DECIMA SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO
(Año Par. Ciclo A)
P. Julio González
Carretti ocd
a.- Os. 6, 3-6: Quiero misericordia y no sacrificios.
b.- Rom. 4, 18-25: Abraham creyó contra toda esperanza.
c.- Mt. 9, 9-13: No vine a llamar a los justos, sino a
los pecadores.
a.- 1Re. 17,1-6: Elías sirve al Señor, Dios de Israel.
b.- Mt. 4,25 - 5,1-12: Las Bienaventuranzas.
a.- 1Re. 17,7-16: La viuda de Sarepta y el milagro de la
harina.
b.- Mt. 5,13-16: Vosotros sois la sal y luz del mundo.
a.- 1Re. 18,20-39: Yahvé es el Dios verdadero.
b.- Mt. 5,17-19: No vine a abolir, sino a dar
cumplimiento.
a.- 1Re.18, 41-46: Elías oró, y el cielo dio su lluvia.
b.- Mt. 5, 20-26: Superar la justicia de fariseos y
letrados.
a.- 1Re. 19, 8-9. 11-16: Aguarda al Señor en el monte.
b.- Mt. 5, 27-32: El adulterio.
a.- 1Re. 19, 19-21: Eliseo se levantó y marchó tras
Elías.
b.- Mt. 5, 33-37: Sea vuestro lengua sí, sí, no, no.
Lecturas bíblicas:
El autor de
la primera lectura está pensando en una liturgia penitencial, ante el inminente
castigo divino (v. 5), el pueblo se exhorta a sí mismo a volver al Señor, pero
un regreso efímero, como rocío matinal que pasa, pero sin conversión interior
(vv. 4-6). Surge entonces el querer de Dios: “Porque yo quiero amor, no
sacrificio, conocimiento de Dios, más que holocausto” (v. 6). Esta es una idea
frecuente en los profetas que criticaron el culto vacío y la hipocresía de los
que creen que por practicar ciertos ritos y ceremonias, ayunos y
purificaciones, se olvidan mientras tanto de la justicia y del amor al prójimo
y la reconciliación fraterna. Su religión es vacía e inconsistente.
El apóstol
nos exhorta a tener una fe madura, cuyo padre y prototipo es Abrahán, el padre
de todos los creyentes. El don de la fe que nos salva, lo da Dios al que confía
totalmente de él, y cree contra toda esperanza humana de ser padre, con los
años que tenía y con su mujer estéril. “No vaciló en su fe al considerar su
cuerpo ya sin vigor - tenía unos cien años - y el seno de Sara, igualmente
estéril. Por el contrario, ante la promesa divina, no cedió a la duda con
incredulidad; más bien, fortalecido en su fe, dio gloria a Dios, con el pleno
convencimiento de que poderoso es Dios para cumplir lo prometido. (vv. 19-21).
Todo le valió para ser considerado justo, pero no sólo a él, sino también a
nosotros si creemos en Aquel que resucitó a
Jesucristo para nuestra justificación, como termina afirmando el apóstol Pablo
(vv. 23-25).
