DECIMA CUARTA SEMANA DEL TIEMPO
ORDINARIO
(Año Par. Ciclo A)
P. Julio González
Carretti ocd
a.- Zac. 9, 9-10: Viene a ti, tú rey justo y victorioso.
b.- Rm. 8, 9. 11-13: El
Espíritu es vida.
c.- Mt. 11, 25-30: Soy manso y humilde de corazón.
a.- 2,16-18.21-22: Me casaré contigo en matrimonio
perpetuo.
b.- Mt. 9, 18-26: Mi hija acaba de morir. Pero ven tú, y
vivirá.
a.- Os. 8, 4-7.11-13: Siembran vientos y cosechan
tempestades.
b.- Mt. 9, 32-38: Curación de un endemoniado mudo y
compasión hacia la muchedumbre.
a.- Os. 10,1-3.7-8.12: Es tiempo de consultar al Señor.
b.- Mt. 10, 1-7: Id a las ovejas descarriadas de Israel.
a.- Os. 11,1-2.3-4.8-9: e me revuelve el corazón.
b.- Mt. 10, 7-15: Misión de los Doce.
a.- Os. 14,2-10: No volveremos a llamar dios a la obra
de nuestras manos.
b.- Mt. 10, 16-23: Predicción de persecuciones.
a.- Is. 6,1-8: Yahvé purifica los labios de Isaías.
b.- Mt. 10, 24-33: Relación Maestro y discípulo.
Confesar la fe sin temor.
Lecturas bíblicas:
La primera
lectura, nos invita a ver al Mesías en este rey pacífico en su entrada a Jerusalén. Ese gesto de entrar montado en un
asno el Mesías, concentra una buena
cantidad de profecías, esperanzas renovadas en la liturgia año tras año,
salmos que anunciaban su llegada: saben
que será justo, y en su reinado habría justicia y paz, salvador triunfante, porque él mismo será
objeto de justicia y protección divina (cfr. Gn. 49. 11; 2 Sam.7,1-15; Mi. 4,14; Is.7,14; 11,1-5; Sal.71). Pero ¿por qué identificar a este Mesías – Rey, con
los humildes y no con los poderosos? Zacarías nos presenta a este Rey- Pastor
en cuatro cantos, claro paralelismo con los del Siervo de Yahvé de Isaías (cfr.
Zac. 9,9-10; 11,4-14; 12,10-13,1; 13,7-9). Quizás lo contrapone, con los
grandes conquistadores de su época, para
hablar de la gran victoria de Dios, en la era mesiánica (cfr. Zac. 9,9-10). El
profeta, sueña con un príncipe de paz, que entra en Jerusalén y restaure el
reinado de David (vv.9-10; Is.45). Mira a tu rey, alude al siervo de Isaías,
pareciera que ambos, el Mesías como el Siervo, están llamados a implantar la
justicia en la tierra, ambos tienen una misión universal que cumplir (vv.9-10;
cfr. Is. 46,1; 42,1.4; 53). Pero su forma de llevar adelante su misión, en nada
se parece a los conquistadores antiguos, destruye todo símbolo de poder
militar: carros, caballos, arcos; sus armas son la paz y la justicia (cfr. Is.42,2; Is 2. 4; 9. 3; Os 2. 20; Sal 46. 10; Mi 4. 3-4; 5.
9-10). La invitación es a alegrarse por la llegada de este rey pacífico
magnífico, por su forma de obrar, sobrepasa a todo ser humano, de ahí que el
texto nos lleva a una realidad más profunda (cfr. Zac. 9, 1.7.12; 10,2.
6.10). La respuesta estará en los tiempos mesiánicos,
siglos después, cuando el Nazareno entre
en Jerusalén y sólo los humildes lo reciban, pero pocos comprenden el gesto.
Era el Mesías, el Siervo de Yahvé, que daba cumplimiento a los profetas. Si el
Mesías está en medio de su pueblo, habrá
paz en toda la tierra, Mateo, lo idéntica con la entrada de Jesús a Jerusalén,
ya que establece un reino pacífico y universal (cfr. Mt. 21,5; Jc. 5. 10; 10. 4; 12. 14; Sal.71,8). Este es el triunfo del Mesías, teniendo como
protagonistas a los humildes de la
tierra con su rey a la cabeza: Jesús de Nazaret.
