DUODECIMA SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO  

(Año Par. Ciclo A)

P. Julio González Carretti ocd


Contenido

Contenido. 1

DOMINGO, SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DEL SEÑOR.. 2

a..- Dt. 8,2-3.14-16: Te alimentó con el maná, que tú no conocías ni conocieron tus padres. 2

b.- 1Cor.10, 16-17: El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo. 3

DOMINGO,   Décima Segunda Semana del Tiempo Ordinario. 5

a.- Jer. 20,10-13: Libró la vida del pobre de manos de los impíos. 5

b.- Rom. 5,12-15: Adán y Jesucristo. 6

c.- Mt. 10, 26-33: No tengáis miedo a los que matan el cuerpo. 6

LUNES.. 8

a.- Gn. 12, 1-9: Abrán marchó como le había dicho el Señor. 8

b.- Mt. 7, 1-5: No juzgar. Sácate primero la viga del ojo. 8

MARTES.. 9

a.- Gn.13, 2. 5-18: No haya disputas entre nosotros, pues somos hermanos. 9

b.- Mt. 7, 6. 12-14: La Regla de Oro. 9

MIERCOLES.. 11

a.- Gn. 15,1-12.17-18: Abrán creyó al Señor e hizo alianza. 11

b.- Mt. 7, 15-20: Los falsos profetas. Por sus frutos los conoceréis. 11

JUEVES.. 12

a.- Gn. 16, 1-12.15-16: Hagar dio un hijo a Abrán y lo llamó Ismael. 12

b.-  Mt. 7, 21-29: El verdadero discípulo y el símil de casa edificada sobre roca. 12

VIERNES.. 13

a.- Gn. 17, 1. 9-10.15-22: La circuncisión de los varones señal de la  alianza. 13

b.- Mt. 8, 1-4: Si quieres, puedes limpiarme. Curación de un leproso. 13

SABADO.. 15

a.- Gn. 18,1-15: Sara tendrá un hijo. 15

b.- Mt. 8, 5-17: Vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con  Abraham, Isaac y Jacob. 15

 

DOMINGO, SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DEL SEÑOR

Lecturas bíblicas

a..- Dt. 8,2-3.14-16: Te alimentó con el maná, que tú no conocías ni conocieron tus padres.

En estos pasajes bíblicos encontramos el recuerdo de la peregrinación y privaciones que pasó Israel, en cambio, la segunda, se refiere al reposo y la abundancia de bienes que produce la tierra fértil. Ambas circunstancias, sirven para probar la fidelidad y la cercanía de Dios para con ellos. En la primera situación, el hambre y la pobreza son toda una prueba de confianza en la providencia de Yahvé; en la segunda, es la abundancia de los frutos de la tierra, que Dios hace fértil para su pueblo. La predicación en la primera situación es orientada hacia la tierra de promisión, en el segunda es desde dentro de la misma; mientras en una la esperanza es para alcanzarla, en la segunda etapa es el recuerdo de haberla habitado. En ambos casos es la tierra del Señor, por lo tanto del reposo y de la alianza, lo que el predicador quiere resaltar. Les dio el maná, pero sobre todo les dio los mandamientos, “porque el hombre no vive sólo de pan sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (v. 3). Es su palabra la que les da vida a los israelitas en el desierto (cfr. Am. 8, 11; Ne. 9, 29; Pr. 9,1-5; Sab. 16, 26; Si. 24, 19-21; Jn. 6, 30-36. 68). El recuerdo lo quiere convertir el autor sagrado, en memorial de la obra de Yahvé, pero además hacer al hombre responsable hoy de la situación del país. El recuerdo del pasado adquiere sentido en el presente, porque si bien los humilló, los probó, también es verdad que los sustentó con el maná, muestra de su cercanía y providencia amorosa; el desierto no es un paso sin sentido, precisamente ese paso retrata lo que es el pueblo formado por hombres y mujeres pobres, hambrientos, en definitiva, necesitados de Yahvé. Sacia no sólo su hambre de pan, sino sobre todo el darle un sentido a su peregrinar, por medio de la promulgación de sus mandamientos, palabra de vida y de esperanza para entrar en la tierra de la promesa (cfr. Dt. 30,15ss; 32, 47). El autor pasa del pasado, el desierto, a la tierra, ya conquistada fértil, dando sus frutos, por eso canta y agradece a Dios este don. Pero también es tiempo de prueba en el sentido de verla sólo como fruto de su esfuerzo, sin la dimensión trascendental, por lo tanto, quien come el pan sin esta condición, lo comen pero sin el sustento de la palabra de Yahvé; el pan de la abundancia, sin Dios, no es pan de vida: le falta la gratuidad y la bondad de Dios. La mirada al desierto histórico, advierte en el presente la posibilidad de perder la visión de fe con que hay que vivir la realidad. Aunque se posea la tierra buena, es siempre futuro que construir, revisar y caminar hacia él, es el espacio que el hombre ocupa hoy el hombre y Dios. La memoria del pasado, hecho por el autor sagrado, quiere revivir, desde la salida de Egipto hasta la conquista de la tierra prometida, la idea que siempre es tiempo de entrar en la tierra de la promesa, o no entrar, y no olvidar, como hizo Israel, que es Yahvé quien los acompañó en todo ese peregrinar, y atribuir a la sola naturaleza la prosperidad de la tierra de Canaán. Es la esperanza la que responde a todas estas interrogantes en clave de alianza, como don de Dios, la tierra y la respuesta fiel del pueblo.

 b.- 1Cor.10, 16-17: El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo.