El
evangelio, hace la misma denuncia de la primera lectura, sólo que en labios de
Jesús, tiene una fuerza impresionante, respecto a la postura de los fariseos en
relación a la vocación de Mateo, un publicano, convertido en apóstol de
Jesucristo. “Id, pues, a aprender qué significa aquello de: Misericordia
quiero, que no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a
pecadores” (v. 13). El Maestro ha llamado a sus filas a Mateo, un recaudador de
impuestos para Roma, pecador público, es la denuncia de los fariseos. Lo quiere
entre los suyos, Mateo ha dejado todo y lo ha seguido, organiza un banquete y
Jesús es invitado con sus discípulos. A Jesús, lo acusan los fariseos de varias
cosas, entre esas, de comer con publicanos y pecadores, sin embargo, su
conducta tiene una explicación: “Mas él, al oírlo, dijo: No necesitan médico
los que están fuertes sino los que están mal. Id, pues, a aprender qué
significa aquello de: Misericordia quiero, que no sacrificio. Porque no he
venido a llamar a justos, sino a pecadores.” (vv. 12-14). El Dios tres veces
Santo, en Cristo, viene a por el pecador para redimirlo. Queda clara la opción
de Cristo por las ovejas perdidas de Israel, su misericordia para con los
pecadores, de ahí que se entienda que fueron los pequeños, los débiles, los
pobres pecadores quienes comprendieron la salvación que traía Jesús, mejor que
todos aquellos que se consideraban justos, sanos y sabios. Mateo, con ser un
recaudador rico era, sin embargo, un pecador público, un discriminado social,
como hoy prostitutas y alcohólicos, drogadictos etc. La llamada de Jesús, le
devolvió su dignidad humana y religiosa, como hijo de Dios, desde que escuchó
ese “sígueme”. Le restituyó la pureza verdadera, no la legal, sino la
conversión al amor, a la piedad y a la misericordia. La frase de Jesús, cita de
Oseas, también da pie para reflexionar sobre el verdadero culto, la verdadera
religión. El Maestro de Galilea, no propone abolir el culto, sino que se viva
una religión autentica que comprenda al hombre todo y al prójimo. Jesús,
critica el culto vacío y ritualista, pero propone una celebración centrada en
la fraternidad, en la verdad, en la justicia. Que la verdadera religión una con
Dios y con los hombres. A donde se dé apertura al misterio de Dios celebrado en
una absoluta disponibilidad ante él, no olvidando la justicia y misericordia,
la reconciliación ante las fracturas que sufre a veces la comunión, en pocas
palabras culto en espíritu y en verdad a decir de San Juan (Jn. 4, 24). Si este
culto es celebrado según el querer de Jesús, todos los pecadores pueden entrar
en el reino de los cielos. A la invitación de Jesús a seguirlo, siguió la invitación
de Mateo a su casa, del mismo modo vive Dios en el alma de todo ser humano, más
todavía si es cristiano, enseña el místico Juan de la Cruz. Vive la unión
sustancial, como criatura de Dios, pero también la unión de voluntades en el
amor, cuando el alma limpia de todo lo que repugne la santidad de Dios, hace de
su casa morada y cielo donde se gozan en la mutua contemplación.
San Juan de
la Cruz: “Para entender, pues, cuál sea esta unión de que vamos tratando, es de
saber que Dios, en cualquiera alma, aunque sea la del mayor pecador del mundo,
mora y asiste sustancialmente… Y así, cuando hablamos de unión del alma con
Dios, no hablamos de esta sustancial, que siempre está hecha, sino de la unión
y transformación del alma con Dios, que no está siempre hecha, sino sólo cuando
viene a haber semejanza de amor. Y, por tanto, esta se llamará unión de
semejanza, …; la cual es cuando las dos voluntades,
conviene a saber, la del alma y la de Dios, están en uno conformes, no habiendo
en la una cosa que repugne a la otra. Y así, cuando el alma quitare de sí
totalmente lo que repugna y no conforma con la voluntad divina, quedará
transformada en Dios por amor” (2S 5, 3).
Lecturas bíblicas
Las
Bienaventuranzas son todo un camino de santidad, síntesis de todo este
primer discurso de Mateo (cc. 5-7).
El Reino de Dios ha llegado, se cumple la palabra del profeta (cfr. Is.61, 1-3). Se anuncia la
Buena Nueva: la felicidad se encuentra en la
pobreza. Aquellos que el mundo desprecia, son dichosos, porque desde
su indigencia se abren y acogen el don
de Dios: Jesús, manso y humilde de corazón
(Mt.11, 28-30). A quienes van dirigidas las Bienaventuranzas, son en
quienes resplandece la gracia de la
riqueza de Dios. Camino que recorrió Cristo Jesús y ahora propone a sus discípulos, pasó haciendo
el bien a todos los hombres, durante su
ministerio de evangelización. No exige a nadie, algo que antes Él no viviese, experimentase y así abre caminos que llevan a
Dios y a lo más noble del ser humano.