El apóstol
San Pablo, nos propone la vida del cristiano, que es vida en el Espíritu. Cuando
Jesús muere en la cruz, el Padre hace su juicio, no contra el Hijo sino contra
el pecado. De ahí que podamos escapar de la ley del pecado y de la muerte para
vivir en la ley del Espíritu que da vida, lo que nos capacita para hacer el
bien (cfr. Rom. 8,15; 2Cor.3,17). Podemos actuar bajo
la moción del Espíritu que habita en nosotros. La justificación bien entendida
viene a significar que las exigencias de la Ley, lo que norma la vida del
cristiano, adquiere plena vigencia a causa de la justificación del pecador
(cfr. 1Cor.7,19), puesto que el Espíritu lo capacita
para hacer lo que Dios confía que hará para mayor gloria suya. De esta forma, el Espíritu no sólo inspira la
praxis cristiana, sino que es la fuerza que resucitó a Jesús de entre los
muertos, y también vivificará nuestros cuerpos mortales. La muerte de Cristo
ocurrida en el pasado, se hace presente por medio de su Espíritu, abre el
futuro del cristiano para que con fe lo contemple y espere. Podemos concluir
que es el Espíritu y no la carne la que la domina la vida del cristiano;
mientras la carne, el ser del hombre lo hace ser egoísta y girar toda su vida
en torna a sí mismo (cfr. Mc.8,35), el hombre regido por el Espíritu gusta a Dios, atrae al
hombre hacia ÉL, neutraliza el impulso de las pasiones, hace que hagamos lo que
Dios espera de nosotros. Hace que vivamos para los demás, poder salvador, que
hace surgir los signos de su presencia, vida nueva y paz (vv.9-10; cfr.Gál.5,
22-23.24). El Espíritu es fuente de vida cristiana en el presente y prenda de
la vida futura. Sepultados con Cristo en el Bautismo, ahora el cristiano vive
en Cristo y con el Espíritu que derrama sus dones carismáticos en sus
corazones, les capacita para construir la comunidad (vv. 9-11; cfr. 1Cor.12-14;
Gál.5,13-15; 1Cor.12,7). Es el Espíritu de Cristo que
habita en nosotros, por ello el cuerpo de pecado, la carne está muerta, merecía
la muerte eterna (v.10; cfr. Rm. 6, 6-11.23; 8,3). El hombre viejo fue
crucificado con Cristo, lo que aniquiló, ya no nos obliga al mal, no tiene
poder sobre nosotros. Los cristianos compartirán la resurrección de Cristo
fruto del Bautismo (v.11; Rom.6; 1Cor. 6,13-14; 15, 42-44; Flp. 3, 21), anhela
la liberación de este cuerpo esperando ese cuerpo espiritual, conscientes de
ser hostia agradable a Dios, partes del único cuerpo de Cristo (cfr. 1Cor.12,12-27).
Este
evangelio nos presenta el misterio de la filiación de Jesús, Hijo de Dios,
su relación con el Padre. Este texto
se divide en tres partes: la acción de
gracias de Jesús por la revelación recibida (v. 25); el contenido de dicha revelación y la invitación que hace
Jesús a ir a ÉL (vv.26-27) y la llamada (vv.28-30). La bendición de Jesús, es una bienaventuranza por
manifestarse a los sencillos; tiene como
referencia el rechazo de la palabra de Jesús, por parte de los fariseos.
El Padre no pretendió hacerse comprender
por los sabios de este mundo, sino por los sencillos. Eran los doctos de la época, en especial los
escribas, y fariseos, profesionales de la
Ley. Toda la economía de salvación predicada por Cristo, disposición
eterna del Padre, no se comprende por
medio del discurso humano, sino por revelación de Dios, que se concede a los sencillos, y que
se niega a los soberbios. Cuánto más se engríen los fariseos de conocer la Ley
de Moisés, menos podían comprender la
predicación de Jesús. Esta voluntad del
Padre, la economía de la salvación, no es aceptada sino por quien es
consciente de su pequeñez y humildad,
vacío de sí mismo y busca a Alguien que llene y dé sentido a su vida. La revelación de Cristo, camino verdadero hacia el Padre,
porque todo lo puesto el Padre en sus
manos desde la revelación de su Palabra hasta el misterio de hacernos hijos suyos por medio de su misterio
de muerte y resurrección (v.27). Conoceremos al Padre por lo que el Hijo nos
comunique, conoceremos al Hijo por sus
palabras y obras, y a su vez, el Padre nos reconocerá en la medida en que nos asemejemos, nos configuremos a su amado
Hijo (cfr. Rm. 8, 29). - “Sí, Padre,
pues tal ha sido tu beneplácito…” (Mt. 11, 26ss). En la segunda parte, nos
encontramos con el contenido de la revelación, donde Jesús se presenta como el único Revelador del
Padre. Lo hace en clave de conocimiento
y revelación; Yahvé en la mentalidad judía ser conocido sólo por quien ÉL había
elegido previamente. Jesús se presenta a sí mismo, como el revelador del Padre, plenitud de la
revelación (cfr. Jn. 3,11). El conocimiento del que se habla aquí, no es ciencia del entendimiento, ni comprensión
de ideas y consecuencias. De este conocimiento participan la voluntad, los
sentimientos y la inteligencia. Dios
conoce al hombre, lo penetra con su espíritu, lo ama, lo abraza con amorosa solicitud. “Nadie conoce
al Hijo sino el Padre” (v. 27). Sólo el
Padre conoce al Hijo; sólo el Hijo comprende al Padre, hay un
conocimiento amoroso mutuo. Sólo
hay un ser que comprende y ama al Hijo,
con un conocimiento amoroso, de tal modo
que no hay nada que saber: el Padre.
