DECIMA QUINTA SEMANA DEL
TIEMPO ORDINARIO
(Año Impar. Ciclo C)
Fr. Julio González C. OCD
Contenido
Lecturas bíblicas
a.-
Dt. 30, 10-14: El mandamiento está muy cerca de ti; cúmplelo.
El
autor sagrado nos presenta un problema teológico que puede suscitar el tema de
la Ley y su trascendentalismo casi inaccesible (cfr. Dt. 29-30). La alianza se
expresa en la Ley, de ahí su cercanía y comprensión por parte del hombre, pero
la objeción tiene mucho de real, porque no hay que olvidar que la alianza es
relación con Dios en su misterio, distante, inaccesible. Es cuando el autor
sagrado, nos recuerda que Yahvé es
cercano en su revelación, accesible en su Ley. Trascendencia divina y cercanía,
se expresan en una voluntad hecha alianza. Desde esta perspectiva la Ley no es
tan misteriosa ni inaccesible; no hay que ir por ella al cielo, ni correr
grandes distancias para alcanzarla o conocerla: está dentro de la alianza, por
lo mismo, en medio del pueblo, la tiene en su memoria, en corazón o interior,
en sus labios para pronunciarla. Se conjugan el origen divino de la Ley, y
su encarnación o materialidad en la
palabra humana. Por ella, viene Dios en el Sinaí a su pueblo Israel; el pueblo
fue convocado para ir al encuentro del Dios trascendente, pero que ahora, se
hace compañero de camino de aquellos que obedecen sus mandatos. La finalidad de
la Ley pasa ahora por otra fase: que el destinatario la haga suya, es decir, la
interiorice, la asimile como su vida (cfr. Jr. 31, 33). Sin esta asimilación la
Ley, se convierte en un yugo insoportable de llevar. Nace el deseo de
corresponder con diligencia a la voluntad divina, con Dios que se ha revelado
Salvador; es entonces, cuando el cumplimiento de la Ley, viene impulsado desde
lo interior. Es la fuerza de Dios que irrumpe en el hombre, donde ya no hay
distancia entre el hombre y la Ley, que el autor sagrado expresa en palabras
como: en tu corazón, en tus labios a tu interior aluden que desde ahora la Ley
está dentro del ser humano. Es Dios y su voluntad que se hace vida en la
existencia de la persona; es ÉL quien pronuncia la palabra que se encarna en la
Ley, y da la fuerza para corresponder al querer divino con presteza.
b.- Col. 1, 15-20: Todo fue creado por
Él y para Él.
Pablo
presenta a los cristianos de Colosas todo el misterio de Cristo desde la
creación del mundo hasta su consumación. El apóstol, fundamenta toda su
predicación desde el misterio central de la fe cristiana: la Resurrección de
Cristo. Es el comienzo de la nueva creación, el Primogénito de entre los
muertos (cfr.1 Cor. 15, 20-23; Rm. 1,14); primicia de
la Resurrección, restaurador de todo lo que existe. Con Él comienza la nueva
etapa de la historia, cuyo fin
conoceremos en la hora de la consumación escatológica, el final de los
tiempos. Pablo despliega el proyecto de la nueva economía de la salvación,
remontándose a la creación, cuando Dios crea al hombre a su imagen (cfr. 1Cor.
15, 45-48; Rm. 5; Gn. 1, 26-27), con lo cual, está
pensado ya en Cristo Jesús, nuevo Adán, que llevará acabo esa semejanza con
Dios a su plenitud. Al Dios vivo lo puede representar sólo Aquel que ha vencido
la muerte: Jesucristo el Señor. Por eso, Cristo es el Primogénito de toda
criatura, el primero en el orden de la creación que lo concentra todo y desde
lo que todo queda supeditado. Con su resurrección, Jesucristo queda íntimamente
unido a todo el cosmos para que alcance su plenitud; en ÉL todo llega a su
plenitud, destino que tienen todas las cosas desde el principio. Pero lo
admirable de esta visión, es que Jesucristo, se ha implicado a fondo con la
miseria humana al asumirla en su encarnación, y sucumbiendo a todos sus
componentes, menos el pecado, pero incluida la muerte. Es el gesto salvador por
antonomasia, y no un destello de heroísmo; Cristo muere para resucitar. Los
bautizados tienen vida nueva, cuando son
sumergidos en la muerte de Cristo (cfr. Rm. 6). Las
realidades terrenas, para el discípulo de Jesús de Nazaret, están cristificadas, es decir, llenas de la presencia de Aquel,
que quiso hacerse uno de nosotros para conducirnos al Padre, donde nos espera y
darnos parte de su gloria.
c.- Lc. 10, 25-37: El buen samaritano.