Vivir o experimentar estos momentos de felicidad, o de gracia, son actitudes que se viven todos los días, para
convertirlos en una bienaventuranza, es
necesaria la vida teologal. Hay que tener fe, creer para no quedarse
sólo en la aflicción, la pobreza, la
injusticia, el hambre y sed de justicia, etc. Hay que darse cuenta, que son promesas para el futuro, es
decir, se hace lo que pide Cristo, pero
el fruto de esa acción, la entrega por medio del Espíritu Santo, cuando
ÉL lo establece, en su mejor tiempo. En
cada Bienaventuranza hay una promesa que
cumplir sin más, pero también, se cumplen en el presente, porque siempre
está la oportunidad de iniciar este
camino de transformación interior, con el deseo de transformar la realidad, que nos toca
contemplar día a día. Jesús consoló a los
afligidos, dio pan a los pobres (cfr. Mt.14,13-21; 15,32-39), alabó a
quienes ponen su corazón en los bienes
eternos, fue misericordioso con los pecadores, alabó la pureza de corazón de quienes buscan a Dios
sólo porque ÉL es, príncipe de la paz
(cfr. Is. 9,5), sembró la paz con su sacrificio en la Cruz (cfr. Ef.
2,16), fue perseguido por la justicia en
su infancia (cfr. Mt. 2,13-18) y luego como Mesías, predicador, enviado del Padre, como hijo de
Dios. ÉL nos dio ejemplo, por lo tanto,
hay que mirarlo e imitar sus actitudes
de cara al Reino de Dios en medio de la
sociedad de hoy. Son dichosos los pobres, porque Cristo se configuró con
ellos, el Reino les pertenece, siendo ÉL
rico se hizo pobre (cfr. 2Cor. 8, 9); dichosos los humildes, los que esperan con paciencia la
salvación de Dios; dichosos los tristes,
los que sufren la maldad del mundo, derraman lágrimas de arrepentimiento
y oran; dichosos los que tienen hambre y
sed de justicia, porque desean una justicia
íntegra para los que padecen la injusticia; dichosos los
misericordiosos, es decir, son los que
viven las exigencias para entrar en el Reino de Dios, perdón al hermano y ayuda oportuna al necesitado. Dichosos los
limpios de corazón, aquellos que no
permiten el mal del mundo en su corazón, se les promete ver a Dios (cfr.
Ap. 22, 4); dichosos los que construyen
la paz, son reconocidos como hijos de Dios (cfr. Mt.5, 45). La octava bienaventuranza se
refiere nuevamente a la justicia, voluntad de Dios, pero en sentido comunitario, es
bienaventurado quien se adhiere
incondicionalmente a Jesús y a la voluntad del Padre, dispuesto a sufrir
por esta causa. Es seguimiento
incondicional hace de los discípulos, sal que da sabor a la vida por el evangelio que predican y son luz,
porque anuncian a Jesús luz del mundo,
con lo que por sus obras dan gloria a Dios. Es el paso de Cristo por
nuestra casa, por nuestras vidas, sentimos
que camina con nosotros. Hay que reconocerlo,
como lo mejor de todas las bienaventuranzas. Bienaventurados los que te
conocen, aman y sirven ayer, hoy y
siempre a Jesucristo Señor.
Si bien S. Teresa
de Jesús no habla de las Bienaventuranzas proclamadas por Jesús, el
término bienaventurado, es común en sus
escritos: “Bienaventurada alma que la trae el
Señor a entender verdades” (Vida 21,1).
