DECIMA
SEXTA SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO
(Año
Impar. Ciclo C)
Fr.
Julio González C. OCD
Contenido
Lecturas
bíblicas
a.-
Gn. 18,1-10: Señor, no pases de largo junto a tu siervo. La promesa de un hijo.
La primera lectura, nos habla de la
promesa hecha por Yahvé a Abraham, será padre dentro de un año. La promesa va
tomando cuerpo, en la medida que Abraham primero es padre de Ismael, hijo de
Agar la esclava; solución momentánea, a la descendencia de estos padres
ancianos (cfr. Gn. 16). Pero este
nacimiento retarda el verdadero cumplimiento de la promesa patriarcal, hecha
por Yahvé a Abraham: dentro de un año, será nuevamente padre, pero con su mujer
Sara, que al escuchar la promesa sonríe. Este relato es una teofanía: tres
hombres le visitan. Los atiende, les da de comer y conversa con ellos; aunque
el relato da la impresión que el patriarca habla sólo con uno: es el Señor. En
este relato donde el plano humano y divino, se conjugan, quiere resaltar el
deseo de Yahvé de hablar con Abraham; al comienzo todo se centra en la
hospitalidad que el patriarca brinda a sus huéspedes, pero la verdadera
intención, es el anuncio del nacimiento de Isaac. El puente entre una realidad
y otra, es la pregunta acerca de Sara. La actitud de Abraham, revela las
virtudes que posee, pero refleja que más que gestos humanos, es una expresión
de fe, casi, esa comida se pude calificar como un sacramento de comunión con
Dios. Por eso, la promesa del nacimiento de Isaac, tiene el carácter de don,
Isaac será un don de Dios, el contrapunto lo pone la sonrisa de Sara, reflejo
de la imposibilidad de ser madre (cfr. Gn.18, 12). Finalmente, se puede decir,
que el pueblo de Abraham, es obra de Yahvé y de los hombres que lo obedecen.
b.-
Col. 1, 24-28: El misterio que Dios ha tenido escondido, lo ha revelado ahora.
En esta lectura Pablo, quiere hacer
destacar su comunión mística con Jesucristo, hasta el grado de padecer con ÉL,
sus mismos sufrimientos. Por el poder de su resurrección, Jesucristo comparte
con aquellos que viven en comunión con EL, su mismo vivir sobrenatural. El
cristiano reproduce, misteriosamente esa vida divina, donde el padecer de
Cristo, ocupa un lugar muy bien determinado, una dimensión constitutiva del ser
cristiano: el padecer redentor. El cristiano sufre y padece para reconstruir la
Iglesia. Pablo, como cristiano había recibido una cuota de sufrimientos de
Cristo, con lo cual construye la Iglesia, con su vida apostólica ha completado
su cuota, sólo le queda completarla, con los sufrimientos que le reporta ahora
la prisión romana. Este es el misterio escondido por siglos, y ahora revelado
en Cristo Jesús, la esperanza de gloria a la cual está llamado el creyente,
para ser presentado como Santos ante la presencia de Dios. El servicio
pastoral, es una lucha dolorosa, a favor de la sociedad, edificar la Iglesia de
Jesucristo.
c.-
Lc. 10, 38-42: Marta lo recibió en su casa. María, ha escogido la mejor parte.
El evangelio nos presenta una escena
familiar: Jesús en casa de Marta y María. Tema central del texto es la
comparación de eta dos discípulas en la que una se deja llevar por una
actividad exagerada, la otra se limita sólo a escuchar a Jesús. Ambas podría
representar, en una segunda interpretación eclesial, las hermanas representa la
diaconía una y la otra la proclamación de la Palabra. Por medio de Lucas y
Juan, encontramos el testimonio de mujeres ricas que ayudaron a Jesús y los
apóstoles con sus bienes en la tarea evangelizadora (cfr. Lc.8, 1-3). Marta lo
recibe en su casa lo que la hace hija de la paz, la que ha escuchado el evangelio
del reino y que heredará la vida eterna (cfr. Lc. 10, 6.9. 25); su hermana
María parece más joven. En su hogar se va a celebrar un banquete, por ello se
afana en preparar una comida digna del huésped que tiene que atender; Jesús y
María mientras tanto conversan, ÉL habla ella escucha sentada a los pies del
Maestro. Su postura es la de los discípulos judíos a los pies de sus maestros
(cfr. Jn.12,3; Hch. 22,3). Mientras la primera se dedica al servicio, la
otra escucha a Jesús, goza de su compañía en forma casi exclusiva. La primera
protesta, está agobiada, está haciendo demasiadas cosas y está perdiendo la
oportunidad de estar con el huésped (cfr. Eclo. 11,10-11). Se queja doblemente
a Jesús, primero porque no se percata
del trabajo que ella está haciendo, y por otra parte, le pide interceda ante su
hermana para que le ayude en su quehacer. Las dos terminarían pronto la labor,
lo que le permitiría también a ella a sentarse a escuchar a Jesús. Jesús la
reprende cariñosamente, suavemente, pero con la intención que reflexione (cfr.
