Isabel de la Trinidad 10. “EN
EL SILENCIO, ESTARÁ VUESTRA FORTALEZA.”
Autor Pedro Sergio Antonio Donoso Brant10.1 El silencio del alma
Enseña el santo padre san Juan de la
Cruz en noche: “por cuanto queda corta toda habilidad natural acerca de los
bienes sobrenaturales que Dios por sólo infusión suya pone en el alma pasiva
y secretamente, en el silencio.” (2N 14,1) y en Subida expone: “Pero, porque
aquí vamos dando doctrina para pasar adelante en contemplación a unión de
Dios (para lo cual todos esos medios y ejercicios sensitivos de potencias han
de quedar atrás y en silencio, para que Dios de suyo obre en el alma la
divina unión) conviene ir por este estilo” (3S 2,2) y enseña la santa madre
Teresa de Jesús en la Moradas: que con estos deseos que nos da Dios,
hermanas, del bien de las almas, podemos hacer muchos yerros, y así es mejor
llegarnos a lo que dice nuestra regla: en silencio y esperanza procurar vivir
siempre, que el Señor tendrá cuidado de sus almas. (3M, 2.13). El verdadero silencio de la Carmelita es
el silencio del alma, en el que encuentra a Dios. Fiel discípula de santa
Teresa y de san Juan de la Cruz, sor Isabel se ejercita en hacer callar sus
potencias y se aísla de todo lo creado. Con un fuerte ardor, todo lo inmola:
la mirada, el pensamiento, el corazón. Escribe Isabel a su madre: “El
Carmelo, es como el cielo: hay que abandonarlo todo para poseer a Aquel que
lo es todo” (Carta a su madre, Maria Rolland, agosto de 1903, Obras
Completas, página 427) Isabel encontró a Margarita Gollot en el
Carmelo de Dijon, tuvieron una amistad ininterrumpida durante un año uy
medio, se veían a diario en el jardín del Carmelo y en la capilla, sus
conversaciones y cartas eran muy espirituales, pero ella no entró en el
camelo. A esta amiga del alma le escribe un lunes de enero de 1900: “¡Oh!
Vaciémonos por completo. Desprendámonos de todo. Que solo exista El, El
solo”. Esta separación total de las
criaturas atraía ya con pasión su corazón cuando estaba en el mundo. Más
adelante en otra carta le escribe: “abandonemos la tierra, despreciemos todo
lo creado y sensible” (Carta del 24 de mayo de 1900) “Olvidémonos, no
pensemos más en nosotras, vayamos a Él y desaparezcamos en EL” (Carta de
julio de 1900) “Debemos morir todo
para vivir solo de EL” (carta del 30 de marzo de 1901). “Amémosle.
Olvidémonos de nosotras mismas para verle solo a Él” (Carta del 9 de mayo de
1901) permanezcamos silenciosamente
ante el divino Crucificado, escuchémosle, él nos comunicará los secretos”
(Carta de 2 de junio de 1901) 10.2 Silencio
de todas las potencias del alma guardadas para Dios sólo.
Sor Isabel profesaba un culto especial a
santa Catalina de Sena, a causa de la doctrina de la gran mística dominicana
sobre la “celda interior”, refugio constante de la santa virgen de Sena en
medio de las agitaciones de los hombres y de su prodigiosa acción apostólica
al servicio de la política pontifical. Ese silencio interior, tan estimado por
sor Isabel, debía tomar rápidamente en ella la forma de un sobriedad y un
lugar primordial en su vida mística. Es el Evangelio puro, el que quiere
elevarse hasta Dios por medio de la oración debe hacer callar en sí las
vacías agitaciones del exterior y los ruidos del interior, retirarse a lo más
profundo de sí mismo y allí, en secreto, recogerse con todas las puertas
cerradas, como pide el Señor; “cuando vayas a orar, entra en tu aposento y,
después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y
tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.” (Mt 6,6). Es en cierto modo
imitar a Cristo en la oración, que durante esas noches silenciosas de
Palestina cuando al atardecer se iba solitario a la montaña para quedarse
allí hasta la mañana en oración; “se fue él al monte a orar, y se pasó la
noche en la oración de Dios” (Lc 6,12)
Eremitas y Padres del desierto de los
primeros siglos de la Iglesia señalan bien con su vida alejada de todo
concurrencia inútil, ese papel purificador del silencio en la concepción
primitiva del ascetismo cristiano. El desierto conducía al silencio del alma
habitada por Dios. Según su gracia propia, sor Isabel de la
Trinidad ha oído esta verdad evangélica en un sentido enteramente
carmelitano: silencio de todas las potencias del alma guardadas para Dios
sólo. No más ruido en los sentidos exteriores, en la imaginación y la
sensibilidad, en la memoria, la inteligencia, la voluntad: no ver nada. No
oír nada. No gustar nada. No detenerse en nada que pueda distraer el corazón
o retardar al alma que camina hacia Dios, algo que es muy provechoso. Como
dice el santo padre San Juan de la Cruz (Libro Subida): “tiene en sí el alma,
mediante este olvido y recogimiento de todas las cosas, disposición para ser
movida del Espíritu Santo y enseñada por él; el cual, como dice el Sabio
(Sab.1, 5), se aparta de los pensamientos que son fuera de razón” (3S 6,3) y
como añade más adelante: “en olvido de toda criatura y cosa de criatura.” (3S
15,2) 10.3“En el silencio, estará
vuestra fortaleza.”
