DECIMA SEXTA SEMANA DEL TIEMPO
ORDINARIO
(Año Par. Ciclo A)
P. Julio González
Carretti ocd
a.- Sb. 12,13.16-19: En el pecado, hay lugar al
arrepentimiento.
b.- Rm. 8, 26-27: El Espíritu intercede con gemidos
inefables.
c.- Mt. 13, 24-43: Dejadlos crecer hasta la siega.
a.- Mi. 6,1-4.6-8: Te he explicado hombre lo que Dios
desea de ti.
b.- Mt. 12, 38-42: Piden una señal. No se les dará más
signo que el de Jonás.
a.- Mi. 7,14-15.18-20: Arrojará al fondo del mar todos
nuestros delitos.
b.- Mt. 12, 46-50: Estos son mi madre y mis hermanos.
a.- Jr. 1,1.4-10: Te nombré profeta de los gentiles.
b.- Mt. 13,1-9: Cayó en tierra buena y dio grano.
a.- Jr.2,1-3.7-8.12-13: Me abandonaron a mí fuente de
agua viva.
a.- Jr. 3, 14-17: Os daré pastores conforme a mi
corazón.
b.- Mt. 13, 18-23: El que escucha la palabra y la
entiende, ése dará fruto.
a.- Jr.7,1-11: Creéis que es una cueva de bandidos el
templo que lleva mi nombre.
b.- Mt. 13, 24-30: Dejadlos crecer juntos hasta la
siega.
Lecturas
bíblicas
La primera
lectura, nos habla de la relación de Yahvé con los pueblos cananeos, y aquí
encontramos los motivos de tal moderación. Lo severo de su conducta, se debe a
los crímenes que ellos cometían (Sab. 12, 3-7); ahora surgen sentimientos de
misericordia, manifestación de su poder, como Señor de todas las cosas (Sab.
3,3-18). Sólo Yahvé existe como Dios en Israel, sólo a ÉL hay que dar cuenta de
sus juicios, cuando aplica la justicia. Mientras los hombres usan la ley del
más fuerte, no así Yahvé, y son injustos, sólo ÉL es el más fuerte. Su fuerza y
poder son garantía de su justicia,
precisamente porque es poderoso, es también misericordioso (cfr. Os. 11,9; Sant.
2,11). Es entonces, que el autor presenta dos actitudes de Yahvé: se muestra
fuerte y muy severo, con quienes no creen en su poder soberano, como los
paganos; pero para los que dicen creer, pero con su vida desdicen tal
afirmación, se asemejan en su conducta a los judíos apóstatas. Dios castiga la
soberbia, la vida sin fe, la conducta ilógica. Distinto es el destino de
quienes reconocen la omnipotencia divina, ya que Yahvé se muestra afable y
bondadoso, puesto que la conducta del creyente corresponde al querer de Dios.
Su gobierno sobre los hombres es moderado e indulgente, porque es poderoso,
pero también puede recurrir a su severidad. Este obrar de Dios enseña a los
hombres piadosos, que deben ser generosos con su prójimo, como lo mandaba la
Ley de Moisés, pero también con todos los hombres. Este pasaje es claro
preludio del mandato evangélico del amor universal, que Jesús nos enseñó (cfr.
Sab. 1,6; 7, 23; Mt. 5, 43-48). Finalmente, la conducta de Dios, enseña a los
hombres que nunca se debe perder la esperanza, pues en el pecado hay
posibilidad para el arrepentimiento.
