Fijación escrita de las tradiciones carmelitanas

P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d.

 

Antiguamente, los capítulos generales se reunían cada tres años para nombrar a los responsables directos del gobierno de la Orden y legislar sobre los temas relativos a la vida de los religiosos, adaptando la Regla a las circunstancias cambiantes. Esos decretos se llamaban «Normas» o «Constituciones». Las Constituciones más antiguas que conservamos son las del Capítulo General que tuvo lugar en 1281 en Londres. Su Rubrica Prima recoge las tradiciones sobre el profeta Elías y los orígenes de la Orden: «Algunos hermanos nuevos en la Orden no saben cómo responder con verdad a los que preguntan de quiénes y cómo tuvo origen nuestra Orden. Nosotros deseamos responderles en los términos siguientes: Afirmamos, dando testimonio de la verdad, que desde los tiempos de los profetas Elías y Eliseo, vivieron en el Monte Carmelo algunos Santos Padres, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, a quienes la contemplación de las cosas celestiales les llevó a la soledad de aquella montaña, y allí perseveraron en penitencia y santas obras junto a la fuente de Elías, en manera digna de alabanza y en santa penitencia. Y nosotros, sus seguidores, servimos al Señor en diversas partes del mundo».

La información es bastante escueta, aunque suficiente. Habla de tres etapas en la vida religiosa del Carmelo. En primer lugar están los profetas Elías y Eliseo, precursores y modelos. Después vienen los Santos Padres que vivieron en oración, siguiendo su ejemplo. Por último se encuentran los hermanos carmelitas («nosotros»), que se consideran los herederos espirituales de los profetas y de aquellos santos varones. Las Constituciones de 1294 y 1324 repiten el texto sin ningún cambio.

Con el tiempo esta sucesión sencilla (Elías y Eliseo, Santos Padres del Antiguo y del Nuevo Testamento, nosotros) fue desarrollándose en obras cada vez más completas, a manera de las hagadot hebreas, de las que ya hemos hablado. En ellas se cuenta cómo Samuel fue el fundador de los «hermanos profetas» o «escuelas de los profetas», presentes en varios lugares de la Tierra Santa. Elías los unificó y convirtió en un movimientos de consagrados (un preanuncio de las Órdenes religiosas). La Virgen Inmaculada se apareció a Elías en la nubecilla que subió del mar sobre el Carmelo, por lo que él construyó una capilla en su honor (el más antiguo templo mariano del mundo, levantado 850 años antes de su nacimiento). Posteriormente Elías recibió en el Horeb el mandato divino de fundar una Orden religiosa y la promesa de que perduraría hasta el final de los tiempos. Ya hemos visto que Eliseo, al despedirse de Elías, pidió a su maestro «dos tercios de su espíritu». La versión latina de la Biblia lo traducía por «su doble espíritu». Esto dio lugar a una abundante literatura sobre el doble espíritu de Elías (contemplativo y misionero), que él legó a Eliseo y a sus sucesores, los carmelitas.

Los autores antiguos confeccionaron las listas de los sucesivos Generales desde Elías hasta Juan Bautista y desde el precursor hasta los tiempos de los cruzados. Los esenios habrían sido los carmelitas del Antiguo Testamento. La Sagrada Familia habría subido frecuentemente a participar en el culto de los ermitaños del Carmelo, que habrían sido llamados a Jerusalén por la Virgen antes de su muerte. En el testamento les dejó en herencia la casa de Nazaret y la de Jerusalén, que ella había recibido de su madre (la actual iglesia de santa Ana, cerca de la explanada del templo, donde ella nació). Los carmelitas habrían permanecido en Jerusalén hasta Pentecostés y serían las cinco mil personas que se unieron a los Apóstoles al inicio de la predicación del Evangelio. Algunos viajaron con san Marcos a Egipto, otros con Santiago a España, estableciendo grupos de consagrados en cada nación donde se establecía la Iglesia.

Todos los ermitaños y monjes cristianos de los primeros siglos después de Cristo fueron seguidores de Elías, por lo que también fueron carmelitas. En tiempos antiguos, Juan, Patriarca de Jerusalén, habría dado una Regla a los carmelitas griegos. Cuando los ermitaños latinos se les unieron en tiempo de las cruzadas, Aymerico, Patriarca de Antioquia, habría intervenido para solucionar las fricciones entre los dos grupos, poniendo como prior a su pariente san Bertoldo (primer prior general latino de la Orden). Su sucesor, san Brocardo, sería el destinatario de la Regla de san Alberto. San Luis de Francia, que en su expedición a Tierra Santa visitó el Carmelo, quedó admirado de la vida de sus moradores, por lo que habría llevado consigo a Europa los primeros carmelitas y las imágenes más antiguas de la Virgen del Carmen.

