DECIMA OCTAVA SEMANA DEL TIEMPO
ORDINARIO
(Año Par. Ciclo A)
P. Julio González
Carretti ocd
a.- Is. 55, 1-3: Daos prisa y comed.
b.- Rm. 8, 35. 37-39: ¿Quién podrá apartaros del amor de
Cristo?
c.- Mt. 14,13-21: Comieron todos hasta quedar
satisfechos.
a.- Jr. 28,1-17: Jananías induce al pueblo a una falsa
confianza.
b.- Mt. 14, 22-36: Jesús camina sobre las aguas.
a.- Jr. 30, 1-2. 12-15. 18-22: Cambiará la suerte de las
tiendas de Judá.
b.- Mt. 15, 1-2. 10-14: Son ciegos, guías de ciegos.
a.- Jr. 31, 1-7:
Con amor eterno te amé.
b.- Mt. 15-21-28: La mujer cananea. Mujer, que grande es
tu fe.
a.- Jr. 31,31-34: Haré una alianza nueva y no recordaré
tus pecados.
b.- Mt. 16, 13-23: Tú eres Pedro y te daré las llaves
del Reino. Primer anuncio de la Pasión.
a.- Nah. 1,15; 2,2; 3,1-3.6-7: ¡Ay de la ciudad
sangrienta¡
b.- Mt. 16, 24-28: Venir a Jesús, significa negación,
cruz y seguimiento.
a.- Hab. 1,12-2, 4: El justo vivirá por la fe.
b.- Mt. 17, 14-20: El endemoniado epiléptico.
La primera
lectura, es una gran invitación desde la realidad simbólica, a la realidad humana, a todos los hombres, no sólo a judíos
y gentiles, sino a todos los hambrientos
o sedientos al gran banquete escatológico de los tiempos mesiánicos. Lo necesario es tener sed, es decir,
necesidad de Dios; es la teología de los pobres
de Yahvé, los conocidos “anawin”. El banquete
en la Biblia, es sinónimo de la comunión
con Dios, de su amor infinito para con los hombres. Esta es la forma de relacionarse de Dios con el hombre, en los
momentos más importantes de la historia
de la salvación: se rubrica el trato o la alianza con un sacrificio y un banquete, fue así en la salida de Egipto, la
alianza del Sinaí, el banquete de la
Sabiduría o del Cantar de los Cantares entre Dios e Israel hasta
alcanzar al banquete y sacrificio de la
Nueva Alianza y su banquete escatológico al final de los tiempos. Las necesidades fundamentales para
vivir, como comer y beber, sirven al
autor sagrado para que la comprensión humana haga suscitar en sí un
deseo de algo que no termina y conseguir
así la verdadera felicidad, el diálogo de Jesús con la samaritana, es un buen símil de cuanto
decimos (cfr. Jn. 4,13-15). Yahvé pide
sólo escucharle (vv. 1. 3.), ya que la vida del creyente se encuentra en
la escucha de la Palabra de Dios. Será
necesario que llegue el tiempo de la Nueva y eterna Alianza, así como Abraham fue testigo para su
pueblo, ahora será el pueblo entero
testimonio para todos las naciones. El testimonio no es a fuerza de las
armas o a lo militar, como en tiempos de
David, sino el vigoroso testimonio que atrae la persona del Santo de Israel, del pueblo que vive la
Nueva Alianza, atraídos por Dios los
pueblos subirán a Sión. Este regreso de los pueblos a Sión, será un
volver al camino de Yahvé, distinto a
los caminos que recorre el hombre; será una verdadera metanoía o
conversión. Será un camino de vida nueva, porque es una vida de redimidos y reconciliados. La libertad de que
gozan ahora, es signo de la liberación
de todas las esclavitudes que gozarán, incluida la del pecado. Volver a
Dios es siempre encontrar el camino de
la salvación, que se manifestará en Cristo. La
Eucaristía es esa palabra de Yahvé que baja del cielo, se hace
sacrificio y alimento para los que
escuchan la palabra y buscan la justicia y la verdad, la paz y el amor de Dios. De esta forma el símbolo encierra
una realidad que se despliega en la
historia de la salvación y llega también a nosotros.
La epístola
de Pablo, es el célebre himno al amor de Dios
con que debemos aprender superar
los obstáculos con que el mundo tratará de apartarnos del amor infinito de Dios manifestado en Cristo Jesús
(vv. 35-39). El apóstol insiste en que el
Padre nos ama en Cristo, es decir, unidos a ÉL como nuestro redentor
como miembros de su cuerpo, unidos a la
Cabeza, como hermanos unidos al Primogénito.