San Pablo,
expone que a los gemidos de la creación (Rm. 8, 22) y de la humanidad (Rm. 8,
23), se unen ahora los gemidos del Espíritu, que viene en nuestra ayuda, para
suplir nuestra flaqueza. Esta debilidad o flaqueza nuestra está relacionada con
la glorificación que esperamos, que suspiramos, es decir, sabemos que Dios
quiere nuestra santidad y glorificación, pero hasta que lleguemos a la meta, no
siempre sabemos pedir lo que nos conviene (cfr. Rm. 8,19-25). A suplir esta deficiencia
nuestra viene el Espíritu Santo, abogando por nosotros con gemidos inefables,
que son según Dios, conformes al designio que tiene para cada uno de los que
van a ser santos (v. 27). Estos gemidos no dejan de ser atendidos, y son
inefables, porque son interiores, sin palabras, no hay palabras que lo
expresen, quizás incomprensible a los hombres, pero sí para Dios, que los
conoce, porque escudriña los corazones, con sus divina sabiduría y ciencia
(cfr. 1Sam.16,7; 1 Re.8,39; Sal.70,10; Ap.2,23). Este
atributo divino, no es propiamente del Espíritu, porque por su naturaleza
divina es incompatible con ÉL, son gemidos, más bien, que el Espíritu crea en
nosotros, en nuestros corazones (cfr. Rm. 8, 15-16. 23).
El
evangelio nos presenta una serie de parábolas. Distinguimos una primera parte
con tres parábolas que Jesús dice a la gente: la de la cizaña (vv.24-30), la de
la mostaza (vv.31-32), y la de la levadura (vv. 33-35); en la segunda parte,
encontramos a Jesús con sus discípulos donde les explica la parábola de la
cizaña (vv.36-43). Como trasfondo de todo este texto tenemos la idea que el
antiguo Israel se opone al mensaje del Evangelio (cc.
5-7), Sólo el nuevo pueblo que despunta, la entiende y da frutos. En Mateo
debemos recordar que las parábolas poseen un sentido crítico respecto a los
judíos y su modo de vivir y enseñar la antigua alianza. En la parábola de la
cizaña, Jesús les reprocha a los judíos oponerse al evangelio, a la cosecha,
por ello son como la cizaña, toda una crítica a los dirigentes del pueblo. El
evangelio, nos presenta una vez más la imagen de la semilla, para enseñar a su
pueblo la palabra, que ilumina y salva. Lo propio de esta parábola, es que
junto a la semilla de Dios, se afirma la existencia del sembrador del mal, es
decir, del enemigo de Dios. Nos enseña que el sembrador de la cizaña, actúa en
las tinieblas, de noche, desde lo escondido para no ser descubierto. Será en el
momento de la siega, no antes, que deberán recoger el trigo y la cizaña, para
separarlos, mientras el primero se guarda en el granero, la cizaña será
quemada. La enseñanza fundamental de la parábola es la presencia de los
sembradores, es decir, saber que donde siembra Dios, cerca está Satanás,
sembrando la semilla del mal. Quiere prevenirnos de falsos optimismos, saber
discernir dónde se encuentra la verdad, el bien, lo santo y perfecto, lo que es
fruto de la acción de Dios, y también, descubrir el mal, la mentira de la vida,
la maldad, incluso en la comunidad eclesial. La siega, imagen del juicio final,
es el momento de separar el trigo de la cizaña, del bien del mal; ese día
llegará, lo presidirá el Hijo de Dios, el hombre con su juicio no adelanta
nada. Cuando escribe Mateo, parece había un celo excesivo e intolerancia,
en lo que
se refiere a la implantación del Reino de Dios. Más que insistir en la
convivencia del bien y del mal, la acentuación recae en el destino final de la
separación del trigo y la cizaña, es decir, del destino de buenos y malos. La
parábola hace pensar en esto: ¿por qué hay malos en la Iglesia? Mateo da sus
razones: al mismo tiempo que Dios actúa en la vida de los hombres, también lo
hace Satanás. Si bien, la selección es por parte de Dios, hay también un tiempo
para la conversión, pero la convivencia con los malos, es una oportunidad para
ejercitar las virtudes teologales y cardinales, pero también, para hacer
apostolado en el sentido de iluminar, nutrir, proponer el Evangelio, como un
estilo de vida a todo prójimo que cruza nuestro camino. Las otras dos parábolas
son sinónimas (vv.31-33), en el sentido que a pesar de la oposición, hay
cosecha abundante. Si no fructifican los dirigentes religiosos, otros lo harán.
