San Simon Stock

P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d.

  

Estimados amigos,

Las semanas pasadas hemos hablado del Monte Carmelo y de los profetas Elías y Eliseo, tal como son presentados en la Biblia y en la tradición judía. Hoy nos tocaría hablar de la interpretación cristiana de los profetas pero, como mañana es la fiesta de san Simón Stock, esta mañana el P. Iván Mora ocd me ha grabado un video en el que cuento algunas cosas relacionadas con él (como ha hecho más veces con otros santos). Hoy hablaremos de la Virgen del Carmen y de san Simón Stock. Podéis ver el video en esta dirección:

 San Simón Stock

 

Imágenes integradas 1

  

María, madre y hermosura del Carmelo

 Desde finales del s. XII, diversos textos que hablan de los ermitaños latinos del Carmelo afirman que estos se reunían en una capilla situada en medio de las celdas y dedicada a la Virgen María, venerada como la «Señora del lugar» e invocada como Mater et decor Carmeli («Madre y hermosura del Carmelo»). De hecho, el nombre que se dieron a sí mismos es el de «Hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo». Este título les causó varios problemas cuando los primeros Carmelitas se trasladaron a Europa durante el s. XIII. En aquella sociedad feudal admitían que unos religiosos se consagraran a ser oblatos, siervos o esclavos de la Virgen. Pero les parecía una falta de respeto que quisieran ser considerados sus hermanos y que pretendieran una intimidad con ella sospechosa de irreverente. Muchos les insistieron para que cambiaran el nombre de la Orden.

 Además, el Concilio IV de Letrán había prohibido en 1215 la creación de nuevas Órdenes religiosas. Numerosos obispos no aceptaban la presencia de los Carmelitas en sus diócesis, alegando que eran una Orden nueva y desconocida. De nada servía que los Carmelitas les recordaran sus orígenes en el Monte Carmelo y que su Regla había sido promulgada por el Patriarca de Jerusalén. Las persecuciones se sucedían, llegando al desmantelamiento de sus pobres conventos y al encarcelamiento de algunos religiosos, considerados rebeldes. Muchos amigos de la Orden les sugerían que buscaran la protección de algún señor feudal poderoso, según las costumbres de la época, pero ellos se negaron, afirmando siempre que la única Señora a la que servían y que había de defenderlos era la Virgen María. Ella era la Señora del Carmelo y sus hermanos e hijos confiaban en su protección.

 El escapulario

Por entonces, la gente normal disponía de poca ropa. Solo tenía una túnica, que se protegía con una especie de bata o gran delantal durante los trabajos. A esta prenda protectora se llamaba «escapulario», porque caía desde las «escápulas» (los hombros). Los siervos de cada señor feudal llevaban estos escapularios de un determinado color y tamaño, con lo que se podían distinguir en las guerras, a la hora de pagar peajes por atravesar las tierras del señor o participar en el mercado, etc. Como los Carmelitas se negaron a tener ningún señor que les protegiera en la tierra, adoptaron el hábito y el escapulario de color pardo, de la lana de oveja sin teñir, que es el que llevaban los pobres y desheredados. Mientras tanto, seguían confiando en el auxilio de María.

Cuenta la tradición que un general de la Orden, de origen inglés y de nombre Simón Stock, especialmente devoto de la Virgen, rezaba cada día para que acabaran las persecuciones con la siguiente oración: Flos Carmeli, Vitis Florigera, Splendor coeli, Virgo puerpera, Singularis,  Mater mitis, Sed viri nescia, Carmelitis sto Propitia, Stella maris. Que traducido al español dice: «Flor del Carmelo, Viña florida, Esplendor del cielo, Virgen singular. ¡Oh, Madre amable! Mujer sin mancilla, muéstrate propicia con los Carmelitas, Estrella del mar».

Entonces sucedió el prodigio. Corría el año de 1251. La Virgen María vino a su encuentro con el escapulario marrón en sus manos, el mismo que los religiosos habían escogido, porque no querían señores feudales que les protegieran, ya que sabían que la Virgen era su Señora. Y la Virgen le dijo: «Este escapulario es el signo de mi protección. Quien muera con él no padecerá las penas del infierno». A partir de entonces fueron cesando las persecuciones y el escapulario se convirtió en signo de consagración a María y de su protección continua.

En torno al escapulario se multiplicaron las tradiciones. La más importante es la de «la bula sabatina», que parte de un sueño del Papa Juan XXII, al que la Virgen del Carmen dijo que ella sacaría del purgatorio el sábado siguiente a su muerte a quienes fallezcan con el escapulario. Con este motivo se fundaron numerosas «cofradías de ánimas», que ofrecían misas por las almas del purgatorio en altares de la Virgen del Carmen. Muchos cuadros y relieves la representan con las almas del purgatorio a sus pies y con ángeles que sacan de las llamas a quienes están revestidos del escapulario. La archicofradía del Carmen llegó a ser la más extendida de toda la cristiandad, con sede en iglesias de todo el mundo. Hasta no hace mucho se necesitaba un permiso escrito del General de la Orden para que un sacerdote pudiera imponer el escapulario agregando, así, a los fieles a dicha archicofradía, que los Papas enriquecieron con numerosas indulgencias.

A lo largo de los siglos son innumerables los fieles que han llevado el escapulario como signo de su amor a María. También son numerosos los prodigios y conversiones que la Virgen ha realizado entre los que llevan con fe y devoción esta prenda tan humilde. Pío XII escribió: «La devoción al Escapulario ha hecho correr sobre el mundo un río inmenso de gracias espirituales y temporales». Y Pablo VI: «Entre las devociones y prácticas de amor a la Virgen María recomendadas por el Magisterio de la Iglesia a lo largo de los siglos, sobresalen el rosario mariano y el uso del escapulario del Carmen». Juan Pablo II lo llevaba siempre consigo y lo recomendó en muchas ocasiones, afirmando: «En el signo del escapulario se pone de relieve una síntesis eficaz de espiritualidad mariana que alimenta la vida de los creyentes, sensibilizándolos a la presencia amorosa de la Virgen Madre en su vida. El escapulario es esencialmente un “hábito”. Quien lo recibe queda agregado a la Orden del Carmen, dedicado al servicio de la Virgen por el bien de la Iglesia y experimenta la presencia dulce y materna de María. ¡Yo también llevo sobre el corazón, desde hace mucho tiempo, el escapulario del Carmen!». Por su parte, Benedicto XVI ha afirmado: «El escapulario es un signo particular de la unión con Jesús y María. Para aquellos que lo llevan constituye un signo del abandono filial y de confianza en la protección de la Virgen Inmaculada. En nuestra batalla contra el mal, María, nuestra Madre, nos envuelve con su manto».

P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d.

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