Hay una realidad que ahora se nos
da a conocer: Jesús es igual al Padre, lo conoce y ama plenamente. Nadie tiene un conocimiento de
Dios en todo el mundo como el que tiene
ÉL, Jesús es Dios. No hay otro pasaje en los Sinópticos, donde quede mejor reflejada la filiación divina del Mesías
(cfr. Mt. 11,27). El conocimiento que
posee el Hijo no es sólo para sí sino para comunicarlo, su misión es revelar los secretos del Padre y
del Reino de Dios. Todo lo que acaba de
revelar del Padre, es también obra del Hijo. Mirado desde afuera, causa
escándalo que un hombre hable así, es un hijo de carpintero; si no pudo comprender esa generación a Juan Bautista, menos a Jesús. ¿Quién entonces? La gente
sencilla, los humildes de corazón, no
los arrogantes, los sabios de este mundo, los entendidos (cfr. Mc. 10,
15; cfr. Mt. 19,14). Finalmente, los
cansados y sobrecargados, son los
propios judíos de su tiempo, que soportan el peso de leyes y normas con que los
escribas y fariseos explicaban la fe de
Moisés a base de legalismos y casuísticas interminables. Se puede entender la vida de sufrimiento y dolor, enfermedad o injusticia, donde el evangelio
de Jesucristo es una propuesta de
salvación. Jesús dirige su palabra a los humildes, porque ÉL les enseña a sufrir porque es manso y humilde de
corazón, puesta toda su esperanza en
Dios. “Tomad sobre vosotros mi yugo” (v.
29). La imagen del yugo, el Maestro,
impone una enseñanza a sus discípulos, ese es su yugo; el de Cristo es
más suave, que el de los escribas y fariseos aplicaban a la Ley de Moisés (cfr. Hch. 15, 10; Mt. 23, 4). El yugo de Cristo es suave y ligero, si entendemos que la voluntad de Dios
cuenta con la debilidad del hombre, pero
para que éste cuente con la gracia de Jesucristo, y la fuerza amorosa del Espíritu Santo, que inculca el espíritu de la Ley de Dios, liberando al
hombre de su esclavitud; manda grabar en lo
interior dicha ley de amor y de gracia, para que así pueda cumplirla el
cristiano. Jesús se presenta como manso y humilde de corazón, es decir, viene al hombre con
humildad, no con un yugo de opresión, sino
con la máxima humillación de hacerse uno de nosotros, para estar con
nosotros los hombres (Mt.21,5; Za.9,9; Is. 62,11; Flp.2,5); quiere que asentados en la verdadera
humildad, seamos grandes en la humildad y humildes en la grandeza, a la
Dios nos eleva en su unión de amor.
La Santa
Madre Teresa, mujer preocupada de su fe,
busca formase en la verdad en clave
bíblica y eclesial. “Tengo por muy cierto que el demonio no engañará, ni lo permitirá Dios, a alma que de ninguna cosa se
fía de sí y está fortalecida en la fe, que
entienda ella de sí que por un punto de ella morirá mil muertes. Y con
este amor a la fe, que infunde luego
Dios, que es una fe viva, fuerte, siempre procura ir conforme a lo que tiene la Iglesia, preguntando a unos y
a otros, como quien tiene ya hecho
asiento fuerte en estas verdades, que no la moverían cuantas
revelaciones puedan imaginar -aunque
viese abiertos los cielos - un punto de lo que tiene la Iglesia.” (V 25,12).
Lecturas bíblicas
El
evangelista nos presenta dos milagros realizados por Jesús: la resurrección de la hija de un magistrado,
jefe de la sinagoga (cfr. Mc. 5, 21-43; Lc.
8, 40-56), y la curación de la hemorroísa. Es un padre que pide un
milagro para su hija ya muerta. El
evangelista quiere hacer resaltar la fe del padre, en lo que aparentemente es imposible. La mujer también
busca en Jesús la salud para las
hemorragias que padece, y es por eso, que piensa que con sólo tocar el
manto del Maestro sanará. Será la fe de
esta mujer, la que Jesús alabe y que la sana, y no el hecho de tocar su manto. Se evita toda huella
de magia, que oscurezca la eficacia de
la fe. En ambos casos, el milagro es respuesta a la fe que manifiestan el
padre de la niña y como la mujer en el
poder sanador de Cristo Jesús: Tu fe te ha curado o salvado (v. 22). La fe suplicante y el
poder divino de Cristo, obran el prodigio de
sanar y devolver la vida a quien la necesita; una fe indispensable que
activa ese poder. La fe sana y salva. La
actitud compasiva de Cristo Jesús con el dolor
humano, es manifestación del amor paternal de Dios por el hombre y
mujer necesitados especialmente los más
débiles como puede ser preocuparse hasta que la niña coma (cfr. Mc. 5, 43).
Ante el hecho de resucitar, pareciera que no tuviera importancia, pero para
Jesús sí lo tenía porque así lo divino y lo humano, se unen una vez más para
producir el milagro de la vida. Esta
resurrección, como la de Lázaro, y el del hijo de la viuda de Naín (cfr. Jn.
