DECIMA SEGUNDA SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO

(Año Impar. Ciclo C)

     Fr. Julio González C.  OCD


Contenido

1.DOMINGO.. 1

2.LUNES.. 1

3.MARTES.. 2

4.MIERCOLES.. 2

5.JUEVES.. 3

6.VIERNES.. 3

7.SABADO.. 4

 

 

1.    DOMINGO

Lecturas bíblicas

a.- Zac. 12, 10-11; 13,1: Mirarán al que traspasaron.

El texto de Zacarías es oscuro en su interpretación, pero el sentido que le da el evangelista Juan, realizado en Cristo, se cumple cuando el soldado le atraviesa el costado en el Calvario, da luz nueva y definitiva a este pasaje profético (cfr. Jn.19,34-37). Esto no quita que el tiempo en que se hizo la profecía fuera otro sentido. Pensemos que fue pronunciado al menos quinientos años antes, de la interpretación dada por Juan. El texto dice “Me mirarán a mí, a quien traspasaron” (v. 10). Ese “mí” no se refiere evidentemente al Mesías que habría de venir, sino a Yahvé mismo, identificado como Pastor de Israel y con la Casa de David. (cfr. Zac. 11, 13; 12,8). Mirar a Yahvé para los judíos, venía a significar, conversión delante del Señor, la auténtica postura de los Anawin, o pobres del Señor, frente a Yahvé.  Más difícil era entender aquello de “al que traspasaron” con objetividad, física y real. ¿Cómo entenderlo de Yahvé? Lo realizado con cualquiera de sus ungidos, de sus fieles, los justos, era como si se lo hicieran a Él. Es algo semejante  a las palabras de Cristo durante la conversión de Saulo (cfr. Hch. 9,4). Desde que Jesús fue herido, tenemos en Él, al verdadero signo de un Dios ofendido y redentor, cumplimiento de  la profecía. La esencia del oráculo no está en que esté traspasado, sino en que esto se cumplirá su palabra, porque Dios derramará “un espíritu de gracia y clemencia” (v.10). Ese espíritu de gracia, es un reconocimiento de saber que todo cuanto somos y   tenemos, es don y clemencia de su parte para con nosotros y a toda la humanidad. Es la acción redentora de Cristo en todo cristiano, que vive con responsabilidad cuanto ha recibido de Dios.

b.- Gal. 3, 26-29: Los que habéis sido bautizados, os habéis revestido de Cristo.

El apóstol nos invita a vivir de la fe en Cristo Jesús. La Ley fue un pedagogo en cierto modo opresor, el paso, a la libertad de la fe en Jesucristo, fue una verdadera liberación. Con la Ley se vivía en una situación de inferioridad, con Cristo se vive en libertad responsable de lo recibido por medio del bautismo y la fe. El legalismo, es una alienación que limita la realización  de las propias exigencias; se pasa de un acceso a Dios limitado por las leyes y costumbres de Israel, el legalismo de los escribas y el fariseísmo, a la vivencia de la fe; hay un solo tipo de hombre, el creyente, el nuevo ser humano cristiano, bautizado, que busca superar todo tipo de discriminación.

c.- Lc. 9, 18-24: Tú eres el Mesías de Dios.