Ante todo, la mirada debe ser vigilada.
Enseña el divino Maestro: “La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está
sano, todo tu cuerpo estará luminoso; pero si tu ojo está malo, todo tu
cuerpo estará a oscuras. Y, si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡qué
oscuridad habrá!” (Mt 6, 22-23) La impureza y una multitud de imperfecciones
provienen de esa falta de vigilancia en las miradas. David, que había hecho
la dolorosa prueba, suplicaba a Dios. “Aparta mis ojos de mirar vanidades,
por tu palabra vivifícame. “ (Sal 118,37) Con su canto, pedía a Dios que su
alma no volviese a tropezar. Isabel, quiere también mantener su alma sin
tropiezo, porque el alma virgen no se permite una sola mirada fuera de
Cristo. No menos necesario es el silencio de la
imaginación y de las otras potencias del alma. Llevamos por doquier con
nosotros todo un mundo interior de sensaciones e impresiones, que amenaza a
cada instante con volver a apoderarse de nosotros. Allí también debe
ejercitarse la moderación del
silencio. Recuerda Isabel en sus últimos Ejercicios Espirituales su regla
carmelitana; “En el silencio, estará vuestra fortaleza.” Y más adelante
añade: “un alma que transige con su yo, que se preocupa de sus sensibilidad,
que se entretiene en pensamientos inútiles, que se deja dominar por sus
deseos, en una alma que dispersas sus fuerzas y no está orientada totalmente
hacia Dios” (Últimos Ejercicios Espirituales, día segundo) Y sigue luego: “
Una alma que aún se reserva algo para sí en su reino interior, que no tiene
sus potencias recogidas en Dios, no puede ser perfecta” En síntesis, tal como la quería sor Isabel
de la Trinidad, fuera de Dios, no es un alma de silencio, en ella quedan
“disonancias”. Es decir, sensibilidades demasiado bulliciosas, que impiden el
concierto armonioso que las potencias del alma no debieran nunca cesar de
hacer subir hasta Dios. Se desprende de estos días de sus
últimos Ejercicios Espirituales, como la inteligencia, a su vez, debe hacer callar
en ella todo ruido humano. “El menor pensamiento inútil” sería una nota falsa
que hay que desterrar a toda costa. Un intelectualismo refinado que deja
demasiado juego a la inteligencia para sí misma es un obstáculo sutil al
verdadero silencio del alma en el que se encuentra a Dios en la pura fe. Sor
Isabel de la Trinidad, como su maestro san Juan de la Cruz, se muestra aquí
inexorable. “Hay que apagar toda otra antorcha”” y alcanzar a Dios no por
medio de un sabio edificio de hermosos pensamientos, sino por la desnudez del
espíritu. Enseña el santo padre san Juan de la Cruz (Libro Subida): “En esta
segunda canción canta el alma la dichosa ventura que tuvo en desnudar el
espíritu de todas las imperfecciones espirituales y apetitos de propiedad en
lo espiritual. Lo cual le fue muy mayor ventura, por la mayor dificultad que
hay en sosegar esta casa de la parte espiritual, y poder entrar en esta
oscuridad interior, que es la desnudez espiritual de todas las cosas, así
sensuales como espirituales, sólo estribando en pura fe y subiendo por ella a
Dios.” (2S 1,1) 10.4Silencio sobre todo en la
voluntad.
