Isabel de la Trinidad 5.
DIOS ENCAMINA LENTAMENTE LAS ALMAS HACIA LO
ALTO DEL MONTE
Autor Pedro Sergio Antonio Donoso Brant5.1 “La Trinidad está allí.”
Santa Teresa de Jesús, al enseñar los
grados de oración, nos aconseja tener un buen maestro. Dice ella; “Ha
menester aviso (es necesario avisar), el que comienza para mirar en lo que
aprovecha más. Para esto es muy necesario el maestro, si es experimentado;
que si no, mucho puede errar y traer un alma sin entenderla ni dejarla a sí
misma entender; porque, como sabe que es gran mérito estar sujeta a maestro,
no osa salir de lo que le manda.” Y luego añade; “Yo he topado almas
acorraladas y afligidas por no tener experiencia quien les enseñaba, que me
hacían lástima, y alguna que no sabía ya qué hacer de sí; porque, no
entendiendo el espíritu, afligen alma y cuerpo y estorban el
aprovechamiento.” (V 13,14) Isabel cayo en buenas manos, la Madre Germana de
Jesús, fue priora de 1901 a 1906, es decir durante toda la permanencia de sor
Isabel de la Trinidad en el Carmelo. A intervalos regulares, durante veinte
años el Carmelo de Dijón gozó de la gracia de tenerla todavía como priora. La
Madre Germana de Jesús fue una gran figura carmelitana. Alma de paz y de
oración, de gran celo por la exacta observancia, fue verdaderamente la priora
providencial que debía proporcionar a sor Isabel de la Trinidad el marco de
vida regular en el que su alma de contemplativa podría desarrollarse
libremente en una atmósfera de silencio y de recogimiento. Con toda verdad la
sierva de Dios, muy consciente y agradecidísima de esta influencia maternal
recibida, podía escribir en un papel íntimo encontrado después de su muerte
(cuyo sobre llevaba estas palabras significativas: “secretos para nuestra
reverenda Madre”): “Llevo vuestro sello.” Desde su primera alocución en la
sala capitular, en presencia de toda la comunidad -y de sor Isabel de la
Trinidad- la nueva priora trazaba así el programa espiritual de su gobierno:
“Guardar con toda la perfección posible, en el espíritu enteramente
apostólico de nuestra santa Madre, esta regla y estas constituciones que ella
nos ha legado después de haberlas observado con tan gran perfección.” Tal fue el marco de perfecta vida
religiosa en el que sor Isabel de la Trinidad pudo realizar tan rápidamente
su ideal de carmelita Se ha escrito por los conocedores de la
vida de Isabel, que cuando la condujeron a su celda de carmelita, se la oyó
murmurar: “La Trinidad está allí.” Y desde el primer ejercicio de comunidad,
en el comedor, pudo verse a la joven, una vez terminada su frugal comida,
juntar las manos modestamente bajo la esclavina, luego, con los párpados
bajos, entrar en un profundo movimiento de oración. La hermana encargada del
servicio, que la observaba, se dijo: “Es demasiado hermoso para que dure.” Se
equivocaba: el Carmelo de Dijón poseía una santa 5.2 Su estado de alma en el
umbral de su vida religiosa.
El formulario llenado por sor Isabel de
la Trinidad, en forma recreativa, ocho días después de su entrada en el
Carmelo, nos revela su estado de alma en el umbral de su vida religiosa. En él aparecen ya fuertemente señalados
los rasgos más característicos de su fisonomía espiritual: su ideal de
santidad: Vivir de amor para morir de amor, su apasionado culto de la
voluntad divina, su predilección por el silencio, su devoción al alma de
Cristo, la consigna de toda su vida interior: Sepultarse en lo más profundo
del alma para encontrar en ella a Dios. Nada queda olvidado, ni siquiera su
defecto dominante: la sensibilidad. Sólo falta el trabajo de desposeimiento,
que será obra de las purificaciones pasivas del Noviciado, y la gracia
suprema que transformará su vida dándole el sentido de su vocación
definitiva: ser una alabanza de gloria a la Trinidad. Le preguntan ¿Cuál es su ideal de la
santidad? Y responde vivir de amor. Le
preguntan cuál es el medio más rápido para llegar a ella. Y responde que
hacerse pequeñita, entregarse para siempre.