11, 13; Lc. 7, 11), son un velado
anuncio de la resurrección de Jesucristo. En el caso de esta niña, como el de Lázaro, Jesús afirma
que está dormida (v. 24; Jn. 11,11), por lo mismo, para que el que tiene fe, la
muerte es un sueño, para despertar
resucitado (cfr. 1 Cor.15, 18). El anuncio del reino de Dios, es anuncio
de vida nueva, vida eterna, para el
hombre de fe. Labor nuestra será, como testigos
de la resurrección de Cristo,
aportar signos de esa nueva existencia, amar a Dios y al prójimo, ya que amar es poseer y entregar
la vida al estilo de Jesús de Nazaret.
Santa
Teresa de Jesús, hace su propia lectura de este evangelio: “Pues sí,
cuando andaba en el mundo, de solo tocar
sus ropas sanaba los enfermos, ¿qué hay que
dudar que hará milagros estando tan dentro de mí, si tenemos fe, y nos
dará lo que le pidiéramos, pues está en
nuestra casa?” (Camino de Perfección 34,8).
Lecturas bíblicas
El evangelio
nos presenta dos momentos: la sanación de un mudo endemoniado (vv.32-34), y la
compasión de Jesús, por la muchedumbre que le sigue (vv.35-38). Jesús hace
un exorcismo y sana al mudo. La gente lo
atribuye a la divinidad de Jesucristo, pero
los fariseos, lo atribuyen al poder del Maligno. El profeta había
anunciado: “Entonces se despegarán los ojos de los ciegos, y las orejas de los
sordos se abrirán. Entonces saltará el
cojo como ciervo, y la lengua del mudo lanzará gritos de júbilo.” (Is. 35, 5-6). La reacción de la
gente es de admiración: “Jamás se ha
visto cosa igual en Israel” (v.33). Muchas veces se ha había manifestado
Yahvé a su pueblo con grandes prodigios,
señales y pruebas de su poder, como los milagros realizados por Elías y Eliseo. Sin embargo,
hay uno, que es uno que es más grande
que el Templo (cfr. Mt. 12, 6), mayor incluso que los profetas (cfr.
Mt.16, 14-16). El contrapunto lo dan los
fariseos con su crítica, con lo que asistimos al abismo que se abre entre Jesús y sus adversarios. Aquí
encontramos, más que una discusión sobre
un pasaje bíblico o sobre alguna traducción litúrgica, se trata de una oposición irreconciliable. Con este panorama
de ver enfrentados a Dios y Satanás en
el desierto, la opción de los fariseos, pareciera estar más de parte de
Satanás, que con Dios hecho hombre en
Jesús de Nazaret (cfr. Mt.12, 22-37). La reacción del pueblo, es la justa valoración de la obra
única y magnífica del Mesías. Luego el
evangelista, hace una síntesis de la actividad del Maestro, que enseña y
sana a las gentes (v. 35). Este dato es
muy revelador, porque nos enseña que Jesús predicaba el Reino de los Cielos en las sinagogas
vecinas, con lo que sabemos, que el mensaje
se conoció en todas partes, y lo hace en un contexto litúrgico, con lo
que el mensaje adquiere mayor
notoriedad. Mateo, quiere dejar en claro, que el Mesías fue enviado a las ovejas extraviadas de Israel, sin dejar
de desconocer, que también predicaba al
aire libre, como en los recintos de culto (cfr. Mt.10,6).
Esto le permite contemplar a esas
personas desde otra perspectiva: “Entonces dice a sus discípulos: «La mies es
mucha y los obreros pocos. Rogad, pues,
al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies.» (vv. 37- 38). En el lenguaje
de Jesús, encontramos estas imágenes de las ovejas y la mies, con amplia resonancia en el AT. La situación
de Israel, era la de un pueblo sin
pastor, disperso, sin unidad y lo más doloroso, sin guías espirituales.
Israel había conocido pastores, como los
jueces y reyes, sacerdotes y profetas, en especial Moisés y David. En los escritos de los
profetas, Jeremías (cfr. 23, 3-6) y Ezequiel
(cfr. 34,11), se habían anunciado los tiempos del Mesías, ante el
abandono del pueblo, el propio Yahvé se
convertiría en Pastor de su rebaño. En el tiempo de Cristo Jesús, se cumplen estas profecías su
preocupación compasiva por las ovejas de su rebaño, hasta dar la vida por
ellas. La mirada de Jesús, le revela que las
gentes están cansadas, sin guía, ni amparo, sin pastor que las conduzca
a los pastos abundantes. Es el buen
Pastor que camina a la cabeza de su pueblo, la
Iglesia hacia la vida eterna; el gran Pastor, Jefe de pastores como
definirá S. Pedro a Jesucristo
(cfr. 1Pe.5, 4). Tenemos otra imagen: la mies es abundante y la siega. También tiene esta imagen una raíz bíblica de
carácter escatológico, para anunciar el
Reino mesiánico y el Juicio de Dios. Ese tiempo final, ha llegado ya con la
venida del Reino de Dios. Recordemos que
Jesús es anunciado, como el que tiene el bieldo
en la mano para separar el grano de la paja, uno para guardarlo y otro
para quemar (cfr. Mt. 3,12). Con la venida del Reino de
Dios, comienza el Juicio del mundo, del
hombre, la separación entre el buen trigo y la paja, la produce la opción que se haga de cara a Jesús y su evangelio.
