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Isabel de la Trinidad

9.      SOLA CON EL SOLO

Autor Pedro Sergio Antonio Donoso Brant


9.1   Isabel llena su misión entre las almas interiores

Mirando al cielo aprendemos que una estrella difiere de su vecina no sólo por su tamaño sino también por su luz propia, por su brillo particular. Dios tiene diversas formas, numerosas maneras para  los santos. Sería superficial o inútil hacer entrar en un molde idéntico a dos santos, aunque sean de una misma familia religiosa. En efecto, aunque estemos frentes a dos caracteres comunes, en los secreto, hay diferencias importantes.

Hay mucha tendencia a comparar a santa Teresa del Niño Jesús y sor Isabel de la Trinidad. A mí me parecen que cada una de estas santas carmelitas ha tomado caminos que son esencialmente diferentes. En efecto, santa Teresita de Lisieux reviste brillantemente todo el universo católico con sus pétalos de rosas deshojadas por amor. Teresita ha enseñado al mundo moderno a volver a ser niño ante Dios. En el caso de Isabel, ella llena su misión entre las almas interiores. Ciertamente, Sor Isabel de la Trinidad es la santa del silencio y del recogimiento.

9.2    En la sobriedad del silencio

Teresa de Jesús escribió en las Tercera Moradas: “hermanas, del bien de las almas, podemos hacer muchos yerros, y así es mejor llegarnos a lo que dice nuestra regla: en silencio y esperanza procurar vivir siempre, que el Señor tendrá cuidado de sus almas. Como no nos descuidemos nosotras en suplicarlo a su Majestad, haremos harto provecho con su favor. Sea por siempre bendito.” (3M 2,13) y ya en las Séptimas Moradas escribió: “Así en este templo de Dios, en esta morada suya, sólo él y el alma se gozan con grandísimo silencio.”

Le habían preguntado a Isabel: ¿Cuál es el punto que preferís de la Regla? Y respondió ella: “El silencio.”

En el Libro Subida al Monte Carmelo, enseña el santo Padre san Juan de la Cruz: “para pasar adelante en contemplación a unión de Dios, para lo cual todos esos medios y ejercicios sensitivos de potencias han de quedar atrás y en silencio, para que Dios de suyo obre en el alma la divina unión” (3 S 2,2).

A saber, hay dos elementos fundamentales constituyen la esencia de toda santidad: el despojo de sí y la unión con Dios. Se los encuentra siempre bajo los más variados matices de la vida de los santos. En una Carmelita ese aspecto negativo reviste la forma de una separación absoluta. El Carmelo es el desierto, Dios solo. A solas con El. Pero entre las almas carmelitanas cada una vive a su modo esta doctrina de la “nada” de la criatura y del “Todo” de Dios, que tanto gustaba a san Juan de la Cruz.

9.3   Sola con el Solo

A los 15 años, en sus poesías, Isabel Catez soñaba con estar en soledad con su Cristo, ella escribe en agosto de 1896 en una de sus poesías; “Vivir contigo solitaria”  Luego a los 19 años anota en una noche en su diario: “Pronto seré totalmente tuya, viviré en la soledad, a sola contigo, me ocupare solamente de Ti, viviré únicamente para Ti, y tan solo contigo conversaré” (Diario Espiritual, noche, 27 de marzo de 1899, Obras Completas, página 70). También escribe que su mayor felicidad, durante el verano en el campo, era irse a los bosques solitarios. (Carta a la Sra. Angles 29 de septiembre de 1902)

La santa Madre Teresa de Jesús, enseño a sus hijas las monjas que orar es: “tratar de amistad estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama” (V 8,5), que “hemos de procurar estar a solas” (C 24,4) que: “lo mucho que importa este entrarnos a solas con Dios” (C 35,5) y que: “para vivir siempre en él las que a solas quisieren gozar de su esposo Cristo, que esto es siempre lo que han de pretender, y solas con él solo” (V 38,4) El testimonio que se debe dar a Dios es en solitario, a solas con él, donde la mirada queda fija en Él sólo, en un ardiente olvido de todo lo demás: manifestación silenciosa, pero conmovedora, de que sólo la Belleza divina merece la atención de un alma elevada por la gracia hasta él. Como recita La santa madre Teresa de Jesús: “Sólo Dios basta.”

