DECIMA
TERCERA SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO
(Año
Impar. Ciclo C)
Fr.
Julio González C. OCD
Lecturas
bíblicas:
a.-
1Re. 19,16.19-21: Eliseo se levantó y marchó tras Elías.
Así como los profetas provenían de la
ciudad como Isaías, otros pertenecían al ambiente sacerdotal como Jeremías y
Ezequiel, en cambio, Eliseo fue llamado mientras estaba en el campo arando. Al
llamado le acompaña casi siempre un signo externo: a Isaías le fueron
purificados sus labios por un serafín (cfr. Is. 6, 6-7), a Jeremías Yahvé le
tocó los labios y puso en ellos su palabra (cfr. Jer.
1,9), a Ezequiel le dio a comer un librito que sabía a miel (cfr. Ez. 3, 1-13).
A Eliseo el profeta Elías le echó el manto, gesto enigmático, que significa el
llamado a ser profeta, ya que Eliseo deja todo y siguió a Elías como maestro
(v.19). Recibir el manto del profeta, es un signo de que recibe su mismo
espíritu contemplativo y ministerio profético. Como acto de despedida, Eliseo
ofrece en sacrificio los bueyes con que estaba arando, y dio de comer a los
suyos (v.21). Siguió a Elías, le servía.
b.-
Gal. 5,1.13-18: Vuestra vocación es la libertad.
El apóstol nos habla de la vocación a
la libertad que caracteriza al cristiano. Libertad de las obras de la carne,
porque somos guiados por el Espíritu Santo. En el trasfondo está el tema:
Cristo o la Ley, estar en Cristo o con la Ley. Para los favorables a la
circuncisión en la vida cristiana, les critica el absolutismo de la Ley,
respecto a la gracia del evangelio. Lo mismo, había hecho Jesús con los
fariseos. No se trata de liberar de las leyes para la convivencia humana, sino
de su absolutismo, por eso exhorta, que esta libertad ganada por Cristo, no sea
para servir a la carne, es decir, al pecado. Exhorta en cambio, a ser hombres
del Espíritu, no abandonados a sus fuerzas, sino que es interpelado por Dios, y
se pone a su servicio. Le da una principio básico, otra ley, el amor al
prójimo: “Toda la ley alcanza su plenitud en este sólo precepto: amarás al
prójimo como a ti mismo” (v. 14). Sin el amor en la vida de la Iglesia, ninguna
ley puede cumplirse, y la libertad queda reducida a libertinaje. Es fundamental
la obediencia al Espíritu de Cristo, que lleva al cumplimiento de la moral
cristiana. Un Iglesia legalista, se vuelve farisea, hipócrita; en cambio, una
Iglesia guiada por el Espíritu, es una comunidad hecha de libertad para obrar
el bien y de exquisita caridad. Esta es la vocación de cada cristiano.
c.-
Lc. 9,51-62: Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Te seguiré donde vayas.
El evangelio consta de dos momentos:
El rechazo de los samaritanos (vv.51.56) y las exigencias de la vocación
apostólica (vv.57-62). Jesús deja Galilea y sube a Jerusalén. En ese camino se
muestra como Maestro profético, que cercana su muerte, predica el Evangelio,
que será confirmado por Dios mediante su resurrección (cfr. Lc. 9, 51; 13,22;
17,11). Dios designó un tiempo determinado de vida a su Hijo entre nosotros,
pues bien, su vida termina con su elevación (v.51; cfr. Jn. 12,32), que además
de ascensión significa muerte. Es lo que le aguarda en Jerusalén: la pasión,
muerte y resurrección. Mientras la ciudad prepara su muerte, Dios prepara su
glorificación. Decisión irrevocable, nadie le aparta de este camino de muerte y
gloria (cfr. Is. 50, 7). Jesús camina fortalecido como cuando Yahvé mandó al profeta,
a anunciar amenazas contra Jerusalén (cfr. Ez. 2, 6); pero conoce de la
gloria que le espera, camina confiado. Enviar mensajeros que les preparen
alojamiento entre los samaritanos, viene a significar que va a Jerusalén como
Profeta y Mesías, su cortejo es camino real de cruz y de gloria. Sin embargo, sufre
con los suyos el rechazo de los samaritanos, enemigos religiosos, que no
aceptan hospedarles. Larga es la historia de tensiones entre judíos y
samaritanos, desde que se asentaron en esa región, y adoptaron la fe de Israel,
construyéndose su propio templo en el monte de Garizim
donde adorar a Yahvé, separados de Jerusalén (cfr. 2Re.17, 24-41; Jn.4,21). Los judíos los consideraban semipaganos y evitaban el trato con ellos (cfr.Jn.4,9). Los hijos del trueno, Santiago y Juan, los boanerges, le proponen a Jesús, pedir que baje fuego del
cielo y consuma a los samaritanos, como castigo. En su mentalidad prima una
apocalíptica vengativa, usando el poder de Dios a su favor, a pesar de estar
caminando con Jesús, quieren actuar como Elías profeta (cfr. 1Re. 18,30-39; Eclo. 48,3). Jesús es
más que Elías (cfr. Lc. 9, 19-30). Están convencidos que serán oídos
inmediatamente por Dios, puesto que Jesús les ha conferido poder (cfr. Jn.
