DUODECIMA SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO
(Año Par. Ciclo A)
P. Julio González
Carretti ocd
DOMINGO, SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DEL SEÑOR
a..- Dt. 8,2-3.14-16: Te alimentó con el maná, que tú no
conocías ni conocieron tus padres.
b.- 1Cor.10, 16-17: El pan es uno, y así nosotros,
aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo.
DOMINGO, Décima
Segunda Semana del Tiempo Ordinario
a.- Jer. 20,10-13: Libró la vida del pobre de manos de
los impíos.
b.- Rom. 5,12-15: Adán y Jesucristo.
c.- Mt. 10, 26-33: No tengáis miedo a los que matan el
cuerpo.
a.- Gn. 12, 1-9: Abrán marchó como le había dicho el
Señor.
b.- Mt. 7, 1-5: No juzgar. Sácate primero la viga del
ojo.
a.- Gn.13, 2. 5-18: No haya disputas entre nosotros,
pues somos hermanos.
b.- Mt. 7, 6. 12-14: La Regla de Oro.
a.- Gn. 15,1-12.17-18: Abrán creyó al Señor e hizo
alianza.
b.- Mt. 7, 15-20: Los falsos profetas. Por sus frutos
los conoceréis.
a.- Gn. 16, 1-12.15-16: Hagar dio un hijo a Abrán y lo
llamó Ismael.
b.- Mt. 7, 21-29:
El verdadero discípulo y el símil de casa edificada sobre roca.
a.- Gn. 17, 1. 9-10.15-22: La circuncisión de los
varones señal de la alianza.
b.- Mt. 8, 1-4: Si quieres, puedes limpiarme. Curación
de un leproso.
a.- Gn. 18,1-15: Sara tendrá un hijo.
b.- Mt. 8, 5-17: Vendrán muchos de oriente y occidente y
se sentarán con Abraham, Isaac y Jacob.
Lecturas bíblicas
En estos
pasajes bíblicos encontramos el recuerdo de la peregrinación y privaciones que
pasó Israel, en cambio, la segunda, se refiere al reposo y la abundancia de
bienes que produce la tierra fértil. Ambas circunstancias, sirven para probar
la fidelidad y la cercanía de Dios para con ellos. En la primera situación, el
hambre y la pobreza son toda una prueba de confianza en la providencia de
Yahvé; en la segunda, es la abundancia de los frutos de la tierra, que Dios
hace fértil para su pueblo. La predicación en la primera situación es orientada
hacia la tierra de promisión, en el segunda es desde dentro de la misma;
mientras en una la esperanza es para alcanzarla, en la segunda etapa es el
recuerdo de haberla habitado. En ambos casos es la tierra del Señor, por lo
tanto del reposo y de la alianza, lo que el predicador quiere resaltar. Les dio
el maná, pero sobre todo les dio los mandamientos, “porque el hombre no vive
sólo de pan sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (v. 3). Es su
palabra la que les da vida a los israelitas en el desierto (cfr. Am. 8, 11; Ne.
9, 29; Pr. 9,1-5; Sab. 16, 26; Si. 24, 19-21; Jn. 6, 30-36. 68). El recuerdo lo
quiere convertir el autor sagrado, en memorial de la obra de Yahvé, pero además
hacer al hombre responsable hoy de la situación del país. El recuerdo del
pasado adquiere sentido en el presente, porque si bien los humilló, los probó,
también es verdad que los sustentó con el maná, muestra de su cercanía y
providencia amorosa; el desierto no es un paso sin sentido, precisamente ese
paso retrata lo que es el pueblo formado por hombres y mujeres pobres,
hambrientos, en definitiva, necesitados de Yahvé. Sacia no sólo su hambre de
pan, sino sobre todo el darle un sentido a su peregrinar, por medio de la
promulgación de sus mandamientos, palabra de vida y de esperanza para entrar en
la tierra de la promesa (cfr. Dt. 30,15ss; 32, 47). El autor pasa del pasado,
el desierto, a la tierra, ya conquistada fértil, dando sus frutos, por eso
canta y agradece a Dios este don. Pero también es tiempo de prueba en el
sentido de verla sólo como fruto de su esfuerzo, sin la dimensión
trascendental, por lo tanto, quien come el pan sin esta condición, lo comen
pero sin el sustento de la palabra de Yahvé; el pan de la abundancia, sin Dios,
no es pan de vida: le falta la gratuidad y la bondad de Dios. La mirada al desierto
histórico, advierte en el presente la posibilidad de perder la visión de fe con
que hay que vivir la realidad. Aunque se posea la tierra buena, es siempre
futuro que construir, revisar y caminar hacia él, es el espacio que el hombre
ocupa hoy el hombre y Dios. La memoria del pasado, hecho por el autor sagrado,
quiere revivir, desde la salida de Egipto hasta la conquista de la tierra
prometida, la idea que siempre es tiempo de entrar en la tierra de la promesa,
o no entrar, y no olvidar, como hizo Israel, que es Yahvé quien los acompañó en
todo ese peregrinar, y atribuir a la sola naturaleza la prosperidad de la
tierra de Canaán. Es la esperanza la que responde a todas estas interrogantes
en clave de alianza, como don de Dios, la tierra y la respuesta fiel del
pueblo.