El conjunto de términos y realidades que enumera, viene a significar que hay todo un mundo conjurado contra Cristo y sus
discípulos, pero dejando en claro que nada
podrán contra ellos porque su amor eterno los salva. La alusión a
ángeles y potestades se puede referir a
los espíritus malignos contrarios a Cristo, la altura y la profundidad, significan las fuerzas
misteriosas del cosmos, hostiles al hombre,
según la mentalidad de los antiguos (cfr. 1Cor. 15,24; Ef. 6,12; Col.
2,15). San Pablo, tiene una palabra para
el presente y para el futuro, busca inculcar al
cristiano que las persecuciones y sufrimientos no influirán para que
Dios nos deje de amar, como a veces
sucede entre los seres humanos, al ver oprimido y pobre al amigo de antes, sino que nos unirán más a Él,
siendo más bien ocasión de victoria
“gracias a aquel que nos ha amado” (v. 37). Este amor de Dios y de
Cristo, tan maravillosamente cantado por
San Pablo, es, no cabe duda, la raíz primera y el fundamento inconmovible de la esperanza
cristiana. Por parte de Dios nada faltará;
el fallo, si se da, será por parte nuestra.
Este
evangelio nos presenta la primera multiplicación de los panes (cfr. Mt. 14,13-
21; 15,32-39; Mc. 6, 30-44; 8,1-10), con un duplicado, es decir, dos
tradiciones, de un único acontecimiento,
una versión judía y otra de ambiente cristiano, pero de origen pagano. Este milagro tiene un
trasfondo bíblico, que no podemos olvidar que
acentúa lo realizado por Cristo por sobre lo realizado por Moisés y
Eliseo: el primero les dio maná en el desierto
a su pueblo, el segundo multiplicó los panes de cebada en Gilgal (cfr.
Ex.16, 2-15; 2 Re. 4,42ss). Este prodigio es un signo de los tiempos del Mesías que se cumple en Cristo, que
atraía a las gentes por percibir la presencia de Dios en ÉL, el anhelo de bien
para los suyos, la vida. Jesús responde con su compasión como lo hizo Yahvé en
el pasado, la indigencia del hombre, conmueve el corazón de Cristo. La
advertencia de los discípulos, abre la posibilidad de lo extraordinario, en el
mandato del Mesías: “Dadle vosotros de
comer” (v.16). Jesús sabe lo que va a realizar, pero serán los discípulos los
que debe aprender a crecer en el conocimiento del Maestro. Dan cuanta que hay
sólo cinco panes y dos peces, de poco servirá para esa multitud; no pueden hacer
los discípulos lo que les mandó Jesús (v.17). Las miradas se dirigen a Jesús,
los discípulos con los pocos recursos, está con las manos prácticamente vacías.
Jesús se convierte en el centro de la acción, los discípulos le rodean, manda
sentarse a la gente sobre la hierba, era tiempo de la Pascua, toma los panes y
los peces, eleva su mirada al cielo, pronuncia la bendición, y los da a los
discípulos para que los repartan. Los discípulos lo reparten y todos comen,
quedan saciados, y lo que sobró se reúne en doce cestos. Este milagro fortuito,
resultado de la situación, muestra la misericordia de Dios que descendió sobre
ellos, no para subyugarles sino que es la respuesta de una muchedumbre
necesitada. En el desierto Yahvé los había alimentado para que no perecieran de
hambre, con Jesús, Dios se hace cercano a los hombres, como en el pasado (cfr.
Ex.16,13-15). Con esta narración se nos da una imagen
de la Iglesia de Mateo: Jesús en el centro como el dador de todos los bienes,
el pan y de la palabra de vida. La comunidad está muy cerca de ÉL y entregan
sus dones, son sus manos para con el necesitado. Jesús hace las obras que el Padre le ha
encomendado (Jn.5,36). Definitivamente ya no es sólo
el Mediador como Moisés, sino que es el dador de vida, así lo vive la Iglesia
cuando celebra la Eucaristía, anticipo de las bodas eternas en el reino de
Dios.
Teresa de
Jesús, considera que nunca la habríamos podido tener ni conocer, la Eucaristía,
si el Verbo, la segunda Persona de la
Trinidad, no se hubiera hecho hombre.
“Su Majestad nos le dio como he dicho
este mantenimiento y maná de la humanidad; que le hallamos como queremos, y que si no es por nuestra
culpa, no moriremos de hambre; que de
todas cuantas maneras quisiere comer el alma, hallará en el Santísimo
Sacramento sabor y consolación. No hay
necesidad ni trabajo ni persecución que no sea fácil de pasar si comenzamos a gustar de los suyos.”
(Camino 34,2).