¿Quién es mi prójimo?
El
evangelio, nos presenta la pregunta de un doctor de la ley, o sea, un entendido
en la Ley de Moisés, es lógica después de haber hablado Jesús a los discípulos que sus nombres están inscritos
en el cielo. Era obvio preguntar por la
vida eterna, y cómo llegar a ella (cfr. Mc. 10,17), interrogante que la gente dirigía a los
maestros de la Ley. La pregunta era por las obras que debían realizar, para
heredar la vida eterna. ¿Qué era la vida
eterna? Siglos atrás los judíos, habían comenzado a creer en la vida eterna, lo que diferenciaba a
justos y pecadores. El texto más concreto
de esta esperanza es: “Muchos de los que duermen en el polvo de la
tierra se despertarán, unos para la vida
eterna, otros para el oprobio, para el horror eterno.” (Dn. 12, 2). La
inquietud del legista, se asemeja a la del joven rico, por ello quiere estar seguro. Jesús, como buen Maestro,
reconoce que el hombre es un entendido
en la ley, y le exhorta a escudriñar las Escrituras: ¿qué hay escrito en
la Ley? (v. 27). El jurista responde con
el mandato de amar a Dios y al prójimo, nada original, todo basado en la
palabra de Dios (cfr. Dt. 6,5; Lv. 19,18). Sin
embargo, en la respuesta hay toda una
novedad, porque el jurista une los dos mandamientos, los pone en paralelo; Jesús le da la razón al
doctor de la ley. Lo que más se le parece,
es la denuncia que el Señor hace del culto falto de justicia y misericordia
(cfr. Am. 5, 21-24; Os. 2, 21; Miq. 6, 6-8; Is. 9, 1-6; Jer. 7, 1-11). Pero el jurista
pregunta hasta dónde, llega el mandato
en la vida práctica: ¿quién es mi prójimo? (v. 29). Jesús responde con una parábola, donde queda claro el obrar
divino y el humano. A partir del obrar del
hombre, se hace comprensible el obrar de Dios. El hombre que bajaba a
Jericó, fue asaltado y quedó medio
muerto por los ataques sufridos. Pasan de largo, el sacerdote como el levita, al verlo tirado,
pensaron que estaba muerto, no quisieron
tocarlo, pues el contacto con cadáveres, causaba impureza legal (cfr.
Lev. 21,1). En este caso, los movió el
propio interés, y no el amor compasivo. Como hombres religiosos conocían el precepto, pero
establecían una separación entre el culto y la
misericordia. El samaritano, en cambio, se compadeció supera la
animadversión que existía entre judíos y
samaritanos. Su compasión es fecunda, porque realiza sus acciones a favor del necesitado desde
montarlo en cabalgadura, hasta curarlo en
la posada. La pregunta de Jesús: “¿Quién de estos tres te parece que fue
prójimo del que cayó en manos de los
salteadores? ÉL dijo: El que practicó la misericordia con él. Díjole
Jesús: Vete y haz tú lo mismo.” (vv. 36-37). En la pregunta del fariseo, el centro, es el mismo; en la de
Jesús, el centro es el prójimo, el
necesitado. Desde ahora, todo necesitado será prójimo para el discípulo
de Jesús; donde la necesidad llame a la
misericordia, llama a la acción, al precepto del amor. La respuesta del fariseo satisfizo a Jesús
nuevamente, y le manda: “Haz tú lo
mismo” (v. 37). El amor al prójimo es obrar a favor del otro ser humano
necesitado (cfr.1Jn.3,18;Sant.2,15ss). Los ministros
del templo, servían a Dios, pero no al
prójimo; el samaritano los superó a todos, cumplió con todo, por eso
Jesús recuerda las palabras del profeta:
“Misericordia quiero y no sacrificio” (Os. 6,6). La mejor disposición interior para cumplir este
único precepto, es sentir misericordia,
conmoverse las entrañas ante la miseria humana (cfr. Mt. 5,7). Lo que
nos presenta la realidad exige una
respuesta, eso ha de hacerse; es la entrega a la voluntad de Dios. El que ama a Dios, obra
frente a la miseria humana.