9,5). ¿Cómo puede Dios tolerar que su Mesías sufra el repudio de esa gente?
Mucho les cuesta a los discípulos entender al Mesías sufriente. Ante la pregunta
de Santiago y Juan, Jesús con su palabra esclarece el misterio del repudio del
Mesías de Dios por los hombres. El Maestro los reprende, los discípulos deben
tener sus sentimientos, ha venido a salvar y no a perder, lo mismo ellos, son
enviados a salvar y no a destruir, a perdonar y orar por los enemigos y no para
que los maldiga (cfr. Lc. 4,18; 19, 10; 23, 34). En un segundo momento,
encontramos estos relatos vocacionales. El primero que se acerca a Jesús y
muestra una disponibilidad absoluta (v.57), justo en el momento en que Jesús es
un repudiado, un sin casa, un caminante hacia su muerte. Es el Hijo del Hombre,
que no tiene donde reclinar la cabeza (v.58); el discípulo deberá vivir la
comunión de destino de Jesús. El discípulo deberá estar dispuesto a ser
peregrino, ser repudiado, expulsado de su hogar. En el segundo caso, el hombre llamado está
dispuesto, pero no inmediatamente, debe enterrar a su padre (v.59). Deber muy
respetado por la ley, dispensaba de todos los otros preceptos, de ahí que queda
justificado plenamente del permiso que solicita. Sin embargo, la respuesta de
Jesús resulta falta de piedad. El llamado que hace Jesús a seguirle lleva de la
muerte a la vida, por lo tanto, quien no es su discípulo, no acepta su
evangelio del reino y de la vida eterna, está en la muerte. En cambio, quien ha
se ha unido a Jesús ha encontrado la vida y su única misión es anunciar el
evangelio del reino de Dios y no permite dilación (v.60). Jesús está en camino
hacia su elevación, lo único importante es anunciar la vida nueva, resucitar en
el espíritu a los hombres, más que enterrar muertos. El tercer hombre se ofrece
espontáneamente (v.61), llama a Jesús, Señor, está dispuesto a seguirle
incondicionalmente, pero pide una concesión, despedirse de los suyos (cfr.1Re.19,20). Jesús, no se lo permite porque el anuncio del reino,
exige desprendimiento de los familiares, desapego hasta de lo que incluso ama
el corazón. Deberá aprender a amar a todos los suyos, desde el amor que
Jesucristo comparte con su Padre. Docilidad y disponibilidad total, es lo que
exige Jesús por el reino de Dios.
Teresa de Jesús, una amante de su
vocación cristiana y carmelitana agradece la vida que Dios le regaló. Vida
exigente como ninguna, pero asumida con la fuerza de quien cuenta en todo con
la voluntad de Dios manifestada en Cristo Jesús. “Sí, que no matáis a nadie,
¡Vida de todas las vidas!, de los que se fían de Vos, y de los que os quieren
por amigo; sino que sustentáis la vida del cuerpo con más salud y le dais vida
al alma (V 8, 6).
Lecturas
bíblicas:
a.-
Gn.18, 16-33: ¿Es que vas a destruir al inocente con el culpable?
b.-
Mt. 8, 18-22: Sígueme. Exigencias de la vocación apostólica.