Sobre algunas preferencias le preguntan
cuál es su santo preferido y responde que el
discípulo amado que descansó sobre el corazón de su Maestro. Le
preguntan qué punto de la Regla prefiere y responde que es el silencio. Y así va declarando en el cuestionario,
que el rasgo dominante de su carácter
es la sensibilidad, que su virtud predilecta es la pureza. (Bienaventurados
los corazones puros porque verán a Dios), que el defecto que más le inspira
es el egoísmo en general. Isabel, ya en su juventud tiene las
ideas muy claras, como una gran madurez en su fe. Sus respuestas no dejan de
impresionarme, porque a la misma edad que ella responde ese formulario, hoy
no encontramos jovencitas con esa claridad de lo que busca en su fe, por eso
me parecen extraordinarias sus repuesta. Le preguntan que dé una definición
de la oración y responde: “La unión con Aquél que Es”, que libro prefiere y
dice; “El alma de Cristo; Ella me entrega todos los secretos del Padre que
está en los cielos.” Le preguntan si tiene grandes deseos del cielo y declara; “Siento
a veces su nostalgia, pero, excepto la visión, lo poseo en lo más íntimo de
mi alma.” Isabel, iluminada por la fe, mira la
muerte con ojos muy distintos de los del mundo. Me parece que ella sabe lo
que nos espera una vez transpuesto el umbral de la muerte, puede ésta llegar
a hacerse deseable. El mismo San Pablo, enamorado del Señor, se queja
"del cuerpo de pecado" pidiendo ser liberado ya de él. "Para
mí la vida es Cristo y la muerte ganancia" (Fip.1:21). Le preguntan qué
disposiciones quisiera tener en la hora de la muerte y responde; “Quisiera
morir amando y caer así en los brazos del que amo.” Y también le preguntan si
le agradaría una cierta clase de martirio y responde; “Me gustan todos, sobre
todo el del amor.” Por desgracia somos tan carnales, tan
terrenales, que nos aferramos a esta vida, eso es normal, porque después de
todo, es lo único que conocemos, lo único que hemos experimentado. Todos los
afanes del hombre están motivados para acomodarnos en la tierra lo mejor que
podamos. Sin embargo le preguntan a Isabel qué nombre quisierais tener en el
cielo y ella responde; “Voluntad de Dios” luego le consultan cuál es su
divisa y responde; “Dios en mí y yo en Él.” 5.3 Su ideal de Carmelita
Según su gracia propia, vive por lo más
profundo su ideal de Carmelita. Va directamente a lo esencial: la soledad, la
vida de oración continua, la consumación en el amor. Una carmelita, es un
alma que ha mirado al Crucificado, como pide Teresa de Jesús; “no os pido más
de que le miréis”. (C 26,3) Ella que lo ha visto ofreciéndose como víctima a
su Padre por las almas, y recogiéndose bajo esta gran visión de la caridad de
Cristo, ha comprendido la pasión de amor de su alma y ha querido, darse como
Él. En lo alto del monte, montaña del
Carmelo, en el silencio, en la soledad, en una oración que no acaba nunca
pues se continúa a través de todo, la Carmelita vive ya como en el cielo: “De
Dios sólo”. El mismo que constituirá un día su felicidad y la saciará en la
Gloria, se da ya a ella. No la abandona nunca, permanece en su alma; más aún:
Los dos son sólo Uno. Por eso está ella hambrienta de silencio, a fin de
escuchar siempre, de penetrar siempre más en su Ser infinito. Está
identificada con el que ama. Lo encuentra en todas partes; a través de todas
las cosas lo ve resplandecer y así también declara; “Esta es la vida del
Carmelo: Vivir en Él. Entonces, todas las inmolaciones, todos los sacrificios
quedan divinizados. El alma descubre, a través de todas las cosas, a aquel a
quien ama y todo lo que lleva a Él. Se trata de un diálogo cordial
ininterrumpido con El. De este modo ya tu puedes ser carmelita de espíritu.”