Lc.6, 46; 8,24; 13,34; 22,31). “Marta, Marta, te preocupas y te agitas por
muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido
la parte buena, que no le será quitada.” (vv. 41-42). No la va a regañar por
que trabaje, sino por la forma en que lo está haciendo, inquieta y nerviosa, lo
que la puede conducir a nada (cfr. Lc.12, 25). Jesús quiere que Marta se
preocupe de lo esencial para su vida como es escuchar la palabra de Dios, que
constate que tanto trabajo, como creyente la puede alejar de la fe y de ÉL que
la visita. Incluso que piense que los manjares los puede reducir al mínimo, con
tal de no perder su paz y poner sus preocupaciones en las manos de Dios. Mientras
Marta representa el trabajo agobiante y repetitivo, esclava de hacer muchas
cosas, no tiene tiempo para escuchar acerca del misterio del reino de Dios que
llega; su hermana, en cambio, María escucha la palabra de Jesús, hace una sola
cosa, la única necesaria (v.42), para ponerla por obra. Marta representa la
acción que no está plenamente en comunión con la palabra de Jesús, como no
abierta a la palabra de Jesús; María, al estar abierta a su palabra, está
dispuesta a amar al prójimo y servirlo. Conocer a Dios en Israel significaba
escuchar a Yahvé, y poner en práctica su palabra, María corresponde plenamente
al Israel, que escucha a Dios. Ella atiende a Jesús y lo escucha, porque le
revela el misterio escondido, así como el judío escucha la Ley de Yahvé,
revelada en el pasado. El AT, insiste en la importancia de la escucha, lo mismo
encontramos en el Nuevo (cfr. Dt. 8, 1-3; Lc.19,1-10;
1Cor. 7, 32-35). María representa al verdadero cristiano, que cumple la palabra
de Dios. Para que las acciones de amor al prójimo del creyente, estén cimentadas en la escucha de la palabra de
Dios, es necesario, acoger el misterio del amor de Dios, que se refleja en
Cristo Jesús. En la medida que se mantiene la comunión de amor con Jesucristo,
es decir, la fuerza de su misterio revelado, se puede ser apóstol de ese amor
que lo inunda en su vida interior. Esta experiencia, produce un tipo de cristiano que profundiza
en su fe, porque escucha a Jesús, como María, lo que se convierte en fundamento
de la verdadera contemplación, es decir, obediencia a la palabra y gozo de
convertirla en realidad desde la fe, la esperanza y la caridad teologal.
Pensemos en una María misionera, que comunica la palabra escuchada, de lo
contrario hubiera sido reprendida por Jesús como Marta.
Teresa de Jesús, queriendo resaltar la
vida contemplativa, aconseja, que primero
tenemos que ser Marta y luego María. La vida activa y contemplativa han
de ir muy unidas porque ambas pretender servir al Señor Jesús, que viene a
visitarnos. “Marta y María han de andar juntas para hospedar al Señor… ¿Cómo le
diera hospedaje María, sentada siempre a sus pies, si su hermana no le
ayudara?” (7 M 4,12).
Lecturas
bíblicas
a.-
Miq. 6,
1-4.6-8: Te ha explicado hombre, lo que Dios desea de ti.
b.-
Mt. 12, 38-42: Piden una señal. No se les dará más signo que el de Jonás.