Santa
Teresa de Jesús, pone el amor y la verdad como exigencias a la hora de amar al prójimo. “Si queréis ser buen deudo,
ésta es la verdadera amistad; si buena
amiga, entended que no lo podéis ser sino por este camino. Ande la verdad en vuestros corazones como ha de andar por la
meditación, y veréis claro el amor que
somos obligadas a tener a los prójimos.” (CV 20,4).
Lecturas bíblicas
a.- Ex. 1,8-14.22: Tiranía de los
egipcios.
b.- Mt. 10, 34-42; 11,1: Jesús, señal
de contradicción.
Este
evangelio nos presenta a Jesús como signo de contradicción (vv.34-36), la
renuncia que exige seguir a Jesús (vv.37-39), y la conclusión del discurso
apostólico (vv.40-42). Encontramos una enorme contradicción de un Mesías, que
está llamado a ser Príncipe de la paz, que contradice la lucha por la paz de
tantos hombres que con las armas quieren conseguirla, y predica la
bienaventuranza que alaba y bendice a los pacíficos, pues serán llamados hijos
de Dios y uno de los mensajes de sus discípulos en su predicación es desear la
paz a las personas y pueblos, que los acojan como misioneros de Jesús (cfr. Is.
9, 5; Lc. 10, 7-15). La lucha de Jesús y su espada, no son germen de violencia como
la que conocemos, no es declaración de guerra contra nadie. Reprendió a sus
discípulos Santiago y Juan, que invocaban un castigo del cielo (cfr. Lc. 9,
54-55). La lucha, es más bien, de parte de los hombres contra Cristo Jesús, su
Iglesia y sus miembros. Lo que lleva a la división entre los hombres, es la
presencia de Jesús, su Evangelio, sus actitudes y criterios; podemos afirmar
sin temor que su espada, es el evangelio, es decir, la palabra de Dios. Mensaje
de salvación, buena noticia que exige fidelidad en el amor, negación, para que
por medio de la fe, esperanza y caridad llegar a la unión con Dios. No todos
están dispuestos, por falta de amor a Dios a la renuncia, una fe confiada, una
esperanza cierta en la vida eterna. Esta división, de la que habla el
evangelio, ya la primitiva comunidad de Mateo la había vivido, experimentado,
con el decreto de expulsión de la Sinagoga para todo aquel que confesase su fe
en Jesús, como Mesías de Dios. Esto trajo la división de las familias y
comunidades, es la queja de Miqueas (cfr. Miq.
7,1-7), que contempla, y los hombres con él, las consecuencias de la apostasía de Yahvé en
Israel: jueces corruptos, todos enemigos de todos, destruidos los lazos
familiares. El día del Juicio se acerca, vislumbrado por el profeta, llegan con
Jesús de Nazaret y el Reino, con un mensaje de paz, viene como espada que
divide lo bueno de lo malo, a los creyentes de los que rehúsan creer; espada de
una decisión a la que se enfrenta todo hombre. La falsa paz, corrompida, es la
borra toda oposición entre Dios y
Satanás la que deja todo como estaba. La verdadera paz en Cristo nuestra
reconciliación (cfr. Rm. 5,11; 2 Cor. 5,18; Ef.
2,11-22). La palabra de Jesús es espada que puede separar a los parientes
dentro de una familia, por la decisión que tomen respecto a ÉL, causa de dolor,
pero no de enemistad hostil o irreconciliable. En un segundo momento, Jesús,
exige la respuesta desde el amor, antes que la propia familia, es un amor
sobrenatural: amar a Dios y al prójimo, incluido el esposo y los hijos desde el
amor que se tiene al Hijo, es el único camino que Dios Padre nos propone para
llegar al Cielo. La decisión consiste en optar por Cristo sí o no. Quien no
toma la decisión, no es digno de Cristo, lo que no significa que ame más a su
familia, con un corazón dividido no se logra plenitud humana ni cristiana. La
cruz, es el mayor signo de un amor victorioso, vencedor de la muerte, del
pecado y de Satanás; tomarla cada día será no sólo seguir a Cristo sino hacer
de la vida una entrega hasta el final. En un tercer estadio, encontramos el final
del discurso apostólico (cfr.Mt.10). El enviado es como el que envía, en este
caso dos envíos que obran misteriosamente. Jesús es el Enviado por el Padre,
que a su vez envía a sus discípulos a predicar, los hombres los pueden acoger con la fe o con el rechazo e
incredulidad, así también acogen o rechazan a Jesús como al Padre. Finalmente,
Mateo nos presente una incipiente estructura de la Iglesia del evangelista: los
profetas, hombres de Dios que enseñan la fe; los justos, hombres que
acreditados por una vida integra, son ejemplos de fe y servicio a la comunidad;
los pequeños que son el pueblo de Dios, que sin responsabilidades jerárquicas
constituyen los preferidos del Señor y la comunidad debe cuidarlos con
dedicación especial (cfr. Mt.18,10-14).