En ella se juega nuestra santidad: es la
facultad del amor. Con ella relaciona san Juan de la Cruz, no sin razón, las
últimas purificaciones preparatorias, a la unión transformadora: “nada, nada,
nada, nada, nada, nada, y aún en el monte nada.” (S) Sor Isabel ha querido
seguir a su maestro espiritual “angosta es la senda”…..“¡Cuán angosta es la
puerta y estrecho el camino que guía a la vida, y pocos son los que le hallan!”
(7S, 2) hasta ese punto extremo del “sendero estrecho” que conduce a la
cumbre del Carmelo. Con fuerza, apremia el alma que quiere llegar a la unión
divina a elevarse por encima de sus más espirituales gustos personales hasta
el despojo de toda voluntad propia. No saber más nada, no establecer
diferencia entre sentir y no sentir, gozar o no gozar, guardarse resuelta a
aventajar todo para unirse, olvidadiza de sí misma y despojada de todo, con
Dios sólo. Sor Isabel de la Trinidad había llevado hasta ahí su ideal de
silencio y de soledad absoluta, lejos de todo lo creado. Sabemos que las
últimas horas de su vida fueron una vidente realización de esto. Hay que entender, pues, con ella este
ascetismo del silencio en su sentido profundo: “No es una separación
superficial de las cosas externas. Es la soledad del espíritu, un
desasimiento de todo cuanto no es de Dios.”(Tratado Espiritual, El Cielo en la Tierra, día segundo). Reflexiona Isabel en su contemplación
del Cielo en la Tierra, como el alma silenciosa a todos los acontecimientos
de adentro como de afuera no establece ya diferencia entre esas cosas. Las
supera, las aventaja, para descansar por encima de todo en su Maestro mismo.
(Cielo en la tierra). Es el comentario de san Juan de la Cruz, sobre los
“provechos que se siguen al alma en el olvido y vacío de todos los
pensamientos” dice el santo carmelita: “tiene en sí el alma, mediante este
olvido y recogimiento de todas las cosas, disposición para ser movida del
Espíritu Santo y enseñada por él; el cual, como dice el Sabio (Sab1, 5) se
aparta de los pensamientos que son fuera de razón.” (3S 6,3). Es decir, el
alma que aspira a vivir al contacto con Dios, refugiada en el santo
recogimiento, debe estar separada, despojada, alejada de todas las cosas, por
lo menos en cuanto al espíritu. (Isabel de la Trinidad, Cielo en la tierra)
Es el silencio absoluto frente a Dios sólo. Es así como sor Isabel de la Trinidad ha
consagrado toda una elevación de su último retiro a cantar ese bienaventurado
estado del alma liberada de todo por el silencio interior y el equilibrio del
alma. Escribe ella: “Existe otra afirmación de Jesucristo que yo quisiera
repetir continuamente: Guardaré mi fortaleza para ti” (Sal 58,10) Mi Regla me
dice: “En el silencio estará vuestra fortaleza” Conservar la fortaleza para Dios es, en
mi opinión conseguir la unidad de todo nuestro ser mediante el silencio
interior. Es recoger todas las potencias para emplearlas solamente en el
ejercicio del amor. Es tener aquella mirada sencilla (Mt 6,22) que permite a
la luz de Dios iluminarnos” (Últimos
Ejercicios Espirituales, segundo día, Obras Completas, página 162) 10.5Ese silencio lo abarca
todo.
Sigue reflexionando Isabel: “Un alma que
transige con su yo, que se preocupa de su sensibilidad, que se entretiene en
pensamientos inútiles, que se deja dominar por sus deseos, es un alma que
dispersa sus fuerzas y no está totalmente orientada hacia Dios”. Su lira no
vibra al unísono, y el divino Maestro, al pulsarla, no puede arrancar de ella
armonías divinas. Tiene aún demasiadas tendencias humanas. Es una disonancia.
El alma que se reserva algo para sí en su reino interior, que no tiene sus
potencias recogidas en Dios, no puede ser una perfecta Alabanza de
gloria. No está capacitada para cantar
permanentemente el “Canticum magnum”
de que habla san Pablo, (Por equivocación escribe san Pablo y debió
decir San Juan en el Ap 14,3) porque la unidad no reina en ella. En vez de
proseguir con sencillez su himno de alabanza a través de todas las cosas,
tiene que reunir constantemente sus cuerdas dispersas por todas partes.”