El apóstol
Pablo, quiere hacer la diferencia entre los ritos idolátricos y la Eucaristía,
advierte que en ambos casos se entre en comunión con la divinidad, ya sea con
Dios o los ídolos. Solo así se entiende la pregunta que Pablo hace a sus
lectores, acerca de la comunión que se produce entre los que comulgan el pan y
el vino con EL Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, el Señor. Agrega algo
fundamental para el cristiano, que al mismo tiempo que se produce esa mística
unión con Jesucristo, se produce además la unión de los miembros de la asamblea
que celebran la Eucaristía. Un único Pan, para formar un sólo Cuerpo místico
que forman todos los creyentes. Es de vital importancia comprender, que
mientras se celebra la liturgia de la Palabra y luego la liturgia eucarística,
el Espíritu Santo, teje la unidad, entre todos los que conforman la asamblea
eclesial. El momento después de comulgar, denominado de acción de gracias, es
precisamente para orar en lo interior, por los intereses de la Iglesia, de la
sociedad y de los propios. Si Jesús ha ingresado en nuestro espíritu, lo lógico
es que entremos con ÉL, para dialogar, alabar, adorar, agradecer y pedir. Si
toda la asamblea hace esto se entra en comunión con Cristo y entre nosotros.
c.- Jn.6, 51-59: Mi
carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida.
El
evangelista nos presenta el discurso sobre el Pan de la Eucaristía en toda su
realidad de banquete y de unión con Jesucristo, Pan de vida eterna. Además de
creer en Jesús, hay que comer su Cuerpo, y más que su Cuerpo su carne. El Padre
nos dio a su Hijo, pero este nos da su carne y su sangre, para ser comida y
bebida. Hay un progreso en el lenguaje y en el sentido respecto al discurso del
Pan de vida. “El pan que yo les daré es mi carne” (v. 51). Alusión a la institución
de la Eucaristía realizada por Jesús, el jueves santo, donde carne viene a
reemplazar cuerpo, quizás más cercana a las palabras usadas por el Maestro esa
noche. El evangelio nos dice que si la persona de Jesús, por medio de la fe es
el camino a la vida eterna, ahora se agrega que es su Carne, el verdadero Pan
de la vida. Hay un progreso ya no es el Padre el protagonista, si no el Yo del
Hijo (v. 35. 48. 51), se pasa del presente al futuro. Se alude a la
Encarnación, “mi carne” pero también a la muerte, muy asociada a la Eucaristía
“vivirá para siempre (v. 51) y a la resurrección (v. 54). En el texto: “Es mi
carne por la vida del mundo” (v. 51), hay una clara alusión a la muerte de
Cristo, con lo que entiende el apóstol, hay un íntima relación entre la
Eucaristía y su sentido de sacrificio cruento, es decir con derramamiento de
sangre (cfr. 1 Cor. 11, 24), en el altar de la Cruz, considerando la voluntad
del Padre que entrega su Hijo amado, por la salvación del mundo (cfr. Jn. 3,
15-16). Comer su carne y beber su sangre, en el propósito del evangelista,
consiste en oponerse a la herejía del docetismo: se afirma la realidad de la
humanidad de Cristo: la Encarnación (cfr. 1 Jn. 1, 1-2), precisamente para
evitar la espiritualización de su humanidad, es decir, Cristo tiene cuerpo y
sangre, que ahora, se ofrece para ser comida y bebida en el banquete
eucarístico. Lo más opuesto a esa corriente del docetismo, sería comer y beber
su cuerpo y su sangre. Con ello se quiere presentar la Eucaristía, como continuación
de la Encarnación, donde el Verbo se hizo carne, y la Eucaristía donde su carne
se come y su sangre se bebe, para poseer la vida eterna. Todo este misterio
eucarístico se vive en la fe en Aquel que nos amó hasta el extremo, por lo
mismo, sin ella, no hay sacramento de vida eterna. Si no hay fe en la
Eucaristía, tampoco la habría en el misterio de la Encarnación ni en la Pasión
y Resurrección, de la cual es actualización. Respecto a esto último, hay que
decir que hay claras referencias a la escatología final: “yo lo resucitaré el
último día” (v. 54) y “vivirá para siempre” (v. 58). En ambos casos se
demuestra que tener la vida, significa estar unido a Jesús. El evangelista, en
el fondo, se suma a otros autores del NT., que unen la Eucaristía al tema de la
vida eterna o escatología final (cfr. 1Cor. 11, 26; Mc. 14, 25; Lc. 22, 18). En
el aquí y ahora de la vida encontramos estas palabras: “El que come mi carne y
bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él” (v. 56). Esta comunión con
Jesucristo es una participación sacramental, pero muy real de aquella que
existe entre el Padre y el Hijo, comunión sellada con su sangre preciosa y con
cada uno de los que cree en este misterio de amor humano y divino de entrega y
consumación. Si Jesús Sacramentado es llevado por nuestras calles y ciudades
hoy en solemne procesión, es para darnos vida y salud de resucitados. Su
bendición debe llegar a todos.
