DECIMA SEGUNDA SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO
(Año Impar. Ciclo C)
Fr.
Julio González C. OCD
Contenido
Lecturas
bíblicas
a.-
Zac. 12, 10-11; 13,1: Mirarán al que traspasaron.
El texto de Zacarías es oscuro
en su interpretación, pero el sentido que le da el evangelista Juan, realizado
en Cristo, se cumple cuando el soldado le atraviesa el costado en el Calvario,
da luz nueva y definitiva a este pasaje profético (cfr. Jn.19,34-37). Esto no
quita que el tiempo en que se hizo la profecía fuera otro sentido. Pensemos que
fue pronunciado al menos quinientos años antes, de la interpretación dada por
Juan. El texto dice “Me mirarán a mí, a quien traspasaron” (v. 10). Ese “mí” no
se refiere evidentemente al Mesías que habría de venir, sino a Yahvé mismo,
identificado como Pastor de Israel y con la Casa de David. (cfr. Zac. 11, 13;
12,8). Mirar a Yahvé para los judíos, venía a significar, conversión delante
del Señor, la auténtica postura de los Anawin, o
pobres del Señor, frente a Yahvé. Más
difícil era entender aquello de “al que traspasaron” con objetividad, física y
real. ¿Cómo entenderlo de Yahvé? Lo realizado con cualquiera de sus ungidos, de
sus fieles, los justos, era como si se lo hicieran a Él. Es algo semejante a las palabras de Cristo durante la
conversión de Saulo (cfr. Hch. 9,4). Desde que Jesús fue herido, tenemos en Él,
al verdadero signo de un Dios ofendido y redentor, cumplimiento de la profecía. La esencia del oráculo no está
en que esté traspasado, sino en que esto se cumplirá su palabra, porque Dios
derramará “un espíritu de gracia y clemencia” (v.10). Ese espíritu de gracia,
es un reconocimiento de saber que todo cuanto somos y tenemos, es don y clemencia de su parte para
con nosotros y a toda la humanidad. Es la acción redentora de Cristo en todo
cristiano, que vive con responsabilidad cuanto ha recibido de Dios.
b.-
Gal. 3, 26-29: Los que habéis sido bautizados, os habéis revestido de Cristo.
El apóstol nos invita a vivir de
la fe en Cristo Jesús. La Ley fue un pedagogo en cierto modo opresor, el paso,
a la libertad de la fe en Jesucristo, fue una verdadera liberación. Con la Ley
se vivía en una situación de inferioridad, con Cristo se vive en libertad
responsable de lo recibido por medio del bautismo y la fe. El legalismo, es una
alienación que limita la realización de
las propias exigencias; se pasa de un acceso a Dios limitado por las leyes y
costumbres de Israel, el legalismo de los escribas y el fariseísmo, a la vivencia
de la fe; hay un solo tipo de hombre, el creyente, el nuevo ser humano
cristiano, bautizado, que busca superar todo tipo de discriminación.
c.-
Lc. 9, 18-24: Tú eres el Mesías de Dios.
