TIEMPO
DE NAVIDAD
(Feria
Mayor del 17 al 24 de Diciembre)
P.
Julio González C. ocd
Lecturas
bíblicas
a.-
Gen. 49,2.8-10: No se apartará de Judá el cetro.
La primera lectura, nos habla de la
profecía mesiánica de Jacob, sobre la tribu de Judá, que obtiene una primacía,
sobre el resto de las tribus. Destacan la bendición de Judá y de José, que
equivale al predominio que tendrán sobre
las demás tribus, la de Judá en el sur y la de José en el centro de Canaán. La bendición de Judá,
pronostica hegemonía y poder sobre sus enemigos y superioridad sobre sus
hermanos (v. 8). Su símbolo es el león, quizás por ser el rey del bosque (v.9).
De Judá se habla de cetro y bastón de
mando, símbolos de realeza, alusión directa a la monarquía de David, que
sometió a los pueblos vecinos y formó un reino con todas las tribus de Israel.
Si la bendición aparece como una realidad que ya es, cuando se redactó el
texto, también hay una mirada al futuro, una promesa de realeza duradera de
carácter universal. “No se irá de Judá el báculo, el bastón de mando de entre
tus piernas, hasta tanto que se le traiga el tributo y a quien rindan homenaje
las naciones” (v.10). Con ello el autor sagrado está queriendo afirmar que la
realeza de David se prolongará a quien verdaderamente la realeza le es propia,
es decir, al Mesías. En la bendición de Jacob hay una dimensión futura y
universal de la acción de Dios, bajo el símbolo de la realeza, en su pueblo
pero también en la concepción de ese pueblo. En la bendición de Jacob, en el
símbolo real se insinúa la acción de Dios en la historia. La alianza prometida
a David, se inserta en la alianza de los patriarcas. El esplendor lo alcanza
con David y Salomón, pertenecientes a esa tribu, pero su cenit lo encontramos
en Jesucristo, el Señor, el Mesías –Rey de cielos y tierra (cfr. Ap. 5,5).
b.-
Mt. 1,1-17: Genealogía de Jesucristo.
El evangelio, nos presenta la
genealogía de Jesucristo, descendiente de Judá y David. Esta genealogía de
Mateo, es descendente ya que empieza en Abraham y termina en Jesús, hijo de
María y José. Entre los antepasados de Jesús, encontramos de todo, unos muy
buenos y otros no tanto. Si bien, predominan los hombres, línea masculina, pero
se mencionan cuatro mujeres: Tamar (Gen.38); Rahab, prostituta de Jericó (Jos.
2), que tuvo un hijo de su propio suegro; Rut la moabita (Rut 4), Betsabé,
mujer de Urías y luego de David (2 Sam. 11), además de María, la Madre de
Jesús. Dos de ellas, eran extranjeras: Rahab y Rut.
De esta forma, queda clara la pertenencia de Jesucristo, y su solidaridad con
toda la humanidad, en su condición real y pecadora. Es la acción de la
providencia divina, que trabaja con la humanidad y en la humanidad, guiándola hacia
Cristo Jesús. Como Hombre y Dios verdadero, Jesucristo, se convierte en el
modelo del hombre nuevo. Sólo en el misterio de Dios, se esclarece el misterio
del hombre, como enseña el Concilio, Adán es figura del que había de venir,
Cristo nuevo Adán, revelación del Padre y de su amor por el hombre, revelándole
lo que es y la vocación a la está llamado (GS 22). Si Cristo se hace hombre en
el misterio de su Encarnación, es para que el hombre sea divino, es decir, hijo
de Dios. Todo este movimiento, se centra en la Maternidad divina de María. Ella
es la morada de Dios con los hombres, en Ella, se realizó el admirable
encuentro personal de Dios con el hombre; tan divino y tan humano que el Verbo
de Dios, su Palabra, se hace humano en María de Nazaret, se hace uno como
nosotros. Admirable misterio de amor divino y respuesta humana.
Sor Isabel de la Trinidad, en la
Navidad de 1901, escribe: “En el humilde y frío establo ¡qué hermoso está el
Niño Jesús!/ ¡Oh gracia, oh prodigio, oh milagro!/ ¡Sí, ha venido para mí!/
Contemplando la gran miseria/ de los hijos que ha amado demasiado, /el Padre,
lleno de ternura/ les dio su Verbo adorado. (Poesía 75).
Lecturas
bíblicas
a.-
Jr. 23, 5-8: Suscitaré a David un vástago legítimo.
Las predicciones de Jeremías están a
punto de cumplirse: Israel ira al exilio. Son los últimos años de Sedecías,
Jerusalén sufre la presión del invasor. El oráculo del rey, si bien, condena su
actitud tiene un tono esperanzador, mesiánico, era lo que el pueblo exigía
escuchar, porque con el enemigo a las puertas de la ciudad, parecía que todo se
derrumbaba. El Ay, del comienzo, viene
significar, la amenaza de Dios contra los pastores, reyes descendientes
de David, como las autoridades civiles y religiosas, que llevaron al pueblo a
la apostasía, a la idolatría, y finalmente al destierro. Su final fue trágico,
en cambio, el pueblo fue al exilio. Ahora es Yahvé quien asume los destinos de
Israel, hará de Pastor de su pueblo, de ese resto fiel que permanece después
del destierro. Exigente con las que ostentan el poder, benévolo con las ovejas
descarriadas. Como Pastor, las reunirá, las llevará a su aprisco, la tierra de
promisión, para que crezcan y se multipliquen. El pueblo es de su propiedad, no
lo abandonará, pondrá pastores que bajo su égida y guía personal “hasta que
lleguen los días” (v.5), los tiempos mesiánicos. Jeremías contempla por sobre
los pastores que vendrán, hombres, fieles hasta posar su mirada sobre el
descendiente de David, el vástago legítimo que Yahvé suscitará e instalará como
rey sobre su pueblo. El profeta Jeremías, habla de un “Germen” justo que
brotará del linaje de David (v.5). Será
justo y prudente. Su nombre será “Yahvé, Justicia nuestra” (v.6). Es un anuncio
de la venida del Mesías y la instauración de la monarquía davídica, pero desde
una perspectiva nueva, cimentada en la justicia, prudencia y el derecho sobre
la tierra. Si Sedecías significaba: Yahvé es mi justicia, el nombre del vástago
de David, en cambio, será: “Yahvé es
nuestra justicia” (v. 6). Como cristianos, sabemos que sólo en Cristo Jesús, se
cumplió esta profecía de Jeremías, que sobrepasó con creces las expectativas
del profeta. Yahvé no sólo ha sido nuestra justicia con su presencia y acción
salvífica, sino que, se ha hecho Emmanuel, es decir, Dios con nosotros.