El apóstol Pablo, quiere hacer la diferencia entre los ritos idolátricos y la Eucaristía, advierte que en ambos casos se entre en comunión con la divinidad, ya sea con Dios o los ídolos. Solo así se entiende la pregunta que Pablo hace a sus lectores, acerca de la comunión que se produce entre los que comulgan el pan y el vino con EL Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, el Señor. Agrega algo fundamental para el cristiano, que al mismo tiempo que se produce esa mística unión con Jesucristo, se produce además la unión de los miembros de la asamblea que celebran la Eucaristía. Un único Pan, para formar un sólo Cuerpo místico que forman todos los creyentes. Es de vital importancia comprender, que mientras se celebra la liturgia de la Palabra y luego la liturgia eucarística, el Espíritu Santo, teje la unidad, entre todos los que conforman la asamblea eclesial. El momento después de comulgar, denominado de acción de gracias, es precisamente para orar en lo interior, por los intereses de la Iglesia, de la sociedad y de los propios. Si Jesús ha ingresado en nuestro espíritu, lo lógico es que entremos con ÉL, para dialogar, alabar, adorar, agradecer y pedir. Si toda la asamblea hace esto se entra en comunión con Cristo y entre nosotros.

c.- Jn.6, 51-59: Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida.

El evangelista nos presenta el discurso sobre el Pan de la Eucaristía en toda su realidad de banquete y de unión con Jesucristo, Pan de vida eterna. Además de creer en Jesús, hay que comer su Cuerpo, y más que su Cuerpo su carne. El Padre nos dio a su Hijo, pero este nos da su carne y su sangre, para ser comida y bebida. Hay un progreso en el lenguaje y en el sentido respecto al discurso del Pan de vida. “El pan que yo les daré es mi carne” (v. 51). Alusión a la institución de la Eucaristía realizada por Jesús, el jueves santo, donde carne viene a reemplazar cuerpo, quizás más cercana a las palabras usadas por el Maestro esa noche. El evangelio nos dice que si la persona de Jesús, por medio de la fe es el camino a la vida eterna, ahora se agrega que es su Carne, el verdadero Pan de la vida. Hay un progreso ya no es el Padre el protagonista, si no el Yo del Hijo (v. 35. 48. 51), se pasa del presente al futuro. Se alude a la Encarnación, “mi carne” pero también a la muerte, muy asociada a la Eucaristía “vivirá para siempre (v. 51) y a la resurrección (v. 54). En el texto: “Es mi carne por la vida del mundo” (v. 51), hay una clara alusión a la muerte de Cristo, con lo que entiende el apóstol, hay un íntima relación entre la Eucaristía y su sentido de sacrificio cruento, es decir con derramamiento de sangre (cfr. 1 Cor. 11, 24), en el altar de la Cruz, considerando la voluntad del Padre que entrega su Hijo amado, por la salvación del mundo (cfr. Jn. 3, 15-16). Comer su carne y beber su sangre, en el propósito del evangelista, consiste en oponerse a la herejía del docetismo: se afirma la realidad de la humanidad de Cristo: la Encarnación (cfr. 1 Jn. 1, 1-2), precisamente para evitar la espiritualización de su humanidad, es decir, Cristo tiene cuerpo y sangre, que ahora, se ofrece para ser comida y bebida en el banquete eucarístico. Lo más opuesto a esa corriente del docetismo, sería comer y beber su cuerpo y su sangre. Con ello se quiere presentar la Eucaristía, como continuación de la Encarnación, donde el Verbo se hizo carne, y la Eucaristía donde su carne se come y su sangre se bebe, para poseer la vida eterna. Todo este misterio eucarístico se vive en la fe en Aquel que nos amó hasta el extremo, por lo mismo, sin ella, no hay sacramento de vida eterna. Si no hay fe en la Eucaristía, tampoco la habría en el misterio de la Encarnación ni en la Pasión y Resurrección, de la cual es actualización. Respecto a esto último, hay que decir que hay claras referencias a la escatología final: “yo lo resucitaré el último día” (v. 54) y “vivirá para siempre” (v. 58). En ambos casos se demuestra que tener la vida, significa estar unido a Jesús. El evangelista, en el fondo, se suma a otros autores del NT., que unen la Eucaristía al tema de la vida eterna o escatología final (cfr. 1Cor. 11, 26; Mc. 14, 25; Lc. 22, 18). En el aquí y ahora de la vida encontramos estas palabras: “El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él” (v. 56). Esta comunión con Jesucristo es una participación sacramental, pero muy real de aquella que existe entre el Padre y el Hijo, comunión sellada con su sangre preciosa y con cada uno de los que cree en este misterio de amor humano y divino de entrega y consumación. Si Jesús Sacramentado es llevado por nuestras calles y ciudades hoy en solemne procesión, es para darnos vida y salud de resucitados. Su bendición debe llegar a todos.

 San Juan de la Cruz, el místico del amor divino, descubre en la fuente de la fe, la comprensión de una vida eucarística: “vivo pan”, “pan de vida”, lo llama él, es decir en la fe y sólo en la fe. “Aquesta eterna fonte está escondida en este vivo pan para darnos vida, aunque es de noche. Aquesta viva fuente que deseo en este pan de vida yo la veo, aunque es de noche” (Poesía del alma que se huelga de conocer a Dios por fe).