Lecturas bíblicas
Vemos a
Jesús en una de sus claras manifestaciones de su divinidad, como es, caminar sobre las aguas. Manda a sus
discípulos a subir a la barca y marcharse a la
otra orilla, mientras ÉL despide a la gente y busca un lugar para orar
en el monte. Mientras Jesús ora sólo en
el Monte, los discípulos atraviesan por orden del Maestro el lago hacia la otra orilla. Es en el monte
donde experimenta la cercanía de Dios, donde fluye la oración entre Él y su Padre donde se efectúa un trueque
inefable; encuentro admirable en la
quietud de la noche. Este impulso de orar, hace comprender la orden dada
a los apóstoles, quería soledad. Es el
Mediador entre Dios y los hombres (cfr. 1Tim. 2, 5). De noche, con vientos de tormenta en
contra, Jesús viene al encuentro de los
discípulos, solo que caminando sobre las aguas, y a los discípulos les
entra el miedo (vv. 27-31). En otro
nivel, este milagro presenta a Jesús
como Dios; claramente es una teofanía, manifestación de Dios al hombre.
Esos hombres rudos, ahora experimentan
su debilidad, puesto que están ante una
manifestación divina. Sólo Jesús puede decir: “Soy yo” (v. 27). Si
cuando multiplica el pan Cristo es
presentado como Mesías esperado, ahora presenta su divinidad. En la Biblia la
soberanía de Dios, se manifiesta en el dominio sobre la naturaleza, tal como Jesús que calma el mar, con palabras del
viejo testamento (cfr. Ex. 3,14). La
hazaña de Pedro y Jesús, escena propia de Mateo, viene a significar que
si es Jesús, se despierta el deseo de ir
a ÉL, y carece de peligro el mar. Efectivamente baja de la barca y comienza a caminar sobre el agua,
como Jesús, pero al fijar en el oleaje y
la fuerza del viento, se comienza a hundir, y por segunda vez invoca a
Jesús, quien lo toma de la mano y le
reprocha su falta de fe. Con Jesús desaparecen las dudas y se acrecienta la fortaleza. Subidos a
la barca, Jesús recibe una confesión de
fe de parte de los apóstoles: “Verdaderamente eres Hijo de Dios” (v. 33). ¿Comprendieron
los apóstoles el milagro de los panes y ahora esta manifestación de caminar sobre el agua? Han reconocido a Quien
tienen ante sí más allá de razonamientos
e inteligencias, experimentan al Hijo de Dios ante ellos. Es en la figura de Pedro donde el evangelista centra
su mirada, como primer apóstol, primer
creyente y modelo para sus compañeros. Comprender el “Soy yo”, lo atrae
hacia Cristo para estar con ÉL, guiado por
la confianza y el amor. Si desfallece la
confianza, el hombre experimenta la el peligro de fuera, se convierte
en presa de las fuerzas que lo amenazan sino acude a la
mano salvador de Cristo Jesús. Este acto
de fe de Pedro y los suyos, es fe y confianza en crecimiento, todavía
pequeña. Así y todo lo vivido por Pedro,
lo convierte en modelo para todos los futuros
creyentes. De esta forma está la
Iglesia ante Cristo, sabe que está sustraída de
todo peligro y preservada de hundirse en la historia, si mantiene viva
la fe. Sin ella, no se puede subsistir
(cfr. Is. 7,9). Si bien este pasaje se puede aplicar al antiguo Israel, pueblo de la alianza, también se
puede proponer a la Iglesia, pueblo de la
nueva alianza, sólo que Jesús está en medio de ella y puede decirle cada
día: “Realmente, eres Hijo de Dios” (v. 33), mientras nos conforta cuando nos
recuerda: “Animo! Soy yo! No
tengáis miedo” (v. 27).
La Santa
Madre Teresa nos enseña que al recitar la oración del cristiano, pidamos
el Pan verdadero que da vida eterna.
“Así que, hermanas, tenga quien quisiere
cuidado de pedir ese pan; nosotras pidamos al Padre Eterno merezcamos
recibir el nuestro pan celestial de
manera que, ya que los ojos del cuerpo no se pueden deleitar en mirarle por estar tan encubierto,
se descubra a los del alma y se le dé a
conocer; que es otro mantenimiento de contentos y regalos y que sustenta
la vida.” (Camino de Perfección 34,5).