Finalmente (vv.7-8), vienen a confirmar que el futuro del misterioso vástago,
luego del destierro será de tal esplendor que la salida de Egipto, el Éxodo,
acontecimiento central de la historia del pueblo, será un recuerdo, comparado
con la liberación de las esclavitudes que traerá este Germen Justo. Ese vástago
es Jesús, el Salvador. Es por medio de José, que Jesús entra en el linaje de
David, cumpliéndose así el oráculo de Jeremías: Dios es nuestra justicia, es
decir, nuestra salvación.
b.-
Mt. 1, 18-24: El hijo de María viene del Espíritu Santo.
Si bien, María era la mujer prometida
de José, resultó que antes de vivir juntos, ésta esperaba un hijo. ¿Romper el compromiso?, ¿denuncia pública o
el repudio? Como un hombre bueno, José decide abandonarla en secreto (v. 19).
La intervención divina, no se deja esperar. “Su marido José, como era justo y
no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto. Así lo tenía
planeado, cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José,
hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en
ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre
Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.» Todo esto sucedió para
que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: Ved que la virgen
concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido
significa: «Dios con nosotros.” (vv. 19-23). El esposo, no duda en hacer la voluntad de Dios en su
matrimonio. Las palabras del ángel, le dan la seguridad que necesitaba, luz
para emprender la misión que se le confía. Será el padre legal del hijo de
María, venido del Espíritu Santo, para salvar a su pueblo de los pecados. La
duda, fue reemplazada por la obediencia a la fe. Así como José
desciende de David por razones
genealógicas, también se inserta en el dinamismo de la obediencia a la fe, con
la que asume, una misión que está en la economía de la salvación dispuesta por
Dios Padre. De este modo José, como María, se convierte en modelo de fe y
obediencia a la voluntad del Padre eterno. Prototipo bíblico de este Adviento,
hombre de fe; lo mismo la vida de todos nosotros está llamada a ser, vocación y
proyecto, que Dios nos ha entregado para vivir en fe, en esperanza y en el
amor, como respuesta a ese querer salvador. De imitar, es el respeto y temor
santo de Dios que invadió el alma de José, al conocer la voluntad de Dios,
manifestada en su esposa María; su integridad y silencio, su vida de oración y
trabajo, su disponibilidad absoluta al querer hacer de su misión y un servicio
a la redención del hombre caído.
Sor Isabel escribe con motivo de la
Navidad: “Ese dulce Cordero pequeñito/ es la luz eterna y verdadera, / el que
reina en el seno del Padre, /y su plena verdad manifiesta. / ¡Oh pura, Oh dulce
visión!/ En mi alma de nuevo se cumple/ el grande, el sublime misterio,/ de una nueva Encarnación” (Poesía 75).
Lecturas
bíblicas
a.-
Jc. 13 ,2-7. 24-25: Anuncio del nacimiento de Sansón.
Es quizás el libro de los Jueces, que
conceda más relieve a la acción del espíritu de Yahvé (cfr. Jc.
3,10; 6,34; 11,29; 13,25). Y es precisamente en Sansón en quien más se nota
esta realidad, de ser guiado por el espíritu de Yahvé. Una lectura superficial de sus aventuras, nos puede dar la impresión
de ser extravagancias, pero es precisamente, que el autor con ese lenguaje
quiere dejar en claro la fuerza de Dios en la vida de Sansón. Es un poseído por
el espíritu. La pertenencia de los israelitas a un pueblo los colocaba en una
relación especial con su Dios. Dentro de esta pertenencia encontramos grados de
consagración: los nazir. Esta institución dio origen
al nazareato que estuvo vigente hasta el NT., San
Pablo se encontraba entre ellos (cfr. Hch.18,18). Eran
los consagrados Dios, nazareato que podía ser de por
vida o temporal, Sansón está consagrado a Yahvé desde el vientre de su madre
(v.5). él comenzará a salvar a Israel de la mano de
los filisteos. La efusión del espíritu, ser nazareato,
tenía una función salvífica. Gedeón se queja de pertenecer al clan más pequeño de la tribu de Manasés y de ser
el último de la casa de su padre (cfr. Jc. 6,15).
Será la fuerza del espíritu de Yahvé, la que fortalecerá la vida de todos los
Jueces. Esta presencia del espíritu de Dios en la vida de Israel y en hombres
insignes, viene a evitar el orgullo de creer que con el sólo esfuerzo humano se
libra de sus enemigos, sino confirmar que la victoria viene del espíritu de
Dios.
b.-
Lc. 1, 5-25: Anuncio y nacimiento de Juan hijo de Zacarías.
