DECIMA NOVENA SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO

(Año Impar. Ciclo C)

Fr. Julio González C.  OCD


Contenido

DOMINGO   1

LUNES   2

MARTES   2

MIERCOLES   3

JUEVES   3

VIERNES   4

SABADO   5


DOMINGO

Lecturas bíblicas

a.-  Sb. 18, 5-9: Castigaste a los enemigos y nos honraste llamándonos a ti.

La primera lectura, hace memoria de la noche en que todos los primogénitos de los egipcios murieron,  noche de liberación para los israelitas, porque el faraón  otorgó la libertad al pueblo elegido (cfr. Ex.13, 17ss). Esta noche fue prevista por los padres, es decir, los patriarcas, a los cuales Yahvé les había prometido  librarles de la esclavitud egipcia (cfr. Gn. 15, 13-14; 46, 3-4), o a Moisés, que también conoció esta noticia de la muerte de los primogénitos, y la libertad para su pueblo (cfr. Ex. 11,4-8). Se quiere resaltar esta noche, porque Dios llama a su pueblo,  a que con la celebración de la Pascua y el Éxodo, se constituya Israel en forma definitiva, como pueblo escogido (cfr. Ex.12, 1-14). Recordemos, que antes incluso de la muerte de los primogénitos de Egipto, los israelitas celebraban la cena pascual, al interior de sus casas, en secreto, inmolaron el  cordero del sacrificio (cfr. Ex. 12, 27; Nm. 9, 7; Dt. 16,5). Los israelitas reciben el calificativo de “hijos piadosos de un pueblo justo” (v.9),  es decir, hijos de los santos y justos patriarcas. Esa primera cena pascual se constituye en fuente de comunión, entre todos los miembros del pueblo de Israel que conmemorarán, este hecho salvífico. Los Salmos (cfr. Sal.113-118), se encargarán de recordar este acontecimiento para las generaciones futuras.

b.- Hb. 11,1-2.8-19: Esperaba la ciudad cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios.

El autor de la carta a los Hebreos, hace desfilar a hombres insignes del AT., para sus lectores cristianos, como modelos de fe en Dios, descorazonados por las persecuciones que sufren de parte de la autoridad romana. Lo primero, es definir la fe como garantía, seguridad o certeza del cumplimiento de nuestra esperanza. La esperanza, está muy unida a la fe, asegura la realidad de lo que todavía no vemos, y esperamos alcanzar. Esta definición de la fe, nos presenta dos modos de entender la vida: desde la fe, o desde la realidad humana sin más. Esta última, concibe la vida sin metas por alcanzar más allá de la realidad material, basada en la suficiencia humana, o en lo que la vida ofrece, pero sin una visión trascendente. En cambio, la vida desde la fe, es concebir la vida como una peregrinación hacia la vida eterna, la patria verdadera, donde Dios premiará la fidelidad del cristiano a la gracia de la salvación. El AT., está lleno de hombres y mujeres que hicieron grandes sacrificios por permanecer fieles a Yahvé, y fueron premiados por su fe. A la hora de su muerte, muchos saludaron de lejos el cumplimiento de las promesas de Yahvé, con lo cual, se constituyeron en huéspedes, y peregrinos en esta tierra en busca de la patria celeste que Dios había preparado para ellos. Nueva lectura teológica para la fe de esos hombres que hace el autor de la carta a los Hebreos, la patria de los patriarcas es Dios, pertenecían a ÉL por la fe y las promesas que habían recibido. Cuando Yahvé se revela a Moisés en el Sinaí, se presenta como el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, es decir, viven en Dios, en la patria celestial (cfr. Ex. 3, 15-16).

c.- Lc. 12,32-48: Estad preparados para cuando vuelva el Señor.

