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Isabel de la Trinidad

6.      UNA VIDA ESPIRITUAL COMPLETAMENTE BASADA EN LA FE

Autor Pedro Sergio Antonio Donoso Brant


6.1   Generoso acto de desprendimiento de una amiga

Algunas veces ciertas amigas no aportan nada a la vida de uno pero en otros casos son de gran ayuda como le sucedió a Teresa de Jesús. Es así como la Santa Madre Teresa nos relata de su amiga que conoció estando en el internado, cuenta que esta fue una monja que le fue buena compañía y ella escribió de esta amistad así: “Pues comenzando a gustar de la buena y santa conversación de esta monja, holgabame de oírla cuán bien hablaba de Dios, porque era muy discreta y santa. Esto, a mi parecer, en ningún tiempo dejé de holgarme de oírla. Comenzóme a contar cómo ella había venido a ser monja por sólo leer lo que dice el evangelio: Muchos son los llamados y pocos los escogidos. Decíame (me decía) el premio que daba el Señor a los que todo lo dejan por El.” (V 3,1).

La Madre Germana de Jesús disciplinaba siempre a Isabel con ternura, algo que fácilmente hubiera podido llegar a comprenderse mal. Pero ella con más experiencia sabe que la amistad es una relación personal desinteresada, que nace y se fortalece con el trato y está basada en un sentimiento recíproco de cariño y simpatía, mucha comprensión mutua y actitud solidaria. Con todo, la valiente niña Isabel la dejaba obrar, comprendiendo mejor que nadie y por experiencia cuánto tenía que velar en todo momento sobre su corazón.

Ocurrió que cuando Isabel estaba en el mundo se había aficionado de manera exagerada a una amiga que encontraba casi todos los días en el Carmelo y con quien se prolongaban las conversaciones íntimas. Le gustaba escribirle a menudo, leer y releer sus cartas, sobre todo los pasajes en que su amiga le confesaba que ella era la más querida. Esa mirada retrospectiva a su pasado de joven del mundo ilumina singularmente su psicología religiosa, así escribe Isabel en una carta a Margarita Gollot:

“Querida hermanita, sí, no seamos más que una, no nos separemos nunca. Si queréis, el sábado comulgaremos la una por la otra. Este será nuestro contrato, será el “Uno” para siempre. En adelante, cuando Él mire a Margarita, mirará a Isabel. Cuando dé a una, dará a la otra, pues no habrá más que una víctima, que un alma en dos cuerpos. Soy tal vez demasiado sensible, querida hermana, pero ¡he sido tan feliz de que me digáis que ya soy esa hermana más querida! Me gusta releer esas líneas. Bien sabéis que sois mi hermanita amada entre todas, ¿necesito decíroslo? Cuando estabais enferma sentía que nada, ni siquiera la muerte, hubiera podido separarnos. Oh, querida hermana, no sé a cuál de nosotras dos llamará Dios primero; entonces, ¿no? la unión no cesará; al contrario, se consumará; qué agradable será hablar al Amado, de la hermana a quien la otra habrá precedido ante Él. ¡Quién sabe! Quizá nos pida a las dos nuestra sangre. Entonces ¡qué dicha ir juntas al martirio! No puedo pensar en ello, es demasiado hermoso... Mientras tanto, démosle la sangre de nuestro corazón gota a gota.” 33 Carta a Margarita Gollot, 1901. 

Atraviesa estas líneas un poco de exaltación sentimental, y el testimonio oral recogido por esta amiga misma nos obliga a reconocer en Isabel una excesiva ternura, de corazón. ¿Quién podría extrañarse de estas debilidades de los santos? ¿No fue santa Margarita María Alacoque detenida un instante por un afecto demasiado humano hacia una de sus hermanas, afecto que le reprochaba el Corazón Purísimo de Jesús? Santo Tomás, que fue a la vez un gran Doctor y un gran santo, enseña que nadie en la tierra puede sustraerse enteramente a las faltas de fragilidad: se les escapan aún a los más perfectos.