El evangelio nos presenta, el anuncio
y el nacimiento de Juan Bautista. Zacarías,
sacerdote del templo de Jerusalén, sirve en el templo de Jerusalén: le
toca el turno de quemar el incienso, en la oración de la tarde, se hacía sonar
el cuerno, y salir para bendecir al
pueblo. Pero sucedió algo no habitual: se le aparece el ángel del Señor y le anuncia que su
oración ha sido escuchada: va a ser padre (v.13). Se puede pensar que Dios
escuchó un antiguo deseo del matrimonio,
formado con su mujer Isabel;
ambos entrados en años y ella, estéril. También se puede interpretar, que su petición es de tipo
salvífica para el pueblo. La verdad, es
que ambas realidades, se dan en este
niño que nacerá, puesto que será una alegría para el matrimonio de Zacarías e Israel
(v.14). Pero el sacerdote no cree lo que se le anuncia, cuenta sólo con sus posibilidades; exige pruebas, que por
cierto, no se le conceden (cfr. Gn. 15,
8; Lc. 1, 34). Como hombre versado en la Escritura, debería haber
comprendido el mensaje divino, María de
Nazaret es una adolescente, y como Abrahán,
el primero al que hablaba Yahvé
en esos términos, también exigió pruebas (v.18; cfr. Lc. 1,34; Gn. 15,8). Pero
el plan de Dios, no se detiene por las dudas de Zacarías, porque el mismo, se convierte en signo de su
plan de salvación, el ángel lo deja
mudo, castigo, que es secreto, guardará esa mudez hasta que se cumpla
lo anunciado (v. 20). El pueblo espera
afuera inquieto, contempla a Zacarías, que es
incapaz de pronunciar la bendición (cfr. Nm.
6, 22-27). La importancia del ángel, está en el mensaje que comunica, es el
primero del evangelio que se comunica a
un hombre, es la Buena Nueva que llega a Zacarías, y la identificación que hace de sí mismo, es el
arcángel Gabriel, protagonista del libro de
Daniel (cfr. Dn. 9). Le da razones para tranquilizarlo con esta visión,
que no es producto de su imaginación. Le
anuncia que será padre de un niño, le impone el
nombre de parte de Dios, se llamará Juan, que significa, “Yahvé ha sido
generoso o será grande a los ojos del Señor” (v.13), se
lo confirmará con el testimonio que dará
a lo largo de su existir, y la creencia popular de los judíos, que el
nombre influía en la persona que lo
recibía. Si bien, el nombre lo colocaba el padre, que lo haga Dios, viene a significar, que aquel niño
va a ser grande dentro de su plan de
salvación. Su concepción en el seno de su madre Isabel, será motivo de
gozo no sólo para ellos, como para todo
Israel (v.14). El ángel detalla la figura y misión de este niño: Será grande ante el Señor… estará lleno de Espíritu Santo y convertirá al Señor su Dios,
preparará al Señor un pueblo bien dispuesto (vv. 15- 17). La mujer de Zacarías,
Isabel, era de la familia de Aarón, lo que da al hijo que va nacer un doble linaje sacerdotal. A
ella no se le pide el consentimiento para ser madre, sino que se le anuncia un
hecho consumado, agradece el gesto de Dios, pues borraba su oprobio. Juan, el
niño que va a nacer de manera prodigiosa, se asemeja a Isaac y Samuel, su nombre describe que será un favorecido de
Dios (cfr. Mt. 11, 14; Mal. 3, 23; Gn.18, 9-15; 1Sam. 1,9-19). Ante el vino nuevo del evangelio que traerá Jesús, será una exigencia para
Israel, renovar los viejos odres de sus
mentes y estructuras: esta es la misión exclusiva de este niño, Juan,
que orientará su destino y existencia hacia Cristo Jesús, el Mesías, el
Salvador.
Sor Isabel de la Trinidad escribe con
motivo de la Navidad: “¡No vivo yo, El vive en mí,/
¡Oh esto es ya la visión!./ La visión que nunca se
borra/ mientras dura la vida de fe./ Viene a revelar
el misterio,/ a enseñar los secretos del Padre,/ a llevar de claridad en
claridad/ hasta el seno de la Trinidad.” (Poesía 75).
Lecturas
bíblicas
a.-
Is. 7,10-14: La virgen está encinta.