En este evangelio vemos como los
fariseos se acercan para pedirle un signo del cielo (cfr. Mt. 16, 1); le llaman respetuosamente Maestro. Quieren un
signo que reivindique su autoridad: ¿acaso no había dado suficientes señales
con sus milagros? ¿No ha hablado Dios por medio de ÉL desde el comienzo, dado
una señal en su bautismo en el Jordán? El deseo de los fariseos, se puede
entender en la línea de la pregunta del Bautista acerca de si Jesús era el
Mesías esperado. Ellos quieren un signo seguro, innegable, una confirmación. La
respuesta de Jesús es similar a la que dio a Juan, no le dijo al Bautista que
era el Mesías sino que le mostró el camino de la fe: discernir su persona por
sus obras. En el caso de los fariseos la respuesta es más áspera, Jesús ve en
ello un agravio a la voluntad de Dios: “Mas él les respondió: ¡Generación
malvada y adúltera! Una señal pide, y no se le dará otra señal que la señal del
profeta Jonás” (v.39; cfr. Jn. 4, 48). Esta generación, no es distinta al
Israel, que a lo largo de su historia vivió siempre pidiendo signos y prodigios
a Yahvé y que los profetas reprocharon ser una generación malvada y adúltera,
incapaces de hacer el bien, que rompe la alianza de amor que había hecho con Dios;
sin milagros comenzaba a dudar de su palabra. Lo mismo esta generación, quiere
algo exclusivo, no acepta las que Dios había dado en el pasado. Quieren forzar
a Dios, en lugar de hacer la voluntad de Dios.
Jesús no accede a su petición, es más les niega toda señal, como se las
había negado a Satanás en el desierto (cfr. Mt. 4,1-11). Sin embargo, les dará
una señal, no enseguida porque la piden los fariseos, sino cuando Dios
determine el tiempo oportuno: su muerte y resurrección. Jonás estuvo tres días
en el vientre de la ballena, como castigo de su desobediencia, pero luego es
rescatado y enviado a Nínive a predicar. El Hijo del Hombre estará tres días
bajo tierra para consumar su obediencia; muere como los profetas, pero es
resucitado gloriosamente, ensalzado por Dios. La predicación de Jonás, fue
atendida por los ninivitas, ya que siendo paganos, hicieron penitencia, se convirtieron y aceptaron la palabra de
Dios. La advertencia, no podía ser más clara: el evangelio se va a ofrecer a
los paganos. Los judíos no podían presentar reclamos, porque a ellos se les había
ofrecido la palabra de Dios, pero la rechazan. Bastó un profeta para
convertirles, “aquí hay uno que es mayor que Jonás” (v.41); se han perdido la
llamada a la penitencia, se ha pronunciado sentencia sobre este generación,
no puede esperar ninguna señal. Los
paganos de los cuatro vientos, se pondrán a la mesa de Abraham, Isaac y Jacob,
en lugar de sus propios herederos (cfr. Mt. 8, 11-12); pronunciarán sentencia
sobre esta generación en el Juicio final. Hay otra mención a considerar, la de
la reina de Saba que visitó a Salomón para saciarse de su sabiduría (cfr. 1Re 10,1-13;
2Cro. 9,1-12), en cambio, ellos se no aceptan a Jesucristo que es más que
Salomón, porque es la Sabiduría de Dios (v.42). Esto ejemplos de la Escritura
proyectan luz nueva sobre la persona de Jesús, porque es un predicador de
penitencia como Jonás y los otros profetas y es el Maestro del camino de Dios
como Salomón y todos los sabios que vinieron después de él. Si bien Jesús tiene
ambos oficios, es más que ellos dos; Él es el gran signo que Dios envía a la
humanidad como Mesías, Rey y Profeta y con ÉL se deberá producir el gran
milagro de nuestra conversión diaria. ¿Queremos milagros? Este es el mejor, el
más cristiano; realicémoslo. Muchos de los que están fuera de la Iglesia
admiran a Jesús, aceptan su mensaje sobre la dignidad del hombre, la paz y el
progreso de las naciones. Muchos lo ven como el que izará bandera a los
gentiles para reunirlos de los cuatro vientos de la tierra, como había
anunciado el profeta (Is. 11, 12). Puede darse, que estos venidos de todas
partes, el día del Juicio, se alcen contra los miembros de la Iglesia para
juzgarlos, que habiendo poseído la verdad, no se convirtieron, fueron incrédulos.
Teresa de Jesús nos hace testigos,
como ella, de este signo, saber que Jesús está vivo, en su Evangelio, en la
Eucaristía, en la vida de gracia de cada orante. “Porque si es imagen, es
imagen viva; no hombre muerto, sino Cristo vivo; y da a entender que es hombre
y Dios. No como estaba en el sepulcro, sino como salió de él después de
resucitado. Y viene a veces con tan grande majestad, que no hay quien pueda
dudar, sino que es el mismo Señor, en especial en acabando de comulgar, que ya
sabemos que está allí, que nos lo dice la fe. Represéntase
tan señor de aquella posada, que parece toda deshecha el alma; se ve consumir
en Cristo. ¡Oh Jesús mío, quién pudiese dar a entender la majestad con que os
mostráis! Y cuán Señor de todo el mundo y de los cielos, y de otros mil mundos,
y sin cuento mundos y cielos que Vos criaseis, entiende el alma, según con la
majestad que os representáis, que no es nada, para ser Vos Señor de ello.” (V
28,8).
