quiere que su corderita,
incursione por los caminos de la cruz. Este es el regalo que le hace, casi
desde el comienzo de sus días en el Carmelo. ¡Buen regalo resulta la cruz,
para la esposa de un crucificado! Ya lo diría Ntro. Santo Padre San Juan de
la Cruz: “Para entrar en las riquezas de su sabiduría, la puerta es la cruz”
(C. 36, 13) La Maestra de Novicias, Madre M.
Magdalena Gabriela, cofundadora del Carmelo con Madre Angélica Lamberte,
había comenzado a ejercer el cargo en el antiguo monasterio de Santa Teresa,
antes de construir este nuevo de San José. Era mujer sabia, amante hasta el
extremo de todo lo carmelitano, corazón de madre, inteligente, fiel a la
doctrina de Santa Teresa y de San Juan de la Cruz. El postulantado de Dora fue de
mucho fervor, pero también de grandes dificultades interiores, de aridez, de
tentaciones. Sabía a las claras que debía cargar con su cruz, más no
alcanzaba a descubrir las dimensiones del madero que le reservaba el Señor.
Pasábansele los días, dando gracias a Dios por el llamado que le había hecho
a religión: “Que felicidad verme en este lugar bendito” –exclamaba. “Durante el tiempo de mi
postulantado, era feliz de darme sin reservas a Él, esforzándome, o mejor,
dejándome hojear gozosamente por Jesús mismo. Así pasaba mis primeros días en
el Carmelo. Mas en este estado de tanta quietud, en mi pobre corazón y en sus íntimas fibras, el dulce Nazareno
suscitaba un deseo ardiente de eclipsarme a la mirada de las criaturas y
vivir así, escondida en Él.”. No todo fue color rosa para Dora
en estos primeros meses. Como habíamos dicho, le asaltan tentaciones con
frecuencia, el demonio la molesta. No obstante, lo disimula muy bien la
postulanta. Por obediencia y a manera de
desaguadero, hace partícipe de su “noche oscura” a Madre Magdalena. Toma en
serio el consejo de Santa Teresa en el capítulo decimoséptimo de las Moradas:
“…para la quietud de las súbditas sería gran cosa la simplicidad de la
perfecta obediencia”. Su noche entonces conocerá oscuridades impensables,
recrudecida con incertidumbres e incomprensiones. Le vienen a la cabeza, sobre todo
durante la oración, pensamientos horribles: He errado en la vocación, es un
engaño el haber entrado al Carmelo, la vida del Carmelo no es para mi alma,
es inútil persistir en el error. El creer no estar haciendo la voluntad de
Dios era su mayor sufrimiento. Existía en Dora un conflicto
evidente. Por un lado, repugnancia por la vida religiosa, la oración, la
soledad; por otro, sus ideales, aquellos que tanto la habían hecho vibrar en
otro tiempo, y que en lo más profundo de su ser sostenían su vocación y
permanencia en aquel monasterio. La obra purificadora de la gracia,
trabajaba en lo más oculto. Por fuera, no se notaba nada. Una más entre todas
las de la comunidad. La ven participar en los actos litúrgicos y
comunitarios, canta con celo el Oficio Divino absorta en las alabanzas a
Dios. Cuando el tiempo lo permite y según los usos del convento, borda
cuidadosamente en la estrechez de su celda, se entrega a la lectura meditada
de los libros de San Juan de la Cruz. Pero el conflicto sigue ahí. La
procesión va por dentro. Se duda entonces si debe o no
votar a favor de su toma de hábito. Entre la Priora y la Maestra, se entabla
una dicotomía de criterios. Consultan al Padre General, quien pide a su vez,
se tenga en cuenta la opinión del ángel asignado a la hermanita desde su
entrada en religión. Para dar una idea, el ángel en el
Carmelo es una hermana, casi siempre de las más jóvenes, que se determina para cada postulante, a fin de
que la instruya en los usos y costumbres de la Orden. En este caso, Hermana Maria Enmanuela. Esta, emitió un juicio favorable,
pues además de conocerla, la había ayudado mucho durante los primeros meses:
“Madre Nuestra, dé el santo hábito a Teodora, porque le dará harta
consolación. Verá lo santa religiosa
que se volverá su alma” Esto bastó. En ocasión del
siguiente capitulo conventual, Teodora fue presentada a la comunidad para la
recepción del hábito de la Virgen, siendo aceptada por unanimidad de votos.
En la negrura más atroz, anduvo Dora a vestir la librea del Carmen. “Te seguiré adonde quiera, y para
reposar no busco más, que tu cruz, la sombra del Getsemaní o la del
tabernáculo”
Esto escribió, y anduvo por esos caminos inescrutables del Espíritu en busca
del amado, sin hacer caso ni a diestra ni a siniestra. El móvil de su alma
era una constante: Jesús.
IX.
VESTIDA COMO LA SANTÍSIMA VIRGEN La toma de hábito, es una fiesta
especial en el Carmelo. Toda la comunidad, acompaña ese día de manera
especial a la que vestirá por vez primera el vestido de la Reina del Cielo.
Era costumbre en aquel tiempo, tener la ceremonia al interno de la
clausura. A pesar de lo privado de la
ceremonia, no dejaba por esto de ser solemne y muy sentida. Para toda carmelita descalza, su
toma de hábito, marca el momento de comienzo del noviciado, periodo
especialmente dedicado a profundizar en la Regla y las Constituciones de la
Orden. Durante este periodo, beben las novicias, en las fuentes de la Sagrada
Escritura y la más pura tradición de la Iglesia. Esta pedagogía tan
teresiana, había sido prescrita ya por la Santa Fundadora, cuando en las
constituciones aprobadas en 1581 aconsejaba: “La Maestra de Novicias sea de
mucha prudencia y oración y espíritu, y tenga mucho cuidado de leer las
Constituciones a las novicias, y enseñarlas todo lo que han de hacer, así de
ceremonias como de mortificación: y pongan más en lo interior que en lo
exterior, tomándolas cuenta cada día de cómo aprovechan en la oración. Mire
la que tiene este oficio que no se descuide en nada que es criar almas para
que more el Señor. Trátelas con piedad y amor, no se maravillándose de sus
culpas, porque han de ir poco a poco, mortificando a cada una según se vea
pueda sufrir su espíritu”. El 24 de noviembre de 1920, de
mañana, comienza la ceremonia. Desciende Dora vestida de novia. Primero la misa, luego la comunidad se
encarga de conducir a la postulante ante el obispo para dar inicio a la
vestición. Permanece vestida con traje esponsal y un cirio en la mano. “O gloriosa Virginum, sublimis inter
sidera” La Virgen Santísima se hace presente. Lo dicen las antífonas y las
flores, los cantos y los manteles con filigranas carmelitanos. Acompañada ahora solo de la
priora, Dora se postra ante el arzobispo de Bari: - ¿Qué pides? ü La misericordia de Dios, la
pobreza de la orden y la compañía de las hermanas. - ¿Vienes resuelta a perseverar en
la orden hasta la muerte? ü Así lo espero, apoyado en la
misericordia de Dios y las oraciones de las hermanas. Se retira la postulante del coro por
un momento. Entra luego, llevando el sayal de jerga del Carmelo, trae en sus
manos el crucifijo. Es el momento culminante del rito. Se arrodilla ante el
Obispo. Queda así ofrecido a los pies
del altar su mejor sacrificio…el de su vida. Empuñando las tijeras, Monseñor
corta sus largas trenzas. Con este gesto, quiere dar un adiós a la vanidad de
la vida. Ahora es toda del Señor. Continua el rito, rico y elocuente
en palabras y acciones. En un momento de la ceremonia, luego de la imposición
del escapulario, la correa, la capa y el blanco velo, la novicia es conducida
al medio del coro, postrándose en tierra con sus brazos en cruz. ¡Ha muerto
para el mundo! En el jardín fecundo del Carmelo, nace otro lirio para gloria
Dios. Dentro de poco será fiesta de San
Juan de la Cruz, el maestro de “la noche oscura”. El propio quiere introducirla en su Carmelo
y revestirla con su hábito. Toma de la mano a esta niña que ha encontrado en
medio de su noche, pero que a pesar de tanta sequedad cree en el amor y tiene
fe de poder algún día ser olvidada y perderse por entero en el amor. Desde ahora, ya no le llamaremos
Dora, tampoco Teodora… ha tomado en religión el nombre de Hermana Elías de
San Clemente. Está tan feliz, incluso de renunciar a su nombre de pila por
amor a Jesucristo. El nuevo calificativo rememorará
en nosotros la antigua historia del profeta del fuego. Elías, fue el nombre
propuesto años antes por Santa Teresita a Dora en un sueño. A este, el Padre
General, añade el apellido de San
Clemente. Nos preguntaremos. ¿Se han
resuelto con la toma de hábito las diferencias y terrores del postulantado?
¿Las pruebas interiores han pasado? ¿Se ha hecho la luz? Como diría Dora, en
el cuarto aniversario de su profesión… “La vestición, tuvo lugar ciertamente
en la noche del espíritu” El año del noviciado es
apasionante en la vida de la monja descalza. Tiene el encanto del primer
amor… ese amor al AMOR, que no deberá apagarse nunca. Antes bien crecer en
disponibilidad, generosidad y entrega del alma al TODO sin que se haga
partes. San Juan de la Cruz se encarga de aconsejarla: “Crucificada interior
y exteriormente con Cristo, vivirá en esta ida con hartura y
satisfacción de su alma”. Madre Magdalena, expone al grupo
de las novicias la doctrina de Santa Teresa y San Juan de la Cruz. Es ciencia
fuerte y austera. La Maestra, trasmite desde su experiencia la más pura y
viva tradición del Carmelo Reformado, a la luz de los escritos de Teresa del
Niño Jesús y de la Santa Faz. Bien conocía
ya la novicia, a su querida hermanita de Lisieux. Hablaba con mucha frecuencia la
Madre Maestra, del “Caminito de la infancia espiritual”, propuesto en los
manuscritos de Teresita. Elías, se apresurará a ponerlo por obra. Y sale
alumna aventajada, como se verá luego. Es tradición en el Carmelo,
asignar a cada nueva postulanta y durante el noviciado, un ángel. Ya lo
habíamos explicado con anterioridad. La Hermana Enmanuela, será la encargada
de introducir en las costumbres del monasterio a la nueva carmelita. Según
nos cuenta ella misma, siempre quedaba edificada con las actitudes y
disposiciones de la Hermana Elías. Durante la compilación de
testimonios sobre su vida y virtudes, que se hizo con las hermanas que habían
vivido con ella, diría grandes cosas de la santidad de la Sierva de Dios.
Entre ellas, que amaba el silencio de la Regla con locura, argumentando
siempre: “El silencio une al Señor”. De los afectos particulares, Elías
se cuidaba mucho. A Clara, la postulante amiga y compañera de noviciado, con
quien había mantenido lazos muy fuertes de amistad, no vieron le prodigara
nunca mejor trato que a las demás. Con todas como dijera su maestro San Juan
de la Cruz… “igualdad de amor e igualdad de olvido.” La humildad se transparentaba de
forma natural en su rostro. La misma Hermana Enmanuela cuenta que un día, al
venir el Arzobispo para una visita a la comunidad, pidió estar un rato a
solas con las novicias. Las madres mayores se retiraron y quedaron solo las
formandas. Hermana Enmanuela, observaba silenciosa desde un ángulo distante. En un momento del recreo, Hermana
Elías invitó a las novicias a postrarse delante del Arzobispo con las manos
juntas. -Excelencia, ponga a cada una el
nombre de una flor. - ¿A ti cual te gustaría ser? ü La “mammoletta”, porque se esconde
tras las hojas, es una flor humilde. - Pero hace sentir su perfume a
los que pasan cerca. (Y continuó entonces poniendo los nombres a las demás). Cuando había visitas en el
locutorio, La Hermana Elías se escondía siempre dentro de las demás para no
llamar la atención. Madre Magdalena, que no la entendía plenamente, le reñía
diciendo: ¿Será posible que siempre quiera esconderse? Era mucho lo que
sufría la pequeña Elías con estas reprimendas. ¿Pero acaso, el Señor en sus
designios, no le regalaba un poquito de su cruz para asemejarla a Él? Poco antes de su profesión de
votos simples, entra al Carmelo de vía Rossi una dirigida del Padre Joya.
Teresa Constanza es el nombre de la nueva postulanta. Se entienden presto. Fue fácil lograr
empatías entrambas. La Hermana Teresa, que compartió pensamientos y anhelos
con Elías, cuenta que a menudo la veía como perdida en sus pensamientos. Un
día se aventura a preguntar: -Hermana Elías, ¿En que piensa? ü Pienso en mi Padre Celestial Según la misma monja: “…veía a
Dios en todas las cosas. Ya fuera en la terraza o en las recreaciones de
verano. Hacia el cielo mandaba besos a las estrellas diciendo: Esto es para
Jesús”. Prosigue esta misma religiosa
diciendo: Se le veía a menudo absorta, sus ojos fijos en el Sagrario tras las
rejas del coro. Los ojos le brillaban, el rostro transfigurado quedaba
estático. Alguna vez, encontrándome de paso, me acercaba a ella. Con voz
dulce me decía: “párate un poco, es el Maestro que te llama… escúchalo…” Otras veces, mirando las espinas
de la corona del crucifijo de su celda decía: “A mí las espinas, a Jesús
amor.” En un día de esos venturosos, en
los que Jesús da consuelos al alma, se acerca por el Carmelo su antigua
maestra, Sor Angelina, de las Hermanas Estigmatizadas. Platican acerca de la vida
religiosa y de la experiencia de Elías en el poco tiempo que lleva tras los
muros del monasterio. La antigua profesora interviene: “Todos desearíamos
volar de la tierra al cielo” Elías como presagiando afirmó: “¡Oh, a mí me
sucederá pronto…! Y será la unión beatífica” Acerca de su toma de hábito y
postulantado, cuatro años después, en el aniversario de su vestición,
rumiando aquellos días, Elías escribió: “Cuando pienso en mi vestición y en
el primer año de noviciado, no puedo dejar de
llorar de gratitud a Dios que así delicadamente supo obrar en mi alma
y excavar en el silencio y el olvido los cimientos de una felicidad que será
eterna en el cielo.” Dora, ya convertida en la Hermana
Elías de San Clemente resume así este primer tiempo de su vida religiosa. Lo
hace agradeciendo a Jesús el cuidado que a tenido con ella. Se sabe pobre y
flaca… y da la gloria a quien la sostiene: “Por todo veló el buen Jesús.” El 24 de noviembre de 1921,
terminado el primer año de noviciado, se prepara con unos ejercicios para su
profesión simple. Al término de estos, Elías pronuncia sus votos, y en lo
profundo de su corazón formula la Oferta de si misma como víctima de amor a
Jesús- Sacramentado, vivo sobre el altar. Trascribimos a continuación
algunos de sus propósitos que rebelan su disposición para el acontecimiento. ü Inmolar generosamente toda mi
existencia al buen Dios. ü Ocultarme a la mirada de las
criaturas, y a mi misma, olvidándome y dejándome olvidar. ü Amaré el recogimiento, la soledad
y el silencio, guardando celosamente la dulce presencia de Jesús. ü No dejaré de hacer nada que le de
gloria ü Mi vida transcurrirá en un seco
abandono entre los amorosos brazos de Jesús, en una ilimitada confianza…
apretada a su Corazón. ü Amaré apasionadamente la vida
escondida y en eso consistirá mi paraíso aquí abajo. ü Trataré de vivir en una santa
igualdad de afectos, no mostrando más particularidad con nadie, pues mi
verdadero amigo, íntimo y amado será Jesús solo. ü Intentaré no dejar escapar las
pequeñas mortificaciones de la jornada, y viviré siempre sometida a todas. ü Trataré de vivir siempre bajo la
mirada del buen Dios, actuando con alegría para darle gusto. ü No excusarme más… callar siempre…
preferir la muerte antes que desagradar en lo más mínimo al Señor. El 4 de diciembre de 1921, después
del año canónico de noviciado y de haber experimentado la vida religiosa con
todo lo que implica en el plano personal, humano, físico y espiritual; emite
Elías sus primeros votos. Se une a su Esposo; decide seguirle pobre, casta y
obediente. La profesión religiosa, sea cual
sea la orden a la que se pertenezca, es un acto de harta significación. El
profesante promete, y aunque esa promesa no se pronuncie solemne hasta
pasados algunos años, en el corazón del amante, tiene matices de eternidad.