Sor Isabel de la Trinidad fue el tipo de la contemplativa silenciosa cuya acción apostólica, por añadidura, se extiende a todo el universo.  Su acción apostólica es la de la oración que todo lo obtiene. Una sola alma que se eleva hasta la unión transformadora es más útil a la Iglesia y al mundo que una multitud de otras que se agitan en la acción.

Desde el primer día se la vio entrar a fondo en ese espíritu de silencio y de muerte, condición de toda vida divina en el Carmelo. Amaba con culto particular al patriarca Elías, el primero de los hombres que llevó la vida eremítica, a quien Dios había ordenado huir de los lugares habitados y ocultarse, lejos de la muchedumbre, en el desierto: Desde su entrada, la soledad carmelitana la embelesó: “sola con el solo”, es toda la vida del Carmelo.  En efecto, la monja carmelita es esencialmente una ermitaña contemplativa que tiene como patria el desierto, como la palabra del Señor a Elías diciendo: “Sal de aquí, dirígete hacia oriente y escóndete en el torrente de Kerit que está al este del Jordán”  y que  tiene además como refugio el hueco de la roca bebiendo del torrente que envía el Señor.  (1 Re 17,3). Elías,  había enseñado a los monjes ermitaños de la santa montaña del Carmelo a liberarse de todo lo que no es Dios, a mantenerse en la sola presencia del Dios vivo, eliminando toda otra presencia. Vivir como ermitaño, al igual que Elías, hombre santo y solitario, habitar en pequeñas celdas como los monjes del Monte Carmelo en las rocas, junto a la fuente del Profeta, tal fue el más ardiente deseo de Teresa que escribe en Camino de Perfección; “porque el estilo que pretendemos llevar es no sólo de ser monjas, sino ermitañas, y así se desasen de todo lo criado, y a quien el Señor ha escogido para aquí, particularmente veo le hace esta merced.” (C 13,4)

Sor Isabel de la Trinidad tuvo en grado excepcional esta inclinación al silencio que huye de todo lo creado para mantenerse, en la fe, en presencia del Dios vivo. Todo su ascetismo se reduce al silencio, entendido en su sentido universal. El silencio constituye a sus ojos la condición más fundamental requerida del alma que quiere elevarse hasta la unión divina.

Sin querer imponer a su pensamiento marcos demasiado rígidos, incompatibles con las libres inspiraciones a las cuales se abandonaba sor Isabel bajo la moción del Espíritu, se pueden encontrar, en la línea de su pensamiento, tres silencios: exterior, interior, finalmente un silencio enteramente divino, en el que el alma está puramente pasiva, que es uno de los efectos más elevados de los dones del Espíritu Santo y que, a falta de término propio, inspirándose en uno de sus textos se podría llamar: “El silencio sagrado”, el “silencio de Dios”

9.4   Fue fiel a ese espíritu de silencio hasta el último día

A la persona fiel a su interior, no le parece que el silencio exterior sea tan necesario que se calle, porque el ruido externo no las intimida para la contemplación. En ciertas circunstancias es hasta imposible impedir el ruido externo. Entonces el alma tiene el recurso de huir dentro de sí misma, en esa soledad interior la única requerida para la unión con Dios. Pero debe ser buscado lo más posible, como que favorece el silencio interior y a él conduce normalmente. Ciertamente, el amor del silencio conduce al silencio del amor.

Con todo, la lectura que hacemos de sor Isabel, es que ella era una enamorada de la clausura, y se desprende de lo que ella escribe, que las conversaciones inútiles en el locutorio eran para ella un tormento. Es así como Isabel en diversas circunstancias recordará suave pero firmemente a los suyos ese punto de la Regla; observará fielmente para la correspondencia el tiempo de Adviento y de Cuaresma, a menos que la obediencia le impusiera el deber de escribir. Sólo por un permiso que aparece manifiestamente providencial desde que se analizan de cerca las circunstancias, ha podido dejarnos tantas cartas a pesar de su deseo de permanecer silenciosa detrás de las rejas de su amado Carmelo.