En este evangelio, encontramos una primera parte, sobre el tema de las riquezas (vv.32-34) y una segunda que se refiere a la parusía, la venida del Señor Jesús (vv.35-48). En la primera parte, sigue el tema de las riquezas del hombre que vive para ellas, y es pobre ante Dios (cfr. Lc. 12, 13-21); en cambio, el rico para Dios, era el hombre abierto a la acción de su Espíritu, que construye su reino en este mundo, compartiendo sus bienes con su prójimo. El trasfondo de todo este tema era: “Buscad primero el reino de Dios y todo lo demás sé os daré por añadidura” (v. 31; cfr. Lc.12, 22-31). Este pasaje evangélico de hoy, comienza con una de las grandes revelaciones: “No temas, pequeño rebaño; porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros el reino” (v. 32). Pequeño rebaño, se refiere quizás, al número de creyentes que esperan en Cristo, pero que al estar en la Iglesia, esperan y aman, por ello son ya partícipes del reino de Dios. Son grandes, porque tienen a Dios como Padre, ahí radica su grandeza, su tesoro que enriquece su existir. Son los que no tienen nada, porque son pobres, pero se admiran de los bienes con que Cristo los enriquece, por ello son pequeños, por ello se les ha confiado el reino de Dios. Porque ya viven el misterio del reino, se les pide que atesoren para este reino, convirtiendo sus riquezas y bienes en limosnas, invertir tiempo y vida en los que están tristes, los pobres y los hambrientos. El corazón del hombre, reposa donde está su tesoro, si son las riquezas su tesoro, ahí estará su centro, en esta vida; en cambio, si el tesoro está en la vida eterna, ese corazón está ya en el cielo (v.34). La segunda parte del evangelio, nos habla de la vigilancia del cristiano. Si el discípulo vive en tensión de eternidad, inquieto por alcanzar ese tesoro, estará siempre preparado para cuando llegue el Señor, y abrirle la puerta. La parábola que usa Jesús refleja dos modos de espera: el mayordomo fiel y el mal administrador; el que espera sirviendo a su prójimo, y el que se aprovecha del prójimo para su beneficio, es decir, con esa actitud revela que no cree en el regreso de su Señor. La figura del mayordomo, bien puede representar a los dirigentes de la Iglesia, cuyo servicio debe extenderse a toda la comunidad, símbolo de su vigilancia personal, y comunitaria. Pero si eso se exige a los dirigentes, también a todos los miembros de la Iglesia, se les encarga un servicio en el tiempo de la espera. El amor de Dios, es el tesoro del reino, por lo tanto, si partícipes del mismo, también cada discípulo, es fuente de amor para los miembros de la comunidad y de todos los hombres.    

Teresa de Jesús nos enseña que debemos saber que vamos a ser juzgados en al amor por Quien nos ha amado y hemos amado siempre. “Será gran cosa a la hora de la muerte ver que vamos a ser juzgadas de quien habemos amado sobre todas las cosas” (CV 40,8).


LUNES

Lecturas bíblicas

a.- Dt.10, 12-22: Circuncidad vuestro corazón.

b.- Mt. 17,22-27: Lo matarán, pero resucitará. Los hijos están exentos de impuestos.

Este evangelio tiene dos momentos: por segunda vez nos anuncia la pasión de Cristo (vv. 22-23), y el tema del tributo al Templo (vv.24-27). Este anuncio nos habla de su próximo destino. La diferencia con el primer anuncio se encuentra en que ahí, Jesús hablaba en primera persona, ahora es el Hijo del Hombre, que todo lo sabe, incluso quienes le darán muerte: será entregado en manos de los hombres. Los que pertenecen completamente a Dios, llegan a ser presa de los hombres (cfr. Mt.17, 12). Precisamente esos, son los hombres que se declaran enemigos de Dios, los que deben ser reconciliados entre sí y con Dios. Ese es el fin de la pasión: reconciliar a los hombres con Dios y entre ellos para acceder a ÉL. Las manos de los hombres lo atarán, lo golpearán, le oprimirán la cabeza con una corona de espinas, lo llevarán al monte Calvario, y lo clavarán en una cruz. Es en la pasión donde Jesús será de ellos, Víctima de la arbitrariedad, y violencia humana. El Padre entrega a su Mesías, lo da a la impotencia, no lo libra de la muerte, pero lo resucitará al tercer día. Al primer anuncio Pedro había reaccionado con una protesta apasionada (cfr.Mt.16, 22); luego de este segundo anuncio, sólo sabemos que quedaron consternados (v.23). Es otra forma de reaccionar, tristeza y resignación todavía el mensaje no se ha comprendido (cfr. Mt. 5,4).