En este evangelio encontramos dos
breves relatos vocacionales, mientras Jesús predica a la muchedumbre, y antes
de atravesar el lago, se presenta un escriba que pide ser admitido entre sus
seguidores (vv.18-20). Con respeto le llama Maestro (v.19), sabe que es rabino
itinerante, y que puede ser admitido; otro discípulo, que quizás conoce mejor a
Jesús le llama Señor (v.20). El primero muestra una gran disponibilidad, Jesús
en cambio, le señala lo que significará seguirle: compartir su vida, su destino
de Mesías (cfr. Mc. 3,13s). El Hijo del
Hombre no tiene donde reclinar la cabeza (v. 20). Este título proviene de Daniel (cfr. Dn.7, 13) y
quiere significar el Hijo que ha de venir en su gloria para juzgar a los
hombres, es el Siervo sufriente, Jesús se aplica este título mesiánico. El Hijo
del Hombre no tiene nada, porque su misión es preparar el nuevo pueblo de Dios,
el reino de los santos del Altísimo (cfr. Dn. 7,18),
que tiene que sufrir mucho, morir, pero resucitará. Así como los hombres buscan
seguridad, un hogar, paradojalmente, Jesús desde que salió de Nazaret, no tiene
una casa, no tiene literalmente donde reclinar la cabeza, es un viandante, que
predica su evangelio en todas partes. Es parte de su vocación, la renuncia a un
hogar, a esto debe estar dispuesto el que quiera seguirlo… Viene otro discípulo
que le pide a Jesús, que antes de unirse a ÉL, le deje antes ir a enterrar a su
padre, lo que habría significado su tiempo. La respuesta de Jesús es rigurosa:
“Sígueme, y deja que los muertos
entierren a sus muertos” (vv.21-22). Sígueme, significa inmediatamente, que se
junte con ÉL sin demora. Este seguimiento es más importante, que cualquiera
obligación filial. Uno de los deberes más sagrados de los judíos era enterrar a
sus padres, Jesús es la vida y comunica vida, por ello se entiende que el joven
va dar sepultura a su progenitor, pero que los muertos espiritualmente y que no
han oído el llamado a la vida, perseveran en la muerte, en su pecado, se
convierten en sepultureros de los demás. Es el sentido metafórico y espiritual
de las palabras de Jesús. ¿Olvida Jesús la obligación del cuarto mandamiento? Sabemos
que Jesús defendió la recta interpretación del cuarto mandamiento (cfr. Mc. 7,10ss).
¿Cómo entender esta sentencia? Sólo desde la radicalidad evangélica de quien
opta por Cristo y el Reino de Dios, es decir, que todo queda supeditado al sí
dado a Dios. El motivo para un reclamo tan incisivo tiene que ser grave. Es el
tiempo apremiante, el tiempo de Dios fijado que existe y no vuelve, es el reino
que está llegando, cuya fuerza mueve a Jesús. Son los tiempos del Mesías, y de
los que se unen a Él, para seguirle, almas generosas e inspiradas que siendo
llamadas, dejan todo, consumidas en el corazón por el amor que las hirió
ansiosas de llegar a la unión transformante. Mientras siguen a Jesús caminan hacia la vida, el discipulado es vida,
porque conserva las palabras que ÉL pronunció en la llamada, y ahora son la
vida misma de Dios, hecha Eucaristía, comunidad, apostolado, prójimo, intimidad
divina en la oración.
Teresa de Jesús, sabía descubrir
vocaciones para la reforma de la Orden Carmelitana que inició con un nuevo
estilo. “En cuanto a lo exterior, ya se ve cuán apartadas del todo nos quiere
el Señor a las que aquí nos ha llamado, para acercarnos a El más sin estorbos.
¡Oh, hermanas!, entended, por amor de Dios, la gran merced que el Señor ha
hecho a las que trajo aquí, y que cada una lo piense bien, pues de solas doce
quiso Su Majestad que fuerais una. ¡Y cuántas mejores que yo, sé que vendrían
aquí de buena gana, y me trajo el Señor
a mí, habiéndolo merecido tan mal!” (CV 8, 2).
Lecturas
bíblicas
a.-
Gn. 19, 15-29: Llovió azufre y fuego sobre Sodoma y Gomorra.
b.-
Mt. 8, 23-27: Increpó a los vientos y al mar, y vino una gran calma.