Lecturas bíblicas
El
evangelio define la misión del apóstol: ser sal (v.13), y luz del mundo
(vv.14-16). Es la imagen del hombre nuevo de las Bienaventuranzas. La sal del
cristiano, debe consistir en que ya sumergido en las realidades temporales, le
debe ayudar a descubrir el sentido de la
vida desde la fe, para que no piense ni obre con criterios del mundo. Si la sal fue utilizada para
evitar la corrupción de los alimentos en la
antigüedad, hoy debe ayudar a preservar al cristiano y a la sociedad, de
la corrupción del pecado y la
injusticia; hacer de la comunidad humana, un espacio de convivencia pacífica y justa, donde los derechos humanos sean respetados,
donde el matrimonio y la familia sean el
lugar normal de crecimiento de las nuevas
generaciones, porque sin Dios la sociedad se convierte en un espacio de
muerte, y al hombre lo corrompe la maldad
de creerse señor del bien y del mal. La
humanidad necesita de la sal de los cristianos, espera que la vigoricen,
sazonar la sociedad, esa es la vocación
de los cristianos. Si llevan el espíritu de las
Bienaventuranzas se convierten en una fuerza para la desalentada
humanidad. Esta existencia cristiana que
vive del reino de Dios y confía en él,
se convierte en el vigor interno de cada
hombre y del ambiente en que vive. La sal, además, tiene otro significado importante, que se refiere a
la sabiduría, el cristiano posee la
verdadera sabiduría que encierra la plenitud de lo humano y divino, que
le viene del Evangelio, la palabra de
Dios. Pero Jesús también nos advierte: “Pero si la sal se hace insípida, ¿con qué se le devolverá el
sabor? Ya no sirve para nada, sino para
tirarla afuera y que la pisoteen los hombres” (v.13). Así pues las
fuerzas que sirven a Dios, la vocación,
pueden debilitarse, lo mismo la confianza en Dios. Si se derrumba el discípulo, también la entrega a
los demás. Necesitamos esta sal de la
fe, ninguna otra la suple, la necesita la sociedad; en cambio, la sal
insípida se arroja (cfr. Mt. 22, 12;
25,30). Es una vocación excelsa la del cristiano, ser sal, pero si no se cuida, puede malograrse,
escurrirse y caer en la indiferencia, incluso
contar con el castigo de ser echado fuera por insípido. Si Israel, y
ahora la Iglesia, son depositarias de la
palabra de Dios, la metáfora de la sal, nos viene a decir, que esta palabra no debe perder su sabor, su
poder de convocar al pueblo a la fe. En un
segundo momento, tenemos la metáfora de la luz (vv.14-16), si bien antes
se había relacionado con Israel (cfr.
Is. 49,6), ahora son los discípulos de Jesús, los llamados
a ser luz del mundo (cfr. Flp. 2,5; Ef. 5, 8. 13). El cristiano será luz
del mundo, en la medida en que esté
unido a Jesucristo, que es la verdadera luz del
mundo (cfr. Jn. 8,12; 9,5; 12,46). Esta metáfora de la luz también hace
referencia a la palabra de Dios, porque
esta palabra es una manifestación de su presencia en medio de los hombres; no olvidemos que Jesús,
luz del mundo, es portador del evangelio
de la gracia. Su palabra es luz y verdad. La referencia a la ciudad edificada sobre el monte, alude a Jerusalén,
lugar de peregrinación de todos los
pueblos de la tierra (v.15; cfr. Is.2, 3; Sal.121,3).
Jesús lo aplica a los discípulos, porque
ahora son el nuevo Israel, luz que no se apaga y se ve desde lejos, es
decir, su brillo ilumina a todos. Ser la
sal y la luz del mundo, se reduce a dar testimonio del amor infinito que Dios ha depositado en
el corazón del cristiano, le que le da
sentido auténtico a su vida. Las obras de la fe, son la luz que traspasa
la vida del cristiano, son la verdad de
fe hecha realidad, vivida. Son luz que fluye de la fe sin mérito propio, las obras no son motivo de
alabanza personal, sino para que Dios
sea ensalzado. La luz del cristiano, remite al Padre de las luces (cfr.
Samt.1, 17). Esta vocación del cristiano
hace cercano y manifiesto a Dios con toda la vida, iluminada por el amor y las obras nacidas de
la verdad.
Teresa de
Jesús, muchas veces sintió la presencia amorosa de Jesús en su vida. Bastó una vez para decirle su Sí definitivo;
las otras veces fue para realizar obras
que demostraran su amor, por tan gran Señor. “No nos deja de llamar para
que nos acerquemos a él” (2M 1,2).