DOMINGO,   Décima Segunda Semana del Tiempo Ordinario 

Lecturas bíblicas

a.- Jer. 20,10-13: Libró la vida del pobre de manos de los impíos.

La primera lectura nos habla de las crisis interiores, y las que provienen del  ambiente, por las que pasa un hombre de fe, como la persecución y el odio que sufrió Jeremías. Por  dentro se revela contra Dios, pero al contrario, cuando las amenazas vienen de lo  exterior, Yahvé es su fuerte refugio, sabe que Yahvé está con él, como fuerte  soldado. Se juntan en el alma del profeta la desesperación más angustiante y la  confianza más absoluta. Se sabe víctima de una conspiración que ataca de varios  frentes, buscan acabar con su vida, pero lo sostiene la palabra de Yahvé, cuando lo  llamó a esta misión; es omnipotente y justo, conoce lo íntimo de su alma por ello  espera ver la derrota de sus  enemigos. En el trasfondo encontramos el tema de la  retribución en esta vida. El texto termina con una alabanza a Yahvé para que todos  reconozcan la acción salvadora que está realizando en él. El profeta es testigo de la  acción salvífica y de la glorificación que en esta vida le dará, puesto que su causa y  justicia la ha puesto en manos de Yahvé. Nunca abandona Yahvé, a quien sufre en  su nombre y por predicar su palabra, sobre todo quien a Dios confía su causa.  

b.- Rom. 5,12-15: Adán y Jesucristo.     

Pablo ha comenzado hablando que por el sacrificio de Cristo somos liberados de la ira de Dios. Donde hay justicia, la que proviene de Dios, hay salvación y vida eterna, gracias a la fe en Jesucristo. El temor a la ira de Dios, ha sido superada por la justificación que nos consiguió Jesucristo (cfr. Rom.5,1-11). El apóstol, nos presenta una visión algo sombría desde la interpretación que hacían los rabinos acerca de los orígenes de la humanidad. No se da una explicación del origen del pecado, sino más bien de su  alcance universal, que afecto a toda la humanidad. La figura de Adán concentra toda la atención, como el primer hombre (vv.12-14). Pablo, sin embargo, nos presenta el contrapunto: un luminoso panorama histórico de los efectos de la gracia, es decir, la obra salvífica de Dios manifiesta en Jesucristo, su decidida voluntad de mostrarnos el camino de la salvación desde su origen hasta hoy (vv.15-19). Lo que al comienzo es una antítesis entre Cristo y Adán y el efecto de sus obras, la analogía se hace trizas en un momento, porque la gracia de Dios se desborda superando la acción del pecado. La iniciativa de Dios supera con creces, la culpa del primer Adán y sus fatales consecuencias en el resto de la humanidad y el poder del mal y de la muerte introducido por el hombre. Rompiendo apariencias, la economía salvífica de Dios, es mucho más efectiva que la realidad del pecado. Jesús es el nuevo Adán, iniciador de la nueva humanidad, contrapunto del primer Adán, inicio de la humanidad caída (v.15). El punto de partida para el apóstol y para los cristianos, es Jesucristo, y no Adán y éste, sólo se comprende desde Jesús, fuente de vida y de gracia. Nos recuerda el texto que el pecado destruyó la vida, en Cristo, en cambio hay vida, nueva creación. Si por sólo pecado entró la muerte, por un solo sacrificio, el de Cristo en la cruz, entró la vida para todos los que creen en ÉL. De ahí que si bien nacemos pecadores, por Jesucristo y su sacrificio en la cruz, renacemos al mundo de la salvación y de la gracia.   

c.- Mt. 10, 26-33: No tengáis miedo a los que matan el cuerpo.   