Se consagra, para siempre, siempre, siempre. Elías vivía y distinguía a ciencia
cierta el paso que estaba dando. No se notó veladuras en su voz, tampoco la
melancolía vacilante de quien sabe lo que deja y le pesa. Se le oyó serena y
firme en su propósito. Había hecho la mejor opción y no se desmentiría en lo
adelante. Pronuncia su sí detrás de la doble reja del coro... un sí eterno: “Yo, Hermana Elías de San
Clemente, hago mi profesión y prometo obediencia, castidad y pobreza, a Dios
Nuestro Señor, a la Bienaventurada Virgen Maria del Monte Carmelo, y a usted,
Reverenda Madre Priora y a sus
sucesoras, según la Regla Primitiva de
la Orden”. Además de estas palabras que
pertenecen al Ritual Propio de la Orden para la ocasión, en su corazón,
también pronuncia su ofrenda a Jesús; intención que para nuestro bien quedó
plasmada en sus apuntes íntimos: “Ofrenda de todo mi ser, cual
victima de amor a Jesús-Hostia, vivo en el
altar Yo, Hermana Elías de San Clemente,
ofrezco toda mi existencia al celestial Esposo de mi alma en el día solemne
de mi profesión y juro eterna fidelidad, viviendo verazmente su alianza y
elección, no deseando aquí abajo otra cosa que su santo amor. Por eso renuncio a partir de este
momento a todo amor sensible, a toda satisfacción, a todo mínimo afecto, a
todo gusto espiritual; para no vivir sino de pura fe, amando, obrando solo
para Dios, inmolándome a la sombra de un silencio profundo, a cada instante
de mi vida, cual hostia víctima de su amor”. Estas palabras, pronunciadas en el
momento de la Santa Comunión, las llevaba escritas en una hoja de papel de
carta sobre su corazón. El documento terminaba así: De la Hermana Elías de San
Clemente, Carmelita Descalza a su Jesús Después de emitido sus primeros
votos, y de la oferta de Elías cual víctima al Amor, se acentúa un periodo
nuevo para la vida de la neoprofesa, periodo de arduo trabajo interior,
personal y divino. La gracia la transforma, ella desde su pobreza, se deja
transformar por la gracia. Hace ecos Elías de las palabras de
Teresa de los Andes: ¡Que bondad la de Dios, pues nos tuvo en su mente desde
la eternidad! La ha transformado luego de haberla sacado de la nada. En 1922 escribe a su Madre
Maestra: “Después de diez meses de densas
tinieblas y de perfecto abandono del cielo y de la tierra, después de largos
y terribles asaltos del enemigo infernal… mi alma ha recobrado su antigua
paz; por decirlo mejor, una paz intima y profunda, inquebrantable a toda
invasión… ahora toca vivir de pura fe.” Hermana Elías coexiste junto a
esta fe que sabe le toca, con inmediatez y sinceridad de niña. La reflexión
más frecuente de Elías, será la paternidad de Dios, que al estar tan cerca de
su alma, se le manifiesta en cada detalle de la vida. Trataba con Él con
total confianza. Al decir de Santa Teresa: “…como Padre y como con amigo” En
la terraza del monasterio exclamó en una ocasión: “Vea Hermana Dorotea, vea la
estrella de Santa Teresita (señalando la constelación de Orión): un día
también nuestros nombres serán escritos al lado del de nuestra santita” No solo en la alegría, también y
particularmente en el dolor, veía Elías al Creador en todo y todos. El
sufrimiento, para ella poseía un sentido salvífico y unificante. Se había
desposado con Él bajo el signo de la Cruz, pues “la naturaleza humana en el
árbol de la cruz, fue redimida y reparada” La ya conocida Hermana Enmanuela,
declaró durante el proceso: “En el momento de la comunión, era como un
volcán”… susurraba palabras dulces a Jesús, para que entrando en ella,
encontrara sus delicias… luego se recogía en un profundo silencio… coloquios
de amor con su Amor del cielo. La vida eterna, para ella era una
inmensa verdad. Tenía varias devociones muy queridas y especiales, para ella:
sus hermanitos del cielo, por ejemplo. Los llamaba así porque habían marchado
a Dios muy tempranamente y porque nunca le dejaban sola. La lista de devociones y prácticas
de piedad seria inmensa. Citamos a los más notables: San Juan Berchmans… “su pequeño
Juan.” Gabriel de la Dolorosa… a quien pidió le alcanzara de Dios el olvido
de todo lo creado. Teresita del Niño Jesús “”. Le ruega: “Vela… guíame
siempre hacia el cielo. Haz que yo ame la virtud… abandono, simplicidad y
amor”. Durante los años siguientes en los
que continua Elías la formación religiosa con vistas a su profesión solemne,
como hilo conductor de toda su vida y actuaciones, estará el deseo incesante,
dinámico y revitalizado a golpe de un día y otro, de darse, abandonarse,
donarse, inmolarse y ofrecerse con más amor y menos interés de retribución a su Señor. Para 1923 escribe en su cuaderno:
“Darme toda al Señor, sin ninguna reserva, arrojándome en el campo del
sacrificio generosamente… Abandonándome ciegamente a la acción del amor y
recibiendo todo y siempre de las manos de Dios, sin investigar nada...
Ejercitarme en la humildad de corazón, viviendo sometida a todos.
Abandonándome a la voluntad de Dios, como una niña lo hace en brazos de la
mamá, con ilimitada confianza y ardiente fe” Está claro… sabe muy bien Elías,
que en el Carmelo… recorriendo el camino angosto de las nadas, solo la fe
puede guiarla, y que aun esta, según palabras de Ntro. Padre San Juan de la
Cruz “… es oscura noche para el alma”. Vale la pena copiar textualmente
su reflexión sobre el tema del abandono absoluto en manos del buen Dios. No
conoce afán de ser tenida en algo sino de agradarle en todo… aunque a los
sentidos no quede claro ni la mitad de las cosas que acontecen. Nada de Nada. Si vivimos para el cielo, ¿Porque
afanarse con las cosas de aquí abajo? Si Dios vive en nosotros, ¿Por qué
buscarlo en otro lugar? Si Jesús desea ser Él solo, el
apoyo del alma que atraviesa el exilio: ¿Porque apoyarse en las criaturas que
a un soplo de viento se inclinan y se quiebran? Si Jesús vela continuamente a
nuestro lado: ¿Porque no rendirle dulcemente nuestra compañía, trabajando y
sacrificándonos alegres, consolándolo de tantos desprecios que su corazón
recibe continuamente de los que tanto ama? Elías, quería hacer realidad esta
reflexión en su vida, y no faltan notas en sus cuadernos íntimos, que
traslucen al que los lee, el fuego de amor que la consumía, y que le hacia
traspasar las barreras de lo superficial y convertir en obras su oración.
Concretaba sus propósitos en la vida diaria. Casi siempre, con el prójimo de
trasluz. “Igualdad de humor –por ejemplo-
abrazar siempre lo más duro y lo más penoso, hablar poco con las criaturas y
mucho con Dios. No dejar escapar las pequeñas mortificaciones de la jornada,
procurar con santa astucia vivir siempre sometida a todos, incluso a la
última de casa… decir una oración especial por las hermanas que
involuntariamente me han dado un disgusto.” De estas resoluciones, encontramos
llenos los escritos de Elías De San Clemente. Decía, Santa Teresa: “Sean altos
los pensamientos para que así lo sean las obras” Y la joven carmelita había
fijado su vista al formularlos, en el mismo cielo. Lo más interesante en su vida, es
que pese a la edad, y lejos de ser una de nuestras acostumbradas místicas de
la edad media, Elías se hizo santa porque Dios iba obrando maravillas en su
vida. Como su Madre Maria, a quien tan tiernamente vivía consagrada, fijó en
ella sus ojos el Todopoderoso. Sabiéndola pequeña hizo grandes cosas en su
favor. La transformación se obró a golpe
del día a día, de mil renuncias, de mucha oración, de incontables horas
estando a solas con quien bien sabia la amaba. Su mayor mérito residió en
vivir muy unida a Dios…siempre en Dios y para Él…enamorada de Él. Luego, todo
lo bueno y loable que se pueda decir de ella… no es sino reflejo de lo que
vivía en su interior… de ese estarse siempre y en todo lugar amando a su
amado… sin nadie, sino sola ella y Él. Mostrar la virtud de manera
atractiva, es algo complicado, porque no todo lo que queremos hacer está de
acuerdo con lo que esperan de nosotros. Es por eso que la vida comunitaria,
puede traer consigo mil roces y fricciones normales en la mayoría de los
casos, y compatibles con la esencia subjetiva del ser humano…su personalidad.
Elías conocía bien los recovecos de los corazones, sabía regalar a todos la
palabra parca y elocuente a un tiempo. Siempre les dejará pensando. Ya lo advertía la buena Ana de San
Bartolomé, enfermera y sabía discípula de Teresa: “…es cosa que espanta al
parecer, que en una cosa como el silencio…se encierren tantas riquezas” La hermana Isabel de la Trinidad,
había entrado al Carmelo de Bari en 1922. En el momento de los hechos
relatados a continuación se preparaba para su toma de hábito. Para Elías, era
ya el segundo año de formación. Había notado Elías en la futura
novicia alguna incertidumbre y duda. Sabía que necesitaba conversar con
alguien. La tarde anterior a la toma de hábito, le salió al encuentro.
Tuvieron oportunidad de hablar de lo que acontecería al día siguiente.
Quizás, porque no, le habló de su propia experiencia, del día antes de su
toma de hábito, de lo que sintió la primera vez que llevó sobre sus hombros
la estameña burda del sayal pobre del Carmelo… ¡El hábito de la Virgen
Santísima! Engarza maravillosamente bien las
palabras. Con elocuencia y mientras rememora su propia experiencia, habla del
regalo que supone la vocación: vida ofrecida por amor y sin intereses. En un
momento de la conversación, aprieta las manos de la joven postulante
diciéndole: “Es la ultima tarde que tendrás tu cabello, y aún, perteneces al
mundo. Mañana serás toda de Jesús.” El Carmelo de Bari tenía anexo un
educantado, puesto y autorizado por la Orden y los Obispos, no sólo como
medio de subsistencia, sino y más que nada, por asuntos políticos e
históricos que quedaron hundidos en los conflictos de la Italia de aquellos
años. Lo cierto es que, arquitectónicamente, el monasterio de San José de vía
Rossi no era ni remotamente parecido a
San José de Ávila. Más que a un
Carmelo de la Reforma, parecía una de las típicas abadías Benedictinas del
Medioevo. El número de monjas había aumentado, superando así, el número que
Santa Teresa determinaba en sus constituciones para cada monasterio. El nivel de escuela que el
educantado ostentaba era medio-bajo, sin embargo, en orientación literaria
era alto, aunque también se enseñaba bordado y música vocal e instrumental.
Estos últimos eran considerados esenciales para todas las jovencitas de buena
sociedad. Durante el año escolástico
1923-1924, la Hermana Elías de San Clemente fue asignada al educantado como
instructora y maestra de bordado, actividad que se le daba muy bien. De esta
forma, con tan solo 23 años, Dora, con diploma de 3ro elemental, trabajará
con maestras de otros estratos sociales y de mayor educación. Todo lo iba
tejiendo maravillosamente bien el Divino Sastre, que trocaba todo a fin de
purificar el alma de aquella jovencita. Elías, joven profesa de votos
simples, pasaba por uno de los momentos más importantes de su vida religiosa
y de su camino interior hacia el Santo Monte de la Perfección. El nuevo
cargo, aceptado por obediencia, no le hacia fácil vivir su vida de
recogimiento como las demás hermanas destinadas al coro, sin embargo, el
punto hacia el que tendía su corazón, estaba ubicado muy adentro del corazón
de Dios, porque: “Entre los pucheros, también anda el Señor” Decía: “Por ti, Señor,… desempeño
mi oficio, sin salir ni un solo instante de vuestro Sacratísimo Corazón. En
las jóvenes trato de ver la imagen vuestra y pienso en vuestros años
infantiles. Me parece verte, especialmente en las más pequeñas… a estas
criaturas, todas, las amo igualmente en ti, nada buscando de mi interés, de
mi satisfacción, y prefiero mil veces la muerte que sentir en mi alma el
menor acto de vanagloria.” Sus jornadas, desde ahora, se
volverán versátiles e irregulares, subordinadas a las necesidades de las
alumnas y del educantado. Sin embargo, su norte y centro, sigue siendo el Amor, a quien regala frecuentes miradas y visitas
desde las rejas, en la soledad del tabernáculo. Por las mañanas, oración y encuentro con las jovencitas. Las clases,
la atención a las necesidades humanas, materiales y, sobre todo, espirituales
de sus alumnas… formaban parte de su vida cotidiana hasta la tarde. Luego las
horas dedicadas al rezo del oficio, refectorio, recreación y demás
ocupaciones de la vida monástica. No era tarea fácil la de la nueva
maestra, ya que el educantado era ocupación más apta para hermanas doctas, no
solo en costura y bordado, sino también en ciencias y latín… expertas en mil
especialidades y usos. Las jóvenes no tardaron en
aficionarse a la nueva instructora… un poco también creo por la edad. Es más
fácil hablar de Dios a los que por problemas de cosechas se acercan más a la
nuestra. No obstante, todos están de acuerdo que el motivo de más peso para
justificar el cariño con que todas prodigaban a Elías era su trato afable y
amistoso, inspirador de confianza, abierto a la escucha, lleno de Dios y de
la Virgen, henchido de amor…con una sonrisa siempre a flor de labios. Sabe Elías que el amor se predica
con el ejemplo, por tanto, rehúsa imponer y prefiere mostrar. La elección
esperada viene por añadidura, fruto del ejemplo y de su vida coherente. Por su forma de concebir la
autoridad, y más por interpretarla desde el amor… fue severamente criticada
por la directora del educantado en varias oportunidades. La Hermana Colombo,
que así se llamaba la encargada, era de otro estrato social diferente, una
perfecta aristócrata. Su modo de ejercer la autoridad,
entraba muchas veces en disonancia con la de Elías. Diríamos que ostentaba la obediencia debida con aire
imperial, nada a tono con monjas pobres del Carmelo Reformado. Ya lo diría la
misma Madre Teresa: Mientras más allegadas a Dios, más humildes. A pesar de que la Hermana Elías no
veía con buenos ojos aquel método educacional tan riguroso y excesivo en
ocasiones, no podía cambiarlo, tampoco socavar la autoridad de las demás
instructoras y maestras. Tenía muy presente el debido respeto a sus
superioras…vivía aquella frase de la Santa Madre: “Harto bien es para el alma
no salirse de la obediencia.” Y optaba
siempre por el santo silencio. Al llegar el final del año
escolástico, las jovencitas se despedían de sus profesoras. Elías había
notado como una, entre tantas, lloraba sin consuelo. La llamó aparte para
preocuparse por el motivo de su congoja e insistió en dar un consejo a la
joven: “¡Eres muy sensible! Si no cambias, sufrirás mucho en la vida. No te
apegues a las criaturas, sino al Creador, que
te ama mucho más.” No tenía preferencias con ninguna.
Con todas “igualdad de amor e igualdad de olvido”, como lo aconseja Ntro.
Santo Padre Juan de la Cruz. Si se acercaba a algunas con más frecuencia, era
porque estaba de seguro necesitada de consejo y guía. Olga era una de las jóvenes del
educantado, inteligente, sincera y muy emprendedora. A la tercera lección, ya
sabía coser y bordar a máquina y una vez, hasta propuso un concurso a su Maestra.