Lecturas bíblicas
El
evangelio nos presente la postura de Jesús frente a la Ley de Moisés. La ley
fue dada por Yahvé, para ordenar santamente la vida de Israel. Dada también
para el creyente para nutrir su pensamiento, sus pensamientos y acciones éticas
y religiosas. La voluntad de Dios, está
presente en cada palabra de esa ley, pero junto
a ella están los profetas donde también está expresada dicha voluntad.
La ley fue presentada por Moisés en el Sinaí, y el pueblo aceptó su
cumplimiento. Si esta ley paso a las generaciones posteriores, palabras y
obras, hasta convertirse en la norma interna que rige la vida moral y
espiritual del pueblo. Tan sagrado vínculo, ¿puede derribarse en un momento lo
que expresó la voluntad de Dios, porque vino de ÉL, en forma tan inequívoca lo
que actualizó durante siglos, porque lo dice Jesús? ¿No era que Él quería
cumplir toda justicia? (Cfr. Mt. 3,15). Jesús ha venido de parte de Dios a dar
cumplimiento, no vino a abolir la ley sino
a dar cumplimiento (v.17). La ley y los profetas no es lo definitivo, sino que
con Jesús alcanzan su última perfección. Es ÉL quien enseña cómo hay que llevar
a cabo la voluntad de Dios en forma real, efectiva, sólo podemos leer las
Escrituras, a la luz de la revelación de Jesús. Pero para los fariseos todavía
no había sido descorrido el velo por su falta de fe (cfr. 2Cor. 3,14-16; 4,6).
La afirmación de Jesús, acerca del cumplimiento de toda la palabra de la ley
(v.18), viene a significar la permanencia de la palabra, No dejará de estar
vigente, es palabra de Dios, ha hablado por ellas, en cambio, la palabra de los
hombres pasa, es fugaz. Ahora Dios nos habla su palabra definitiva en Jesús, no
ya por la ley o los profetas, la ley alcanzará su perfeccionamiento por medio
de la doctrina de Jesús. Su cumplimiento pasa por la vida de Jesús, su persona,
su destino, su muerte, no se contenta sólo con enseñar su cumplimiento. Cuando
todo se cumpla, se revelará que Jesús es el verdadero profeta, la última
palabra de Dios, el revelador del querer de Dios, camino y verdad para el
creyente. Finalmente, se recalca el cumplimiento y la enseñanza de estos
mandamientos, sólo que ahora se pueden vivir a la luz de la revelación de
Jesús. Se invita a cumplir incluso los mandamientos menores con la misma
entrega y amor, lo que preserva a creyente de la arrogancia de no dar
importancia a las cosas sencilla de la vida. En el Reino de Dios seremos tal
como hayamos vivido, conservado y
enseñado el tesoro de la fe.
S. Teresa
de Jesús, “Madre de los espirituales”, como se le designa a la Santa de Ávila, nos enseña como el Señor la condujo
por el camino de la vida interior.
“Entiendo que, sin ruido de palabras, le está enseñado este Maestro
divino, suspendiendo las potencias,
porque entonces antes dañarían que aprovecharían si obrasen. Gozan sin entender cómo gozan; está
el alma abrasándose en amor, y no
entiende cómo ama; conoce que goza de lo que ama, y no sabe cómo lo
goza; bien entiende que no es gozo que
alcanza el entendimiento a desearle; abrázale la voluntad sin entender cómo; mas en pudiendo entender algo, ve que no es este bien que se puede merecer con todos los
trabajos que se pasasen juntos por
ganarle en la tierra. Es don del Señor de ella y del cielo, que, en fin,
de cómo quien es. Esta, hijas, es
contemplación perfecta.” (Camino de Perfección 25,2).
Lecturas bíblicas
Comienza
Jesús a instruir a sus discípulos, en forma muy concreta, sobre la nueva
justicia, superior a la antigua. La presencia de la nueva justicia en las Bienaventuranzas
(cfr. Mt. 5, 6.10) es el tema que recapitula y
sintetiza las exigencias de la ley establecida en el Sinaí; la asume,
con un nuevo contenido, destinada a los
miembros de la comunidad cristiana. Comienza, el discurso llamado de las antítesis, es decir,
“habéis oído que se dijo” y “yo os digo”,
lo nos enseña ahora (cfr. Mt. 5, 21-43). Pide que hay
que ir más allá de lo mandado, es decir,
no quedarse en lo externo sino ir más allá, comenzando por interiorizar la ley.