Lecturas
bíblicas
a.-
Miq. 7, 14-15. 18-20: Arrojará a lo hondo del mar
todos nuestros delitos.
b.-
Mt. 12, 46-50: Estos son mi madre y mis hermanos.
El evangelio de hoy, presenta a Jesús,
hablando a la multitud, y alguien le comunica que su familia quiere hablar con
ÉL. Hace una pregunta antes de dar paso
al diálogo: “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?” (v.48). Todos
conocían a sus parientes, con esta pregunta tampoco se piensa que se distancie
de ellos, o que no los estime o esté separado de ellos. El evangelista señala
que Jesús extendió la mano hacia sus discípulos, signo de pertenencia, toma de posesión y de bendición, y a éstos
dice: “He aquí a mi madre y mis hermanos” (v. 49). Una característica del
discípulo es hacer la voluntad del Padre, por ello, ingresa en la familia de
Jesús, es su hermano, hermana, madre. Los vínculos de sangre, estirpe, familia,
pueblo no son decisivos para el reino de Dios. Por sobre todos ellos está la
llamada del Dios viviente, el Evangelio de Jesús, es como espada que enfrenta
en la familia a padres e hijos, pero además esta palabra debe procurar una
mayor unión con Jesús y estar por sobre los lazos familiares (cfr.
Mt.10,34-37). Su vida está marcada por la entrega total a la voluntad del Padre
(cfr. Hb. 10,5). Para ser pariente de Jesús, ser
verdadero discípulo suyo, primero hay que seguirle, escucharle, aprender de Él,
recorrer el camino del sacrificio y renuncia que ÉL hizo durante su vida
terrena (cfr. Mt. 12, 48-50; 16, 24; Jn. 15,14; Mt. 11, 29; 10, 38-39; Mt. 16,
23). Que la voluntad de Dios sea ley suprema, es muy significativo en el
mensaje de Jesús, porque decide la verdadera adhesión a Dios. No puede el judío
apelar a la voluntad de Dios contra las exigencias de Jesús, lo mismo el
cristiano, no está exento del cumplimiento activo del querer del Padre, si
confiesa a Cristo como su Señor. (cfr. Mt. 7, 31-33). Si el discípulo esta en
dependencia de su maestro o no está sobre él, ahora se añade que el discípulo
es pariente del Señor en sentido espiritual. Entrar en la familia de Jesús,
supone intimidad, acogida, diálogo, intereses comunes, metas; se trata de
profundos acuerdos de corazones que laten al unísono, más rico y dinámico que
los lazos simplemente de parentesco. Las relaciones de los discípulos con su
Maestro, desemboca en acuerdos entre los discípulos entre sí. El reino de Dios
establece una compenetración espiritual, vivida en la fe, que sobrepasa los
lazos familiares terrenos, sin que disminuya su valor. Este nuevo relacionarse
de los cristianos, miembros de la Iglesia, es un anticipo de la vida eterna,
comenzando por los que han hecho una opción radical por Cristo y los nuevos que
se acercan a conocer e integrarse en la familia del Señor Resucitado, cuya
Madre, María los acoge como verdaderos hijos y hermanos de Jesús. La Iglesia es
la familia de Jesús, porque la voluntad del Padre, es nuestro alimento y así
vivir para el Padre (cfr. Jn. 6, 57).
Luego de su conversión Teresa de
Jesús, no quiere otra cosa hacer la voluntad de Dios en su vida. Amar a Dios
tanto como es amada, de ahí el origen de este deseo, se siente amada y quiere
corresponder plenamente, no reservándose nada para sí. Hay que imitar a Dios
que ama sin esperar nada, nada a cambio; es su esencia amar sin límites,
infinitamente. Amor del Hijo por su Padre, que en secreto le comunica su
querer, así hace con el alma cristiana. “¡Oh buen Jesús! ¡Qué claro habéis
mostrado ser una cosa con el Padre y que vuestra voluntad es la suya y la suya
vuestra!” (CV 27,4).
Lecturas
bíblicas
a.-
Jr. 1, 1. 4-10: Te nombré profeta de los gentiles.
b.-
Mt. 13,1-9: Cayó en tierra buena y dio grano.