El segundo momento, se refiere al tema de la dracma, es decir, el impuesto que anualmente había que pagar al Templo, y que todo judío pagaba, incluso los que vivían en la diáspora. Tributo al que se consideraban obligados ricos y pobres, pero que no obligaba desde la Ley; sólo pagaban aquellos que expresamente estaban estipulados por ella (cfr. Ex. 30, 11-16), y el que se refería al templo, no era considerado por la Ley. Esta contribución era para conservar el Templo y el ofrecimiento de los sacrificios. Este impuesto personal, fue introducido por Nehemías, y se pagaba antes de la Pascua. Así como los romanos imponían un impuesto en sus dominios, que era cobrado por el gobernador, cuyo destino era Roma, éste tributo era algo propio de los judíos para con Dios; los romanos estaban exentos en Judea de pagar tributo al monarca de turno, de la misma forma considera Jesús, han de actuar los hijos de Dios, respecto al Templo, es decir,  los hijos no pagan tributo a la Casa de Dios. Jesús actúa como un verdadero israelita, con todos los derechos y obligaciones; aunque en su actitud encontramos respeto profundo por el Templo, también habla de su carácter provisional, lo mismo en cuanto se refiere a los sacrificios (cfr. Mt.12, 6; 5,23s). Hay una segunda lectura más profunda: Los hijos están exentos, sobre todo el Hijo por excelencia; Dios es el Señor del Templo y desde ahora también su Hijo. El discípulo si cree en Jesús, participa de su filiación divina, participan de esta libertad, porque forman parte de la familia de Jesús (cfr. Mt.12, 46-50). Jesús no paga tributo alguno al Templo, porque es el Hijo del Padre; en su Casa hay uno que es más grande que el Templo (cfr. Mt.12,6). Palabras que testimonian quién es Jesús (cfr. Mt.12, 42s; 16,16). Por ser hijos de Dios, son libres, pero además, se sienten responsables de la Casa de Dios, y es por esto que Jesús, termina pagando el tributo. Por su condición de Hijo, no estaba obligado a muchas cosas, pero para evitar el escándalo, Jesús se somete. El milagro del pez, quiere dejar en claro, que es Dios quien le proporciona lo necesario para pagar el tributo, lo que exalta su condición de Hijo Amado del Padre, se echa de ver la exención del Hijo, se honra a Dios, y no se da escandalo a los hombres. Con su anuncio de muerte y resurrección Jesús deja en claro, que ya no será el templo el centro de la nueva religión, sino que será ÉL el nuevo templo de la alianza (cfr. Jn. 2, 19). La comunidad eclesial, es el templo espiritual del Señor, de ahí que el culto tributado al Padre no se limitará a un espacio físico sino  que nacerá de la vida entera del cristiano. Desde esta perspectiva, es el amor el único tributo que el Padre nos pide, ofrenda de la propia existencia hecha en el culto, de lo contrario, el aporte en dinero sería una contribución vacía de contenido vital.

Santa Teresa nos invita a vivir el camino de la santidad evangélica o si queremos como lo denomina ella camino de perfección. Esta perfección consiste en hacer la voluntad de Dios en nuestra vida. “Las almas perfectas pueden hacer gran provecho… en la Iglesia de Dios” (4M 3,10).


MARTES

Lecturas bíblicas

a.- Dt.31,1-8: Josué ingresará a Israel en la tierra prometida.

b.- Mt. 18, 1-5.10.12-14: ¿Quién es el mayor? La oveja perdida.