La cita del Sal.78,2, es todo un desafío dirigido a
los discípulos y no a la gente, donde el evangelista deja en claro, que la
crítica de Jesús, es la continuación de toda una línea profética. Finalmente,
la explicación de la parábola de la cizaña (vv.36-43), aparecen los hijos de
Dios y los del Maligno (cfr. Jn. 8, 39-47; 16,2). Además de identificar a los
que aparecen en la parábola la explicación lleva otra intención: la decisión
del padre de familia no es ya dejar crecer la cizaña y el trigo sino de la
siega futura, el drama del Juicio final. Se habla del destino de los malos, a los
que hay que prevenir, sino se convierten serán arrojados lejos de Dios (cfr.
Mt. 18,6; 22, 40; 5,17; Sant.1,25; Gál.6,13s; 6,2;
Mt.25,31s). La tarea es obrar bien, luchar por y con los valores del Reino,
discernir también con la luz de la fe, la obra del enemigo en nuestro camino y
en el de la sociedad de hoy, para vencer al mal a fuerza de bien.
Teresa de
Jesús, nos invita a poner los ojos en el Reino de Dios, nuestro destino por ser
hijos de Dios, miembros de la Iglesia herederos de la vida eterna. “Rey sois,
Dios mío, sin fin, que no es reino prestado el que tenéis. Cuando en el Credo
se dice: «vuestro reino no tiene fin», casi siempre me es particular regalo. Aláboos, Señor, y bendígoos para
siempre; en fin, vuestro reino durará para siempre. Pues nunca Vos, Señor,
permitáis se tenga por bueno que quien fuere a hablar con Vos, sea sólo con la
boca.” (Camino 22,1)
Lecturas
bíblicas
Este
evangelio nos revela que siempre ha existido un sensacionalismo religioso,
hechos extraordinarios, la milagrería, etc. Si bien buscan la fe, los que
gustan de estos fenómenos religiosos, se apoyan en estas realidades efímeras,
religiosas, pero poco cristianas; a Jesús los fariseos le piden un signo del
cielo (Mt. 16, 1). Fue una de estas peticiones de signos para creer, lo que más
disgusta a Jesús: “Si no veis signos y milagros no creéis” (Jn. 4, 48). Los
signos que ha hecho ¿no son suficientes? ¿No ha hablado Dios en su bautismo en
el Jordán? Ellos quieren algo más se podría poner en la línea del Bautista,
cuando quería saber si, Jesús era realmente el Mesías (Mt.11,2),
quieren un signo innegable, apodíctico. Como al Bautista, a los fariseos, Jesús
les muestra el camino de la fe, en contrapunto, a querer como ellos, forzar la
voluntad de Dios, en lugar de someterse a ella. Esta actitud la califica Jesús,
como la de una generación “malvada y adúltera” (v.39), por su falta de confianza
en Dios, de fidelidad a su palabra. La fe, no se cimienta en cosas
extraordinarias, sino en la aceptación de la voluntad de Dios en la vida del
creyente. Esta generación no es otra que el pueblo de Israel, que a lo largo de
su historia vivió siempre pidiendo signos y prodigios a Yahvé; sin milagros
comenzaban a dudar de su palabra. Simplemente Jesús no accede a su petición, es
más les niega toda señal, como tampoco accedió a las de Satanás en el desierto
(cfr. Mc. 4,1-11; 8,11). ¿Quién estaba preparado para el signo que les daría el
Hijo del Hombre con su muerte y resurrección? ¿Quién lo hubiera comprendido?