Faltan segadores que inviten a los
hombres a plantearse una decisión, con lo que manifiesta Jesús la
necesidad de ser ayudado en esta misión.
De ahí que Jesús exhorte a la oración al Dueño de la mies, a Dios, para que suscite segadores en
su campo. Recordemos que Jesús es el
enviado del Padre, como lo que indica que es Dios quien, en definitiva
llama a trabajar a su mies (cfr. Mt.10,
40). Esta oración habrá que hacerla hasta el Juicio final, mientras dure el tiempo escatológico
de la Iglesia, de la cosecha, tiempo final.
Así se ha hecho desde la Iglesia apostólica hasta el día de hoy.
Santa
Teresa de Jesús, nos cuenta la llamada que recibió del Señor, y ella respondió su Sí, como María Virgen. “Pensaba qué
podría hacer por Dios, y que pensé que
lo primero era seguir el llamamiento que su Majestad me había hecho a religión, guardando mi Regla con la mayor
perfección que pudiese” (Libro de la Vida
32, 9).
Lecturas bíblicas
Este
evangelio es de envío, da inicio Mateo, al discurso apostólico de Jesús,
el segundo, de cinco, con que el
evangelista estructura su obra. Vemos que ha presentado a Jesús como un nuevo
Moisés, el Legislador (cc. 5-7), el que anuncia
el Reino de Dios (cc.
8-9), ahora lo presenta como el fundador
del nuevo Israel, la Iglesia, y con
ello, les comunica la misión apostólica, lo característico de este pueblo (c.10). Nos presenta al colegio
apostólico con sus nombres, lo hace en el
inicio del discurso sobre la misión, y no en un contexto vocacional
(cfr. Mc. 3,13; Lc. 6,12). Mateo no
relata la elección de los apóstoles y los presenta como un colegio ya bien conformado. Confiarles la
misión, significa también darles autoridad
para ejercerla, poder sobre los espíritus inmundos para expulsarlos, y
sobre las enfermedad y toda dolencia.
Más tarde les da el encargo de predicar el evangelio (vv. 1.7). Jesús les confía su poder, los
apóstoles serán iguales a ÉL, actuarán
como ÉL, y su palabra se verá confirmada con milagros (cfr. Mt. 9,35).
Los nombres de los apóstoles, son encabezados por Simón, Pedro (cfr. Mt.16,18),
luego vienen los hermanos, los primeros
llamados Pedro y Andrés, Santiago el de
Zebedeo, y Juan, y sólo de Mateo
de Judas Iscariote, da detalles de su vida. De hombres rudos a dóciles a las mociones del
Espíritu, va a pasar su buen tiempo,
hasta convertirse en columnas de la Iglesia, testigos valerosos del
Reino de Dios. Que Judas fuera uno de
los apóstoles, habla de la cercanía de los límites, entre el Reino de Dios y el
de las tinieblas. Se convierte en instrumento de Satanás, mientras Jesús
entrega su vida por sus discípulos, se
arriesgaba a que uno le pueda entregar a la muerte… Al hablarles de la misión,
les señala los destinatarios, y el contenido de la misión, es decir, la misión está destinada a Israel
(vv. 5-7). De destacar, el límite que pone Jesús a su misión: sólo a las ovejas
perdidas de Israel, es decir, sólo a los judíos. Ellos eran los herederos de la elección y las promesas de
Dios, fueran los primeros en recibir la
propuesta de la misión evangelizadora, realizada por Cristo Jesús. Con
esta determinación, no quedan fuera ni
samaritanos ni gentiles para que
todos tengan parte del Reino de Dios y
de los bienes mesiánicos. Se trata de ir de los judíos a los gentiles, porque
Jesús obedece lo establecido por Dios (cfr. Mt. 15, 24). No es el número ni las actividades a realizar
lo que importa, sino que es la voluntad
de Dios, fuente y origen de toda
misión en el nuevo pueblo de Dios. Una vez que
ingresaron en la Iglesia los gentiles, estas palabras de Jesús, son un
clarísimo testimonio para el judío que
la salvación se ofreció a ellos en primer lugar. El Mesías y sus apóstoles, consagraron sus vidas
y trabajos, para serviles a ellos en
forma casi exclusiva. Si los gentiles han encontrado la fe en Cristo
Jesús, la que Israel rechazó, los judíos
se puede afirmar que no tienen excusa (cfr. Mt. 8,10-12). Los discípulos han de predicar lo mismo que
Jesús: “Proclamad que el Reino de los
cielos está cerca.” (v. 7). Es el tiempo de la cosecha, de la entrega
generosa de Dios a su pueblo, tiempo de
conversión, y por tanto, de penitencia de lo se opone al Reino de Dios. El poder que se les ha
otorgado deberán ponerlo al servicio de los
enfermos, sanándolos, resucitando a los muertos, expulsando a los
demonios, así serán semejantes a Jesús. Será en los Hechos, donde encontraremos
que los apóstoles realizaron estos
milagros a favor de los hombres y mujeres necesitados, los que acreditan su predicación evangélica
(cfr. Hch. 3,1-10; 5,12-16; 9,31-43). Este don de hacer milagros que el Señor Jesús
entregó a sus discípulos se revive en
toda la historia de la Iglesia, especialmente los Santos y Santas de
todos los tiempos, y no sólo a los
apóstoles.