Elías prefiere un clima de
igualdad entre las alumnas, tendiendo siempre a ayudar y corregir de forma
amable: “No te enorgullezcas, todo los dones te vienen de Dios. Sin Él no
podríamos nada. El los da y Él los quita.” Elías disfrutaba al hablar con sus
alumnas más aventajadas, entre ellas Olga. En cierta ocasión comenta con
ellas sus deseos de vivir en la presencia de Dios, de volar al cielo al
encuentro de su Esposo. Olga, franca y tempestuosa se apresura a corregirla: -Muy cómodo Hermana Elías, morir
joven. Quien muere después de una larga vida hace más sacrificios que quien
muere joven. (Ella le contesta) ü -No si puede padecer en una hora
lo que se debiera sufrir en una jornada. En lo que resta, solo hago la
voluntad de Dios… Deseo estar siempre con la lámpara encendida porque el
Esposo pasa y no regresa. Así era, las alumnas no solo
recibían clases de costura y bordado, sino que leían y estudiaban el libro
vivo, que era Elías, con una alegría particular que manaba de sentirse amada
y abandonada en Dios hasta en los más mínimos detalles. A la hora de enseñar la norma y
guía de la instrucción, para Elías estaba clarísimo y queda resumida en una
frase que gustaba repetir a sus alumnas: “Hagan todo por amor de Dios” Se las ingeniaba para que todas
sus formandas reconocieran en los acontecimientos pequeños y costosos de la
vida regular, no una determinación impuesta desde fuera y sustentada por el
sistema de poder, sino la voluntad misma de Dios, que hecha con amor, más que
reprimir, puede sublimar los más íntimos deseos de independencia y de
autorregulación. Elías, que no es ciega, percibe
con frecuencia cuan recias y estrictas son algunas profesoras con las
alumnas. Estas pobres jóvenes, que en el hogar no estaban acostumbradas a la
vida claustral, caían de manera frecuente en mil desobediencias por no
guardar las normas en cuanto al santo silencio. Sabe que las religiosas no lo
hacen por mal. Más de una vez repite a las más cercanas de entre las alumnas:
“¿No te das cuenta que lo hace por educarte mejor?” A pesar de todo, infunde
en cuantas ejerce influencia, la más fiel obediencia a las superioras. Se cuida mucho de no mantener
particularidades de trato con ninguna mozuela. No está bien, ni es saludable
para el alma, que una monja del Carmelo ande en confianzas excesivas. Para la
carmelita, Jesús solo basta… su ideal de vida, ha de basarse en andar de
ordinario con este Señor nuestro del alma, y tratar con él “como con padre,
como con hermano y como con amigo.” Años antes, Dora había traspasado
el umbral de la Puerta Reglar del
Monasterio del Señor San José con muchas ilusiones. Podríamos entender
perfectamente que viniese con algún deseo sensible, por ejemplo, de llevar el
Santo Hábito de la Virgen, de consagrarse a Dios a través de los votos
religiosos… de morir en el Carmelo. Pero más que claro es, que fuera de esas
ilusiones que tocan a cosas importantísimas y de mucho costo, Dora traía
otras… más esenciales, centradas y sublimes. Desde su misma toma de hábito y
más concretamente desde el día de su profesión, nuestra joven hermanita había
definido, con precisión de un arquitecto, los ángulos y cimientos sobre los
que debería basar en adelante su vida; oración y praxis: Amar-Sufrir-
Inmolarse Reconoce como pilar fundamental en
la vida de la Carmelita Descalza, vivir de amor. Es solo el amor el que da
sentido a la vida escondida de la carmelita. Todo se hace llevadero en los
que aman. Hasta la cruz misma parece que se aligera, más… solo parece. Desde los días de su noviciado,
gustaba llamarse: “Hija de Dios”. Era
un título que le deleitaba ostentar con la mayor de las humildades, pues la
hacia al mismo tiempo que hija de un Rey, hermana de tantos hombres, y por
ende, comprometida con sus causas, proyectos y sus sufrimientos. Su misión en el Carmelo será
acompañar a su Jesús, solo y muchas veces abandonado… sufrir por amor, todo lo que el AMOR se dignara
enviarle… e inmolarse por tantas almas que no le conocen o lo rechazan. En su vida religiosa no faltará la
cruz. Sabe la pobrecilla, que para llegar a la tumba de la Resurrección, ha
de pasar primero camino del Calvario. En aquella cruz sin Cristo, que
según la tradición teresiana está siempre detrás del jergón de los descalzos,
hijos de Teresa de Jesús, debía morir cada día. Morir a los repiqueteos del
mundo que trasportaban su corazón fuera de la tapias, a los orgullosos
pensamientos femeninos, a la propia voluntad de hacer y deshacer según el
gusto y servicio… a los afectos, a las intimidades, a ser regalada de todas y
en todo. Sucumbir, en fin, a ella misma… hasta que en el alma solo quedara el
vacío dispuesto y transparente para ser habitado para siempre por Dios. No quería dispensarse de nada que
la hiciera diferente a las demás. Había abrazado una vida austera no para
remediarse, sino para vivirla a cabalidad. Es curioso un incidente sucedido
un invierno. Su hermanita, su alma gemela, confidente durante tantos años,
había abrazado su mismo género de vida. En su mismo monasterio había tomado
el Santo Hábito carmelitano con el nombre de Sor Celina. Hermana Celina había notado como
Elías, ni en las noches más frías de invierno, preparaba de manera diferente
su celda y jergón para que quedara más confortable y cómodo. Era costumbre que
en las celdas solo se tuviera una sabana de lana. Sin embargo, su Santa
Fundadora y Madre había aconsejado a sus hijas y asentado por escrito, que se
tuviera cuenta de suministrar a cada una según sus necesidades, no quería una
obediencia absurda y desprovista de humanismo, sino penitencias lógicas y
soportables desde el punto de vista físico y espiritual. Al parecer, la Hermana Elías de
San Clemente, aunque no se quejaba, pasaba verdaderas noches de desvelos
producto del frío, pues a decir verdad, el clima en invierno era fuerte en
estas zonas y las temperaturas muy bajas. Notándolo su hermanita, y guiada
quizás por el mismo amor filial que las había unido siempre y vuelto a unir
en el Carmelo, mandó un mensaje a la casa materna para que, cuanto antes, enviase
al monasterio de San José un cobertor
mas confortable para su hija. Debió parecer demasiado bello este
cobertor, pues no se hizo esperar el rechazo por parte de Elías. La hermana,
entonces, tomando cartas en el asunto, trató de hacerla entrar en razón…pero
ella, como quien quiere dejar claras las cosas antes de dar por concluido un
asunto importante, le responde: “Esto es la voluntad de Dios.” Estimaba y practicaba con
diligencias las penitencias tradicionales del Carmelo, entre ellas el cilicio
y la disciplina. En alguna que otra ocasión, la Reverenda Madre Angélica de
la Sagrada Familia, priora del monasterio, tuvo que escribir a su Director espiritual en Roma
para que moderase las penitencias de Elías, pues él las había autorizado. Según palabras de la Madre: “… en
la penitencia como en la virtud, hacía todo muy seriamente” Como ya hemos señalado, Elías
vivía en el educantado rodeada de jóvenes que la querían verdaderamente, y
que estaban siempre dispuestas a hacer lo que fuese con solo poder compartir
los ratos de oración con la religiosa. Vivía rodeada de afecto… se lo había
ganado. El educantado fue un periodo
larguísimo en su vida de religiosa, se las ingeniaba bien y ganaba los
corazones de las alumnas. Debido a su tercera elemental en costura, su
bordado era insuperable. Conquistaba y practicaba la caridad con todas… ¿Qué
le faltaba? No respondemos, pero los planes de Dios para la vida de Elías
eran otros. Otros que ni ella misma imaginaba. El 4 de diciembre de 1924,
haciendo memoria de su vida pasada y de su situación actual como profesora de
jóvenes en el educantado… justo el día en que celebraba su cuarto aniversario
de profesión religiosa, escribía: “Dios mio, auxíliame siempre con vuestra santa gracia” A pesar de sus relaciones
inmejorables con las alumnas, sobre todo con las mayores a las que gustaba
hablar de Dios y sus mercedes, Elías notaba ya cierto aire coladizo de recelo
y desconfianza hacia su persona, que llegaba nada más y nada menos que del
entorno más cercano. No es de extrañar que la mayoría de los sufrimientos en
esta nueva etapa de su vida, le hayan alcanzado de sus allegadas. O sea, de
las mismas monjas de su comunidad. La vida es así. Vemos como de los
mil detalles y complicaciones humanas, no se libran ni los monasterios. Por
eso, nos encontramos tantas personas descontentas con lo que son y tienen.
Nunca se conforman y lo más dañino es que al ver la diferencia (que es
connatural con cada ser humano, por cuanto somos únicos e irrepetibles)
pretenden modificar las situaciones hasta volver el mundo existente, en un
mundo ideal y digno de imitación, a tal punto, que todo lo que se haga fuera
de sus prescripciones es criticado y mal visto. Quizás algo de esto paso. Lo
cierto es que Elías, con sus pocos años, se daba cuenta de todo, de los
celos, de la envidia, de las desconfianzas y hasta de algunas palabras en
plan “entérate si puedes” que de vez en cuando decía a algunas de sus
hermanas. Debió ser duro para Elías
encontrarse con estos sentimientos adversos hacia su persona. Ella, que había
salido del nido paterno tan cristiano y caritativo para volar como una paloma
rauda al puerto del Carmelo, se encontraba ahora con los recelos y las
conductas reprobables de las hermanas que más deberían apoyarla y cuidarla en
los largos periodos de sequedades espirituales y tinieblas interiores durante
su postulantado, noviciado y hasta entrada la profesión. Cierto es que no eran todas, ni
siquiera la mayoría… pero el peso de la Cruz, aunque lleve algún alivio como
el del Cirineo, sigue siendo molesto… y siempre recae en el hombro macilento
y doliente. Mientras tanto, el proceso de
amarre de Elías a la Cruz de su Esposo, iba en aumento. Cada batalla vencida,
cada diferencia salvada en el campo del amor y la fraternidad teresiana, eran
pasos firmes hacia su comprensión interior del misterio de la Cruz… Cruz que
le permitiría en algo, asemejarse a su Maestro sufriente. Y todo por la Santa
Madre Iglesia, por el Papa, por la Orden….por los pecadores. Tenemos que hacer notar que ahora
hurgamos en un periodo doloroso de la vida de Elías, del que no ha querido
trasparentar mucho en sus escritos… poco también cuenta a sus confidentes.
Quiere “sufrir un poquito por amor a Dios sin que lo sepan todos”. Con estas palabras, Santa Teresa, había
regalado de consejos a sus hijas de San José de Ávila, cientos de años antes
y ahora a Elías le tocaba ponerlos en práctica. “Oh mi Divino Maestro, sellaste
con caracteres indelebles el libro de mi vida, las páginas solo pertenecen a
vuestro Divino Corazón, luego cerraste para que nadie pudiera entender sus
letras aquí abajo” Así trascurrían días, meses y
años. Elías era una historia, tejida y entendida solo de Dios , para gastarse
y consumirse a su servicio.
XV.
ENTRE LA PRIORA Y LA DIRECTORA La Madre Columba era una directora
austera y de temple fuerte. Había huido de la casa paterna para seguir la voz
del Señor dejando una familia distinguida que la quería mucho y un futuro
prometedor. Era noble de nacimiento. Desde que se abrió el educantado con
carácter oficial en 1907, la Hermana Columba figuró como la enviada por la
providencia para la labor ardua que debían realizar. Así fue que la
nombraron directora. Su forma de gobierno estaba
pautada y muy bien definida; el reglamento, el respeto a la autoridad de los
superiores, la disciplina. Cierto era que no excluía el trato fraterno, el
diálogo, la apertura a las necesidades de las educandas. Pero el reglamento
era sagrado. Era algo desconfiada, y con frecuencia escuchaba a la puerta de
las clases durante las lecciones. Por cierto… ¿Cuál sería el problema puntual
con la Hermana Elías a tal punto que decidieran separarla del educantado? Resulta que, según las alumnas y
algunas compañeras de noviciado, la Hermana Elías comenzó a ser incomprendida
desde el momento en que la directora se enteró que hablaba afablemente y en
tono jovial a sus alumnas acerca de las virtudes, de la virginidad y del
cielo. Su pensamiento se transformaba en palabras. Estando como estaba, llena
de Dios, no podía sino hablar siempre de Dios. A ciencia cierta, esta actitud de
Elías, más que reprobable era digna de alabar y promover. Pero las cosas
hundían sus raíces más allá de simples posturas. Existía aun en los monasterios, en
algunos, una mentalidad más o menos clasista. Al parecer, Madre Columba no
fue totalmente inmune a esta mentalidad, pues aunque en todo lo demás era
ejemplo de religiosa, no lo era en esto. Santa Teresa quería igualdad de
trato y clases en sus fundaciones, de hecho, invitaba con su ejemplo a las
demás, a darse sin reservas a las labores, procurando trabajar para que
comiesen las demás. Aún en sus constituciones nos dice: “La tabla de barrer
se comience desde la madre priora, para que en todo dé buen ejemplo”. El gobierno en los monasterios
teresianos, más que oportunidad abierta para mandar y hacer lo que se quiera,
es concebido como un servicio, que a veces parece enojoso por lo que
significa y trae consigo. No por gusto ni teatralmente vemos a muchas santas
prioras quejándose de que ese cargo le resta tiempo de intimidad con Dios. En el Carmelo es costumbre tener
detrás de la tarima una Cruz sin Cristo. De alguna manera, la Cruz representa
el lugar donde la carmelita muere a diario a sí misma y a las mil vanidades
del mundo. La priora no tiene Cruz, pues se considera que el priorato, lo es
ya bastante. Así, según los proyectos de la
Santa Fundadora, todas debían ser iguales, tratándolas del mismo modo. Esta
forma de proceder se mantuvo incluso después de la introducción de las
primeras freilas o hermanas de coro. Pero Elías era, por así decirlo,
la última de las hermanas en el educantado en cuanto a formación; hija de un
modesto trabajador, sin más preparación que una tercera elemental. Esta
situación, de seguro reportó muchos sufrimientos a la sensibilísima Dora. Sin
embargo, no había venido al Carmelo a ser servida, ni a ser tenida en mucho.
Ciertamente se reconocía como la nada misma. Quería inmolarse, y en estos
momentos de la historia que seguimos, Jesús le mostraba el camino hacia la
Cruz que le había reservado… pues “la cruz es regalo de amadores… esos
regalos hace el Señor a los que ama.”.
Era la Cruz indeleble de las humillaciones y de ser tenida en poco. Como a veces suele suceder, ya sea
para probar a la religiosa o en ocasiones por falta de delicadezas, fue
acusada ante la Madre, porque en las recreaciones a menudo se entretenía
hablando con la Hermana Matilde, una monja de velo blanco o conversa, que
ayudaba en los servicios de la casa y en el educantado. La priora las reprendía, les
mandaba ubicarse distantes de las demás en las recreaciones. Tras un intento
válido y humano de justificación, la Hermana Matilde explica a la priora:
“Hablábamos del Señor y del servicio que entre ambas rendíamos a la comunidad
y a las alumnas”. La posición de la priora se
mantuvo incólume. Es entonces cuando la Hermana Elías, según las Santas
Costumbres del Carmelo, se arrodilla en la tierra y besa el suelo, aceptando
la humillación como mandada por Dios. Quince días después de este
incidente, Elías cae enferma y tiene que guardar cama. La priora asigna
entonces a la Hermana Matilde para que le cuide y asista en todo. En esto demostró que no veía nada
reprobable en la conversación de las dos carmelitas, y que, al parecer, había
actuado de esa forma solo por acallar
los espíritus malintencionados de las monjas y devolver la paz a la comunidad
que se mostraba algo escéptica con respecto a Elías. La Madre, no obstante, quería
saber qué acontecía en el educantado. Escuchaba ciertamente. Era un arte que
se le daba de maravilla. Comprendía que, cuando Elías hablaba, no era nunca
de ella misma. Si algo refería era siempre de Dios. Según testimonios de otras
hermanas del monasterio, la Madre Angélica tenía bien puesto el nombre, pues
todo su trato era como de ángeles. Según la Madre Ana La Volpe, la
priora estimó y quiso mucho a Elías. Los motivos: su virtud y sus
innumerables cualidades que se traslucían en la franqueza y en la fidelidad
con que vivía en medio de la barahúnda que suponía el educantado, su entrega
a Dios en la Orden del Carmelo Descalzo. Lo que pasaba era que por su
carácter y temperamento conciliador, escuchaba las quejas que de la joven
carmelita tenían otras monjas. Esto a las claras, hacía sufrir mucho a
nuestra corderita. Elías por otra parte no podía
desteñir ni borrar de su mente la familiaridad y el cariño con que fue
educada en las Hermanas de Asís. Recordaba, sobre todo, a la Madre Angélica,
que más que maestra, había llegado a ser una verdadera madre. Conocemos del discurso de Elías en
sus pláticas con las educandas, pues según testimonios oculares: “Hablaba de
Jesús, de la virginidad, del cielo sobre todo, de la vanidad y lo fugaz de la
vida, suscitando un verdadero entusiasmo comprensibílisimo, que terminó
preocupando a la directora. Sobre todo vigilaba la Hermana Colomba por los
peligros de morbosidad de los cuales era menester preservar a las alumnas.” Las sospechas, al principio,
fueron convirtiéndose en palabras, y las palabras metamorfizaron fácilmente,
hasta crearse entorno a la pobre jovenzuela un ambiente tenso de
incomprensión y de aislamiento. Incluso su compañera de noviciado reconoció
que durante este periodo de muchos dolores de alma para la joven biografiada,
ella aumentó sus penas y sufrimientos marcando distancias sin razón. Por otra parte, Elías se mantenía
al margen del origen y centro del conflicto. No podía explicarse qué
acontecía a su alrededor, ni los motivos de la distancia a veces tan claras,
ni los cambios de comportamientos de algunas hermanas hacia su persona. Eso sí, no cuestionaba la
obediencia, amaba a la directora, respetaba a las demás hermanas de la
comunidad. Si de alguien dudaba, antes que hacerlo de todas, era de ella
misma. La Madre Magdalena, supriora y
maestra de novicias, quien en tiempos del postulantado no había comprendido
bien a la joven, simpatizaba ahora mucho con ella. Contrariada alguna vez por
la incomprensión con que se le trataba, preguntó a la Hermanita: - ¿Cómo te trataron las hermanas
en el educantado? -
No se puede desear más, Madre, mis hermanas son todas ángeles. Según la Hermana Clementina, esta
forma de actuar de la Elías, no era una postura aparente de virtud ficticia y
desmentida. No. Era su forma de analizar y proferir juicio. Según cuenta la misma testigo:
“Cuando en el monasterio se recibían noticias de persecuciones en contra de
la Iglesia, mientras todas lo
reprochábamos, la Hermana Elías, siempre caritativa con todos, perdonaba
compasiva diciendo, que nosotros en esas circunstancias posiblemente lo
hubiéramos hecho peor, sin la gracia de Dios” La Cruz que había indirectamente
pedido el día de su profesión cuando definió tan perfectamente el ideal del
Carmelo, le salía al encuentro. ¿Qué le quedaba por hacer? Ofrecerse en esa
Cruz al AMOR… pasar por la experiencia dolorosa del martirio de corazón. Al alba del 8 de diciembre de
1924, en su celdita del educantado, hace el voto de lo más perfecto. Es un
nuevo empeño, un voto que en privado añade a los otros tres que pronunciara
en su profesión de votos simples, pocos años ha. Desde esa hora, promete
ofrecer a Dios en el secreto de su alma un último vínculo con la voluntad de
divina, hora por hora… día por día, mes por mes, año por año, vida…su vida.