El evangelio nos enseña a no temer a los hombres, sólo a Dios podemos temer  entendiendo por ello respeto, reverencia. Muchas veces el Señor advierte: Guardaos, es decir, tengan cuidado (cfr. Mt. 7, 15; 10,17), en cambio, aquí dice: “No tengáis miedo” (v. 26). Se nos exhorta a la prudencia de valorar el  conocimiento del adversario, el juicio que podamos hacer de él y por otro, la  resistencia en la tribulación. La fe expulsa al temor, saber que sufrimos el mismo  destino de Jesús, es fuerza y valor con el que debemos contar. Los principios del  Reino son humildes, lo oculto se revelará gloriosamente; Jesús es el humilde Siervo  de Yahvé, hasta convertirse en el Hijo del hombre y hacerse fuerte como la  esperanza de las naciones (cfr. Mt. 12, 17-21). En este momento, Jesús habla en la  oscuridad, a un pueblo humilde, los apóstoles en el futuro hablarán a plena luz, a  todas las naciones. Es más, deberán pregonar a todos los pueblos lo que ahora  reciben en la intimidad del hogar, al oído, lejos de la gente. La Buena Nueva es  anunciada por el testimonio de los apóstoles, e incluso, si los rechazan a ellos igual  brillará en el futuro. No tengáis miedo, palabras que se repiten (cfr. 10, 26. 28.  31). El poder humano sólo puede afectar esta vida, no hay poder terreno que  pueda destruir el valor que encierra la  esperanza de alcanzar la vida eterna.  Acabar con la vida del ser humano no significa destruir su vida eterna, con el  infierno o perdición eterna. Sólo Dios, tiene poder para decidir sobre la vida y la  muerte, la gloria o la perdición eterna. Sólo desde su omnipotencia, se advierte su  paternidad. Temer a Dios es entregarle todos nuestros temores a Él, lo que fecunda  libertad en quien se descubre criatura e hijo de Dios. Si ese temor queda en el  hombre se cubre de miedo que puede terminar por expulsar el don de la fe y la  confianza. Sólo ésta, no corroe el alma, sino que al contrario, la sana y hace del  amor una realidad fuerte e invencible. Si Dios, en su providencia admirable, se  preocupa de todas sus criaturas, como las aves del cielo, cuánto más se preocupara  de sus hijos los hombres. En todo momento el cristiano debe confesar su fe en  Cristo Jesús, en tiempos de paz, pero también, ante el tribunal, cuando acecha la  persecución, con lo que se asegura un juicio benigno al final de sus días, porque el  mismo Jesús estará presente, intercediendo por él ante el Padre como abogado y  defensor. Distinta suerte tendrá el hombre que niega a Cristo en la tierra, porque  no será defendido por este Abogado y podrá escuchar las palabras terribles: “Jamás  os conocí; apartaos de mí agentes de iniquidad” (Mt. 7, 23).  Lo más importante, es  la tarea que nos encomienda el Señor Jesús a cada uno es responsabilizarnos de la  actitud que tengamos con ÉL, y sólo con Él, en esta porque nos juzgamos nuestro  destino eterno.   

Santa Teresa de Jesús, aprendió a ser mujer cristiana desde la Humanidad de Jesucristo, es decir  desde que tuvo contacto con el Cristo del evangelio. De ahí aprendió a descubrir la  gran dignidad de la persona y su capacidad de relacionarse con Dios por medio de  la oración y contemplación.  “Es muy buen amigo Cristo, porque le miramos  hombre, y vémosle con flaquezas y trabajos, y es compañía” (Vida 22,10).


LUNES 

Lecturas bíblicas   

a.- Gn. 12, 1-9: Abrán marchó como le había dicho el Señor. 

b.- Mt. 7, 1-5: No juzgar. Sácate primero la viga del ojo.   

Estos proverbios tienen un trasfondo, el principio de la retribución, cimentado en  una norma de paridad: lo que hagas a otro, lo mismo te harán a ti. El único que juzga y  mide las obras y acciones del ser humano es Dios. ¿Podríamos resistir nosotros el  juicio o la medida de Dios, tal como lo hacemos con nuestro prójimo? Las Escrituras  manifiestan constantemente la culpabilidad del hombre, pero además, la  recomendación de no hacerlo, buscando caminos de comprensión, perdón y  misericordia. Tendemos por naturaleza a enjuiciar, lo que lleva a condenar. Jesús  prohíbe juzgar al prójimo en vista de no ser juzgados con rigor. Quien juzga se  atribuye un derecho que no tiene, con lo que queda remitido a esa medida que usó  con el hermano, la misma sentencia que Dios único Juez, pronunciará sobre él.  Jesús convierte la conducta con el prójimo, el perdón, como la norma con que actúa  Dios con nosotros; sólo quien perdona al prójimo puede esperar perdón de Dios  (cfr. Mt. 6, 12. 14s). La medida que usamos con el prójimo, la usará Dios con  nosotros (cfr. Sant. 2,13).  En el tiempo de Jesús, se hablaba de la medida legal y  de la bondad o de misericordia. Él nos juzgará con la medida que nosotros usemos  en esta vida. La medida de los fariseos, era muy dura con el pecador a quienes  condenaban sin piedad, pero Jesús, manda a hacer todo lo contrario, no juzgar (cfr.  Mt. 9,12-13; Lc. 7, 40ss; 15,2). Pablo, no olvida esta enseñanza y habla con  frecuencia del temor de ser juzgado, para todos es necesaria la conversión (cfr.  1Cor. 4, 4; 9, 26-27; 2 Cor. 5,11). El significado de la doctrina sobre el juicio y la  medida, se explica con el proverbio de la paja y la viga (vv.3-4). Su significado es claro: la  deuda que el hombre tiene con Dios es enorme, por su infidelidad y pecados, pero  también, en lo que se refiere a la gracia; somos deudores de nuestro prójimo. Si a  Dios no podemos pagar una deuda enorme, así y todo somos perdonamos por ÉL.  ¿No seremos capaces de perdonar la pequeña deuda que el prójimo tiene con  nosotros?  Las críticas, y corregir faltas ajenas, es como juzgar. En ese juicio no  notamos las debilidades propias, sólo las del hermano; la invitación de Jesús es a corregir primero las propias debilidades, y luego, ayudar al hermano. La hipocresía  consistirá en querer parecer mejor de lo que realmente es. Debemos reconocer que  seremos siempre deudores de Dios, pero podemos remediar en parte, esta  situación no sólo evitando el pecado, sino siendo auténticos colaboradores de Dios y  de su plan de salvación personal. 