El anuncio del profeta Isaías, es una
forma de contrarrestar el deseo del rey Ajaz, de hacer alianzas políticas, con
sus enemigos en lugar de confiar en Yahvé. La señal que el Señor le da es el
nacimiento de un hijo que asegurará la
supervivencia del linaje de David, según la promesa hecha por Dios a éste por
boca de Natán (cfr. 2Sam7; 1Cro.17). Pero Ajaz no está dispuesto a cambiar su
política con Asiria, se desentendió de la propuesta del profeta (cfr. Is.10,9). Decisión que trajo a Judá el vasallaje asirio (cfr. 2
Re.18,7). Lleno de hipocresía renuncia al signo, que
le ofrece Yahvé, puede pedir algo que está en lo profundo de la tierra, como el
Seól, o de lo más alto de los cielos, es decir, el
rey puede pedir cualquier cosa, con lo que pretende demostrar, que no duda de
Yahvé. Argumenta no querer tentar a Yahvé, cono lo no sólo rechaza la ayuda de
Dios, sino que pervierte el sentido Escritura para su beneficio (cfr.Is.7,2; Dt.6,16). El profeta hace su proclama contra el rey y su
corte dirigiéndose a la Casa de David para actualizar el pacto hecho por Yahvé
con David; además manifiesta al rey que Dios y él están hartos de su
voluntad sea rechazada (cfr. 2Sam.7,1-17; Ex.32,7-14). Isaías sabe que precisamente el temor
del rey está en que se cumpla el signo, y tener que cambiar sus planes; pero el
signo se dará independientemente de su voluntad porque Dios viene a auxiliar a
su pueblo. El signo es una joven que espera un hijo, que tendrá un nombre
simbólico, Emmanuel, es decir, Dios con nosotros (cfr. Is.1, 26; 8,8.10;
Sal.46, 8.12). La joven aludida puede ser una esposa del rey, el hijo sería
Ezequías (cfr. Dt.1, 39; 1Re. 3,9), quien posibilitó un tiempo de apogeo para
Israel (cfr. Is.7,17). Sin embargo las expectativas de
salvación que traerá el Emmanuel, superan el ámbito de Ezequías y dibujan la
esperanza en la llegada del Mesías definitivo, el Ungido, que gobernará según
la voluntad de Dios (cfr. Is.9,1-6;11,1-9). Será Mateo quien relacione la profecía de
Isaías con María Virgen, que da a luz un hijo sin concurso de varón, síntesis
de lo humano y lo divino, en cuya muerte y resurrección se dan cita todos los anuncios del libro del Emmanuel, ya nadie
durará de la proyección mesiánica y salvífica, cuyo Emmanuel alcanza su madurez
en Jesús (cfr. Mt. 1, 22-23). El ángel le asegura a María que el hijo que
tendrá será por obra del Espíritu Santo, a quien pondrá el nombre de Jesús,
será llamado Hijo de Dios.
b.-
Lc. 1, 26-38: Anuncio del ángel a María
Del evangelio, se desprende el misterio
de la Encarnación del Hijo de Dios, en las entrañas de María de Nazaret. El
ángel saluda a la joven María con la
palabra “Salve”, que traducimos por “Alégrate” porque el Señor la ha colmado de
su gracia, de su favor, le promete su presencia y acompañamiento. Es la forma
de asegurarle que en la misión le confiará no estará sola, porque no le faltará
dificultades (v.28). Este actuar de Dios, no se debe a méritos propios de la
joven, sino que es pura gratuidad de su
parte. La inquietud de la joven, la
responde el ángel aclarando el motivo de su visita: por benevolencia divina
será Madre y pondrá a su hijo el Nombre de Jesús. Le explica la función que
cumplirá en la historia de la salvación (vv. 32-33), para más tarde darle al Hijo
que nacerá los títulos de: Santo y de Hijo de Dios (v.35). La forma en que será
concebido, demuestra el poder Dios y la importancia que tendrá este hijo y que
sólo Dios es su Padre (v.34). El nombre Jesús, significa: “Yahvé salva”. Nombre
y misión van muy unidos: Jesús fue Salvador de su pueblo y de la humanidad.
Respecto a los títulos que el ángel le da: “Jesús será grande”, hijo de David (v.32),
e Hijo del Altísimo” (v.32), es decir, Hijo de Dios. Es un nuevo rey que está
por nacer en Israel (cfr. Sal. 82, 6), “Dios le daré el trono de David su
padre...” (vv. 32-33). Recibirá ese trono por su padre legal, José, un reinado
sobre la casa de Jacob, es decir, de todo Israel. Una promesa hecha a todos los
descendientes de David, se concretiza en una persona, que reinará para siempre.
Es la promesa de Natán a David, recreada por el evangelista y aplicada a Jesús
(cfr.2Sam.7, 16). El cómo de la concepción de Jesús menciona el poder Creador
de Dios por medio de su Espíritu (cfr. Ez. 37,14; Jdt.16, 14). Si Dios pudo
crear al hombre de barro, también lo puede hacer en el seno de una mujer (cfr.
Gn.2,7s). La sombra del Espíritu, alude a la presencia
de Dios, la nube que se posaba sobre el arca de la alianza cuando se detenía la
caravana (cfr. Ex. 40,16), pero además tiene el sentido de protección y
presencia visible de Dios (cfr. Lc. 9,34). Lo llamará Consagrado, como
primogénito, debía ser consagrado a Dios, también se le llamará Hijo de Dios,
si era descendiente de David según la carne, ahora es Hijo de Dios gracias a su
Espíritu. María de Nazaret, la joven humilde que confía en Dios, pertenece a la
espiritualidad de los Anawin, los pobre de Yahvé.
Conocido el plan de Dios la joven acepta que eso se cumplirá en el futuro, es
la esclava del Señor, que acepta la voluntad de Dios en su vida (v. 38). Se
pone a disposición del Todopoderoso, con lo que el evangelista prefigura la
actitud de los que serán de la nueva familia de Jesús: los que aceptan su
palabra. María se convierte en el discípulo ideal, porque su importancia no
radica tanto, en ser la madre biológica de Jesús, sino en escuchar la palabra
de Dios y aceptarla en su vida.
Sor Isabel de la Trinidad escribe con
motivo de la Navidad: “¡Qué bueno es en el silencio/ escucharle ahora y
siempre, / gozar en paz de su presencia/ para entregarse totalmente al amor! /
Oh Cordero puro y manso, / Tú sólo eres mi único Todo. / Tú lo sabes bien, tu
prometida / se siente por el hambre acometida.” (Poesía 75).
Lecturas
bíblicas
a.- Ct. 2,8-14:
Levántate, Amada mía, hermosa mía, ven.
El Cantar de los Cantares nos presenta
la voz de la esposa, que se dirige al esposo en un lenguaje hecho de poesía,
expresión de un amor apasionado. Desde lejos contempla la presencia del esposo,
lo reconoce, por su voz, sus pasos, signos que a los demás pasan inadvertidos.