La intención del evangelista es
presentarnos a Jesús a sus discípulos como dueño de las fuerzas de la
naturaleza, a la comunidad eclesial, y no solo que pueda haber calmado el mar. Ahora
Jesús sube a la barca y los discípulos le siguieron, rasgo fundamental a la
hora de delinear el itinerario del apóstol, su íntima unión con el Maestro,
participar de su destino, entrar en el Reino de Dios, por la obediencia y la
confianza. Le siguieron. En medio del mar, en realidad del lago de Genesaret, se levanta la tormenta, lo que hace ingobernable
la embarcación incluso para los más experimentados pescadores, cuando las olas
la invaden. Mientras tanto Jesús duerme en medio de la tormenta, zarandeada la
barca por la fuerza del mar. Jesús está escondido en Dios, su vida no está en
riesgo, en cambio, los discípulos lo despiertan diciendo: “¡Señor, sálvanos,
que perecemos!” (v.25). Es todo un llamado de desesperación y angustia, pero además
de confianza. Sólo ven a Jesús y su problema, sólo ÉL les puede librar del
peligro, de nada vale su experiencia pues eran pescadores. Además del
significado literal nos hundimos o perecemos, posee un sentido espiritual,
perecemos en este trance mortal, se ha perdido toda esperanza. Ante el peligro
de la vida, parece que la vida interior también perece sin esperanza. “Díceles: ¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?
Entonces se levantó, increpó a los vientos y al mar, y sobrevino una gran
bonanza. Y aquellos hombres,
maravillados, decían: ¿Quién es éste, que hasta los vientos y el mar le obedecen?”
(vv. 25-27). La fe en Jesucristo, es fuente de confianza, lo que a los
discípulos que estaban con ÉL en la barca, les faltó en se momento crucial.
Hombres de poca fe, los define Jesús, pero cuando Mateo escribe, la propia
Iglesia está siendo perseguida, como barca en medio de un mar en borrasca. La
actitud de los discípulos, es por lo menos desconcertante, porque por una parte
creen en Jesús, pero por otra, temen hundirse lo que habla de una fe todavía
débil. A una sola palabra de increpación del Maestro y Señor, el mar y los
vientos se calman, se serenan. El asombro, acompañado del miedo, en esos
hombres acostumbrados al trabajo en el mar, ante algo imprevisto, que sabían
que podía suceder, corresponde la actitud del que todavía no confía plenamente
en Dios. Debían haber confiado en ese poder salvador de Jesús con la fe y la confianza de quien cree,
por sobre el poder de la bravura del mar. Este milagro nos enseña que Dios está
obrando en Jesús con poder y victoria sobre los elementos de la naturaleza,
sobre la muerte. Recordemos que el mar era símbolo de fuerzas contrarias al
hombre, según se creía en esa época.
Esta es la convicción del verdadero discípulo y de toda la comunidad
eclesial: Jesús salva de la muerte. Llegarán a confiar que están en las manos
del Padre (cfr. Lc.6, 25-34). La pregunta final: “Y aquellos hombres, maravillados,
decían: ¿Quién es éste, que hasta los vientos y el mar le obedecen?” (v. 27).
Más que una interrogante que refleje incredulidad, es mejor pensar en toda una
confesión de fe de parte de aquellos hombres, ante las palabras de Jesucristo.
Si las fuerzas de la naturaleza, los demonios y las enfermedades obedecen a la
palabra de Jesús, ¿no debería también obedecerle el hombre? También nosotros
podemos decir esas palabras, mirando la vida que llevamos, que todavía
mantengamos un puñado de fe en Dios en nuestras manos.
Teresa de Jesús, de este evangelio
tiene experiencia, pues cuando su vida se hundía, la oración la rescato. “¡Oh,
qué buen Dios! ¡Oh, qué buen Señor y qué poderoso! No sólo da el consejo, sino
el remedio. Sus palabras son obras. ¡Oh, válgame Dios, y cómo fortalece la fe y
se aumenta el amor! Es así, cierto, que muchas veces me acordaba de cuando el
Señor mandó a los vientos que estuviesen quietos en la mar, cuando se levantó
la tempestad (Mt 8,26), y así decía yo; ¿Quién es Este que así le obedecen
todas mis potencias y da luz en tan gran oscuridad en un momento y hace blando
un corazón que parecía piedra, da agua de lágrimas suaves adonde parecía había
de haber mucho tiempo sequedad?; ¿quién pone estos deseos?; ¿quién da este
camino?; que me acaeció pensar: ¿de qué temo?, ¿qué es esto? Yo deseo servir a
este Señor; no pretendo otra cosa sino contentarle; no quiero contento ni
descanso ni otro bien, sino hacer su voluntad (que de esto bien cierta estaba,
a mi parecer, que lo podía afirmar).” (V 25,18-19).
