DECIMA SEPTIMA SEMANA DEL
TIEMPO ORDINARIO
(Año Impar. Ciclo C)
Fr. Julio González C. OCD
Lecturas
bíblicas
a.- Gn. 18,
20-32: No se enfade mi Señor, si sigo hablando.
En la primera lectura, encontramos el regateo de Abraham
con Yahvé, para salvar a hombres y mujeres de la ciudad de Sodoma, de la
inminente destrucción. Sodoma estaba en el territorio que Lot había elegido
para sí, al separarse de Abraham (cfr. Gn. 13,10ss), pero la separación sólo es
física, porque esto es lo que más une a su sobrino, por esa tierra. Este pasaje
viene inmediatamente después de la manifestación de Mambré, cuando los
personajes de la teofanía dirigen sus pasos precisamente a Sodoma, mientras
Yahvé, le plantea a Abraham el problema de la ciudad (cfr. Gn. 18, 16. 22).
Encontramos un monólogo de Yahvé, y luego un diálogo con el patriarca, donde se
destaca la defensa de justos y pecadores, y la intercesión que hace Abraham
ante Dios. El monólogo revela las intenciones de Yahvé respecto de Abraham, su
función profética e intercesora, y en el diálogo, vemos esas funciones en
ejercicio activo. En el monólogo, Dios se abaja hasta el patriarca, para
revelarle sus propósitos, aquí se abre a la plegaria del hombre. Es Sodoma
donde Dios y Abraham se encuentran, mientras el primero quiere constatar la
acusación que ha llegado a sus oídos, el segundo, se convierte en su defensor,
aprovechando la oportunidad que Dios le ha concedido. Esta ciudad de Sodoma, representa
la perversidad, la ciudad pecadora. Abraham, aparece como el padre de un gran
pueblo, inicio de una bendición para todos los pueblos, intercede por un pueblo
extranjero, no es el suyo, y al exigir justicia a Yahvé para ese pueblo, se
convierte en modelo de oración, para pedirla a Dios siempre que sea necesario.
El regateo sobre el número de justos para salvar a los demás, se consolida en
dos principios: la justicia de Dios y la solidaridad de los justos con los
pecadores. Si hay justos cuando Yahvé destruya la ciudad, su justicia para
ellos, se convierte en injusticia, es decir, los pecadores arrastran en su
suerte a los buenos. De cincuenta llega a diez justos y logra con su
intercesión que una bendición de Yahvé salve a esa humanidad que estaba condenada
a una maldición. Se hace realidad, aquello que en Abraham, son bendecidos todos
los pueblos.
b.- Col. 2,
12-14: Os dio vida en Cristo, perdonándonos todos los pecados.
San Pablo, defiende su tarea de formación catequética en
medio de los colosenses, frente a los que quieren introducir innovaciones
filosóficas en la comunidad eclesial. El tono de Pablo, es el de un padre
comprensivo, que los exhorta a seguir su camino de fe, tal como él se los
enseñó. Cristo Jesús, es inicio y camino para llegar a la plenitud. Pablo no se
opone a la visión filosófica del mundo y del hombre, sino que se parta de los
“elementos del mundo” y no de Jesucristo. Estos elementos del mundo, eran seres
superiores, semi-divinos que gobernaban la realidad
humana y celestial. La adaptación judía, consideraba a estos seres, como
ángeles guardianes de la Ley. Es un sincretismo, entre las ideas de la religión
de los misterios y el judeocristianismo, la crítica de Pablo apunta a la
idolatría, que poseen como trasfondo: entre Dios y los hombres existirían unos
seres divinos, que gobernarían como mediadores la acción de Dios sobre los
hombres. Como judío no admite más que a Dios, como ser absoluto, y debajo de
ÉL, todas son criaturas, y por lo tanto, manipulables. El hombre no se arrodilla
más que ante Dios, Cristo es Dios, por lo tanto, en ÉL reside toda la plenitud
de la divinidad corporalmente (cfr. Col. 2, 9), es decir, en la realidad humana
de Cristo, es donde se realiza el misterio de la Encarnación y Resurrección. En
Cristo, se realiza la unión del mundo divino, al que pertenece por su ser
preexistente y glorificado, y el mundo creado que asumió, directamente, la
humanidad, e indirectamente, el cosmos, mediante su Encarnación y resurrección.