Este evangelio nos presenta dos momentos: la discusión de los apóstoles sobre quién es el mayor en el reino de los Cielos (vv.1-5) y la parábola de la oveja perdida (vv.12-14). La discusión de los apóstoles, sobre el lugar que cada uno le corresponde en el reino de Dios, del cual Jesús los hacía partícipes con su predicación y que los convertirá en dirigentes del futuro nuevo pueblo de Dios. Más en concreto la pregunta es: ¿Quién es el mayor ante Dios? Jesús, sin embargo, toma como ejemplo a un niño, en medio de hombres altos y seguros de sí mismos, lo que provoca un contraste entre los elegidos, que conocen su rango y esta pequeña criatura, quizás distraído que nada dice de sí mismo.  El signo, el niño, no está puesto para confundir, sino para ser un anuncio real acerca del reino, un signo profético: convertirse y hacerse como un niño (vv.3-4). Les manda ser como niños, humildes, que no tienen pretensiones, vivir confiados totalmente de Padre. En este sentido, viven su impotencia, es decir, su dependencia absoluta para existir; son humildes, en el sentido que reconocen lo que son, no son ni más ni menos: son hijos de Dios. Se trata no de volver a la infancia, tampoco presentarnos ante Dios como hombres prudentes, confiados solo en sí mismos, seguros, superiores a los demás o consolidados en la autonomía, en definitiva, maduros; la verdadera actitud es presentarse como necesitado de ayuda y salvación. La conversión será la primera exigencia, la segunda, hacernos pequeños delante de Dios Padre, condiciones indispensables para ingresar en el reino de Dios. En consecuencia, sólo recibirá el premio escatológico, quien se haga pequeño como un niño y se halla humillado; a la decisión espiritual, debe seguir la reforma del corazón y del pensar. En el orden del reino de Dios, la ley  es esta: quien es grande es pequeño y el pequeño es grande (cfr. Mt. 23,12). En este sentido, el mejor ejemplo lo encontramos en Jesús que es humilde de corazón, es decir, en lo íntimo de sus sentimientos (cfr. Mt.11, 29). Sólo será mayor que otro, delante de Dios y de los hermanos, el que se hace pequeño (cfr. Mt. 20,26s; 23,11s). Una atención especial requieren estos niños, a los cuales también se abre el reino de Dios, como a los pobres, enfermos y desvalidos, portadores de la fe, y por ello son ya grandes para las realidades del reino. Además sus ángeles no sólo contemplan el “Rostro de Dios” (v.10), sino que sirven, ante el trono de Dios (cfr. Tob.12,15). Sus ángeles los representan ante Dios, su fe participa de la visión beatífica, con su mirada de gloria y de amor, el Padre contempla al niño, representado por su ángel. Con tales privilegios para los niños, ¿quién osará despreciarlos?  

En esta parábola de la oveja perdida, se puede distinguir entre estar extraviado,  descarriado, a estar perdido. Alguien se puede extraviar, otra cosa, es perderse para siempre; en el primero caso se puede ir a por él y reconducirlo. En la narración, se habla de  oveja extraviada, y cuando se hace la aplicación, se habla de perdida (v.14). Quien se  extravía o descarría, se puede perder por completo, el texto, también se aplica al quehacer de los pastores, de cara a su comunidad eclesial. La oveja que se extravía, el pastor la busca, la encuentra lo que habla de su dedicación y responsabilidad.  Entonces la alegría del pastor es inmensa, se acrecienta la intimidad con ella, quizás mayor que con el resto del rebaño porque le ha salvado la vida. Todas las ovejas  para él son importantes, pero en especial,  ésta que ha salvado de la muerte  segura. Esta escena cotidiana de la vida, es ocasión para advertir Jesús el amor  solícito de Dios Padre por cada uno de sus hijos. Cuando uno se aparta de la  comunidad, esta desviación no es indiferente para Dios, quiere la salvación de cada  uno, con voluntad fuerte y sana. Nadie es insignificante o pequeño, que no pueda  recibir, el don de su amor de Padre,  para acoger a todos en su Reino (cfr.  Mt.18,12-14; Lc. 15,4-7). Su voluntad es que nadie se pierda. En la figura del  pastor, encontramos la fuerza, el poder y cariño, además, de la ternura de Dios que  sale en busca de la oveja perdida. Es la alegría de salvar lo perdido. De esta forma,  Jesús justifica su actuación: acoge a los perdidos, los pecadores e indeseables porque el Padre así lo quiere (v. 14). El Dios de los  ejércitos, es también, el Dios de la misericordia, la ternura y la comprensión. Él es Padre y Madre a la vez, por lo mismo,  ama y perdonar, ama la vida que ÉL mismo  creó (cfr. Sab. 11, 26). Toda una exhortación a los apóstoles, para que tengan esta  solicitud, sobre todo, con los pequeños, que no sean descuidados. El pastor, no los  puede perder de vista, aunque estén en las sombras, porque Dios, los tiene siempre  muy presente, se compromete con ellos, y lo mismo, quiere de sus pastores en su  Iglesia (cfr. Mt.10,41ss). Toda la comunidad eclesial, está llamada a esta solicitud  por los pequeños, los alejados del resto del rebaño, animada por el Espíritu del  único Pastor de nuestras almas, Jesucristo el Señor, y de sus legítimos pastores para  su pueblo.  