Lecturas
bíblicas
a.-
Gn. 21, 5. 8-20: El hijo de la criada no recibirá la herencia con Isaac.
b.-
Mt. 8, 28-34: Los endemoniados de Gadara.
El evangelio nos presenta el milagro que
Jesús realiza a dos posesos en Gadara, al sur del
lago de Genesaret, tierra de paganos. Los demonios
interpelan a Jesús: “Que tenemos nosotros contigo Hijo de Dios? ¿Has venido aquí para
atormentarnos antes de tiempo?” (v. 29), puesto que según la mitología
judía, los demonios serían atados y castigados al final de los tiempos (cfr.
Ap. 20, 2-3). El evangelista en el fondo, nos quiere presentar a Jesús entre
los paganos y su poder sobre los demonios. Conocen la gran enemistad que
existe, pero sí reconocen la dignidad de Jesús; lo que permanece oculto a los
hombres, es reconocible a la inteligencia del antagonista: no quieren saber
nada con Jesús. Saben que con la llegada del reino de Dios, su tiempo se acaba, como desde el encuentro
en el desierto (cfr. Mt. 4, 1-11). Es la lucha de Jesús contra el demonio, pero
también contra el dolor, la enfermedad y la muerte (cfr. Mt. 4, 24; 9, 33-34;
12,12ss). Los demonios conocen a Jesús
y su nombre de Hijo de Dios, sienten que
son inferiores a ÉL, le están sujetos. Con su interpelación a cerca del tiempo
en que serán atormentados, reconocen el fin de los tiempos en que Dios
interviene a favor del hombre, poniendo término al domino de Satanás. Son los
tiempos mesiánicos, tiempos escatológicos, tiempos del Reino de Dios. Pero el
fin de los tiempos no había llegado y por eso, vencidos por el poder de Dios,
buscan otro lugar donde vivir, salen de los hombres y van a los cerdos
(vv.30-32). Lo que significa que todavía conservan cierto poder, ya que ahogan
la piara de animales. Ha llegado la hora en que comienza a ser vencido el poder
de Satanás, no hay lugar para él, en un lugar donde ha entrado el poder
salvífico de Dios. Liberarse de Satanás, es el triunfo de la salvación de Dios,
que vence el mal. El poder de Dios obra en Jesús de Nazaret: en su persona, palabra
y gestos libera al hombre de todo mal, pero sobre todo con su muerte y
resurrección. Con la huida de los porquerizos la noticia corrió por todo el
pueblo, el temor de apoderó de ellos que ante mayores males, como la pérdida de
los cerdos, le piden a Jesús que se retire del pueblo. ÉL no tiene nada que
hacer ahí, son paganos sin fe, como en su ciudad, que lo expulsan, reconoce que
no conseguirá nada de esa gente, pero el tiempo de los gentiles, no ha llegado
todavía. Antes deberá actuar en Israel, porque su misión es reunir las ovejas
dispersas de su pueblo (cfr. Mt.15,24). Sin embargo, la luz venida de lo alto ha
disipado en algo las tinieblas de esa gente (cfr. Lc.1,78).
El cristiano y la comunidad eclesial, deben mostrar con su vida y conducta, que
por la comunión con Cristo Jesús y su gracia, han vencido al maligno en su
existencia, y las manifestaciones del mal como la mentira y el odio, injusticia
y soberbia. El cristiano ha de ir de victoria en victoria, porque Jesús venció
con la fuerza del amor y de la cruz al mal para siempre.
Santa Teresa de Jesús, al final del
camino de la oración, donde las virtudes están bien afianzadas, dos en
especial, la humildad, compañera necesaria en todo este camino, y el temor de
Dios contra las acechanzas del demonio. Lo enseña así: “Diréisme
que en qué veréis que tenéis estas dos virtudes tan grandes, y tenéis razón,
porque cosa muy cierta y determinada no la puede haber; porque siéndolo de que
tenemos amor lo estaremos de que estamos en gracia. Mas mirad, hermanas, hay
unas señales que parece los ciegos las ven, no están secretas: aunque no
queráis entenderlas, ellas dan voces que hacen mucho ruido, porque no son
muchos los que con perfección las tienen, y así se señalan más. ¡Cómo quien no
dice nada: amor y temor de Dios! Son dos castillos fuertes, desde donde se da
guerra al mundo y a los demonios.” (CV 40,2).