Cristo Jesús, es la plenitud del ser. Se puede afirmar entonces que no hay
mediadores entre Dios y los hombres, más que Jesucristo. Dios en la persona de
su Hijo, después de hacerlo carne de pecado, sometido a la Ley, y un maldito
por ella, suprime la condena contra el hombre, ejecutándola en ÉL; lo entregó a
la muerte, clavando y destruyendo en ella, el documento de nuestra deuda y
condenación. Despojados de su poder, los principados y las potestades de estos
seres superiores, Cristo Jesús, con su resurrección, venció
estos principados y potestades de seres superiores, y los agregó a su cortejo
triunfal, y los mostró como derrotados.
c.- Lc. 11,1-13:
El Padre Nuestro. Pedid y se os dará.
El evangelio nos enseña a orar a Dios como hijos que se
dirigen a su Padre; se trata de la apertura del hombre al misterio de Dios que
se revela con la instauración de su Reino. Las dos primeras peticiones, quieren
la manifestación de Dios sobre la historia; la venida de su Reino es una
manifestación de la santidad de su Nombre; se pide el pan cotidiano y el
perdón, peticiones importantes porque el hombre es tentado de ahí la importancia
de ser fortalecidos por la Palabra de Dios, el Pan eucarístico y la oración
constante de la comunidad por todos sus miembros. Es la oración de Jesús y la
Iglesia, del cristiano que abierto al Reino de Dios, confía plenamente la
presencia salvadora de Dios. Pedir en la oración: “Venga tu Reino”, es
manifestación de un don de Dios para el hombre que queremos que actualice
siempre, de ahí que esta oración tiene ese carácter familiar, personal al
Padre. El Reino es don de amor y confianza, que el Padre ofrece a sus hijos.
Pero además, el Reino es ofrecimiento de perdón de todos los pecados de parte
de Dios para el hombre pecador, reconciliación de los hombres, hijos de Dios,
entre sí. Sin este perdón mutuo, elevar a Dios esta plegaria se convierte en
mentira. Esta oración nos enseña a descubrir cuanto ama Dios al hombre, de lo
cual nace la esperanza en su bondad. La actitud del amigo que llama en la noche
y del hijo que pide a su padre, son imágenes que el evangelista nos presenta la
forma cómo debemos confiar en Dios. De la pobreza espiritual se eleva nuestra
oración al Padre para pedirle por la vida de cada día y por permanecer en su
Reino. “Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros
hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo
pidan!» (v. 13). Con estas palabras el evangelista nos quiere decir que podemos
pedir lo que queramos al Padre, para recibir siempre el regalo del don de su
Espíritu Santo.
Aprendamos de Teresa de Jesús a pedir en el Padre Nuestro:
el Pan nuestro de la Palabra y de la Eucaristía. “Pues visto el buen Jesús la
necesidad, buscó un medio admirable adonde nos mostró el extremo de amor que
nos tiene, y en su nombre y en el de sus hermanos, pidió esta petición: «El pan
nuestro de cada día, dánosle hoy, Señor». Entendamos, hermanas, por amor de
Dios, esto que pide nuestro buen Maestro, que nos va la vida en no pasar de
corrida por ello, y tened en muy poco lo que habéis dado, pues tanto habéis de
recibir.” (CV 33,1).
Lecturas bíblicas
a.- Ex.32,15-24.30-34: El becerro de oro.
b.- Mt. 13,
31-35: El grano de mostaza y la levadura.
Si bien no alcanza la altura de árbol, pero si es
vistoso, se convierte en arbusto, el fruto de la semilla de mostaza. Puede que
detrás de esta imagen, encontremos la idea de un árbol ideal, es decir de
amplias ramas donde los pájaros habitarán, símbolo que usa el profeta como
signo de fertilidad, vida y estabilidad (cfr. Ez. 17, 22). Será el mismo Dios,
quien plantará este árbol (cfr. Ez. 31,1ss; Dan. 4, 6ss). Vemos que Jesús trae
a la memoria la imagen del árbol, para darle un sentido nuevo, lo mismo
sucederá, al final de los tiempos, con la obra de Dios que ahora empieza como
una semilla: el reino de Dios. La idea de la parábola, es dar a conocer los
humildes inicios del Reino de Dios, pero además, la grandeza de su consumación.