Este evangelio nos habla de Jesús que
sale de la casa, el ambiente íntimo y familiar, o también de instrucción
especial con sus discípulos, se dirige a la orilla del mar, la gente acude a
oírle en gran número, tanto que tuvo que sentarse en una barca y desde allí
predicar en parábolas acerca del reino de Dios (vv.1-3). ¡Qué atractivo tendría
Jesús! Los hombres quieren escuchar la palabra de Dios, ahí donde la pueden
escuchar, donde su Espíritu da eficacia a la palabra de Jesús. En el Sermón de
la montaña Jesús enseña sentado, como nuevo Moisés, su mensaje procedió desde
arriba, ahora, está frente al pueblo, pero desde otra orilla, separado por el
agua y la barca. La enseñanza comienza con sencillez: El sembrador lanza la
semilla al voleo. Parte de ella cae en el camino, otra entre rocas, otras entre
abrojos, y finalmente cayó en tierra buena. El labrador se arriesga porque lo
mueve la esperanza de una buena cosecha. La cantidad por uno, el 30, 60 y 100,
era tema de las reflexiones de los rabinos que hablaban de la abundancia de la
tierra, como signo de los tiempos mesiánicos. Jesús pone la atención no en la
semilla, sino en la futura cosecha, tampoco en la cantidad en sí como en el
suelo en que caiga la semilla; lo mismo habrá de suceder con el Reino de Dios.
La semilla nada puede sin el suelo, solo llevará fruto cuando tenga suficiente
tierra para echar raíces y dar fruto. Sus comienzos son humildes y sencillos,
pero por ser una siembra de la Palabra de Dios, la cosecha será grande. Como el
sembrador, el predicador o evangelizador también encuentra obstáculos y
dificultades que parecen quitar la esperanza de tener éxito, por la
superficialidad, indiferencia o simplemente no aceptar el Reino de Dios o las
inconstancias en la vivencia de la fe (cfr. Mc.
6, 5-6; 3, 6; Jn. 6, 60). Esta parábola en los labios de Jesús, es
revelación de la propia misión profética, con la esperanza cierta de una
cosecha espléndida, que con su palabra siembra generosamente en el corazón de
los hombres. “El que tenga oídos, que oiga” (v. 9), parece ser la clave de esta
parábola en el sentido de aprender a escuchar y de ello dependerá de sí el
contenido ha sido comprendido o describiría la esterilidad de lo escuchado en
el auditor. La descripción de la siembra va a lo esencial de la parábola habla
del éxito o fracaso de la siembre. Hay un triple fracaso del grano que es
consumido, la simiente que se seca y otra que es destruida, por tres veces el
labrador fracasa. Finalmente, otra semilla, produce una cosecha ubérrima, es el
éxito sorprendente. Tras el aparente fracaso siempre habrá éxito, la obra
crece, el sembrador no se siente defraudado, porque ahora cuenta con las
fuerzas del reino de Dios, es el tiempo de Jesús. Si bien, lo que se percibe
son oídos sordos y corazones poco generosos, ÉL asegura el éxito porque la
palabra de Dios no resultará estériles; es la llegada del reino y el
conocimiento divino que posee el Hijo, el que habla y no un optimismo vano.
Finalmente, la cosecha nos habla del Juicio de Dios, los frutos cosechados en
la vida serán para ser almacenados en los graneros eternos, porque es el hombre
de fe, el que debe dar frutos válidos
ante Dios (cfr. Mt.13, 18-23). Es de
esperar que la siembra de Cristo, nos encuentre con frutos el día de la siega
final y nunca sin ellos.
Teresa de Jesús, en su comentario a la
oración del cristiano nos invita a saber qué significa decir que venga su Reino
entre nosotros. “Pues dice el buen Jesús que digamos estas palabras en que
pedimos que venga en nosotros un tal reino: «Santificado sea tu nombre, venga a
nosotros tu reino». Mas mirad, hijas, qué sabiduría
tan grande de nuestro Maestro. Considero yo aquí, y es bien que entendamos, qué
pedimos en este reino. Mas como vio Su Majestad que no podíamos santificar ni
alabar ni engrandecer ni glorificar este nombre santo del Padre Eterno conforme
a lo poquito que podemos nosotros de
manera que se hiciese como es razón si
no nos proveía Su Majestad con darnos acá su reino, y así lo puso el buen Jesús
lo uno cabe lo otro. Porque entendamos, hijas, esto que pedimos y lo que nos
importa importunar por ello y hacer cuanto pudiéremos para contentar a quien nos lo ha de dar, os quiero decir aquí lo que yo entiendo.
Si no os contentare, pensad vosotras otras consideraciones, que licencia nos
dará nuestro Maestro, como en todo nos sujetemos a lo que tiene la Iglesia y
así lo hago yo aquí.” (C V 30,4).
