Isabel de la Trinidad 11. LA
HABITACIÓN DE LA TRINIDAD
Autor Pedro Sergio Antonio Donoso Brant11.1“Todo mi ejercicio es
entrar “adentro”, y sumergirme en Los que están allí”
Hemos llegado al aspecto más importante
de la vida de Isabel de la Trinidad. Para todos nosotros, el misterio de la
“Habitación de la Trinidad” es algo solo para ciertos santos, y nos parece
lejano, y puede ser porque somos muy terrenales. Y es aquí donde está el
centro de doctrina y la vida de sor Isabel de la Trinidad. Isabel entiende
que el silencio es una condición de verdadera vida. Isabel nos muestra a una
carmelita que es una auténtica santa de la habitación divina. En este
aspecto, ella es muy carmelita, muy teresiana, muy sanjuanista. En efecto, los santos padres del
Carmelo, nos enseñan una verdad predilecta en la doctrina mística del
Carmelo, y es ese misterio y esa convicción que Dios vive y está siempre presente en nosotros. Si queremos buscar a
Dios, no solo miremos al Cielo, para para encontrarlo hay que entrar adentro,
hay que ir a nuestro interior, como dice Teresa en Camino de Perfección; “en
este cielo pequeño de nuestra alma, adonde está el que le hizo, y la tierra”
(C 28,5) Así es como toda la vida espiritual del carmelita se resume en eso.
Teresa de Jesús le enseña a sus hijas las monjas en Camino de Perfección: “Ya
sabéis que Dios está en todas partes. Pues claro está que adonde está el rey,
allí dicen está la corte; en fin, que adonde está Dios, es el cielo. Sin duda
lo podéis creer, que adonde está su Majestad, está toda la gloria. Pues mirad
que dice san Agustín que le buscaba en muchas partes y que le vino a hallar
dentro de sí mismo. ¿Pensáis que importa poco para un alma derramada entender
esta verdad, y ver que no ha menester (no es necesario) para hablar con su
Padre Eterno ir al cielo, ni para regalarse con él, ni ha menester (no es
necesario) hablar a voces? Por paso que hable, está tan cerca que nos oirá;
ni ha menester (no es necesario) alas para ir a buscarle, sino ponerse en
soledad y mirarle dentro de sí y no extrañarse de tan buen huésped; sino con
gran humildad hablarle como a Padre, pedirle como a Padre, contarle sus
trabajos, pedirle remedio para ellos, entendiendo que no es digna de ser su
hija.” (C 28,2) Teresa de Jesús, observa con profundidad
que Dios no está solamente en los cielos, sino en lo más íntimo de nuestra
alma, y es donde hay que saber recogerse para buscarlo y descubrirlo. Las
almas que han llegado a la unión transformadora, como Isabel, viven
habitualmente en compañía de las Personas Divinas y encuentran en esa amistad
trinitaria las más santa alegrías de la tierra. Sor Isabel de la Trinidad
recibió una gracia muy especial para vivir de ese misterio. Dios que la
predestinaba a la misión de conducir a las almas al fondo de sí mismas para
hacerles tener conciencia de las riquezas divinas de su bautismo, hizo de
ella, verdaderamente, la santa de la Habitación de la Trinidad. 11.2¡Qué buena es esta
presencia de Dios dentro de nosotros, en este santuario íntimo de nuestras
almas!