Cuanto
apreciaba Teresa de Jesús, una buena prédica, era amiga de religiosos y presbíteros bien preparados en el arte de
llevar las almas a Dios. “Alabe muy
mucho al Señor el alma que ha llegado aquí… o le dio letras y talentos y
libertad para predicar y confesar y
llegar almas a Dios” (Vida 30,21).
Lecturas bíblicas
Al mandato
y al contenido esencial de la misión de los apóstoles siguen instrucciones muy
concretas de parte de Jesús (vv. 7 - 8).
Los apóstoles van en nombre de Jesús, como
enviados, actuarán como ÉL, por lo mismo, tienen sus poderes y
facultades, para anunciar el Reino,
sanar y expulsar demonios. Luego, las instrucciones son sobre el talante personal del apóstol (vv. 8-15). Al
mensaje debe ir unida la actitud, un
talante, un estilo de vida, acorde a lo que van anunciar. El mensaje
y el talante no quedan al libre albedrío, sino que va
señalado por Cristo que es quien envía con
autoridad. Las instrucciones, en cambio, se abren a la responsabilidad
personal y comunitaria, en lo que se
refiere al comportamiento y a la pobreza, según los tiempos y lugares, cultura y circunstancias.
El único equipaje del apóstol será la
palabra y la pobreza, lo demás estorba para el camino del Reino de Dios.
La predicación debe quedar libre de toda
apariencia de codicia. Es un abandono en la
Providencia de Dios, ÉL se encargará de alimentarlos. Al que sirve,
predicando la palabra, merece el
sustento de parte de quienes son evangelizados, “el obrero merece su paga” (v. 10). Por lo mismo, si ha
recibido gratis, mensaje y autoridad
para sanar, lo entregará gratis; con lo cual practica el espíritu de
pobreza, ya que reconoce que todo lo ha
recibido de Dios y el amor fraterno, puesto que comparte el don de Dios. La sobriedad y la sencillez,
deberá ser su mejor distintivo, en casa deberán dejar la alforja, la segunda
túnica, el bastón y las sandalias. Está previsto que en el camino recibirán todo lo necesario,
incluso lo absolutamente necesario. También les enseña a cómo buscar el mejor
alojamiento para los misioneros: una
casa digna, el saludo de la paz, que más que saludo de cortesía, es
acoger el poder salvador de Dios y los
bienes del Reino de Dios. Pero si la casa no está dispuesta para Dios y sus enviados, la paz vuelve a
ellos; lo mismo puede suceder que sea
todo un pueblo que rechace a los misioneros, como le sucedió a Jesús. Es
el fracaso (cfr. Mt.13,53-58;
2Cor.11, 23-33). Deberán sacudir hasta el polvo de ese pueblo, señal que ellos, y Dios, no tienen ya nada
que ver con ellos. La oferta de Dios si se
ofrece y no se acepta, esa hora ya no vuelve, la decisión que se toma es
única e irrepetible. Se menciona que tendrán
un castigo mayor que Sodoma y Gomorra,
ciudades perversas, castigadas por la ira de Dios, a la hora del Juicio,
por no haber atendido el llamado de Dios
(V.15). Estas palabras hay que considerarlas en su justa medida, para comprender luego, lo que Jesús
sufrió más tarde. Así como Israel estaba
llamada a ser luz de las naciones, los pueblos vendrán atraídos por la
gloria del Señor (cfr. Is.60, 1-6),
ahora en la nueva economía de la salvación, la Iglesia va a las
naciones, con el mandato de Jesús Resucitado y su mensaje de la salvación.
Teresa de
Jesús, da lo que tiene el carisma de la oración contemplativa por los presbíteros y predicadores que dan a los
fieles los dones que han recibido: la
Palabra de Dios y los sacramentos
al pueblo fiel. “Todas ocupadas en oracin por los que son defensores de la Iglesia y predicadores
y letrados que la defienden, ayudásemos
en lo que pudiésemos a este Seor mío” (Camino de perfeccin 1,2).
Lecturas bíblicas
Este
evangelio, es una serie de predicciones y consejos a los apóstoles de todos
los tiempos. Este evangelista ya había
usado la imagen de lobos y las ovejas, para hablar de los falsos profetas (cfr. Mt. 7,15), que irrumpen
en el rebaño, pero aquí la imagen se
invierte: son los discípulos los que van a la manada de lobos.