Desde su libertad, Elías quiso con esto dar a Dios no solo lo mejor, sino
todo. De manera que lo que hiciese, dijese, pensase, y aún sintiese…
estuviera siempre al servicio del Señor y de su Reino. Este voto, hecho de forma grave y
formal, exige del alma y presupone una facilidad de control y de autodominio
considerable. Por más que quieran explicarlo psicólogos y moralistas, la
actitud de los santos, y más concretamente de Elías, les quedaría difícil.
Creo firmemente que la ciencia que trasciende toda la razón, es la ciencia de
Dios, aun cuando existan vías para probar su existencia. Cuando Él quiere, da pruebas que
escapan a todo razonamiento lógico, teórico y conceptual. Tal es el caso de
Elías. Es verdad que quería Elías, pero… ¿Quién sino Dios la obsequió con su
gracia para cumplir sus votos con fidelidad hasta su muerte? En este nuevo empeño, Elías fue
asesorada por su Director Espiritual, que como ella, llevaba el nombre del
profeta del fuego… símbolo implícito quizás, del celo que ardía en el corazón
de ambos por la honra de Dios y el bien de las almas. Se llamaba, Padre Elías
de San Ambrosio. Al principio, Elías, ante el voto,
se mostró desconfiada, asegurando que no iba conforme al caminito de la
“Infancia Espiritual”, el legado más hermoso de su querida hermanita de
Lisieux. Luego, a mucho insistir por parte del Padre Elías y la Madre Priora,
se inicio en él con el mayor de los abandonos y la más probada confianza. Fe y libertad nacidas de un
corazón que tras los muros de aquel monasterio, se consideraba la más
emancipada de las aves del cielo. Escribe con su sangre: “Dios mío,
para vivir contigo en el más perfecto amor, hago voto de hacer eso que en el
momento de obrar, parezca lo más perfecto y de mayor gloria tuya. Dios mío, dígnate a aceptar este
sacrificio… y confirma con tu divina gracia mi debilidad, para que tu fuerza
siempre me sostenga. Amen. Hermana Elías, esto, Dios mío, lo
sello con mi sangre ” Aún no termina. Como broche, firma
con la sangre de su dedo y sigue escribiendo el acto de ofrenda al Amor
Misericordioso de Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz. “¡Para vivir en un acto de
perfecto amor, me ofrezco como víctima de holocausto a vuestro amor
misericordioso, suplicándote me consumas sin medida, dejando inundar en mi
alma las olas de infinita ternura que están escondidas en ti, y así alcanzaré
la fortaleza, para devenir mártir de
vuestro amor, Oh mi Dios! Que este martirio, después de
estar preparada y comparecer delante de ti, me haga finalmente morir, y mi
alma se lance sin ninguna tregua hacia el eterno abrazo de vuestro amor
misericordioso. Quiero, mi querido, que todo latido del corazón renueve esta
oferta un número infinito de veces, a fin de que, desvanecidas las sombras,
pueda repetir mi amor en un “cara a cara” eterno.” Ambiciona Elías que el amor que la
inunda, sea expresado a través de su propia sangre. Besa la hoja, aun húmeda.
La abraza, poniéndola junto a su corazón. Son estas palabras el ideal que le
va quemando dentro… su respuesta. Pasa el tiempo, y el educantado
sigue siendo el mismo, con todo lo que trae incluido: las diferencias,
celillos, alguna que husmea detrás de sus clases con tal de saber que hace y
habla a las alumnas. Más todo, ahora se desvanece en su corazón como la
niebla de la noche ante la llegada del sol. Elías, mientras tanto, va
dejándose cosechar por el divino labrador, en silencio y soledad. Vive
dándose al Amor en todo instante y momento. Hace espacio en su alma, para que
le habite la gracia de Dios: Para con ella y para con todas sus hermanas. “!Oh Dios mío, oh mi todo! Tú solo
ahora eres la alegría de esta pobre alma, y el pensamiento de que, para ser
comprendida por ti, basta callar.” Es en un mutuo silencio donde los
corazones se comprenden; el corazón de todo un Dios y el de una miserable
criatura. Todo esto acontece en la mañana
del 8 de diciembre de 1924. Está Elías unida por gracia de Dios, plenamente
al misterio de la Cruz. Sus momentos, son todos momentos de abandono y
confianza en el Señor que la crucificó con Él. No dice nada a nadie. Al exterior
tan igual…como siempre. Más en su alma, tiene la plena seguridad de que ha
aceptado Jesús su ofrenda… su donación desinteresada del corazón… ofertorio
de sangre. Mientras se filtran los días, su
vida transcurre en ritmo monótono, pero no desprovisto de sentido. El
educantado, el progreso humano y espiritual de sus alumnas, el trato amistoso
y respetuoso con todas, las largas horas de trabajo frente a la maquina de
coser… sus diálogos de amor con Dios… su ocupación más sublime: ser verdadera
victima en su divino holocausto. El voto de lo más perfecto y la
ofrenda de sí misma al Amor Misericordioso traslucen su más importante
empeño, la perfección evangélica y el abandono de toda su vida en Dios. Con este
acto de ofrenda y con el voto, puede decirse que Elías entra en el centro y
corazón del Caminito de la Infancia Espiritual… doctrina toda de la santita
de Lisieux. Con este infantil espíritu y
trayendo a su mente con periodicidad las palabras del Señor: “…de los niños
es el Reino de Dios”, Elías pronuncia sus votos solemnes. Recibe el velo
negro de esposa de Jesús. A través de esta ceremonia de velación, Elías dice
un adiós definitivo al mundo. Se desposa para siempre con el nazareno de la
Cruz. De todas formas, por mucho que
tratemos de hurgar en los significados y sentidos, debemos recordar que los
símbolos aunque hablan de una verdad, no la contienen. Son imagen, no
exactitud. De seguro, más sumamente bella era
la fiesta de bodas que en los recovecos del corazón, escondrijos reservados
solo al Esposo de las Vírgenes, había preparado Elías con tanto esmero
durante los años de formación en el Carmelo. Llegaba el momento de decir un
Sí con sabor a eternidad. La celebración se fijó el 11 de
febrero de aquel año del Señor de 1925, fiesta de la Virgen de Lourdes. Por
primera vez en este tipo de celebración, se utilizó el ceremonial nuevo del
Carmelo Descalzo. Esa mañana, lucía monísima la diminuta iglesita del Carmelo
de San José, llena de amigos y familiares. Oficiando, el Señor Arzobispo de
Bari. El coro de las religiosas
interpretó en gregoriano el canto de las esposas vírgenes. Terminado el
canto, en el silencio profundo de la asamblea, compuesta por monjas y fieles,
el Arzobispo invita: Venid, esposa de Cristo. Lista está la esposa, ataviada con
galas de pobreza y virtud para encontrar a su amado…donde quiera se presente.
Dispuesta está a fin de que sea amado y se sienta amado. Elías, entonces, avanza con la
vela encendida, envuelta en la blanca capa y entonando lentamente las
emocionantes notas del canto: Tómame, Señor, según tu palabra, que yo viva en
ti. Y tú no defraudes mi esperanza. El Obispo extiende entonces las
manos hacia la rejilla y le pone el velo, signo de su consagración por
siempre al Amor. Vuelve entonces la profesa al medio del coro. Allí está su
comunidad y sus amigas. La Iglesia de la tierra y del cielo, han escuchado su
Fiat, su sí al Señor. Un sí que no se despintará ni en los momentos más duros
y tristes. Le aguardarán algunos sinsabores…
pero ahí esta su opción al Amor… y estará todos los días de todos los años de
su vida. Pocos días de destierro le quedan. Mas ya se ha ofrecido
concientemente. El Esposo puede hacer de ella lo que quiera. Aquel año de 1925, fue proclamada
santa su tan querida Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, sólo tres meses
después de su profesión. Es muy fácil y deducible imaginar las alegrías que
la embargaron en estos días. Se esmeró mucho para preparar la celebración en
la iglesia del monasterio. ¿Con cuánta alegría no habrá recibido Elías la
noticia de la canonización, ahora que se encontraba en el mismo corazón del
Caminito de la Infancia Espiritual? Sobran las deducciones y conjeturas; es
de sentido común. La Hermana Dorotea, cuenta que en
el día de la fiesta de Santa Teresita, la vio apoyada en la rejilla del coro,
orando y llorando inconteniblemente. La Hermana Ana por otro lado, se le
acercó para preguntarle que le sucedía, a lo que ella respondió: “Santa
Teresa no me ha hecho la gracia de morir en su día… habría querido estar en
el cielo con ella.” La profesión de la Hermana Elías,
fue como la de su entrañable hermana Teresita del Niño Jesús, toda “velada de
lágrimas”. Escribía al Padre Elías con ciertos sufrimientos del alma: “…mas
no deseo en esta vida sino consumirme de amor y desaparecer a toda mirada
humana.” En contestación, el Padre Elías le
escribe desde Roma… como habiendo escrutado el profundo significado de sus
palabras. Su buen director conocía el momento que Elías vivía, la situación
de la comunidad y sus predisposiciones hacia ella, sus votos perpetuos recién
pronunciados, sumando a esto el voto de lo más perfecto y la ofrenda al Amor
Misericordioso: No tema la furia del infierno. Es el signo evidente que el
gran voto desagrada al enemigo de todo bien… Porque el voto que conduce a la
máxima unión con Dios agrada al Esposo Celestial, es para él de sumo agrado…
Así su “conversación” será ahora ya con el cielo solo. ¿No es verdad, buena
hijita?... ¡La paz y la alegría que le da el Señor no disminuirán más, ni
siquiera en las pruebas y aflicciones de espíritu… porque Jesús quiere que
siempre más te asemejes a él, Rey de los Mártires! ¡Oh, cuan bello es sufrir
por Jesús, que suerte tan envidiable es ésta! También le aconseja el Padre
que se confíe a las Madres, ellas sabrán guiarla y conducirla por caminos
seguros…aun en la más oscura noche. Elías con esmero, pone todo su empeño en
cumplir lo aconsejado por el Padre. Hacia finales de junio de ese
mismo año recibe en el locutorio del Carmelo la visita del Padre Elías. Mucho
más que en las cartas, Elías puede abrirle su alma y abandonarse a sus
consejos ciegamente como en Dios mismo. Necesitaba y deseaba mucho alguna
palabra de consuelo y cercanía, ahora que tan mal lo estaba pasando… ahora
que, poco a poco, el Señor consumía su holocausto experimentando en cuerpo y
alma, la pasión del corazón y del espíritu. En ocasiones le asaltaban
tentaciones: ¿He pecado verdaderamente? ¿Habré hecho mal a las alumnas que he
creído amar? ¿Y la gloria de Dios? El sufrimiento
se aseguraba tremendo. Ya entrada en el retiro para su profesión solemne,
había dicho a la Hermana Matilde: “Hazme la caridad de decirme si habéis
visto, durante el educantado, cualquier cosa de mal en mi proceder. Mañana,
debo confesarme, quisiera reconciliarme bien con el Señor y pedirle perdón.” Se criticaba mucho a la pobre
Elías. Algunas pensaban que el afecto que sentía por las alumnas era un
afecto natural. Me consta – dice la Hermana Teresa- que la Hermana Elías,
inspirada por motivos sobrenaturales, ejercía su apostolado entre las
alumnas, tomando para sí todo género de mortificación que el Señor le
quisiese mandar. Elías conoce la doctrina de su
Padre San Juan de la Cruz: El alma sola, sin maestro, que tiene virtud, es
como el carbón encendido que está solo: antes se irá enfriando que
encendiendo. Por eso confía su drama y secreto a su Director. Apuntó para
suerte nuestra, los resultados de su consulta en un cuadernito de 8x5, de
éste sacamos la nota que sigue: Hoy Nuestro Reverendo Padre Elías me aseguró
en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo que mi alma ha sido
preservada en modo muy particular de conocer siquiera mínimamente el mal que
llena el mundo. Después de haber
escuchado mi confesión general, el
buen y santo Padre Elías, alzando la mirada al cielo, mientras su dulcísima
mano se posaba sobre mi cabeza, ha proferido estas conmovedoras palabras:
Hija, en nombre del Señor te bendigo y te aseguro que es grande su amor por
el alma de vuestra caridad. Prosigue siempre en este suave camino de
ascensión que lleva su alma. Jesús, está muy contento. Está más que comprobado que en la
noche del espíritu, el alma alcanza madurez para afrontar los sufrimientos
con entereza. Ya lo decía el poeta de las noches y primer descalzo: El
espíritu bien puro no se mezcla con extrañas advertencias ni humanos
respetos, sino solo en soledad de todas las formas, interiormente, con
sosiego sabroso se comunica con Dios, porque su conocimiento es en silencio
divino. Un psicólogo diría, que mientras
la persona va perdiendo sus seguridades humanas y materiales, necesariamente
y en el afán de solucionar el conflicto, sea del tipo que sea, va encontrando
otras soluciones, ya no tan ajenas a sus objetivos anteriores, quizás más
utópicos que alcanzables. Va como reestructurando su campo y adhiriéndose
consiente o inconcientemente a objetivos sustitutos que remedien la falta y
atenúen el conflicto. Van rellenando el vacío existencial que dejan las
cosas; explicando racionalmente muchas, justificando otras con mecanismos de
defensa. En fin… enfrentando o evadiendo su situación según sus propios
recursos personales y humanos. Tiene algo de cierto todo esto, más no todo es
tan prefabricado desde el consciente y el inconsciente. Lo que pasa entre el alma y Dios
al entrar ésta en la noche oscura de los sentidos, es la transformación y
maduración, el encuentro de lo total y solamente esencial y eso, ante nada,
es don de Dios. No se puede alcanzar si ese mismo Dios, antes y después de la
noche, no sigue siendo el centro de la vida del individuo. Va pasando a oscuras, buscando,
muchas veces tanteando… encontrando pocas o ninguna respuesta a su estado.
Pero, a pesar de abandonarse, confiar, saber que no se está solo nunca, Dios
no abandona. Cierto es que se pierden las
seguridades, pues son como palillos de romero seco… las tenemos hoy, mañana
quizás se ausenten para siempre. Son nada y vacío. La Beata Isabel de la Trinidad,
incursionando en sus cariñosas cartas sobre el tema de la confianza, obsequia
a su madre querida con frases de aliento: Adiós querida mamá. Ofrécele todo
lo que hiere tu corazón, confíale todo. Piensa que tienes en tu alma día y
noche uno que no te deja jamás sola. El alma se va aficionando a solo
Dios… no le ve, muchas veces no le siente…pero Él está muy cerca y aunque la
fe también se vuelve noche… y noche oscura… Dios da su gracia para seguir y
pasar a la otra orilla, donde resplandece su luz. Todo es gracia de Dios y
voluntad del alma. Que Dios, sabemos, no fuerza nunca. Elías ha experimentado esta noche
oscura y lenta durante su vida religiosa. Contra la noche existe un antídoto,
el único eficaz: poner nuestros cuidados en el olvido… mirar a Dios, si le
vemos o sentimos… ¿Si no? Abandono total, sin nada para mirar, ni querer, ni
gustar, ni tener… ni, ni, ni…tantas cosas que pasan. De seguro, casi al término de su
vida, podía decir lo que dijera en los primeros días pasados en el Carmelo:
“A la tempestad, sobreviene la calma, el cielo se hace sereno. Posiblemente
son pocos los pedazos de cielo claro a lo largo del camino, pero el rayo de
pura fe que no se eclipsa jamás, vuelve fácil la hazaña.” Elías no nos ha detallado su
noche, como tampoco puntualiza los momentos de luz intensa al interior de su
alma. No descartemos la simultaneidad de estados y experiencias en su vida de
carmelita. Muchos secretos nos están reservados para el cielo. Allá, si somos
fieles, veremos a Elías. Quizás podamos preguntarle muchas pinceladas y
pormenores, que sólo podemos desde nuestra finitud intuir hoy. En sus escritos, por momentos, nos
deja al descubierto su alma: “Verdaderamente sola, todo calla entorno a mí,
lejos de toda mirada humana mi alma se sumerge en un profundo silencio.