Viene hacia ella corriendo, saltando, como si fuera una gacela o un cervatillo.
Animales que abundaban en el tiempo en que se compuso esta obra de sabiduría y
poesía hebrea. De trasfondo, encontramos el afecto y la emoción de la presencia
que el amado ha provocado en la esposa. Lejos de ser un ladrón, el amado, es el
amigo que viene a encontrarse con su amada y viene a compartir las delicias de
amor. Detrás de la cerca, mira por las ventanas, atisba por entre las rejas y
la llama: “Levántate amor mío, hermosa mía, y vente” (v.10). La alusión a las
palomas que habitan en la grietas de las rocas, en los wadis
profundos de Judea, vienen a significar, espacio para la intimidad, para la
conversación amorosa y la mutua contemplación. Con razón la esposa puede decir:
“Mi amado es mío y yo de mi amado” (Ct. 2,16). Esta
lectura en Adviento nos habla de la Esposa que es la Iglesia y Yahvé es el
Esposo. María Inmaculada, representa al pueblo de Dios: “Toda hermosa eres,
amada mía, no hay tacha en ti” (Ct. 4,7). Desde el
momento de su Concepción, María está limpia de pecado, es la esposa pura de
Yahvé, para ser la Madre de Dios. María es modelo de la Iglesia, la única y verdadera
esposa del Hijo de Dios que esperamos en este tiempo de Adviento. Nuestra esponsalidad, viene de nuestra condición de
bautizados, con el único Esposo Cristo
Jesús.
b.-
Lc. 1, 39-45: Bendita tú entre las mujeres
bendito el fruto de tu vientre.
En la Visitación de María a su prima
Isabel, encontramos el gozo y la alegría, que se refleja la actitud de Isabel,
y del pequeño Juan, que lleva en su seno (cfr. Lc.1, 28). Se gozan de la visita
de la Madre de Dios, que porta en su seno al Mesías Salvador. Estas dos madres
y sus respectivos hijos, están unidos por sus destinos: Isabel representa la Antigua
Alianza, María, en cambio, la Nueva Alianza, la humanidad redimida. En Ella,
contemplamos la nueva Arca de la Alianza, contiene la presencia del Mesías,
concebido por obra del Espíritu Santo (vv.42-45). María Santísima, llena de la
gracia divina, plena del Espíritu Santo, cree en la palabra que le fue
anunciada, por eso, se convierte en Madre de Jesús (cfr. LG 56). Por la fe que
la mueve, María es dichosa, se convierte en la primera creyente y primera
discípula de Jesucristo, primera cristiana en la Iglesia (cfr. MC 35). La Maternidad divina, es fruto de una fe
obediente a Dios, una fe activa, no un instrumento pasivo, en las manos de Dios
Padre y del Espíritu Santo, María colaboró activamente a la salvación de los
hombres. San Agustín, enseña que María, es más dichosa, por haber concebido a
Cristo primero por la fe, y luego en su seno; más dichosa por ser discípula de
su Hijo, haciendo la voluntad de Dios, que por ser Madre física de Jesús (cfr.
S. Agustín, Sermones 25 y 69; GS 53). Se puede decir, que María es
Bienaventurada, por creer a la palabra y guardarla, como canta Isabel: “¡Feliz
la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del
Señor!” (Lc. 1, 42), y como lo hizo esa mujer del pueblo, que lanza una
alabanza a la Madre del Maestro de Nazaret (cfr. Lc.11, 27-28). En María, se
reúne en una perfecta sinfonía, la creyente y la que cumple la voluntad de
Dios, que hizo suya con un Sí incondicional. Por María, Dios entra en la
humanidad, para realizar la redención del mundo, con el cambio, que encierra el
Reino de Dios, que en el Magnificat, se hace Cántico
de esperanza teologal. María, es la creyente en Dios, modelo de fe para todo
cristiano y que nos enseña a llenar de fe la propia existencia personal y
eclesial.
Sor Isabel de la Trinidad, comenta la
Visitación así: “Cuando leo en el Evangelio «que María corrió con toda
diligencia a las montañas de Judea» (Lc. 1, 39) para ir a cumplir su oficio de
caridad con su prima Isabel, la veo caminar tan bella, tan serena, tan
majestuosa, tan recogida dentro con el Verbo de Dios... Como la de El, su oración fue siempre: «Ecce,
¡heme aquí!» ¿Quién? «La sierva del Señor» (Lc. 1, 38), la última de sus
criaturas. Ella, ¡su madre! Ella fue tan verdadera en su humildad porque
siempre estuvo olvidada, ignorante, libre de sí misma. Por eso podía cantar:
«El Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas; desde ahora me llamarán feliz
todas las generaciones» (Lc. 1, 48, 49).” (Últimos Ejercicios 40).
Nota
Bene: Este año 2013 el día 22 de diciembre, celebramos el Cuarto Domingo de
Adviento en este día.
Lecturas
bíblicas
a.-
1 Sam. 1,24-28: Ana da gracias por su hijo Samuel.
En esta lectura, encontremos un eco de
varios Salmos, los “Cánticos de Sión” donde encontramos la nostalgia de los
piadosos judíos, y su devoción por la ciudad santa de Jerusalén, en particular,
por el templo de Yahvé (cfr. Sal. 46; 48; 76; 84; 87 y 122). Ana, agradece la
maternidad y consagra a Samuel a Dios en el templo, que queda al servicio del
sacerdote Elí. Su oración es todo un acto de fe en la omnipotencia de Yahvé: “Óyeme,
señor. Por tu vida, señor, yo soy la mujer que estuvo aquí junto a ti, orando a
Yahvé. Este niño pedía yo y Yahvé me ha concedido la petición que le hice.