Este evangelio es una
verdadera consulta y definición acerca de Jesús (vv.18-21), primer anuncio de
la pasión (v.22), y las condiciones que pone para quien quiera seguirle
(vv.23-24). En la primera parte Jesús trata de recoger las opiniones de la
gente acerca de su persona y su definición de Mesías. Jesús oraba antes de poner
a los discípulos ante decisiones importantes (cfr. Lc. 6,12; 9,18; 22,32). La
oración en este tipo de momentos adquiere su carácter pedagógico y mistagógico
dentro de la comunidad eclesial. Encontramos que las opiniones del pueblo sobre
Jesús la conocen los apóstoles, habían llegado hasta la corte de Herodes. Lo
identifican con el profeta de los últimos tiempos, como con uno de los profetas
antiguos que habían de preparar para el tiempo final. La actividad de Jesús en
Galilea, separó a los discípulos del pueblo. A ellos les manifestó Jesús su
poder sobre la naturaleza, los demonios, la enfermedad y el Satanás; resucitó
muertos, multiplicó el pan. Tenía derecho a preguntarles a los apóstoles y
recibir una opinión distinta que la que puede dar el pueblo. La pregunta en
cierto sentido había estado presente entre el asombro y el sobrecogimiento en
los títulos que le daban: Maestro, Señor, Profeta. Ahora quiere la opinión
clara y decisiva: “Les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Pedro le
contestó: «El Cristo de Dios.” (v.20). Pedro y los apóstoles le confiesan como
el Mesías. Le reconocen abiertamente como el Ungido de Dios, título que
recuerda las palabras del profeta: “El espíritu del Señor Yahveh está sobre mí,
por cuanto que me ha ungido Yahveh. A anunciar la buena nueva a los pobres me
ha enviado, a vendar los corazones rotos; a pregonar a los cautivos la
liberación, y a los reclusos la libertad;
a pregonar año de gracia de Yahveh, día de venganza de nuestro Dios;
para consolar a todos los que lloran” (Is. 61,1-2). Jesús es el portador de la
salud, lleno del Espíritu Santo, el que publica un año del Señor. En un segundo
momento tenemos el primer anuncio de la pasión. La prohibición de Jesús de
contar la confesión de Pedro, es porque le falta un elemento esencial: el Hijo
del Hombre debía morir y resucitar. Más que con el Ungido, Jesús se identifica
con el Hijo del Hombre, que tiene que ser reprobado y llevado a la muerte (cfr.
Is. 53, 3-4.8; 11-12). Si bien la misión en Galilea la comenzó Jesús como el
Ungido del Señor, luego de la confesión de Pedro, Jesús la completa con la
visón del Siervo sufriente de Yahvé que expía los pecados de los hombres. La
acción de Jesús hay que comprenderla
desde la palabra de Dios: Salvador de los últimos tiempos y siervo sufriente de
Yahvé. Finalmente, el seguimiento que
Jesús propone es a los que quieran hacer esa opción. El discípulo de Jesús va
en pos de Jesús, sigue a Jesús. Si ÉL se somete a la pasión y muerte, también
el discípulo está dispuesto a seguir por amor a Jesús el camino de la pasión y
muerte. El discípulo se encamina a seguir en la pasión. Esto consiste en negarse a sí mismo y cargar
con la cruz, es decir, estar dispuestos a cargar los oprobios, los dolores y la
muerte que acompaña a la cruz. Como discípulos que siguen al Maestro entregado
a la muerte, están dispuestos a no vivir sólo para sí, olvidarse de sí mismos,
y cargar la cruz, como Jesús, cada día (cfr. Hch.14,22; Lc.6,22). Quien cuida
su vida la pierde, pero quien la pierde por ÉL, la gana para siempre con su
resurrección.
Teresa aprendió a ser mujer
cristiana desde la Humanidad de Jesucristo, es decir desde que tuvo contacto
con el Cristo del evangelio. De ahí aprendió a descubrir la gran dignidad de la
persona y su capacidad de relacionarse con Dios por medio de la oración y
contemplación. “Es muy buen amigo
Cristo, porque le miramos hombre, y vémosle con
flaquezas y trabajos, y es compañía” (V 22,10).
Lecturas
bíblicas
a.-
Gn. 12, 1-9: Abrán marchó como le había dicho el
Señor.
b.-
Mt. 7, 1-5: El juicio. Sácate primero la viga del ojo.
Estos proverbios tienen un
trasfondo, el principio de la retribución, cimentado en una norma de paridad:
lo que hagas a otro, lo mismo te harán a ti. El que juzga y mide las obras y
acciones del ser humano es Dios. ¿Podríamos resistir nosotros el juicio o la
medida de Dios, tal como lo hacemos con nuestro prójimo? Las Escrituras
manifiestan constantemente la culpabilidad del hombre, pero además, la
recomendación de no hacerlo, buscando caminos de comprensión, perdón y
misericordia. Tendemos por naturaleza a enjuiciar, lo que lleva a condenar.