También Jesús se esconde y la pequeña celdita se torna desierto. Si a alguien
le fuese dado entrever algo, a consecuencia del susto me diría infeliz… ¡Pero
no! Si en vez de esto, le fuese dado penetrar en mi corazón, se encontraría
una celestial armonía. Él (corazón) eleva en dulce abandono el canto de amor y
consiente quedarse, si a Jesús le place, para toda la vida religiosa en este
feliz estado, sin cansarse nunca.” Otra vez escribe: “El soplo de tu
amor, ha lanzado el pequeño granito de polvo en el fuego de las
tribulaciones…” Ha asimilado muy bien la doctrina
de la santita de Lisieux. Se encuentra ahora inmersa en la pequeña vía. Ya
que por su reconocida pequeñez no puede ofrecer mil grandes hazañas al Señor,
le ofrece a cambio su existencia, y se confía a él, sabiendo que le tiene a
su Señor, enamorado el corazón. En palabras de Santa Teresita, el
camino recorrido por Elías se podría resumir en pocos párrafos: “Jesús se
complace en mostrarme el único camino que conduce a esa hoguera divina: ese
camino es el del abandono de la criatura que duerme sin temor en brazos de su
padre… Jesús no pide acciones extraordinarias; se contenta con que le
demostremos confianza y gratitud.” El 17 de septiembre le escribe su
director desde Monza: “Buena hijita en Jesús. ¿Le ha mostrado nuestra buena Madre el “Ecce Homo” que le
mandé? Diga que se lo muestre y que se lo preste algún día. Desearía que este
día fuese viernes. ¡Delante de esta imagen renueve con mayor generosidad su
inmolación a Jesús, Esposo de nuestras almas! ¡Verá entonces disiparse las
tinieblas y resplandecer con celestial ardor el Santísimo Rostro del Redentor
que andaba por los caminos de Palestina siempre sonriente, siempre haciendo
el bien! ¡Oh, sí, Nuestro Buen Dios no tenía ninguna preocupación por sí
mismo: todo lo remitía a su Padre Celestial de los Cielos! ¡Oh hija, hija
mía! … abandónese con toda la confianza de una niña en los brazos amorosos de
Dios, que no la desea perpleja y dudosa, sino más desenvuelta y generosa… La
caridad suya cubrirá los defectos del prójimo. Recuerde que a las personas debemos
aceptarlas como son, y no como quisiéramos que fuesen. Nosotros, orando e
inmolándonos: lo que falte lo hará el Señor. Si tuviésemos todo seguro, ¿Qué
podríamos entonces sufrir? ¡Qué víctimas más cómodas seríamos! La bendigo
tanto, tanto, y esté tranquila que la llevo conmigo a Lisieux.” De esta forma, la anima a seguir
confiada el camino que le lleva muy apurada, a la vez que le aconseja ser
siempre muy caritativa a la hora de evaluar y pensar en los defectos de las
demás. Olvido de lo creado, Memoria del creador, Atención a lo interior, Y estarse amando al Amado. El día de la asunción de la Virgen
del mismo año 1925, su querida hermanita Dominica, entra al Carmelo de San
José de Bari. Por motivos de construcción, y por no estar aún terminada la
nueva ala del monasterio, las celdas no alcanzan. A Dominica se le asigna la
misma habitación de Elías. Es Dominica para Elías don de Dios. ¿No estará
desbordante de alegría nuestra corderita al ver a su hermana y confidente
ocupando su misma habitación… y más que esto, tratando de subir la escarpada
hacia al cima del Monte de la Perfección en su mismo palomar? Está claro. Sin embargo, el consuelo lo calla
y lo saborea. No es un consuelo sensible, lleno de besos y palabras de
comprensión y ánimo. El consuelo que recibe, humanamente hablando, es el de
su presencia… y el saber de su entrega al Amor. ¿Qué más consuelo que ver a
los que más se aman, abandonados en Dios… rindiendo todo, sin reservas ni
medias tintas? Por estas fechas termina el año
escolástico. Para Elías, con respecto al educantado, serían vacaciones
eternas. Nunca más la verían las alumnas compartiendo con ellas pensamientos
de cielo y barro. Por todo aquello que sin razón se
había propagado entre el personal calificado del educantado, se sacrificó la
flor más humilde y pura de entre las que lo adornaban. Pese incluso a quejas
de las jovencitas ante las autoridades y la misma directora. Elías por su parte, aunque le
costaba, sabía soportar con mucha paciencia, obedeciendo al mandato de la
priora, como mandato del mismo Cristo. Para ella, todo terminaba allí. Justo
frente a la imagen de Jesucristo aconsejada por su Padre Espiritual. Reza: “La pequeña niñita,
aferrándose al trono del Rey Celestial, tiende su mano pidiendo caridad. Demanda
de corazón una chispa de su Amor y un granito de verdadera humildad. Y, si Jesús duerme, “la pequeña
Elías”, doblando la cabeza sobre sus rodillas, aguardará a que se despierte.
Y si a Jesús le place dormir siempre, sin cansarme jamás, esperaré posiblemente
hasta el último día. Estaré igual de contenta porque me satisfago de mirarlo,
amarlo y agradecerle.” Ante la miseria humana y
espiritual, ante todo lo que la invade y la humilla, ante sí misma, ve claro
lo trascendente e inmanente. Sabe Elías que Jesús vela por ella, como el
centinela la aurora. No la dejará jamás el Guardián de Israel. Elías es cosa
y posesión suya… la niña de sus ojos. ¿Quién y qué será capaz de separarla
del amor de Dios? “Mi Querido, ¿Qué me podrá separar
de ti? ¿Qué será capaz de romper esta fuerte cadena que une estrechamente mi
corazón al tuyo? ¿Quizás el abandono de las criaturas? Esto verdaderamente es
lo que une el alma a su Creador. ¿Quizás las tribulaciones, las
penas, la cruz? Son entre estas espinas, donde el
canto del alma que te ama, es más libre y más ligero. ¿Quizás la muerte? Pero ésta no
será otra cosa que el principio de la verdadera felicidad para el alma. Nada, nada podrá separar mi alma,
ni por breves instantes de ti: pues fue creada para ti, y fuera está inquieta
si no vive abandonada en ti… En el ciego abandono hace ver a mi alma; pues en todo esto que
me ocurre, veo el amor de Dios.” A través de las experiencias
vividas por Elías en sus años de vida, puede afirmarse que existe al menos en
sus palabras y escritos, y mucho más si cabe en sus obras, plena conciencia
de la conducción Divina de su vida. ¿Ha tenido tiempo Elías para
meditar y descubrir al Dios que la ama y que nunca la ha dejado de la mano?
Seguro que sí. En el Carmelo el tiempo es monótono, la jornada se comparte
entre la oración y el trabajo; también existen horas equilibrantes de
recreación fraterna… retiro de celda y lectura espiritual. En el Carmelo de
San José de Bari, existía además la particularidad del educantado. A pesar de lo reiterativo de la
jornada, ésta no carece de sentido. Ni aún cuando hayan pasado muchos años
desde que se le comenzó a vivir. La historia del alma en el Carmelo, es la
historia del jardinero que goza cuidando el jardín real a diario a fin de tener
contento al Rey cuando le pluguiere visitarlo. El alma, en este caso, es el
jardinero, pues pone todo de su parte para que crezca en ella la virtud… a
pesar de reconocer que todos los esfuerzos sin la gracia, serían totalmente
inútiles. No nos extrañaría entonces que
Elías se sintiera embargada por Dios, sublimada y con deseos profundos de
proclamar sus grandezas. Ella, que se creía la menor y más indigna de todas
las carmelitas de San José, con las siguientes palabras dejaba entrever
cuánto agradecía a Dios el cuidado prodigado a su alma desde sus más tiernos
años: previendo el destino, disponía el corazón a buscar en la soledad y en
el silencio el centro de su reposo. “Él me pedía la renuncia de
todo…satisfacción temporal, alegrías espirituales… sí, todo yo a él ofrecía
con amor, deshojando sin reservas las flores pasajeras de esta vida mortal.
...” Aquello que desde niña vivía,
aquel sentir tan claro de la presencia de Dios en su vida, del llamado a la
donación total que le pedía, de sus caminos coronados de cruces… todo aquello
que desde pequeña por gracia de Dios añoraba, se solidificaba ahora en el
Carmelo. Bebió con profundidad de los torrentes de la espiritualidad
teresiana y sanjuanista. Le encantaba recrearse leyendo a Teresa del Niño
Jesús e Isabel de la Trinidad. Estos años en el Carmelo, le han
servido para aprender a buscar a Dios, que habita el centro de nuestra alma,
donde muchas veces no queremos llegar por miedos y cobardías. De San Juan de la Cruz ha leído
bien y bastante sus obras. Sabe que Dios, para ser encontrado, precisa que el
alma se despoje de sus vanidades y orgullos… de todo lo que la aprisiona,
para que al fin libre, vuele veloz al encuentro de su Amado, que escondido en
lo profundo del alma, no quiere sino que no exista nada más que Él. Bien nos puede hablar desde su
silencio la Hermanita Elías. Ha ido sustrayéndose de todo lo superficial. El
Señor también la ayuda, y en los mil acontecimientos de la vida claustral, va
enamorando su corazón y sacando de él todo lo que no lleva a la perfección.
Perfecto binomio para su santificación. Dios que vive en ella, ella que busca
al Dios que la habita. En 1924, recordando los inicios de
su vida religiosa escribía: “Comprendí al fin, con mi ingreso al Carmelo, que
el corazón fácilmente se siente apegado a las criaturas… por eso deseo
exiliarlo… Renunciando a todo, en la pobreza total de todo afecto,
encontrando completamente de esta forma, el querido y precioso amor de mi
Jesús. Ésta es mi riqueza, en quien he puesto toda mi felicidad.” Para no perderse en los afectos
hacia las criaturas, había puesto en el Amor de Dios toda su mirada. Era lo
más valioso que tenía. Recordémosla en el locutorio, queriendo ser la última
de todas las flores, la más sencilla, que con solo su perfume ensalzara a
Jesús. Recordémosla en las visitas frecuentes que se hacían para la comunidad
en el locutorio, siempre la última, oculta entre las demás. Escondía a la vista de los demás
todo lo que podía: sus dones naturales, sus virtudes, las gracias recibidas
del Señor, sus sufrimientos de cuerpo y alma. Ana la Volpe recuerda que, cierta
vez, el Padre Mateo Wrawlei, famoso apóstol del Sagrado Corazón, en una
conversación con las monjas del monasterio, pronunció esta maravillosa frase
casi como consigna: “Es necesario custodiar la virginidad del dolor”. Elías
lo traduce diciendo que es necesario callar y custodiar el dolor con el pudor
de las vírgenes. Esto reclama para la pequeña Elías, todo un programa de
vida, basado en la mayor perfección y ocultamiento de las criaturas. Una hermana de la comunidad,
después de su muerte, diría: Digo que la Hermana Elías sufrió mucho. Yo no
puedo decir otra cosa, sino que a pesar de todo, la vi siempre riendo. Es fácil descubrir durante este
periodo de la vida de Elías tempestades interiores fortísimas. Podríamos
llamarlas huracanes de gran intensidad, si fuera posible medirlas por la
escala de Saffir-Simpson, con categorías al menos entre 4º y 5º
grado. Y esto, deducible por sus escritos y por los pocos elementos
externos que se transparentan de su vida. Al dejar sus labores en el
educantado, no fue elegida para desempeñar ningún otro cargo en la comunidad;
a esto podemos sumarle la actitud recriminatoria de algunas hermanas, que se
alejaron visiblemente de Elías por parecer peligrosa o porque, en realidad,
no era de su agrado. Cualquiera de la dos hipótesis
podía ser causante y desencadenante de las conductas, a veces poco
entendibles, de algunas monjas. O en el peor de los casos, coexistir las dos
complementándose. La Madre Angélica propone, en el
Capítulo de la comunidad, a la Hermana Elías como consejera. No fue, sin
embargo, aceptada por motivo de su corta edad. Esa fue la excusa, la razón
otra. Un día, hablando la Madre Priora con
la Hermana Celina, le comentó que, a pesar de tener el monasterio como un
gran tesoro, no podía admitir ni servirse de los celos de algunas monjas. De
esta manera, ratificaba una vez más, la buena Priora, el afecto y cariño que
profesaba a Elías, incomprendida y envidiada: “Pero mira un poco como ha
estado de prudente tu hermana”–decía a la Hermana Celina- “no ha dicho nada a
nadie, no ha hecho ningún rumor, y yo sé que le ha constado trabajo. Es
verdaderamente una santa”. Sabemos nosotros cómo sufrió Elías a causa, sobre
todo, de lo que pensaban de ella.
Pero… ¿Acaso ya no tenía Elías sus cuidados entre las azucenas olvidados? Elías se había portado
prudentemente, pero… ¿Cuánto no debió haber sufrido? El 10 de diciembre de
1927, quince días antes de su muerte, hablando con la Hermana Dorotea le
comentó: “Todas las amarguras las estoy saboreando en el pequeño cáliz de mi
vida…” Luego, de brevísimas palabras,
reduce estas amarguras al menor de los grados, para ella es mucho mayor y más
importante la eternidad que espera alcanzar, tornando su rostro a su antigua
sonrisa. “Conmigo - nos dice la Hermana
Celina, su querida Dominica de otros tiempos- no se lamentaba de los
sufrimientos morales causados o encontrados en la comunidad, y mucho menos
con las otras… Al atardecer del último Jueves Santo de su vida, la vi toda
roja, con los ojos velados de llanto. El día después, por haber insistido en
demasía, quiso responder a mis preguntas: “Esta noche Jesús me ha hecho una
gran gracia: Me ha avisado que me regala una fuerza irresistible para
soportar toda cosa, capaz de hacerme caminar por carbones encendidos.” Empeñada en que me dijese el
motivo de sus sufrimientos, me respondió: “Hermana Celina, tranquila, es la
voluntad de Dios que se cumpla su proyecto””. Para eso vivía aquella corderita,
que desde tierna edad, Dios la había escogido como víctima de su Amor
Misericordioso. Aquel proyecto del que hablaba frecuentemente Elías y que era
motivo de meditación, quería dejarlo fluir y expandirse aunque doliera el corazón,
así tuviera que cortar ella misma su carne para glorificar a Dios. Aquella
ofrenda generosa de sí misma sellada con su propia sangre… ¿Acaso no decía
también que todo su cuerpo y la vida misma representada por su savia carmesí,
eran heredad del Señor? Y así, con toda la naturalidad del
mundo, aceptó lo que Dios quiso mandarle. Mientras tanto, el incensario
divino quemaba a fuego lento la fragante especie de sus sacrificios,
prodigando fortaleza en las tinieblas a aquella alma sensibilísima y
cariñosa, ahora desprovista de todo cuidado y cariño sensible. Allí, en su celda, horas de
alegrías y de sufrimientos, de cielo y de barro, de dones de Dios y de
arideces, de bonanzas cortas y largos huracanes se iban sucediendo ininterrumpidamente. Allí, al pie de la
Cruz sin Cristo que coronaba el jergón de su celda, ofrecía cada cosa por
pequeña o grande que fuese por el ideal por el que sabía, la había congregado
Jesús a la Orden de la Virgen Santísima. En 1922, segundo año de noviciado,
algunos meses después de su profesión de votos simples, escribía: “El alma encuentra su quietud en
el propio silencio del corazón, ocultándose a las miradas de las criaturas,
no deseando ser comprendida ni conocida, sino solo de su Señor.” “He encontrado tantas veces que
una larga conversación, aunque con buen propósito de revelar a las criaturas
aquello que el Señor reserva para decir él solo, después me ha dejado un
vacío incomprensible, haciéndome gustar agonías de muerte. La calma retorna solo después de
haber pasado algunos minutos a los pies de Jesús, hablando con largas miradas
en un profundo silencio. Como solo Jesús es el todo de esta alma.” Elías no vive en completo olvido,
sabe que aquel que la ama más que ella misma, no la deja, aunque sea difícil verlo
o percibirlo en algunas ocasiones. Eso sí, trata de ser la última, y no
procura ser comprendida por las criaturas. Solo Dios basta, es el lema que le
viene a la mente tras respuestas descorteses o miradas inquisidoras. ¡Solo
Dios Basta Elías, que solo Dios te baste! Así nos habla esta alma que ha
subido con su Maestro, camino de la Cruz… y como tesoro solo le queda eso: la
Cruz. “La tierra ha perdido todo
atractivo para mí. Todo me cansa fuera de mi Dios… siento mi corazón libre de
las cosas, no pueden entristecerme los dolores, y ni siquiera consolarme las
alegrías, ya que toda mi felicidad esta puesta en Dios… A las criaturas, siento que puedo
amarlas en el Señor y puedo confesar al cielo y a la tierra que nada ocupa mi
corazón… Solo Dios me basta. Mi alegría radica en verme pequeña
y débil en los brazos de mi Padre Celestial y atender solo a Jesús en todas
sus cosas… su aliento es mi vida… en el silencio de mi corazón Él ha
establecido su morada… No deseo sino eclipsarme por mi Jesús. De las criaturas
no deseo sino las humillaciones, para que sea de ellas completamente
olvidada.” ¿Dios se ha olvidado de Elías? Es
la pregunta que podríamos hacernos. Es una tautología responder una pregunta
con una pregunta… pero cabría preguntarnos. ¿Dios es quien verdaderamente
olvida el pacto entre Él y el hombre? ¿Alguna vez en este exilio, Dios ha
tomado la iniciativa en el distanciamiento con la humanidad? No. La respuesta
sería un rotundo No. De eso vivía más que convencida nuestra jovencita. “En el dolor, me lanzo al
infinito, donde encuentro a mi Dios sin perder ni por un solo instante la paz
inalterable, íntima y profunda que invade mi espíritu…. Hace bien Jesús al esconderse,
porque siento que no podría vivir mucho en esta tierra de exilio, si su
adorable presencia fuese sensible a mi alma. Siento que es amo absoluto de toda
mi existencia. Siento que Él es Rey de mi pobre corazón, mi único amor.