Lecturas
bíblicas
a.-
Gn. 22, 1-19: El sacrificio de Abraham, nuestro padre en la fe.
b.-
Mt. 9, 1-8: Curación de un paralítico.
Este evangelio nos presenta la
curación de un paralítico en Cafarnaúm. El centro del texto está en la actitud
de Jesús: vio la fe de los amigos, y le perdonó los pecados al paralítico
inmediatamente (v.2). Comienza sanando el espíritu, dañado por el pecado, para
luego, seguir con el cuerpo, enfermo por la parálisis. Los fariseos piensan en
su interior, que Jesús es un blasfemo, sólo Dios puede perdonar los pecados.
Jesús descubre, porque tiene un conocimiento sobrenatural de las cosas, el
pensamiento de los fariseos. Esta facultad habla de la dignidad de Jesús, como
Hijo de Dios, que por lo tanto, posee la capacidad de perdonar los pecados (v.
3). En la escena hay un movimiento ya que la atención se centra ahora no en el
enfermo, sino en Jesús: “Para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene el poder
de perdonar los pecados…” (v. 6). Realiza el portento de que el hombre camine y
se vuelva por su propio pie a casa. La razón del perdón de los pecados de ese
hombre, era el único motivo para la curación, con lo cual el evangelista quiere
señalar, que para Jesús era más importante la salud del espíritu que la del
cuerpo. El que puede hacer lo más difícil, ¿no podrá hacer lo más fácil? Al
revés. Si puede quitar la enfermedad, ¿no podrá sanar la enfermedad del alma?
El poder del Hijo del Hombre se demostró en su enseñanza y la gente lo
experimentó como admiración (cfr. Mt. 7, 28). Es en este tiempo mesiánico que
se borra el pecado, tanto aquí en la tierra, como en el cielo, ante el trono de
Dios. El Hijo del hombre más tarde comunicará ese poder a los apóstoles, lo que
hace con el poder de Dios (cfr. Mt.16, 18; 18,17). Es el reino de Dios que ha
llegado y trae la salud al hombre integral. La gente admirada, glorificaba a
Dios ante semejante prodigio; pero la maravilla mayor es que Dios comunicará
semejante poder a los hombres. Mateo está pensando sin duda en los ministros de
la Iglesia, que han recibido dicho poder de Jesucristo, de perdonar los pecados
a la Iglesia, escogiendo a hombres que cumplan con esta misión específica. Esta
realidad de la gracia divina, que reconcilia al hombre con Dios, es inseparable
de Cristo y la Iglesia.
Teresa de Jesús, como los amigos
llevaron al enfermo ante Jesús, también nos lleva ante ÉL, por el camino de la
oración, es decir, de la amistad con Dios. Necesitamos convertirnos en amigos
fuertes de Dios. “Querría las mucho avisar que miren no escondan el talento,
pues que parece las quiere Dios escoger para provecho de otras muchas, en
especial en estos tiempos que son menester amigos fuertes de Dios para
sustentar los flacos; y los que esta merced reconocieran en sí, ténganse por
tales, si saben responder con las leyes que aun la buena amistad del mundo
pide; y si no como he dicho teman y hayan miedo no se hagan a sí mal, y plega a Dios sea a sí solos.” (V 15, 5).
Lecturas
bíblicas
a.-
Gn. 23, 1-4. 19; 24,1-8. 62-67: Isaac amó a Rebeca.
b.-
Mt. 9, 9-13: Vocación de Leví y comida con los pecadores.
Este evangelio nos presenta la
vocación de Leví (v.9), y la disputa de los fariseos con Jesús acerca de su
relación con publicanos y pecadores, en el ambiente de una comida (vv.10-13).
El evangelista en pocas palabras, nos narra esta vocación: Leví estaba sentado
a la mesa de los impuestos y obedece el
mandato de Cristo de seguirle. Ser publicano, venía a decir, que era un pecador
público, proscritos de la sociedad judía por su oficio, trabajaban para Roma,
cobrando el impuesto para el emperador. Tenían fama de ladrones. Pero el centro
de gravedad del relato está en las palabras de Jesús: “Sígueme” (v.9).