Teresa de Jesús quiere una comunidad de hermanos y hermanas donde se respete  al otro y se le ayude a crecer. “Pues procuremos siempre mirar las virtudes y cosas  buenas que viéremos en los otros, y tapar sus defectos con nuestros grandes  pecados. Es una manera de obrar, que  aunque luego no se haga con perfección  se  viene a ganar una gran virtud, que es tener a todos por mejores que nosotros, y  comiénzase a ganar por aquí con el favor de Dios, que es menester en todo; y  cuando falta, excusadas son las diligencias, y suplicarle nos dé esta virtud, que con  que las hagamos [Dios] no falta a nadie.” (Vida 13,10).


MARTES 

Lecturas bíblicas   

a.- Gn.13, 2. 5-18: No haya disputas entre nosotros, pues somos hermanos. 

b.- Mt. 7, 6. 12-14: La Regla de Oro.   

El primero de los proverbios (v.6), es bastante duro, si tenemos en cuenta que  viene luego de habernos pedido no juzgar al prójimo y habernos mandado  perdonar. Lo santo, se puede referir a los  sacrificios ofrecidos en el templo; las perlas significan las cosas valiosas, como el evangelio o la enseñanza del Reino. Los  cerdos y perros, eran considerados, como animales impuros por los judíos; los no  merecedores de lo santo, no se refiere a los paganos, puesto que el evangelio está  abierto precisamente para ser anunciado a ellos. No son merecedores del  evangelio, quieren lo rechazan, no lo valoran, o mantienen su cerrazón a la gracia.  El segundo proverbio (v.12), es conocido como la  Regla de oro: “Por tanto, todo  cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos;  porque ésta es la  Ley y los Profetas.” (v. 12). Síntesis perfecta de la enseñanza  moral de la ley, basada en el amor al prójimo, buscando el bien del otro, como el  propio. El gran rabino Hillel, lo había formulado el mismo principio, en forma  negativa: “No hagas a otro, lo que no quieras para ti. Esta es la ley; lo demás es  comentario”. Esta norma no es de origen cristiano, ya era conocida en el ambiente  judío y griego. La novedad de Jesús, está en que eleva este proverbio a norma  universal: así debe el cristiano, tratar a los demás. Otra forma de formular el  precepto de la caridad, resumen de la ley y los profetas, en fin, de la revelación de  Dios para con el hombre. Su novedad consiste fundamentalmente en que ha hablado  del amor, que no conoce medida, porque su medida la toma de Dios, que ni  siquiera excluye al enemigo de su amor. Este amor espera el cristiano de otro  cristiano, del compañero de camino de fe y de amor hacia la Casa del Padre. Nadie puede exigir ser tratado así, si primero no aplica esa pretensión así mismo. “Porque ésta  es la Ley y los Profetas” (v.12), con ellos queda claro, que la Regla aurea pertenece  al contenido fundamental del AT. Aquí se cumple que el evangelio no ha venido a  abolir, sino a dar plenitud con un nuevo modo de entender, en clave de un  profundo amor. La Ley antigua permanece, pero con un espíritu nuevo. La fe  cristiana no quita lo bueno, lo verdadero, lo sublime, permanece, pero con el  espíritu nuevo de Jesús y en perspectiva del reino de Dios.   El  último de los proverbios (vv.13-14), se refiere a las dos  puertas y a los dos  caminos (cfr. Dt. 30,15-20; Sal.1; Pr.4,18-19; 12,28; 15,24; Si.15,17; 33,14). Ese  pasaje tiene ecos de la doctrina sapiencial de los dos caminos, el de la vida y el de  la muerte, sobre todo en el Salmo 1, que menciona el camino de los judíos, y el de  los impíos. El camino estrecho y difícil es el de la virtud; el amplio y cómodo, es  del vicio y pecado. Jesús introduce una novedad en este tema del camino, al  relacionarlo con la puerta, una lleva a la vida, la otra a la perdición. La primera, es  decir, la vida, se consigue por medio de la renuncia, asumir la cruz de cada día, la   oración, la vida teologal. Hay que saber discernir. Jesús se identificó como la  puerta. “Yo soy la puerta; quien entre por mí se salvará” (Jn. 10, 9). La entrada por  la puerta estrecha, es penetrar en el misterio de la persona de Jesucristo y su  misión salvadora. Muchos van por la puerta ancha hacia la perdición, y pocos dan  con la puerta estrecha, es decir, el primero es el camino de la mediocridad, muy  transitado, el segundo el de las bienaventuranzas. Lo nuestro será encontrar la  puerta que conduce a la Vida (v.14). 

Teresa de Jesús habla del mandamiento del amor y cómo debemos cumplirlos,  aunque en verdad andemos flacos en ello. “Cuanto a la primera, que es amaros  mucho unas a otras, va muy mucho; porque no hay cosa enojosa que no se pase  con facilidad en los que aman y recia ha de ser cuando dé enojo. Y si este  mandamiento se guardase en el mundo como se ha de guardar, creo aprovecharía  mucho para guardar las demás; mas, más o menos, nunca acabamos de guardarle  con perfección.” (Camino 4,5)


MIERCOLES   

Lecturas  bíblicas

a.- Gn. 15,1-12.17-18: Abrán creyó al Señor e hizo alianza. 

b.- Mt. 7, 15-20: Los falsos profetas. Por sus frutos los conoceréis.   