Jesús prohíbe juzgar al prójimo en vista de no ser juzgados con rigor. Quien
juzga se atribuye un derecho que no tiene, con lo que queda remitido a esa
medida que usó con el hermano, la misma sentencia que Dios único Juez,
pronunciará sobre él. Jesús convierte la conducta con el prójimo, el perdón,
como la norma con que actúa Dios con nosotros; sólo quien perdona al prójimo
puede esperar perdón de Dios (cfr. Mt. 6, 12. 14s). La medida que usamos con el
prójimo, la usará Dios con nosotros (cfr. Sant. 2,13). En el tiempo de Jesús, se hablaba de la
medida legal y de la bondad o de misericordia. Él nos juzgará por la medida que
nosotros usemos en esta vida. La medida de los fariseos, era muy dura con el pecador
a quienes condenaban sin piedad, pero Jesús, manda a hacer todo lo contrario,
no juzgar (cfr. Mt. 9,12-13; Lc. 7, 40ss; 15,2). Pablo, no olvida esta
enseñanza y habla con frecuencia del temor de ser juzgado, para todos es
necesaria la conversión (cfr. 1Cor. 4, 4; 9, 26-27; 2 Cor. 5,11). El
significado de la doctrina sobre el juicio y la medida, se explica con el
proverbio de la paja y la viga. Su significado es claro: la deuda que el hombre
tiene con Dios es enorme, por su infidelidad y pecados, pero también, en lo que
se refiere a la gracia; somos deudores de nuestro prójimo. Si a Dios no podemos
pagar una deuda enorme, así y todo somos perdonamos por ÉL. ¿No seremos capaces
de perdonar la pequeña deuda que el prójimo tiene con nosotros? Las críticas, y corregir faltas ajenas, es
como juzgar. En ese juicio no notamos las debilidades propias, sólo las del
hermano; la invitación de Jesús es a corregir primero las propias debilidades,
y luego ayudar al hermano. La hipocresía consistirá en querer parecer mejor de
lo que realmente es. Debemos reconocer que seremos siempre deudores de Dios,
pero podemos remediar en parte, esta situación no sólo evitando el pecado, sino
siendo auténticos colaboradores de Dios y de su plan de salvación personal.
Teresa de Jesús quiere una
comunidad de hermanos y hermanas donde se respete al otro y se le ayude a
crecer. “Pues procuremos siempre mirar las virtudes y cosas buenas que viéremos
en los otros, y tapar sus defectos con nuestros grandes pecados. Es una manera
de obrar, que aunque luego no se haga
con perfección se viene a ganar una gran
virtud, que es tener a todos por mejores que nosotros, y comiénzase
a ganar por aquí con el favor de Dios, que es menester en todo; y cuando falta,
excusadas son las diligencias, y suplicarle nos dé esta virtud, que con que las
hagamos [Dios] no falta a nadie.” (V 13,10).
Lecturas
bíblicas
a.-
Gn.13, 2. 5-18: No haya disputas entre nosotros, pues somos hermanos.
b.-
Mt. 7, 6. 12-14: Tratad a los demás, como queréis que ellos os traten.
El primero de los proverbios
(v.6), es bastante duro, si tenemos en cuenta que viene luego de habernos
pedido no juzgar al prójimo y habernos mandado perdonar. Lo santo se puede
referir a los sacrificios ofrecidos en
el templo, las perlas se refiere a cosas
valiosas, como el evangelio o la enseñanza del Reino. Los cerdos y perros eran
considerados como animales impuros por los judíos; los no merecedores de lo
santo, no se refiere a los paganos, puesto que el evangelio está abierto
precisamente para ser anunciado a ellos. Nos son merecedores del evangelio,
quieren lo rechazan, no lo valoran, o mantienen su cerrazón a la gracia.