El documento fundamental en la fijación de esas tradiciones fue el Libro de la institución de los primeros monjes, escrito por el carmelita español Felipe Ribot († 1391). En el prólogo afirma que los 10 libros de que consta su obra son recopilación de textos antiguos. Identifica los dos primeros con la Regla escrita en el s. IV por Juan, obispo de Jerusalén, aunque hoy se sabe que fueron obra del mismo Ribot, reelaborando tradiciones anteriores. Dice así: «El profeta de Dios Elías fue el primero de todos los monjes que han existido y en él tuvo principio la santa y gloriosa institución monacal. Con el ansia que sentía por la divina contemplación y el vehemente deseo de adelantar en la virtud, se marchó lejos de las ciudades y, despojándose de todos los intereses terrenos y mundanos, se propuso empezar a vivir la vida eremítica, religiosa y profética, consagrándose a ella como ningún otro hasta entonces lo había hecho, y con la inspiración e impulso del Espíritu Santo comenzó a vivirla y la instituyó. […] Elías fue el primero de todos los hombres que, deliberadamente, empezó a vivir la vida monástica y eremítica, y estableció sucesores suyos que continuaran perpetuamente viviéndola. Y para ser el padre de todos los monjes, eligió por discípulos algunos santos varones […]. Los enseñó a profetizar, o sea, a cantar las alabanzas de Dios con himnos y salmos acompañándose por instrumentos musicales. […] Se retiró con sus discípulos al Monte Carmelo y empezó enseguida a formarlos en la vida monástica, como el Señor se la había enseñado a él. […] Ya en vida del profeta Elías de tal manera llegó a extenderse el instituto de los hijos de los profetas, que tanto en los desiertos como en los suburbios de las ciudades se constituyeron centros o grupos de monjes siendo necesario que, además de Elías, algunos de sus más destacados discípulos estuviesen al frente dirigiéndolos y gobernándolos. Los monjes llamaban a estos que los presidían y dirigían Padres suyos y ellos se llamaban Hijos de los Profetas».

Los posteriores escritores de la Orden siguieron desarrollando esas tradiciones. El teólogo humanista Arnoldo Bostio, o.carm. (+1499) escribió una preciosa alabanza de Elías, pidiendo a los carmelitas que lo imitaran: «Varón evangélico antes del Evangelio, apostólico antes del tiempo de los Apóstoles, despreciador del mundo y de todas las cosas perecederas, apasionado seguidor de lo eterno, primer virgen, monje y eremita, resplandor de costumbres, regla de virtudes, heraldo de la Virgen sagrada. Que con la institución de la virginal castidad antecedió por mucho tiempo al Cordero sin mancha a donde quiera que hubiera de ir».

Y el fecundo escritor, teólogo e historiador Juan Bautista Lezana, o.carm. (+1659) escribió este epitafio en alabanza del profeta: «Elogio para fiar a la puerta del paraíso terrenal: Aquí vive, oh mortal, aquel celeste celador de la honra divina: Elías, el de doble espíritu, perfecto en la pureza, rico en virtudes, pobrísimo en bienes terrenos, gran amigo de Dios, enemigo del diablo, amable con los buenos, terrible para los impíos, nacido antes de Cristo conversó con Cristo, reservado después de Cristo contra el Anticristo; Patriarca eximio, Profeta celebérrimo, Sacerdote grande, Monje, Padre de los Monjes, siempre casto, Fénix singular, futuro apóstol de Cristo, Mártir, Precursor, Capitán, valiente defensor, heraldo de la verdad, ardientemente religioso, maduro sin quebranto, anciano sin vejez, mortal sin morir, nutrido sin alimento, de una longevidad sin achaques y –¡cosa admirable!– de una vida santísima que no se ha de extinguir hasta la consumación de los siglos. Quien flageló a los tiranos, dio muerte a los sacrílegos, cerró con su palabra las nubes y las abrió de nuevo, ungió Reyes e instituyó Profetas defensores; su nacimiento fue anunciado por los ángeles, alimentado en Carit, saludado en Horeb, donde, en medio de fragorosa tempestad y conmoción de los montes, cubriéndose con su palio el rostro, vio en cuanto era capaz, a Dios, el cual se le manifestó en el suave céfiro».