(Últimos Ejercicios Espirituales, segundo día, Obras Completas, página 162) Hay otro silencio que no pertenece al
alma introducirlo mediante su actividad propia, sino que Dios mismo la efectúa
en ella, si ella permanece siempre fiel, y que constituye uno de los más
elevados frutos del Espíritu Santo: el “Divinum silentium” del gráfico de san
Juan de la Cruz. Las potencias ya no van dispersas en busca de las cosas. El
alma no sabe ya otra cosa que Dios: es la unidad. Reflexiona Isabel: ¡Que necesaria es
esta bella unidad interior para el alma que quiere vivir en la tierra la vida
de los bienaventurados, es decir de los seres simples, de los espíritus! Me
parece que el divino Maestro se refería a ella cuando hablaba de María
Magdalena del “unum necessarium” (“Una
sola cosa es necesaria”, Lc 10,41). ¡Que maravillosamente lo comprendió
aquella gran santa! Su inteligencia iluminada por la luz de la fe, había
reconocido a su Dios oculto bajo el velo de la humanidad y escuchada (sentada
a los pies del Señor, escuchaba su Palabra, Lc 10,39) en el silencio y unidad
de sus potencias las palabras que Él le la dirigía. Ella podía ella cantar: “Mi alma está siempre
entre mis manos” (Sal 118,109) y también esta palabra “Nescivi.” (Cant 6,11).
(Comentario de San Juan de la Cruz “Este no saber da a entender en los
Cantares (Ct 6, 11) la esposa, donde, después de haber dicho la unión y junta
de ella y su Amado, dice esta palabra: Nescivi: No supe, o ignoré.” 2S
14,11). Sigue Isabel. Sí, ya no sabía nada, que no fuese Él. Podrá hacer
ruido o producirse agitación en tono suyo: “Nescivi”. Se la podrá acusar:
“Nescivi”. Ni su honor ni las cosas exteriores son capaces de hacerla salir
de su sagrado silencio. El alma que ha penetrado en la fortaleza del santo
recogimiento se halla en idéntica situación, iluminada su inteligencia por la
luz de la fe, descubre a su Dios presente y viviendo en ella. El alma por su
parte permanece tan presente en Dios dentro de su bella simplicidad, que le
Señor la protege con celosa diligencia. Ya pueden sobrevenir entonces
agitaciones exteriores, tempestades del interior y hasta ofensas a su honor:
“Nescivi”. Aunque Dios se ocultara y la privase de las manifestaciones
sensibles de su gracia: “Nescivi”. El alma dirá también con san Pablo: “Todo
lo sacrifique por su amor” (Flp 3,8) El Señor se encuentra entonces libre de
entregarse, según su propia medida, (Ef 4,7). El alma así simplificada y
unificada, se convierte en trono del Inmutable, pues “la unidad es el trono
de la Santísima Trinidad.” (Últimos Ejercicios Espirituales, segundo día,
Obras Completas, página 162) 10.6La unión transformadora
hace entrar en ese silencio de Dios.
Lo ha dicho en modo glorioso el santo
padre san Juan de la Cruz: "Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo,
y ésta habla siempre en eterno silencio, y en silencio ha de ser oída del
alma" (Dichos de luz y amor 104; cfr. Subida II, 22,3-6). Sor Isabel ha
descubierto en ese silencio de la Trinidad el ejemplar del suyo, ella le
envía a su hermana Margarita Catez esta misiva espiritual: “Que se produzca
en el alma de mi Guita jun profundo silencio, eco del que reina en la
Santísima Trinidad” En el alma todo se calla: nada ya de la
tierra, no otra luz que la del Verbo, no otro amor que el Amor eterno. El
alma se reviste de las costumbres divinas. Su vida, superando y dominando
desde muy alto todas las agitaciones de lo creado, participa de la vida
Inmutable, según la palabra de sor Isabel: “Inmóvil y apacible como si ya
estuviera ella en la eternidad.” Por un toque especial del Espíritu
Santo, uno de los más secretos, su vida es transportada a la inmutable y
silenciosa Trinidad. Todavía por la fe, aquí abajo, pero por, uno de los más
elevados efectos del don de Sabiduría, el alma vive de Dios, a la manera de
Dios, habiendo pasado toda a Él. Ya no oye más que la Palabra Eterna: la
generación del Verbo, y la Espiración del amor. Para ella el universo todo es
como si no fuera. En ese grado, el silencio es el refugio supremo del alma