Desde niña Teresa de Jesús aprendió a que el  destino del cristiano es vida eterna, vida con Dios para siempre. “Espantábanos mucho el decir que pena y gloria era para siempre en lo que leíamos. Acaecíanos estar muchos ratos tratando de esto y gustábamos de decir muchas veces: ¡Para siempre, siempre, siempre! En pronunciar esto, mucho rato, era el Señor servido me quedase en esta niñez,  imprimido el camino de la verdad.” (V 1,4).


MIERCOLES

Lecturas bíblicas

a.- Dt. 34, 1-12: Muerte de Moisés.

b.- Mt. 18,15-20: La corrección fraterna. Si te hace caso, has salvado a tu hermano.

Este evangelio nos invita a vivir la corrección fraterna. Comenzamos por un principio básico: Dios no quiere que nadie se pierda, ninguno de los pequeños. Antes de separar a alguien de la comunidad, se debe seguir el proceso de la corrección fraterna. La Sinagoga consideraba que todo aquel que no veía en ella, es decir, el judaísmo, como el único medio de salvación, era considerado pagano o publicanos. El método que propone Mateo, tiene mucho de este esquema de la Sinagoga. La Iglesia, basada en el poder de atar y desatar, dado por el propio Jesús,  aplica la excomunión como último recurso, luego de haber agotado todos los medios posibles de reconciliación (v. 18). Jesús quiere, sin embargo, por voluntad del Padre, rescatar al pecador extraviado, por eso propone el diálogo sincero, como medio de reconciliación del hombre con la comunidad. Pero será la autoridad competente, la que finalmente, deberá admitir o excluir a ese hermano, según su reacción frente al diálogo o su rechazo. Además del diálogo, Jesús entrega otro medio para conseguir esa anhelada reconciliación: la oración en común. El verdadero poder de la comunidad eclesial, reside en la oración (cfr. Rm. 15, 30; 1 Tes. 5, 25; Col. 4,3). El propio Jesús dejó establecido: “Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque quien todo el que pide recibe; el que busca, halla; y al que llamase le abrirá” (Mt. 7, 7-8ss). Las últimas palabras de Jesús en este pasaje, aseguran su presencia en medio de los que oran, dos o más, lo que nos enseña que ÉL está siempre en su Iglesia, lo que significa que al centro de la comunidad no está la Ley sino la persona del Señor. La reunión se hace en su Nombre y desde sus criterios y actitudes son las que la guían e iluminan, por lo mismo, todo lo que vive y sufre, predica y goza en su servicio a los hombres es vivido y sentido por Cristo.  

Teresa de Jesús pone a la caridad como la virtud principal a la hora de vivir en comunidad. “Pues procuremos siempre mirar las virtudes y cosas buenas que viéremos en los otros, y tapar sus defectos con nuestros grandes pecados. Es una manera de obrar, que  aunque luego no se haga con perfección  se viene a ganar una gran virtud, que es tener a todos por mejores que nosotros, y comiénzase a ganar por aquí con el favor de Dios, que es menester en todo; y cuando falta, excusadas son las diligencias, y suplicarle nos dé esta virtud, que con que las hagamos [Dios] no falta a nadie.” (CV 13,10).


