TIEMPO DE NAVIDAD

(Feria Mayor del 17 al  24 de Diciembre)

P. Julio González C. ocd


Contenido

Día 17 de Diciembre  1

Día 18 de Diciembre  1

Día 19 de Diciembre  1

Día 20 de Diciembre  2

Día 21 de Diciembre  2

Día 22 de Diciembre  2

Día 23 de Diciembre  3

Día 24 de Diciembre  3

 


Día 17 de Diciembre

Lecturas bíblicas

a.- Gen. 49,2.8-10: No se apartará de Judá el cetro.

La primera lectura, nos habla de la profecía mesiánica de Jacob, sobre la tribu de Judá, que obtiene una primacía, sobre el resto de las tribus. Destacan la bendición de Judá y de José, que equivale al  predominio que tendrán sobre las demás tribus, la de Judá en el sur y la de José en el  centro de Canaán. La bendición de Judá, pronostica hegemonía y poder sobre sus enemigos y superioridad sobre sus hermanos (v. 8). Su símbolo es el león, quizás por ser el rey del bosque (v.9). De Judá se habla de cetro y  bastón de mando, símbolos de realeza, alusión directa a la monarquía de David, que sometió a los pueblos vecinos y formó un reino con todas las tribus de Israel. Si la bendición aparece como una realidad que ya es, cuando se redactó el texto, también hay una mirada al futuro, una promesa de realeza duradera de carácter universal. “No se irá de Judá el báculo, el bastón de mando de entre tus piernas, hasta tanto que se le traiga el tributo y a quien rindan homenaje las naciones” (v.10). Con ello el autor sagrado está queriendo afirmar que la realeza de David se prolongará a quien verdaderamente la realeza le es propia, es decir, al Mesías. En la bendición de Jacob hay una dimensión futura y universal de la acción de Dios, bajo el símbolo de la realeza, en su pueblo pero también en la concepción de ese pueblo. En la bendición de Jacob, en el símbolo real se insinúa la acción de Dios en la historia. La alianza prometida a David, se inserta en la alianza de los patriarcas. El esplendor lo alcanza con David y Salomón, pertenecientes a esa tribu, pero su cenit lo encontramos en Jesucristo, el Señor, el Mesías –Rey de cielos y tierra (cfr. Ap. 5,5).

b.- Mt. 1,1-17: Genealogía de Jesucristo.

El evangelio, nos presenta la genealogía de Jesucristo, descendiente de Judá y David. Esta genealogía de Mateo, es descendente ya que empieza en Abraham y termina en Jesús, hijo de María y José. Entre los antepasados de Jesús, encontramos de todo, unos muy buenos y otros no tanto. Si bien, predominan los hombres, línea masculina, pero se mencionan cuatro mujeres: Tamar (Gen.38); Rahab, prostituta de Jericó (Jos. 2), que tuvo un hijo de su propio suegro; Rut la moabita (Rut 4), Betsabé, mujer de Urías y luego de David (2 Sam. 11), además de María, la Madre de Jesús. Dos de ellas, eran extranjeras: Rahab y Rut. De esta forma, queda clara la pertenencia de Jesucristo, y su solidaridad con toda la humanidad, en su condición real y pecadora. Es la acción de la providencia divina, que trabaja con la humanidad y en la humanidad, guiándola hacia Cristo Jesús. Como Hombre y Dios verdadero, Jesucristo, se convierte en el modelo del hombre nuevo. Sólo en el misterio de Dios, se esclarece el misterio del hombre, como enseña el Concilio, Adán es figura del que había de venir, Cristo nuevo Adán, revelación del Padre y de su amor por el hombre, revelándole lo que es y la vocación a la está llamado (GS 22). Si Cristo se hace hombre en el misterio de su Encarnación, es para que el hombre sea divino, es decir, hijo de Dios. Todo este movimiento, se centra en la Maternidad divina de María. Ella es la morada de Dios con los hombres, en Ella, se realizó el admirable encuentro personal de Dios con el hombre; tan divino y tan humano que el Verbo de Dios, su Palabra, se hace humano en María de Nazaret, se hace uno como nosotros. Admirable misterio de amor divino y respuesta humana.

Sor Isabel de la Trinidad, en la Navidad de 1901, escribe: “En el humilde y frío establo ¡qué hermoso está el Niño Jesús!/ ¡Oh gracia, oh prodigio, oh milagro!/ ¡Sí, ha venido para mí!/ Contemplando la gran miseria/ de los hijos que ha amado demasiado, /el Padre, lleno de ternura/ les dio su Verbo adorado. (Poesía 75).