Lecturas
bíblicas
a.-
Jr. 2,1-3.7-8.12-13: Me abandonaron a mí, fuente de agua viva.
b.-
Mt. 13, 10-17: A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del Reino de
los cielos y a ellos no. ¿Por qué Jesús habla en parábolas?
Este pasaje del evangelio, manifiesta
que al evangelista le interesa narrar por separado la doctrina enseñada al pueblo
y la instrucción dada a los discípulos. Ahora hablará a un grupo íntimo de
entendidos e iniciados con respecto del pueblo. La pregunta de los apóstoles,
viene a significar que el lenguaje de las parábolas que usó Jesús, es para no
ser comprendido, o para que la verdad fundamental del evangelio, no llegase a
todos; da la impresión que fuera un lenguaje secreto, y no una
instrucción abierta sobre el reino de Dios. El origen de todo, podía darse dado
que la proclamación de Jesús no daba los frutos que se esperaba; es más, la
incredulidad se daba a que precisamente Jesús usaba parábolas, y no hablaba
claramente. Él habla de los misterios, ¿cuáles?; tampoco los define, ¿qué es el
reino de Dios? Es un misterio que sólo conoce el oyente solícito y por él reconocido.
Jesús llama a todos, pero la respuesta varía: se decide si acepta o rechaza, si echa raíces o no, o si se pierde
enseguida o al final del tiempo. Misterios, lo traduce Mateo, como el
significado de la parábola, que sólo se explica a los discípulos (cfr. Mt.13,
18-23; 13, 33-36). El texto considera, no sólo a los que se han abierto al
reino de Dios, sino a los que Jesús considera sus discípulos, éstos conocen la
realidad de fondo (cfr. Mt. 13, 51-52). Suena duro, en boca de Jesús, que los
misterios del reino lo conozcan ellos, los apóstoles, y otros no (v.11). Hay
una clara distinción, un misterio, una vocación que a la que hombre es invitado
a vivir, pero sobre la cual, es mejor no pedir cuentas a Dios (cfr. Rm. 9, 19s). Lo cierto es que el camino para fructificar en
él, es sólo para quien está abierto, al oyente bien dispuesto. Conocimiento y
admisión en el reino de Dios, permanece en el misterio de la voluntad soberana
de Dios: elección y gracia, puro don divino (cfr. Ex. 33,19). Mateo, agrega aquello
de: “Al que tiene se le dará, y le sobrará, pero a quien no tiene, incluso lo
que tiene, se le quitará” (v.12), lo que viene significar, que a las almas bien
dispuestas, se les dará además de la Ley, la novedad de la Nueva Alianza, por
el contrario, las no dispuestas, se les quitará incluso lo que tienen. Dios
tiene grandes aspiraciones, y puede proporcionar sus dones, a quien quiere,
como quiere, cuando quiere; recibimos gracia tras gracia, hasta alcanzar la
vida eterna. Quien no abre el oído, ni está dispuesto a escuchar, no puede
esperar nada, lo más terrible es que en el día del Juicio, se le quitará hasta
la posibilidad de la vida eterna, conociendo entonces el sin sentido de la
propia existencia, es decir, el infierno.
La referencia a Isaías, viene a decir que este pueblo siempre tuvo un
corazón endurecido, no obedeció a Yahvé, es el comienzo de su aniquilación,
porque ya no puede escuchar ni comprender, queda no apto para la salvación. Es
la aparición del misterio de la obstinación, que afecta a muchos, frente a la
proclamación de la gracia que Jesús se hace portador, que no excluye a nadie,
sólo un pequeño grupo le escucha, comprende, creen en la palabra del Maestro. Sobre el resto ya
está dictada la sentencia, no se les anuncia abiertamente, en parábolas, porque
han permanecido estériles y perdido la oportunidad (cfr. Mc. 4,11). Jesús llama
dichosos a sus discípulos, porque ven y sus oídos oyen; dos acciones que los
profetas y justos desearon vivir (v.16). ¿Qué es lo que ven y escuchan? Primero
a Juan el Bautista, luego a Jesús, sus palabras y obras, la realidad del reino
de Dios, su venida misericordiosa y su manifestación en ÉL. Son dichosos porque
han encontrado la salvación, el sentido de sus vidas, de la historia, del
mundo. Los profetas y justos, esperaron esta manifestación de Dios,
permanecieron en el adviento, con Jesús, la venida de Dios, es una realidad.
