DECIMA NOVENA SEMANA DEL
TIEMPO ORDINARIO
(Año Impar. Ciclo C)
Fr. Julio González C. OCD
Lecturas bíblicas
a.-
Sb. 18, 5-9: Castigaste a los enemigos y nos honraste llamándonos a ti.
La
primera lectura, hace memoria de la noche en que todos los primogénitos de los
egipcios murieron, noche de liberación
para los israelitas, porque el faraón
otorgó la libertad al pueblo elegido (cfr. Ex.13, 17ss). Esta noche fue
prevista por los padres, es decir, los patriarcas, a los cuales Yahvé les había
prometido librarles de la esclavitud
egipcia (cfr. Gn. 15, 13-14; 46, 3-4), o a Moisés, que también conoció esta
noticia de la muerte de los primogénitos, y la libertad para su pueblo (cfr.
Ex. 11,4-8). Se quiere resaltar esta noche, porque Dios llama a su pueblo, a que con la celebración de la Pascua y el
Éxodo, se constituya Israel en forma definitiva, como pueblo escogido (cfr.
Ex.12, 1-14). Recordemos, que antes incluso de la muerte de los primogénitos de
Egipto, los israelitas celebraban la cena pascual, al interior de sus casas, en
secreto, inmolaron el cordero del
sacrificio (cfr. Ex. 12, 27; Nm. 9, 7; Dt. 16,5). Los
israelitas reciben el calificativo de “hijos piadosos de un pueblo justo” (v.9), es decir, hijos de los santos y justos
patriarcas. Esa primera cena pascual se constituye en fuente de comunión, entre
todos los miembros del pueblo de Israel que conmemorarán, este hecho salvífico.
Los Salmos (cfr. Sal.113-118), se encargarán de recordar este acontecimiento
para las generaciones futuras.
b.- Hb.
11,1-2.8-19: Esperaba la ciudad cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios.
El
autor de la carta a los Hebreos, hace desfilar a hombres insignes del AT., para
sus lectores cristianos, como modelos de fe en Dios, descorazonados por las
persecuciones que sufren de parte de la autoridad romana. Lo primero, es
definir la fe como garantía, seguridad o certeza del cumplimiento de nuestra
esperanza. La esperanza, está muy unida a la fe, asegura la realidad de lo que
todavía no vemos, y esperamos alcanzar. Esta definición de la fe, nos presenta
dos modos de entender la vida: desde la fe, o desde la realidad humana sin más.
Esta última, concibe la vida sin metas por alcanzar más allá de la realidad
material, basada en la suficiencia humana, o en lo que la vida ofrece, pero sin
una visión trascendente. En cambio, la vida desde la fe, es concebir la vida
como una peregrinación hacia la vida eterna, la patria verdadera, donde Dios
premiará la fidelidad del cristiano a la gracia de la salvación. El AT., está
lleno de hombres y mujeres que hicieron grandes sacrificios por permanecer
fieles a Yahvé, y fueron premiados por su fe. A la hora de su muerte, muchos
saludaron de lejos el cumplimiento de las promesas de Yahvé, con lo cual, se
constituyeron en huéspedes, y peregrinos en esta tierra en busca de la patria
celeste que Dios había preparado para ellos. Nueva lectura teológica para la fe
de esos hombres que hace el autor de la carta a los Hebreos, la patria de los
patriarcas es Dios, pertenecían a ÉL por la fe y las promesas que habían
recibido. Cuando Yahvé se revela a Moisés en el Sinaí, se presenta como el Dios
de Abraham, Isaac y Jacob, es decir, viven en Dios, en la patria celestial
(cfr. Ex. 3, 15-16).
c.- Lc. 12,32-48: Estad preparados
para cuando vuelva el Señor.