Hermoso sería el libro, además de muy consolador para nosotros, que se escribiera sobre los defectos de los santos, y cómo se corrigieron con la gracia de Dios que secundaba sus esfuerzos.

Sin embargo desde que Isabel se dio cuenta de que su corazón estaba apegado, se desprendió, sin violencia, con exquisita delicadeza pero valientemente. Así le escribe a su amiga Margarita: “Voy hacerte una confidencia. N quisiera sin embargo entristecerte. Mirando estando esta mañana contigo en la capilla, pensé que eso valía más  que nuestras conversaciones espirituales. Si te agrada, de aquí en adelante pasaremos junto a Él, todo el tiempo que empleemos en el jardín. ¿Te entristece mi determinación? Querida hermanita, me parece que no me has comprendido. Dímelo con franqueza. Ya sabes que todo se lo puedes a comunicar a tu Isabel.” Carta a Margarita Gollot, domingo 21 de julio de 1901, Obras completas, pagina 304.) Esta carta de Isabel posee un gran valor espiritual. Revela una delicadeza extraordinaria de conciencia. Entre ella y Margarita Gollot existió una amistad profundamente espiritual, pero al mismo tiempo algo sentimental. Un día Isabel se dio cuenta y tuvo el valor de decirlo. Después de este generoso acto de desprendimiento, nos decía esta amiga íntima, “he lamentado que se fuera.”

6.2   Una vida espiritual completamente basada en la fe

En la fase de purificaciones pasivas sufridas por sor Isabel de la Trinidad durante su noviciado, se produjo algo análogo pero mucho más profundo. Todos sus sentidos tuvieron que pasar por ese desprendimiento absoluto, el único que libera.

Nunca, a su alrededor, excepto su Priora, sospechó nadie esta fase de penuria purificadora. Todo lo que hubiese parecido que debía consolarla, le dejaba indiferente o la irritaba. Un retiro del Padre Vallée, cuya hermosa y profunda doctrina supo apreciar, como de costumbre, no consiguió arrancarla a esta agonía íntima. El Padre mismo ya no la comprendía, y repetía con tristeza: “¿Qué habéis hecho de mi Isabel? Me la habéis cambiado.” Ese trabajo, incomprensible para él, venía de Dios, y nada podían los hombres.

Sor Isabel ganó en ese difícil año de pruebas una fe fortalecida, y como le ha sucedido a muchos, ella también tiene a su haber esa experiencia del sufrimiento que le permite comprender y consolar a otras almas probadas por Dios. El resultado esencial de este período purificador fue hacerla más fuerte, y de este modo establecerla definitivamente en una vida espiritual completamente basada en la fe pura y que en adelante transcurrirá apacible, bajo la mirada de Dios, al abrigo de todos los acontecimientos de sensibilidad.

6.3   Mi cielo comenzaba en la tierra

Las fuerzas físicas tan necesarias para salir adelante, volvieron con el pleno equilibrio moral. Es así como el Capítulo conventual la admitió a la profesión. Se lo hicieron saber el día de Navidad. Le escribe Isabel al Reverendo Padre Vallée el 31 de  diciembre de 1902. “Mi reverendo Padre; ¿no le ha comunicado el divino Maestro que su hijita va a ser su esposa; que la primera palabra que le dirigió fue “ Veni” (es la primera palabra que se le pronuncia al imponer el velo a una novicia; Veni Sponsa de Christi), y sigue Isabel; “ Y que Él va a salir a su encuentro en esa hermosa festividad de luz y de adoración, en ese día dedicado a los Tres para consumar la unión que ha soñado en su amor infinito” y agrega luego; ¡Oh Padre mío, que feliz soy. Siento una felicidad que no puede compararse con ninguna de las que he experimentado hasta ahora.”  (Carta al Padre Valle, 31 de diciembre de 1902, Obras Completas, página 395)

