Antiguas tradiciones cristianas sobre Elías y Eliseo

P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d.

  

En nuestra formación carmelitana hemos hablado del Monte Carmelo en la Biblia y en la tradición judía y cristiana, del profeta Elías en la Biblia y en la tradición judía, del profeta Eliseo en la Biblia y en la tradición judía. La semana pasada hicimos un paréntesis para hablar de san Simón Stock con motivo de su fiesta. Hoy regresamos a los profetas Elías y Eliseo, para hablar de las tradiciones cristianas sobre ellos. Como tendremos ocasión de ver, todas estas tradiciones bíblicas, judías y cristianas primitivas, en su momento influirán notablemente en la formación de la espiritualidad carmelitana.

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Lectura «tipológica» de la Biblia

Los primeros cristianos hicieron un uso abundante de la lectura «tipológica» del Antiguo Testamento. Es decir, buscaron en los sucesos y personajes del pasado, ilustraciones para comprender mejor el misterio y la predicación de Cristo. Para ello se inspiraron en san Pablo que, recordando unos acontecimientos narrados en el libro del Éxodo, dice: «Estas cosas sucedieron en figura (tipikôs, en griego) para nosotros» (1Cor 10,6). San Agustín lo explica detalladamente: Dios lo ha hecho todo por medio de su Verbo. En la belleza de la creación se puede rastrear la belleza del Creador, las huellas de Cristo. Dios se ha comunicado siempre a través de su Verbo. En las profecías y revelaciones del pasado hablaba Cristo y todas preparaban la venida del Verbo en la carne: «Desde el comienzo del género humano, Dios ha anunciado siempre la venida del Mesías con profecías más o menos claras, según la Divina Providencia lo juzgaba apropiado a la diversidad de los tiempos». Todos los justos y profetas del pasado adoraron al Verbo que había de venir y, con sus obras y palabras, lo anunciaron y «prefiguraron», aunque ellos no lo entendieran totalmente. Todo sucedía de manera misteriosa, respondiendo a un eterno plan de salvación que caminaba hacia la plenitud en Cristo. Nosotros podemos entenderlo a la luz del Nuevo Testamento.

Los textos de los Padres de la Iglesia sobre Elías y Eliseo son muy numerosos (las Carmelitas de Saint-Rémy han publicado más de 1.000 referidos a cada uno de ellos). En ellos encuentran un anuncio y anticipo de la revelación de Jesús y una enseñanza para nosotros, los creyentes. La viuda de Sarepta (que acoge al profeta y se pone a su servicio) es imagen de la Iglesia, mientras que la reina Jezabel (que incita al pueblo a la idolatría y persigue al profeta) es la imagen del pecado. Por su parte, Elías anuncia a Juan Bautista, el Precursor, y también es imagen de Cristo, ya que sus prodigios anuncian los milagros del Salvador y en el fuego que hizo descender del cielo descubren un anuncio del don del Espíritu Santo en Pentecostés. Elías vivía en presencia de Dios, como anuncio de la oración cristiana y su celo por la causa del Señor es anticipo de la actividad apostólica. En el paso del Jordán vieron una prefiguración del Bautismo; en el pan que lo alimentó en el desierto, una promesa de la Eucaristía; en su peregrinar hacia el monte de Dios, la imagen de la vida cristiana (que es un largo camino hasta el encuentro definitivo con Cristo); en su ascensión al cielo en un carro de fuego, el anuncio de la ascensión del Señor y de la resurrección futura… Por eso, los textos litúrgicos primitivos también hablan mucho de Elías en relación con el ayuno cuaresmal y con las fiestas de la Transfiguración, de la Ascensión, de Pentecostés y de la Asunción de la Virgen, entre otras. Con todo, donde los Padres hablan más de Elías es en el contexto de la vida monástica. Unas veces lo consideran su inspirador y otras directamente su fundador.