Si
bien Teresa de Jesús está pensando en sus comunidades religiosas, hoy pensamos
en con ella en la Iglesia, la familia, la sociedad, finalmente en cada uno en
forma personal. Necesitamos de la paz que nace del encuentro frecuente con
Jesucristo, Príncipe de la paz (Is. 9, 5). “Paz, paz, hermanas mías dijo el
Señor, y amonestó a sus Apóstoles tantas veces. Pues creedme, que si no la
tenemos y procuramos en nuestra casa, que no la hallaremos en los extraños” (2M
1,9).
Lecturas bíblicas
a.- Ex.2,1-15:
Nacimiento y juventud de Moisés.
b.- Mt. 11, 20-24: Ay de ti Corazaín, ay de ti Betsaida. Llamada a la conversión.
Estas
ciudades mencionadas están alrededor del mar de Genesaret,
donde más estuvo Jesús fue en Cafarnaúm. Las ciudades de Tiro y Sidón, también
son mencionadas como ciudades paganas, fueron acreedoras de la ira divina (cfr.
Is. 23,1-14; Am.1, 9-10; Ez. 26-28); sin olvidar Sodoma y Gomorra, ciudades
pecadoras por excelencia (cfr.Gn.18, 16-19,29). Fueron invitadas a la
penitencia y no respondieron; a mayor actividad de Jesús, mayor responsabilidad
de parte de ellos. “¡Ay de ti!”
(v.21), es el llamado a la desventura, la contraparte es: “bienaventurados”,
llama a la salvación. Serán juzgadas con mayor severidad, que las ciudades de
Tiro y Sidón, porque en ellas, Corazaín y Betsaida, Jesús
hizo grandes milagros; si en las dos ciudades primeramente nombradas, Tito y
Sidón, se hubiesen hecho los milagros que ahora el Mesías realiza, esas
ciudades se habrían convertido hacía tiempo
(vv. 21-22). Pero el juicio más fuerte es para su ciudad: “Y tú,
Cafarnaúm, ¿hasta el cielo te vas a encumbrar?
¡Hasta el Hades te hundirás!
Porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que se han hecho en
ti, aún subsistiría el día de hoy. Por eso os digo que el día del Juicio habrá
menos rigor para la tierra de Sodoma que para ti.” (vv. 23-24; Mt. 9,1).
¿Cuáles milagros fueron hechos en estas ciudades? No lo sabemos con exactitud.
Los milagros son obras de Jesucristo, que actúa con el poder de Dios, sobre Satanás,
los elementos de la naturaleza, la enfermedad, y la muerte. Milagros son la predicación y las obras, que llaman a
la conversión, sobre todo en las ciudades más pecadoras. La más responsable es
Cafarnaúm, porque ahí Jesús estuvo más tiempo, se hacía presente el Reino de
Dios, con su presencia y palabra, milagros y acciones. Las palabras que usa
Jesús, son la referidas por el profeta, cuando condena a Babilonia (cfr. Is.
14, 13-15). La predicación de Jesús, ayer como hoy, exige una respuesta personal
a su invitación; la respuesta es tan importante, que tiene repercusión en el
ingreso a la vida eterna, o en su auto-exclusión de la misma. La verdadera respuesta es la conversión
personal a la que nos llama la Iglesia, en nombre de Jesús, a los valores y
actitudes del Reino de Dios. Vemos tanta falta de Dios e increencia entre los
hombres, egoísmo manifestado en todas sus formas, que Dios nos pide generosidad
para creer en eso que Jesús nos predicó y enseñó con su vida. La oración
frecuente al Espíritu Santo y la vida teologal, como sacramental, son la fuente
de la cual mana la savia divina que nos hace testigos veraces del Resucitado.