Ahora yo se lo cedo a Yahvé por todos los días de su vida; está cedido a Yahvé.
Y le dejó allí, a Yahvé” (vv.26-28). Esta oración de agradecimiento por el
nacimiento de Samuel es motivo para que Ana eleve su cántico a Yahvé, prototipo
del Magnificat de María, la Madre de Jesús (cfr.
1Sam. 2,1-10), que expresa la esperanza de los humildes, que termina evocando
al Rey y Mesías (cfr. 1Sam.2,10). Samuel representa al
sacerdote que se consagra al servicio del santuario desde su más tierna edad.
Pertenecía a la tribu de Efraím (cfr.1Sam. 1,1) y ejerció su ministerio
sacerdotal en su vertiente profética (cfr. 1Sam.7,9;
9,13;10,8). Pero a este ministerio profético, se une la de juez o sea que nos
encontramos ante una personalidad muy completa al servicio de Dios y de Israel,
previo a la época monárquica.
b.-
Lc. 1,46-56: El canto de María, la Madre de Jesús.
En el evangelio, María canta las
maravillas que Dios ha hecho en su vida. El evangelista, sitúa el Magnificat en el contexto de la Visitación: Isabel llena
del Espíritu Santo, proclama la grandeza de María denominándola: “Bendita tú
entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre
de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo,
saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las
cosas que le fueron dichas de parte del Señor!” (vv. 42-45). Ella es la
portadora de la bendición definitiva, que se concreta en Jesucristo, el
Señor. María, canta la grandeza de Dios
y su predilección por los pequeños y humildes; responde con un cántico antiguo,
pero de contenido totalmente nuevo. Toda su grandeza es obra de Dios, y por
ello, se torna canto su agradecimiento. En él, se reúne la síntesis de la fe
del pueblo de la antigua alianza, la espera de los profetas, fiado de las
promesas de Dios hechas a su descendencia para siempre. Su canto testimonia que
Jesús es portador de aquella plenitud
escatológica, que el pueblo de Israel, buscaba ansiosamente. Los olvidados y
marginados, son ahora los protagonistas de la historia de Dios, que los
prefiere, a los poderosos y soberbios de este mundo. Los diversos textos
bíblicos, que subyacen en el Magnificat, nos hablan
de las aspiraciones seculares de Israel, pero además de la humanidad redimida
por la pasión y resurrección de Jesucristo, alegría y esperanza de los pobres
de ayer y siempre. La llegada del Reino de Dios ha desencadenado, por la
palabra de Jesucristo, el evangelio, una transformación. El Dios Santo, Justo y
misericordioso del Magnificat, pone en marcha un
proceso histórico que invierte el viejo orden de injusticia y maldad, por el
que pregonan las Bienaventuranzas, código de santidad y convivencia, de
reconciliación paz, fraternidad y solidaridad entre los hombres y pueblos (cfr.
Mt.5, 3-12). Mucho ha sufrido la humanidad a manos de tiranos y soberbios, ayer
y hoy, por lo tanto, gran parte de esa misma humanidad está por la paz, la
solidaridad, la justicia, la libertad, etc. El Reino de Dios, no tolera
situaciones de injusticia, y ofensa a los derechos humanos. Dios en Jesucristo,
se ha revelado como fuerza de amor misericordioso que levanta a los humildes,
colma a los hambrientos, contra la injusticia, verdadera idolatría de los
hombres que termina divinizándose a sí mismos. María, Madre de Jesús, inserta
al Dios y Hombre, verdadero en una sociedad de pobres y humildes, los pobres de
Yahvé, preferidos de Dios, y destinatarios del Reino de Dios, predicado por
Jesús. Su canto no es una proclama social y política, sino la constatación que
sólo Dios es la riqueza verdadera del hombre, por ello, quien se encuentra
satisfecho de sí mismo y de bienes materiales, en realidad está vacío. La
verdadera riqueza consiste en abrirse al evangelio de la gracia de Jesucristo,
al perdón de los pecados y extender su reinado a los demás, lo hace
verdaderamente rico. María en este proceso es modelo acabado de discípula.
Finalmente, este Cántico de María, es himno de su gloria: se le glorifica
porque ha creído en Dios, y ha permitido que Dios realice grandes obras en
ella. De ahí que todas las generaciones, la proclamarán Bienaventurada (v.48).
En su misterio pascual, Cristo Jesús, da la vida nueva a la humanidad, y en su
Madre, tenemos a Santa María del Adviento.
Sor Isabel meditando acerca de la
respuesta de María a Dios Padre escribe: “Amar es seguir las huellas de María,/
exaltando la grandeza del Señor,/ al tiempo que su alma arrebatada/ entonaba su
cántico al Señor./ Vuestro centro, oh Virgen fiel,/ era el anonadamiento,/ pues
Jesús, Esplendor eterno,/ se ocultó rebajándose./ Es siempre por la humildad/
como el alma le engrandece./ San Pablo en su poquedad/ «me glorío, gritaba, en
el Señor,/ pues así la fuerza del Redentor/ triunfa en mi corazón». (Poesía
94).
Lecturas
bíblicas
a.-
Mal. 3,1-4. 23-24: Envío mi mensajero a prepararme el camino.