Este evangelio es una verdadera consulta y definición acerca de Jesús (vv.18-21), primer anuncio de la pasión (v.22), y las condiciones que pone para quien quiera seguirle (vv.23-24). En la primera parte Jesús trata de recoger las opiniones de la gente acerca de su persona y su definición de Mesías. Jesús oraba antes de poner a los discípulos ante decisiones importantes (cfr. Lc. 6,12; 9,18; 22,32). La oración en este tipo de momentos adquiere su carácter pedagógico y mistagógico dentro de la comunidad eclesial. Encontramos que las opiniones del pueblo sobre Jesús la conocen los apóstoles, habían llegado hasta la corte de Herodes. Lo identifican con el profeta de los últimos tiempos, como con uno de los profetas antiguos que habían de preparar para el tiempo final. La actividad de Jesús en Galilea, separó a los discípulos del pueblo. A ellos les manifestó Jesús su poder sobre la naturaleza, los demonios, la enfermedad y el Satanás; resucitó muertos, multiplicó el pan. Tenía derecho a preguntarles a los apóstoles y recibir una opinión distinta que la que puede dar el pueblo. La pregunta en cierto sentido había estado presente entre el asombro y el sobrecogimiento en los títulos que le daban: Maestro, Señor, Profeta. Ahora quiere la opinión clara y decisiva: “Les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Pedro le contestó: «El Cristo de Dios.” (v.20). Pedro y los apóstoles le confiesan como el Mesías. Le reconocen abiertamente como el Ungido de Dios, título que recuerda las palabras del profeta: “El espíritu del Señor Yahveh está sobre mí, por cuanto que me ha ungido Yahveh. A anunciar la buena nueva a los pobres me ha enviado, a vendar los corazones rotos; a pregonar a los cautivos la liberación, y a los reclusos la libertad;  a pregonar año de gracia de Yahveh, día de venganza de nuestro Dios; para consolar a todos los que lloran” (Is. 61,1-2). Jesús es el portador de la salud, lleno del Espíritu Santo, el que publica un año del Señor. En un segundo momento tenemos el primer anuncio de la pasión. La prohibición de Jesús de contar la confesión de Pedro, es porque le falta un elemento esencial: el Hijo del Hombre debía morir y resucitar. Más que con el Ungido, Jesús se identifica con el Hijo del Hombre, que tiene que ser reprobado y llevado a la muerte (cfr. Is. 53, 3-4.8; 11-12). Si bien la misión en Galilea la comenzó Jesús como el Ungido del Señor, luego de la confesión de Pedro, Jesús la completa con la visón del Siervo sufriente de Yahvé que expía los pecados de los hombres. La acción de Jesús hay que  comprenderla desde la palabra de Dios: Salvador de los últimos tiempos y siervo sufriente de Yahvé. Finalmente,  el seguimiento que Jesús propone es a los que quieran hacer esa opción. El discípulo de Jesús va en pos de Jesús, sigue a Jesús. Si ÉL se somete a la pasión y muerte, también el discípulo está dispuesto a seguir por amor a Jesús el camino de la pasión y muerte. El discípulo se encamina a seguir en la pasión.  Esto consiste en negarse a sí mismo y cargar con la cruz, es decir, estar dispuestos a cargar los oprobios, los dolores y la muerte que acompaña a la cruz. Como discípulos que siguen al Maestro entregado a la muerte, están dispuestos a no vivir sólo para sí, olvidarse de sí mismos, y cargar la cruz, como Jesús, cada día (cfr. Hch.14,22; Lc.6,22). Quien cuida su vida la pierde, pero quien la pierde por ÉL, la gana para siempre con su resurrección.  

Teresa aprendió a ser mujer cristiana desde la Humanidad de Jesucristo, es decir desde que tuvo contacto con el Cristo del evangelio. De ahí aprendió a descubrir la gran dignidad de la persona y su capacidad de relacionarse con Dios por medio de la oración y contemplación.  “Es muy buen amigo Cristo, porque le miramos hombre, y vémosle con flaquezas y trabajos, y es compañía” (V 22,10).


2.    LUNES

Lecturas bíblicas

a.- Gn. 12, 1-9: Abrán marchó como le había dicho el Señor.

b.- Mt. 7, 1-5: El juicio. Sácate primero la viga del ojo.