Lecturas bíblicas
Este
evangelio nos presenta la discusión de Jesús con los fariseos sobre lo que es
puro e impuro. Costumbres que los fariseos enseñaban al pueblo, lo que Jesús
piensa y enseña acerca de ellas y cómo muchas de esas tradiciones ya no
respondía al sentir de la gente. La intención de Jesús, es hacer comprender el
verdadero sentido de las leyes de pureza
e impureza. La pregunta de los fariseos
(vv.1-2), en el fondo, es una crítica al propio Jesús, por permitir a sus
discípulos trasgredir las leyes de
pureza. Los fariseos vienen de Jerusalén a vigilar el proceder de Jesús;
efectivamente los discípulos no se lavan las manos antes de comer, lo que debía
tener sólo un valor higiénico, válido hasta hoy, se le daba un valor religioso.
He ahí lo que Jesús combatía, como ejercicio y carga sobre las personas. La
tradición de los padres o antepasados (v.2), comunicaba las normas establecidas
para conseguir la pureza exigida por la Ley.
Las abluciones correspondían sólo a los sacerdotes, que los fariseos
extendieron a todo el pueblo y en toda circunstancia de la vida, culto y vida
doméstica (cfr. Ex. 30,17ss). Quien no cumplía con ellas no obtenía la
bendición de Dios prometida a Abraham, pero podía recuperarla, para presentarse
ante Dios con toda pureza. Si Dios era Santo, también su adorador (Lv.19, 2);
estas leyes eran una carga insufrible (cfr. Mt. 23, 4). Muchas eran las causas
de impureza: tocar un cadáver, no lavarse las manos, comer con un publicano
etc. De ahí que muchas personas al contaminarse, contaminaban a otras, al
tocarlas, por lo cual, vivían con miedo, desconfiaban de todos. La respuesta de
Jesús les hace ver que quebrantan el mandamiento de Dios por esa tradición de
los antepasados (v.3). Se rompe la unidad entre el mandamiento y “vuestra
tradición”; deja de ser explicación del mandamiento, ya que termina oponiéndose
a la ley de Dios. Para Jesús, el mandamiento está por sobre los preceptos de
los rabinos, los que considera preceptos humanos (cfr. Mt. 15, 9). Jesús
demuestra lo que dice, con el cuarto mandamiento. La obsesión farisaica sobre
la pureza hacía que el sentido de los mandamientos perdiera consistencia, por
ejemplo el cuarto mandamiento cuando se ofrecían los propios bienes, la
herencia, y se declaraban “ofrenda sagrada” para el templo, ellos adquirían un
valor sagrado, desligándose el hijo de la responsabilidad de cuidar con ellos
el futuro de sus padres (vv.3-6). Voto vacío de contenido, porque generalmente
la donación no se efectuaba jamás, pero que para los rabinos era válido dicho
voto. Ese oferente tenía el corazón muy lejos de Dios, según las palabras del
profeta (vv. 7-9; cfr. Is. 29,13), pero aparentemente cumplía con la tradición
de los antepasados, olvidando el cumplimiento del cuarto mandamiento. Son
preceptos humanos, que no conducen a Dios, hacen confesión de fe, pero no
nacida de una obediencia de corazón a la palabra de Dios. La intuición del
pueblo era que el Mesías debía enseñar otro camino para alcanzar la pureza; en
Jesús se cumple dicha esperanza. De ahí que Jesús, purifique a los leprosos,
expulse a los demonios de los posesos, vence a la muerte, fuente de toda
impureza, tocar a Jesús sana a la mujer, come con publicanos. La liberación
viene de saber que lo que sale de lo interior del hombre es lo que hace impuro
al hombre y no al revés como enseñaban los fariseos (vv.10-11). Jesús eleva la
discusión a un nivel ético como criterio de comportamiento de cara a Dios y la
propia conciencia, con lo que declaraba puro todos los alimentos y devolvía al
pueblo la alegría de servir a Dios.
Escándalo causaron las palabras de Jesús en los fariseos (vv.12-14).
Toda planta que no fue plantada por el Padre, será arrancada de raíz, enseña
Jesús, es decir los fariseos los implantaron los hombres en la vida del Señor y
en lugar de convertirse, se escandalizan (Is. 5, 1-7), además son ciegos y
guías de ciego, no ven ni conocen porque cerrados a los pensamientos de Dios,
están ofuscados con sus propios pensamientos. El pueblo está cansado de servir
a la ley, ¿cómo puede haber fidelidad, amor y conocimiento de Dios? Los
responsables del pueblo, escribas y fariseos, son los culpables del alejamiento
de sus dirigidos de los caminos de Dios. (Ez. 34,2-4; Os. 4,1; Mt. 23, 4.13).
Sólo Jesús es camino hacia el Padre.