El evangelio no previene de los falsos profetas. Desde antiguo Yahvé tuvo que prevenir a su pueblo de los falsos profetas, que no fueron llamados por ÉL y no anunciaban su palabra. Lo mismo sucedió en la naciente Iglesia. Sigue formando Jesús a sus discípulos, en el aprender a conocer el corazón de los  hombres, y hoy, les previene contra falsos profetas, doctores y maestros. Vestidos con piel de oveja, viene a significar, apariencia de fe y de vida cristiana. El  lenguaje y el comportamiento externo, contradice la manera interna de ser, por dentro son lobos rapaces, egoísmo sin  escrúpulos. ¿Cómo conocerlos? Por su conducta, y por sus  obras; estas delatan sus  verdaderas intenciones, como el fruto al árbol. Este aviso, también es válido para  los discípulos, como para nosotros, concretamente, Mateo lo refiere a las obras (cfr. Lc. 6, 45). Los peligros amenazan a los discípulos, no sólo la persecución y difamación, sino en el interior de la comunidad, con falsos profetas, por ello más que sus predicas, hay que buscar sus frutos, con lo cual se discierne, su verdad que no  engañan jamás (v.16; cfr. Mt. 5,11). “Por sus obras los conoceréis…” (v.16.20). Jesús propone un criterio claro: los sano y fuerte da fruto sano, pero lo enfermo y débil produce frutos mezquinos y sin valor, si lo aplicamos al hombre, sentimientos, voluntad y obras han de coincidir; crea unidad. Si se producen resquicios en su unidad y el cumplimiento del mandamiento es sólo una formalidad exterior y en lo interior piensa todo lo contrario, entonces las obras lo delatan. Sólo la unidad del hombre produce buenos frutos, porque éstos no son distintos de sus actos, como en el árbol, es la vida toda, la que germina en ellos. “Todo árbol que no da frutos buenos, se tala y  echa al fuego…” (vv.19-20), lo que conecta con la predicación de Juan el Bautista. Este  denunció la actitud hipócrita de los fariseos y saduceos, que venían a recibir su  bautismo, pero sin ánimo de enmendarse. Fingían su conversión (cfr. Mt. 3, 7-10). Queda como criterio para conocer al  verdadero profeta: los frutos que producen con su testimonio, con su palabra, con  su persona (cfr. Gál. 5,  22). Los frutos que pide Jesús nacen de un corazón convertido, que se esfuerza por  seguirle y asumir sus actitudes y criterios. ¿Cuáles deben ser los frutos por los  cuales se descubre al verdadero discípulo de Jesucristo? El espíritu y la práctica de  las Bienaventuranzas, es decir, el amor a Dios y al prójimo, incluido el enemigo, la  oración, una vida teologal de calidad. El verdadero cristiano que ama a Jesucristo,  habla de ÉL y como ÉL, piensa como ÉL y ama como ÉL. Es la savia nueva de Cristo resucitado, la que nos da la existencia, y los  frutos comienzan a aparecer en el día a día. Una fuerte dosis de vida de oración  produce el cambio, cuando desde la liturgia dominical, y diaria van nutriendo  nuestra vida teologal de las verdades perenne del evangelio de la gracia de Dios. También hay que  reconocer que el corazón enfermo y mal cuidado, obtendrá frutos malos, acciones  estériles. El árbol estéril es presentado al juicio de Dios, y es aniquilado con su fuego; sólo resiste el fuego del juicio de Dios quien se ha nutrido de la fe en Jesucristo y su amor.

S. Teresa de Jesús, compara el alma a un huerto que hay que cultivar   “Ahora tornemos a nuestra huerta o vergel, y veamos cómo comienzan estos  árboles a empreñarse para florecer y dar después fruto, y las flores y claveles lo  mismo para dar olor… me era gran deleite considerar  ser mi alma un huerto y al Señor que se paseaba en él. Suplicábale .aumentase el  olor de las florecillas de virtudes, que comenzaban  a lo que parecía  a querer salir,  y que fuese para su gloria y las sustentase  pues yo no quería nada para mí  y  cortase las que quisiese, que ya sabía habían de salir mejores. Pásase mucho trabajo… Gánase aquí mucha humildad; tornan de nuevo a crecer las flores.” (Vida 14,9).


JUEVES   

Lecturas bíblicas

a.- Gn. 16, 1-12.15-16: Hagar dio un hijo a Abrán y lo llamó Ismael. 

b.-  Mt. 7, 21-29: El verdadero discípulo y el símil de casa edificada sobre roca.