Pronto se desarrolló también una interpretación mariana del episodio de la nubecilla. Los Santos Padres vieron prefigurada a la Virgen María en aquella pequeña nubecilla que subió desde el mar, tras la oración de Elías, y que empapó de agua la tierra agostada por la sequía. Como la nubecilla, María era pequeña e insignificante para los hombres. Como la nubecilla, María derramó sobre la tierra la fecundidad, después de largos años de sequía y de la espera orante de los justos. En las iglesias carmelitanas suele haber cuadros que representan al profeta Elías orando en el Carmelo y a la Virgen Inmaculada sobre la nube que se eleva desde el mar. Y esa sigue siendo la primera lectura de la misa del día de la Virgen del Carmen, el 16 de julio.

Elías es un perenne recordatorio del poder de Dios, Creador y Señor de todo y de todos, al que se debe adoración y respeto. Por su parte Eliseo (sin olvidar lo anterior) subraya la misericordia y condescendencia de Dios hacia sus criaturas. Los Santos Padres desarrollaron abundantemente el tema de Eliseo como figura y anuncio de Cristo. El profeta, conmovido por el sufrimiento de la sunamita, bajó del Monte Carmelo y se dirigió a la ciudad para resucitar a su hijo difunto, colocándose sobre él, uniendo sus manos a las del niño, al igual que sus ojos y todo su cuerpo, soplando su aliento sobre él, hasta que el niño entró en calor y volvió a la vida. Igualmente Cristo descendió del cielo, de junto a su Padre, compadecido por la muerte de los hombres, y se hizo uno con nosotros, uniéndose a nosotros, dándonos su Espíritu, para que tengamos vida eterna. Lo mismo que Eliseo saneó las aguas de Jericó, Cristo santificó las aguas del Bautismo, haciéndose bautizar en el Jordán, precisamente cerca de su paso junto a Jericó. Incluso en la difícil escena de los cuarenta y dos niños devorados por los osos a causa de haberse burlado de Eliseo, descubren un anuncio de la pasión del Señor, tal como recuerda san Cesáreo de Arlés: «Igual que los niños gritaban al profeta: “¡Sube, calvo!”, el pueblo gritó durante la pasión: “¡Crucifícalo!”. En efecto, “¡Sube, calvo (en latín: calvus)!” significa “¡Sube al Calvario (en latín: Calvaria)!”. Y al igual que los cuarenta y dos niños fueron devorados, así el pueblo judío fue masacrado cuarenta y dos años después de la muerte de Jesús, durante el asedio de Jerusalén, por los dos osos, Tito y Vespasiano».

Elías y Eliseo, «padres» y «modelos» de los monjes

Los tratados de los Santos Padres se detienen, de una manera especial, en las figuras de Elías y Eliseo a la hora de escribir sobre la vida monástica. Ellos, con san Juan Bautista, son los verdaderos iniciadores de esta vida sublime, los modelos que siempre hay que considerar para llegar a ser auténticos monjes. San Atanasio, en su famosa Vida de san Antonio, considerado el padre del monaquismo occidental, propone a san Elías como el verdadero modelo que imitó san Antonio y al que deben seguir todos los monjes: «Es importante constatar que el asceta trata de aprender a vivir contemplando a diario la vida de Elías como en un gran espejo. Para quienes desean pasar la vida en la soledad, la vida de Elías es la regla, porque discurre toda ella en presencia de Dios con una conciencia pura, y en la perfección del corazón». En esto coincide con muchos otros tratados antiguos, que desarrollan el retiro de Elías en la soledad del Carmelo como modelo de vida para todos los que aspiran a la perfección. Su oración continua, el cultivo del silencio, su celo apostólico, su virginidad, su pobreza, la austeridad de su vida, su perseverancia en la lucha espiritual… son un ejemplo y un estímulo que los monjes deben imitar.