Estas tradiciones piadosas se fueron transmitiendo de generación en generación sin recibir ninguna oposición crítica. De hecho fueron asumidas también por escritores de fuera de la Orden y están recogidas en varios documentos papales. A partir de 1643 los bolandistas (jesuitas que se propusieron recoger y examinar críticamente toda la literatura hagiográfica existente hasta el s. XVII) publicaron un santoral cristiano, aplicando métodos histórico-críticos a las tradiciones. Cuando afirmaron que la opinión de los carmelitas sobre la antigüedad de su Orden carecía de una base documental sólida se formó una violenta polémica, que involucró a las principales universidades de la época. El Papa tuvo que intervenir, prohibiendo que los contendientes se siguieran atacando. En 1727 se colocó una gran imagen del profeta Elías en el interior de la Basílica Vaticana con la siguiente inscripción (redactada personalmente por el Papa Benedicto XIII), que se conserva hasta el presente: «Universus Ordo Carmelitarum fundatori suo sancto Eliae prophetae erexit»; es decir: «Toda la Orden Carmelitana [calzados y descalzos] [erigió este monumento] a su fundador, el profeta san Elías». De momento, las tradiciones carmelitanas habían encontrado una solemne aprobación. Para comunicarlo a todas las provincias de la Orden, el procurador general de los carmelitas de la antigua observancia redactó una carta en la que decía: «Ha llegado el tiempo en que, aun cuando los carmelitas callen, las piedras y los mármoles hablarán y dirán que el profeta Elías es el Padre y Fundador de los carmelitas».

La duda sobre la historicidad de estas tradiciones no se volvió a plantear desde la época de los bolandistas hasta la segunda mitad del s. XX. En el postconcilio lo hizo con tanta fuerza, que las fiestas de Elías y Eliseo llegaron a desaparecer de los calendarios carmelitanos y sus figuras, así como los otros temas hasta ahora señalados, desaparecieron de los programas de formación de los novicios y estudiantes, despachados como leyendas sin fundamento. (Yo mismo no he recibido ni una sola hora de clase sobre estos temas durante mis años de formación. Me he acercado a ellos posteriormente, por el deseo de profundizar en la espiritualidad carmelitana). Hoy la sensatez ha regresado a nuestra Orden, que está dispuesta a recuperar el inmenso patrimonio espiritual y cultural que nos legaron los mayores y que tan alegremente se había despreciado en los últimos decenios del pasado siglo. La figura profética de Elías y su mensaje siguen siendo actuales. Si los primeros carmelitas lo tuvieron por modelo de consagración, no hay motivo para que los actuales lo abandonen. Su «doble espíritu» del que ya hemos tratado, manifestado en los lemas «Vive Dios, en cuya presencia estoy» y «Me consumo de celo por la causa del Señor Dios Todopoderoso» impulsan a todo el Carmelo a buscar la continua presencia de Dios y a trabajar sin descanso por el Reino.

Por poner una comparación, ninguno de los actuales institutos de agustinos fue fundado por el santo de Hipona, pero le tienen por padre e inspirador. Lo mismo pasa con las varias familias masculinas y femeninas que viven la espiritualidad del beato Carlos de Foucould o de santa Teresita de Lisieux o las congregaciones misioneras franciscanas surgidas en el siglo XIX. Todos estos grupos no han sido materialmente fundados por los personajes a los que se refieren en sus títulos, pero se sienten herederos del carisma que aquellos han transmitido con sus vidas y sus escritos. Lo mismo sucede con los carmelitas, que no fueron fundados directamente por san Elías, pero desde sus orígenes se sintieron influenciados por el ejemplo del profeta. Por eso la referencia a su persona ha marcado la historia y la espiritualidad de la Orden a lo largo de los siglos. Es lo que algunos autores ya afirmaban desde antiguo, como el beato Juan Soreth, o.carm. († 1471) en su Exposición de la Regla: «Nosotros somos los Hijos de los Profetas, no según la carne, sino por la imitación de sus obras. El Redentor decía a los judíos que se gloriaban de proceder de Abrahán: “Haced las obras de Abrahán”. Así hoy se debe decir a los carmelitas: “Haced las obras de Elías”». También Juan Tritemio, o.s.b. († 1516) decía: «Elías, aunque no sea él quien les haya dado una Regla escrita, con todo ha sido el ejemplo y el modelo de la santa vida de los carmelitas».

 

P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d.

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