(Carta a la señorita Germana de Gémeaux, 14 de septiembre de 1902, Obras
Completas, pagina 375.) El punto de la Regla que ella prefiere
es el silencio; y, desde los primeros días, está encantada de la divisa
familiar a las antiguas madres: “sola con el Solo.” 5.4 Dios encamina lentamente
las almas hacia lo alto del monte
He tenido la fortuna de hablar con mucha
sinceridad con muchas monjas carmelitas, tengo mucha admiración por muchas de
ellas, su amor a Cristo, las hace muy sensibles. Y como sucede, algo muy
especial, las primeras etapas de vida religiosa, son muy sensitivas. Es así
como también las de Sor Isabel fueron identificadas por una ola de consuelos
sensibles. Dios encamina lentamente las almas hacia lo alto del monte. Las
conduce al Calvario por el Tabor. Se sabe que Isabel iba continuamente a visitar a su Priora, para
decirle; “No puedo sobrellevar este peso de gracias.”. A ella, en cuanto
llegaba al coro y arrodillada, la invadía un recogimiento profundo,
irresistible. Su alma parecía como inmovilizada en Dios. Pasaba silenciosa y
recogida por los claustros y nada podía distraerla de su Cristo. Lo
encontraba en todas partes. Un día una hermana la vio mientras barría, tan
embargada por la presencia divina, que no sé animó a acercarse a ella. Fuera
de las horas de recreo, en las que Sor Isabel se mostraba alegre y espontánea
de una gracia encantadora, hablando con cada una de sus hermanas de lo que
sabía que podía agradarle, todo su exterior revelaba un alma de la que Dios
se había apoderado. Este recogimiento de las potencias, como absortas en Dios,
le ocasionaba, aún en el momento del oficio, olvidos involuntarios de los que
se acusaba con sincera humildad. La gracia la conducía visiblemente. De esta forma Isabel va pasando los
meses del postulantado, es un tiempo de espera. Me conto una monja carmelita
al preguntarle si se le ha hecho largo su período de vida en el Monasterio y
me dijo que el más largo y ansioso de su llegada, fue el del postulado y el
día de la toma de hábito, creyó que su corazón no iba a resistir de tanta
emoción. Así llego el 8 de diciembre, fecha que tuvo lugar la ceremonia de la
toma de hábito de Isabel, en la que el Padre Vallée fue a predicar. Entregada
a la alegría del don total a su Maestro, sor Isabel en ese día perdió
conciencia de lo que pasaba a su alrededor, abandonada a Cristo que la había
arrebatado. Por la noche, cuando se encontró en su celdita, sola con su
Cristo, su alma estaba llena de júbilo. De su corazón subió hacia Dios un
cántico de acción de gracias. Para toda una vida de amor estaba por fin “sola
con el Solo.” 5.5 “No se viene al Carmelo
para soñar con las estrellas. Id a Él por la fe”
San Juan de la Cruz dice que; “Pone Dios
en la noche oscura a los que quiere purificar de todas estas imperfecciones
para llevarlos adelante.” (N, Capitulo 2) En sus primeros meses, a Isabel la gracia divina la había colmado. Con
todo, le faltaba saborear largamente su nada, sentirse miserable y capaz de
todo, llegar a ser así más comprensiva de la fragilidad de sus hermanas.
Teresa de Jesús nos enseña; “pues mientras estamos en esta tierra no hay cosa
que más nos importe que la humildad”, (Castillo Interior 2,9). Durante un
largo año iba Dios a abandonarla a sí misma, a sus impotencias, a sus
desfallecimientos, a sus vacilaciones sobre su propio porvenir, aun sobre su
vocación. Será preciso entonces que a la víspera de su profesión vaya un
sacerdote a tranquilizarla y dictar la voluntad de Dios sobre su alma
desamparada. La facilidad en la oración desapareció,
como diría Teresa de Jesús; “un alma en toda la tribulación y alboroto
interior que queda dicho y oscuridad del entendimiento y sequedad” (6M 3,5).