La
nueva Teresa de Jesús, nace del encuentro con Jesús de Nazaret, convertida a su
amor, gracia de arrepentimiento y unión que la purifica y levanta al diálogo
divino con Aquel, que la ama desde siempre en lo
interior. “Comencé a leer las Confesiones de San Agustín…Cuando llegué a su
conversión y leí cómo oyó aquella voz en el huerto, no me parece sino que el
Señor me la dio a mí (la conversión)” (V 9, 8).
Lecturas bíblicas
a.- Ex. 3,1-6.9-12: La zarza ardiendo.
b.- Mt. 11, 25-27: Te doy gracias Padre.
Este
evangelio nos habla de la filiación divina de Jesucristo, Hijo de Dios, su
relación con su Padre. Esta realidad nos hace pensar que Dios es Padre de Jesús
y nuestro a través de ÉL de todos los creyentes, núcleo de su predicación a los
hombres. La paternidad divina, define de algún modo la relación de los hombres
con Dios, si la aceptan, pero sobre todo, es de Dios a los hombres, porque la
iniciativa es suya. Dios no solamente es Padre, son también Creador de todo
cuanto existe, cielos y tierra, que ahora conserva en su subsistencia (cfr.
Gn.1,1). No hay otro Dios fuera de ÉL, todo cuanto
existe está subordinado a ÉL, como Señor. Encontramos una acción de gracias a
Dios Padre, por la revelación que hemos conocido, y la hace Jesús a nombre de
todos. El contenido de dicha revelación son los misterios del Reino, y termina
este pasaje con una invitación a llevar su yugo. La acción de gracias por
haberla ocultado a los sabios y entendidos de este mundo, es una referencia al
rechazo que escribas y fariseos había hecho de la persona y palabra de Jesús de
Nazaret. Ellos eran los sabios de la Ley, en cambio, los misterios del Reino,
desbordan los límites de la sabiduría humana. Sólo aceptan los misterios del
Reino, los que son conscientes de su pobreza interior, pequeñez que busca de
Dios para llenar ese vacío de la propia existencia, por ello la primera de sus
bienaventuranzas está dedicada a los pobres de espíritu (cfr. Mt.5, 3). Características
que se pueden encontrar en aquellos que buscan la verdad, doctos o no, como el
ejemplo de Nicodemo (cfr. Jn. 3,1-21). Sólo donde hay humildad, se despliega el
misterio de la paternidad divina, en cambio, donde se refleja la
autosuficiencia religiosa, es imposible conocerlo, y mucho menos aceptarlo. En un
segundo momento de este evangelio, Jesús se define como el único Revelador del Padre, y esto es fruto
del conocimiento que tiene de ÉL.
Conocimiento que el pueblo judío admitía, como reconocimiento de la elección
que Yahvé había hecho de Israel su pueblo elegido. Sólo su pueblo elegido
conocía a Dios; ÉL había entregado su revelación. La relación de Jesús con su
Padre, se justifica desde la intimidad divina: “Todo me ha sido entregado por
mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien
nadie sino el Hijo, y aquel a quien el
Hijo se lo quiera revelar” (v. 27; cfr. Jn. 3, 11. 20). Dios se revela a los
sencillos y de corazón humilde; aceptar a Jesucristo, consiste no en ciencia
alguna, sino en acoger la revelación gratuita de Dios a los que ama. La fe, es
la ciencia de creer en Dios Padre y en su Hijo, su objeto es la experiencia de
vida, de comunión con Dios y el prójimo y especialmente una vivencia entrañable
de la intervención de Jesucristo en el que tiene fe y lo acepta como Señor.
Sólo los humildes conocen a Dios, intuyen su querer, conocen sus secretos y en
este sentido los Santos Doctores de la Iglesia como Teresa de Jesús, Juan de la
Cruz son un ejemplo de creyentes de excelencia.