Santa
Teresa de Jesús, hablando de la oración de recogimiento enseña que el corazón
es la sede del trono de Dios. “Pues
hagamos cuenta que dentro de nosotras está un palacio de grandísima riqueza,
todo su edificio de oro y piedras preciosas, en fin, como para tal Señor; y que
sois vos parte para que este edificio sea tal, como a la verdad es así, que no
hay edificio de tanta hermosura como una alma limpia y llena de virtudes, y
mientras mayores, más resplandecen las piedras; y que en este palacio está este
gran Rey, que ha tenido por bien ser vuestro Padre; y que está en un trono de
grandísimo precio, que es vuestro corazón” (CV 28,9).
Lecturas
bíblicas
Este
evangelio nos menciona una de las incursiones de Jesús a territorio de Tiro
y Sidón, tierra de gentiles. La mujer
cananea sale al encuentro de Jesús, con lo que
el evangelista más que hablar de su nacionalidad menciona su religión
(cfr. Mc. 7, 26). La mujer aporta una
invocación importante, porque conoce lo que permanece oculto a
los hijos de Israel en un acto de
fe y humildad, lo proclama: “¡Ten piedad
de mí, Señor, hijo de David! Mi hija está malamente endemoniada.”
(v.28). La confesión de fe, es admirable
y propia de Mateo. Jesús se muestra
indiferente ante su suplica, es más,
poco amable. Los apóstoles se molestan y ruegan al Maestro que la despida. La mujer siguió al grupo, lo que haga Jesús será importante
para la mujer, el grupo, la futura
Iglesia. La respuesta de Jesús va dirigida primeramente a los apóstoles: Su misión está dirigida al
pueblo de Israel, mejor, “a las ovejas
perdidas de la casa de Israel” (v. 24). La respuesta va dirigida a los
apóstoles, aunque la mujer la siente
como suya. Sus palabras quieren confirmar lo que pensaban los discípulos, es decir, que Jesús
no la puede ayudar, y que debe volver a
su casa, sin conseguir su propósito. Las palabras de Jesús llevará a los
apóstoles a comprender mejor todavía a
su Maestro. Dios lo ha enviado, le ha señalado el campo de actividad, es decir, limitada a
Israel, de la cual las naciones deberán
participar. Como rebaño sin pastor, Israel se ha dispersado por todas
partes, sólo habrá rebaño si reunido,
tiene pastor. Los que hacen de jefes, son ciegos, guías de ciegos (cfr. Mt.15, 14; 9,3). Ya lo había
anunciado Ezequiel, que Yahvé destituiría a
los falsos pastores, y el mismo ejercería de buen Pastor (cfr Ez. 34).
Ahora se cumple la palabra de Yahvé, el
Mesías reunirá a su pueblo, para que no muera de hambre ni de sed; sólo así los pueblos
vendrán a adorar al único Dios verdadero. El
pan, le señala Jesús a la mujer, es para los hijos y no está bien
dárselo a los perrillos, el pan es para
el rebaño de Israel, no para los extranjeros. No se dice que no tenga efectos para el futuro, pero la
mujer toma con osadía las palabras del
Maestro. Pero los perrillos también recogen de lo que cae de la mesa de
los hijos; invierte la frase con
humildad y cierto humor la frase en su favor. Pero Jesús la socorre, si bien es una extranjera consciente
que nada puede recibir de un judío,
escucha las palabras que el Maestro le dirige, alaba su fe y su hija
queda curada (v. 28). Las palabras de la mujer, despertaron el poder de curación del Corazón de Jesús, que sintió la
fe de la mujer y la ayudó. Esa es la
actitud que conmueve a Dios creer, tener fe de esa manera tenaz, saber
que hay Uno que puede ayudar. Su fe la
convierte en esperanza para los pueblos paganos, es el nuevo Israel, cuyo fundamento es la fe,
lo mismo sucedió con el centurión (cfr.
Mt. 8, 10.13), así como Yahvé puede sacar hijos de Abraham de las piedras, así se formará el nuevo pueblo de Dios.
Encontramos los primeros atisbos de lo que
será la evangelización de los gentiles; Jesús parte el pan para su
pueblo Israel. Dios perfeccionará el
progreso de la salvación hasta hoy pues todos los pueblos deben recibir la salvación incólume y
prodigiosamente. La Iglesia cumple con anunciar, como Jesús ese Evangelio de la gracia y
caridad.
La Santa
Madre Teresa de Jesús tiene siempre, como hija de Dios, la palabra de la Iglesia en cuestiones de fe, como criterio
definitivo. “Tengo por muy cierto que el
demonio no engañará, ni lo permitirá Dios, a alma que de ninguna cosa se
fía de sí y está fortalecida en la fe,
que entienda ella de sí que por un punto de ella morirá mil muertes. Y con este amor a la fe, que
infunde luego Dios, que es una fe viva,
fuerte, siempre procura ir conforme a lo que tiene la Iglesia,” (Camino
de Perfección 25,12).