Les faltaba fe, puesto que ese signo hay que comprenderlo sólo desde la
fe. La
figura de Jonás, era muy conocida entre los judíos, por eso, que la mención que
de él que hace Cristo, es muy significativa en Mateo. La predicación de Jonás
fue atendida por los ninivitas, ya que siendo paganos, hicieron penitencia, se
convirtieron y aceptaron la palabra de Dios. La advertencia no podía ser más
clara: el evangelio se va a ofrecer a los paganos. Los judíos no podían
presentar reclamos, porque ellos habían rechazado la palabra de Dios; los
paganos hicieron penitencia, y se convirtieron de su mala conducta. En cambio,
los judíos se niegan a escuchar a Jesús, que es mucho más que Jonás. La señal
es la muerte y resurrección de Cristo, estará tres días bajo tierra, por
obediencia a Dios; Jonás también estuvo tres días en el vientre de la ballena,
pero castigado por desobedecer a Dios, es liberado y enviado a predicar a los
ninivitas (cfr. Jon.2,1). Cristo muere como los profetas, pero es resucitado y
exaltado gloriosamente a la derecha del Padre. Esta es la única señal que dará
el Padre a la humanidad, escándalo para los judíos, necedad para los gentiles
(cfr. 1Cor.1, 20-23). Bastó un profeta, Jonás, una señal, su predicación, y
Nínive se convirtió, pero aquí, dada la sentencia, hay uno que es mayor que
Jonás, es decir los paganos, no sólo reemplazarán a los judíos, sino que los
juzgarán a final de los tiempos (v. 41; cfr. Mt. 8, 11-12). Se menciona a la
reina de Saba que visitó a Salomón para saciarse de su sabiduría (cfr. 1Re
10,1-13; 2 Cró. 9,1-12), en cambio, ellos se niegan a
escuchar a Jesucristo que es más que Salomón, porque es la Sabiduría y palabra
de Dios (v. 42). Jesucristo es predicador de conversión y penitencia, como
Jonás, pero además camino hacia Dios como Salomón y los maestros sapienciales
posteriores, si bien es profeta y maestros, los supera a ambos. Él es el gran
signo que Dios envía a la humanidad como Mesías, Rey y Profeta y con ÉL se
deberá producir el gran milagro de nuestra conversión diaria. ¿Queremos
milagros? Este es el mejor, el más evangélico, cristiano; realicémonos.
Teresa de
Jesús, nos hace testigos, como ella, de este signo, saber que Jesús está vivo,
en su Evangelio, en la Eucaristía, en la vida de gracia de cada orante. “¡Oh
Jesús mío, quién pudiese dar a entender la majestad con que os mostráis! Y cuán
Señor de todo el mundo y de los cielos, y de otros mil mundos, y sin cuento mundos
y cielos que Vos criaseis, entiende el alma, según con la majestad que os
representáis, que no es nada, para ser Vos Señor de ello.” (Vida 28,8).
Lecturas
bíblicas
El
evangelio de hoy, nos habla de la familia de Jesús. La pregunta de Jesús
pareciera manifestar un disgusto. Jesús tiene la intención de decir algo
concreto; todo conocen quienes son sus parientes. El evangelista dice que Jesús
extiende sus manos hacia sus discípulos, gesto que apunta a posesión,
bendición. Ellos son su madre y sus hermanos (v. 49). Sabemos que algunos de
sus parientes, no creían en ÉL, es más, pensaban que estaba loco (cfr. Mc. 3,
1). Jesús, es revelador del Padre, su Palabra, para el hombre pecador. De ahí
que su misión no sea otra que un servicio exclusivo a la Palabra y a sus
exigencias; lo que nos consta es que siempre habló con absoluta claridad acerca
del Reino de Dios (cfr. Mc. 10, 21. 35ss). Las exigencias las vivió en su
propia carne, desde el momento que tuvo que dejar casa, familia, trabajo, ser
incomprendido de los suyos, etc. Todo por el Reino de los cielos. Su vida está
marcada por la entrega total a la voluntad del Padre (cfr. Hb. 10,5). Para ser
pariente de Jesús, ser verdadero discípulo suyo, primero hay que seguirle,
escucharle, aprender de Él, recorrer el camino del sacrificio y renuncia que ÉL
hizo durante su vida terrena (cfr. Mt. 12, 48-50; 16, 24; Jn. 15,14; Mt. 11, 29;
10, 38-39; Mt. 16, 23). Lo característico del discípulo será el cumplimiento
efectivo de la palabra de Dios, quien lo asume, queda sumado a la familia de
Jesús, es su hermano, su hermana, su madre. Los vínculos de la sangre, el
parentesco de familia o nación, ya no son lo decisivo para el Reino de Dios.