JUEVES

Lecturas bíblicas

a.- Jos.3, 7-10.11.13-17: El arca de la alianza pasa el Jordán.

b.- Mt. 18, 21-35; 19,1: Perdón de las ofensas y la parábola del siervo sin entrañas.

Este evangelio nos presenta la pregunta de Pedro acerca del perdón (vv.21-22) y la parábola del siervo sin entrañas (vv.23-35). Pedro se dirige a Jesús como Señor, además de reconocerle como Instructor y Maestro, es decir, dotado de poder y lleno de la gloria de Dios. No se especifica el delito  a perdonar al hermano, pero se piensa en el mandamiento del amor (cfr. Mt.14, 28; 15,15; 17, 4. 24; 19,27). La pregunta de Pedro, se relaciona con la medida de ese perdón: ¿perdonar sin compensación? ¿Se puede medir la obligación de reconciliarse? La respuesta de Jesús, habla de un perdón ilimitado, es decir, más allá de la obligación de esa única vez, que exige el amor. Son varios los pasajes en los cuales, queda clara la actitud de Jesús, respecto al perdón de las ofensas (cfr. Mt. 5, 23; 6,12ss). Aunque se repita la falta, el hermano, no debe renunciar a perdonar; se trata de una disposición interior para perdonar. Como trasfondo de la pregunta de Pedro, y la respuesta de Jesús, se encuentra el tema de la venganza: Si Caín  fue vengado siete veces, Lamec lo será setenta veces siete (Gén. 4, 24). Todo un canto, para exaltar la venganza; como contrapunto, Jesús propone el perdón sin límites. Mientras la venganza, era prácticamente una ley sagrada en todo Oriente, la humillación era el precio del perdón. Caín fue protegido por Dios con una señal, para que nadie lo matase, pero si alguien lo hacía, sería vengado siete veces, es decir, sería castigado gravemente. En su canto Lámec, quiere ser vengado de forma feroz y desmedida; en cambio, Dios se había reservado la venganza de Caín, ahora Lámec la reclama para sí. Ahí tenemos el origen del desorden en la Creación, el asesinato de Abel por Caín; esa perversión llega hasta nosotros, la desmesura de la venganza y el derramamiento de sangre. El mal se reproduce de mil formas, un pecado siempre origina,  otros tantos. Sólo puede ser detenida esta fuerza con otra más grande, la del bien obrar. Tenemos ahí el mandato de perdonar del Señor Jesús, que sea siempre la última palabra. Pablo enseña: “No te dejes vencer por el mal, sino vence al mal a fuerza de bien” (Rom.12,21). La parábola del siervo sin entrañas, quiere dejar en claro, el proceder del Padre Dios, con quien no perdona de corazón a su hermano. La parábola, quiere destacar la relación del hombre con Dios, y de los hombres entre sí: los diez mil talentos, simbolizan al hombre pecador, toda la humanidad, a quien Dios perdona por pura gracia y bondad. El siervo sin entrañas, representa en cambio, la maldad del corazón humano, que no es capaz de perdonar, que es lo que se deben los hermanos entre sí. Es la nada misma, respecto de cuanto ha perdonado Dios. El perdón divino, es siempre nuevo, para el que se abre a la reconciliación, sin embargo, lo quita a quienes no perdonan de corazón a sus hermanos. El día del Juicio, quien no perdona, será juzgado por su propia medida (cfr. Mt. 7, 13). El ejemplo de Cristo, nos anima a perdonar, porque el momento sublime de su muerte en Cruz, perdonó a sus verdugos (cfr. Lc. 23, 34). Sólo quien experimenta el perdón de Dios en el Sacramento de la Reconciliación, es capaz de perdonar ilimitadamente a su hermano, porque el perdón es fruto del exquisito amor de Dios Padre por el hombre.