Paradojalmente el Reino de Dios, se
atestigua en la debilidad en Jesús y sus mensajeros; su máximo poder, se presenta en su máxima debilidad
(cfr. 2Cor.12, 9). En todo este proceso, se requiere la prudencia de la
serpiente, astucia y sagacidad, es decir, discernir sobre conveniente y lo necesario (cfr. Gn.3,1). Pero además, Jesús pide ser sencillos, es decir, sin doblez, sinceros,
rectitud de intención en todo momento
evitando buscar ventajas materiales como dinero o bienes. Esa pureza de
intención, la búsqueda de Dios, les
ayudará a los misioneros a mantenerse firmes en la tribulación y poder dar clarísimo testimonio
de Dios en la sociedad. En un segundo
momento, Jesús les anuncia persecuciones (vv.17-25). La idea general, es
que el mensaje del Evangelio y de los
predicadores del mismo, se verán enfrentados a la voluntad humana, que manifestará su ánimo hostil,
especialmente en el ambiente judío. Los
evangelizadores, serán llevados ante los tribunales, el sanedrín y serán
flagelados, las autoridades del país se las verán con ellos, como gobernadores
romanos y reyes de Israel. Deberán dar
testimonio de Jesús, hablar y responder, ante las autoridades y los paganos. Están ahí por
causa de Jesús, cuando testifican, se les
acusa y condena, cuando son fieles hasta el final. Será un testimonio,
lo asegura Jesús, asombroso, donde se
manifestará la gloria de Dios en la debilidad humana (cfr. 2Cor. 4, 7). En el tribunal, están
llamados a dar testimonio, no confiando sólo
en su prudencia, sino en la intervención del Espíritu Santo, que pondrá
en su boca las palabras necesarias,
convenientes para que ese testimonio sea de Dios, en labios del creyente ante los jueces. EL
Espíritu, es el Abogado, que los pondrá bajo
su protección y los defenderá de sus enemigos. Es la presencia del
Espíritu en el alma del cristiano, que hablará
en su corazón ante sus acusadores (cfr. Hch. 6,
10). En un tercer momento, se habla que
la persecución llegará incluso a la propia
familia, el odio separará a los parientes entre sí (cfr. Mt.10, 34-36).
Esto ya lo había anunciado el profeta
para los últimos días: trastorno de los espíritus, confusión de los corazones, que rompen los
lazos familiares (cfr. Miq. 7,6), lo
mismo anuncia Jesús, juicio terrible si se tiene en cuenta, que serán
odiados por todos por su causa (v. 22).
Será la perseverancia la que salve al cristiano en su tribulación, fidelidad que no defrauda, en
medio de fracasos y debilidades. Se
asegura su salvación eterna, y en muchas ocasiones se han verificado
estas palabras de Jesús. Finalmente,
ante la persecución Jesús recomienda huir, si es necesario, dejando en claro que su venida
tendrá la última palabra para librarlos de
la tribulación. El Hijo del Hombre, Jesús Juez, viene a salvar a los
suyos. Si su destino terreno fue de
persecución que lo llevó a la Cruz,
también será el nuestro, somos
testigos del Crucificado y Resucitado, partícipes de su Reino. Si participes
de su camino y destino, hasta el final,
llegamos por la Cruz a la gloria de la
Resurrección. ÉL inicia y completa este camino de fe oscura y luminosa
(cfr. Heb. 12,1). Aprender a sufrir con
Cristo Jesús, he ahí el secreto de la sabiduría y camino de vida eterna, que la fe cristiana propone a
quien la acoge y comparte con sus
hermanos los hombres.
Santa
Teresa de Jesús, experimentó lo que denomina “hablas interiores”, es
decir, escuchar que Jesucristo le habla,
y el alma entiende lo comunicado, no con los
sentidos corporales, sino con el entendimiento. “Paréceme sería bien declarar cómo es este hablar que hace Dios al alma y
lo que ella siente, …Son unas palabras muy formadas, mas con los oídos corporales no se oyen, sino entiéndense muy más
claro que si se oyesen; y dejarlo de entender, aunque mucho se resista, es por demás… En esta plática que hace Dios al alma no hay
remedio ninguno, sino que, aunque me
pese, me hacen escuchar y estar el entendimiento tan entero para
entender lo que Dios quiere entendamos,
que no basta querer ni no querer. Porque el que todo lo puede, quiere que entendamos se ha de hacer
lo que quiere y se muestra señor verdadero
de nosotros.” (Camino de Perfección 25,1).