Por sobre esos lazos, está la
llamada
de Dios, la vocación a la invita a vivir, de ahí que conozcamos separaciones,
renuncias por evangelio. La palabra penetra en una familia y como espada divide
a sus miembros, pero también esa unión con Jesús tiene la primacía por sobre
los padres incluso (cfr. Mt. 10, 34-36). Es fundamental que la voluntad de Dios
sea el punto central del mensaje de Jesús, ley suprema, que marca la adhesión
del discípulo, lo mismo para el judío que para el gentil que se convierte. Si
se confiesa fe en Cristo, es manifestación de la voluntad de Dios (cfr. Mt. 7,
21-33). Si bien escuchamos que el discípulo no será nunca más que el maestro,
esa relación queda hecha de superioridad y subordinación, ahora nos enteramos
que el discípulo también es pariente de Jesús. Quien se une a ÉL, es acogido en
su familia, intercambio de intimidad, más rica quizá que la que pueda haber
entre parientes y consanguíneos. Las relaciones entre maestro y discípulos se
manifiestan también entre sí. El reino de Dios establece un nuevo orden, una
compenetración espiritual que se expresa por medio de la fe, que acrecienta el
valor de la familia y la comunidad eclesial. Es entonces en la Iglesia, en la
familia, en la comunidad donde tenemos un gozo anticipado de la última
perfección, la vida eterna, cuando nos reunimos para la celebración de la
Palabra y la Eucaristía.
Luego de su
conversión Teresa de Jesús, no quiere otra cosa hacer la voluntad de Dios en su
vida. Amar a Dios tanto como es amada, de ahí el origen de este deseo, se
siente amada y quiere corresponder plenamente, no reservándose nada para sí.
Hay que imitar a Dios que ama sin esperar nada, nada a cambio; es su esencia
amar sin límites, infinitamente. Amor del Hijo por su Padre, que en secreto le
comunica su querer, así hace con el alma cristiana. “¡Oh buen Jesús! ¡Qué claro
habéis mostrado ser una cosa con el Padre y que vuestra voluntad es la suya y
la suya vuestra!” (Camino 27,4).
Lecturas
bíblicas
Con este
evangelio comenzamos la lectura del discurso parabólico de Mateo. Nos presenta
un conjunto de siete parábolas. Hoy vemos la del sembrador, en su primera
parte. Jesús sale de la casa y se siente a orillas del mar, lago de Genesaret,
mientras las gentes acuden a ÉL (v.1-3). La casa, es el espacio de intimidad de
Jesús, con sus discípulos, donde les enseñas especiales, para luego comunicarlo
a todos. Jesús sube a la barca, y se sentó para hablar a todos, pendientes de
las palabras que salen de su boca, los hombres acuden donde se puede escuchar
la palabra de Dios, donde el Espíritu, da testimonio efectivo de sí mismo, por
medio del lenguaje humano. Jesús les habla desde la otra orilla, como en la
montaña, sentado desde lo alto, ahora está sentado, lo separa la playa de la
gente, porque su palabra viene de arriba. Jesús les habla en parábolas, qué
sentido tiene ese lenguaje, es el evangelista quien manifiesta el mensaje de su
comunidad cristiana (v.3). El sembrador lanza la semilla al voleo. Parte de ella
cae en el camino (v.4), otra entre rocas (v.5), otras entre abrojos (v.7), y
finalmente cayó en tierra buena (v.8). El labrador se arriesga porque lo mueve
la esperanza de una buena cosecha. La cantidad por uno, el 30, 60 y 100, era
tema de las reflexiones de los rabinos que hablaban de la abundancia de la
tierra como signo de los tiempos mesiánicos. Jesús pone la atención no en la
semilla, sino en la futura cosecha; lo mismo habrá de suceder con el Reino de
Dios (v.8). Sus comienzos son humildes y sencillos, pero por ser una siembra de
la Palabra de Dios, la cosecha será grande. Como el sembrador, el predicador o
evangelizador también encuentra obstáculos y dificultades que parecen quitar la
esperanza de tener éxito, por la superficialidad, indiferencia o simplemente no
aceptar el Reino de Dios o las inconstancias en la vivencia de la fe (cfr. Mc.