Como en todas las circunstancias más importantes de su vida, sor Isabel se refugia en la oración omnipotente del Cristo de la misa. Pero esta vez con particular insistencia. Toda una novena de misas es lo que implora del sacerdote amigo y venerable que fue el primer confidente de sus aspiraciones a la vida religiosa cuando, niñita, trepaba a sus rodillas. Luego, tras su velo bajado, sor Isabel desapareció. La comunidad la veía pasar por los claustros como una sombra, con el rostro siempre cubierto. La envolvía la oración de sus hermanas. El retiro empezado en las perspectivas gozosas de la Profesión, se hizo pronto dolorosísimo, poniendo a prueba el porvenir y la vocación. Hubo que hacer llamar a un religioso de gran experiencia, quien la tranquilizó. Sor Isabel creyó en la palabra del Sacerdote como en la voz de Cristo. Es costumbre, en el Carmelo, en la noche que precede a la Profesión, prepararse a ésta con una santa velada. Sor Isabel estaba en el coro, entregada a su Cristo, suplicándole tomara su vida para Su gloria. El Maestro la visitó: “Mientras estaba en el coro, durante la noche que precedió al gran día, esperando al Esposo, comprendí que mi cielo comenzaba en la tierra, el cielo en la fe, unido al sufrimiento y la inmolación por Aquel a quien amo.” (Carta al Canónigo Sr. Angles, 15 de julio de 1903, Obras Completas, página 421)

Comenzaba una nueva fase de vida espiritual. Sufrimientos de una sensibilidad todavía mal purificada, escrúpulos y angustias por insignificancias, todo eso había pasado, ciertamente. En adelante marchará por el camino de su Calvario con la confianza apacible e inconmovible de una esposa que se sabe amada; avanzará en medio de los más sobrehumanos dolores con la majestad de una reina.

6.4   Vida profunda en el Carmelo

Al día siguiente de su Profesión, sor Isabel de la Trinidad se dio a la prosecución de la perfección religiosa, sin exaltación de sensibilidad, pero con nuevos bríos, con una fortaleza serena, memorable, decidida, valiente, que la arrastrará de sacrificio en sacrificio hasta la consumación del Calvario. Todo su programa de vida íntima fue la realización de su nombre: Sor Isabel, es decir, la Casa de Dios, habitada por la Trinidad.

En verdad, esta presencia de Dios, buscada a través de todo es justamente la esencia de la vida carmelitana y está en la tradición más constante de esta Orden. En su "Castillo del alma". Teresa de Jesús escribe en Castillo Interior; “considerar nuestra alma como un castillo todo de un diamante o muy claro cristal, adonde hay muchos aposentos, así como en el cielo hay muchas moradas” (CI 1,1). Santa Teresa vuelve, sin cesar, sobre este punto: "la intimidad con las Tres personas divinas" (7M 1,6) constituye la verdad central de su doctrina mística.

En ella encontró sor Isabel de la Trinidad, por una gracia especial, el atractivo más característico de su vida interior. Sus cartas, sus conversaciones en el locutorio, sus poesías, las resoluciones de sus retiros, todo converge hacia esa habitación interior, que fue, si hay que creer su propio testimonio, como el que le escribe en una carta a la señora Antonieta de Bobet en septiembre de 1906; “Quiero comunicarle un secreto: esta intimida con El en el santuario de mi corazón, ha sido el hermoso sol que iluminaba su vida convirtiéndola en un cielo anticipado”. También escribe Isabel a Germana Gémeaux en septiembre de 1903: “El día en que comprendí eso, todo se iluminó para mí.” “Todo mi ejercicio es entrar en mi interior y sumergirme en Los que están allí.”

A medida que sus años de vida religiosa iban desenvolviéndose, su alma se sumergía, cada vez más, en esa Trinidad apacible y pacificadora que le comunicaba en todos los instantes algo de su vida eterna. Por cierto que a veces había aún, en el fondo de ella, algunas ligeras agitaciones, pero todo en ella se callaba cada vez más. Le escribe Isabel  la señorita Francisca Sourdon el 28 de abril de 1903: “¡Oh querida mía! Que felicidad se siente cuando se vive en intimidad con Dios; cuando se hace de la propia vida una efusión cordial, un trueque de amor, cuando se sabe descubrir al divino Maestro en el fondo del alma. Entonces nunca se está sola y se necesita soledad para gozar de la presencia de este Huésped adorado... Todo se ilumina y la vida es un placer.”