De ahí que establezca que si la
justicia, santidad de sus discípulos, no es mayor que la de los fariseos y letrados, no entrarán en el
Reino de los cielos. También los escribas y fariseos buscaban la justicia, los
primeros en las Escrituras, la enseñan a los niños son los maestros oficiales
de Israel, hacen de jueces en los procesos; los segundos, son radicales,
quieren observar la ley con gran celo, van más a la práctica que a la doctrina
(cfr. Lc.1,52). Las nuevas actitudes que pide Jesús son exigencias
mayores que las que viven y proponen escribas y fariseos. Si bien, hunden sus raíces en la anterior ley, ahora
adquieren una nueva dimensión, que
desborda a las primeras. En el evangelio de Mateo, tanto la novedad
que representa Jesús y su evangelio, que sobrepasa las
exigencias de la Ley (cfr. Mt.5, 21-47),
como la continuidad de las actitudes reclamadas anteriormente (cfr.
Mt. 6, 2-6), establecen la conexión, pero al mismo tiempo, fijan la
distinción entre ambos períodos, se
entienden mejor con el término nueva justicia, que usa el evangelista. Lo que propone Jesús debe superar la actitud
de justicia de escribas y fariseos. Miradas en su conjunto, las antítesis
expresan la importancia de la Ley, para la
llegada del Reino de Dios, le da una nueva luz. “No matarás” (v.21; cfr.
Dt.5,17). Toda vida viene de Dios, y es santa, por
ello, posesión de la divinidad. La sangre derramada clama al cielo, a nadie
está permitido matar, y quien lo haga será juzgado (cfr. Gn.9,2s;
4,10; 9.6; Lev.24,17-20). Es un imperativo, el de Jesús, pero enseña que quien se deja llevar por la ira, o llama
a su hermano loco o inútil, es reo de
responder en un tribunal (v.22). Se puede matar la honra, el nombre de
otro, no con las armas, sino con las
actitudes del desprecio, del odio, o de renegar contra el hermano. Jesús va más allá, insiste en lo interior. Va a la raíz del acto de
denigrar al otro. Para favorecer más
esta actitud de interiorizar la ley de Dios, establece otro criterio fundamental, como es, unir la vida
moral al culto divino, ofrenda y fraternidad. El israelita consideraba hermano al
de la misma sangre y de la misma fe, para el cristiano es hermano de
Jesucristo, todo cristiano. El símil de la
ofrenda en el altar explica esta realidad (v. 23). No basta entonces,
para ser un buen discípulo de Cristo, la
rectitud moral, para eso no se necesita fe, sino que esa vida sea fruto de una íntima relación con
Dios, que hace de las actitudes otras
tantas virtudes que florecen del sano equilibrio entre principios
morales y una dinámica de vida teologal.
La justicia, es decir, la santidad del cristiano será auténtica, si a la voluntad de querer hacer
las cosas bien, se unen sólidos principios
morales nutridos por la fe y el amor de Dios. En la convivencia diaria,
muchas veces ofendemos al prójimo de
forma constante: cuando hablamos mal, calumniamos, hacemos daño al hermano también con nuestras
omisiones, etc. Jesús pide respeto por
la vida del prójimo, en todas sus formas, para hacer del culto público y
privado que rendimos a Dios, algo
auténtico; hacer de la propia vida una verdadera religión, mejor dicho, una ofrenda humilde y
agradable en la presencia del Altísimo,
que en el corazón tiene su altar donde se ofrece continuamente el
sacrifico del amor a Dios y al prójimo.
Santa
Teresa de Jesús enseña que a grandes gracias del Señor, debe haber una mayor
colaboración y responsabilidad del cristiano, una conciencia limpia y
agradecida. “Y que no piense que, por
tener una hermana cosas semejantes, es mejor que las otras; lleva el Señor a cada una cómo ve que es menester.