Lecturas
bíblicas
Este
evangelio, supone varios elementos a considerar, al momento de comprenderlo en su conjunto. La pregunta de
Jesús por su persona: “Quién es el Hijo
del Hombre?” (v.13), habla de cómo le importaba a
Jesús esa respuesta de la gente y la de
los apóstoles: “Simón Pedro contesta: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.» (v.16). La pregunta hay que
situarla no en un afán de encuesta, sino
más bien, en despejar falsas apreciaciones acerca de la comprensión de
la persona de Jesús. Compararlo con los
antiguos profetas, habla muy bien de Jesús, ya que Elías era muy venerado por el pueblo, se
esperaba su regreso, lo mismo que
Jeremías, el Mesías ocupaba el lugar más alto, aunque ninguno lo
reconoce como tal, a Juan el Bautista, entra dentro de los
profetas (cfr. Mt.14,2; Mal.4,5; 14,5;
21,26). Todavía la gente está afuera, los discípulos deberían haberlo
comprendido, porque están dentro, más
cerca de ellos (cfr. Mt. 4,11; 16,12). Pedro actúa como voz de los demás apóstoles, es la opinión de
ellos: Jesús es el Mesías. Esto es lo
decisivo, es el enviado de Dios, el último de los profetas, el auténtico
interprete de la Torá, ÉL es comienzo
del final de los tiempos, la señal última de Dios para la humanidad. El Hijo del Dios viviente, está
ahí presente, es Enviado de Dios y la
respuesta de Pedro, es la pública confesión de la aceptación de ese
conocimiento al que hace partícipes el
Mesías a sus discípulos y a quien quiera escuchar (cfr. Mt.11, 27). El tema del primado de Pedro, es propio
de Mateo (cfr. Mc. 8, 27; Lc. 9, 18ss),
donde adquiere una relevancia especial el apóstol Pedro (vv.17-19).
Estas palabras van dirigidas sólo a Pedro: El conocimiento que acaba de profesar no viene de abajo, la
carne ni la sangre, sino de lo alto, es
decir, es Dios quien lo ha inspirado. Pedro es llamado bienaventurado,
porque había dado el paso a la fe,
estaba en camino de madurar esa fe hasta alcanzar su plenitud, va conociendo lo más íntimo del
Reino de Dios (cfr. Mt.13, 11-12). “Tú
eres Pedro” (v.18), viene a significar, que debe ser piedra (cfr.
Sal.18, 3; 31,4; 71,3). Pedro deberá ser
roca, donde Jesús edifique su Iglesia, no con piedras sino asamblea con hombres vivos. “Mi Iglesia” (v.18), nos habla
de la nueva comunidad que hace profesión
de fe en Jesús, el Mesías y en esa confesión se mantiene unida. Esta Iglesia es la plenitud de la antigua alianza,
porque es el mismo Dios de Israel quien
la habita, Dios con nosotros (cfr. Mt.1, 23), que en su amado Hijo se
hace más cercano a su pueblo. Las
puertas del Hades, no tendrán ningún poder sobre la Iglesia, como tampoco la tiene sobre ÉL (cfr.
Rm. 6,9). La muerte es consecuencia del
pecado, Jesús vencerá al pecado con su sangre en la Cruz, rescatará a todo
el género humano, para obtener el perdón
de sus pecados (cfr. Mt.20, 28; 26,28; 1Cor.15, 20). Las llaves y el poder
de atar y desatar (v.19), dados a Pedro,
configuran la segunda parte de la promesa.
Es Dios quien delega en un hombre semejante poder, es todo un misterio el
que hace hablar a Jesús de este modo, un
nuevo orden de la salvación que confía en la
fe del hombre. Atar y desatar, proviene del lenguaje rabínico, poder
para decidir si una doctrina es
verdadera o falsa y también tiene el sentido de acoger o expulsar a alguien de la comunidad. Pedro sabrá que
doctrina es verdadera y quien puede
participar en la salvación del Reino siendo recibido en la Iglesia de Cristo. Este veredicto de
Pedro, tiene desde ahora validez en el Cielo,
ante Dios, sentencia confirmada por Dios, entrada en vigor desde el
momento en que se promulgó, como si el
mismo Dios la hubiera decretado. Este poder lo confiere también a los otros
apóstoles, ya que Pedro es el primero
entre los demás apóstoles (cfr. Mt.18, 18), pero por ser el primero recibe la promesa (cfr. Mt.10, 2; Ef.