En
este evangelio, encontramos una primera parte, sobre el tema de las riquezas
(vv.32-34) y una segunda que se refiere a la parusía, la venida del Señor Jesús
(vv.35-48). En la primera parte, sigue el tema de las riquezas del hombre que
vive para ellas, y es pobre ante Dios (cfr. Lc. 12, 13-21); en cambio, el rico
para Dios, era el hombre abierto a la acción de su Espíritu, que construye su
reino en este mundo, compartiendo sus bienes con su prójimo. El trasfondo de
todo este tema era: “Buscad primero el reino de Dios y todo lo demás sé os daré
por añadidura” (v. 31; cfr. Lc.12, 22-31). Este pasaje evangélico de hoy,
comienza con una de las grandes revelaciones: “No temas, pequeño rebaño; porque
a vuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros el reino” (v. 32). Pequeño
rebaño, se refiere quizás, al número de creyentes que esperan en Cristo, pero que
al estar en la Iglesia, esperan y aman, por ello son ya partícipes del reino de
Dios. Son grandes, porque tienen a Dios como Padre, ahí radica su grandeza, su
tesoro que enriquece su existir. Son los que no tienen nada, porque son pobres,
pero se admiran de los bienes con que Cristo los enriquece, por ello son
pequeños, por ello se les ha confiado el reino de Dios. Porque ya viven el
misterio del reino, se les pide que atesoren para este reino, convirtiendo sus
riquezas y bienes en limosnas, invertir tiempo y vida en los que están tristes,
los pobres y los hambrientos. El corazón del hombre, reposa donde está su
tesoro, si son las riquezas su tesoro, ahí estará su centro, en esta vida; en
cambio, si el tesoro está en la vida eterna, ese corazón está ya en el cielo
(v.34). La segunda parte del evangelio, nos habla de la vigilancia del
cristiano. Si el discípulo vive en tensión de eternidad, inquieto por alcanzar
ese tesoro, estará siempre preparado para cuando llegue el Señor, y abrirle la
puerta. La parábola que usa Jesús refleja dos modos de espera: el mayordomo
fiel y el mal administrador; el que espera sirviendo a su prójimo, y el que se
aprovecha del prójimo para su beneficio, es decir, con esa actitud revela que
no cree en el regreso de su Señor. La figura del mayordomo, bien puede
representar a los dirigentes de la Iglesia, cuyo servicio debe extenderse a
toda la comunidad, símbolo de su vigilancia personal, y comunitaria. Pero si
eso se exige a los dirigentes, también a todos los miembros de la Iglesia, se
les encarga un servicio en el tiempo de la espera. El amor de Dios, es el
tesoro del reino, por lo tanto, si partícipes del mismo, también cada discípulo,
es fuente de amor para los miembros de la comunidad y de todos los
hombres.
Teresa
de Jesús nos enseña que debemos saber que vamos a ser juzgados en al amor por
Quien nos ha amado y hemos amado siempre. “Será gran cosa a la hora de la
muerte ver que vamos a ser juzgadas de quien habemos
amado sobre todas las cosas” (CV 40,8).
Lecturas bíblicas
a.- Dt.10, 12-22: Circuncidad vuestro
corazón.
b.- Mt. 17,22-27: Lo matarán, pero
resucitará. Los hijos están exentos de impuestos.
Este
evangelio tiene dos momentos: por segunda vez nos anuncia la pasión de Cristo
(vv. 22-23), y el tema del tributo al Templo (vv.24-27). Este anuncio nos habla
de su próximo destino. La diferencia con el primer anuncio se encuentra en que
ahí, Jesús hablaba en primera persona, ahora es el Hijo del Hombre, que todo lo
sabe, incluso quienes le darán muerte: será entregado en manos de los hombres. Los
que pertenecen completamente a Dios, llegan a ser presa de los hombres (cfr.
Mt.17, 12). Precisamente esos, son los hombres que se declaran enemigos de
Dios, los que deben ser reconciliados entre sí y con Dios. Ese es el fin de la
pasión: reconciliar a los hombres con Dios y entre ellos para acceder a ÉL. Las
manos de los hombres lo atarán, lo golpearán, le oprimirán la cabeza con una
corona de espinas, lo llevarán al monte Calvario, y lo clavarán en una cruz. Es
en la pasión donde Jesús será de ellos, Víctima de la arbitrariedad, y
violencia humana. El Padre entrega a su Mesías, lo da a la impotencia, no lo
libra de la muerte, pero lo resucitará al tercer día. Al primer anuncio Pedro
había reaccionado con una protesta apasionada (cfr.Mt.16, 22); luego de este
segundo anuncio, sólo sabemos que quedaron consternados (v.23). Es otra forma
de reaccionar, tristeza y resignación todavía el mensaje no se ha comprendido
(cfr. Mt. 5,4).