frente al misterio de Dios. De ese silencio pleno y profundo, “aquel silencio
de que hablaba el Rey David cuando decía: El silencio es tu alabanza.” (Sal
71,6) Sí, es la más bella alabanza, porque es la que se canta eternamente en
el seno de la apacible Trinidad.” (Últimos Ejercicios Espirituales, día
octavo, Obras Completas, página 174) Las costumbres divinas son el ejemplar
de las virtudes del alma que ha llegado a tales cumbres. Olvidadiza de sí
misma y despojada de todo, en los últimos días de su vida sor Isabel de la
Trinidad se había elevado hasta allí para buscar su ideal de silencio y de
soledad en el seno de Dios. Como dice el Señor: “Sed perfectos, como vuestro
Padre celestial es perfecto.” (Mt 5,48) Dios, dice san Dionisio, es el gran
Solitario. Reflexiona Isabel: Mi divino Maestro me exige imitar esa
perfección, rendirle homenaje siendo un alma solitaria. El Ser divino vive en
una eterna, inmensa soledad. Nunca sale de ella, aunque se interese por las
necesidades de sus criaturas, porque jamás sale de Sí mismo. Su soledad es su
divinidad.” (Últimos Ejercicios Espirituales, día decimo) Al contemplarla totalmente recogida en
su soledad interior, queda prendado de sus hermosura Sigue Isabel reflexionando en su décimo
día: “”Para que nada me obligue a salir de este hermoso silencio interior, he
de conservar siempre la misma actitud, el mismo aislamiento, la misma
separación, el mismo desprendimiento. Si mis deseos, mis temores, mis gozos o
sufrimientos; si todos los actos que proceden de estas cuatro pasiones no
están perfectamente ordenados a Dios, no seré una alma. Habrá alboroto en mí.
Por lo tanto necesito el sosiego, el sueño de las potencias, la unidad del
ser. “Oye, hija mía, inclina tu oído; olvida tu pueblo y la casa de tu Padre,
que el Rey esta prendado de tu hermosura” (Sal 45, 11-12) Oye, hija mía, inclina tu oído…. Más
para oír, es necesario olvidar la casa paterna. Es decir, todo cuanto
pertenece a la vida natural, a esa vida que habla el apóstol San Pablo cuando
dice: “Si vivís según la carne, moriréis.” (Rom 8,13.) Olvidar a su pueblo, esto me parece más
difícil, porque ese pueblo es todo el mundo que forma parte integrante, por así decirlo, de nuestro
ser. Es la sensibilidad, los recuerdos, las impresiones, etc... es en una palabra, nuestro yo. Necesitamos olvidarle,
renunciar a él. Cuando el alma ha logrado esta ruptura,
cuando se halla libre de todo eso, el rey queda prendado de su hermosura,
porque la belleza es la unidad. Así
es, al menos, la belleza de Dios….. (Últimos Ejercicios
Espirituales, día decimo, Obras Completas, página 178) Al ver el Creador el hermoso silencio
que reina en su criatura, al contemplarla totalmente recogida en su soledad
interior, queda prendado de sus hermosura y la instala en aquella soledad inmensa,
infinita, en aquel lugar espacioso cantado por el profeta. Ese lugar es El
mismo. Entrare en los secretos del poder de Dios. (Sal 70,16, Últimos
Ejercicios Espirituales, día undécimo) 10.7Esa soledad suprema establece al alma en el silencio
mismo de la Trinidad.
En el movimiento sublime que termina su
oración, allí es donde se refugia para sumergirse, desde este mundo, en la
Tranquila e Inmutable Trinidad: ¡Oh, Dios mío, Trinidad a quien adoro!
Ayudadme a olvidarme enteramente para establecerme en Vos, inmóvil y
tranquila, como si mi alma estuviera ya en la eternidad. Que nada pueda
turbar mi paz, ni hacerme salir de Vos, ¡oh mi Inmutable!, sino que cada
minuto me haga penetrar más en la profundidad de vuestro misterio. ¡Oh, mis Tres, mi Todo, mi Bienaventuranza,
Soledad infinita, Inmensidad donde me pierdo!, yo me entrego a Vos como una
presa. Encerraos en mí para que yo me encierre en Vos, mientras espero ir a
contemplar en vuestra luz el abismo de vuestras grandezas. (Elevación a la
santísima Trinidad, 21 de noviembre de 1904) Pedro Sergio Antonio Donoso Brant Fuentes y Bibliografía -
LA DOCTRINA ESPIRITUAL DE SOR ISABEL
DE LA TRINIDAD, M.M. PHILIPON, O.P. - OBRAS COMPLETAS, EDITORIAL MONTECARMELO |