No más vuelos; tenía que sentir que su alma se arrastraba. Su naturaleza de
artista permanecía inerte, su sensibilidad moría. Cuántas veces la pobre
novicia volvía hacia su Madre Maestra, exponiendo fielmente sus impotencias,
sus luchas, sus tentaciones, el martirio de su sensibilidad que pasaba por
las terribles noches descritas por el santo padre Juan de la Cruz. Así fue
como para ayudar al perfeccionamiento de la obra divina, la Madre Germana de
Jesús la conducía con bondad y firmeza. Desde la entrada de sor Isabel al
Carmelo, se había dado cuenta de su excesiva sensibilidad. Le agradaba a la
joven postulante pasearse en la azotea por la noche, durante el gran
silencio; la vista del firmamento le daba el contacto de Dios. Se dice que un
día la novicia oyó estas palabras: “No se viene al Carmelo para soñar con las
estrellas. Id a Él por la fe.” La Madre Germana para probarla, no despreciaba
una sola ocasión de reprenderla por las más pequeñas debilidades, los más
pequeños olvidos, pero la disciplinaba con ternura. Entonces sor Isabel de la
Trinidad besaba humildemente el suelo y se iba. 5.6 Isabel, camina en la
verdad, que es humildad
A medida que voy leyendo la vida de
Isabel, me va quedando claro porque es una mujer santa. Escribe en su Diario
Espiritual “Vayamos al portal de Belén y allí, ante el Dios que se ha hecho
tan pequeño, aprendamos una gran lección de humildad.” Dice el Señor:
“Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mt. 11, 29). “Si no
sois semejantes a los niños, no entraréis en el reino de los cielos” (Mt. 18,
3). “El que se ensalza será humillado; el que se abaja será exaltado” (Mt.
23, 12). Y al respecto Isabel reflexiona; “Estas son las palabras de Jesús.
La puerta del cielo está escondida, es muy baja, muy pequeña. Sólo las almas
humildes pueden pasar por ella. La humildad es la fuente de las gracias. A
quien se cree vil, despreciable, Dios lo llena de gracias. La humildad ofrece
la seguridad de que nuestras oraciones serán escuchadas. Ante el alma que ora
humildemente Jesús abre su Corazón y deja salir de él todos sus dones, sus
gracias, sus bendiciones. Recordad la oración del publicano. Ser humilde es
ser muy amado de Jesús. A los orgullosos no los puede ni ver. Podemos
comprender esto considerando la antipatía que nos inspiran las almas
altaneras y satisfechas de sí mismas. El mundo no las puede soportar. Dios
tampoco las puede amar...Entonces humillarse en todas las cosas, humillarse
viendo sus faltas, y en lugar de enfadarse consigo mismo, reconocer su
debilidad y su nada.” Muchas veces tenemos una cierta idea
errónea de concebir la humildad, pareciera que es algo como que nos rebaja,
sin embargo no hay nada más arriba o elevado que estar con Dios con una
actitud humilde y despojado de todo, porque ante la luz que él pone en
nosotros, nos deja absolutamente desnudos pero al mismo tiempo cubiertos con
su gran misericordia. Me parece, que cuando nos encontramos ante Dios, no
podemos dejar de ser humildes. Así como nos enseña Teresa de Jesús, “Una vez
estaba yo considerando por qué razón era nuestro Señor tan amigo de esta
virtud de la humildad, y púsome delante -a mi parecer sin considerarlo, sino
de presto- esto: que es porque Dios es suma Verdad, y la humildad es andar en
Verdad” (6M 10,7). “Y así entendí qué cosa es andar un alma en verdad delante
de la misma Verdad” (V 40,3). Pedro Sergio Antonio Donoso Brant Fuentes y Bibliografía -
LA DOCTRINA ESPIRITUAL DE SOR ISABEL
DE LA TRINIDAD, M.M. PHILIPON, O.P. - OBRAS COMPLETAS, EDITORIAL MONTECARMELO |