2, 20). Hasta hoy la Iglesia, ejerce este servicio de evangelizar a la
humanidad.
Santa
Teresa de Jesús, coloca como fundamento de la vida comunitaria de sus nuevas fundaciones a Jesucristo, hasta
conseguir que cada comunidad fuese otro
colegio apostólico o colegio de Cristo.
“Esto no viene aquí, porque en esta casa nunca plega
a Dios haya acuerdo de cosas de éstas
(los bandos): sería infierno; sino que la que fuere más, tome menos a su padre en la boca; todas han de ser
iguales. ¡Oh colegio de Cristo que tenía
más mando san Pedro, con ser un pescador y le quiso así el Señor, que san Bartolomé, que era hijo de rey! Sabía Su
Majestad lo que había de pasar en el
mundo sobre cuál era de mejor tierra, que no es otra cosa sino debatir
si será buena para adobes o para tapias.
Válgame Dios, qué gran trabajo traemos!” (Camino 27,6).
Lecturas bíblicas
Luego de
anunciarles por primera vez, la Pasión que deberá padecer en Jerusalén (cfr. Mt.16, 21-23), y que al tercer día
resucitará, Jesús les da a los apóstoles, y los
que quieran seguirle a lo largo de los siglos, las condiciones para
ello. Ha llegado el tiempo en que la
salvación comienza a despuntar, y por ello, Jesús se atreve a hacer este anuncio doloroso para ÉL, está en
el orden de la salvación, tiene que
suceder, así lo ha dispuesto Dios, no hay otro camino, Dios no deja de
entregar al Hijo por la salvación del
mundo. El lugar será Jerusalén, la que mata los profetas (cfr. Mt.23, 29ss; Lc.13, 33), los ejecutores
serán los ancianos, sumos sacerdotes y
los escribas, el tribunal supremo de Israel. Comienza un nuevo modo
de inteligencia, a la hora de comprender
su mesianismo y filiación divina, con el horror
que significa su futuro destino, y lo que provoca en sus discípulos. Se
trata de la necedad de la cruz, la que
hace protestar a Pedro (cfr. 1 Cor.1, 23). Jesús se vuelve contra Pedro, están hablando en planos
distintos, “apártate de mí vista,
Satanás” (v.23), palabras durísimas, y que si el hombre no deja espacio
para las palabras y pensamientos de
Dios, sencillamente se aparte de Dios, lo mismo le había dicho Jesús a Satanás en el desierto
(Mt. 4,1). Así como esa tentación estaba
al comienzo de su ministerio, ahora el portavoz es Pedro, al inicio de
la subida a Jerusalén. Los pensamientos
de Dios están por sobre los de los hombres (cfr. Is.55, 8ss). Es la nueva inteligencia de los
misterios de la persona de Jesús, a los
que gradualmente y
pedagógicamente ÉL mismo nos introduce. Ahora Jesús los invita a pasar del seguimiento exterior al seguimiento
interior, dispuestos a sufrir la pasión, es el seguimiento propiamente tal, con
el que consigue ser verdadero discípulo de
Jesús. “Niéguese a sí mismo” (v.24), viene a significar no centrarse en
sí mismo sino que renunciar por un bien
más elevado, como Jesús que se hizo siervo,
despojándose de su categoría de Dios (cfr. Flp. 2, 6-8). Cargar con la
Cruz, encierra la disposición a morir
como Jesús, desasirse de sí mismo, si es voluntad de Dios, hasta la muerte real, renuncia de la vida
corporal. Poner a salvo la vida o perderla.
Se trata de dos caminos, dos acciones, conservar o perder, cada una de
ellas con sus propias consecuencias: la
vida o la muerte. Trueque cuanto más misterioso. Quien la quiere conservar, la pierde, en
cambio, quien la había perdido, la recupera.
Quien esté dispuesto a seguirle, vivirá de estas palabras de Jesús y
optará por perder la vida por ÉL camino
de Jerusalén. A mayor comprensión del misterio de Jesús, mayor exigencia y compromiso. A cambio
de la vida eterna, la verdadera vida, no
hay nada que se le pueda comparar, ni precio que el hombre pueda pagar. Dios puede asegurar la vida incluso después
de la muerte, devolvérsela por su poder
y amor misericordioso. Esta vida eterna procede de Dios, revelación de su amor; ahora si el hombre se hace indigno de
ella, no la conseguirá. Nuestro anhelo debe estar dirigido a conseguir esta
vida, pues si Jesús renunció a todos los reinos
del mundo, obedeció a Dios hasta la renuncia de esta vida, para
recuperarla (cfr. Mt. 4,8; Jn.10, 17).