Teresa
de Jesús, nos invita a vivir la humildad delante de Dios y de los hombres, pero
sobre todo con nosotros mismos, en el sentido de conocernos lo suficiente para
saber cuánto necesitamos de Dios y de los demás, reconocerlo y obrar de acuerdo
a la voluntad de Jesús que se hizo uno de nosotros por nuestro amor y
salvación. “No está el amor de Dios en lágrimas…sino en servir con justicia,
fortaleza de ánima y humildad” (V 11,13).
Lecturas bíblicas
a.- Ex. 3, 13-20: Revelación del
Nombre divino.
b.- Mt. 11, 28-30: Soy manso y humilde
de corazón.
En
este evangelio encontramos una invitación al descanso a todos los pobres y
hambrientos, la gente sencilla, los apenados y enfermos. Uno podría
preguntarse: ¿De qué estamos cansados? En los tiempos de Jesús el yugo se
refería a la observancia estricta de la Ley mosaica que el pueblo ya no
soportaba tantas prescripciones que ya
ni las conocían ni observaban; Ley que había sido dada para la salvación y la
vida (cfr. Ez. 20,13). Por eso, los maestros fariseos y escribas, consideraban
como malditos de Dios al pueblo
ignorante (cfr. Hb. 15,10). El descanso al que invita
Jesús, es a sentirse aliviados del peso de la Ley de Moisés, su absolutismo, y
acoger el yugo suave de su doctrina, que consiste primeramente en la acción del
Espíritu Santo en lo interior del creyente, poniendo la fuerza necesaria para
cumplir los mandamientos, las bienaventuranzas, y lo más importante el amor a
Dios y al prójimo. El yugo de Cristo, es suave y ligero, porque viene al hombre
con humildad, desde su misterio de haberse hecho uno como nosotros (cfr. Flp.
2,5); lo acoge para que descanse en ÉL y le invita a la mansedumbre para que
desde esta experiencia comience el camino de una intimidad divina que lo haga
un discípulo y revelador del amor de Dios en su vida para el prójimo (cfr. 1Jn.
5,3). La ley de Cristo, es yugo llevadero porque nace de la alegría y de la
confianza en Dios; Jesús es más exigente, como vemos en las bienaventuranzas,
que los rabinos judíos, pero la diferencia está en que es Maestro manso y
humilde, y no despótico (cfr. Zac. 9, 9). Esa
religión y moral, basada en normas y leyes, sin alegría, desgraciadamente
todavía se vive en la Iglesia de hoy porque muchos cristianos, lo entienden
como un mero cumplimiento. La religión fundada por Jesucristo está basada en el
evangelio, anuncio alegre de la salvación, libertad y gozo, amor a Dios y al
prójimo. Creemos y seguimos a Jesús, creemos en su palabra y en los valores que
encarnó y predicó; exige una respuesta de amor. Como bautizados, el Espíritu
Santo ora en nuestro interior, como hijos con el Hijo al Padre. ¡Padre nuestro!
Esta relación de filiación divina posibilita la respuesta a la voluntad de ese
Padre Dios que nos ama y une a su Hijo e ingresar en la vida eterna.
La
Santa Madre Teresa, exige cultivar esta virtud para ser verdadero cristiano
orante y contemplativo; conocer la propia verdad o realidad a la luz de la
verdad de Dios. “Una vez estaba yo considerando por qué razón era nuestro Señor
tan amigo de esta virtud que la humildad, y púsome
delante esto: que es porque es suma Verdad, y la humildad es andar en verdad”
(6 M 10,7).
Lecturas bíblicas
a.- Ex. 11,10; 12, 1-14: La
institución de la Pascua.
b.- Mt. 12, 1 -8: El Hijo del Hombre
es Señor del sábado.
Nos
encontramos con Jesús en uno de los enfrentamientos con los fariseos y
escribas, en su afán de liberar al hombre de la esclavitud de la religión
judía. Lo peor es que lo hacían en nombre de Yahvé y de su ley. El sábado se
santificaba con el descanso de todo tipo de trabajo, y se pasó de una ley
humanitaria, a una institución sagrada, pero no al servicio del hombre, sino
más bien, para ser servida por el hombre. Jesús proclama que el sábado fue
hecho para el hombre, y no al revés (cfr. Mc. 2, 27); palabras que sonaron a
blasfemia. Se había llegado a medir los pasos que el piadoso judío debía
caminar para no faltar al descanso del sábado (cfr. Hb.