El segundo proverbio (v.12),
es conocido como la Regla de oro: “Por
tanto, todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros
a ellos; porque ésta es la Ley y los
Profetas.” (v. 12). Síntesis perfecta de la enseñanza moral de la ley, basada
en el amor al prójimo, buscando el bien del otro, como el propio. El gran
rabino Hillel, lo había formulado el mismo principio,
en forma negativa: “No hagas a otro, lo que no quieras para ti. Esta es la ley;
lo demás es comentario”. Esta norma no es de origen cristiano, ya era conocida
en el ambiente judío y griego. La novedad de Jesús, está en que eleva este
proverbio a norma universal: así debe el cristiano, tratar a los demás. Otra
forma de formular el precepto de la caridad, resumen de la ley y los profetas,
en fin de la revelación de Dios para con el hombre. Su novedad consiste
fundamentalmente que ha hablado del amor, que no conoce medida, porque se su
medida la toma de Dios, que ni siquiera excluye al enemigo de su amor. Este
amor espera el cristiano de otro cristiano, del compañero de camino de fe y de
amor hacia la Casa del Padre. Nadie puede exigir tratado así, si primero
aplicará esa pretensión así mismo. “Porque ésta es la Ley y los Profetas”
(v.12), con ellos queda claro, que la Regla aurea pertenece al contenido
fundamental del AT. Aquí se cumple que el evangelio no ha venido a abolir, sino
a dar plenitud con un nuevo modo de entender, en clave de un profundo amor. La
Ley antigua permanece pero con un espíritu nuevo. La fe cristiana no quita lo
bueno, lo verdadero, lo sublime, permanece, pero con el espíritu nuevo de Jesús
y en perspectiva del reino de Dios.
El último de los proverbios (vv.13-14), se
refiere a las dos puertas y a los dos
caminos (cfr. Dt. 30,15-20; Sal.1; Pr.4,18-19; 12,28;
15,24; Si.15,17; 33,14). Ese pasaje tiene ecos de la doctrina sapiencial de los
dos caminos, el de la vida y el de la muerte, sobre todo en el Salmo 1, que
menciona el camino de los judíos, y el de los impíos. El camino estrecho y
difícil es el de la virtud; el amplio y cómodo, es del vicio y pecado. Jesús introduce una
novedad en este tema del camino al relacionarlo con la puerta, una lleva a la
vida, la otra a la perdición. La primera, es decir, la vida, se consigue por
medio de la renuncia, asumir la cruz de cada día, la oración, la vida teologal.
Hay que saber discernir. Jesús se identificó como la puerta. “Yo soy la puerta;
quien entre por mí se salvará” (Jn. 10, 9). La entrada por la puerta estrecha,
es penetrar en el misterio de la persona de Jesucristo y su misión salvadora.
Muchos van por la puerta ancha hacia la perdición, y pocos dan con la puerta
estrecha, es decir, el primero es el camino de la mediocridad, muy transitado,
el segundo el de las bienaventuranzas. Lo nuestro será encontrar la puerta que
conduce a la Vida (v.14).
Teresa de Jesús habla del
mandamiento del amor y cómo debemos cumplirlos, aunque en verdad andemos flacos
en ello. “Cuanto a la primera, que es amaros mucho unas a otras, va muy mucho;
porque no hay cosa enojosa que no se pase con facilidad en los que aman y recia
ha de ser cuando dé enojo. Y si este mandamiento se guardase en el mundo como
se ha de guardar, creo aprovecharía mucho para guardar las demás; mas, más o
menos, nunca acabamos de guardarle con perfección.” (Camino de Perfección 4,5).
Lecturas
bíblicas
a.-
Gn.15,1-12.17-18: Abrán
creyó al Señor y el Señor hizo alianza con él.
b.-
Mt. 7, 15-20: Los falsos profetas. Por sus frutos los conoceréis.
Este evangelio es toda una advertencia:
cuidarnos de falso maestros, profetas o doctores que persiguen otros intereses y no los de Dios.