Este pasaje concluye el discurso del Sermón de la montaña, donde Jesús establece  que para entrar al Reino de Dios, hay que hacer la voluntad divina. Sólo de esta  manera, Dios nos reconoce como hijos suyos, y discípulos de su Hijo. Las palabras son importantes, pero dejan de serlo, si no van acompañadas por las obras, que  nacen de la voluntad del Padre. El símil de las dos casas, una construida sobre roca,  la otra, sobre arena, nos hablan de cómo el verdadero discípulo construye sobre la  roca, que es Cristo; el falso discípulo, es el hombre necio que construye sobre arena. El primero, escucha y obra de acuerdo a la voluntad de Dios; el segundo escucha,  pero no la pone en práctica la palabra de Dios. De ahí viene su ruina, porque una fe, sin obras es  estéril, más aún, está muerta (cfr. Sant. 2, 17.20). Si Dios exige, es porque antes  ha dado: nos ha regalado la dignidad de hijos suyos, hombres y mujeres nuevos  por el bautismo en Cristo Resucitado. Lo primero, es el amor de Dios, luego viene la  exigencia, como respuesta personal, mediante la conversión sincera y la fidelidad  cotidiana a Jesucristo. La vida de fe, va muy unida a una vida moral, una conducta intachable, evitando el divorcio entre fe y vida, por parte de los creyentes en Cristo.  Para saber cuál es la voluntad de Dios, es evidente que debo conocerla. La persona  y la vida de Jesús, nos deben de hacer de guía, para liberarnos de ilusiones y  subjetivismos. ÉL dijo: “Pero él les dijo: Yo tengo para comer un alimento que  vosotros no sabéis.» Los discípulos se decían unos a otros: ¿Le habrá traído alguien  de comer? Les dice Jesús: Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado  y llevar a cabo su obra.” (Jn. 4, 32-34). Voluntad del Padre que acompañó a Jesús  hasta el momento más sublime de su existencia, la agonía del huerto de Getsemaní  (cfr. Lc. 22, 42), su dolorosa pasión y muerte. Su luminoso ejemplo, es guía  segura, para quien quiere seguirle, y hacer la voluntad del Padre en su vida. Hay  que tomarle el peso a las palabras de Cristo Jesús, porque lo que a ÉL le importa,  no son las palabras, sino el corazón, las obras, la voluntad de querer contentar a  Dios Padre, haciendo su querer, lo que cuenta para ingresar en la gloria eterna.  Solo el amor a Dios y al prójimo, son la roca, sobre la cual, se construye firme y  sólido, la casa que resistirá todos los vientos y borrascas que vinieren.    

Teresa de Jesús piensa la casa de Dios en el alma cristiana, con buenos y sólidos  fundamentos, el primero y principal, vivir para Dios en el amor. “Esta casa es un  cielo, si le puede haber en la tierra, para quien se contenta sólo de contentar a Dios  y no hace caso de contento suyo; tiénese muy buena vida; en queriendo algo más,  se perderá todo, porque no lo puede tener.” (Camino 13,7).


VIERNES   

Lecturas  bíblicas

a.- Gn. 17, 1. 9-10.15-22: La circuncisión de los varones señal de la  alianza. 

b.- Mt. 8, 1-4: Si quieres, puedes limpiarme. Curación de un leproso.   

Una vez que el evangelista nos ha presentado a Jesús como Doctor y nuevo  Legislador en el Sermón de la montaña, el nuevo Moisés (cc. 5-7), lo presenta ahora como  Médico celestial, sanador, con una serie de Diez milagros, que concluyen con un discurso doctrinal sobre el Reino de Dios (c. 8). El primer beneficiado es un leproso, que se acerca a Jesús y le dice: “Señor, si quieres puedes limpiarme. El extendió la mano, le tocó y dijo: Quiero, queda limpio. Y al instante quedó limpio de su lepra.” (vv. 2-3; cfr. Mc.  1,40ss; Lc. 5, 12ss). En tiempos de Cristo, los leprosos eran prácticamente muertos en vida, apartados de la ciudad, de la familia y del culto público en el templo de Jerusalén. Llevaban el pecado en su piel, según la enseñanza de los rabinos. Por ello eran considerados impuros para el culto, hacían tocar unas campanillas a su paso, para que la gente se apartara, para no ser contaminados; cuanto tocaban quedaba impuro (cfr. Lv.13-14). Hay que destacar la fe del leproso, que reconoce en Jesús de Nazaret,  al Mesías, puesto que lo llama, Señor, nombre que denota dominio. El mismo que acaba de habar y enseñar como Legislador soberano es llamado a actuar como tal. En su oración está el deseo de sanar: confía en ÉL ilimitadamente. “Señor, si quieres puedes limpiarme” (v.2). Es la fe, de quien desea una curación, la que despierta en Cristo la energía divina  extraordinaria, que reside en las palabras y gestos, de Jesús de Nazaret. El leproso cree en la virtud de Jesús, para vencer la enfermedad. Todo depende ahora de la voluntad de Jesús, el enfermo se entrega a la libertad de Jesús, de Dios (cfr. Mt. 7,7-11). Jesús responde con un solemne: “Quiero queda limpio. E inmediatamente quedó limpio de su lepra” (v.3). Jesús dice dos cosas. ÉL realmente puede hacer lo que se cree está en su poder, y además quiere hacerlo. Es su voluntad clemente y misericordiosa, no una manifestación de grandeza, que se manifiesta sobre el enfermo. Jesús no le preocupa quedar impuro por tocar al leproso, gesto prohibido por la ley mosaica; su gesto de extender su mano es el ademán del vencedor. Su acción devuelve al enfermo a su familia, al templo, vuelve a la vida; Jesús lo rescata de la muerte. Le manda al beneficiado, no hablar a nadie del milagro, sin embargo con espíritu de fe haga lo ordenado por la ley de Moisés: presentarse al sacerdote y hacer la ofrenda. El mismo que aparentemente infringió la ley, manda cumplir con ella; el sacerdote debía confirmar la sanación y agradecer a Dios el don de la vida nueva y la curación que viene de ÉL. La sanación sirve como testimonio que no se ha infringido la ley; Jesús no se busca a sí mismo, hace el bien y es agradecido con Dios.  Se da una relación con cuanto se ha dicho en el sermón de la montaña acerca del cumplimiento de la ley y los profetas, la que no debe ser abolida. Jesús la cumple en forma radical, aunque ya no es necesaria por haber desaparecido la enfermedad, cuando Dios le devolvió la vida. El reino de Dios ha llegado, es el acontecimiento que mira al futuro, donde la vida se comunica  a todos sin necesidad de la ley mosaica. Cumplía Jesús lo anunciado, en la  sinagoga de Nazaret, signos de la presencia y eficacia del Reino de Dios en medio  de los hombres (cfr.Lc.4,16-22). Hoy la Iglesia, acompaña a la evangelización, el alivio del dolor  humano en todas sus manifestaciones, haciendo presente a Jesucristo, en medio de  nuestra sociedad y los más necesitados en todo el mundo.  