Exigencia que viene del Maestro, inapelable, por cierto; posee ese llamado el
mismo tono de cuando Yahvé llamaba en al AT. Jesús llama a una misión y ésta
justifica el llamado, sin méritos previos, como había hecho Yahvé al elegir a
Israel, su pueblo. La respuesta está a la misma altura de la llamada, puesto
que es obediencia inmediata, generosa, dada en plena libertad. Se trata de la
obediencia a la fe. La segunda parte del relato (vv.10-13), nos presenta a
Jesús, siendo causa de escándalo, para los fariseos al verlo comiendo, con
publicanos y pecadores públicos. ¿Cómo podía el joven rabino de Nazaret, estar
en medio de esa gente? Presentan sus inquietudes a los apóstoles (v.11). Si
Jesús está preocupado de los pecadores, como el mismo Dios lo está, el Maestro
se hace uno de ellos al estar en su compañía, si se sigue la lógica farisaica
(cfr. Rm. 6,1). No se trata de ser pecador, ni
glorificar el pecado, lejos semejante razonamiento; lo que quiere Jesús, es
perdonar al pecador, liberarlo de ese estado. Lo que hace Jesús, es salvar al
pecador y condenar el pecado, el hombre pecador no es un enemigo, como hacían
los fariseos de ayer y de hoy. No lo excomulga de la sociedad, ni de la unión
con Dios, sino que le abre un camino de regreso a la sociedad y a la casa de
Dios. Jesús ama a justos y pecadores, pero éstos lo necesitan más, de ahí su
gran preocupación (cfr. Lc.19,1-10). Pero serán
precisamente los justos, quienes creían tener su propia justicia, la que viene
de la Ley, los que lo rechazaron, pues no lo necesitaban, pues ignorantes de su
enfermedad, no creían tener necesidad de médico (v.12; cfr. Flp.
3,6). La cita que hace Jesús, dirigida a los fariseos es dura: “Misericordia quiero, que no sacrificio
porque no he venido a llamar a justos sino a pecadores” (v. 13; Os. 6,6),
porque les manda a aprender qué significa esa sentencia, a ellos que eran
expertos en interpretar las Escrituras. Si partimos por considerar que todos
somos pecadores ante Dios y los hermanos, no podemos sino agradecer el llamado
que nos ha hecho el Señor Jesús a ser sus discípulos, como Mateo, sino que
también como comunidad eclesial y en forma personal, vivir la obediencia a la
fe que hemos recibido. El Sacramento de la Reconciliación puede hacer mucho en
ese sentido de tomar conciencia del propio pecado y acoger la misericordia de
Dios en la propia existencia.
Como otras tantas otras veces, Teresa
de Jesús, ora la Palabra y el resultado son estas exclamaciones de un alma
enamorada y confiada. “¡Oh, qué recia cosa os pido, verdadero Dios mío; que
queráis a quien no os quiere, que abráis a quien no os llama, que deis salud a
quien gusta de estar enfermo y anda procurando la enfermedad! Vos decís, Señor
mío, que venís a buscar a los pecadores
(Mt. 9, 13); éstos, Señor, son los verdaderos pecadores; no miréis nuestra
ceguedad, mi Dios, sino a la mucha sangre que derramó vuestro Hijo por
nosotros; resplandezca vuestra misericordia en tan crecida maldad; mirad,
Señor, que somos hechura vuestra; válganos vuestra bondad y misericordia”
(Excl. 8,3).
Lecturas
bíblicas
a.-
Gn. 27, 1-5. 15-29: Jacob le quitó la bendición a Esaú.
b.-
Mt. 9, 14-17: Discusión sobre el ayuno.