El
segundo momento, se refiere al tema de la dracma, es decir, el impuesto que anualmente
había que pagar al Templo, y que todo judío pagaba, incluso los que vivían en
la diáspora. Tributo al que se consideraban obligados ricos y pobres, pero que
no obligaba desde la Ley; sólo pagaban aquellos que expresamente estaban
estipulados por ella (cfr. Ex. 30, 11-16), y el que se refería al templo, no
era considerado por la Ley. Esta contribución era para conservar el Templo y el
ofrecimiento de los sacrificios. Este impuesto personal, fue introducido por
Nehemías, y se pagaba antes de la Pascua. Así como los romanos imponían un
impuesto en sus dominios, que era cobrado por el gobernador, cuyo destino era
Roma, éste tributo era algo propio de los judíos para con Dios; los romanos
estaban exentos en Judea de pagar tributo al monarca de turno, de la misma
forma considera Jesús, han de actuar los hijos de Dios, respecto al Templo, es
decir, los hijos no pagan tributo a la Casa
de Dios. Jesús actúa como un verdadero israelita, con todos los derechos y
obligaciones; aunque en su actitud encontramos respeto profundo por el Templo,
también habla de su carácter provisional, lo mismo en cuanto se refiere a los
sacrificios (cfr. Mt.12, 6; 5,23s). Hay una segunda lectura más profunda: Los
hijos están exentos, sobre todo el Hijo por excelencia; Dios es el Señor del Templo
y desde ahora también su Hijo. El discípulo si cree en Jesús, participa de su
filiación divina, participan de esta libertad, porque forman parte de la
familia de Jesús (cfr. Mt.12, 46-50). Jesús no paga tributo alguno al Templo,
porque es el Hijo del Padre; en su Casa hay uno que es más grande que el Templo
(cfr. Mt.12,6). Palabras que testimonian quién es
Jesús (cfr. Mt.12, 42s; 16,16). Por ser hijos de Dios, son libres, pero además,
se sienten responsables de la Casa de Dios, y es por esto que Jesús, termina pagando
el tributo. Por su condición de Hijo, no estaba obligado a muchas cosas, pero
para evitar el escándalo, Jesús se somete. El milagro del pez, quiere dejar en
claro, que es Dios quien le proporciona lo necesario para pagar el tributo, lo
que exalta su condición de Hijo Amado del Padre, se echa de ver la exención del
Hijo, se honra a Dios, y no se da escandalo a los hombres. Con su anuncio de
muerte y resurrección Jesús deja en claro, que ya no será el templo el centro
de la nueva religión, sino que será ÉL el nuevo templo de la alianza (cfr. Jn.
2, 19). La comunidad eclesial, es el templo espiritual del Señor, de ahí que el
culto tributado al Padre no se limitará a un espacio físico sino que nacerá de la vida entera del cristiano.
Desde esta perspectiva, es el amor el único tributo que el Padre nos pide,
ofrenda de la propia existencia hecha en el culto, de lo contrario, el aporte
en dinero sería una contribución vacía de contenido vital.
Santa
Teresa nos invita a vivir el camino de la santidad evangélica o si queremos
como lo denomina ella camino de perfección. Esta perfección consiste en hacer
la voluntad de Dios en nuestra vida. “Las almas perfectas pueden hacer gran
provecho… en la Iglesia de Dios” (4M 3,10).
Lecturas bíblicas
a.- Dt.31,1-8:
Josué ingresará a Israel en la tierra prometida.
b.- Mt. 18, 1-5.10.12-14: ¿Quién es el
mayor? La oveja perdida.
Este
evangelio nos presenta dos momentos: la discusión de los apóstoles sobre quién
es el mayor en el reino de los Cielos (vv.1-5) y la parábola de la oveja
perdida (vv.12-14). La discusión de los apóstoles, sobre el lugar que cada uno
le corresponde en el reino de Dios, del cual Jesús los hacía partícipes con su
predicación y que los convertirá en dirigentes del futuro nuevo pueblo de Dios.