Estos proverbios tienen un trasfondo, el principio de la retribución, cimentado en una norma de paridad: lo que hagas a otro, lo mismo te harán a ti. El que juzga y mide las obras y acciones del ser humano es Dios. ¿Podríamos resistir nosotros el juicio o la medida de Dios, tal como lo hacemos con nuestro prójimo? Las Escrituras manifiestan constantemente la culpabilidad del hombre, pero además, la recomendación de no hacerlo, buscando caminos de comprensión, perdón y misericordia. Tendemos por naturaleza a enjuiciar, lo que lleva a condenar. Jesús prohíbe juzgar al prójimo en vista de no ser juzgados con rigor. Quien juzga se atribuye un derecho que no tiene, con lo que queda remitido a esa medida que usó con el hermano, la misma sentencia que Dios único Juez, pronunciará sobre él. Jesús convierte la conducta con el prójimo, el perdón, como la norma con que actúa Dios con nosotros; sólo quien perdona al prójimo puede esperar perdón de Dios (cfr. Mt. 6, 12. 14s). La medida que usamos con el prójimo, la usará Dios con nosotros (cfr. Sant. 2,13).    En el tiempo de Jesús, se hablaba de la medida legal y de la bondad o de misericordia. Él nos juzgará por la medida que nosotros usemos en esta vida. La medida de los fariseos, era muy dura con el pecador a quienes condenaban sin piedad, pero Jesús, manda a hacer todo lo contrario, no juzgar (cfr. Mt. 9,12-13; Lc. 7, 40ss; 15,2). Pablo, no olvida esta enseñanza y habla con frecuencia del temor de ser juzgado, para todos es necesaria la conversión (cfr. 1Cor. 4, 4; 9, 26-27; 2 Cor. 5,11). El significado de la doctrina sobre el juicio y la medida, se explica con el proverbio de la paja y la viga. Su significado es claro: la deuda que el hombre tiene con Dios es enorme, por su infidelidad y pecados, pero también, en lo que se refiere a la gracia; somos deudores de nuestro prójimo. Si a Dios no podemos pagar una deuda enorme, así y todo somos perdonamos por ÉL. ¿No seremos capaces de perdonar la pequeña deuda que el prójimo tiene con nosotros?  Las críticas, y corregir faltas ajenas, es como juzgar. En ese juicio no notamos las debilidades propias, sólo las del hermano; la invitación de Jesús es a corregir primero las propias debilidades, y luego ayudar al hermano. La hipocresía consistirá en querer parecer mejor de lo que realmente es. Debemos reconocer que seremos siempre deudores de Dios, pero podemos remediar en parte, esta situación no sólo evitando el pecado, sino siendo auténticos colaboradores de Dios y de su plan de salvación personal.

Teresa de Jesús quiere una comunidad de hermanos y hermanas donde se respete al otro y se le ayude a crecer. “Pues procuremos siempre mirar las virtudes y cosas buenas que viéremos en los otros, y tapar sus defectos con nuestros grandes pecados. Es una manera de obrar, que  aunque luego no se haga con perfección  se viene a ganar una gran virtud, que es tener a todos por mejores que nosotros, y comiénzase a ganar por aquí con el favor de Dios, que es menester en todo; y cuando falta, excusadas son las diligencias, y suplicarle nos dé esta virtud, que con que las hagamos [Dios] no falta a nadie.” (V 13,10).


3.    MARTES

Lecturas bíblicas

a.- Gn.13, 2. 5-18: No haya disputas entre nosotros, pues somos hermanos.

b.- Mt. 7, 6. 12-14: Tratad a los demás, como queréis que ellos os traten.

El primero de los proverbios (v.6), es bastante duro, si tenemos en cuenta que viene luego de habernos pedido no juzgar al prójimo y habernos mandado perdonar. Lo santo se puede referir a los  sacrificios ofrecidos en el templo, las perlas se  refiere a cosas valiosas, como el evangelio o la enseñanza del Reino. Los cerdos y perros eran considerados como animales impuros por los judíos; los no merecedores de lo santo, no se refiere a los paganos, puesto que el evangelio está abierto precisamente para ser anunciado a ellos. Nos son merecedores del evangelio, quieren lo rechazan, no lo valoran, o mantienen su cerrazón a la gracia.