La oración del discípulo confía en que Dios de algo humilde, puede convertir en
algo fuerte y grande, si puede sacar hijos de Abraham de las piedras, también
puede formarse un pueblo numeroso (cfr. Mt. 3, 9). El pensar de Dios, es bien
distinto, a cómo piensan los hombres. Todavía encontramos otra idea, la del
crecimiento, es decir, la semilla que se convierte en árbol frondoso, tiene su
dinámica propia de progreso, encaminado a su meta final, porque es Dios, quien
conduce la historia hacia su consumación gloriosa. La levadura, en medio de la
masa, es otra de las imágenes, para expresar la misma idea: en esa cantidad de
harina, un poco de levadura, fermenta toda la masa y la mujer puede cocer el
pan. Se produce un milagro en el tiempo, la masa queda toda ella fermentada, se
ha producido un cambio sorprendente, entre el comienzo y el fin; así son los
comienzos del Reino de Dios. Los humildes inicios, nos hablan de la vitalidad,
poder y grandeza que puede alcanzar en el tiempo. La levadura es el comienzo de
su crecimiento, todo lo demás está contenido en ella. El comprender de Dios, es
distinto al pensar del hombre: más allá de pensar en lo pequeño y grande,
también se puede agregar lo débil y lo eficaz. Es en lo pequeño y débil, donde
radica toda la vitalidad y la fuerza del mensaje del reino (cfr. Gál. 4, 13; 1
Cor.1, 25. 27; 2, 3; 2 Cor. 12, 8). El discípulo de Cristo tiene nuevo espíritu
y nuevo corazón, porque se dejó transformar, cual levadura para su entorno. La
fuerza vital que lleva la comunica a las personas y también a todo lo que se le
confía. Su misión es fermentar las realidades que vive desde la humildad de su
existencia cotidiana para asentar todo en la vida de Dios. Esta es la vida de
Dios en nosotros.
Teresa de Ávila, a los que comienzan vida de oración, los
invita a no dejar la oración, camino seguro para ingresar en el Reino de Dios.
“Y verdaderamente un alma en sus principios, cuando Dios la hace esta merced,
ya casi le parece no hay más que desear, y se da por bien pagada de todo cuanto
ha servido. Y sóbrale la razón: que una lágrima de éstas que, como digo, casi
nos la procuramos, aunque sin Dios no se hace cosa, no me parece a mí que con
todos los trabajos del mundo se puede comprar, porque se gana mucho con ellas.
¿Y qué más ganancia que tener algún testimonio que contentamos a Dios? Y así,
quien aquí llegare, alábele mucho, conózcase por muy deudor; porque ya parece
le quiere para su casa, y escogido para su reino, si no torna atrás.” (V
10,3-4).
Lecturas
bíblicas
a.- Ex.33, 7-11;
34,5-9.28: El Señor hablaba con Moisés cara a cara.
b.- Mt. 13,
36-43: Explicación de la parábola del trigo y la cizaña.
Esta explicación, corresponde en realidad a la lectura,
que hizo la primitiva comunidad, y que Mateo nos comparte. La primera parte,
corresponde a saber quién es quién en la parábola, explicación que da el propio
Jesús. “El respondió: «El que siembra la buena semilla
es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del
Reino; la cizaña son los hijos del Maligno; el enemigo que la sembró es el
Diablo; la siega es el fin del mundo, y los segadores son los ángeles.” (vv.
37-39). Luego, se explica, el destino contrapuesto entre la cizaña y el trigo.
“De la misma manera, pues, que se recoge la cizaña y se la quema en el fuego,
así será al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, que
recogerán de su Reino todos los escándalos y a los obradores de iniquidad, y
los arrojarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de
dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El
que tenga oídos, que oiga.” (vv. 40-43). Se trata de la suerte del justo y el
pecador en el Juicio final, que se describe con tonos apocalípticos: el horno
encendido, llanto y rechinar de dientes. Si bien sabemos de la coexistencia de
buenos y malos, justos y pecadores en la Iglesia, el acento de esta explicación
se pone en el final, en el día de la siega, día de Juicio. Los justos irán al
Reino del Padre, los pecadores al horno encendido. De todo lo cual se concluye,
que no hay que abusar de la paciencia de Dios, porque el final del tiempo, nos
encontraremos con su Juicio. Ante la impaciencia y desaliento de muchos, es
necesario que el Reino de Dios, lo hagámoslo nuestro cada día, y el dinamismo
que genera ya está en marcha para obrar de acuerdo a los valores del Reino.
Porque eso significa que la semilla está dando frutos en nuestra existencia
cristiana. El Reino es de Dios, no nuestro, por lo tanto los frutos son del
Señor, nosotros no buscamos, ni protagonismo, ni el éxito, el valor de todo lo
que hagamos lo pone el Espíritu Santo. El crecimiento le corresponde a Dios, lo
mismo que la extensión y la intensidad, lo nuestro es, trabajar por ÉL.