San Juan de la Cruz, el místico del amor
divino, descubre en la fuente de la fe, la comprensión de una vida eucarística:
“vivo pan”, “pan de vida”, lo llama él, es decir en la fe y sólo en la fe. “Aquesta eterna fonte está
escondida en este vivo pan para darnos vida, aunque es de noche. Aquesta viva fuente que deseo en este pan de vida yo la
veo, aunque es de noche” (Poesía del alma que se huelga de conocer a Dios por
fe).
Lecturas bíblicas
La primera
lectura nos habla de las crisis interiores, y las que provienen del ambiente, por las que pasa un hombre de fe,
como la persecución y el odio que sufrió Jeremías. Por dentro se revela contra Dios, pero al
contrario, cuando las amenazas vienen de lo
exterior, Yahvé es su fuerte refugio, sabe que Yahvé está con él, como
fuerte soldado. Se juntan en el alma del
profeta la desesperación más angustiante y la
confianza más absoluta. Se sabe víctima de una conspiración que ataca de
varios frentes, buscan acabar con su
vida, pero lo sostiene la palabra de Yahvé, cuando lo llamó a esta misión; es omnipotente y justo,
conoce lo íntimo de su alma por ello
espera ver la derrota de sus
enemigos. En el trasfondo encontramos el tema de la retribución en esta vida. El texto termina
con una alabanza a Yahvé para que todos
reconozcan la acción salvadora que está realizando en él. El profeta es
testigo de la acción salvífica y de la
glorificación que en esta vida le dará, puesto que su causa y justicia la ha puesto en manos de Yahvé.
Nunca abandona Yahvé, a quien sufre en
su nombre y por predicar su palabra, sobre todo quien a Dios confía su
causa.
Pablo ha
comenzado hablando que por el sacrificio de Cristo somos liberados de la ira de
Dios. Donde hay justicia, la que proviene de Dios, hay salvación y vida eterna,
gracias a la fe en Jesucristo. El temor a la ira de Dios, ha sido superada por
la justificación que nos consiguió Jesucristo (cfr. Rom.5,1-11).
El apóstol, nos presenta una visión algo sombría desde la interpretación que
hacían los rabinos acerca de los orígenes de la humanidad. No se da una
explicación del origen del pecado, sino más bien de su alcance universal, que afecto a toda la
humanidad. La figura de Adán concentra toda la atención, como el primer hombre
(vv.12-14). Pablo, sin embargo, nos presenta el contrapunto: un luminoso
panorama histórico de los efectos de la gracia, es decir, la obra salvífica de
Dios manifiesta en Jesucristo, su decidida voluntad de mostrarnos el camino de
la salvación desde su origen hasta hoy (vv.15-19). Lo que al comienzo es una
antítesis entre Cristo y Adán y el efecto de sus obras, la analogía se hace
trizas en un momento, porque la gracia de Dios se desborda superando la acción
del pecado. La iniciativa de Dios supera con creces, la culpa del primer Adán y
sus fatales consecuencias en el resto de la humanidad y el poder del mal y de
la muerte introducido por el hombre. Rompiendo apariencias, la economía
salvífica de Dios, es mucho más efectiva que la realidad del pecado. Jesús es
el nuevo Adán, iniciador de la nueva humanidad, contrapunto del primer Adán,
inicio de la humanidad caída (v.15). El punto de partida para el apóstol y para
los cristianos, es Jesucristo, y no Adán y éste, sólo se comprende desde Jesús,
fuente de vida y de gracia. Nos recuerda el texto que el pecado destruyó la
vida, en Cristo, en cambio hay vida, nueva creación. Si por sólo pecado entró
la muerte, por un solo sacrificio, el de Cristo en la cruz, entró la vida para
todos los que creen en ÉL. De ahí que si bien nacemos pecadores, por Jesucristo
y su sacrificio en la cruz, renacemos al mundo de la salvación y de la gracia.
El
evangelio nos enseña a no temer a los hombres, sólo a Dios podemos temer entendiendo por ello respeto, reverencia.
Muchas veces el Señor advierte: Guardaos, es decir, tengan cuidado (cfr. Mt. 7,
15; 10,17), en cambio, aquí dice: “No tengáis miedo” (v. 26). Se nos exhorta a
la prudencia de valorar el conocimiento
del adversario, el juicio que podamos hacer de él y por otro, la resistencia en la tribulación. La fe expulsa
al temor, saber que sufrimos el mismo
destino de Jesús, es fuerza y valor con el que debemos contar. Los
principios del Reino son humildes, lo
oculto se revelará gloriosamente; Jesús es el humilde Siervo de Yahvé, hasta convertirse en el Hijo del
hombre y hacerse fuerte como la
esperanza de las naciones (cfr. Mt. 12, 17-21). En este momento, Jesús
habla en la oscuridad, a un pueblo
humilde, los apóstoles en el futuro hablarán a plena luz, a todas las naciones. Es más, deberán pregonar
a todos los pueblos lo que ahora reciben
en la intimidad del hogar, al oído, lejos de la gente. La Buena Nueva es anunciada por el testimonio de los apóstoles,
e incluso, si los rechazan a ellos igual
brillará en el futuro. No tengáis miedo, palabras que se repiten (cfr.