Más en concreto la pregunta es: ¿Quién es el mayor ante Dios? Jesús, sin
embargo, toma como ejemplo a un niño, en medio de hombres altos y seguros de sí
mismos, lo que provoca un contraste entre los elegidos, que conocen su rango y
esta pequeña criatura, quizás distraído que nada dice de sí mismo. El signo, el niño, no está puesto para
confundir, sino para ser un anuncio real acerca del reino, un signo profético:
convertirse y hacerse como un niño (vv.3-4). Les manda ser como niños,
humildes, que no tienen pretensiones, vivir confiados totalmente de Padre. En
este sentido, viven su impotencia, es decir, su dependencia absoluta para existir;
son humildes, en el sentido que reconocen lo que son, no son ni más ni menos:
son hijos de Dios. Se trata no de volver a la infancia, tampoco presentarnos
ante Dios como hombres prudentes, confiados solo en sí mismos, seguros,
superiores a los demás o consolidados en la autonomía, en definitiva, maduros;
la verdadera actitud es presentarse como necesitado de ayuda y salvación. La
conversión será la primera exigencia, la segunda, hacernos pequeños delante de
Dios Padre, condiciones indispensables para ingresar en el reino de Dios. En
consecuencia, sólo recibirá el premio escatológico, quien se haga pequeño como
un niño y se halla humillado; a la decisión espiritual, debe seguir la reforma
del corazón y del pensar. En el orden del reino de Dios, la ley es esta: quien es grande es pequeño y el
pequeño es grande (cfr. Mt. 23,12). En este sentido, el mejor ejemplo lo
encontramos en Jesús que es humilde de corazón, es decir, en lo íntimo de sus
sentimientos (cfr. Mt.11, 29). Sólo será mayor que otro, delante de Dios y de
los hermanos, el que se hace pequeño (cfr. Mt. 20,26s; 23,11s). Una atención
especial requieren estos niños, a los cuales también se abre el reino de Dios,
como a los pobres, enfermos y desvalidos, portadores de la fe, y por ello son
ya grandes para las realidades del reino. Además sus ángeles no sólo contemplan
el “Rostro de Dios” (v.10), sino que sirven, ante el trono de Dios (cfr. Tob.12,15). Sus ángeles los representan ante Dios, su fe participa
de la visión beatífica, con su mirada de gloria y de amor, el Padre contempla
al niño, representado por su ángel. Con tales privilegios para los niños,
¿quién osará despreciarlos?
En
esta parábola de la oveja perdida, se puede distinguir entre estar
extraviado, descarriado, a estar
perdido. Alguien se puede extraviar, otra cosa, es perderse para siempre; en el
primero caso se puede ir a por él y reconducirlo. En la narración, se habla
de oveja extraviada, y cuando se hace la
aplicación, se habla de perdida (v.14). Quien se extravía o descarría, se puede perder por
completo, el texto, también se aplica al quehacer de los pastores, de cara a su
comunidad eclesial. La oveja que se extravía, el pastor la busca, la encuentra lo
que habla de su dedicación y responsabilidad.
Entonces la alegría del pastor es inmensa, se acrecienta la intimidad
con ella, quizás mayor que con el resto del rebaño porque le ha salvado la
vida. Todas las ovejas para él son
importantes, pero en especial, ésta que
ha salvado de la muerte segura. Esta
escena cotidiana de la vida, es ocasión para advertir Jesús el amor solícito de Dios Padre por cada uno de sus
hijos. Cuando uno se aparta de la
comunidad, esta desviación no es indiferente para Dios, quiere la
salvación de cada uno, con voluntad
fuerte y sana. Nadie es insignificante o pequeño, que no pueda recibir, el don de su amor de Padre, para acoger a todos en su Reino (cfr. Mt.18,12-14; Lc.
15,4-7). Su voluntad es que nadie se pierda. En la figura del pastor, encontramos la fuerza, el poder y
cariño, además, de la ternura de Dios que
sale en busca de la oveja perdida. Es la alegría de salvar lo perdido.