Teresa de Jesús, para los que comienzan oración, nos invita a dejarlo todo por el Reino de
Dios. “Por esto y por otras muchas cosas avisé yo en el primer modo de oración,
en la primera agua, que es gran negocio comenzar las almas oración,
comenzándose a desasir de todo género de tormentos, y entrar determinadas a
sólo ayudar a llevar su cruz a Cristo, como buenos caballeros, que sin sueldo
quieren servir a su Rey, pues le tienen tan seguro. Los ojos en el verdadero y
perpetuo reino que pretendemos ganar. Es muy gran cosa traer esto delante, en
especial en los principios; que después tanto se ve claro, que antes es
menester olvidarlo para vivir, que procurarlo traer a la memoria lo poco que
dura todo y cómo no es todo nada y en lo nonada que se ha de estimar el
descanso.” (V 15,11).
Lecturas
bíblicas
a.- Ex. 34, 39-45:
El rostro de Moisés resplandece.
b.- Mt. 13,
44-46: El tesoro y la perla.
Las parábolas del tesoro y la perla son muy semejantes.
En la primera el hortelano descubre el tesoro, y quiere comprar el campo, para
ser dueño del tesoro. Quiere ese campo renunciando a todo lo demás. El mercader,
lo mismo, al descubrir una perla de gran valor está dispuesto a vender lo que
tiene, por conseguir esa perla. Con esta actitud de ambos protagonistas, el
evangelista nos quiere enseñar acerca de la entrega incondicional que el Reino
de Dios exige. Pero, a la entrega total por el Reino de Dios, se añade, la
alegría por haber encontrado el tesoro y la perla, es decir, el Reino de Dios,
ante el cual todos los bienes que posee pierden valor. Se trata de haber
encontrado a Jesucristo, el Señor. Nada le parece excesivo, con tal de
conseguir ese tesoro. Ambos han encontrado algo que llena su vida, y le da un
sentido nuevo, que los transforma desde lo interior. El verdadero tesoro, es
haberse encontrado con Jesucristo, que encarna el Reino de Dios, con su
presencia salvadora, su evangelio, y sus actitudes de vida nueva, en definitiva
amar a los demás como ÉL las ama: ser perla preciosa y tesoro para el prójimo,
desde el amor que recibe de ÉL y a ÉL vuelve con nuevo rostro y palabra hecha
oración, el prójimo.
Santa Teresa de Jesús, la certeza de fe de la Iglesia, la
vive en el gozo de alabar a Dios por ese Reino que no tiene fin y a la que nos
vamos encaminando. “Rey sois, Dios mío, sin fin, que no es reino prestado el
que tenéis. Cuando en el Credo se dice: «vuestro reino no tiene fin», casi
siempre me es particular regalo. Aláboos, Señor, y bendígoos para siempre; en fin, vuestro reino durará para
siempre. Pues nunca Vos, Señor, permitáis se tenga por bueno que quien fuere a
hablar con Vos, sea sólo con la boca.” (CV 22,1).
Lecturas
bíblicas
a.- Ex.
40,14-19.32-36: La nube cubrió la tienda y la gloria de Dios llenó el santuario.
b.- Mt. 13,
47-53: Parábola de la red, imagen del juicio final.
Esta parábola, si bien representa un aspecto común de la
vida de los apóstoles, como era echar las redes al mar de Galilea, tiene un
trasfondo escatológico. Una vez fuera del agua y la red llena de peces,
comienza la selección, escoger lo recogido, para la venta o comida. La parábola
busca darnos luz sobre las verdades o realidades últimas, es decir, lo que sucederá
al final de los tiempos. Como ese tiempo no ha llegado todavía, pero caminamos
a su consumación, deben coexistir buenos y malos, trigo y cizaña, hasta que
llegue el fin. Todos los peces están en la red por el momento, hasta que llegue
el tiempo de la selección final. Sólo al final de los tiempos se descubrirá la
verdadera comunidad de los hijos de Dios, libres ya del pecado y la muerte, de
aquellos que confesaban a Cristo sólo con los labios, del fariseísmo de muchos.