El segundo proverbio (v.12), es conocido como la  Regla de oro: “Por tanto, todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos; porque ésta es la  Ley y los Profetas.” (v. 12). Síntesis perfecta de la enseñanza moral de la ley, basada en el amor al prójimo, buscando el bien del otro, como el propio. El gran rabino Hillel, lo había formulado el mismo principio, en forma negativa: “No hagas a otro, lo que no quieras para ti. Esta es la ley; lo demás es comentario”. Esta norma no es de origen cristiano, ya era conocida en el ambiente judío y griego. La novedad de Jesús, está en que eleva este proverbio a norma universal: así debe el cristiano, tratar a los demás. Otra forma de formular el precepto de la caridad, resumen de la ley y los profetas, en fin de la revelación de Dios para con el hombre. Su novedad consiste fundamentalmente que ha hablado del amor, que no conoce medida, porque se su medida la toma de Dios, que ni siquiera excluye al enemigo de su amor. Este amor espera el cristiano de otro cristiano, del compañero de camino de fe y de amor hacia la Casa del Padre. Nadie puede exigir tratado así, si primero aplicará esa pretensión así mismo. “Porque ésta es la Ley y los Profetas” (v.12), con ellos queda claro, que la Regla aurea pertenece al contenido fundamental del AT. Aquí se cumple que el evangelio no ha venido a abolir, sino a dar plenitud con un nuevo modo de entender, en clave de un profundo amor. La Ley antigua permanece pero con un espíritu nuevo. La fe cristiana no quita lo bueno, lo verdadero, lo sublime, permanece, pero con el espíritu nuevo de Jesús y en perspectiva del reino de Dios.

El  último de los proverbios (vv.13-14), se refiere a las dos  puertas y a los dos caminos (cfr. Dt. 30,15-20; Sal.1; Pr.4,18-19; 12,28; 15,24; Si.15,17; 33,14). Ese pasaje tiene ecos de la doctrina sapiencial de los dos caminos, el de la vida y el de la muerte, sobre todo en el Salmo 1, que menciona el camino de los judíos, y el de los impíos. El camino estrecho y difícil es el de la virtud; el amplio y cómodo, es  del vicio y pecado. Jesús introduce una novedad en este tema del camino al relacionarlo con la puerta, una lleva a la vida, la otra a la perdición. La primera, es decir, la vida, se consigue por medio de la renuncia, asumir la cruz de cada día, la oración, la vida teologal. Hay que saber discernir. Jesús se identificó como la puerta. “Yo soy la puerta; quien entre por mí se salvará” (Jn. 10, 9). La entrada por la puerta estrecha, es penetrar en el misterio de la persona de Jesucristo y su misión salvadora. Muchos van por la puerta ancha hacia la perdición, y pocos dan con la puerta estrecha, es decir, el primero es el camino de la mediocridad, muy transitado, el segundo el de las bienaventuranzas. Lo nuestro será encontrar la puerta que conduce a la Vida (v.14).

Teresa de Jesús habla del mandamiento del amor y cómo debemos cumplirlos, aunque en verdad andemos flacos en ello. “Cuanto a la primera, que es amaros mucho unas a otras, va muy mucho; porque no hay cosa enojosa que no se pase con facilidad en los que aman y recia ha de ser cuando dé enojo. Y si este mandamiento se guardase en el mundo como se ha de guardar, creo aprovecharía mucho para guardar las demás; mas, más o menos, nunca acabamos de guardarle con perfección.” (Camino de Perfección 4,5).


4.    MIERCOLES

Lecturas bíblicas

a.- Gn.15,1-12.17-18: Abrán creyó al Señor y el Señor hizo alianza con él.

b.- Mt. 7, 15-20: Los falsos profetas. Por sus frutos los conoceréis.