La Madre Teresa de Jesús, quita el miedo a sus hijas acerca del tema de iniciar el camino de  la oración por ella propuesto. Muchos temían que mujeres se metieran por esos  caminos  desconocidos para mujeres. Entre los consejos que les da es tener alma  limpia para vivir en comunión con quien inició este camino: Jesús de Nazaret.  “Mirad que no son tiempos de creer a todos, sino a los que viereis van conforme a  la vida de Cristo. Procurad tener limpia conciencia y humildad, menosprecio de  todas las cosas del mundo y creer firmemente lo que tiene la Madre Santa Iglesia, y  a buen seguro que vais buen camino.” (Camino 21,10).


SABADO   

Lecturas bíblicas 

a.- Gn. 18,1-15: Sara tendrá un hijo. 

b.- Mt. 8, 5-17: Vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con  Abraham, Isaac y Jacob.  

El evangelio nos presenta la curación del criado del centurión. Por dos veces llama a  Jesús, Señor (v. 5 y 8), es decir, lo reconoce como Mesías, le presenta la situación  del enfermo, pero sin pedirle su intervención. Jesús comprende lo que desea y  decide ir a curarlo (v.7).  La reacción del centurión: ¿cómo un judío iba a entrar en  casa de un pagano, quedaría impuro si ingresaba en su casa? El centurión reacciona  y se considera indigno de recibirlo en su hogar; es la actitud del hombre que con  humildad se reconoce pecador ante Dios. “Señor, yo no soy digno de que entres  bajo mi techo, basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano” (v.8). Cree que Jesús tiene autoridad y poder para sanar, sin que tenga que ir personalmente.  Basta que diga una sola palabra para superar la enfermedad. Establece una  comparación entre su autoridad sobre sus soldados, y la de Jesús sobre los poderes  de la enfermedad; él manda y se le obedece, basta su palabra y  a distancia se  cumple lo ordenado, pero ante la palabra de Jesús, la suya no es nada, ya que a su  sola palabra, sin tocar al enfermo, a distancia, sin verlo siquiera, lo podría sanar  completamente. El centurión se ha formado una gran idea de Jesús. Ante estas  palabras Jesús queda maravillado, admirado: “En Israel, en nadie he encontrado  una fe tan grande” (v.10). Jesús reconoce y alaba la fe del centurión, la confianza  en la palabra y presencia de Dios en su vida. Jesús llama fe a la idea que tiene de  Dios y la confianza que tiene en ÉL. Es la actitud de quien presenta su necesidad, y  la respuesta la deja en las manos de Dios. Es la actitud de fe necesaria del hombre  frente a Dios, lo que Yahvé quiso encontrar en el AT, y que Jesús desea ahora en  quien le escucha y sigue o le pide un milagro. Muchos de los que vendrán de los  cuatro confines del mundo, no serán judíos, y se sentarán en el banquete del Reino  junto a los grandes Patriarcas (v.11). Lo que anuncia que Israel no logrará tener ese  grado de fe y por ello será juzgado. Ellos eran los destinatarios por sangre y  descendencia, los destinatarios naturales  para participar en dicho banquete, y por  ello, creían que al final de los tiempos sería los primeros partícipes por ser parte de  la familia de los Patriarcas. Juan, el Bautista y Jesús echan por tierra dicha hipótesis,  el primero destruyó la confianza en dicha filiación sanguínea, puesto que hasta de las  piedras Dios puede sacar hijos de Abraham y Jesús va más allá todavía, los  verdaderos hijos de Dios serán los que tengan una fe como la del centurión (cfr. Mt.3,9). Los profetas lo habían anunciado: la peregrinación de los pueblos paganos  que buscan a Dios. Con ellos se cumple la promesa mejor cumplida: la participación  en el Reino de Dios. Los hijos del Reino, son los israelitas según la carne, herederos nativos del reino; pero precisamente ellos no serán admitidos en el banquete  celestial, es más,  serán arrojados fuera, a las tinieblas, donde de pura impotencia,  por no poder ingresar, habrá llanto y rechinar de dientes por no haberse convertido (v.12).  Lo que decide  nuestra suerte es una fe grande, como la del centurión, que recibe lo que pide de  Jesús de Nazaret.

Teresa de Jesús, como el centurión romano, con fe en su alma, sabe que puede  despertar en Jesús, su poder sanador. “Pues si cuando andaba en el mundo, de sólo  tocar sus ropas sanaba los enfermos, ¿qué hay que dudar que hará milagros  estando tan dentro de mí, si tenemos fe, y nos dará lo que le pidiéremos, pues está  en nuestra casa? Y no suele Su Majestad pagar mal la posada si le hacen buen  hospedaje.” (Camino 34, 8).

P. Julio González C.


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