De esta forma, Jesús justifica su
actuación: acoge a los perdidos, los pecadores e indeseables porque el Padre así
lo quiere (v. 14). El Dios de los
ejércitos, es también, el Dios de la misericordia, la ternura y la
comprensión. Él es Padre y Madre a la vez, por lo mismo, ama y perdonar, ama la vida que ÉL mismo creó (cfr. Sab. 11, 26). Toda una exhortación
a los apóstoles, para que tengan esta
solicitud, sobre todo, con los pequeños, que no sean descuidados. El
pastor, no los puede perder de vista,
aunque estén en las sombras, porque Dios, los tiene siempre muy presente, se compromete con ellos, y lo
mismo, quiere de sus pastores en su
Iglesia (cfr. Mt.10,41ss). Toda la comunidad
eclesial, está llamada a esta solicitud
por los pequeños, los alejados del resto del rebaño, animada por el
Espíritu del único Pastor de nuestras
almas, Jesucristo el Señor, y de sus legítimos pastores para su pueblo.
Desde
niña Teresa de Jesús aprendió a que el
destino del cristiano es vida eterna, vida con Dios para siempre. “Espantábanos mucho el decir que pena y gloria era para
siempre en lo que leíamos. Acaecíanos estar muchos
ratos tratando de esto y gustábamos de decir muchas veces: ¡Para siempre,
siempre, siempre! En pronunciar esto, mucho rato, era el Señor servido me
quedase en esta niñez, imprimido el
camino de la verdad.” (V 1,4).
Lecturas bíblicas
a.- Dt. 34, 1-12: Muerte de Moisés.
b.- Mt. 18,15-20: La corrección
fraterna. Si te hace caso, has salvado a tu hermano.
Este
evangelio nos invita a vivir la corrección fraterna. Comenzamos por un
principio básico: Dios no quiere que nadie se pierda, ninguno de los pequeños.
Antes de separar a alguien de la comunidad, se debe seguir el proceso de la
corrección fraterna. La Sinagoga consideraba que todo aquel que no veía en
ella, es decir, el judaísmo, como el único medio de salvación, era considerado
pagano o publicanos. El método que propone Mateo, tiene mucho de este esquema
de la Sinagoga. La Iglesia, basada en el poder de atar y desatar, dado por el
propio Jesús, aplica la excomunión como
último recurso, luego de haber agotado todos los medios posibles de
reconciliación (v. 18). Jesús quiere, sin embargo, por voluntad del Padre,
rescatar al pecador extraviado, por eso propone el diálogo sincero, como medio
de reconciliación del hombre con la comunidad. Pero será la autoridad
competente, la que finalmente, deberá admitir o excluir a ese hermano, según su
reacción frente al diálogo o su rechazo. Además del diálogo, Jesús entrega otro
medio para conseguir esa anhelada reconciliación: la oración en común. El
verdadero poder de la comunidad eclesial, reside en la oración (cfr. Rm. 15, 30; 1 Tes. 5, 25; Col.
4,3). El propio Jesús dejó establecido: “Pedid y se os dará; buscad y
hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque quien todo el que pide recibe; el que
busca, halla; y al que llamase le abrirá” (Mt. 7, 7-8ss). Las últimas palabras
de Jesús en este pasaje, aseguran su presencia en medio de los que oran, dos o
más, lo que nos enseña que ÉL está siempre en su Iglesia, lo que significa que
al centro de la comunidad no está la Ley sino la persona del Señor. La reunión
se hace en su Nombre y desde sus criterios y actitudes son las que la guían e
iluminan, por lo mismo, todo lo que vive y sufre, predica y goza en su servicio
a los hombres es vivido y sentido por Cristo.
Teresa
de Jesús pone a la caridad como la virtud principal a la hora de vivir en
comunidad. “Pues procuremos siempre mirar las virtudes y cosas buenas que
viéremos en los otros, y tapar sus defectos con nuestros grandes pecados. Es
una manera de obrar, que aunque luego no
se haga con perfección se viene a ganar
una gran virtud, que es tener a todos por mejores que nosotros, y comiénzase a ganar por aquí con el favor de Dios, que es
menester en todo; y cuando falta, excusadas son las diligencias, y suplicarle
nos dé esta virtud, que con que las hagamos [Dios] no falta a nadie.” (CV
13,10).