La joven Isabel, con tan solo 19 años de
edad, ya se sentía habitada, ella le repetía a una amiga: “Me parece que Él
está allí”, y hacía el gesto de tenerlo en sus brazos, de apretarlo contra su
corazón. “Cuando vea a mi confesor, se decía, le preguntaré qué sucede en
mí.” Es así, como la Providencia la
encamino al encuentro con Padre Vallée, teólogo contemplativo, y la ilustró
sobre el dogma cristiano de la Habitación divina. Fue para Isabel Catez una
luz deslumbradora y la orientación decisiva de su vida. Tranquilizada sobre
la verdad de ese misterio de fe, desde ese día se guardó en el fondo de sí
misma para buscar allí a sus “Tres.” Todos los escritos de Isabel nos dan
testimonio que antes de entrar al Carmelo, ella ya guardaba en su corazón el
misterio de la Habitación divina, y su intimas amigas, con quienes compartía
su confidencias, daban fe que la
Trinidad era su todo. En efecto, Isabel desde que esta revelación iluminó su
vida, no hacía más que hablar de tema. A su íntima amiga Margarita Gollot le
escribe: “Querida hermanita, desaparezcamos en esa Trinidad santa, en ese
Dios que es todo amor. Dejémonos transportar a aquellas regiones en donde
solo existe Él, El solo” (Carta del 2 de junio de 1901, Obras Completas,
página 278) Feliz se siente Isabel saber que Dios
está en ella y ella en El, ha si se había dicho a su amiga Margarita; “Dios
en mí y yo en El. He aquí nuestro lema. Qué agradable es esta presencia
divina dentro de nosotros, en este santuario íntimo de nuestras almas. Allí
le encontramos siempre, aunque no disfrutemos de su presencia sensible. Sin
embargo, el sigue presente y se encuentra hasta más cerca de nosotras como tú
dices. Es allí es donde me gusta buscarle. Procuremos no dejarlo nunca solo.
Que nuestras vidas sean una oración ininterrumpida ¡Oh! ¿Quién nos le puede
arrebatar? Más aún, ¿quién puede distraernos de Aquél que se ha tomado
posesión de nosotras, que nos ha hecho suya? (Carta a Margarita Gollot 18 de
abril de 1901, Obras Completas página 269) Sor Isabel ha encontrado ya la fórmula
de su vida. Ocho días después de su entrada al Convento, no hará más que
transcribirla en el cuestionario que le pedirán que llene: ¿Cuál es vuestro
emblema? Y responde “Dios en mí, yo en Él.” Es así como el en el Carmelo,
esta vida en presencia de Dios está considerada como una herencia sagrada que
se hace remontar al patriarca Elías: “Estoy en presencia del Señor, el Dios vivo” (Cfr. 1 Re 17), en otra
palabras, esto al esencia misma del Carmelo. Todos los desprendimientos,
todos los silencios, todas las purificaciones tienen sólo un objeto: guardar
al alma libre de aplicar todas sus potencias a esta continua presencia de
Dios. Entonces podemos decir que Isabel
encontró pues sobre este punto toda una doctrina espiritual ya familiar en el
ambiente en que vivía ya antes de entrar al Monasterio. Para su vida interior
eso fue la señal de un florecimiento completo. Hasta entonces, Isabel Catez
se había mostrado una joven muy pura, muy piadosa, a quien Dios en recompensa
de su decidida fidelidad, había concedido algunos toques místicos; pero le
faltaba todavía una doctrina y una formación espiritual. El encuentro con el
Padre Vallée había establecido su alma con certeza en la luz entrevista. La
lectura asidua de san Juan de la Cruz le dio una doctrina. El ambiente
religioso hizo lo demás. Ella misma ha señalado con cuidado los
pasajes de su nuevo maestro espiritual que tratan de la naturaleza y de los
efectos de esta misteriosa pero muy real y sustancial presencia de la
Santísima Trinidad en el alma. Por una gracia única, Sor Isabel de la
Trinidad supo encontrar en esa presencia de las Tres Personas divinas en el
fondo de su alma “su cielo en la tierra”, entonces podemos decir, que ese es
el secreto de su santidad. Y es necesario destacar que ante todo le encantaba
su nombre trinitario, así se lo escribe al canónigo Sr. Angles: “¿No le he
dicho aún como me llamaré en el Carmelo? Y agrega: María Isabel de la
Trinidad. Me parece que este nombre indica una vocación especial. ¿Es un
nombre bonito verdad? ¡Amo tanto ese misterio de la Santísima Trinidad! Es un
abismo donde desaparezco” (Carta a Canónigo Sr. Angles 14 de junio de 1901,
Obras Completas página 293) En todo caso en las Obras Completas aparece la
siguiente aclaración: Ella quiso llamarse Maria Isabel de Jesús, pero la
priora del convento la convenció para que se llamase de la Trinidad. Feliz Isabel con su nombre le escribe a
su amiga Germana: “Me llenas de satisfacción cuando me dices que tu vida se
realiza en EL. También la mía. Soy Isabel de la Trinidad, es decir, Isabel
que desaparece, se pierde, se deja invadir por los Tres”. (Carta a Germana
Gémeaux, 20 de agosto de 1903, Obras Completas página 432) Esa fue su vida en el Carmelo, le
escribe al Canónigo Sr Angles: Esta es toda mi ambición: Ser víctima de amor.