1, 12). ¿Arrancar espigas y comerse los granos mientras se va de camino, se
puede considerar un trabajo? ¿Era lícito o no hacerlo en sábado? (v. 2). La ley había establecido que
se podía hacer, lo que los fariseos inculpan a Jesús por haberlo consentido y
no haberlo impedido en sábado: Si entras en el sembrado de tu amigo, podrás
cortar espigas y desgranarlas con la mano, mas no echar en ellas la hoz” (Dt.23,
25). Según la estricta interpretación el hecho de arrancar las espigas y
frotarlas, era considerado un trabajo en sábado, por lo tanto, prohibido. Jesús,
les va a demostrar a los fariseos cómo se quebrantó el sábado en el pasado. Jesús
responde recordando lo acontecido con David, testimonio al que se podía apelar,
que comió él y los suyos los panes reservados para los sacerdotes en el templo,
aunque este texto, no señala que fuera en sábado. David en esa ocasión huía de
Saúl, hizo que Abimelek, le diera el pan ofrecido a
Dios, que comían sólo los sacerdotes; David prefirió dar de comer a sus
soldados no hizo caso de esa disposición y favoreció la vida de sus soldados
(cfr. 1Sam. 21,2-7). Se resalta aquí la libertad de David y de Jesús. Con ello
establece Jesús que el sábado no es un absoluto: primero está la necesidad
humana, el hambre en este caso, antes que la ley del sábado, como hizo David y
sus hombres. Todo anima a Jesús a presentarse como el Señor del sábado. Sólo el
que viene del cielo, el Mesías, puede violar el sábado; si David comió los
panes consagrados, cuanto más podía hacer el descendiente de David. El culto
que los sacerdotes tributaban a Dios en sábado, era trabajo, considerado como
el segundo argumento de Jesús contra la interpretación de los fariseos (v.5-6).
Ellos debían inmolar las víctimas, recoger los dones y la purificación de las
vasijas; todo eso estaba mandado y establecido. ¿Los sacerdotes lo hacen y no
incurren en falta? ¡Cuánto más tiene que estar presente la libertad, cuando
aquí hay uno más grande que el templo! (v.6). Palabra fuerte, considerando que
no hay, mayor santuario en Israel, que el templo de Jerusalén, que garantiza la
presencia de Dios. Palabras que reaparecerán en el juicio contra Jesús (cfr.
Jn. 26,61; Hch.7,47-50). En los tiempos mesiánicos, el templo asegura la proximidad de Dios, porque
en Jesús de Nazaret, está Dios presente
en forma visible; es el Emmanuel, Dios con nosotros. Esa dignidad es
inmensamente mayor que la edificación, la casa, el templo, construido sólo de
Piedra y metales preciosos. Jesús es más que el templo, que David; sólo Dios
era más grande que el templo. La acción de David, que era menos que el templo,
quiso reparar o cubrir una necesidad humana de él y su gente; ahora bien, Jesús
que es más que todo eso, les pide a sus adversarios que mediten qué significa: “Misericordia quiero y no sacrificio”
(Os. 6, 6). Coloca una escala de valores que hace valer como argumento: Dios
quiere el corazón, la obediencia la confianza, en definitiva la fe y la
justicia del hombre al servicio de su economía de salvación. Los sacrificios si
el hombre los ofrece, también los acepta, pero sin exonerarnos de la
misericordia, por cumplir escrupulosamente las prescripciones litúrgicas. No es
una objeción al templo, al culto o a los sacrificios. Más importante que el
sábado y los sacrificios del templo, es la misericordia con el necesitado, con
el hambriento en este caso, y esto sí es voluntad de Dios. Jesús nos invita a
adorar a Dios en espíritu y en verdad (cfr. Jn. 4, 24), es el alborear de un
tiempo nuevo, los del Mesías. Llevar el culto dominical a la vida y la vida al
culto cosa de hacerlo más humano y divino. Lejos de nosotros, caer en
ritualismos vacíos, que no aseguran la salvación; sólo quien hace la voluntad
de Dios y obedece a Jesús, encuentra salvación. La celebración eucarística, nos
dona su Palabra, su Cuerpo y Sangre para tener vida eterna hoy.
Teresa
de Jesús, en la Humanidad de Cristo, descubrió el camino para ir a Dios, en un
tiempo, como ahora, en ciertas corrientes espirituales, la Humanidad de Cristo
era considerada un impedimento para los orantes avanzados. La Santa luchó
contra estas teorías: Jesús es camino siempre hacia el Padre. “Veía que aunque
era Dios, era Hombre, que no se espanta de las flaquezas de los hombres” (V
37,5).