Lecturas bíblicas
a.- Jos.3, 7-10.11.13-17: El arca de
la alianza pasa el Jordán.
b.- Mt. 18, 21-35; 19,1: Perdón de las
ofensas y la parábola del siervo sin entrañas.
Este
evangelio nos presenta la pregunta de Pedro acerca del perdón (vv.21-22) y la
parábola del siervo sin entrañas (vv.23-35). Pedro se dirige a Jesús como
Señor, además de reconocerle como Instructor y Maestro, es decir, dotado de
poder y lleno de la gloria de Dios. No se especifica el delito a perdonar al hermano, pero se piensa en el
mandamiento del amor (cfr. Mt.14, 28; 15,15; 17, 4. 24; 19,27). La pregunta de
Pedro, se relaciona con la medida de ese perdón: ¿perdonar sin compensación?
¿Se puede medir la obligación de reconciliarse? La respuesta de Jesús, habla de
un perdón ilimitado, es decir, más allá de la obligación de esa única vez, que
exige el amor. Son varios los pasajes en los cuales, queda clara la actitud de
Jesús, respecto al perdón de las ofensas (cfr. Mt. 5, 23; 6,12ss). Aunque se
repita la falta, el hermano, no debe renunciar a perdonar; se trata de una
disposición interior para perdonar. Como trasfondo de la pregunta de Pedro, y
la respuesta de Jesús, se encuentra el tema de la venganza: Si Caín fue vengado siete veces, Lamec
lo será setenta veces siete (Gén. 4, 24). Todo un canto, para exaltar la
venganza; como contrapunto, Jesús propone el perdón sin límites. Mientras la
venganza, era prácticamente una ley sagrada en todo Oriente, la humillación era
el precio del perdón. Caín fue protegido por Dios con una señal, para que nadie
lo matase, pero si alguien lo hacía, sería vengado siete veces, es decir, sería
castigado gravemente. En su canto Lámec, quiere ser
vengado de forma feroz y desmedida; en cambio, Dios se había reservado la
venganza de Caín, ahora Lámec la reclama para sí. Ahí
tenemos el origen del desorden en la Creación, el asesinato de Abel por Caín;
esa perversión llega hasta nosotros, la desmesura de la venganza y el
derramamiento de sangre. El mal se reproduce de mil formas, un pecado siempre
origina, otros tantos. Sólo puede ser
detenida esta fuerza con otra más grande, la del bien obrar. Tenemos ahí el
mandato de perdonar del Señor Jesús, que sea siempre la última palabra. Pablo
enseña: “No te dejes vencer por el mal, sino vence al mal a fuerza de bien”
(Rom.12,21). La parábola del siervo sin entrañas,
quiere dejar en claro, el proceder del Padre Dios, con quien no perdona de
corazón a su hermano. La parábola, quiere destacar la relación del hombre con
Dios, y de los hombres entre sí: los diez mil talentos, simbolizan al hombre
pecador, toda la humanidad, a quien Dios perdona por pura gracia y bondad. El
siervo sin entrañas, representa en cambio, la maldad del corazón humano, que no
es capaz de perdonar, que es lo que se deben los hermanos entre sí. Es la nada
misma, respecto de cuanto ha perdonado Dios. El perdón divino, es siempre
nuevo, para el que se abre a la reconciliación, sin embargo, lo quita a quienes
no perdonan de corazón a sus hermanos. El día del Juicio, quien no perdona,
será juzgado por su propia medida (cfr. Mt. 7, 13). El ejemplo de Cristo, nos
anima a perdonar, porque el momento sublime de su muerte en Cruz, perdonó a sus
verdugos (cfr. Lc. 23, 34). Sólo quien experimenta el perdón de Dios en el Sacramento
de la Reconciliación, es capaz de perdonar ilimitadamente a su hermano, porque
el perdón es fruto del exquisito amor de Dios Padre por el hombre.
