Isabel de la Trinidad 2.
EN LO PROFUNDO DE SU ALMA, OYÓ SU VOZ
Autor Pedro Sergio Antonio Donoso Brant 2.1 Vida interior en el mundo,
un temperamento ardiente
Isabel de la Trinidad no se ha hecho
santa sino después de once años de arduo trabajo e incesantes
transformaciones de detalle. Aun después de haber entrado en el Carmelo y de
varios años de vida silenciosamente fiel, le quedará aún pasar por la mano
divina las purificaciones principales por las cuales introduce Dios a las
almas que buscan llegar a unirse con Él en la inmutable paz de la unión
transformadora, por encima de toda alegría y de todo dolor. Hija y nieta de oficiales, Isabel Catez
llevaba en las venas sangre de soldado. Es así como ella heredó un
temperamento ardiente. Un día, cuando apenas tenía tres o cuatro años, se
encerró en un cuarto del departamento y, detrás de la puerta contra la cual
daba fuertes golpes con el pie, pataleaba y se exasperaba. Hasta los siete años su infancia fue
atravesada por esos grandes arrebatos de cólera, imposibles de refrenar. Había
que esperar a que la tormenta se calmara de por sí. Entonces su madre la
traía a la razón, le enseñaba a vencerse por amor. «Esta niña es de una
voluntad de hierro, repetía su institutriz. Tiene que llegar a lo que desea.»
La muerte de su padre entre sus bracitos
de niña la dejó sola junto a su madre y a su hermana Margarita, muy suave,
amante de pasar inadvertida, con quien, hasta su entrada en el Carmelo,
compartirá todas las horas de su vida. Ningún otro grave acontecimiento de
familia vino a deshacer el movimiento de una vida que transcurrió, alegre y
cristiana, sin salir de Dijón. 2.2 En lo profundo de su alma,
oyó su voz
A través de las lecturas de sus poesías,
observamos cómo se da inicio a la conversión de Isabel, que no es una
experiencia muy distinta a la de muchos niños. Escribe ella en sus
“Recuerdos” (p.6, edición de 1935) como su primera confesión obró en el alma
de Isabel lo que ella llamará su conversión, un encuentro «que determinó todo
un despertar respecto a las cosas divinas.» A partir de ese día entró
resueltamente en lucha contra sus defectos dominantes: cólera y sensibilidad.
Esta difícil fase de combate espiritual durará hasta los dieciocho años. Se
comentaba que Isabel, tenía un fuerte temperamento A mi parecer, el primer contacto que
tenemos con la hostia en esos inolvidables momentos de nuestra primera
comunión. Ese primer contacto con Jesús, oculto en la Hostia, fue decisivo.
Escribe en su poesía del aniversario de su primera comunión que en lo
profundo de su alma, oyó su voz y que el “Maestro” tomó tan bien posesión de
su corazón que desde entonces ella no aspiró más que a darle su vida. Esta
experiencia a Isabel le provoco un cambio rápido y profundo, que sorprendió a
todos sus cercanos. Es así como se dirigía Isabel con decisión
y a prisa hacia esa autoridad serena sobre sí misma que pronto debía brotar
de toda su persona. Un día, después de la comunión, a ella le pareció que se
pronunciaba en su alma la palabra “Carmelo.” Esto a ella le fue suficiente.
Más adelante, recién a la edad de catorce años, durante la acción de gracias,
escuchó ella un llamado interior del Maestro y, ahí mismo, para ser
totalmente para Él, hizo voto de permanecer virgen. Isabel, vivirá solo para
él, fiel y pura. A través de sus poesías, escritas entre
los catorce y los diecinueve años, susurran el nombre de su amado Jesús, de
su Madre celestial, de su buen ángel, de los santos del paraíso, de Juana de
Arco, “la virgen a quien no se puede mancillar.” (Poesía Juana de Arco,
octubre de 1895.) El Carmelo sobre todo, la atrae
irresistiblemente. Sus versos cantan los atributos de la carmelita: el hábito
de buriel y el velo blanco, el rosario de pobres cuentas de madera, los
cilicios que maceran la carne, finalmente el anillo de esposa de Cristo.