Día 18 de Diciembre

Lecturas bíblicas

a.- Jr. 23, 5-8: Suscitaré a David un vástago legítimo.

Las predicciones de Jeremías están a punto de cumplirse: Israel ira al exilio. Son los últimos años de Sedecías, Jerusalén sufre la presión del invasor. El oráculo del rey, si bien, condena su actitud tiene un tono esperanzador, mesiánico, era lo que el pueblo exigía escuchar, porque con el enemigo a las puertas de la ciudad, parecía que todo se derrumbaba. El Ay, del comienzo, viene  significar, la amenaza de Dios contra los pastores, reyes descendientes de David, como las autoridades civiles y religiosas, que llevaron al pueblo a la apostasía, a la idolatría, y finalmente al destierro. Su final fue trágico, en cambio, el pueblo fue al exilio. Ahora es Yahvé quien asume los destinos de Israel, hará de Pastor de su pueblo, de ese resto fiel que permanece después del destierro. Exigente con las que ostentan el poder, benévolo con las ovejas descarriadas. Como Pastor, las reunirá, las llevará a su aprisco, la tierra de promisión, para que crezcan y se multipliquen. El pueblo es de su propiedad, no lo abandonará, pondrá pastores que bajo su égida y guía personal “hasta que lleguen los días” (v.5), los tiempos mesiánicos. Jeremías contempla por sobre los pastores que vendrán, hombres, fieles hasta posar su mirada sobre el descendiente de David, el vástago legítimo que Yahvé suscitará e instalará como rey sobre su pueblo. El profeta Jeremías, habla de un “Germen” justo que brotará  del linaje de David (v.5). Será justo y prudente. Su nombre será “Yahvé, Justicia nuestra” (v.6). Es un anuncio de la venida del Mesías y la instauración de la monarquía davídica, pero desde una perspectiva nueva, cimentada en la justicia, prudencia y el derecho sobre la tierra. Si Sedecías significaba: Yahvé es mi justicia, el nombre del vástago de David, en cambio,  será: “Yahvé es nuestra justicia” (v. 6). Como cristianos, sabemos que sólo en Cristo Jesús, se cumplió esta profecía de Jeremías, que sobrepasó con creces las expectativas del profeta. Yahvé no sólo ha sido nuestra justicia con su presencia y acción salvífica, sino que, se ha hecho Emmanuel, es decir, Dios con nosotros. Finalmente (vv.7-8), vienen a confirmar que el futuro del misterioso vástago, luego del destierro será de tal esplendor que la salida de Egipto, el Éxodo, acontecimiento central de la historia del pueblo, será un recuerdo, comparado con la liberación de las esclavitudes que traerá este Germen Justo. Ese vástago es Jesús, el Salvador. Es por medio de José, que Jesús entra en el linaje de David, cumpliéndose así el oráculo de Jeremías: Dios es nuestra justicia, es decir, nuestra salvación.

b.- Mt. 1, 18-24: El hijo de María viene del Espíritu Santo.

Si bien, María era la mujer prometida de José, resultó que antes de vivir juntos, ésta esperaba un hijo.  ¿Romper el compromiso?, ¿denuncia pública o el repudio? Como un hombre bueno, José decide abandonarla en secreto (v. 19). La intervención divina, no se deja esperar. “Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto. Así lo tenía planeado, cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.» Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: «Dios con nosotros.” (vv. 19-23). El esposo,  no duda en hacer la voluntad de Dios en su matrimonio. Las palabras del ángel, le dan la seguridad que necesitaba, luz para emprender la misión que se le confía. Será el padre legal del hijo de María, venido del Espíritu Santo, para salvar a su pueblo de los pecados. La duda, fue reemplazada por la obediencia a la fe.  Así como José  desciende de  David por razones genealógicas, también se inserta en el dinamismo de la obediencia a la fe, con la que asume, una misión que está en la economía de la salvación dispuesta por Dios Padre. De este modo José, como María, se convierte en modelo de fe y obediencia a la voluntad del Padre eterno. Prototipo bíblico de este Adviento, hombre de fe; lo mismo la vida de todos nosotros está llamada a ser, vocación y proyecto, que Dios nos ha entregado para vivir en fe, en esperanza y en el amor, como respuesta a ese querer salvador. De imitar, es el respeto y temor santo de Dios que invadió el alma de José, al conocer la voluntad de Dios, manifestada en su esposa María; su integridad y silencio, su vida de oración y trabajo, su disponibilidad absoluta al querer hacer de su misión y un servicio a la redención del hombre caído.    