6, 5-6; 3, 6; Jn. 6, 60). Esta parábola en los labios de Jesús es revelación
de la
propia misión profética, con la esperanza cierta de una cosecha espléndida, que
con su palabra siembra generosamente en el corazón de los hombres. El rechazo
de Jesús, por parte de los judíos, suena a un fracaso inicial precisamente en
aquellos que eran los primeros destinatarios de la salvación. Jesús predicó el
Reino de Dios por medio de parábolas que van revelando su naturaleza, la vida
del hombre llamado a la salvación. Esta predicación se centra en lo medular de
la vida del hombre: su felicidad. Todas las parábolas tocan ese núcleo, y
expresan la alegría de pertenecer al Reino de Dios. La tarea de la comunidad
eclesial, no es otra, que seguir predicando el Evangelio a pesar de las
dificultades, todavía hay tierra buena donde sembrar, para que el que tenga,
oídos que oiga.
Teresa de
Jesús, en su comentario a la oración del cristiano nos invita a saber qué
significa decir que venga su Reino entre nosotros. “Santificado sea tu nombre,
venga a nosotros tu reino». Mas
mirad, hijas, qué sabiduría tan grande de nuestro Maestro. Considero yo aquí, y
es bien que entendamos, qué pedimos en este reino. Mas
como vio Su Majestad que no podíamos santificar ni alabar ni engrandecer ni
glorificar este nombre santo del Padre Eterno conforme a lo poquito que podemos
nosotros de manera que se hiciese como es razón si no nos proveía Su Majestad
con darnos acá su reino, y así lo puso el buen Jesús lo uno cabe lo otro.
Porque entendamos, hijas, esto que pedimos y lo que nos importa importunar por
ello y hacer cuanto pudiéremos para contentar a quien nos lo ha de dar, os
quiero decir aquí lo que yo entiendo.” (Camino 30,4).
Lecturas
bíblicas
Este pasaje
del evangelio, responde a la inquietud: ¿Por qué Jesús habla en parábolas? A
Mateo le interesa ahora profundizar la doctrina enseñada al pueblo y la
instrucción dada a los discípulos. Tenemos la impresión que Jesús usó las
parábolas, para no ser comprendido o para que la verdad fundamental del
evangelio, no llegase a todos, sino a un grupo reducido de escogidos. Lenguaje
secreto, no como abierta instrucción sobre el reino de Dios, fruto quizás, de
la incredulidad manifestada por el pueblo, por ello usaba las parábolas. La
respuesta de Jesús, a vosotros se os dado conocer los misterios del Reino de
Dios, en cambio, a ellos no (v.11). Se habla de misterios, ¿cuáles? No se dice
claramente lo que es el reino de Dios, no se impone a la gente, no supera al
hombre. Es un misterio sólo conocido por el oyente solícito y por él
reconocido; Jesús llama a todos sin excepción. Pero es allí, en diferentes
tipos de campos, donde se decide si se acepta o no, el mensaje Jesús, si la
semilla de la palabra echa raíces, da frutos, o se pierde pronto o en un tiempo
determinado. Con el término misterios se alude a la explicación de las
parábolas (cfr. Mt.13,18-23; 36-43), la que se confía
a los discípulos (vv.18.36). Esta realidad será para los que se abren al
Espíritu pero también para los que ya son sus discípulos. Jesús alaba a los
discípulos porque ven y oyen, como conviene, lo que ven es a Jesús y su
palabra, ahí está la mejor explicación del reino de Dios (vv.16-17). Se
presenta el misterio de la vocación y de la elección sobre lo cual el hombre no
pide cuantas a Dios (Rm. 9, 19s). Está abierto el camino para dar frutos al
oyente bien dispuesto en lo interior. Conocimiento y participación en el reino
de Dios para los discípulos sigue siendo un misterio, todavía seguirá siendo
pura gracia la lección y la participación (Ex. 33, 19s). El evangelista añade:
al que tiene se le dará…(v.12), es decir, Dios prodiga
sus bienes libérrimamente hasta conseguir la vida eterna. A los no dispuestos,
se les quitará hasta lo que creen poseer hasta que en día del Juicio, lo
pierdan todo. Es el infierno del sinsentido; la decisión respecto a Jesús es
radical. Habla en parábolas porque “viendo no ven y oyendo no oyen ni
entienden” (v. 13; cfr. Is. 6,9-10). Jesús contesta ahora directamente la
pregunta de los discípulos. Isaías había recibido el mandato de Yahvé de
endurecer el corazón de Israel, porque no obedeció la alianza con el Señor.