Es tan sencillo vivir de amor en le Carmelo….vivo plenamente mi vida
carmelita…..como él está siempre conmigo…..lo siento tan presente en mi alma
que solo necesito recogerme para encontrarlo dentro de mi” (Carta al Sr.
Angles 15 de julio de 1903, Obras Completas página 421) 11.3Vivir con Dios como con un
amigo
Isabel se siente muy acompañada de su
amado esposo y disfruta de sus amistad en el dialogo de la oración. Le
escribe Isabel a la Señora Condesa de Sourdon: “Si querida señora. Vivamos
con Dios como con un Amigo. Procuremos que nuestra fe sea viva para
comunicarnos con El a través de todas las cosas. Así se logra la santidad.
Llevamos el cielo dentro de nosotras, pues aquel aquél que sacia a los
bienaventurados en la luz de la visión beatifica, se nos entrega por la fe y
en el misterio. Es el mismo. He hallado mi cielo en la tierra, pues el cielo
es Dios y Dios está en mi alma. El día en que comprendí esta verdad, todo se
iluminó en mí. Quisiera revelar este secreto a todas las personas a quien amo
para que ellas se unan siempre a Dios a través de todas las cosas y se cumpla
así la oración de Jesucristo. Padre, que sean completamente uno” (Jn 17.23)
(Carta a la Señora Condesa de Sourdon ¿Junio? de 1902, Obras Completas,
página 363) Para tratar este tema de la Habitación,
puedo mencionar muchas cartas, ciertamente quisiera ponerlas todas, porque en
todas de alguna forma Isabel nos habla y nos aconseja sobre la Presencia de
Dios. A doña Antonieta de Bobet le escribe: “Que tu alma sea su santuario, un
descanso en este mundo donde tanto se ofende” (Carta del 17 agosto de 1905,
Obras Completas página 549) Isabel estaba muy agradecida de esta señora,
porque siempre le facilitaba libro de san Juan de la Cruz. Y le deseaba que
Él haga de en su alma un pequeño cielo en donde pueda descansar con felicidad.
Y le sugería que ella quite de ella todo lo que pudiera herir su mirada
divina, que viva con Él. Dondequiera que esté, o cualquier cosa que haga,
advirtiéndole que Él no la abandona nunca, por tanto que permanezca sin cesar
con Él. “Entra en el interior de tu alma: Lo encontrarás siempre allí,
queriendo hacerte el bien.” Y también le dice: “elevo por ti la oración que
san Pablo (Ef 3,17) hacía por los suyos;
El pedía que Jesús habitara por la fe en sus corazones para que fuesen
arraigados en el amor”. Y le agrega luego: Recuerda que el mora en el centro
más profundo de tu alma.” (Carta a doña Antonieta, señora de Bobet, jueves en
la noche, agosto de 1905, Obras Completas, página 553.) Sor Isabel de la Trinidad fue
verdaderamente el alma de una idea. Consagraba el día domingo en honor de la
Santísima Trinidad. Al acercarse la fiesta de la Santísima Trinidad, la
invadía una gracia irresistible. Durante varios días, la tierra no existía
más para ella. Decía “Esta fiesta de los Tres” es por cierto la mía. Para mí
no hay otra cosa que se le parezca” Así los años y las gracias de su vida
religiosa la sumían cada día más en el fondo de sí misma con Aquél cuyo
contacto, a cada momento, le comunicaba la vida eterna. Los menores
acontecimientos revelaban la toma de posesión competa de esta alma por la
Trinidad. Por otra parte, ella siempre en sus conversaciones en el locutorio,
cómo en sus cartas con su madre, con
su hermana, con sus amigas, con todos los que la tratan, discretamente pero
de una manera incesante no acaba de hacerse el apóstol, de esa presencia
divina en el fondo de las almas. Así también lo revela una carta de
agradecimiento escrita para la Señora María Luisa Maurel: “Piensas que estás
en El. Que Él se constituye en morada tuya durante esta vida. Puesto que El
permanece en ti, que lo posees en lo más íntimo de su ser, puedes encontrarle
muy cerca, dentro de ti misma a cualquier hora del día o de la noche, en tus
momentos de alegría o de dolor. Este es el secreto de la felicidad y de los
santos. Ellos sabían perfectamente que eran el templo de Dios (1 Cor 3,16) y