Siento que Él vive y mora en mí con su gracia, pero todo esto en las sombras,
quitando a mi corazón toda satisfacción. ¡Oh! Cómo es de bueno este Divino
Maestro y cuán dulce es para el alma amarlo en la pobreza absoluta de toda
cosa.”
XXI.
UNA GOTA EN EL MAR Perderse en Dios, encontrarse en
Cristo, ha de ser la aspiración de toda alma consagrada. Más aún para una hija de Santa Teresa; para quien
morir, no es morir. “He renunciado a todas las cosas
de este mundo a fin de ganar a Cristo” Bellas palabras del apóstol San Pablo.
Leyendo los escritos de Elías y repasando su experiencia, vemos una similitud
inmensa entre el mensaje paulino y su vida. “Oh mi amable Jesús, imprimiste
vuestra adorable imagen en mi alma, y la mía en vuestro Divino Corazón, donde
yo no pueda ver otra cosa sino a vos, belleza eterna, y a la vista de tu
encantadora belleza, … tornar embelesada y perderme en ti.” Viaja Elías por un camino
escabroso, no hay dudas, pero directo y sin escalas al cielo. Camino de fe,
de abandono, de espinas, de constante Cruz, de muerte a sí misma, a sus
gustos y aficiones. “En ti, mi dulce bien, en ti, océano infinito, quiero perderme como una gotita de
agua. Y en profundo silencio deseo vivir sepultada. Quiero fijar en ti, Sol eterno, mis pupilas para no ver más las cosas de aquí
abajo.” Rememora con frecuencia sus primeros
años en el Carmelo. Agradece con insistencia a Dios su vocación y la
perseverancia concedida. El 24 de noviembre, en el cuarto aniversario de su
toma de hábito, escribía: “Cuando pienso en mi toma de
hábito y en el primer año de noviciado, no puedo sino llorar de gratitud
hacia el buen Dios que, delicadamente, supo trabajar en mi alma y excavar en
el silencio y en el olvido los fundamentos de una felicidad que será perpetua
hasta en el Cielo. ¡Oh! Tales recuerdos me hacen
mirar apresuradamente al infinito. Me parece ya gozar de la dulce sonrisa de
Jesús y recibir sus eternos abrazos.” Elías aprende aventajadamente en
la escuela de San Juan de la Cruz. Toma a menudo sus pensamientos y palabras.
Su doctrina ha sido para ella guía
inequívoca estos años en el Carmelo. Buscar para sí “Nada de nada”. Ha deseado por mucho tiempo esta
plena unión y fusión de alma con Dios. Ahora, en estos últimos años de vida,
va experimentando momentos divinos. Siempre más olvidada de sí y de todo.
Siempre más dentro: escondida en el mismo misterio del Dios al que ama. La decisión absoluta y tajante de
vivir para Dios hasta perderse en Él, la lleva dentro desde sus primeros años
de vida monástica. Lejos de apagarse sus deseos, los días silenciosos en el
Carmelo redoblan su antiguo celo. Tenemos que argumentar que, lejos
de lo que piensan las personas, entre ellos muchos católicos, la soledad del
Carmelo, es una soledad que da temple y prepara al ser humano para luchar con
coraje por Dios y por la vida… hasta consumirse, si fuese necesario, en el
puesto de batalla. Desde el silencio, el retiro, la
clausura, la oblación diaria y escondida, la carmelita libra su propia
cruzada contra el enemigo de las almas, dilatándosele el corazón, pues el
botín que alcanza terminada la ofensiva, beneficia a la protagonista y a
todos los que se encomiendan a sus oraciones. Muchas veces, es de notar que
el premio con que le paga el amo por quien pelea, es alivio para los
demás…bendiciones…cruz a secas para ella…bendiciones. Podría parecer un antagonismo,
pero no. El laurel conquistado, la cruz regalada por Jesús a la carmelita, es
para ésta el trofeo más grande y glorioso con que se pudiera condecorar a un
héroe…pues es en la cruz donde encuentra a su Rey…a su Esposo…a su Dios. ¿Qué
más pudiera pedir una pobre descalza? ¡Dios! Centro de mi ser, meta de mis suspiros. ¡Dios! Reposo de mi inteligencia, quietud de mis afectos, mi primer y último fin. En este pensamiento, escrito
probablemente en 1923, mucho antes de su profesión solemne, Elías revela el
rumbo espiritual de su alma de carmelita: fuerte experiencia de Dios, deseos
de amor y de amar que crecen y se hacen más profundos a medida que se acerca
la hora del encuentro definitivo. “Yo te siento, Dios mío, presente
en mi alma y siento muy bien la fuerza que viene de ti, bondad infinita.
Después de haberte buscado tantas veces, te encuentro en el centro de mi
alma.” El día de su profesión había
realizado el acto de ofrenda a: Jesús, hostia viviente sobre el altar. Aquella sencilla ofrenda
caracterizaría toda su posterior existencia, como hasta el momento lo había
hecho, solo que de una manera especial. Ya Elías era su esposa para siempre
jamás. Había renunciado al mundo por el Amor. En este periodo, más que en ningún
otro de su vida, Elías se torna inminentemente eucarística. Toda su vida
exterior y sobre todo interior, gira alrededor del tabernáculo. Jesús
Eucaristía es su aspiración y centro: Todo en Él, para Él y con Él. “Si pudiese pedir una sola gracia,
sería la de hablar con Jesús Eucaristía, o bien, el sacrificio de toda mi
existencia.” Era evidente que Cristo había
inundado a Elías en su misterio Eucarístico. Ella gozaba de una predilecta
comunión con su Jesús, hostia sobre el altar. La polarización de su vida entorno
al Misterio de los misterios se manifiesta, sobre todo, en momentos fuertes
de oración, apartada de todo y todos, delante del Sagrario. Y también durante
la Santa Misa, en el momento de la comunión. Es aquí donde, de manera
especial, el Corazón de Jesús penetraba el de Elías, emergiendo de este doble
enlace la unidad indisoluble de su corazón humano con el Corazón Divino. “Un minuto pasado a los pies del
tabernáculo, cuando el dolor nos visita, correr hacia el que lo permite por
nuestro bien… el dolor purifica el alma y la vuelve ágil para moverse
libremente en la voluntad de Dios, conociendo los más altos secretos de la
eterna sabiduría.” De esta forma, unida a su Señor
por el signo indeleble de la Cruz, Elías vive con paz y abandono las virtudes
y las no virtudes de las hermanas, las cruces y las pequeñas alegrías, las
incertidumbres e indecisiones de los superiores, todo lo entiende a la luz de
la sabiduría que nace del amor al Crucificado. En cierta ocasión, preguntó el
confesor a Elías qué palabras pronunciaba en el momento de recibir al Señor
durante la Santa Misa. Ella, parca de palabras y precisa como era, se
conformó con decir: “Padre, con Jesús casi no hablo en
la Santa Comunión, porque el reposo del que goza mi alma cuando me abismo en
Él es inexplicable a mi misma. Me siento como una gotita de agua lanzada en
un océano, como un átomo perdido en un abismo de infinita grandeza: y siento
que abismada fuertemente en un profundo silencio adorando el gran misterio,
el alma calla y reposa en su centro.” Siente a menudo que su alma es
como el cáliz de una flor, abierto a los rayos del sol de justicia: “Mi pequeña alma se siente regada
de su preciosa sangre y vivificada de este maná celestial, y ya toda
vigorizada, se arroja humilde al sacrificio. Persuadiendo fuertemente al
corazón, yo siento el dulce toque de tu beso de amor. En el abrazo divino mi
alma se derrama en vuestro corazón al unísono. Oh, cómo es bello vivir
contigo, respirar de tu amor… Todo se desvanece a tu mirada y el
alma sola se lanza y sin demora, tras el abrazo amoroso de Jesús. Es este
tierno Padre que, bajando al alma, la cubre, revelándole los más íntimos
secretos de su corazón ardiente de amor.” Ha escuchado, desde el silencio
sonoro del Carmelo y a través de la doble reja del coro, la voz apremiante de
Jesús desde su Sagrario. “¡Oh, Dios mío!, ¿por qué no tengo
miles de lenguas para cantar tus alabanzas? ¿Por qué no poseo miles de
corazones para amarte ardientemente? Sí, mi dulce Jesús. Mi pobre
corazón ha comprendido el gemido que continuamente viene de vuestra prisión
de amor… un gemido desconocido, un
grito que no entiende nadie. Mi Dios, no me es dado correr por
los valles y montes anunciando tu amor a los corazones que viven sin
conocerte… pues bien, viviré cerca de ti y cantaré sin cansarme nunca, por
aquellos que no te aman. Mi canto ininterrumpido dirá: “que todos los corazones palpiten por ti,
que todos los hombres se postren y confiesen al Señor.” Elevaciones como ésta, bien
pudiera haberlas escrito la Santa Madre Teresa, enamorada como estaba de la
Eucaristía. Que por amor a ésta, y para que Jesús-Hostia fuese amado, fundó
diecisiete Carmelos diseminados por la geografía castellana y andaluza de su
España. A la joven carmelita de Bari le
late el corazón al unísono con el de su fundadora. Ambas vivían apasionadas
por la Eucaristía. En el libro de la Vida, Nuestra Santa Madre nos revelaba
el amor que profesaba al Santísimo Sacramento, amor muy parecido al de Elías:
“¿Quién nos quita estar con Él después de resucitado pues tan cerca le
tenemos en el Sacramento, adonde ya está glorificado?” En 1927, último año de su exilio
en esta tierra, Elías fue nombrada sacristana, después de casi dos años sin
desempeñar ningún oficio dentro de la comunidad. Estando a sus anchas en su soledad,
le llaman para que custodie al Divino Prisionero y cuide de sus cosas.
Algunas de la comunidad dan fe de la devoción y el cuidado con que Elías
tocaba los vasos sagrados. Así lo describió la Hermana Constanza, compañera
de trabajo y sacristana junto a ella. En un lejano diciembre de 1923
escribía: “Si me preguntasen como quisiera que me llamasen aquí abajo…
respondería: la feliz prisionera de Jesús… y si después me preguntaran otra
vez qué deseo alberga y vigoriza mi corazón: aquel de amar fuertemente al
buen Jesús y el de poder muy pronto verlo sin velos, lanzándome entre sus
brazos amorosos y perdiéndome en Él, grandeza infinita. Ahora, los deseos de Elías son
consumados. Jesús, su prisionero eterno de amor en el Sagrario; ella, la
prisionera de su Corazón. Ambos en la misma condición, necesidad y
disponibilidad de amarse mutuamente y corresponderse. Toda la vida de Elías, fue una
ruta ascendente hacia Dios. Más ahora, al final de sus días, el arco de los
sufrimientos y de las pruebas se tensa aún más si cabe. Esto, día tras día. “Al clarear el alba, mientras todo
el mundo calla, de la solitaria celdita, allí en fe y amor, te regalo el
primer suspiro desde lo más íntimo de mi corazón, mi dulce Señor. Volviéndome
a ti, para recibir otro día de vida, para emplearlo solo en tu honor y
gloria.” Un alma llena de Dios, embargada
por su misterio y enamorada de su pasión, no busca sino, a cada instante de
su existencia, darle gloria y honra en todas sus acciones. Casi parece que
ese tender constante de Elías hacia Dios es algo innato o instintivo. Tan
bien se le da este arte de darse sin hacerse partes, que todo su ser, vida,
obra y palabras son fusionadas en Dios. Sin embargo, ya nos hemos internado
en la Elías sufriente, en el corderito predilecto de Jesús, que como Él,
también tuvo que experimentar la crudeza de una Cruz, sin consuelos humanos
ni escapatorias posibles. Estoy casi seguro que a Elías solo la mantenía en
pie el sentirse amada, respetada y fortalecida por Dios. ¡Qué bien sabía ella
donde debía encontrar “la fonte que mana y corre” aun pareciese de noche! No es solo contemplación pasiva
del misterio. Elías goza de Dios porque en una lucha seria contra sí misma y
los gustos más bajos, se ha sentido fortalecida por la fe, aunque en
ocasiones parezca su Creador jugar a los escondidos. Sabe que habita el Señor
el centro de su alma, y este saber sin poder sentir, le hace respirar, y
proseguir…luchar, avanzar… y otras tantas veces, pedir auxilio, S.O.S. Pero
siempre fija su mirada en el que sabe está más allá de las tinieblas o las
luces que experimenta. “Te poseo en el centro de mi alma,
como el sol ardiente que hace desaparecer toda miseria, vivificándolo todo en
mi pobre corazón con el fuego de tu amor.” No es esto más que el fruto de la
unión del alma con su Señor, que la conforta, la guía y la lleva a su
plenitud. ¡Oh, llama de amor viva, que tiernamente hieres de mi alma
en el más profundo centro! ¿Podrá ser la Cruz y el
sufrimiento un aliciente para el alma? A primera vista no. Pero no podemos
dejar de pensar en el testimonio que tantos santos de renombre han dado a
favor de la Cruz y del sufrimiento. Santa Teresa nos decía: “…tengo por
experiencia que el verdadero remedio para no caer es asirnos a la Cruz y
confiar en el que en ella se puso.” No es masoquismo barato, no. La
Cruz que nos regala el Señor es un medio más de los tantos que pone a nuestro
alcance y que nos ayuda en parte a configurar nuestra existencia, padeciendo
un poco de todo lo que Él padeció. Pero como notamos, es solo un
regalo. La Cruz no se busca incansablemente como agua en el desierto. Cuando
más, se le pide a Dios algo que ofrecer. La da luego si quiere y a quien
quiere. Porque lo que realmente importa es estar siempre dispuesto a hacer su
santa voluntad. Para algunos santos, la mayor Cruz
ha sido precisamente el no tener cruz, ni nada inmenso que ofrecer, y el
estarse donde y como Dios quiere que se este. Esa es la Cruz verdadera y su sufrir.
Su medio de santificación. A Elías, sin embargo, Jesús ha
querido regalarle su madero a secas, atenuando su rigor con apenas segundos
de solaz. Solo segundos. Pero tiene nuestra carmelita
conciencia de ser no más que la esposa pobre y descalza de un crucificado.
Está unida divinamente a Él bajo el signo de la Cruz. No podría desmentirse
ahora… no podía rechazarla: “¡Oh Jesús, quiero vivir el misterio, porque si
cesa el misterio termina el sufrir de mi alma!” Quiere y está empeñada en vivir
antes de nada el misterio de las grandes y pequeñas obras de Dios en su alma,
transformándolas a cada instante en florecillas espirituales que ofrece con
toda ilusión. Quiere vivir a cabalidad la incógnita de su angustia y
desconsuelos, amarguras y pesares, sin explicaciones ni preguntas. “La nada no se ofende, ni
pretende, ni se turba de nada. Está convencida de su bajeza. Gusta de Dios
que solo le basta.” ¿Cómo vislumbraba la Hermana Elías
de San Clemente su cielo? Es la fiesta de la Santísima
Trinidad, quizás la última de las que celebre aquí abajo. Su deseo de la
eterna bienaventuranza está siempre muy latente. Ese día, y de forma
especial, incursiona en la contemplación de la eternidad. “El pequeño átomo está destinado a
perderse en el inmenso resplandor que nace de la trinidad sacrosanta.” Así quiere pasar su cielo, perdida
totalmente en la luz de Dios. Sin embargo, la espera de aquel glorioso día
del “cara a cara” continuará. Quedará Elías vigilante, como virgen sensata. “De este pensamiento yo vivo, y
así paso mis días. La confianza me empuja, me eleva siempre más alto,
dejándome respirar aquel aire puro… y grito al Cielo: Estoy exiliada, muy lejos de mi patria. Paz y reposo no habrán, hasta estar en el seno de mi
Dios.”
XXIV.
CUANDO EL AMOR TRANSFIGURA Hacia el término de su vida, por
los años 1926-1927, Elías escribe poesías. Sus poemas no son más que la
propia realidad de su alma hecha versos. Simbiosis perfecta de lo celestial y
lo terrenal… serenidad total de un alma por Dios transformada. Desde la soledad sonora de la que
gusta, viviendo a solas con Él solo, todo le habla de su único y eterno Amor.
Le hace buscar más significados de los acostumbrados, llevando todo a
pensamientos de cielo. “Una pequeña y pálida rosa, simple
y modesta que se eleva sobre su tallo a la sombra… eleva su corola hacia el
cielo y dice a su Creador: yo vivo por ti. Tal será mi vida… quiero
deshojarme en el silencio de toda cosa creada… bajo de la mirada de Dios.” Cierto día, una persona amiga del
monasterio regala un cordero vivo. Pataleando como estaba lo introduce en el
torno con gran admiración de la hermana tornera. Elías se encontraba pasando
por allí: -Venga Hermana Elías - gritó la
tornera- vea qué bello es. Llévelo
V.C. a Nuestra Madre que de seguro se pondrá contenta. Elías tomó entonces el corderito
con todo respeto, sin ruidos ni alborotos camino de las escaleras. En el
paso, se encuentra con la Hermana Clementina. Nos cuenta ésta como llevaba de
reverente al pobre animalito. Mientras caminaba con el animalillo, sentía la
hermana que susurraba bajito, casi quedo: -¿Qué es lo que dice? - preguntó
la Hermana Clementina algo curiosa. -
Agnus Dei qui tollis percata mundi, miserere mei. Desde ese momento ambas hermanas
repetían continuamente las mismas palabras. Era Sábado Santo. La Hermana Clementina rememora
estos hechos, queriendo dar muestras de la simplicidad sin límites de Elías.