Estas palabras de Jesús, nos hablan del tiempo de la consumación, tiempo de
gracia y elección, visitación de Dios, única e irrepetible. Quien tiene
conciencia de todo esto, puede considerarse dichoso porque ve y conoce, escucha
y entiende. El que cree, ha experimentado en Jesús, el misterio de Dios,
manifestado en Cristo (cfr. Col.1, 24).
Santa Teresa de Jesús, es una de los
bienaventurados que conoció los secretos del Reino de Dios, porque acogió la
salvación que Cristo le ofrecía en la oración. “Miradle resucitado… ¡qué
victorioso! ¡Qué alegre! Como quien tan bien salió de la batalla adonde ha ganado
un gran reino, que todo le quiere para vos, y así con él. Pues ¿es mucho que a
quien tanto os da volváis una vez los ojos a mirarle?” (VC 26, 4).
Lecturas
bíblicas
a.-
Jr. 3, 14-17: Os daré pastores conforme a mi corazón.
b.-
Mt. 13, 18-23: El que escucha la palabra y la entiende, ése dará fruto.
En este evangelio encontramos la
explicación de la parábola que sólo se da a los que la entienden. Esta
explicación es un ejemplo de cómo es acogido el discurso de Jesús por el creyente,
la Iglesia y cómo es aplicado a la propia experiencia de Dios de cada
discípulo. Es una declaración para los que están dentro, comentario de la
comunidad acerca de sí misma y del resultado de la actividad misional. Estas
categorías, representan cuatro formas de ser cristianos en la Iglesia, donde
todos han recibido el anuncio del Evangelio, pero la respuesta difiere de unos
a otros. Incluso, se puede afirmar, que la
han recibido con fe, pero ha faltado perseverancia. Los tres primeros
tipos, (el camino, el pedregal y las zarzas) oyen la Palabra de Dios, pero no
escuchan las exigencias que deben estar por sobre los sentimientos, la veleidad
frente a la prueba, los trabajos de la vida y el poder de las riquezas. El
camino, primer grupo de personas, representa a quien oye la palabra de Dios sin
entenderla, porque tiene endurecido el corazón, viene el maligno y roba lo
sembrado; oyó el sonido, pero no se abrí al contenido de la palabra de Dios, y
por tanto al mismo Dios (v. 19); el pedregal, representa a un segundo grupo de
personas, que aceptan la palabra con presteza y alegría, pero frente a la
dificultad, y falta de perseverancia, sucumbe por carecer de profundidad, es
decir, de raíz; no se mantiene firmes en
sus convicciones, se cansan, se escandalizan, y recusan (v. 21); las zarzas y
abrojos, representan a un tercer grupo de hombres, que son absorbidos por las
preocupaciones de la vida, por el consumismo, ídolo de nuestro tiempo, hasta
que ahoga la palabra de Dios. Son los que no saben defenderla contra los
ofrecimientos seductores de la vida. Las riquezas y preocupaciones impiden el
crecimiento de la palabra en la vida del creyente, hasta hacerla estéril. Aquí
hubo una fe auténtica, pero que no conformó la vida del discípulo; el Evangelio
exige la vida entera, y total disposición (v.22; cfr. Mt.6, 24-25). Finalmente,
tenemos la tierra buena, que es representada por los que escuchan y entienden,
y aceptan con generosidad la palabra de Dios que han escuchado de parte de
Jesucristo. Estos oyen y entienden, no sólo al principio, sino que sobre todo
en las tribulaciones y trabajos, en el gozo y la paz, frente a fuerzas
contrarias o que pretenden distraernos en el camino. Este es el cristiano,
que comprende plenamente la palabra y
persona de Cristo Jesús; comprende que Dios quiere ser el Señor de su vida,
siempre y en todas partes, que ser discípulo es compromiso para toda la vida en
profundidad y vuelo de altura, anchura de miras evangelizadoras y apertura a lo
interior para que se le provea ubérrimamente con dones de Dios, con lo que
lleva frutos exquisitos de justicia y caridad. Según la medida de su
conocimiento y comprensión se les da el ciento por uno, el sesenta y treinta
por uno (v. 23). Frutos de justicia, santidad, verdad y amor que se van entrelazados,
con un fuerte compromiso de vida teologal y de oración. La Iglesia agradece los
dones con que el Espíritu la enriquece y fortalece y la hace resplandecer de
belleza en sus hijos, los Santos canonizados y los de a pie.
Teresa de Jesús, asume la palabra de
Dios desde su condición de cristiana y contemplativa que ve como esa voluntad
divina que va transformando la existencia diaria. “Siempre yo he sido
aficionada, y me han recogido más las palabras de los Evangelios que libros muy
concertados” (CV 21,4).