Este evangelio es toda una advertencia: cuidarnos de falso maestros, profetas o doctores que  persiguen otros intereses y no los de Dios. La invitación a ingresar al Reino de Dios, es para todos, de ahí que la comunidad de Jesús esté compuesta de buenos y malos, de trigo y cizaña. La Iglesia, como buena madre, supo aprender a buscar principios de discernimiento, desde temas referidos a la fe como a la moral, y costumbres de los hombres y mujeres que profesaban la fe. Dentro del mismo pueblo de Dios, la Iglesia aparecieron profetas, que hablaron en nombre de Dios, pero también conoció los profetas falsos. Serán los frutos, en definitiva, quienes determinan si un profeta es verdadero o falso. La imagen del árbol bíblico, tiene raíces profundas, para expresar la vida de Israel como pueblo de Dios (cfr. Is. 61, 3; Jer. 2,21; Mt. 15,13; Jn. 15, 1. 8). Todo árbol bueno, produce frutos buenos, y el árbol malo, produce frutos malos. Detrás de este criterio se encierra el principio de la unidad del hombre y sus obras, es decir, el hombre regenerado por la fe y el bautismo, da buenos frutos de santidad por su unión con Cristo Jesús (cfr. Jn.15,1-8). Por los frutos, conocemos la naturaleza y salud del árbol, por las obras conocemos a la persona. Que importante será, entonces revisarse continuamente, sobre los frutos que estamos dando día a día, en la presencia del Señor y de los hermanos. Si llevamos una vida sacramental frecuente y de calidad, hacemos oración, pues tenemos un encuentro con Jesucristo en su palabra, no podemos sino seguir dando frutos de santidad y gracia, de fe y amor.

En su tratado sobre los grados de oración, Teresa de Jesús, hace la comparación del alma con un huerto que hay que cuidar con esmero para que de buenos frutos. “Ahora tornemos a nuestra huerta o vergel, y veamos cómo comienzan estos árboles a empreñarse para florecer y dar después fruto, y las flores y claveles lo mismo para dar olor. Regálame esta comparación, porque muchas veces en mis principios, y plega el Señor haya yo ahora comenzado a servir a Su Majestad, (digo principio de lo que diré de aquí adelante de mi vida), me era gran deleite considerar ser mi alma un huerto y al Señor que se paseaba en él.” (Libro de la Vida 14,9).


5.    JUEVES

Lecturas bíblicas

a.- Gén. 16,1-12.15-16: Nacimiento de Ismael.                         

b.-  Mt. 7, 21-29: Los verdaderos discípulos.

En este evangelio encontramos otro criterio de discernimiento para la vida cristiana: ser consecuentes (vv.22-23) y pone el símil de las dos casas (vv.24-27). Si ayer nos enseñaba acerca de los verdaderos profetas, ahora se habla de todos los verdaderos creyentes, no hacen falta grandes palabras ni hermosos discursos, lo que hace falta son las obras para confesar la fe en Cristo Jesús. A Jesús se le llama Señor, sólo después de su Resurrección. Se conformó con ser llamado “Señor”, “Maestro”, como los de su tiempo, pero, es Señor, su palabra se traduce en obediencia y adhesión. Jesús, pasa de ser un humilde carpintero,  escondida su gloria, a Señor, luego de su Resurrección, Rey de reyes y Señor de señores (cfr. Ap. 19,16). Cuando habla en nombre de su Padre, lo hace como Maestro, que nos dice que nadie entrará en el Reino de Dios, si no hace la voluntad de Dios. Si alguno lo confiesa como Señor de su vida, tiene que ser consecuente y obrar como siervo, aceptando la voluntad de Dios. Se pone en evidencia la situación de algunos, que han hecho muchas cosas por el Señor, profetizar, han predicado llevando los hombres a Dios, vencido a Satanás, han hecho cosas espléndidas,  pero en definitiva, no han hecho  la voluntad de Dios (vv.22-23). Debemos tener cuidado de querer presentarnos ante Dios con soberbia o arrogancia porque podemos ser calificados como malvados el día del Juicio final. “¡Jamás os conocí; apartaos de mí, agentes de iniquidad” (v.24). Lo hacían todo en el Nombre de Jesús y por la Iglesia, pero ellos actuaban sólo, no estaban unidos a Jesús, no hacían la voluntad de Dios. El apóstol debe ser el brazo derecho y la mano del Señor resucitado; Cristo debe estar en su vida personal, como lo está en su oficio de su mensajero. Él ha conocido a quien se ha identificado con ÉL; está en él y con él, porque conoce lo que piensa y dirige sus caminos. Es un conocimiento recíproco, amoroso, actuación recíproca de uno en el otro. La carencia de este amor recíproco, por muy brillantes que sean las obras y los carismas quedarán vacíos, sin flor ni fruto. Aviso para quienes ejercen cargos pastorales sin identificarse plenamente con el Señor, les faltaron las obras que ÉL quería, como se separaron de ÉL, también se separará, lo que se puede convertir en sentencia de juicio definitivo. Si ÉL nos oculta su Rostro, sólo nos queda la muerte (cfr. Sal. 6,9). Finalmente Jesús nos enseña a oír práctica y eficazmente su Palabra, es decir, oír para obrar conforme a esa Palabra (vv.24-27). La imagen de las casas  viene a significar que en la hora de la tormenta una se mantendrá firme, porque tiene buenos cimientos, mientras la otra se derrumbará; en el día del Juicio unos entrarán en la vida, mientras otros serán excluidos de ella.  