Dicha aniquilación comienza con no querer ni ver ni oír, es decir, con el
endurecimiento
del
corazón. Como con el profeta, también con Jesús aparece el misterio de
obstinación. De ahí que el lenguaje sea en parábolas; no se quieren salvar, por
lo mismo, se hacen culpables (v. 15, cfr. Mc. 4,11s). Jesús declara dichosos a
los discípulos porque ven y oyen. Muchos quisieron ver y oír lo que ellos ven y
escuchan (cfr. Mt.13,11). Se pasa del adviento que fue
para los profetas y la venida, es decir, esta manifestación que ellos no
conocieron pero sí los discípulos, por eso ahora son dichosos (cfr. Mt. 23,29;
Rom.16,25; Ef.3,4-5; Col.1,26). De ahí que ven y
conocen, oyen y entienden porque en y con Jesús experimentan el misterio de
Dios (cfr. Col.1, 24s), en su Iglesia.
Santa
Teresa de Jesús, es una de los bienaventurados que conoció los secretos del
Reino de Dios, porque acogió la salvación que Cristo le ofrecía en la oración.
“Miradle resucitado… ¡qué victorioso! ¡qué alegre!
Como quien tan bien salió de la batalla adonde ha ganado un gran reino, que
todo le quiere para vos, y así con él. Pues ¿es mucho que a quien tanto os da
volváis una vez los ojos a mirarle?” (Camino 26, 4).
Lecturas
bíblicas
En este
evangelio, encontramos la explicación de la parábola. Es importante destacar la
interpretación de las cuatro clases de terreno. Estas categorías representan
cuatro formas de ser cristianos en la Iglesia, donde todos han recibido el
anuncio del evangelio, pero la respuesta difiere de unos a otros. Incluso, se
puede afirmar que la han recibido con fe, pero ha faltado perseverancia. Los
tres primeros tipos, camino, el pedregal y las zarzas oyen la Palabra de Dios,
pero no escuchan las exigencias que deben estar por sobre los sentimientos, la
veleidad frente a la prueba, los trabajos de la vida y el poder de las
riquezas. El camino representa a quien oye la palabra de
Dios sin
entenderla, porque tiene endurecido el corazón, viene el maligno y roba lo
sembrado (v. 19); el pedregal, representa al que acepta la palabra con presteza
y alegría, pero frente a la dificultad y por falta perseverancia, sucumbe por
carecer de profundidad, es decir, de raíz (v. 21); las zarzas y abrojos
representan a los que son absorbidos por las preocupaciones de la vida, por el
consumismo, ídolo de nuestro tiempo, ahoga la palabra de Dios (v. 22). La
tierra buena es representada por los que entienden y aceptan con generosidad la
palabra de Dios que han escuchado de parte de Jesucristo. Este es el cristiano
que se compromete con la palabra y persona de Cristo Jesús; y los frutos que
recoge son el ciento por uno, el sesenta y treinta por uno (v. 23). Frutos de
justicia, santidad, verdad y amor que se van entrelazando en una fuerte vida
teologal y de oración. Hoy podemos decir, que Dios sigue hablando por medio de
los signos de los tiempos, en la vida ordinaria. Habla por medio de su Palabra
eterna, Jesucristo, el Señor (cfr. Jn.14,9); habla por medio de su Iglesia y de
los hermanos de comunidad; por los necesitados de justicia, de pan y de techo y
también por las frustraciones y alegría personales, familiares y sociales. Pero
también por las cosas bellas de la vida, los éxitos profesionales, la armonía
familiar, la comunión eclesial, mirar la existencia con profundidad hasta ver
en todo la huella de Dios.