La invitación a ingresar al Reino de Dios, es para todos, de ahí que la
comunidad de Jesús esté compuesta de buenos y malos, de trigo y cizaña. La
Iglesia, como buena madre, supo aprender a buscar principios de discernimiento,
desde temas referidos a la fe como a la moral, y costumbres de los hombres y
mujeres que profesaban la fe. Dentro del mismo pueblo de Dios, la Iglesia
aparecieron profetas, que hablaron en nombre de Dios, pero también conoció los
profetas falsos. Serán los frutos, en definitiva, quienes determinan si un
profeta es verdadero o falso. La imagen del árbol bíblico, tiene raíces
profundas, para expresar la vida de Israel como pueblo de Dios (cfr. Is. 61, 3;
Jer. 2,21; Mt. 15,13; Jn. 15, 1. 8). Todo árbol bueno, produce frutos buenos, y
el árbol malo, produce frutos malos. Detrás de este criterio se encierra el
principio de la unidad del hombre y sus obras, es decir, el hombre regenerado
por la fe y el bautismo, da buenos frutos de santidad por su unión con Cristo
Jesús (cfr. Jn.15,1-8). Por los frutos, conocemos la naturaleza y salud del
árbol, por las obras conocemos a la persona. Que importante será, entonces
revisarse continuamente, sobre los frutos que estamos dando día a día, en la
presencia del Señor y de los hermanos. Si llevamos una vida sacramental
frecuente y de calidad, hacemos oración, pues tenemos un encuentro con
Jesucristo en su palabra, no podemos sino seguir dando frutos de santidad y
gracia, de fe y amor.
En su tratado sobre los grados
de oración, Teresa de Jesús, hace la comparación del alma con un huerto que hay
que cuidar con esmero para que de buenos frutos. “Ahora tornemos a nuestra
huerta o vergel, y veamos cómo comienzan estos árboles a empreñarse para
florecer y dar después fruto, y las flores y claveles lo mismo para dar olor.
Regálame esta comparación, porque muchas veces en mis principios, y plega el Señor haya yo ahora comenzado a servir a Su
Majestad, (digo principio de lo que diré de aquí adelante de mi vida), me era
gran deleite considerar ser mi alma un huerto y al Señor que se paseaba en él.”
(Libro de la Vida 14,9).
Lecturas
bíblicas
a.-
Gén. 16,1-12.15-16: Nacimiento de Ismael.
b.- Mt. 7, 21-29: Los verdaderos discípulos.
En este evangelio encontramos
otro criterio de discernimiento para la vida cristiana: ser consecuentes
(vv.22-23) y pone el símil de las dos casas (vv.24-27). Si ayer nos enseñaba
acerca de los verdaderos profetas, ahora se habla de todos los verdaderos
creyentes, no hacen falta grandes palabras ni hermosos discursos, lo que hace
falta son las obras para confesar la fe en Cristo Jesús. A Jesús se le llama
Señor, sólo después de su Resurrección. Se conformó con ser llamado “Señor”,
“Maestro”, como los de su tiempo, pero, es Señor, su palabra se traduce en
obediencia y adhesión. Jesús, pasa de ser un humilde carpintero, escondida su gloria, a Señor, luego de su
Resurrección, Rey de reyes y Señor de señores (cfr. Ap. 19,16). Cuando habla en
nombre de su Padre, lo hace como Maestro, que nos dice que nadie entrará en el
Reino de Dios, si no hace la voluntad de Dios. Si alguno lo confiesa como Señor
de su vida, tiene que ser consecuente y obrar como siervo, aceptando la
voluntad de Dios. Se pone en evidencia la situación de algunos, que han hecho
muchas cosas por el Señor, profetizar, han predicado llevando los hombres a
Dios, vencido a Satanás, han hecho cosas espléndidas, pero en definitiva, no han hecho la voluntad de Dios (vv.22-23). Debemos tener
cuidado de querer presentarnos ante Dios con soberbia o arrogancia porque
podemos ser calificados como malvados el día del Juicio final. “¡Jamás os conocí; apartaos de mí, agentes de iniquidad”
(v.24). Lo hacían todo en el Nombre de Jesús y por la Iglesia, pero ellos
actuaban sólo, no estaban unidos a Jesús, no hacían la voluntad de Dios. El
apóstol debe ser el brazo derecho y la mano del Señor resucitado; Cristo debe
estar en su vida personal, como lo está en su oficio de su mensajero. Él ha
conocido a quien se ha identificado con ÉL; está en él y con él, porque conoce
lo que piensa y dirige sus caminos. Es un conocimiento recíproco, amoroso,
actuación recíproca de uno en el otro. La carencia de este amor recíproco, por
muy brillantes que sean las obras y los carismas quedarán vacíos, sin flor ni
fruto. Aviso para quienes ejercen cargos pastorales sin identificarse
plenamente con el Señor, les faltaron las obras que ÉL quería, como se
separaron de ÉL, también se separará, lo que se puede convertir en sentencia de
juicio definitivo. Si ÉL nos oculta su Rostro, sólo nos queda la muerte (cfr.