10, 26. 28. 31). El poder humano sólo
puede afectar esta vida, no hay poder terreno que pueda destruir el valor que encierra la esperanza de alcanzar la vida eterna. Acabar con la vida del ser humano no
significa destruir su vida eterna, con el
infierno o perdición eterna. Sólo Dios, tiene poder para decidir sobre
la vida y la muerte, la gloria o la
perdición eterna. Sólo desde su omnipotencia, se advierte su paternidad. Temer a Dios es entregarle todos
nuestros temores a Él, lo que fecunda
libertad en quien se descubre criatura e hijo de Dios. Si ese temor
queda en el hombre se cubre de miedo que
puede terminar por expulsar el don de la fe y la confianza. Sólo ésta, no corroe el alma, sino
que al contrario, la sana y hace del
amor una realidad fuerte e invencible. Si Dios, en su providencia
admirable, se preocupa de todas sus
criaturas, como las aves del cielo, cuánto más se preocupara de sus hijos los hombres. En todo momento el
cristiano debe confesar su fe en Cristo
Jesús, en tiempos de paz, pero también, ante el tribunal, cuando acecha la persecución, con lo que se asegura un juicio
benigno al final de sus días, porque el
mismo Jesús estará presente, intercediendo por él ante el Padre como
abogado y defensor. Distinta suerte
tendrá el hombre que niega a Cristo en la tierra, porque no será defendido por este Abogado y podrá
escuchar las palabras terribles: “Jamás
os conocí; apartaos de mí agentes de iniquidad” (Mt. 7, 23). Lo más importante, es la tarea que nos encomienda el Señor Jesús a
cada uno es responsabilizarnos de la
actitud que tengamos con ÉL, y sólo con Él, en esta porque nos juzgamos
nuestro destino eterno.
Santa Teresa
de Jesús, aprendió a ser mujer cristiana desde la Humanidad de Jesucristo, es
decir desde que tuvo contacto con el
Cristo del evangelio. De ahí aprendió a descubrir la gran dignidad de la persona y su capacidad de
relacionarse con Dios por medio de la
oración y contemplación. “Es muy buen
amigo Cristo, porque le miramos hombre,
y vémosle con flaquezas y trabajos, y es compañía” (Vida
22,10).
Lecturas bíblicas
Estos
proverbios tienen un trasfondo, el principio de la retribución, cimentado
en una norma de paridad: lo que hagas a
otro, lo mismo te harán a ti. El único que juzga y mide las obras y acciones del ser humano es
Dios. ¿Podríamos resistir nosotros el
juicio o la medida de Dios, tal como lo hacemos con nuestro prójimo? Las
Escrituras manifiestan constantemente la
culpabilidad del hombre, pero además, la
recomendación de no hacerlo, buscando caminos de comprensión, perdón
y misericordia. Tendemos por naturaleza
a enjuiciar, lo que lleva a condenar. Jesús
prohíbe juzgar al prójimo en vista de no ser juzgados con rigor. Quien
juzga se atribuye un derecho que no
tiene, con lo que queda remitido a esa medida que usó con el hermano, la misma sentencia que Dios
único Juez, pronunciará sobre él. Jesús
convierte la conducta con el prójimo, el perdón, como la norma con que
actúa Dios con nosotros; sólo quien
perdona al prójimo puede esperar perdón de Dios
(cfr. Mt. 6, 12. 14s). La medida que usamos con el prójimo, la usará
Dios con nosotros (cfr. Sant. 2,13). En el tiempo de Jesús, se hablaba de la
medida legal y de la bondad o de misericordia.
Él nos juzgará con la medida que nosotros usemos en esta vida. La medida de los fariseos, era
muy dura con el pecador a quienes
condenaban sin piedad, pero Jesús, manda a hacer todo lo contrario, no
juzgar (cfr. Mt. 9,12-13; Lc. 7, 40ss;
15,2). Pablo, no olvida esta enseñanza y habla con frecuencia del temor de ser juzgado, para
todos es necesaria la conversión (cfr.
1Cor. 4, 4; 9, 26-27; 2 Cor. 5,11). El significado de la doctrina sobre
el juicio y la medida, se explica con el
proverbio de la paja y la viga (vv.3-4). Su significado es claro: la deuda que el hombre tiene con Dios es enorme,
por su infidelidad y pecados, pero
también, en lo que se refiere a la gracia; somos deudores de nuestro
prójimo. Si a Dios no podemos pagar una
deuda enorme, así y todo somos perdonamos por ÉL. ¿No seremos capaces de perdonar la pequeña
deuda que el prójimo tiene con
nosotros? Las críticas, y
corregir faltas ajenas, es como juzgar. En ese juicio no notamos las debilidades propias, sólo las del
hermano; la invitación de Jesús es a corregir primero las propias debilidades,
y luego, ayudar al hermano. La hipocresía
consistirá en querer parecer mejor de lo que realmente es. Debemos
reconocer que seremos siempre deudores
de Dios, pero podemos remediar en parte, esta
situación no sólo evitando el pecado, sino siendo auténticos
colaboradores de Dios y de su plan de
salvación personal.