Si bien este evangelio sitúa a los
apóstoles frente a un tema muy concreto, como es el ayuno, Jesús se traslada al
futuro, al tiempo del Reino de Dios, de la Iglesia. Él se presenta como el
Mesías esperado, en forma implícita (v.15). Se presenta como el novio de los
tiempos mesiánicos, es decir, el portador de los bienes de la salvación. La
imagen del matrimonio, es común en la Escritura, lo novedoso es que Jesús se
identifique con ese símbolo que Yahvé usa para expresar su relación de amor con
su pueblo Israel (cfr. Os. 2, 18-20; Is. 54, 5-6). Estaba anunciado que Israel
sería presentada como la esposa fiel, pues ahora es el tiempo, la promesa se ha
cumplido. Importante es entrar en el círculo de amigos del novio para alegrarse
en su boda. Es tiempo de bodas, de alegría, no de llanto, ni de ayuno y tampoco
de luto, porque el sentido interno del ayuno es la aflicción por los pecados
cometidos, es tiempo de júbilo por la salvación que alborea. “Llegará el tiempo
en que el esposo les sea arrebatado, entonces ayunarán” (v.15). Este espacio de
dicha tendrá su fin, porque Jesús estará presente por un determinado tiempo
hasta que les sea arrebatado, velado anuncio de su violento final, de la
dolorosa separación. Era necesaria su partida (cfr. Jn.16,7),
sin embargo, en el tiempo de la Iglesia, la presencia de Jesús no es dada por
el Espíritu y la Eucaristía (cfr.Jn.16,7; Ap.21,9ss). En el tiempo entre la
Ascensión y la Parusía el ayuno adquiere un significado nuevo: no es sólo obra
de la penitencia, sino expresión del dolor por haberse separado del Esposo. Un
segundo momento tenemos la imagen del
paño nuevo o manto y los odres nuevos (vv.16-17), imagen del mundo, los cielos
y la tierra envejecerán y serán recogidos como un paño o también el mantel que
bajó del cielo ante Pedro, un mundo nuevo, nueva creación (cfr. Heb. 1, 10-12; Hch. 10,11). Ambas
imágenes contraponen lo viejo y lo nuevo, tiempo generoso como el vino y
resistente como la tela nueva; tiene su propia ley, la alegría rebosante; al
Mesías no le acomodan las antiguas formas, nacerán nuevas, comparaciones que
hablan de la confianza y la victoria del Evangelio. La religión que conoció el
Israel del tiempo de Jesús, no se podía remendar con paño nuevo como el
Evangelio. El contenido de la predicación de Jesús era totalmente nuevo,
espíritu nuevo, con entrañas de misericordia, compasión, fraternidad universal.
Con ÉL han comenzado los tiempos nuevos, tiempos mesiánicos, está presente
entre ellos el Mesías, para quitar el paño viejo, para extender el paño nuevo
para siempre. Dios crea todo nuevo,
creación nueva, tierra y cielos nuevos (cfr. Is.65, 17; 2P 3,13; Rm. 8,19-23; Ap. 21,1). La presencia del Reino de Dios,
rompe todos los moldes tradicionales, a vino nuevo odres nuevos, imagen
recurrente del AT (cfr. Gén. 49, 8-12; Jn. 2,1-12).
No se puede tener fe en Jesús y seguir siendo fiel a prácticas vacías, insustanciales
de las que se esperaba la salvación. Aceptar la salvación exige una vida nueva,
hombres nuevos, libre de prejuicios del judaísmo, dispuestos a dejarse moldear
por el Espíritu Santo. La revelación de Jesús es continuidad progresiva del AT
y cumplimiento s nuevo e irrepetible. La obra mesiánica tiene su propia
plenitud que se prolonga hasta el fin del mundo (cfr. Mt. 5,17). De ahí que
Jesús considera “Dichosos los ojos que ven lo que estáis viendo” (Lc. 10, 23). No
todo lo antiguo es malo o hay que dejarlo, el sano discernimiento es
fundamental para acoger lo completamente nuevo, como lo deja entrever Mateo,
cuando enseña que la vieja economía era buena, pero incompleta, la nueva en
cambio es completamente buena, es decir, se ha alcanzado la plenitud de la
revelación (v.17). El cristiano debe aprender a discernir que lo que la Iglesia
le propone, es lo importante para su vivir en Cristo.
Teresa, siempre consideró a Jesucristo
como el Esposo de su alma por medio de la consagración en la vida religiosa y
los votos. Nuestra consagración bautismal nos desposa con Cristo Jesús, alianza
de amor y salvación. “Mirad lo que costó a nuestro Esposo el amor que nos tuvo,
que, por librarnos de la muerte, la murió tan penosa como muerte de cruz.” (5 M
3,12).
Fr.
Julio González C. OCD