A la señora Angles le escribe el 29 de junio de 1903. “Me pregunta que ocupaciones tengo en el Carmelo. Podría responderle que para la Carmelita solo existe una ocupación: Amar, orar.” (Obras Completas, página 418)

A la Señorita Francisca Sourdon le escribe un jueves por la noche de 1904: “La vida de una Carmelita, es una comunión ininterrumpida con Dios desde la mañana hasta la noche y desde la noche a la mañana. Si Él no llenase nuestras celdas y nuestros claustros, qué vacío estarían. Pero es a Él a quién vemos en todas las cosas, pues le llevamos dentro de nosotras mismas. Nuestra vida viene a ser un cielo anticipado.” (Carta a la Señorita Francisca Sourdon un jueves por la noche, Obras Completas, página 491)

6.5   Hacer silencio, y creer al Amor que está allí

El ritmo apacible de esta vida espiritual es sencillo y se reduce a algunos movimientos esenciales, siempre los mismos: hacer silencio, y creer al Amor que está allí, habitando en el fondo de su alma para salvarla. Quedan todavía muchas noches e impotencias, mas ¿qué importan las vacilaciones involuntarias de un alma que vive en presencia del amado que no cambia? Cada vez más todo se apacigua y se vuelve divino.

Así transcurría la vida de sor Isabel de la Trinidad. En ese Carmelo fervoroso, en donde tantas otras grandes almas vivían de Dios, para su gloria, no habría que imaginarla como un ser extraordinario al que se muestra con el dedo, diciendo: “La santa.” Habitualmente, en los monasterios, no se canonizan a las almas sino cuando se las pierde.

Hacia la mitad de 1902, escribe en su Diario Espiritual; “¡Ser esposa de Cristo! No es sólo la expresión del más dulce de los sueños; es una realidad divina, la expresión de todo un misterio de semejanza y de unión. Es el nombre que en la mañana de nuestra consagración la Iglesia pronuncia sobre nosotras: “¡Veni, sponsa Christi!” ¡Hay que vivir la vida de esposa! “Esposa”, todo lo que este nombre hace presentir de amor dado y recibido... de identidad, fidelidad, entrega absoluta... Ser esposa es entregarse como Él se entregó; ser inmolada como El, por El, para El... ¡Es Cristo que se hace todo nuestro y nosotras que nos hacemos “toda suya”! Ser esposa es tener todos los derechos sobre su Corazón... Es un diálogo para toda la vida... Es vivir con... siempre con... Es descansar de todo con El y permitirle descansar de todo en nuestra alma...”

Y hacia la segunda mitad de 1903, escribe en su Diario Espiritual; “La carmelita es el sacramento de Cristo. A través de ella debe darse nuestro Dios Santísimo, el Dios crucificado todo Amor. Pero para comunicarle así hay que dejarse transformar en una misma imagen con El. Es necesaria la fe que contempla y ora sin cesar. La voluntad al fin cautiva y que no se separa más. El corazón verdadero, puro y exultante bajo la bendición del Maestro.”

En Dijón, sor Isabel de la Trinidad era sencillamente la novicia siempre fiel, y que pasaba, lo mismo que tantas otras, como verdadera carmelita, como dice el apóstol Pablo; “vuestra vida está oculta con Cristo en Dios” (Col 3,3)

Pedro Sergio Antonio Donoso Brant


Fuentes y Bibliografía

-        LA DOCTRINA ESPIRITUAL DE SOR ISABEL DE LA TRINIDAD, M.M. PHILIPON, O.P.

-        OBRAS COMPLETAS, EDITORIAL MONTECARMELO


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