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P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d. |
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Cuando yo era niño, se decía:
«Tres jueves hay en el año que relucen más que el sol: Jueves Santo, Corpus
Christi y el día de 1. Historia de la fiesta. Tenemos
muchos datos que testimonian que ya era celebrada desde principios del s. IV
en muchas Iglesias cristianas (el concilio de Elvira, las Constituciones
Apostólicas, San Juan Crisóstomo…). Sin embargo, la peregrina Egeria cuenta
que en Jerusalén, hacia el 395, 2. La elevación de Cristo. Los
Hechos de los Apóstoles refieren que Jesús resucitado se apareció a sus
discípulos durante cuarenta días. Pasado este tiempo, después de unas
palabras de despedida, «lo vieron elevarse, hasta que una nube se lo quitó de
la vista» (Hch 1,9). Esta expresión no significa
que el Señor se ha ido a un lugar lejano, sino que ha entrado definitivamente
en la vida de Dios. Su ascensión no es un viaje en el espacio, sino algo más
profundo, a lo que debemos prestar atención. Por su parte, los apóstoles se
quedaron «mirando fijamente al cielo». En ese momento, los apóstoles no
comprendieron lo que estaba pasando. Sólo con la luz del Espíritu Santo, que
recibieron en Pentecostés, pudieron entender el misterio de Hay un segundo significado, que
no se percibe inmediatamente, pero que podemos descubrir si analizamos el
texto con atención. Si el acontecimiento no consiste en un viaje espacial,
sino en la obra de Dios que glorifica a Cristo y lo reconoce como Hijo suyo,
esto indica que el subir al cielo nos revela la verdadera identidad de
Jesucristo, que vuelve al lugar de donde había venido (es decir, a Dios),
después de haber cumplido la misión para la que había venido a la tierra. Eso
se ve de manera especial en la nube que lo envuelve, que es imagen de la
gloria de Dios y de su Espíritu. De hecho, Dios acompañó a su pueblo por el
desierto en forma de nube y descendió sobre el Sinaí, para hacer alianza con
él, en una nube. Esta nube también descendió sobre el Templo de Jerusalén,
cuando fue consagrado y lo abandonó para irse con los israelitas al exilio.
Por último, descendió sobre Jesús en su transfiguración y ahora lo envuelve
en su ascensión. 3. La elevación del hombre. Por
último, en Jesús elevado al cielo y sentado a la derecha de Dios podemos
comprender la grandeza de nuestra vocación y de nuestro destino, ya que, como
recuerda el Papa, «Cristo sube al cielo con la humanidad que asumió y que
resucitó de entre los muertos: esa humanidad es la nuestra, transfigurada,
divinizada, hecha eterna» . Esto significa que
Cristo ha subido al cielo (ha entrado en la divinidad) con su cuerpo humano
resucitado. Por eso, nuestra naturaleza humana ha sido introducida por Cristo
en la vida misma de Dios. De esta manera, En cierto modo, podemos decir que
Estas ideas quedan recogidas en
la liturgia del día, que afirma que « Fray Luis de León escribió una
preciosa poesía para esta fiesta: ¡Y dejas, Pastor santo, tu grey en este valle hondo,
oscuro, en soledad y llanto; y tú, rompiendo el puro aire, te
vas al inmortal seguro! Los antes bienhadados y los ahora tristes y afligidos, a tus pechos criados, de ti desposeídos, ¿a dónde
volverán ya sus sentidos? ¿Qué mirarán los ojos que vieron de tu rostro la
hermosura que no
les sea enojos? Quien gustó tu dulzura, ¿qué no
tendrá por llanto y amargura? Y a este mar turbado ¿quién
le pondrá ya freno? ¿Quién concierto al fiero viento, airado, estando
tú encubierto? ¿Qué norte guiará la nave al
puerto? Ay, nube envidiosa aun de
este breve gozo, ¿qué te quejas? ¿Dónde vas presurosa? ¡Cuán rica tú te alejas! ¡Cuán pobres y cuán ciegos, ay,
nos dejas! Sin embargo, tenemos que recordar
que la ausencia de Cristo es sólo aparente. Es verdad que, con su ascensión,
desaparece materialmente de nuestra vista, pero permanece presente entre
nosotros de una manera nueva, por medio del don del Espíritu Santo (que
celebraremos la semana próxima) y de los sacramentos. Por eso la liturgia,
junto al poema de Fray Luis recoge otro, que dice: No; yo no dejo la tierra. No; yo no olvido a los hombres. Aquí, yo he dejado la guerra; arriba,
están vuestros nombres. ¿Qué hacéis mirando al cielo, varones,
sin alegría? Lo que ahora parece un vuelo ya es
vuelta y es cercanía. El gozo es mi testigo. La paz, mi presencia viva, que, al irme, se va conmigo la
cautividad cautiva. El cielo ha comenzado. Vosotros sois mi cosecha, El padre ya os ha sentado conmigo,
a su derecha. Partid frente a la aurora. Salvad a todo el que crea. Vosotros marcáis mi hora. Comienza vuestra tarea. P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d. 16-05-2010
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Caminando con Jesús Pedro Sergio Antonio Donoso Brant |