La primera lectura, es una crítica a
los malos pastores del pueblo de Israel. Es el tiempo de Esdras, tiempo de la
restauración después del exilio. El Señor enviará a su mensajero para anunciar la renovación del
culto por medio de un fuego purificador; vendrá también el profeta Elías, antes
del día del Señor, para convertir los corazones de padres e hijos, para evitar
el castigo. Yahvé tiene sus mensajeros, y cuando se menciona el día del Juicio
y la justicia realizada por Dios, éste enviará su mensajero por delante. Su
labor será preparar a los hombres para la llegada del Juez, Yahvé. Cuando se
hace hombre, en la persona de Jesús de Nazaret, y desde la Cruz juzgue al
mundo, sólo entonces comprenderemos que ha sido Juan el Bautista, el principal
mensajero que prepara su camino. Más
importante que el mensajero, era la certeza que Yahvé venía a juzgar al mundo.
En ese día hasta los justos se sentirán pecadores; Yahvé juzgará no por
criterios humanos, sino según su propia justicia, que purifica y justifica. Las
imágenes del fuego y la lejía expresan esta realidad con fuerza incontenible
(v.2). La purificación comienza por los hijos de Leví, es decir, los sacerdotes,
y luego, se hace extensiva a todas las clases sociales: los hechiceros, los
cultores de artes mágicas, los adúlteros, los jueces y las injusticias
cometidas contra la viuda, el huérfano y el forastero (cfr. Ex. 22, 17; Mal. 2,14;
Ex. 20,14). Eran las quejas de los justos y la respuesta profética frente a los
opresores; Dios permanece fiel y actuará en el momento oportuno. Ellos no dejan
de ser hijos de Jacob, alejados, rebeldes, aunque siguen siendo herederos de la
promesa y de la Alianza. Pecado, castigo y fidelidad divina, se conjugan admirablemente para salvar al
Resto mediador de Israel. La profecía termina anunciando la vuelta del profeta
Elías, el primero de los profetas, que reaparecería en el comienzo del NT (cfr.
2Re. 2,11; Eclo. 48,10-12). Elías vino en la persona de Juan el Bautista, según
Jesús (cfr. Mt.11, 7-14; 17,10-13; Mc. 9, 2-13), pero también con ÉL; vemos así
realizada la verdadera conversión y el Juicio en el amor.
b.-
Lc. 1, 57-66: Nacimiento de Juan, el Bautista.
El evangelio nos narra el nacimiento
de Juan, que con el espíritu de Elías, viene a anunciar la venida del Mesías.
Su nacimiento, circuncisión e imposición del nombre, son motivo de alegría para
sus padres. A Isabel le ha llegado su hora, motivo de gozo, aunque en este
caso, con matices muy significativos: padres eran ancianos, ella estéril, por
ello imposible, que pudieran concebir un hijo. Para Dios nada hay imposible y
han podido ser padres. Pero al evangelista le interesa destacar que Juan no es
el resultado de una casualidad biológica, sino el amor de sus padres,
que deseaban un hijo y el poder de Dios,
que guía la historia de los hombres. El mejor signo de ese poder es la
fecundidad de unos ancianos, e resultado, el nacimiento de Juan, prepara dentro
de la línea de los profetas de forma inmediata el camino para la llegada de
Jesús de Nazaret. Los parientes quieren ponerle por nombre Zacarías, como su
padre, pero los padres, saben que el niño es su hijo, en el fondo, es un regalo
de Dios, y que le ha destinado una gran misión, por ello le ponen por nombre
Juan, como lo había llamado el ángel (cfr. Lc.1,13). Acaba la mudez de
Zacarías, signo de la verdad de las palabras del ángel acerca del nacimiento de
este niño singular; ante la verdad de Dios, ante su presencia, el hombre debe
callar; se terminan las objeciones y las resistencias (cfr. Lc.1, 18-20).
Puesto el nombre al niño, viene de nuevo la palabra a Zacarías; la presencia de
Dios, no destruye la realidad humana de Zacarías, sino que la enriquece hasta
que irrumpe en un Cántico de alabanza que conocemos como Benedictus que la Iglesia recita en los Láudes, la oración por la mañana (cfr. Lc.1, 67-79).
Finalmente, queremos que Dios fecunde nuestra vida con su palabra en Cristo
Jesús, que mudos podamos escuchar a Dios en un silencio fecundo y contemplativo,
para que se eleve nuestra voz echa alabanza por su obra en nosotros. Actualizar
el ministerio de Juan el Bautista, porque Dios estaba con él, también estará
con nosotros, si en este Adviento, preparamos los caminos de Jesús por medio de
la conversión diaria a la justicia y verdad, paz y amor.
Sor Isabel de la Trinidad medita sobre
en la fiesta de la Trinidad y su obra en el misterio de la Encarnación: “En
profundo silencio, en inefable paz, / en oración divina nunca interrumpida,/ rodeada toda de eternas luces/ se mantenía el alma de
María, Virgen fiel./ Su alma, como un cristal reflejaba / el Huésped que la
habitaba, Belleza sin ocaso. / María atrae al cielo. Y allí el Padre la entrega
su Verbo, para ser su madre. / El Espíritu de amor con su sombra la cubre, los
Tres vienen a ella, el cielo todo se abre, / y se inclina, adorando el misterio/
de Dios que se encarna en esta Virgen Madre!” (Poesía
79).
Misa
de la mañana
Lecturas
bíblicas
a.-
2Sam. 7, 1-5. 8-12. 14-16: El reino de David durará por siempre.
En la primera lectura, encontramos los
deseos de David y los de Dios, para con David. La profecía de Natán, es la
carta magna, que confirma la dinastía davídica: “Tu casa y tu reino
permanecerán para siempre ante mí; tu trono estará firme, eternamente.” (v.16).