Aparejo es para venir a ser muy sierva
de Dios, si se ayuda; mas, a las veces, lleva Dios por este camino a las
más flacas; y así no hay en esto por qué
aprobar ni condenar, sino mirar a las virtudes,
y a quien con más mortificación y humildad y limpieza de conciencia
sirviere a nuestro Señor, que ésa será
la más santa, aunque la certidumbre poco se puede saber acá hasta que el verdadero Juez dé a
cada uno lo que merece. Allá nos
espantaremos de ver cuán diferente es su juicio de lo que acá podemos
entender. ¡Sea por siempre alabado,
amén!” (6 Moradas 8,10).
Lecturas bíblicas
La segunda
de las antítesis se refiere al mandamiento: “No cometerás adulterio” (v.27;
cfr. Dt.5,18). Comienza Jesús su discurso sobre el
adulterio, estableciendo que quien desee una
mujer en su corazón, comete adulterio (v. 28). Jesús está por la
fidelidad conyugal en el amor. Declara
inmoral no sólo el adulterio, sino también el deseo de adulterio en el corazón. Jesús interioriza la Ley, en
contra de los maestros judíos que
separaban la intención de la acción, el deseo equivale a la acción en el
hombre. El radicalismo de Jesús, queda
reflejado en el ejemplo del ojo arrancado y de la mano cortada, cómplices del deseo del corazón (v.
29). En cuanto al divorcio, Jesús afirma
la indisolubilidad del matrimonio, remitiéndose a la voluntad del Creador desde el comienzo, que fue anulada por la
permisividad de la ley mosaica, como la interpretaron las escuelas rabínicas. El
matrimonio indisoluble que Cristo predica,
devuelve la dignidad y los derechos de la mujer y los equipara a los del
varón (cfr. Dt. 24,1ss; Mt.19, 4-6).
Estas antítesis, contraponen el cumplimiento externo de la Ley y las actitudes internas del hombre. De
esta forma, Cristo desacredita la
casuística judía, la del mínimo legal, la del mínimo esfuerzo, la que se
conforma con el cumplimiento externo, la
sola letra de la Ley, sin el espíritu nuevo que Jesús le infunde. El Maestro de Nazaret, exige más
bien, el espíritu de la norma,
observancia impulsada por el amor sin límites, que es lo que da plenitud
a la Ley. Si Jesús le da la primacía al
espíritu, sobre la Ley, es para enseñarnos que la vida cristiana, no es un cumplimiento legalista, o
la observancia de un código de
preceptos. Este es un peligro que nos puede acechar, si no estamos
vigilantes. La vida cristiana y la moral
son mucho más que leyes. Es la respuesta personal a la salvación, don de Dios, manifestado en Cristo
Jesús, animada por la fe. El fin de la
Ley de Cristo, es hacernos hijos de Dios, libres y no esclavos de la
Ley. Mientras no nos liberemos del
legalismo, no habremos comprendido el discurso de las Bienaventuranzas, porque la Ley de Cristo, es
un crecimiento en el amor. Es la
primacía de las actitudes interiores, sin descuidar las manifestaciones
externa, la opción por Dios y su Reino,
los valores que Jesucristo nos enseñó. La libertad que Cristo nos consiguió con su misterio pascual,
es para vivir en la libertad de los hijos
de Dios (cfr. Gál. 5, 1). En esa libertad, se encuentra la raíz de la
moral cristiana, respuesta personal,
fiel y llena de gratitud al don del amor de Dios en Cristo Jesús (cfr. Gál. 5, 13s).
Teresa de Jesús,
siguiendo la tradición bíblica y patrística, considera a Jesucristo Esposo
del alma bautizada. Si la monja
carmelita se desposa con ÉL con la consagración, debe gozar de todos los bienes de Quien la llamó y
amó desde siempre. “Sí, llegaos a pensar
y entender, en llegando, con quién vais a hablar o con quién estáis hablando. En mil vidas de las nuestras no
acabaremos de entender cómo merece ser
tratado este Señor, que los ángeles tiemblan delante de él. Todo lo manda, todo
lo puede; su querer es obrar. Pues razón será, hijas, que procuremos
deleitarnos en estas grandezas que tiene
nuestro Esposo, y que entendamos con quién estamos casadas, qué vida hemos de tener.” (CV 22,7).