Practicada no solo durante su tiempo de postulantado y noviciado, sino
también en el educantado. Y ahora igual, madura ya en el Carmelo y junto a la
comunidad a tiempo completo, desempeñando uno de los oficios que por su
importancia y responsabilidad requería de madurez espiritual y humana. Con la dulce e inocente mirada de
una niña, sonriendo siempre… pasaba los días y meses en su querido cielito
anticipado, inmersa de lleno en el trabajo a favor del Reino de Dios y de su
establecimiento en nuestros corazones. Sus reacciones, puramente humanas,
van menguando. Casi ya no se ven en su manera de relación con los demás. Ha
ocurrido una completa metamorfosis espiritual… Dios la habita por completo,
aunque para todas siga siendo solo la monja joven y risueña que acostumbra en
las recreaciones a brindar, con su gracejo particular, unos minutos de
expansión saludable para todas, y que con las hermanas al exterior, es
inmutable y de carácter estable. Le gustaba mucho la música. Cuando
vivía aún entre los suyos, iba con frecuencia a los conciertos. Ahora en el
Carmelo, escucha las melodías que dedica a Dios con tanto esmero la Hermana
Rosa. Música para ocasiones litúrgicas solemnes, como fue la celebración del
centenario de la Madre Teresa de Jesús, y la beatificación de Santa Teresita.
También música artística, con motivo de las distintas manifestaciones de las
niñas en el educantado. Durante su primer periodo, el de
formación, tuvo harta oportunidad de ofrecer a Dios pequeños sacrificios
durante los ensayos de coro. Al parecer, Hermana Rosa exigía mucho. Ahora, ya
la obligación es menor y canta a su Amado como ave nueva y sin experiencia,
sin importarle mucho como se oye, sino cuanto de corazón pone en el intento. Elías le canta a Jesús la canción
perfecta que nace de su corazón enamorado. Canción incomprendida, criticada,
burlada en ocasiones, pero siempre fiel, coherente… intachable. Exclama con
frecuencia, absorta: “¡Cómo será de deliciosa la música de los ángeles en el
Paraíso.” ¿Qué canto amoroso había enamorado
el corazón carmelitano y solitario de nuestra pequeña Elías? ¿A qué silencios
sonoros se había dirigido a fin de percibir los trinos angélicos desde la
tierra? Si vivía de pura fe, entonces no
sería extraño imaginarnos a Elías tratando de mirar con los ojos del alma a
la corte angélica inflamada en cantos de loor a su Dios. Incluso imaginarla
intentando unirse a esos cantos con los suyos, y más aún, con el canto de su
existencia que quería ser toda una alabanza a su Jesús del alma. Escribe en 1924: “¡Cómo es de
bello el silencio en el Carmelo, puede contemplarse el cielo estrellado con
sus estrellas! Estas relucientes criaturas elevan mi pobre corazón,
llevándolo a Dios… la tierra es un desierto para el que ama el cielo!” Contemplaba el precioso panorama
desde la ventana de su celda. La celda de Elías daba al patio. Desde esa
posición podía apreciarse el firmamento. Contemplaba la bóveda celeste cada
noche en las recreaciones durante el verano, gozaba mirando su pequeño pedazo
de cielo azul bordado de miles de estrellas. Sus ojos del alma, más vivos que
los del cuerpo, miraban más allá de la anchura y la distancia, como queriendo
develar la profundidad y todo lo que ésta contenía. Una noche, durante el tiempo de
recreación, una hermana viéndola absorta mirando hacia arriba, le pregunta: - ¿A lo mejor piensas en la Virgen
cuando miras la luna? -“Muy frecuentemente es verdad,
pero mucho más pienso en el día aquel, en que mis pies descalzos pisarán las
estrellas. Tengo tantas esperanzas de andar con Jesús más allá de las
estrellas.” Coreando la Santas Costumbres de
la Reforma Teresiana, las descalzas, cada día antes del descanso nocturno, se
arrodillan en el umbral de sus celdas esperando que pase la tañedora con la
sentencia que invita a regalar el último pensamiento del día a Dios y para
recibir la bendición de la Priora. Según testimonio de las hermanas,
cierto día a Elías le toca pasar con las tablillas. Su sentencia es sencilla
pero profunda: Hermanas… un día… con Jesús… andaremos… más allá de las
estrellas. Así de cercana sentía su morada,
porque sabía a las claras que era forastera y advenediza sobre esta tierra y
que en su hogar, situado más allá del sol, tendría a Jesús por compañero. En la fiesta de la Visitación de
la Virgen a Santa Isabel, el 2 de Julio de 1923, está sola de mañana en su
celda, piensa en la necesidad y reclamo que le arde dentro de darse a Dios
sin reservas ni medidas, sola para Él solo. Busca un nombre que encierre en sí
mismo todos sus deseos, resoluciones y pensamientos. Lo pide a Jesús, Buen
Pastor, pues desde niña había usado el nombre de Corderita de Jesús. Jesús
mismo le sugiere entonces el nombre que describirá toda su existencia:
¡Nubecilla! “Elías será una pequeña nubecilla
blanca, que rápido pasa al horizonte desde su exilio, disipándose en la
inmensidad de Dios. Su morada segura será el cielo y ascendiendo siempre más
hacia el infinito, se esconderá en los rayos del sol eterno. La pequeña nubecilla blanca se
hará notar solo para su Dios. No atraerá a ninguno aquí abajo. La verán las
criaturas si se paran a mirar las estrellas, la nubecilla pasará inadvertida
en el cielo azul, sin sorprender a nadie. Incomprensible sube a lo alto junto
a los pies de Dios. Nubecilla, totalmente confiada en
la Eucaristía. Nubecilla, oración y suspiro del
corazón exiliado. Nubecilla, que se derrama como
lluvia de bendiciones celestiales. Nubecilla, nostalgia del cielo,
ligero pasaje en búsqueda de Dios. Encierra mi alma, escondiéndola de
toda mirada de la tierra. Álzala hacia el cielo contigo, donde viviré
escondida en Dios. Nubecilla: velo a mis ojos. Un día
desaparecerás y dejarás ver en mi alma la presencia de Jesús. Mas ahora,
escondida en ti, quiero vivir aquí abajo en espera de que el Amor Divino,
alzándome sobre las miradas, me deje pasar y lanzarme en sus brazos y gozar
de aquel abrazo para la eternidad.” Este fragmento encierra lo que es
y siente Elías: su ideal y vida. En las tristezas y las alegrías mantendrá
sus metas e ideales intactos: “En el dolor me lanzo al infinito donde encuentro
a mi Dios, sin perder por esto por un instante la paz.” Todos recordamos el relato del
evangelio donde Jesús, predicando a la muchedumbre, es interrumpido por
algunos con motivo de la visita de su Madre. La respuesta es tajante, y para
un lector poco hábil, llegaría a ser hasta grosera: “…mi madre y mis hermanos
son los que hacen la voluntad de Dios.” Sabemos el significado. Jesús amó
entrañablemente a su Madre, la Virgen. De hecho, la tarde del Calvario dedicó
a ésta uno de sus últimos pensamientos, y encomendó a su cuidado la Iglesia
que nacía de aquella sangre derramada en el madero de la Cruz. El texto, y las palabras de Jesús,
no pretenden hacer menguar los lazos afectivos y consanguíneos que se dan
entre los seres humanos. ¡No! El objetivo es abrir los ojos de aquellos
ciegos con vista. Es demostrar que existen lazos, que aunque pueden contener
sangre y afecto, no se concretan solo a la prole o descendencia humanamente
hablando. En el Reino de Dios, todos somos
hijos de un Padre, salvados por el Hijo, consolados y guiados por el Espíritu
Santo. Todos podemos llamarnos en Dios…hermanos. Elías comprende esto a
cabalidad y lo practica. Trata de mirar a los hombres con los ojos de Cristo. Amó verdaderamente a la familia, con
veracidad y sin mañas. Seducía con sus mimos entrañables a mamá Pascua, a los
hermanos…a su Dominica del alma. Son muchas las cartas que escribe a sus
familiares más allegados en su tiempo de carmelita. En su epistolario, no es abundante
la diversidad de destinatarios. Sin embargo, quien ha tenido la posibilidad
de revisarlos, hay algo que nota a salto de ojos… y es la caridad que une su
alma con todos los que han quedado fuera de los muros añejos de su
monasterio. Es la caridad evangélica, que hace acordarse y animar a los más
necesitados, refiriéndose siempre cercana y confidente… Elías, la antigua
Dora, la misma de siempre… comprometida con Dios y el prójimo, da muestra de
tener un corazón henchido de amor celestial. El 12 de mayo de 1927, Prudencia,
la mayor de todas, hace un visita a sus hermanas y a la comunidad. Se reúnen
en el locutorio del Carmelo. Eran momentos de cielo, pues de esta forma,
Elías podía conocer el estado de su Madre y las mil cosillas de la familia
que se cuentan aprovechando la ocasión. De cosas de mundo ni hablar, no
hay tiempo. Y por si se vacilara en la elección del tema, existe justo sobre
las rejas un cuadrito, común en casi todos los Carmelos, que repite con
menuda insistencia esa frase por todas las descalzas conocida: “Hermano, una de dos. O no hablar, o hablar de Dios. Que en la casa de Teresa, Esta ciencia se profesa”. Antes de terminar aquella jornada
memorable, Elías escribe a su mamá a la luz de una vela: “Son pasadas las
diez, vuelvo del coro… en el dulce silencio de mi querida celda, verdadero
paraíso en la tierra. Todas las horas transcurren alegres en el Carmelo, pero
las noches pasadas a solas en mi celda, no tienen comparación. Para tu Elías,
son las más bellas, y las más felices… Mamá mía, en este pequeño tabernáculo
mi corazón se dilata y se pierde en Dios. ¡Oh, cómo pasarías las noches
enteras aquí, en este bendito lugar, desde donde te escribo, sola, a oscuras,
mirando el bello cielo estrellado y hablando familiarmente con el Señor!... Hoy, Prudencia ha estado en el
locutorio y le he encargado algo. Que intimemos más. Recordamos las horas
felices pasadas en la familia bajo tu mirada, donde bebíamos la luz del Buen
Dios… Mamá querida, fueron diversas las llamadas del Señor, más tú me hiciste
responder a todas generosamente, recordando que eras verdadera custodio de
nuestras almas, y que El Señor era el amo absoluto. Mamá buena, solo por Dios te dejé
y en Él nos encontraremos para no separarnos nunca más. ¡Oh, sí que espero
verlos a todos en el cielo reunidos en el eterno hogar de nuestro Padre
Celestial. Esta gracia la pido al Señor con vivas lágrimas… Cuando se está al
servicio directo del Señor, se los siente a todos más presentes, más cercanos
al corazón…” En esta carta, que no
transcribimos completamente, va haciendo mención a toda su familia, sin
olvidar a ninguno. Recuerda con mucha ternura la esmerada educación materna.
Como se dijo al comienzo, era un hogar ejemplar, donde se respetó siempre los
designios de Dios… y también las decisiones de los hijos. Elías piensa en su querido
Nicolás, expuesto a los peligros propios de la edad. Desea encontrarse con
todos en el cielo… reunirse con su familia para ya nunca más separarse. Para Nicolás, Elías era una
segunda madre. En 1926, cuando se ultimaban los detalles para su ingreso al
servicio militar, Elías se muestra cercana a su hermanito amado: “Hermano
querido, coraje y adelante. Sé que al principio es siempre penoso, porque
sufres inmensamente el vivir alejado del dulce santuario de nuestra familia,
y por no poder estrechar al corazón y expresar el amor que tienes a nuestros
queridos padres… Pero piensa que todo esto lo desea el Señor que te llamó a
cumplir un deber… ¿Cómo tú dices que soy tu mamita por haberte llevado tantas
veces sobre mis brazos, es que quieres sentir un palabra verdaderamente
bella? Nuestra vida está fundada sobre un
concepto claro y preciso. Tenemos que convencernos totalmente de que estamos
en este mundo para alabar al Señor y santificar nuestras almas. Ya que
vivimos en un completo abandono de todo lo creado, amemos mucho al Señor…”
III.
CON SUS HERMANAS DE HÁBITO Entorno a Elías, la comunidad no
ha cambiado de fisonomía. Para ella, el Carmelo no es menos que su paraíso posible
en este mundo, y sus hermanitas “Ángeles de la tierra”, “Sonrisas de Dios.”
Así lo rumiaba Elías. Se juzgaba muy regalada de Dios en
todo, sentía que el Señor la conducía por un camino dulce, sencillo y muy
llano. No creo que pensara esto por falta de sufrimientos y de Cruz. Las
había tenido, y muchas, ya sabemos. La fuerza que le impulsa provenía
de la caridad. Cada hermana para ella, es un ángel que le enseña a subir más
deprisa los peldaños de ascenso a la perfección. Su sencillez y amor a la comunidad
hayan siempre una excusa válida e indulgente para cada sinsabor y trato
desagradable. Todo lo que le ocurre, sabe que se torna en bien suyo, pues la
hace vivir más aferrada a Jesús. Para ella, lo más importante en la caridad,
no es la cantidad de la ayuda, sino el grado de desprendimiento y generosidad
que representa la obra. No es dar una parte de lo que se tiene, es brindar
todo lo disponible, a veces sin reservar nada para las mismas necesidades
personales y comunitarias. Durante una clase de música, Elías
había transparentado un poco en Sor Enmanuela, ángel de su noviciado, la
turbación interior que la asfixiaba. Al vuelo captó la seriedad de su estado
y la animó. Dejemos que nos lo cuente la
propia Enmanuela: Al final del concierto me llamó aparte, y me reveló todo lo
que había notado en mí. Con el intento de aliviarme, me condujo con ella a la
terraza. El cielo lucía sus mejores galas. Con palabras delicadas, me llevó
nuevamente a Dios a través de la magnificencia de la naturaleza. Me confortó con
pensamientos de Santa Teresita, beatificada hacía poco, y después, llevándome
a su celda, me invitó a contemplar el cielo. De aquella manera, el Señor nos
regalaba el ser espectadora de una bella visión. Apareció en las alturas una
estrella extraordinariamente grande, que después de haber hecho tres giros
sobre sí misma, se desgarró volviendo a su sitio. Elías dijo que había visto
la misma perspectiva el día de la glorificación de la santita. Bastó todo
esto para que quedase consolada y aliviada espiritualmente. Antes de iniciarse el adviento, la
Señora Fracasso quiso acercase al Carmelo a saludar a sus dos hijas
carmelitas. La conversación, como de costumbre, transcurrió en el oscuro
locutorio. Durante el adviento, tiempo de penitencia particular y de retiro
contemplativo del Misterio, no se permiten las visitas a las monjas. Por lo
que mamá Pascua quiso adelantarse antes de que la prohibición fuera puesta en
práctica. “¡Hasta la Navidad!” - comentó la
madre a sus hijas, estirando sus manos y saludándolas, cuando se levantaba
para marcharse. Elías, sin embargo, le contestó sonriendo: ¡Quizás sí nos
veremos! ¡Ciertamente en el Paraíso! Durante la visita de su madre,
Elías le pidió con insistencia que se hiciera una fotografía. Salidas ya del
locutorio, Celina preguntó a Elías: -¿Por qué has pedido una foto de
la mamá? -De seguro no podré volver a
verla, quiero al menos contemplarla en fotografía antes de mi muerte. Antes, ya había anunciado que
moriría en un día de gran fiesta, y sus palabras no cayeron en el vacío. Comenzó la novena de Navidad muy
gozosa con el resto de la comunidad. En los Carmelos de la Reforma Teresiana,
se vive con exclusivo contento los días previos al nacimiento de Jesús. Eran
singularmente alegres las procesiones por los claustros con la imagen del
Niño Dios. El Niño Jesús va pasando de celda
en celda, así, las hermanas pueden disfrutar de su compañía toda una jornada.