Teresa de
Jesús quiere una comunidad de hermanos y hermanas donde se respete al otro y se le ayude a crecer. “Pues
procuremos siempre mirar las virtudes y cosas
buenas que viéremos en los otros, y tapar sus defectos con nuestros
grandes pecados. Es una manera de obrar,
que aunque luego no se haga con
perfección se viene a ganar una gran virtud, que es tener a
todos por mejores que nosotros, y comiénzase a ganar por aquí con el favor de Dios, que es
menester en todo; y cuando falta,
excusadas son las diligencias, y suplicarle nos dé esta virtud, que con que las hagamos [Dios] no falta a nadie.” (Vida
13,10).
Lecturas bíblicas
El primero
de los proverbios (v.6), es bastante duro, si tenemos en cuenta que viene luego de habernos pedido no juzgar al
prójimo y habernos mandado perdonar. Lo
santo, se puede referir a los
sacrificios ofrecidos en el templo; las perlas significan las cosas
valiosas, como el evangelio o la enseñanza del Reino. Los cerdos y perros, eran considerados, como
animales impuros por los judíos; los no
merecedores de lo santo, no se refiere a los paganos, puesto que el
evangelio está abierto precisamente para
ser anunciado a ellos. No son merecedores del
evangelio, quieren lo rechazan, no lo valoran, o mantienen su cerrazón a
la gracia. El segundo proverbio (v.12),
es conocido como la Regla de oro: “Por
tanto, todo cuanto queráis que os hagan
los hombres, hacédselo también vosotros a ellos; porque ésta es la Ley y los Profetas.” (v. 12). Síntesis
perfecta de la enseñanza moral de la
ley, basada en el amor al prójimo, buscando el bien del otro, como el propio. El gran rabino Hillel,
lo había formulado el mismo principio, en forma
negativa: “No hagas a otro, lo que no quieras para ti. Esta es la ley;
lo demás es comentario”. Esta norma no
es de origen cristiano, ya era conocida en el ambiente judío y griego. La novedad de Jesús, está en
que eleva este proverbio a norma
universal: así debe el cristiano, tratar a los demás. Otra forma de
formular el precepto de la caridad,
resumen de la ley y los profetas, en fin, de la revelación de Dios para con el hombre. Su novedad consiste
fundamentalmente en que ha hablado del
amor, que no conoce medida, porque su medida la toma de Dios, que ni siquiera excluye al enemigo de su amor. Este
amor espera el cristiano de otro
cristiano, del compañero de camino de fe y de amor hacia la Casa del
Padre. Nadie puede exigir ser tratado así, si primero no aplica esa pretensión
así mismo. “Porque ésta es la Ley y los
Profetas” (v.12), con ellos queda claro, que la Regla aurea pertenece al contenido fundamental del AT. Aquí se
cumple que el evangelio no ha venido a
abolir, sino a dar plenitud con un nuevo modo de entender, en clave de
un profundo amor. La Ley antigua
permanece, pero con un espíritu nuevo. La fe
cristiana no quita lo bueno, lo verdadero, lo sublime, permanece, pero
con el espíritu nuevo de Jesús y en
perspectiva del reino de Dios. El último de los proverbios (vv.13-14), se
refiere a las dos puertas y a los
dos caminos (cfr. Dt. 30,15-20; Sal.1;
Pr.4,18-19; 12,28; 15,24; Si.15,17; 33,14). Ese pasaje tiene ecos de la doctrina sapiencial
de los dos caminos, el de la vida y el de
la muerte, sobre todo en el Salmo 1, que menciona el camino de los
judíos, y el de los impíos. El camino
estrecho y difícil es el de la virtud; el amplio y cómodo, es del vicio y pecado. Jesús introduce una
novedad en este tema del camino, al
relacionarlo con la puerta, una lleva a la vida, la otra a la perdición.
La primera, es decir, la vida, se
consigue por medio de la renuncia, asumir la cruz de cada día, la oración, la vida teologal. Hay que saber
discernir. Jesús se identificó como la
puerta. “Yo soy la puerta; quien entre por mí se salvará” (Jn. 10, 9).
La entrada por la puerta estrecha, es
penetrar en el misterio de la persona de Jesucristo y su misión salvadora. Muchos van por la puerta
ancha hacia la perdición, y pocos dan
con la puerta estrecha, es decir, el primero es el camino de la
mediocridad, muy transitado, el segundo
el de las bienaventuranzas. Lo nuestro será encontrar la puerta que conduce a la Vida (v.14).
Teresa de
Jesús habla del mandamiento del amor y cómo debemos cumplirlos, aunque en verdad andemos flacos en ello.