Lecturas bíblicas
Sigue
enseñando Jesús a sus discípulos, esta vez a no jurar por nada: ni por el cielo, ni por la tierra, ni por Jerusalén
(v.33; cfr. Ex.20,7; Lev. 19,12; Nm.30,3; Dt.23,22).
Jurar por Dios, es colocar a Dios por
testigo de algo que puede ser verdadero o falso. Para evitar toda duda,
es mejor no jurar, enseña el Señor. Se
trata de dos mandamientos, el primero se refiere a invocar a Yahvé como testigo
de lo que se declara, es lo que llamamos juramento. Exige al hombre que cuanto
exponga debe ser verdad, lo contrario, haría a Dios cómplice de una mentira,
testigo de un error, ÉL es santo y veraz. El otro caso, se refiere a las
promesas hechas a Dios, nace un juramento, lo que denominamos voto. El hombre
debe cumplir sagradamente esa promesa. Hemos de cuidar estos compromisos
respetando la santidad de Dios. El principio que introduce Jesús, es mucho más
exigente porque se requiere sinceridad,
lo auténtico debe estar presente en nuestro trato con el prójimo, con nosotros mismos y con Dios. Todo
esto se consigue con una mayor cercanía con Dios, no sólo para evitar el pecado
y hacer el mal, sino la idea de Jesús es llegar con estos mandamientos a una
mayor profundidad. Quiere evitar en los discípulos, las actitudes de los
fariseos que observando los mandamientos, sin embargo ofendían la santidad de
Dios. No juraban por Dios, pero sí, por el cielo, la tierra, o Jerusalén, es
decir, trono de Dios, el escabel de sus pies, o el lugar escogido de su
presencia, en el fondo, siempre se hacía alusión a Dios. Jesús quiere evitar la
ligereza, el abuso, la falsedad de sentimientos respecto las realidades
divinas, y su sutil manejo, jurar por ellas quebranta el honor de Dios
(vv.34-35; cfr. Is.66,1; Sal.47,3). Tampoco se puede
ofrecer la cabeza, como precio a la veracidad, para hacer ostentación de una afirmación
ridícula. No puede cambiar la fecha de tu edad o fijarla, detrás de esta
sentencia sencilla y profunda está la verdad que Dios es Señor de tu vida. Todo
tu ser le pertenece a Dios; el llamado es a no exagerar y no disponer de algo
que no se tiene (cfr. Mt.10, 30). “Sea vuestro lenguaje: sí, sí; no, no;
lo que pasa de aquí, viene del Maligno”
(v.37). Cuando se hable, que las palabras sean lo que piensa el corazón: el sí que
sea sí, el no que sea no. Esto tiene validez ante Dios y los hombres; quien se
abre a Dios, también sea veraz, y abierto ante los
hombres. Más que una regla ética dada a los hombres, en un ambiente mundano, a
disposición de los hombres, la palabra de Jesús siempre se hará presente desde
el punto de vista de Dios. En esta nueva justicia de Jesús, ve a Satanás. Las
habladurías ligeras, los juegos de equilibrio del honor de Dios, fuera de ser
una imperfección son un pecado. Vivir en el límite del mandamiento, lo
permitido y prohibido, de la palabra de Dios interpretada estrechamente, en lo
externo, pero interiormente hipócrita a la hora de vivirla. No hay que recurrir
al juramento para vivir en la verdad, es preciso ser veraces desde lo interior
del espíritu humano iluminado por luz de la fe y del amor que viene de Dios
manifestada en Jesús.
Según Santa
Teresa el amor de Dios ilumina el corazón del cristiano, está asegurado el amor al prójimo. “Ande la
verdad en vuestros corazones como ha de
andar por la meditación, y veréis claro el amor que somos obligadas a
tener a los prójimos.” (CV 20,4).
P. Julio González C.