que uniéndose a ese Dios se llega a ser “un mismo espíritu con Él,” (1Cor
6,17). Por eso todo lo realizaban bajo su irradiación divina.” (Carta a María
Luisa Maurel, 24 de agosto de 1903, Obras Completas, página 434) 11.4“Oh Dios mío, Trinidad a
quien adoro, ayúdame a olvidarme totalmente de mí para establecerme en Ti”
En síntesis, habría que transcribir
mucha de sus cartas, escritos de su diario, o agregar muchas citas para para
dimensionar bien como esta alma carmelita manifiesta el misterio de la
Trinidad y como esta en toda su vida y como todo lo demás para ella
desaparece. Es así como cuando El 21 de noviembre de 1904, fiesta de la
Presentación de la Virgen, el Carmelo entero renovaba los votos de profesión.
Mientras con sus compañeras sor Isabel pronunciaba de nuevo la fórmula de sus
votos, sintió que un movimiento de gracia irresistible la arrebataba hacia la
Santísima Trinidad. De vuelta a su cuarto, tomó una pluma, y, en una simple
hoja de libreta, sin vacilación, sin la menor enmienda, de un solo trazo,
escribió su célebre oración, como un grito que se escapa del corazón: “Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro,
ayúdame a olvidarme totalmente de mí para establecerme en Ti, inmóvil y
tranquilo, como si ya mi alma estuviera en la eternidad. Que nada pueda
turbar mi paz, ni hacerme salir de Ti, oh mi inmutable, sino que cada minuto
me sumerja más en la hondura de tu Misterio. Pacifica mi alma, haz de ella tu cielo,
tu morada de amor y el lugar de tu descanso. Que en ella nunca te deje solo,
sino que esté ahí con todo mi ser, todo despierto en fe, todo adorante,
totalmente entregado a tu acción creadora. Oh mi Cristo amado, crucificado por
amor, quisiera ser, en mi alma, una esposa para tu Corazón, quisiera cubrirte
de gloria, quisiera amarte..., hasta morir de amor. Pero siento mi
impotencia: te pido ser revestido de Ti mismo, identificar mi alma con cada
movimiento de la Tuya, sumergirme en Ti, ser invadido por Ti, ser sustituido
por Ti, para que mi vida no sea sino irradiación de tu Vida. Ven a mí como
Adorador, como Reparador y como Salvador. Oh Verbo eterno, Palabra de mi Dios,
quiero pasar mi vida escuchándote, quiero volverme totalmente dócil, para
aprenderlo todo de Ti. Y luego, a través de todas las noches, de todos los
vacíos, de todas mis impotencias, quiero fijar siempre la mirada en Ti y
morar en tu inmensa luz. Oh Astro mío querido, fascíname, para
que ya no pueda salir de tu esplendor. Oh Fuego abrazador, Espíritu de amor,
desciende sobre mí, para que en mi alma se realice como una encarnación del
Verbo: que yo sea para Él como una prolongación de su Humanidad Sacratísima
en la que renueve todo su Misterio. Y Tú, oh Padre, inclínate sobre esta
pobre criatura tuya, cúbrela con tu sombra, no veas en ella sino a tu Hijo
Predilecto en quien tienes todas tus complacencias. Oh mis Tres, mi Todo, mi
Bienaventuranza, Soledad infinita, Inmensidad en que me pierdo, me entrego a
Vos como una presa. Sumergíos en mí para que yo me sumerja en Vos, hasta que
vaya a contemplar en vuestra luz el abismo de vuestras grandezas” Me imagino que hay que llevar una vida
de santidad para componer una oración como esta Elevación a la Santísima
Trinidad, y no nos cabe la menor duda que esta oración es una de las más bellas
de nuestra fe trinitaria, con un carisma exclusivo que brota de un corazón
enamorado del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Es una oración para vivir
por siempre y no casarse nunca de orarla. 11.5Le deja a sus amigas de
herencia su amada devoción a los “Tres”
Pocos días antes de su partida, llena de
ternura, habitada por el amor de Dios, ella le escribe a sus amigas para
dejarle de herencia su amada devoción a los “Tres”. Así le escribe a su amiga
Antonieta de Bobet: Mi querida Antonieta, te constituyo depositaria de mi fe
en la presencia de Dios, del Dios todo Amor que habita en nuestras almas.