Lecturas
bíblicas
a.-
Jr.7,1-11: ¿Creéis que es una cueva de bandidos el
templo que lleva mi nombre?
b.-
Mt. 13, 24-30: Dejadlos crecer juntos hasta la siega.
Este evangelio sigue con el tema de la
vida del campo, pero desde otra perspectiva, imágenes todas para mostrarnos
cómo Dios envía su palabra a los hombres de ayer y hoy. Esta parábola se
asemeja a la parábola del sembrador (Mt.13,3-9.18-23),
como a la de la red (Mt.13,47s); tenemos otros ejemplos: el grano de mostaza y
la levadura (13,31-33; el tesoro y la perla (Mt.31,44-46), la oveja perdida y
la dracma perdida (15,4-10). Esta parábola nos presenta el obrar del labrador y
de un vecino que lo odia, lo que nos confirma la existencia del mal. El
ambiente nocturno, y el sueño de los criados, describen el accionar del
sembrador de la cizaña. Crecerán juntas las espigas de trigo y la de cizaña, y
nadie lo nota la presencia de ésta última, por tener un parecido sorprendente con el
trigo. Los criados proponen arrancarla
pero es demasiado tarde, porque se está formando la espiga (v. 26); admirable
la decisión del dueño del campo de no arrancar la cizaña, sino que crezcan
juntos, para no dañar el trigo. Solo que al tiempo de la siega, se recogerá
primero la cizaña, para ser atada en
gavillas y quemada, para luego, guardar el trigo en el granero. El sentido
profundo de la parábola, está en la presencia de Dios junto al otro sembrador
un enemigo, es el gran antagonista y rival, el malo y enemigo por autonomasia (cfr. Mt.13, 18.38); el que sembró cizaña está
junto al que sembró el trigo, es decir, donde siembre Dios, también lo hará
Satanás. Es una llamada a estar atentos, vigilantes, porque el tiempo de la
siega se avecina. La separación se producirá el día del Juicio, el día de la
siega, imagen de la consumación final (cfr. Mt. 9, 37; Mc. 4, 29; Jn. 4, 35).
Ese día llegará sin tardar, cuando venga el Hijo del Hombre a juzgar a vivos y
muertos, pero el hombre no lo puede adelantar por más que quiera. Hay que
destacar la decisión del Dueño del campo, que se debe respetar: el trigo y la
cizaña deberán crecer juntos hasta la siega, toda separación y juicio es una
intromisión en la voluntad del Señor. ÉL se ha reservado el juicio, soporta la
cizaña y el posible perjuicio que sufra el trigo. De la convivencia entre
buenos y malos, siempre necesaria, trigo y cizaña, se pasa a lo más importante,
como es el destino que les espera a ambos. Uno se podría preguntar: ¿por qué
hay gente mala en la comunidad eclesial? Porque, se ofrece a ellos un tiempo
para su conversión, su presencia en medio de la Iglesia, la gente menos buena,
no debe ser causa de pesimismo, porque si no cambian, conocemos su destino
final; al contrario, debe ser un estímulo, para practicar las virtudes que
faltan a la comunidad. El día de la siega, del Juicio desaparecerá el tormento
para los buenos y los malos, conocerán el destino que les corresponde. Dios
sabe que todo será llevado según su voluntad: el trigo no se perderá sino que
será guardado en los graneros celestiales. El discípulo deberá evitar la
tentación de juzgar a su prójimo y obedecer la voluntad divina. Nos debe dar
ánimos, el hecho que de vernos todos pecadores y necesitados de misericordia,
pero muy preocupados de la salvación eterna, por la que debemos trabajar día a
día. No podemos convertirnos en jueces de los demás, porque el Bien y el mal,
están también dentro de nosotros (cfr. Mt. 7,1). Todos tenemos mucho de trigo
santo, pero con humildad debemos confesar que también hay cizaña en nuestra
vida. Se necesita mucha fe y bondad, sabiduría creciente, para desear para
nosotros y la comunidad eclesial, fruto de la oración. Sólo Dios es bueno,
confiesa Jesús (cfr. Mc. 10, 18).
Todos los bienes del alma para Santa
Teresa de Jesús, vienen de revivir el misterio Pascual de Cristo en la
liturgia, en la oración, en la vida. Algo parecido debemos hacer todos nosotros
si participamos en la Eucaristía, la oración y en Cristo se encaminan los días,
las horas, los minutos… “La Pasión y vida de Cristo, es de donde nos ha venido
y viene todo bien” (V 13,13).
Fr.
Julio González C. OCD