Santa Teresa de Jesús, nos enseña que la Casa de Dios en el alma cristiana, ha de tener sólidos fundamentos, el primero y principal, vivir para Dios en el amor, y la oración personal y comunitaria al servicio de la Iglesia. “Esta casa es un cielo, si le puede haber en la tierra, para quien se contenta sólo de contentar a Dios y no hace caso de contento suyo; tiénese muy buena vida; en queriendo algo más, se perderá todo, porque no lo puede tener.” (CV 13,7).


6.    VIERNES

Lecturas bíblicas

a.- Gén. 17, 1. 9-10. 15-22: La circuncisión señal del pacto. Sara te dará un hijo.

b.- Mt. 8, 1-4: Curación de un leproso. Si quieres, puedes limpiarme.

Una vez que el evangelista nos ha presentado a Jesús como el Mesías de la Palabra, el Docente,  ahora nos lo presenta como el Mesías de los obras, Sanador, el Médico taumaturgo que se compadece ante el dolor humano (cc. 8-9). Estos milagros, más que mostrar el poder de Jesús sobre la enfermedad y su divinidad, quieren ser un anuncio del evangelio. Muy unidos a su Palabra, (cc.5-7), los milagros ahora explican, el sentido de su actividad; los hechos fortalecen su Palabra. El leproso, que se acerca a Jesús, lo primero que hace es postrarse ante Jesús,  lo llama Señor, toda una confesión de fe. Lo adora, como primera actitud. «Señor, si quieres puedes limpiarme.» El extendió la mano, le tocó y dijo: «Quiero, queda limpio.» Y al instante quedó limpio de su lepra.” (vv. 2-3; cfr. Mc. 1,40ss; Lc. 5, 12ss). Encontramos un “yo” enfático de Jesús, con autoridad propia, sólo comparable con el “Yo os digo” de las antítesis del cap. 5. Esta actitud de Jesús, hay que comprenderla en todo el conjunto de la Ley y los Profetas, como preparación a la plenitud de la revelación que encontramos en ÉL. Sólo así se comprende que vino, no a abolir la ley, sino a darle cumplimiento (cfr. Mt. 5, 17-37). Jesús no teme quedar impuro por tocar al leproso o ser acusado por los adversarios de infringir la ley. Su gesto de extender la mano es el gesto de quien vence al enemigo, es este caso la enfermedad, lo rescata de la muerte, y lo devuelve a la comunidad, a su familia. El hecho de haberle mandado al templo a presentarse ante el sacerdote, nos habla de su postura frente a la ley, pero que no lo publique, es para que dócilmente haga lo que manda la ley. Quien aparentemente infringió la ley, ahora pide se cumpla para tener la certificación completa de la curación. El don debe expresar su gratitud a Dios, de quien procede la salud y vida nueva, al mismo tiempo, ha de servir a la autoridad, para que de testimonio, de que no ha sucedido nada ilegal, sino que se ha cumplido con la ley (v.4). La ley no es suprimida, sino que alcanza su plenitud: a pesar de haber desaparecido la enfermedad que regulaba la ley, Dios ha restablecido la salud, a pesar de no ser ya necesaria se cumple con lo que mandaba, de presentarse en el templo. La mirada está puesta en el futuro, en el Reino, en que la vida se comunica a todos sin la necesidad de la ley.  Si nosotros queremos podemos pedirle a Jesús que sane nuestra lepra, el pecado, cualquiera que sea y, Jesús compadecido hará el milagro por medio de su Espíritu. Necesitamos adorar postrados al Señor de la vida, y orar con fe, para que podamos escuchar en lo interior ese “quiero, queda sano” (v.3). Es el poder sanador de Jesús, manifestación del Reino de Dios entre nosotros.