La Santa Madre Teresa nos pide que
consideremos bien las palabras del Padre nuestro en lo que se refiere a
perdonar los pecados así como Dios Padre nos perdona. “Pues tened mucha cuenta,
hermanas, con que dice: «como perdonamos»; ya como cosa hecha, como he dicho. Y
advertid mucho en esto, que cuando de las cosas que Dios hace merced a un alma
en la oración que he dicho de contemplación perfecta no sale muy determinada y,
si se le ofrece, lo pone por obra de perdonar cualquier injuria, por grave que
sea no estas naderías que llaman
injuria no fíe mucho de su oración” (CV
36,8).
Lecturas bíblicas
a.- Jos. 24,
1-13: Los saqué de Egipto, les di una tierra.
b.- Mt. 19, 3-12: El divorcio lo
permitió Moisés, pero al comienzo no fue así.
El
evangelio de hoy, nos habla de dos temas: el matrimonio y el divorcio (vv.3-9),
y la continencia voluntaria (vv.10-12). La respuesta de Jesús, va más allá de
la ley de Moisés, remontándose al querer de Dios Creador, hombre y mujer unidos
por el amor destinados a una vida en común, es decir, una sola carne. La
voluntad de Dios va contra el divorcio, si Moisés lo permitió fue porque el
pueblo era duro de corazón (cfr. Dt. 24, 1). Su decisión no es un mandamiento,
lo primitivo tiene primacía sobre lo tardío, lo que era al principio, la
voluntad del Creador, es anterior a la de Moisés. Dios crea al hombre y a la
mujer como seres complementarios, íntimamente relacionadas, que constituyen una
sola carne (cfr. Gn. 2,24). La fuerza del sexo, y el ansia de complemento personal
es tan intenso, que se deja la propia familia, para unirse al otro consorte (cfr.
Gn.1, 27). Con ello, el evangelista, quiere decir, que la institución
matrimonial es de origen divino, es decir, no se puede derogar, por un precepto
o disposición suplementaria (cfr. Gál. 3,15-20). Dios estableció una unidad,
mediante su voluntad creadora que infundió en los hombres este anhelo natural y
satisfacción, no sólo de tipo sexual, sino de toda la vida. Por ello, Jesús
habla que es Dios quien los unió, y no fueron las criaturas las que se unieron
solamente, de ahí que no se pueden separar, porque ambos, están llamados a la
obediencia a su Creador. El matrimonio cristiano, abarca toda la vida, y el
hombre y la mujer, se hacen una sola carne. Jesús asume el orden primitivo del
matrimonio, y lo convierten en mandato nuevo para el pueblo de Dios, es decir,
la Iglesia. Este concepto, también es válido para los no creyentes, en cuanto
habla de la alta dignidad del ser humano, si existe verdadero interés en la
persona humana. Dios no ha mandado el divorcio, lo ha permitido Moisés,
concesión dada debido a la debilidad de los hombres, mirando a la dureza de sus
corazones, lo que habla de la apatía, y sordera de parte de Israel a la
voluntad de Dios (v.8; Mc.16, 14). Jesús
está a favor del matrimonio indisoluble, lo que pareció excesivo a los
discípulos, prefiriendo incluso, no casarse; el matrimonio era obligatorio para
todo judío, siguiendo el mandato de crecer y multiplicarse (cfr. Gn. 1, 28). El
matrimonio es deseado por Dios, el divorcio permitido por Moisés, pero aquí Jesús, devuelve al
hombre y sobre todo a la mujer, su dignidad de compañera para formar una unión
indisoluble. El secreto del verdadero matrimonio, está en el mutuo crecimiento
en el amor, por medio de la madurez personal, la educación continua en el amor,
y en la espiritualidad matrimonial, que germina de su propia vocación
cristiana. Amar es más dar, que recibir y disfrutar. En muchos hay egoísmo,
poca capacidad de sacrificio, y mucha liviandad a la hora de llevar adelante la
propia vida matrimonial. Poca dedicación a la persona amada; muchos incluso, no
dejan de llevar vida de solteros, estando ya casados. El matrimonio cristiano
es una vocación a la santidad, como el sacerdocio, la vida religiosa, porque es
camino de amor entregado y sacrificado. Es un Sacramento, es decir, un signo
eficaz de gracia y salvación. El matrimonio cristiano hunde sus raíces en
el amor de Dios, fuente de todo amor
auténtico, y a él debe conducir y encaminarse.