“Cuanto a la primera, que es amaros
mucho unas a otras, va muy mucho; porque no hay cosa enojosa que no se
pase con facilidad en los que aman y
recia ha de ser cuando dé enojo. Y si este
mandamiento se guardase en el mundo como se ha de guardar, creo
aprovecharía mucho para guardar las
demás; mas, más o menos, nunca acabamos de guardarle con perfección.” (Camino 4,5)
Lecturas
bíblicas
El
evangelio no previene de los falsos profetas. Desde antiguo Yahvé tuvo que
prevenir a su pueblo de los falsos profetas, que no fueron llamados por ÉL y no
anunciaban su palabra. Lo mismo sucedió en la naciente Iglesia. Sigue formando
Jesús a sus discípulos, en el aprender a conocer el corazón de los hombres, y hoy, les previene contra falsos
profetas, doctores y maestros. Vestidos con piel de oveja, viene a significar,
apariencia de fe y de vida cristiana. El
lenguaje y el comportamiento externo, contradice la manera interna de
ser, por dentro son lobos rapaces, egoísmo sin
escrúpulos. ¿Cómo conocerlos? Por su conducta, y por sus obras; estas delatan sus verdaderas intenciones, como el fruto al
árbol. Este aviso, también es válido para
los discípulos, como para nosotros, concretamente, Mateo lo refiere a
las obras (cfr. Lc. 6, 45). Los peligros amenazan a los discípulos, no sólo la
persecución y difamación, sino en el interior de la comunidad, con falsos
profetas, por ello más que sus predicas, hay que buscar sus frutos, con lo cual
se discierne, su verdad que no engañan
jamás (v.16; cfr. Mt. 5,11). “Por sus
obras los conoceréis…” (v.16.20). Jesús propone un criterio claro: los sano
y fuerte da fruto sano, pero lo enfermo y débil produce frutos mezquinos y sin
valor, si lo aplicamos al hombre, sentimientos, voluntad y obras han de
coincidir; crea unidad. Si se producen resquicios en su unidad y el
cumplimiento del mandamiento es sólo una formalidad exterior y en lo interior
piensa todo lo contrario, entonces las obras lo delatan. Sólo la unidad del
hombre produce buenos frutos, porque éstos no son distintos de sus actos, como
en el árbol, es la vida toda, la que germina en ellos. “Todo árbol que no da frutos buenos, se tala y echa al fuego…” (vv.19-20), lo que
conecta con la predicación de Juan el Bautista. Este denunció la actitud hipócrita de los fariseos
y saduceos, que venían a recibir su
bautismo, pero sin ánimo de enmendarse. Fingían su conversión (cfr. Mt. 3,
7-10). Queda como criterio para conocer al
verdadero profeta: los frutos que producen con su testimonio, con su
palabra, con su persona (cfr. Gál.
5, 22). Los frutos que pide Jesús nacen
de un corazón convertido, que se esfuerza por
seguirle y asumir sus actitudes y criterios. ¿Cuáles deben ser los
frutos por los cuales se descubre al
verdadero discípulo de Jesucristo? El espíritu y la práctica de las Bienaventuranzas, es decir, el amor a
Dios y al prójimo, incluido el enemigo, la
oración, una vida teologal de calidad. El verdadero cristiano que ama a
Jesucristo, habla de ÉL y como ÉL,
piensa como ÉL y ama como ÉL. Es la savia nueva de Cristo resucitado, la que
nos da la existencia, y los frutos
comienzan a aparecer en el día a día. Una fuerte dosis de vida de oración produce el cambio, cuando desde la liturgia
dominical, y diaria van nutriendo
nuestra vida teologal de las verdades perenne del evangelio de la gracia
de Dios. También hay que reconocer que
el corazón enfermo y mal cuidado, obtendrá frutos malos, acciones estériles. El árbol estéril es presentado al
juicio de Dios, y es aniquilado con su fuego; sólo resiste el fuego del juicio
de Dios quien se ha nutrido de la fe en Jesucristo y su amor.
S. Teresa
de Jesús, compara el alma a un huerto que hay que cultivar “Ahora tornemos a nuestra huerta o vergel, y
veamos cómo comienzan estos árboles a
empreñarse para florecer y dar después fruto, y las flores y claveles lo mismo para dar olor… me era gran deleite
considerar ser mi alma un huerto y al
Señor que se paseaba en él. Suplicábale .aumentase
el olor de las florecillas de virtudes,
que comenzaban a lo que parecía a querer salir, y que fuese para su gloria y las
sustentase pues yo no quería nada para
mí y
cortase las que quisiese, que ya sabía habían de salir mejores. Pásase mucho trabajo… Gánase aquí
mucha humildad; tornan de nuevo a crecer las flores.” (Vida 14,9).