Este gesto sencillo de encuentro y alegría por la noticia del Rey que nace,
lleva en sí mismo un cúmulo grande de regocijo. De manera que produce en el
alma de la carmelita, por así decirlo, una segunda Encarnación. El último presentimiento de Elías
plasmado en sus escritos narra así: Cuando la sombra bruna me agrave el exilio, y el rayo de la luna ni siquiera aparezca Diré: tengo yo muy cerca mi hora de agonía. Y ahora ya tan cerca feliz esperaré. Reaparecerá la luz. El sol, bello y claro dirá el amigo Caudillo “Ven, hija mía, al cielo.” Luego, poniendo la fecha anota:
“Cae la nieve.” Así percibía Elías su
entorno, solitario y helado y a su vez…lleno de Dios. El día 16 por la mañana, pasan las
hermanas Celina y Amelia camino al noviciado por el corredor que conduce a la
sacristía. Elías cumplía afanosamente y sin distracción su oficio de
sacristana con la mayor de las delicadezas. Ambas la vieron llamar por la
ventanilla del comulgatorio diciendo: “Jesús, no me olvides, Sor Elías está
todavía aquí”. Aprovecha así la Hermana Amelia, y
le recrimina dulcemente: Eres muy joven; debes aún trabajar mucho por la
comunidad. -Hermana Amelia, la rosa está toda
deshojada. Queda solo un pétalo, y el Niño Jesús vendrá pronto a buscarlo. Sor Amelia recuerda la sonrisa que
le prodigó mientras pronunciaba estas palabras, luego se incorporó a continuar
con su faena. Compartía el oficio de sacristana
con la Hermana Diomira, su compañera de juventud. El mismo día en que había
profetizado a las dos monjas aquellas palabras, señalando la puerta de la
Iglesia, le dice a su camarada de oficio: “Por aquella puerta dentro de poco
saldré muerta”. Se acercaba la hora, hora de
demostrar que amaba a Jesús con los sufrimientos de su vida. Salía presto de
su pretorio disponiéndose a cumplir lo que Dios le pidiese camino al
Calvario, con la pesada Cruz de los sufrimientos físicos y morales a cuestas,
con los latigazos lacerantes de las incomprensiones y los rechazos. Se había destinado un día para
realizar pruebas de canto a las monjas, pues se estaban preparando una nueva
melodía. La temática: “Gloria in exelsis Deo”. Según la Hermana Diomira, Elías gozaba con
lo que pudiera resultar de mayor gloria de Dios y bien de las almas. Antes de iniciar la prueba, Elías
se vuelve a la Hermana y le dice: “Hermana Diomira, que será para la pobre
del alma cuando vea a Dios por vez primera” Cuenta la misma, que aquel día
veía a Elías como transfigurada, como si el canto de los ángeles fuera
ciertamente su canto. Muy concentrada y con voz casi divina. Fue éste, su
último canto. Al día siguiente se apoderaría de ella el mal que le costaría
la vida. El 21 de diciembre, en las
vísperas, pide ser sustituida en el oficio de lectora. El dolor lo siente
irresistible. Sale del coro. Cuando su hermana Celina llegó a la
celda, la encontró recostada en su lecho con fuertes escalofríos,
estremecimientos e intentos de vómitos parcialmente logrados. “Este dolor es de muerte” Le pide
que vaya donde la Priora a pedir permiso para acostarse pues aún no le ha
dado la licencia. Antes de arrimarse al camastro, se preocupó por lavar el
pavimento de la celda. Sale en su auxilio la Hermana Matilde, que viéndola en
las condiciones que estaba quiso aliviarla interrumpiendo el trabajo. “No se preocupe, dentro de poco me
meteré en el lecho y todo terminará.” Inmediatamente se sucedieron
algunas palabras entre ambas. La Hermana Matilde salió y regresó con la
estatuilla de los Reyes Magos, pues andaba preparando el pesebre de la
comunidad. Se la mostró a Elías y ésta le dijo: Dentro de poco los veré en el
cielo. Después se echó en el camastro
mientras su hermana le tomaba la fiebre, tenía exactamente 39 y medio. Se le
vio muy sosegada y alegre cuando supo su temperatura. Pero la fiebre, al día siguiente,
había desaparecido y la mayoría de las hermanas pensaron que era algo
nervioso. No viendo la necesidad de llamar al confesor como había aconsejado
la Hermana Celina, prescindieron de su servicio. Pasó el jueves. Nada de nuevo. El
viernes, antes de la vigilia del día de Navidad, Madre Magdalena concede
dispensa de maitines en el coro para la Hermana Celina. Se va junto a su
querida Dora. Será éste el último diálogo que tengan las dos. “Presiento siempre más cercano el
fin”. Son las palabras que recordó
Celina de aquel diálogo. Aprovechó para aconsejarla. Así, dulcemente le dijo
que no se sintiera triste por su muerte, pues debía aceptar todo como voluntad de Dios. Manifestó su deseo de que a su
fallecimiento, su misma hermana transporte el ataúd, para dar a los demás un
ejemplo de fortaleza cristiana y de esperanza en la vida eterna. Quedaron muy
claras sus palabras en la mente de la que, en este mundo, había sido su
hermana de sangre y también de hábito “Tú, vete al coro a cantar las
alabanzas de Gloria por el nacimiento del Niño Jesús, yo iré a cantarlas al
Paraíso.” “Me aconsejó y me confortó otra
vez, para que no me afligiese si no pudiera al final recibir los sacramentos
de la Confesión y Comunión: pues aunque no nos pareciere, siempre debemos
reconocer que la voluntad de Dios lo dispone todo para nuestro bien”. Son éstas, palabras de la misma Celina. Su hermana deseó avisar de todo a
sus padres, pero Elías le fortaleció para que esperase por la voluntad de
Dios. Por la noche, pasó la Priora a
visitar a la enferma. Elías la recibió con gratitud y alegría. Pudo llamarla
aún con voz emocionada y alterada a un tiempo. “Madre Nuestra, Madre
Nuestra.” Cuántas cosas implícitas se encerraban en lo profundo de aquellas
palabras: “Madre Nuestra, Madre Nuestra”. La Rev. Madre la consoló aludiendo
a las fiestas del nacimiento. Elías entonces con voz intermitente responde:
“Sí, Madre Nuestra, yo iré a ver a Jesús Niño al Paraíso.” La Priora, saliendo de la celda,
llama aparte a Celina preguntándole acerca de su parecer con respecto al
estado de su hermana. La pobre Hermana, no puede más que decir: “Está
gravísima, morirá pronto”. Sin esperar un minuto, la Priora
habló muy acongojada con la Madre Supriora. Era para alarmarse. No obstante,
y a sabiendas de la situación, un grupito de hermanas, a fin de tranquilizarlas,
aseguraron de que en realidad no pasaba nada y que solo era cosas de nervios.
Las Madres, más tranquilas por el parecer de las demás, volvieron a disponer
todo su ánimo para las vigilias natalicias. Hermana Celina hizo todo lo que
estaba a su alcance a fin de llamar al
sacerdote. Pero todo en vano. Las madres entendieron que no era grave, por lo
que no había porqué molestar al sacerdote. La noche transcurre agitadísima.
Siente que se quema, tanto, que pide le pongan trozos de hielo en el pecho. - ¿Qué haces Hermana Elías? -
pregunta su hermana - Podrías agravarte más con esto. - “Hermana Celina, me siento arder
como si sufriera las penas del purgatorio.” Y murmuraba: -Jesús, te amo. Te agradezco todos
los beneficios recibidos… He vivido en silencio y soy feliz de partir en
silencio. Sufría al pensar en la confusión,
tristeza y sorpresa que su muerte repentina acarrearía para toda la
comunidad. Llega la mañana de la vigilia,
Hermana Celina va al coro a cantar las alabanzas al Señor. Es la hora de
prima. Después del canto del martirologio, vuelve a junto a la enferma. La
encontró mal, no pronunciaba palabra clara. Hacía por hablar entre dientes. “Me siento muy mal…me acerco a la
eternidad…” Y le vuelven las fatigas. Hacia las diez, un médico, el Dr.
Spaccavento, viene a visitarla. Celina está en la celda, y viendo las fatigas
de su hermana, responde por ella a las preguntas del galeno. Se dictamina el
diagnóstico. Las palabras retumban arrolladoras en el oído: incipiente
Meningitis y Encefalitis. Por la tarde, empeoraría más. En la celda de la enferma estaban
presentes Sor Celina y Sor Teresa de Jesús. A la hora de las vísperas, la
priora manda a llamar a las monjas al coro. Sor Teresa le hace ver que no es
posible dejar a Elías sola. Comenzaba entonces a delirar y agitarse con más
frecuencia e intensidad. Después del canto de las vísperas,
La Priora va donde la enferma. Y lo constata por sí misma: ¿Entonces está
grave Sor Elías? ¡A mí me han hecho
creer lo contrario! Madre mía,¿ qué debo hacer ahora? Con toda la prisa del mundo
llamaron al Doctor Nitti, médico de confianza de la comunidad de San José.
Fuera ya de la celda y junto a la Madre Magdalena y Hermana Juana, confirma
que se trata de una encefalitis. Es la tarde de la vigilia del
nacimiento. La comunidad del Carmelo revive el Misterio más dulce de la
historia de la salvación y del mundo. El Verbo se hace carne para habitar
entre nosotros. Por los corredores y claustros del
monasterio se repite la peregrinación de María y San José buscando
hospitalidad. De puerta en puerta, sin encontrar lugar… hasta descansar en un
pesebre. En su celdita, circundada de las
tres hermanas de comunidad, Sor Elías está en coma, sin palabras y sin
movimientos. A medianoche, Sor Celina es solicitada nuevamente en el coro
para la misa de Navidad. Por la mañana, la Priora, que al
principio no había creído mucho en la gravedad del mal, telefoneó al Señor
Severino Centrote, cuñado de la Hermana Elías. El asunto: pedirle le enviara
al Doctor Balacco, médico de la familia, para que realizara una visita
urgente a la comunidad. La razón: Elías no se encuentra bien de salud. Hacia las ocho, los dos doctores,
Nitti y Balacco, entraron en la celda de la enferma. Intercambiaron una
mirada y se dieron cuenta de que todo estaba perdido. No había ya nada que se
pudiera hacer. Se acercaba el fin a pasos agigantados. Monseñor Samarelli, confesor de la
comunidad, se encontraba en el monasterio para dar las respectivas
felicitaciones navideñas cuando fue interpelado por la petición de la Priora
para que administrase el Sacramento de la Unción de los Enfermos a Elías. El Señor José, padre de Elías, se
acercaba al monasterio a fin de dar la enhorabuena a la comunidad y poder ver
a sus hijas. Se encontró por el camino al doctor Balacco que había dejado
momentos antes a Elías en su lecho de
dolor y en agonía. El facultativo tuvo a bien darle
la noticia. La muerte es inminente y no se lo oculta. Inmediatamente, cae en
tierra y hubo que ayudarlo a levantarse y devolverlo a su casa. Con permiso especial del Arzobispo
Monseñor Curi, a la familia le fue concedido el entrar en la clausura para
que asistiesen a la moribunda en sus últimos momentos. Sabemos, los que conocemos el
Carmelo Descalzo, que esto es una excepción grande. Por generalidad la
carmelita muere sola, rodeada de sus hermanas de comunidad. Pero Jesús en su
amor, quería tener esta última delicadeza con su corderita. Hacia las once, entraron en la
parca celda mamá Pascua, su hermano Nicolás y su cuñado Severino Centrote. Su
hermana Prudencia se había quedado en casa para cuidar a su bebé. Monseñor Savarelli oraba muy
cercano a la enferma. La madre guardaba en su corazón todo su dolor. El
monasterio estaba sumido en el espanto y la sorpresa, como había predicho
Elías. Para ella llegaba ya su última
hora…privada de toda reacción. Así consumaría su sacrificio. No sucedieron
más palabras de su boca, ni balbuceos. Su alma, sin bullas ni platillos, se
elevaba al Padre en un profundo silencio. Justo como había querido vivir y
terminar sus días. Hacia el mediodía, tras una mirada larga y penetrante al
crucifijo, voló a los brazos de Jesús. La noche había pasado y una luz
nueva iluminaba toda una vida. Veintiséis años se acababan de apagar en este
mundo a la luz del mediodía…y en el cielo, una estrella nueva y naciente
brillaba refulgente en el firmamento de la Reforma Teresiana. Mientras, las
campanas del monasterio y de la ciudad tocaban a Gloria. “Sonreía siempre…era una
santa….sufrió mucho de verás”. Éstas eras las palabras que súbitamente
después de su muerte se sucedieron en los labios de cuantos la conocían y
habían compartido con ella. A la tarde, el Arzobispo vino a
visitar el cadáver de la joven carmelita. Tras unos momentos muy emocionantes
de oración, y recordando el nombre con el cual, una vez, la había presentado
la Madre Magdalena en el locutorio, dijo: Esta violeta, comenzará ahora a
esparcir su perfume. Deberíamos recitar el Gloria en vez del Réquiem, pero es
mejor ajustarse y confiar todo al
juicio de la Iglesia. Las exequias se celebraron el día
26, fiestas de San Esteban mártir. El cadáver, puesto en el ataúd
descubierto, había sido transportado a la iglesia del monasterio. Muchas personas venían a venerar a
la joven monja. Muchas madres llevaban a sus hijos, para que vieran a la
santa y pudieran besar el borde de su capa blanca. Dejaban flores y
recordatorios puestos alrededor del cadáver. En un momento en que la iglesia al
fin quedó vacía, se acercó al cadáver un joven, poniendo en sus manos yertas
un manojo de flores blancas. Era el mismo mozuelo que años atrás, en la
Iglesia de San Cayetano, había osado pedir el amor de la joven Dora. Curioso
postrer encuentro. El Padre Elías recibió al mismo
tiempo la carta en que Elías le felicitaba por las fiestas de Navidad y el
telegrama que anunciaba su muerte. “Te seguiré adonde quiera, y para
reposar no busco más, que tu cruz, la sombra del Getsemaní o la del
tabernáculo”
A la Hermana Celina le escribe así: “Le agradezco al Señor porque a
nuestros ojos ha hecho germinar una florecilla de santidad exquisita… supo
bien vivir la vida escondida con Jesucristo en Dios… Felicidades a vuestros padres por
haber dado una hermanita a los Ángeles y a nosotros una celeste protectora en
la tierra.” Verdaderamente fueron benditos los
padres de Dora con su hija. Quizás no se imaginaban del todo la gloria que
traería con su vida sencilla al Carmelo Descalzo. Así fue que en una tarde sencilla
y sin hacer ruidos, dejó de existir en este mundo Teodora Fracasso. Al mismo tiempo, las
puertas del cielo, se abrían jubilosas para recibir a la Esposa del Cordero.
Allí se celebraría entonces las eternas nupcias. Se había unificado para siempre
con el Esposo. Lo que antes veía solo a través de un espeso velo, se hacía
ante sus ojos realidad. Quedó fundida en un abrazo con Jesús. Sin embargo, no se la olvidó aquí.
Enseguida después de la carta necrológica, incluso antes, venían apareciendo
pequeños favores atribuidos a su intercesión. Dios iba, a mi modo de ver las cosas,
mostrando el camino para glorificar en su Iglesia a la que se había inmolado
por ella. He oído muchas veces que después
que las personas mueren, solo queda tirar rosas en su sepulcro. Es verdad que
en algunos casos ocurre, pero no nos detengamos en esta posibilidad. Es
necesario “un reclamo”, hablar de Elías de San Clemente, proponerla como
ejemplo y como norte. Incluso ahora, que tantos años hace que se fue al
Padre. El pasado 18 de marzo de 2006, en
la catedral de Bari, mientras todo el Carmelo daba gracias a Dios por el don
de la nueva beata carmelita, era elevada al honor de los altares Elías de San
Clemente entre la alegría de toda la ciudad y olas de humo perfumado. Dirían algunos incrédulos y
escépticos: ¿Para qué nos sirve ahora, a casi 100 años, la vida de una
chiquilla monja, que le sorprendió la muerte en la flor de su juventud? Yo afirmaría entonces que es una
necesidad. Diría un sí rotundo. Verdaderamente hay mucho qué decir sobre y
desde la perspectiva de Elías a nuestro mundo moderno. Vemos como infinidades de seres
humanos se hunden en la desesperación, la desesperanza y el sin sentido.
Aumentan los suicidios y disminuyen las familias felices. Las personas se
descentran y van detrás de lo indefinido. La sociedad se corroe con vicios y
placeres. Los ricos viven de lujo mientras que los pobres carecen de lo
imprescindible. El ejemplo de Elías, ante nada,
nos habla de un Absoluto que dio sentido pleno a su vida, y puede dar también
sentido a la nuestra. Nos descubre una vida entregada, sin placeres y sin
lujos, una vida austera, llena de rosas espinadas y de sonrisas sangrantes. La felicidad es dar gracias y
sentirnos regalados con las pequeñas cosas que vienen a nuestra vida, es
reposar en nuestro centro, es sentir que hay alguien que nos ama
incondicionalmente…con un amor poco conocido y menos aun retribuido. Un amor
que trasciende las barreras de todos los intereses y que se hace pequeño con
tal de entrar en ti. Elías, como joven, puede también
llamarnos la atención acerca de la fidelidad. Mil contratiempos comenzaron a
sobrevenirle en el mismo momento de su entrada. La batalla era pujante, pero
la libró a cabalidad, hasta poder decir como el apóstol: He guardado la fe. Murió carmelita, fiel a sus
constituciones, a su clausura y a sus votos. Esto, debe interpelarnos y
centrarnos, para buscar con ansias al Amado doquiera este. Para trascender
todo vicio de tibieza y relajación y buscar en las fuentes, la esencia de
nuestra propia vocación sea cual sea. Pidamos con fe a Elías de San
Clemente, nos enseñe amar a Dios con el mismo amor con que ella lo amó, y que
de su mano, podamos como ella ahora, pisar las estrellas… L. D. Vque. M. |
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