Dios se responsabiliza de los esposos y padres, si éstos acuden con
frecuencia a la oración y la fe, viviendo su vocación a fondo, lo que produce,
un crecimiento en el amor y en la fidelidad. Pero además se habla de la renuncia
al matrimonio por el Reino de los Cielos, es decir, la libre decisión tomada en
razón del Reino de los Cielos. El celibato cristiano por el Reino de los
Cielos, es don de Dios y lo reciben quienes
han entendido, comprendido el lenguaje del Espíritu Santo como otro camino vocacional
para servir a Dios y al prójimo. Por lo tanto, hay que promover entre los
jóvenes y novios el celibato y el matrimonio por el Reino de los Cielos.
De
los propios labios de Teresa de Jesús escuchemos cómo nos habla de su familia.
“El tener padres virtuosos y temerosos
de Dios me bastara, si yo no fuera tan ruin, con lo que el Señor me favorecía,
para ser buena.” (V 1, 1)
Lecturas bíblicas
a.- Jos. 24,
14-29: Elegid a quien queréis servir.
b.- Mt. 19,13-15: Dejad que los niños
vengan a mí.
La
imposición de manos y la bendición de los niños, era común en la época de
Jesús; la podían hacer los padres y los rabinos. Este evangelio nos muestra
a Jesús, cómo con su afabilidad y
oración, atraía a las personas (cfr. Mt.14, 23; Mc. 1,35), en este caso a los
niños (cfr. Mt. 18,2). Se los llevan para que los bendiga, a este buen deseo,
lo acompaña la confianza en ÉL. La fuerza de la bendición, que habían
experimentado los enfermos, también la conocerán los niños. Ellos necesitan la
protección de los mayores, y sobre todo de quien representa a Dios. Jesús pone
sus manos sobre ellos y ora por ellos, es decir invoca la protección y gracia
de Dios. Son los discípulos, quienes se oponen considerando que importunarán al
Maestro. De alguna forma, desconocen la confianza que tienen sus padres en
Jesús, y el concepto que el Maestro, tiene de los niños como partícipes del
reino de Dios. Jesús no sólo se conforma con se los traigan para bendecirlos,
sino que les asegura que el reino de los cielos, les pertenece a todos los que
tienen la actitud de los niños para recibirlo. Los niños, no son excluidos de
la llamada y de la promesa del Padre reino, mentalidad abierta que se opone a
la de los fariseos, que excluían a niños y mujeres Los niños pueden comprender que Dios los ama,
que debe reinar en sus vidas y su voluntad se debe hacer, guardando los
mandamientos. De esta forma, los niños también, se pueden poner cerca de Aquel
que trae su reino y da a conocer. Quizás sean ellos, quienes mejor comprendan a
Jesús, ya que a los sabios y entendidos, Dios Padre les ha ocultado, lo que ha
revelado a la gente sencilla (cfr. Mt.11, 25). La Iglesia, comprendió la
importancia del deseo de Jesús, de no impedir que los niños se acerquen a ÉL,
dando el bautismo, a los más pequeños, para que, además de razones de tipo
sociológicas e invasiones de los bárbaros, fueran cristianos desde el inicio de
su existencia. Cuántos niños y niñas han alcanzado a temprana edad, la gloria
de los altares alcanzado la santidad. Pueden acercarse a participar al Santo
Sacrificio de la Misa y recibir el Cuerpo y Sangre de Cristo. Es el Padre quien
lo ha querido así, y el reino es de los que son como ellos (cfr. Mt.11, 6). Son héroes de la fe y de la caridad cristiana.
Santa
Teresa de Jesús, desde su niñez conoció a Dios, primero porque en su hogar se
respiraba una sana piedad cristiana y por tener padres virtuosos. “Lo que
importa en la niñez tratar con personas virtuosas” (V 1,2).
Fr.
Julio González C. OCD