Lecturas bíblicas
Este pasaje
concluye el discurso del Sermón de la montaña, donde Jesús establece que para entrar al Reino de Dios, hay que hacer
la voluntad divina. Sólo de esta manera,
Dios nos reconoce como hijos suyos, y discípulos de su Hijo. Las palabras son
importantes, pero dejan de serlo, si no van acompañadas por las obras, que nacen de la voluntad del Padre. El símil de
las dos casas, una construida sobre roca,
la otra, sobre arena, nos hablan de cómo el verdadero discípulo
construye sobre la roca, que es Cristo;
el falso discípulo, es el hombre necio que construye sobre arena. El primero,
escucha y obra de acuerdo a la voluntad de Dios; el segundo escucha, pero no la pone en práctica la palabra de
Dios. De ahí viene su ruina, porque una fe, sin obras es estéril, más aún, está muerta (cfr. Sant. 2,
17.20). Si Dios exige, es porque antes
ha dado: nos ha regalado la dignidad de hijos suyos, hombres y mujeres
nuevos por el bautismo en Cristo
Resucitado. Lo primero, es el amor de Dios, luego viene la exigencia, como respuesta personal, mediante
la conversión sincera y la fidelidad
cotidiana a Jesucristo. La vida de fe, va muy unida a una vida moral,
una conducta intachable, evitando el divorcio entre fe y vida, por parte de los
creyentes en Cristo. Para saber cuál es
la voluntad de Dios, es evidente que debo conocerla. La persona y la vida de Jesús, nos deben de hacer de
guía, para liberarnos de ilusiones y
subjetivismos. ÉL dijo: “Pero él les dijo: Yo tengo para comer un
alimento que vosotros no sabéis.» Los
discípulos se decían unos a otros: ¿Le habrá traído alguien de comer? Les dice Jesús: Mi alimento es
hacer la voluntad del que me ha enviado
y llevar a cabo su obra.” (Jn. 4, 32-34). Voluntad del Padre que
acompañó a Jesús hasta el momento más
sublime de su existencia, la agonía del huerto de Getsemaní (cfr. Lc. 22, 42), su dolorosa pasión y
muerte. Su luminoso ejemplo, es guía
segura, para quien quiere seguirle, y hacer la voluntad del Padre en su
vida. Hay que tomarle el peso a las
palabras de Cristo Jesús, porque lo que a ÉL le importa, no son las palabras, sino el corazón, las
obras, la voluntad de querer contentar a
Dios Padre, haciendo su querer, lo que cuenta para ingresar en la gloria
eterna. Solo el amor a Dios y al
prójimo, son la roca, sobre la cual, se construye firme y sólido, la casa que resistirá todos los
vientos y borrascas que vinieren.
Teresa de
Jesús piensa la casa de Dios en el alma cristiana, con buenos y sólidos fundamentos, el primero y principal, vivir
para Dios en el amor. “Esta casa es un
cielo, si le puede haber en la tierra, para quien se contenta sólo de
contentar a Dios y no hace caso de
contento suyo; tiénese muy buena vida; en queriendo
algo más, se perderá todo, porque no lo
puede tener.” (Camino 13,7).
Lecturas
bíblicas
Una vez que
el evangelista nos ha presentado a Jesús como Doctor y nuevo Legislador en el Sermón de la montaña, el nuevo
Moisés (cc. 5-7), lo presenta ahora como Médico celestial, sanador, con una serie de Diez
milagros, que concluyen con un discurso doctrinal sobre el Reino de Dios (c.
8). El primer beneficiado es un leproso, que se acerca a Jesús y le dice: “Señor,
si quieres puedes limpiarme. El extendió la mano, le tocó y dijo: Quiero, queda
limpio. Y al instante quedó limpio de su lepra.” (vv. 2-3; cfr. Mc. 1,40ss; Lc. 5, 12ss). En tiempos de Cristo,
los leprosos eran prácticamente muertos en vida, apartados de la ciudad, de la
familia y del culto público en el templo de Jerusalén. Llevaban el pecado en su
piel, según la enseñanza de los rabinos. Por ello eran considerados impuros
para el culto, hacían tocar unas campanillas a su paso, para que la gente se
apartara, para no ser contaminados; cuanto tocaban quedaba impuro (cfr.
Lv.13-14). Hay que destacar la fe del leproso, que reconoce en Jesús de
Nazaret, al Mesías, puesto que lo llama,
Señor, nombre que denota dominio. El mismo que acaba de habar y enseñar como
Legislador soberano es llamado a actuar como tal. En su oración está el deseo
de sanar: confía en ÉL ilimitadamente. “Señor, si quieres puedes limpiarme”
(v.2). Es la fe, de quien desea una curación, la que despierta en Cristo la
energía divina extraordinaria, que reside
en las palabras y gestos, de Jesús de Nazaret. El leproso cree en la virtud de
Jesús, para vencer la enfermedad. Todo depende ahora de la voluntad de Jesús,
el enfermo se entrega a la libertad de Jesús, de Dios (cfr. Mt. 7,7-11). Jesús
responde con un solemne: “Quiero queda limpio. E inmediatamente quedó limpio de
su lepra” (v.3). Jesús dice dos cosas. ÉL realmente puede hacer lo que se cree
está en su poder, y además quiere hacerlo. Es su voluntad clemente y
misericordiosa, no una manifestación de grandeza, que se manifiesta sobre el
enfermo. Jesús no le preocupa quedar impuro por tocar al leproso, gesto
prohibido por la ley mosaica; su gesto de extender su mano es el ademán del
vencedor. Su acción devuelve al enfermo a su familia, al templo, vuelve a la
vida; Jesús lo rescata de la muerte. Le manda al beneficiado, no hablar a nadie
del milagro, sin embargo con espíritu de fe haga lo ordenado por la ley de
Moisés: presentarse al sacerdote y hacer la ofrenda. El mismo que aparentemente
infringió la ley, manda cumplir con ella; el sacerdote debía confirmar la
sanación y agradecer a Dios el don de la vida nueva y la curación que viene de
ÉL. La sanación sirve como testimonio que no se ha infringido la ley; Jesús no
se busca a sí mismo, hace el bien y es agradecido con Dios. Se da una relación con cuanto se ha dicho en
el sermón de la montaña acerca del cumplimiento de la ley y los profetas, la
que no debe ser abolida. Jesús la cumple en forma radical, aunque ya no es
necesaria por haber desaparecido la enfermedad, cuando Dios le devolvió la
vida. El reino de Dios ha llegado, es el acontecimiento que mira al futuro,
donde la vida se comunica a todos sin
necesidad de la ley mosaica. Cumplía Jesús lo anunciado, en la sinagoga de Nazaret, signos de la presencia y
eficacia del Reino de Dios en medio de
los hombres (cfr.Lc.4,16-22). Hoy la Iglesia, acompaña
a la evangelización, el alivio del dolor
humano en todas sus manifestaciones, haciendo presente a Jesucristo, en
medio de nuestra sociedad y los más
necesitados en todo el mundo.