Él quiere construir un templo para Yahvé, pero Natán le asegura, que es el
mismo Dios, quien edificará a David una casa, una dinastía para siempre. La
monarquía es un avance histórico, una innovación en la estructuración
institucional de Israel, organizado hasta ahora en un sistema federal, en que
cada tribu poseía su autonomía. Concentrar el poder en las manos del rey, tener
como capital Jerusalén, supone un avance respecto a las tradiciones instituidas
por Moisés y el Sinaí. Este nuevo binomio, David y Jerusalén, es toda una
novedad. Esta profecía de Natán, es el refrendo divino de la monarquía
davídica. Respecto a la permanencia eterna de su casa, su dinastía, y lo
inconmovible de tu trono, antes de morir el propio David afirma: “Pues firme
ante Dios está mi casa, porque ha hecho conmigo un pacto sempiterno, en todo
ordenado y custodiado.” (2Sam. 23,5). David relee la profecía de Natán y el
compromiso de Yahvé con su dinastía, como un pacto, semejante al que hizo con
Abraham (cfr. Gn.15). Este pacto mantiene alto el ánimo y la esperanza de
Israel sobre todo en los momentos difíciles. Es luz para el caminar de Israel
en su devenir histórico para los deseos salvíficos de Yahvé. “Pero en atención
a David, le dio Yahvé su Dios una lámpara en Jerusalén, suscitando a su hijo
después de él y manteniendo en pie a Jerusalén” 1Re 15,4); “Pero Yahvé no quiso
destruir a Judá a causa de David su siervo según lo que le había dicho, que le
daría una lámpara en su presencia para siempre.” (2Re. 8, 19). Mientras
resplandezca la lámpara de David, todo es posible, nada está perdido.
b.-
Lc. 1, 67-79: El Benedictus. El canto de Zacarías, padre del Bautista.
En este texto encontramos dos momentos
la alabanza a la redención que traerá el
Mesías (vv.68-75), y la profecía sobre Juan Batista y Jesús (vv.76-79). En un
primer estadio encontramos a Zacarías, padre de
Juan, que canta el cumplimiento de las promesas de Dios Padre. Esa
fidelidad se hace efectiva en el nacimiento de su hijo Juan. Este cántico el
Benedictus, es una síntesis de citas del AT., que expresa la esperanza de Israel.
Bendición y acción de gracias, forman la primera parte del canto, para luego,
presentar una visión que aunque habla en pasado se refiere al futuro, que nace
de la acción del Precursor, que prepara los caminos para que venga el Mesías a
su pueblo. Alaba a Dios, porque pone su mirada sobre su pueblo puesto que
quiere redimirlo (vv.68-71). La idea de la salvación recorre todo el Cántico
con el envío de la fuerza salvadora, un cuerno salvador, que viene de la Casa
de David, alusión a la fuerza de los toros o de los guerreros que en sus cascos
ponían cuernos para para reivindicar su poder (cfr. Ez. 29,21). Esperanza de
liberación que en línea profética, comenzó en Egipto y los profetas mantuvieron
en el tiempo es la que alude Zacarías. Esa fuerza liberará a Israel de sus
enemigos, los que los odian, los judíos del tiempo de Lucas, pensaban liberarse
del poder romano y ser gobernado por un descendiente de David. Luego se habla
de la santa Alianza, que se refiere a las promesas hechas a los padres y
comprendían a todo Israel (vv.72-73; cfr. Gn.15,18;
22,17), con lo que quiere resaltar la fidelidad de Dios a su promesas en el
tiempo y que lo libra de sus enemigos. Salvación que exige un servicio a Dios,
sin temor, en justicia y santidad, es decir en el culto divino, pero además,
que obliga al cumplimiento de la Ley de Dios. En un segundo estadio, Zacarías
se dirige a su hijo, como el profeta que irá delante del Señor a preparar sus
caminos, si bien Zacarías se refiere a Dios el evangelista piensa en Jesús,
cuya venida Juan presiente (v.76). La salvación trae la salvación de los
pecados, Lucas, está pensando en el bautismo de Juan en que los pecadores
venían con el corazón arrepentido. El pecado será el enemigo interno y de tipo
espiritual, y no el político, que Jesús combatirá en todo su actividad
salvadora. Se pasa del signo del cuerpo a la de una luz que viene de lo alto
(cfr. Nm.24,17; Ml 3,20; Is. 60,1). El descendiente de
David, es el que va a iluminar a los hombres para conducirlos por el camino de
la paz. Esta Noche Santa nos visitará el Sol, que nace de lo alto, del cielo,
nos visita Jesucristo con su nacimiento, luz que viene de lo alto e ilumina las
tinieblas de esta noche. El esfuerzo realizado en este Adviento, por ser
cristianos, sea bendecido y aumentado por la bendición de Aquel, que viene de
lo alto, Sol de Justicia, que ilumina a todo hombre. La luz brota de la gruta
de Belén, acerquémonos con fe contemplativa y silencio fecundo, su amor que ilumina el corazón, sea puerta
abierta a su misterio y al nuestro.
Sor Isabel escribe para la Navidad de
1904 estos versos: “En un humilde y pobre establo/ reposa el Verbo de Dios, /
es el misterio adorable/ que al mundo revela el Ángel. / «Gloria in excelsis Deo.» / Tiene necesidad el Todopoderoso / de
bajar, para difundir su amor. / Busca un corazón que le comprenda / y en él
quiere su mansión fijar. / En su amor, olvidando las distancias, / ha soñado
con una unión divina. / Desde lo alto del cielo Él se lanza / a consumar en
cada instante la fusión. / Oh profundo e insondable misterio, /el Ser increado
se orienta hacia mí, / a través de todo puedo contemplarle / desde la tierra, a
la luz de la fe.” (Poesía 91).
P.
Julio González C.