Sal. 6,9). Finalmente Jesús nos enseña a oír práctica y eficazmente su Palabra,
es decir, oír para obrar conforme a esa Palabra (vv.24-27). La imagen de las
casas viene a significar que en la hora
de la tormenta una se mantendrá firme, porque tiene buenos cimientos, mientras
la otra se derrumbará; en el día del Juicio unos entrarán en la vida, mientras
otros serán excluidos de ella.
Santa Teresa de Jesús, nos
enseña que la Casa de Dios en el alma cristiana, ha de tener sólidos
fundamentos, el primero y principal, vivir para Dios en el amor, y la oración
personal y comunitaria al servicio de la Iglesia. “Esta casa es un cielo, si le
puede haber en la tierra, para quien se contenta sólo de contentar a Dios y no
hace caso de contento suyo; tiénese muy buena vida;
en queriendo algo más, se perderá todo, porque no lo puede tener.” (CV 13,7).
Lecturas
bíblicas
a.-
Gén. 17, 1. 9-10. 15-22: La circuncisión señal del pacto. Sara te dará un hijo.
b.-
Mt. 8, 1-4: Curación de un leproso. Si quieres, puedes limpiarme.
Una vez que el evangelista nos
ha presentado a Jesús como el Mesías de la Palabra, el Docente, ahora nos lo presenta como el Mesías de los
obras, Sanador, el Médico taumaturgo que se compadece ante el dolor humano (cc.
8-9). Estos milagros, más que mostrar el poder de Jesús sobre la enfermedad y
su divinidad, quieren ser un anuncio del evangelio. Muy unidos a su Palabra,
(cc.5-7), los milagros ahora explican, el sentido de su actividad; los hechos
fortalecen su Palabra. El leproso, que se acerca a Jesús, lo primero que hace
es postrarse ante Jesús, lo llama Señor,
toda una confesión de fe. Lo adora, como primera actitud. «Señor, si quieres
puedes limpiarme.» El extendió la mano, le tocó y dijo: «Quiero, queda limpio.»
Y al instante quedó limpio de su lepra.” (vv. 2-3; cfr. Mc. 1,40ss; Lc. 5,
12ss). Encontramos un “yo” enfático de Jesús, con autoridad propia, sólo
comparable con el “Yo os digo” de las antítesis del cap. 5. Esta actitud de
Jesús, hay que comprenderla en todo el conjunto de la Ley y los Profetas, como
preparación a la plenitud de la revelación que encontramos en ÉL. Sólo así se
comprende que vino, no a abolir la ley, sino a darle cumplimiento (cfr. Mt. 5,
17-37). Jesús no teme quedar impuro por tocar al leproso o ser acusado por los
adversarios de infringir la ley. Su gesto de extender la mano es el gesto de
quien vence al enemigo, es este caso la enfermedad, lo rescata de la muerte, y
lo devuelve a la comunidad, a su familia. El hecho de haberle mandado al templo
a presentarse ante el sacerdote, nos habla de su postura frente a la ley, pero
que no lo publique, es para que dócilmente haga lo que manda la ley. Quien
aparentemente infringió la ley, ahora pide se cumpla para tener la
certificación completa de la curación. El don debe expresar su gratitud a Dios,
de quien procede la salud y vida nueva, al mismo tiempo, ha de servir a la
autoridad, para que de testimonio, de que no ha sucedido nada ilegal, sino que
se ha cumplido con la ley (v.4). La ley no es suprimida, sino que alcanza su
plenitud: a pesar de haber desaparecido la enfermedad que regulaba la ley, Dios
ha restablecido la salud, a pesar de no ser ya necesaria se cumple con lo que
mandaba, de presentarse en el templo. La mirada está puesta en el futuro, en el
Reino, en que la vida se comunica a todos sin la necesidad de la ley. Si nosotros queremos podemos pedirle a Jesús
que sane nuestra lepra, el pecado, cualquiera que sea y, Jesús compadecido hará
el milagro por medio de su Espíritu. Necesitamos adorar postrados al Señor de
la vida, y orar con fe, para que podamos escuchar en lo interior ese “quiero,
queda sano” (v.3). Es el poder sanador de Jesús, manifestación del Reino de
Dios entre nosotros.