La Madre
Teresa de Jesús, quita el miedo a sus hijas acerca del tema de iniciar el
camino de la oración por ella propuesto.
Muchos temían que mujeres se metieran por esos
caminos desconocidos para
mujeres. Entre los consejos que les da es tener alma limpia para vivir en comunión con quien
inició este camino: Jesús de Nazaret.
“Mirad que no son tiempos de creer a todos, sino a los que viereis van
conforme a la vida de Cristo. Procurad
tener limpia conciencia y humildad, menosprecio de todas las cosas del mundo y creer firmemente
lo que tiene la Madre Santa Iglesia, y a
buen seguro que vais buen camino.” (Camino 21,10).
Lecturas bíblicas
El
evangelio nos presenta la curación del criado del centurión. Por dos veces
llama a Jesús, Señor (v. 5 y 8), es
decir, lo reconoce como Mesías, le presenta la situación del enfermo, pero sin pedirle su
intervención. Jesús comprende lo que desea y
decide ir a curarlo (v.7). La
reacción del centurión: ¿cómo un judío iba a entrar en casa de un pagano, quedaría impuro si
ingresaba en su casa? El centurión reacciona
y se considera indigno de recibirlo en su hogar; es la actitud del
hombre que con humildad se reconoce
pecador ante Dios. “Señor, yo no soy digno de que entres bajo mi techo, basta que lo digas de palabra
y mi criado quedará sano” (v.8). Cree que Jesús tiene autoridad y poder para
sanar, sin que tenga que ir personalmente.
Basta que diga una sola palabra para superar la enfermedad. Establece una comparación entre su autoridad sobre sus
soldados, y la de Jesús sobre los poderes
de la enfermedad; él manda y se le obedece, basta su palabra y a distancia se cumple lo ordenado, pero ante la palabra de
Jesús, la suya no es nada, ya que a su
sola palabra, sin tocar al enfermo, a distancia, sin verlo siquiera, lo
podría sanar completamente. El centurión
se ha formado una gran idea de Jesús. Ante estas palabras Jesús queda maravillado, admirado:
“En Israel, en nadie he encontrado una
fe tan grande” (v.10). Jesús reconoce y alaba la fe del centurión, la
confianza en la palabra y presencia de
Dios en su vida. Jesús llama fe a la idea que tiene de Dios y la confianza que tiene en ÉL. Es la
actitud de quien presenta su necesidad, y
la respuesta la deja en las manos de Dios. Es la actitud de fe necesaria
del hombre frente a Dios, lo que Yahvé
quiso encontrar en el AT, y que Jesús desea ahora en quien le escucha y sigue o le pide un
milagro. Muchos de los que vendrán de los
cuatro confines del mundo, no serán judíos, y se sentarán en el banquete
del Reino junto a los grandes Patriarcas
(v.11). Lo que anuncia que Israel no logrará tener ese grado de fe y por ello será juzgado. Ellos
eran los destinatarios por sangre y
descendencia, los destinatarios naturales para participar en dicho banquete, y por ello, creían que al final de los tiempos
sería los primeros partícipes por ser parte de
la familia de los Patriarcas. Juan, el Bautista y Jesús echan por tierra
dicha hipótesis, el primero destruyó la
confianza en dicha filiación sanguínea, puesto que hasta de las piedras Dios puede sacar hijos de Abraham y
Jesús va más allá todavía, los
verdaderos hijos de Dios serán los que tengan una fe como la del
centurión (cfr. Mt.3,9). Los profetas lo habían anunciado: la peregrinación de
los pueblos paganos que buscan a Dios.
Con ellos se cumple la promesa mejor cumplida: la participación en el Reino de Dios. Los hijos del Reino, son
los israelitas según la carne, herederos nativos del reino; pero precisamente
ellos no serán admitidos en el banquete
celestial, es más, serán
arrojados fuera, a las tinieblas, donde de pura impotencia, por no poder ingresar, habrá llanto y
rechinar de dientes por no haberse convertido (v.12). Lo que decide
nuestra suerte es una fe grande, como la del centurión, que recibe lo
que pide de Jesús de Nazaret.
Teresa de
Jesús, como el centurión romano, con fe en su alma, sabe que puede despertar en Jesús, su poder sanador. “Pues
si cuando andaba en el mundo, de sólo
tocar sus ropas sanaba los enfermos, ¿qué hay que dudar que hará
milagros estando tan dentro de mí, si
tenemos fe, y nos dará lo que le pidiéremos, pues está en nuestra casa? Y no suele Su Majestad pagar
mal la posada si le hacen buen
hospedaje.” (Camino 34, 8).
P. Julio González C.