Teresa de
Jesús, asume la palabra de Dios desde su condición de cristiana y contemplativa
que ve como esa voluntad divina que va transformando la existencia diaria.
“Siempre yo he sido aficionada, y me han recogido más las palabras de los
Evangelios que libros muy concertados” (Camino 21,4).
Lecturas
bíblicas
Este
evangelio sigue con el tema de las semillas, pero desde otra perspectiva,
imágenes todas para mostrarnos cómo Dios envía su palabra a los hombres de ayer
y hoy. Esta parábola nos presenta el obrar de Dios, pero nos confirma la
existencia del sembrador del mal. El ambiente nocturno, y el sueño de los
criados, describen el accionar del sembrador de la cizaña, durante el día
hubiera sido descubierto. Crecerán juntos en el campo el trigo y la cizaña,
solo que en el tiempo de la siega se recogerá primero la cizaña para ser
quemada, para no arrancar también el trigo. El sentido profundo de la parábola,
está en la presencia del mal, junto al bien; el que sembró cizaña está junto al
que sembró el trigo, es decir, donde siembre Dios, también lo hace Satanás. Es
una llamada a estar atentos, vigilantes, ya que el bien y el mal coexisten en
el corazón del hombre, y por lo mismo, está presente en la comunidad eclesial.
La separación se producirá el día del juicio, el día de la siega, imagen de la
consumación final (cfr. Mt. 9, 37; Mc. 4, 29; Jn. 4, 35). Ese día llegará sin
tardar, cuando venga el Hijo del Hombre a juzgar a vivos y muertos, pero el
hombre no lo puede adelantar por más que quiera. La parábola quiere evitar todo
tipo de celo imprudente e intolerancia en la implantación del Reino de Dios con
toda su fuerza y santidad. De la convivencia entre buenos y malos, siempre
necesaria, trigo y cizaña, se pasa a lo más importante, es el destino que les
espera a ambos. Uno se podría preguntar: ¿por qué hay gente mala en la
comunidad eclesial? Porque, se ofrece a ellos un tiempo para su conversión, su
presencia en medio de la Iglesia, la gente menos buena, no debe ser causa de
pesimismo, porque si no cambian, conocemos su suerte final, al contrario, debe
ser un estímulo, para practicar las más las virtudes que faltan a la comunidad.
El juicio para ellos y los buenos, está reservado a Dios,
para el
día del juicio final, por lo mismo nos debe dar ánimos el hecho que la vernos
todos pecadores y necesitados de misericordia, pero muy preocupados de la
salvación eterna, por la que debemos trabajar día a día. No podemos
convertirnos en jueces de los demás, porque el bien y el mal están también
dentro de nosotros (cfr. Mt. 7,1). Todos tenemos mucho de trigo santo, pero con
humildad debemos confesar que también, hay cizaña en nuestra vida. Sólo Dios es
bueno, confiesa Jesús (cfr. Mc. 10, 18), pero la conversión continua es el
trabajo espiritual que todo cristiano debe realizar hasta cambiar el corazón
para hacer el bien al prójimo.
Todos los
bienes del alma para Santa Teresa de Jesús, vienen de revivir el misterio
Pascual de Cristo en la liturgia, en la oración, en la vida. Algo parecido
debemos hacer todos nosotros si participamos en la
Eucaristía, la oración y en Cristo se encaminan los días, las horas, los
minutos…“La Pasión y vida de Cristo, es de donde nos ha venido y viene todo
bien” (Vida 13,13).
P. Julio González C.