La Madre Teresa nos invita a
ponernos en el camino de Jesús de
Nazaret, para como el leproso ser sanados de todos nuestros males. “Mirad que
no son tiempos de creer a todos, sino a los que viereis van conforme a la vida
de Cristo. Procurad tener limpia conciencia y humildad, menosprecio de todas
las cosas del mundo y creer firmemente lo que tiene la Madre Santa Iglesia, y a
buen seguro que vais buen camino.” (CV 21,10).
Lecturas
bíblicas
a.-
Gén. 18,1-15: La teofanía de Mambré.
b.-
Mt. 8, 5-17: Curación del hijo o criado del centurión.
Hoy Jesús sana hoy al hijo o
criado de un centurión romano. Militar al mando de cien hombres, los judíos
podían enrolarse en el ejército romano, pero nunca tenían el mando. Lo más
probable es que se trate de un hijo, debido a la insistencia, o de un siervo
muy querido (cfr. Jn.4, 46ss). Todo gracias a la fe y súplica no del enfermo
sino del soldado que implora, con humildad, la intervención del joven maestro
de Nazaret Por dos veces lo llama Señor (vv. 5. 8). Ante la respuesta de Jesús,
el centurión establece una comparación entre la autoridad que ambos poseen. El manda y su palabra es eficaz en sus hombres, que
obedecen y cumplen su palabra; pero esa palabra es nada con la de Jesús, que
sana al enfermo a distancia, sin verlo ni tocarlo. Es una fe preclara, la del
centurión, en el poder de la palabra de Jesús. Las primeras palabras del
Maestro: “Yo iré a curarle” (v. 7), son de gran trascendencia para el centurión
porque significaba que el Maestro iba a entrar en casa de un pagano, lo que lo
convertía en impuro. Se consideraba indigno de la propuesta de Jesús, lo que
pone de relieve la humildad del hombre frente a Dios. Jesús alaba la fe en el
poder y en la palabra de Dios del
centurión; pone sus pretensiones en manos de Dios. Una actitud correctísima del
hombre frente a Dios, precisamente lo que Jesús buscaba en el pueblo, como lo
había hecho Yahvé en el pasado con Israel. Esta escena es todo un preludio de
la actividad evangelizadora de la Iglesia entre los paganos; es el traspaso del
Reino, que de Israel pasa a los gentiles. No se sentarán los herederos
naturales de las promesas en la mesa del Reino, los judíos, sino que serán suplantados por los gentiles.
Finalmente la curación de la suegra de Pedro, resalta no la palabra sino el
poder sanativo de Jesús. Concluye el evangelio enseñándonos que Jesús obra como
el Siervo de Yahvé, es decir, toma sobre sus hombros todas nuestras
enfermedades y dolencias. El Señor es ante todo, el Siervo, durante su vida
terrena, compadecido del hombre lo levanta de su miseria moral, porque lo
introduce en el Reino, para ser hijo redimido de todo dolor y sufrimiento por el
poder que recibió de Dios.
Como el centurión romano,
Teresa de Jesús, con fe en su alma sabe que puede despertar en Jesús su poder
sanador. “Pues si cuando andaba en el mundo, de sólo tocar sus ropas sanaba los
enfermos, ¿qué hay que dudar que hará milagros estando tan dentro de mí, si
tenemos fe, y nos dará lo que le pidiéremos, pues está en nuestra casa? Y no
suele Su Majestad pagar mal la posada si le hacen buen hospedaje.” (CV 34, 8).
Fr.
Julio González C. OCD