Quiero comunicarte mi secreto, esta intimidad con Él en el santuario de mi
corazón, ha sido el hermoso sol que ha iluminado mi vida, convirtiéndola en
un cielo anticipado. Es lo que hoy me sostiene hoy en medio del sufrimiento.
No me infunde miedo mi debilidad. Antes bien, mi confianza brota de ella
porque el fuerte está en mí y su virtud es omnipotente. Ella opera, dice el
Apóstol, mucho más de lo que nosotros podemos esperar.” (Ef 3,20) Carta a la
Sra. de Bobet, septiembre 1906, Obras Completas, página 664) Igual testamento, aún más conmovedor, es
el que anticipadamente le escribe a su hermana Margarita Catez a fines de
mayo de 1906: “Hermanita, me sentiré feliz yendo al cielo para ser tu ángel.
Como me interesaré solícitamente por la belleza de tu alma que tanto ame ya
en este mundo. Te dejo en herencia mi devoción a los “Tres”, al amor. Vive
con Ellos en tu interior, en el cielo de tu alma. El Padre te cubrirá con su
sombra, interponiendo como una nube entre ti y las cosas de terrenas para
conservarte suya. Te comunicará su poder para que le ames con un amor fuerte
como la muerte. El Verbo imprimirá en tu alma, como en un cristal, la imagen
de su propia belleza, para que seas pura con su pureza, luminosa con su luz.
El Espíritu Santo te transformará en una lira misteriosa que, en el silencio,
al contacto divino, entonará un magnifico canto de amor. Serás entonces la
Alabanza de su gloria”, ideal que
había soñado ser en la tierra. Tienes que remplazarme. Yo seré Laudem Gloriae
en el centro de tu alma” (Carta a su hermana) Para sor Isabel de la Trinidad la
habitación divina en el centro más profundo de su alma fue el secreto de su
camino a la santidad. Es así como deja además su propio testimonio unos días
antes de su muerte le escribe a la Señora Gout de Bize: ¡Oh! Cuando esté allá
arriba, en el centro del amor, la recordaré activamente. Pediré para usted si
le parece bien (Esta será la señal inefable de mi entrada en el cielo) la
gracias de la unión íntima con el Señor. Le comunico confidencialmente que
esto ha hecho de mi vida un cielo anticipado. Creer que un Ser, que es Amor,
habita día y noche constantemente en nosotros que nos pide vivir en sociedad
con Él” (Carta a la Señora Gout de Bize, Carmelo de Dijon, octubre de 1906,
Obras Completas, página 680). Le dice Jesús a Marta: “¿No te he dicho
que, si crees, verás la gloria de Dios?” (Jn 11,40) Pedro
Sergio Antonio Donoso Brant Septiembre
de 2016 Pedro Sergio Antonio Donoso Brant Fuentes y Bibliografía -
LA DOCTRINA ESPIRITUAL DE SOR ISABEL
DE LA TRINIDAD, M.M. PHILIPON, O.P. - OBRAS COMPLETAS, EDITORIAL MONTECARMELO |