San Jerónimo, hablando de la vida monástica, dice: «Nuestro príncipe es Elías y lo es Eliseo, y nuestros caudillos son los hijos de los profetas que habitaban en desiertos y soledades y construían sus tiendas junto al río Jordán». Y añade que «los hijos de los profetas son los monjes del Antiguo Testamento». Como él mismo vivía en comunidad en las grutas de Belén, subrayó las relaciones de Elías y de Eliseo con «los hijos de los profetas» y su modelo de vida comunitaria, con tiempos para la soledad y momentos para las actividades en común.

También san Ambrosio de Milán tiene un tratado titulado Libro sobre Elías y el ayuno, en el que propone al profeta como modelo de vida monástica. En otro texto recoge los mismos temas, aunque los desarrolla con nueva vitalidad: «El desierto es una huida dichosa. Hacia él se dirigieron Elías, Eliseo y Juan Bautista. Elías huyó de Jezabel, es decir de la abundancia de la vanidad, y huyó hacia el Monte Horeb, cuyo nombre significa “desecación”, para que se secara en él el impulso de la vanidad carnal y pudiera conocer a Dios en plenitud. De hecho, Elías se retiró junto al torrente de Querit, que significa “conocimiento”, donde pudo encontrar la abundancia del conocimiento de Dios, huyendo del mundo hasta el punto de no buscar otro alimento para su cuerpo que el que le traían los pájaros, de forma que en lo esencial su alimento ya no era terreno. Finalmente, Elías caminó durante 40 días, sostenido por el alimento que había recibido. Por eso, no huía de una mujer tan gran profeta, sino del siglo. […] Huía de la seducción del mundo, del contagio de su contacto inmundo, de los sacrilegios de una nación rebelde e impía…» (Sobre la fuga del mundo 6,3).

San Juan Crisóstomo manifestaba un gran afecto hacia Elías, al que comparó con los ángeles: «¿Cuál es la diferencia entre Elías, Eliseo y Juan, verdaderos amantes de la virginidad, y los ángeles? Ninguna, excepto la condición de su naturaleza mortal. […] La virginidad les ha dado una naturaleza angélica. Si hubiesen tenido mujer e hijos, no habrían podido vivir con tanta facilidad en el desierto ni despreciar las casas y otras comodidades de la vida. Desligados de estas ataduras, vivían en la tierra como si vivieran ya en el cielo» (Tratado sobre la virginidad 79,1-2).

En la misma línea escribieron sobre Eliseo, añadiendo nuevos datos. Él es modelo y figura de los discípulos de Cristo, especialmente de los monjes: El discípulo fiel de Elías es ejemplo de obediencia a su maestro (deja todo inmediatamente para seguirlo y no se separa nunca de su lado), como lo es de castidad (la sunamita tiene que construir una habitación separada para el profeta, que vive en virginidad) y de pobreza (deja la casa de su padre, deshaciéndose de todas sus posesiones y rechaza los dones de Naamán, el sirio). Incluso dan a Eliseo el título de Abad y Prior de los «hijos de los profetas», a los que también denominan el «coro de los monjes».

Hay un tema que, desde que san Atanasio lo desarrolla en la Vida de San Antonio, aparece en todos los autores: la meta de la ascesis de los monjes es la pureza del alma, para conseguir el conocimiento espiritual, la clarividencia. Eliseo es el modelo en este camino: «El alma totalmente purificada y sometida al orden de su naturaleza ve más de lo que pueden ver los demonios. Un alma así recibe las revelaciones del señor como el alma de Eliseo, que veía a distancia a su criado Guejazí y las fuerzas que lo rodeaban y protegían». Igual que Eliseo conoce lo que su discípulo está haciendo, aunque no está presente junto a él, y maldice la avaricia en su persona, el monje purificado y experimentado en los caminos del espíritu, recibe el don del discernimiento y del consejo, corrige los vicios y guía por los caminos de la virtud.


P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d.
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