 La Santa Madre Teresa nos pide que consideremos bien las palabras del Padre nuestro en lo que se refiere a perdonar los pecados así como Dios Padre nos perdona. “Pues tened mucha cuenta, hermanas, con que dice: «como perdonamos»; ya como cosa hecha, como he dicho. Y advertid mucho en esto, que cuando de las cosas que Dios hace merced a un alma en la oración que he dicho de contemplación perfecta no sale muy determinada y, si se le ofrece, lo pone por obra de perdonar cualquier injuria, por grave que sea  no estas naderías que llaman injuria   no fíe mucho de su oración” (CV 36,8).


VIERNES

Lecturas bíblicas

a.- Jos. 24, 1-13: Los saqué de Egipto, les di una tierra. 

b.- Mt. 19, 3-12: El divorcio lo permitió Moisés, pero al comienzo no fue así.

El evangelio de hoy, nos habla de dos temas: el matrimonio y el divorcio (vv.3-9), y la continencia voluntaria (vv.10-12). La respuesta de Jesús, va más allá de la ley de Moisés, remontándose al querer de Dios Creador, hombre y mujer unidos por el amor destinados a una vida en común, es decir, una sola carne. La voluntad de Dios va contra el divorcio, si Moisés lo permitió fue porque el pueblo era duro de corazón (cfr. Dt. 24, 1). Su decisión no es un mandamiento, lo primitivo tiene primacía sobre lo tardío, lo que era al principio, la voluntad del Creador, es anterior a la de Moisés. Dios crea al hombre y a la mujer como seres complementarios, íntimamente relacionadas, que constituyen una sola carne (cfr. Gn. 2,24). La fuerza del sexo, y el ansia de complemento personal es tan intenso, que se deja la propia familia, para unirse al otro consorte (cfr. Gn.1, 27). Con ello, el evangelista, quiere decir, que la institución matrimonial es de origen divino, es decir, no se puede derogar, por un precepto o disposición suplementaria (cfr. Gál. 3,15-20). Dios estableció una unidad, mediante su voluntad creadora que infundió en los hombres este anhelo natural y satisfacción, no sólo de tipo sexual, sino de toda la vida. Por ello, Jesús habla que es Dios quien los unió, y no fueron las criaturas las que se unieron solamente, de ahí que no se pueden separar, porque ambos, están llamados a la obediencia a su Creador. El matrimonio cristiano, abarca toda la vida, y el hombre y la mujer, se hacen una sola carne. Jesús asume el orden primitivo del matrimonio, y lo convierten en mandato nuevo para el pueblo de Dios, es decir, la Iglesia. Este concepto, también es válido para los no creyentes, en cuanto habla de la alta dignidad del ser humano, si existe verdadero interés en la persona humana. Dios no ha mandado el divorcio, lo ha permitido Moisés, concesión dada debido a la debilidad de los hombres, mirando a la dureza de sus corazones, lo que habla de la apatía, y sordera de parte de Israel a la voluntad de Dios  (v.8; Mc.16, 14). Jesús está a favor del matrimonio indisoluble, lo que pareció excesivo a los discípulos, prefiriendo incluso, no casarse; el matrimonio era obligatorio para todo judío, siguiendo el mandato de crecer y multiplicarse (cfr. Gn. 1, 28). El matrimonio es deseado por Dios, el divorcio permitido  por Moisés, pero aquí Jesús, devuelve al hombre y sobre todo a la mujer, su dignidad de compañera para formar una unión indisoluble. El secreto del verdadero matrimonio, está en el mutuo crecimiento en el amor, por medio de la madurez personal, la educación continua en el amor, y en la espiritualidad matrimonial, que germina de su propia vocación cristiana. Amar es más dar, que recibir y disfrutar. En muchos hay egoísmo, poca capacidad de sacrificio, y mucha liviandad a la hora de llevar adelante la propia vida matrimonial. Poca dedicación a la persona amada; muchos incluso, no dejan de llevar vida de solteros, estando ya casados. El matrimonio cristiano es una vocación a la santidad, como el sacerdocio, la vida religiosa, porque es camino de amor entregado y sacrificado. Es un Sacramento, es decir, un signo eficaz de gracia y salvación. El matrimonio cristiano hunde sus raíces en el  amor de Dios, fuente de todo amor auténtico, y a él debe conducir y encaminarse.  Dios se responsabiliza de los esposos y padres, si éstos acuden con frecuencia a la oración y la fe, viviendo su vocación a fondo, lo que produce, un crecimiento en el amor y en la fidelidad. Pero además se habla de la renuncia al matrimonio por el Reino de los Cielos, es decir, la libre decisión tomada en razón del Reino de los Cielos. El celibato cristiano por el Reino de los Cielos, es don de Dios y lo reciben quienes  han entendido, comprendido el lenguaje del  Espíritu Santo como otro camino vocacional para servir a Dios y al prójimo. Por lo tanto, hay que promover entre los jóvenes y novios el celibato y el matrimonio por el Reino de los Cielos. 