La alusión al Juicio final, es donde se sabrá quienes obtiene la vida, y reciben la paga a sus obras, la
sentencia es según como se haya vivido, en
cambio otros incurren, en perdición eterna. Lo que conduce a la vida
eterna, es renunciar a la propia vida,
por amor a Jesús (cfr. Mt. 25, 31-46). Sólo el amor que tengamos a Jesucristo
será la medida con que llevemos la cruz
que nos tiene reservada a cada uno de sus discípulos.
Escuchemos
a Teresa de Jesús. “Pues veis aquí,
hijas, a quien más amaba lo que dio, por donde se entiende cuál es su voluntad. Así que éstos son sus
dones en este mundo. Da conforme al amor
que nos tiene: a los que ama más, da de estos dones más; a los que menos, menos, y conforme al ánimo que ve en cada uno
y el amor que tiene a Su Majestad. A
quien le amare mucho, verá que puede padecer mucho por El; al que amare poco, poco. Tengo yo para mí, que la
medida del poder llevar gran cruz o
pequeña, es la del amor. Así que, hermanas, si le tenéis, procurad no
sean palabras de cumplimiento las que
decís a tan gran Señor, sino esforzaos a pasar lo que Su Majestad quisiere. Porque si de otra manera
dais la voluntad, es mostrar la joya e
irla a dar y rogar que la tomen, y cuando extienden la mano para
tomarla, tornarla Vos a guardar muy
bien.” (Camino de Perfección 32,7).
Lecturas
bíblicas
En este
evangelio contemplamos, una vez más, cómo la fe suplicante de un padre por la salud de su hijo, que es un lunático,
un endemoniado epiléptico, que como el centurión había rogado por la salud de su criado y la cananea
por la de su hija, que se lastima la
salud, por esta enfermedad (cfr. Mc. 9,14-29). Quizás el hombre, no
quería molestar a Jesús, como el centurión,
de ahí que intenta lograrlo por medio de sus
discípulos, pero que no consiguieron hacerlo (vv. 14–16; cfr. Mt. 8,8).
Si bien la respuesta de Jesús es poco
alentadora, finalmente acepta expulsar el demonio, y devolverle la salud (vv.17-18). Estas palabras las podemos
considerar como un desahogo de Jesús por
la falta de fe, el pueblo está ávido de milagros, pero no aceptan sus palabras, los apóstoles han fracasado, las
autoridades religiosas lo rechazan, etc.
Jesús está cansado, pero así y todo, renueva su esperanza, impulsado por
la caridad, trajeron al niño y lo sanó.
Sufre por tener que soportar la incredulidad de
los hombres, son los dolores de su alma (cfr. Hb.5, 7), incluidos los
apóstoles. Esta actitud de Jesús,
resulta conmovedora y consoladora. La primera nos hace testigos de los sufrimientos del Mesías, consoladora, porque Jesús se
muestra verdadero hombre, se conmueve,
lo que nos trae todos los bienes de la salvación. Esta curación da motivo al evangelista para
centrarse en la instrucción de la fe a los
apóstoles (vv.19-21). Si Jesús dice que hace falta un “poco” de fe para
obrar milagros, ¿qué era entonces la
falta de fe de los apóstoles?, sino poca fe. El grano de mostaza, es decir, la poca fe para obrar
maravillas es necesaria pero no se trata
de cantidad, sino de calidad; se trata de una fe, sin dudas, sin
vacilaciones. Lo fundamental es tener
fe, es una participación en el poder de Dios, para quien nada es imposible (cfr. Lc. 1, 37). Los discípulos
tienen dificultades para creer en Cristo,
poca fe, sobre todo, cuando anuncia su Pasión y las condiciones para
seguirle. En ellos, no se trata de
incredulidad, sino una fe insuficiente, no plenamente desarrollada, que no ha llegado a la
comprensión total, que de vigor a toda su
existencia del creyente. Tienen fe, pero endeble, mediocre, pusilánime.
La fe no traslada las montañas, sino a
los hombres de la muerte a la vida, transformar sus vidas, para ser trasladados a vivir en Dios.
Quien deja su vida en las manos de Dios,
y cree y tiene fe, hace mucho más que trasladar montañas.
Teresa de
Jesús, a lo largo de su vida, tuvo una fe muy probada desde su juventud, precisamente para la obra que Dios le habría
de inspirar más tarde. “Pues si cuando
andaba en el mundo, de sólo tocar sus ropas sanaba los enfermos, ¿qué
hay que dudar que hará milagros estando
tan dentro de mí, si tenemos fe, y nos dará lo que le pidiéremos, pues está en nuestra casa? ”
(Camino 34,8).
P. Julio González C.