Igual silencio en sus relaciones con sus hermanas en el interior del monasterio. Repetidas veces aceptó desafíos de silencio, y las dos o tres faltas de que se acusaba provenían siempre de su caridad. Fue fiel a ese espíritu de silencio hasta el último día. En una ocasión relata una hermana, “había yo obtenido permiso para llevarle algo a la enfermería y para quedar con ella hasta el fin del recreo. Sor Isabel me recibió con gran efusión de alegría. Sonó la campana. Con dulzura y una hermosa sonrisa, volvió a entrar en el silencio. Sentí que no había que prolongar la conversación. En ella no había nada de rígido, pero la fidelidad prevalecía sobre todo.” También me atrevo a dar testimonio de ese amor por el silencio de las monjas de clausura, habiendo estado de retiro en un mismo monasterio en ocho ocasiones de Semana Santa, he oído el silencio, de tal modo que parece que pestañear es ya ruidoso.

Sor Isabel volvía siempre al silencio. Las jóvenes hermanas sabían tan bien que era ése su programa único, que en el momento de las novenas o la víspera de los retiros le insinuaban maliciosamente: “Silencio, ¿no? Silencio.” Y sor Isabel se inclinaba sonriendo.

Durante su enfermedad, como su Priora tenía empeño en que fuera al aire libre, sor Isabel elegía el lugar más solitario. Escribe Isabel a su madre: “Por eso en vez de trabajar en mi celdita, me instalo como un ermitaño en el lugar más apartado de nuestra espaciosa huerta donde paso horas deliciosas. Toda la naturaleza me parece tan llena de Dios. El viento que agita los altos árboles, los pajaritos que cantan, el hermoso cielo azul…..todo eso me habla de Él.” (Carta a su madre Maria Rolland, agosto de 1905, Obras Completas, página 216)

9.5   “Su pequeño paraíso”

Por sobre todo, tenía afecto al silencio de su celda a la que llamaba “su pequeño paraíso”, en la que se refugiaba con delicia. Escribe Isabel; “Durante el día, tenemos dos horas de recreación. Pasamos el tiempo restante en silencio. Cuando no tengo que hacer labores de limpieza, trabajo en mi celdita. He aquí mi ajuar: una cama de paja, una sillita, un pupitre sobre una tabla. Pero todo está lleno de Dios. Paso allí horas felices a solas con el esposo. Para mí la celda es algo sagrado. Es un santuario íntimo, destinado solo para El y su pequeña esposa. Los dos estamos tan bien  en ella….Yo callo y le escucho. Es tan agradable escucharle. Además le amo mientras manejo la aguja y coso este querido hábito que tanto deseé vestir”. (Carta a la Sra. Angles,  29 de junio de 1903, Obras Completas, página 418)

Apreciaba, entre todas, las horas del gran silencio de la noche. Sor Isabel ¡amaba tanto su Carmelo silencioso! Así se lo escribe a la Señora maría Luisa Maurel: ¡Oh si pudieras ver como el Carmelo es un rincón del cielo! ¡Oh el silencio, la soledad! Aquí se vive a sola con Dios solo. Aquí todo habla EL” (Carta a María Luisa Maurel,  26 de octubre de 1902).

En el monasterio de Dijon, también es una costumbre en algunos otros monasterios, dos o tres veces por año, las hermanas religiosas pueden visitarse unas a otras en su celda, como antaño los ermitaños del desierto. Sor Isabel se prestaba de buena gana a este uso querido por santa Teresa para que las hermanas se inflamen mutuamente en el amor del Esposo. Hasta recibió en ello una de las más grandes gracias de su vida: su nombre de “Alabanza de Gloria.” Pero ¿quién no ve que con la humana debilidad esos encuentros, que deberían ser conversaciones inflamadas, pueden decaer en conversaciones que lleven a la pérdida para la unión divina? Pero no era así con Isabel, pues ella siempre regresaba a su querido silencio, estimado por sobre todo. Escribía a su hermana: “Con motivo de las elecciones, tenemos tenido licencia, (ese día se permitía visitarse en sus respectivas celdas) Es decir que podemos, durante el día, hacernos pequeñas visitas unas a otras. Pero, ¿ves? la vida de una Carmelita es el silencio.” (Carta a su hermana Margarita Catez, 10 octubre de 1901, Obras Completas página 337)

Pedro Sergio Antonio Donoso Brant


Fuentes y Bibliografía

-        LA DOCTRINA ESPIRITUAL DE SOR ISABEL DE LA TRINIDAD, M.M. PHILIPON, O.P.

-        OBRAS COMPLETAS, EDITORIAL MONTECARMELO


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