(Poesías a los atributos de la carmelita, 15 de octubre de 1897. Isabel, vive muy cerca de su querido
Carmelo, va con frecuencia al balcón, (Poesías. Lo que veo desde mi balcón,
escribe en octubre de 1897) Y añade
“triste y meditabunda.” Sus ojos, con una mirada ansiosa se sumergen largo
rato en el monasterio. Todo habla a su corazón: la capilla en donde se oculta
el Dueño de su vida, el toque del Ángelus, el toque de ánimas que oye, y las
celdas de “ventanas minúsculas” con su sencillo mobiliario, en donde por la noche,
después de un largo día de oración redentora, las vírgenes toman su descanso.
Lejos de su ensueño su alma languidece. Ahora ya tiene diecisiete años. 2.3 Expuesta a lo mundano
En cierto momento, por intermedio de un
sacerdote amigo, intentó evadirse de este “triste mundo seductor.” También
Isabel estaba expuesta a lo mundano. Su madre permanecerá inflexible en su
ideal. Con todo, ella en la oración y la confianza esperará la hora de Dios. No obstante, fiestas terrenales
y reuniones de toda clase están presentes y se multiplican. La señora de
Catez, su madre las fomentaba discretamente, sin querer desviar de su
vocación a su hija, quizás en la secreta esperanza de que Dios no se la
tomaría. Pero Isabel no se hacía rogar. Bastaba que fuese la voluntad de su
madre, por eso participaba de todas las reuniones, descubriendo en todas
partes excelente figura y repiten sin cansarse los testigos de su vida, que
ella parecía en modo alguno hastiarse. Nadie hubiera podido adivinar en
Isabel Catez a la futura carmelita cuya vida interior intensa y enteramente
sepultada adentro con su Cristo, había de proporcionar a la Inmutable
Trinidad tan conmovedor testimonio de silencio y de recogimiento. Es así, como ella siendo elegante,
aparecía siempre con una indumentaria sencilla pero impecable. En repetidas
ocasiones la pidieron en matrimonio. Para una de sus últimas tertulias, no
queriendo dejar sospechar su partida, comprará guantes nuevos. Isabel Catez
se mezcló alegremente con la sociedad en medio de la cual vivía, no huyendo
más que del pecado. 2.4 Isabel Catez se adapta a
todo y con todos
En Dijón, son testigo que ella se dedica
a las obras de su parroquia, como las tareas que aún son necesarias, el coro,
los cantos, catecismo a los niños o niñas de primera comunión, en especial de
aquellas que van más atrasadas, obras de beneficencia que solicitan su
concurrencia, finalmente patronato de niños indisciplinados de la manufactura
de tabaco, que la quieren apasionadamente. Incluso, se llega a la necesidad
de ocultarles su dirección de su casa para que no la invadan sin aviso. A
todos ellos, Sor Isabel de la Trinidad continuará siguiéndolos en la vida y
cubriéndolos con su silenciosa plegaria de carmelita. Con un tacto exquisito, Isabel Catez se
adapta a todo y con todos. Ama a la infancia, a causa de su pureza. Dios le
ha concedido un don maravilloso para interesar a los pequeñitos. En ocasión
de reuniones de familia y de amigos, allí están a veces unos cuarenta
alrededor de ella. Le gustan los cuadros vivos, sobre todo Jesús en medio de
los Doctores. Disfruta ella ahí disfrazando a toda esa gente menuda y
haciéndola representar. Ella misma compone comedia y música. Triunfa con las
danzas de niños. Luego, cuando se han calmado los nervios, se instalan sillas
en el jardín y comienza la lectura. Con avidez, todos esos oídos atentos la
escuchan. A veces los pequeños la
acosan con invitaciones a juegos infantiles. Isabel acepta sonriente. Durante
el mes de María, el grupito que ella lleva a la iglesia la retiene en las
sillas del fondo, lo más cerca posible de la salida. “Apenas quedaba cerrado
el tabernáculo, la sacábamos para ir a pasear. Entonces, con mucha
imaginación, nos contaba historias fantásticas. Una amiga de la infancia
entrega este testimonio: “Isabel Catez era siempre del agrado de todos.” Pedro Sergio Antonio Donoso Brant Fuentes y Bibliografía -
LA DOCTRINA ESPIRITUAL DE SOR ISABEL
DE LA TRINIDAD, M.M. PHILIPON, O.P. - OBRAS COMPLETAS, EDITORIAL MONTECARMELO |