De los propios labios de Teresa de Jesús escuchemos cómo nos habla de su familia. “El tener padres  virtuosos y temerosos de Dios me bastara, si yo no fuera tan ruin, con lo que el Señor me favorecía, para ser buena.” (V 1, 1)


SABADO

Lecturas bíblicas

a.- Jos. 24, 14-29: Elegid a quien queréis servir.

b.- Mt. 19,13-15: Dejad que los niños vengan a mí.

La imposición de manos y la bendición de los niños, era común en la época de Jesús; la podían hacer los padres y los rabinos. Este evangelio nos muestra a  Jesús, cómo con su afabilidad y oración, atraía a las personas (cfr. Mt.14, 23; Mc. 1,35), en este caso a los niños (cfr. Mt. 18,2). Se los llevan para que los bendiga, a este buen deseo, lo acompaña la confianza en ÉL. La fuerza de la bendición, que habían experimentado los enfermos, también la conocerán los niños. Ellos necesitan la protección de los mayores, y sobre todo de quien representa a Dios. Jesús pone sus manos sobre ellos y ora por ellos, es decir invoca la protección y gracia de Dios. Son los discípulos, quienes se oponen considerando que importunarán al Maestro. De alguna forma, desconocen la confianza que tienen sus padres en Jesús, y el concepto que el Maestro, tiene de los niños como partícipes del reino de Dios. Jesús no sólo se conforma con se los traigan para bendecirlos, sino que les asegura que el reino de los cielos, les pertenece a todos los que tienen la actitud de los niños para recibirlo. Los niños, no son excluidos de la llamada y de la promesa del Padre reino, mentalidad abierta que se opone a la de los fariseos, que excluían a niños y mujeres  Los niños pueden comprender que Dios los ama, que debe reinar en sus vidas y su voluntad se debe hacer, guardando los mandamientos. De esta forma, los niños también, se pueden poner cerca de Aquel que trae su reino y da a conocer. Quizás sean ellos, quienes mejor comprendan a Jesús, ya que a los sabios y entendidos, Dios Padre les ha ocultado, lo que ha revelado a la gente sencilla (cfr. Mt.11, 25). La Iglesia, comprendió la importancia del deseo de Jesús, de no impedir que los niños se acerquen a ÉL, dando el bautismo, a los más pequeños, para que, además de razones de tipo sociológicas e invasiones de los bárbaros, fueran cristianos desde el inicio de su existencia. Cuántos niños y niñas han alcanzado a temprana edad, la gloria de los altares alcanzado la santidad. Pueden acercarse a participar al Santo Sacrificio de la Misa y recibir el Cuerpo y Sangre de Cristo. Es el Padre quien lo ha querido así, y el reino es de los que son como ellos (cfr. Mt.11, 6).  Son héroes de la fe y de la caridad cristiana.

Santa Teresa de Jesús, desde su niñez conoció a Dios, primero porque en su hogar se respiraba una sana piedad cristiana y por tener padres virtuosos. “Lo que importa en la niñez tratar con personas virtuosas” (V 1,2).    

Fr. Julio González C.  OCD


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