Lecturas bíblicas
a.- Ex. 12,37-42: Salida de los
israelitas.
b.- Mt. 12, 14-21: Jesús es el Siervo
de Yahvé.
Nuevamente
nos encontramos con Jesús enfrentado a los fariseos que le critican sanara a un
hombre con la mano paralizada en sábado, en la misma sinagoga. Es el momento en que los fariseos deciden
eliminar a Jesús (v. 14); ÉL sigue haciendo el bien a quienes lo necesitan,
sólo les pide que no lo digan a nadie. ¿Cuál es el motivo para imponer
silencio? La prudencia le aconseja evitar nuevos controversias con los
fariseos, necesitaba tiempo para exponer su doctrina y su mesianismo. Jesús se
aparta de sus adversarios por un tiempo, parece pasado el tiempo en sus obras
hablan bien de ÉL, continuará con sus obras pero no para que se hable de ÉL en
una extensa zona. El evangelista nos propone otra razón de carácter teológico y
una clave de lectura para comprender el mesianismo de Jesús: Jesús es el Siervo
de Yahvé (cfr. Is. 42,1-4), que actuará sin ostentación, con sobriedad que
busca a los pobres y necesitados, concederá la justicia a todos incluidos los
paganos. Jesús, es el Siervo de Yahvé, en que se cumplen las esperanzas de las
naciones, vive oculto en el misterio, pero se esclarece con su muerte y
resurrección, en total sintonía con el hombre pecador, al que vino a rescatar
para hacerlo hijo de Dios. Su retiro obligado, trasluce la figura del Siervo de
Yahvé, que mantiene todos los dones con que Dios lo dotó desde e comienzo. Lo hizo Emmanuel, para salvar a su pueblo de
los pecados (Mt.1, 21.23). Jesús es su Hijo amado, proclamado en el Jordán, en
quien Dios se complace, allí el Espíritu Santo se posó sobre ÉL. Sus primeras
palabras son acerca del reino y el
derecho divino sobre las naciones y no sólo Israel (v. 18; cfr. Mt. 4,17). El
profeta contempla que en el futuro el Siervo de Yahvé no marcha como jefe de un
ejército, sino que su obra es profundamente interna, sana de raíz y alienta. ÉL
no porfía, ni grita, ni reúne en las plazas con ruido de palabras (v.19). La vocación
de Jesús es la de consolar al abatido, curar las heridas, alentar el ánimo
quebrantado, en forma delicada y amorosamente, inclinarse al pecador. Anunciará
el Evangelio, no para discutirlo, sino para obedecerlo. Con esta actividad
salvífica, poco llamativa, se realiza la vocación dada por Dios a Jesús, el
Siervo, con lo que se hace triunfar el derecho: el reconocimiento de su
soberanía sobre las naciones. Todas las naciones esperan en su Nombre, incluida
Israel (v. 18). El camino del Mesías va de la máxima humillación a la máxima
exaltación, de la oscuridad a la luz, también lo que les dice al oído habrá que
proclamarlo desde las azoteas (cfr. Mt.10, 27). Este mismo movimiento, lo ve
Juan, desde la bajada de la Palabra, el Verbo de Dios y su exaltación a la
gloria del Padre (cfr. Jn.16, 28). La semilla del evangelio vive en una
religión sincera, en aquellos que aman a Dios y al prójimo, vacíos de sí mismos,
para dejarse invadir por el amor misericordioso de Dios. Como Jesús, optan por
el servicio desinteresado por los demás con el espíritu de las
bienaventuranzas. Si Jesús muere es porque libremente entrega la vida, en plena
sintonía con el plan de salvación diseñado por el Padre para todo ser humano.
La Cruz se alza desde entonces como esperanza nuestra, fuente de vida.
El
alma poética de Teresa de Jesús, nos invita en estos versos a descubrir en la
Cruz el camino de la vida verdadera que nos dejó abierto con su ofrenda al
Padre Jesucristo, el Señor por toda la humanidad. “En la Cruz está la vida y el
consuelo, y ella sola es el camino para el cielo” (Poesía 19).
Fr. Julio González C. OCD