Lecturas bíblicas
El Maestro
quiere dejar claras las relaciones que deben haber entre discípulo y quien le guía o acompaña; ambos están en
relación de mutua dependencia, subordinación
y superioridad (vv. 25-26). Mientras se aprende, se es discípulo, como el esclavo, reciben la enseñanza de
alguien que sabe más os más
experimentado en aquello que enseña. Para Jesús, los apóstoles son sus
discípulos, aceptan sus enseñanzas y sus
encargos, esta relación, hay que decirlo,
permanecerá para siempre, porque para ellos, Jesús siempre será el
Maestro, junto a ÉL, nunca han sabido lo
suficiente. El discípulo ya se puede contentar con que le vaya como a su Maestro, si se iguala a ÉL,
entonces ya no puede esperar nada más ni
mejor. En este caso, no cuenta la
superación, porque se da el caso que la mayor semejanza y conformidad con Cristo Jesús, se
produce también la mayor intimidad con
ÉL. Cuanto más se asemeje a su Maestro, mejor
y mayor, será el servicio que haga a su
Maestro de vida. El Señor de la casa, es el mismo Jesús; su casa es la Iglesia, los fieles reunidos en su Nombre
(cfr. Mt. 16, 18). En esta, su Casa es
autoridad, es el Kyrios, el Señor, calumniado de tener pacto con
Satanás, con lo que enseña que a pesar
de todo en su Casa, es el único Señor Resucitado. En un segundo apartado, Jesús
nos propone confesar la fe sin temor (vv. 26-33). Encontramos varios avisos del Señor que se
refieren a tener cuidado, cuidarnos,
pero ahora nos dice que no debemos temer (cfr. Mt. 7,15; 10,17). Hay
que practicar la prudencia en el
conocimiento del adversario o del peligro a que
podemos estar expuestos, y para ello es necesario hacer un juicio
sereno, pero por otra parte, la
necesaria resistencia o fortaleza en la tribulación. La fe expulsa el temor, saber que somos del Señor Jesús,
infunde valor. Si bien, los comienzos del
Reino de Dios son muy humildes, sin embargo, la semilla que vive oculta
en la tierra, está llamada a
manifestarse gloriosamente. Jesús, como el Siervo de Yahvé, siembra la palabra en la vida y en los
corazones de los hombres, trabaja con
sencillez, hasta convertirse en la esperanza de las naciones (cfr. Mt.
12, 17-21). Ahora habla en la oscuridad,
pero sus apóstoles lo harán a plena luz, deberán predicar ante los hombres lo que ahora les
susurra al oído. Su mensaje lo entrega
en forma velada, porque muchas veces su palabra no es comprendida por
las gentes, además ÉL no había consumado
su obra de muerte y resurrección. Más
tarde, los apóstoles podrán predicar sin temor el evangelio a toda la
creación. La persecución y el trato hostil, no justifican el miedo, ni la
negación de Cristo. Nos exhorta el Señor
a no tener miedo, tres veces, menciona este tema en su discurso (vv. 26. 28. 31), nos pide en cambio, audacia
y valentía, aguante y fortaleza ante la
adversidad, la contradicción, etc. La
fuerza del evangelio es incontenible, hay que anunciarlo, es luz aún en las
peores circunstancias (vv. 26-27; cfr. Mc. 16, 15). Otra razón para no temer es la inviolabilidad
de la persona humana. Los tiranos pueden
matar el cuerpo, quitar la vida, pero no pueden destruir la persona, y su libertad interior (v. 28). El único temor que
hay que guardar es a Dios, es decir, el
respeto que le debemos como hijos a nuestro Padre. Los hombres tienen un
poder limitado, nadie puede destruir la
esperanza de la vida eterna. Dios tiene poder
sobre la vida física y eterna, su sentencia puede entregar al hombre al
infierno, o llamarlo, a la
bienaventuranza eterna. Contemplamos así su poder soberano y su omnipotencia sobre nuestra vida, adquiere
sentido su divina paternidad sobre
nosotros. Si el temor se dirige al hombre, puede destruir la fe, en
cambio, si va dirigido a Dios, crea
libertad y confianza. Se descubre la dependencia de la criatura, respecto al Creador y reconoce la sublimidad
de Dios. Finalmente, la providencia
amorosa de Dios, que se cuida de todas las criaturas, mucho más se
preocupará de los hombres (vv. 29-33).
Sentirse amados por Dios causa alegría y amor
agradecido; sabemos que el amor expulsa el temor. Si nosotros confesamos
a Jesucristo en este mundo, ÉL nos
avalará ante el Padre en el día del Juicio final. El compromiso bautismal, nos exige confesar
nuestra fe en todo tiempo y lugar, con la
fuerza y gracia del Espíritu Santo de Dios. No se trata de no ceder en
el fuero interno a lo contrario con el
evangelio, sino que además tengamos el valor de
disentir y de confesar abiertamente su fe cristiana. Necesitamos
cristianos auténticos, que se construyen
en la contemplación y la acción, por el Reino de los cielos.
Teresa de
Jesús, desde niña quiso ser mártir de Jesucristo a mano de los moros del sur de España como lo narra en los primeros
capítulos Vida (cc.1-2). Al no
conseguirlo, presenta la vida cristiana en general y la vida religiosa
en particular como un prolongado
martirio. “Torno a decir que está el todo o gran parte en perder cuidado de nosotros mismos y nuestro
regalo; que quien de verdad comienza a
servir al Señor, lo menos que le puede ofrecer es la vida” (Camino de Perfección, 12,2)
P. Julio González C.