Todos aquellos que no tienen nada que ver con la verdadera comunidad de los
hijos de Dios, quedarán excluidos de la vida eterna en el cielo, correrán la
misma suerte, que los peces que son dejados en la playa, es decir, en la
oscuridad para siempre. El Reino de Dios, se hace presente en la persona de su
hijo Jesucristo, el Señor, nos comunica su buena noticia, el Evangelio, para
nuestra salvación. Nos propone un modo de vida, amar a Dios y al prójimo, con
el espíritu de las Bienaventuranzas (Mt.5). La participación futura en el Reino
de Dios, se inicia con un compromiso con la fe, la esperanza y la caridad, es
decir, un compromiso teologal y social, de vivir la vida cristiana en nuestra
sociedad, testimoniando el evangelio, y anunciando la salvación a todo hombre.
Este compromiso llevado con una vida litúrgica participativa y oración
continua, va transformando la vida cotidiana, en servicio activo a Dios y a los
hermanos, lo que nos asegura un lugar en el Reino de Dios.
Teresa de Jesús, enseña que la confianza, en que seremos
juzgados por Quien hemos amado y servido toda la vida. Ella está hablando de la
conveniencia de procurar siempre el amor y el temor de Dios cuando comenta las
palabras: “Y no nos dejes caer en
tentación. Líbranos del mal”: “ Plega
a Su Majestad nos le dé antes que nos saque de esta vida, porque será gran cosa
a la hora de la muerte ver que vamos a ser juzgados de quien habemos amado sobre todas las cosas. Seguras podremos ir
con el pleito de nuestras deudas; no será ir a tierra extraña sino propia, pues
es a la de quien tanto amamos y nos ama. Acordaos, hijas mías, aquí de la
ganancia que trae este amor consigo y de la pérdida en no le tener, que nos
pone en manos del tentador, en manos tan crueles, manos tan enemigas de todo
bien y tan amigas de todo mal.” (CV 40,8).
Lecturas
bíblicas
a.- Lv. 23,1.4-11.15-16.27.34-37: Las asambleas litúrgicas.
b.- Mt. 13,
54-58: ¿No es el hijo del carpintero?
El evangelio nos presenta la visita de Jesús a la
sinagoga de Nazaret. Del aprecio por la excelente enseñanza, se pasa a la
admiración, y de ahí al rechazo y al escándalo de parte de la audiencia. ¿Qué
pasó ahí? No creyeron en ÉL, y no pudo hacer muchos milagros. Mateo, llama a
“Jesús hijo del carpintero”, queriendo señalar quizás, que ya no trabajaba en
eso, al dedicarse a la predicación y respecto a los milagros podía hacerlos si
quería, pues siendo Dios, no depende de las determinaciones del hombre su
voluntad (cfr. Mc. 6, 3. 5). La frase más significativa del texto, es que se
escandalizaban de ÉL, con lo cual, el evangelista nos quiere introducir en el
misterio de Jesús. La actitud de la gente de su pueblo, es haberlo conocido
desde pequeño, a su familia, el trabajo de su padre, y quedarse en eso, y no ir
más allá. Jesús fue incomprendido y despreciado, lo tuvieron por loco (cfr. Mc.
3, 21; 14,27.29; 1 Cor. 1, 23). Ser
profeta, su vocación conlleva, el no ser comprendido, ni aceptada su palabra
(cfr. Is. 50,6; Mt. 27, 27-31. 39-44; Hb. 12,2; Dt.
18, 15). El mismo Jesús, dice la “Sabiduría se acredita por sus obras” (Mt. 11,
19), es decir, que a pesar del rechazo Dios, éste sigue adelante con su
proyecto de salvación. Jesús proclamó el evangelio a todos, el evangelio del
Reino de los cielos, con la fuerza del Espíritu, que renueva el corazón del
hombre. Sus compatriotas, se mostraron ciegos y obstinados, porque en lugar de
secundar el querer divino, lo rechazaron, demostrando su infidelidad a la Alianza,
por eso, se escandalizan de su Profeta y Mesías, Jesús de Nazaret. Frente a ÉL,
se tiene fe o no se tiene; hoy la indiferencia y el agnosticismo, están
instalados en el corazón de muchos hombres, pero el rechazo de Cristo, abre la
puerta a todos los ídolos del momento: el consumismo, el egoísmo, que crean
tiranía en el corazón del ser humano. El cristiano y la Iglesia, luz del mundo,
deben presentar a Jesucristo a los hombres, para iluminar a muchos, que caminan
en tinieblas y sombras de muerte. Su destino es la luz sin ocaso, que viene de
la Palabra y de la Eucaristía, Sacramento que alimenta para la vida eterna.
Teresa de Jesús, enseña que la mayor merced que Dios nos
hizo fue entregarnos a su Hijo. “Pues veis aquí, hermanas, lo que nuestro Dios
hace aquí para que esta alma ya se conozca por suya; da de lo que tiene, que es
lo que tuvo su Hijo en esta vida; no os puede hacer mayor merced. " (5 M
2,13).