La Madre Teresa nos invita a ponernos en el camino de  Jesús de Nazaret, para como el leproso ser sanados de todos nuestros males. “Mirad que no son tiempos de creer a todos, sino a los que viereis van conforme a la vida de Cristo. Procurad tener limpia conciencia y humildad, menosprecio de todas las cosas del mundo y creer firmemente lo que tiene la Madre Santa Iglesia, y a buen seguro que vais buen camino.” (CV 21,10).


7.    SABADO

Lecturas bíblicas

a.- Gén. 18,1-15: La teofanía de Mambré.

b.- Mt. 8, 5-17: Curación del hijo o criado del centurión.

Hoy Jesús sana hoy al hijo o criado de un centurión romano. Militar al mando de cien hombres, los judíos podían enrolarse en el ejército romano, pero nunca tenían el mando. Lo más probable es que se trate de un hijo, debido a la insistencia, o de un siervo muy querido (cfr. Jn.4, 46ss). Todo gracias a la fe y súplica no del enfermo sino del soldado que implora, con humildad, la intervención del joven maestro de Nazaret Por dos veces lo llama Señor (vv. 5. 8). Ante la respuesta de Jesús, el centurión establece una comparación entre la autoridad que ambos poseen. El manda y su palabra es eficaz en sus hombres, que obedecen y cumplen su palabra; pero esa palabra es nada con la de Jesús, que sana al enfermo a distancia, sin verlo ni tocarlo. Es una fe preclara, la del centurión, en el poder de la palabra de Jesús. Las primeras palabras del Maestro: “Yo iré a curarle” (v. 7), son de gran trascendencia para el centurión porque significaba que el Maestro iba a entrar en casa de un pagano, lo que lo convertía en impuro. Se consideraba indigno de la propuesta de Jesús, lo que pone de relieve la humildad del hombre frente a Dios. Jesús alaba la fe en el poder y en  la palabra de Dios del centurión; pone sus pretensiones en manos de Dios. Una actitud correctísima del hombre frente a Dios, precisamente lo que Jesús buscaba en el pueblo, como lo había hecho Yahvé en el pasado con Israel. Esta escena es todo un preludio de la actividad evangelizadora de la Iglesia entre los paganos; es el traspaso del Reino, que de Israel pasa a los gentiles. No se sentarán los herederos naturales de las promesas en la mesa del Reino, los judíos,  sino que serán suplantados por los gentiles. Finalmente la curación de la suegra de Pedro, resalta no la palabra sino el poder sanativo de Jesús. Concluye el evangelio enseñándonos que Jesús obra como el Siervo de Yahvé, es decir, toma sobre sus hombros todas nuestras enfermedades y dolencias. El Señor es ante todo, el Siervo, durante su vida terrena, compadecido del hombre lo levanta de su miseria moral, porque lo introduce en el Reino, para ser hijo redimido de todo dolor y sufrimiento por el poder que recibió  de Dios.

Como el centurión romano, Teresa de Jesús, con fe en su alma sabe que puede despertar en Jesús su poder sanador. “Pues si cuando andaba en el mundo, de sólo tocar sus ropas sanaba los enfermos, ¿qué hay que dudar que hará milagros estando tan dentro de mí, si tenemos fe, y nos dará lo que le pidiéremos, pues está en nuestra casa? Y no suele Su Majestad pagar mal la posada si le hacen buen hospedaje.” (CV 34, 8).

                                                    Fr. Julio González C.  OCD


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