Lecturas
bíblicas
a.- Lv. 25,1.8-17: El año jubilar cada uno recobrará su
propiedad.
b.- Mt. 14,1-12:
Herodes decapita a Juan el Bautista y sus discípulos fueron a contárselo a
Jesús.
Este pasaje de Mateo nos presenta su visión del martirio
de Juan el Bautista. El relato tiene mucho de historia, pues nos habla de
Herodes Antípas, hijo de Herodes el grande; gobernaba
sobre todo el norte de Israel, Galilea y Perea, lugar donde Jesús realizó gran
parte de su ministerio hasta que fue a Judea. La decapitación de Juan Bautista,
se debe a su predicación que denunciaba la inmoralidad en que vivía el tetrarca
Herodes, por tener por mujer, a la esposa de su hermano Filipo. La recia
personalidad de Juan y su irrenunciable actitud de no temer las amenazas del
poder, hacen que su palabra sea fuerte en denunciar el error, con una moral,
que no cede ante la mentira. Juan Bautista no es caña que se doble, ante
cualquier viento (cfr. Mt. 11, 7), es el profeta y precursor del Mesías. Su
vida está estrechamente unida al sufrimiento, rechazo y muerte violenta, como
la de Jesús (cfr. Mt. 23, 29. 37; Lc. 13, 33). Con este relato el evangelista,
nos quiere mostrar que Jesús seguirá un camino semejante. Juan, muere por
defender los mandamientos del Yahvé, el adulterio de Herodes Antipas, va contra
la voluntad de Dios; más tarde Jesús defenderá estos mandamientos denunciando
la malicia que había en la interpretación que hacían los dirigentes religiosos
del pueblo de Israel. Lo odian a Jesús, como a Juan Bautista porque denuncia la
maldad, la mentira, sus obras son malas (cfr. Mt. 5,21; Jn. 7, 7). Lo mismo
habían vivido los profetas en el pasado, la persecución y la muerte, antes que
Juan, y que Jesús y sus discípulos
también experimentarán (cfr. Mt. 5, 12; 10, 17ss.34). Pero Mateo, insiste en la
relación entre ambos hombres de Dios, al señalar que a la decapitación de Juan,
sigue que sus discípulos lo enterraron, y fueron a comunicar a Jesús la noticia.
Con lo que nos quiere indicar, que los discípulos de Juan, deberán ir a Jesús.
En ÉL encontrarán la plenitud de la revelación, por ÉL, el Camino, la Verdad, y
la Vida dio Juan Bautista, su maestro la vida, el mismo que había asegurado,
que Jesús era superior a él (cfr. Mt.3,11), que bautizará con Espíritu Santo y
fuego, que era el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Jn.1,29.33).
Como Juan y Jesús, la Iglesia sigue su mismo camino al denunciar la maldad de
muchos y de instituciones de maldad que esclavizan a los hombres, y lo hace
anunciando a Jesucristo, el Señor de la vida, la verdad y el amor. La Iglesia
vive en camino, hecho de testimonio y de sufrimiento, cuando es perseguida y
martirizada en sus hijos los profetas de nuestro tiempo.
Santa Teresa de Ávila, enseña que la vida del cristiano
comprometido y la del buen religioso es un largo martirio. “Torno a decir que
está el todo o gran parte en perder cuidado de nosotros mismos y nuestro
regalo; que quien de verdad comienza a servir al Señor, lo menos que le puede
ofrecer es la vida; pues le ha dado su voluntad, ¿qué teme? Claro está que si
es verdadero religioso o verdadero orador, y pretende gozar regalos de Dios,
que no ha de volver las espaldas a desear morir por él y pasar martirio. Pues
¿ya no sabéis, hermanas, que la vida del buen religioso y que quiere ser de los
allegados amigos de Dios, es un largo martirio? Largo, porque para compararle a
los que de presto los degollaban, puédese llamar
largo; mas toda es corta la vida y algunas cortísimas. Y ¿qué sabemos si
seremos de tan corta, que desde una hora o momento que nos determinemos a
servir del todo a Dios se acabe? Posible sería, que, en fin, todo lo que tiene
fin no hay que hacer caso de ello; y pensando que cada hora es la postrera,
¿quién no la trabajará? Pues creedme que pensar esto es lo más seguro.” (CV
12,2).
Fr. Julio
González C. OCD