Sor Isabel escribe con motivo de la Navidad: “Ese dulce Cordero pequeñito/ es la luz eterna y verdadera, / el que reina en el seno del Padre, /y su plena verdad manifiesta. / ¡Oh pura, Oh dulce visión!/ En mi alma de nuevo se cumple/ el grande, el sublime misterio,/ de una nueva Encarnación” (Poesía 75).

Día 19 de Diciembre

Lecturas bíblicas

a.- Jc. 13 ,2-7. 24-25: Anuncio del nacimiento de Sansón.

Es quizás el libro de los Jueces, que conceda más relieve a la acción del espíritu de Yahvé (cfr. Jc. 3,10; 6,34; 11,29; 13,25). Y es precisamente en Sansón en quien más se nota esta realidad, de ser guiado por el espíritu de Yahvé. Una lectura superficial  de sus aventuras, nos puede dar la impresión de ser extravagancias, pero es precisamente, que el autor con ese lenguaje quiere dejar en claro la fuerza de Dios en la vida de Sansón. Es un poseído por el espíritu. La pertenencia de los israelitas a un pueblo los colocaba en una relación especial con su Dios. Dentro de esta pertenencia encontramos grados de consagración: los nazir. Esta institución dio origen al nazareato que estuvo vigente hasta el NT., San Pablo se encontraba entre ellos (cfr. Hch.18,18). Eran los consagrados Dios, nazareato que podía ser de por vida o temporal, Sansón está consagrado a Yahvé desde el vientre de su madre (v.5). él comenzará a salvar a Israel de la mano de los filisteos. La efusión del espíritu, ser nazareato, tenía una función salvífica. Gedeón se queja de pertenecer al clan  más pequeño de la tribu de Manasés y de ser el último de la casa de su padre (cfr. Jc. 6,15). Será la fuerza del espíritu de Yahvé, la que fortalecerá la vida de todos los Jueces. Esta presencia del espíritu de Dios en la vida de Israel y en hombres insignes, viene a evitar el orgullo de creer que con el sólo esfuerzo humano se libra de sus enemigos, sino confirmar que la victoria viene del espíritu de Dios.

b.- Lc. 1, 5-25: Anuncio y nacimiento de Juan hijo de Zacarías.

El evangelio nos presenta, el anuncio y el nacimiento de Juan Bautista. Zacarías,  sacerdote del templo de Jerusalén, sirve en el templo de Jerusalén: le toca el turno de quemar el incienso, en la oración de la tarde, se hacía sonar el  cuerno, y salir para bendecir al pueblo. Pero sucedió algo no habitual: se le aparece  el ángel del Señor y le anuncia que su oración ha sido escuchada: va a  ser  padre (v.13). Se puede pensar que Dios escuchó un antiguo deseo del matrimonio,  formado con su  mujer Isabel; ambos entrados en años y ella, estéril. También se  puede interpretar, que su petición es de tipo salvífica para el pueblo. La verdad, es  que ambas realidades, se dan en este  niño que nacerá, puesto que será una alegría  para el matrimonio de Zacarías e Israel (v.14). Pero el sacerdote no cree lo que se le anuncia, cuenta sólo  con sus posibilidades; exige pruebas, que por cierto, no se le conceden (cfr. Gn. 15,  8; Lc. 1, 34). Como hombre versado en la Escritura, debería haber comprendido el  mensaje divino, María de Nazaret es una adolescente, y como Abrahán,  el primero  al que hablaba Yahvé en esos términos, también exigió pruebas (v.18; cfr. Lc. 1,34; Gn. 15,8). Pero el plan de Dios, no se detiene por las dudas de Zacarías,  porque el mismo, se convierte en signo de su plan de salvación, el ángel lo deja  mudo, castigo, que es secreto, guardará esa mudez hasta que se cumpla lo  anunciado (v. 20). El pueblo espera afuera inquieto, contempla a Zacarías, que es  incapaz de pronunciar la bendición (cfr. Nm. 6, 22-27). La importancia del ángel, está en el mensaje que comunica, es el primero del  evangelio que se comunica a un hombre, es la Buena Nueva que llega a Zacarías, y  la identificación que hace de sí mismo, es el arcángel Gabriel, protagonista del libro de  Daniel (cfr. Dn. 9). Le da razones para tranquilizarlo con esta visión, que no es  producto de su imaginación. Le anuncia que será padre de un niño, le impone el  nombre de parte de Dios, se llamará Juan, que significa, “Yahvé ha sido generoso  o  será grande a los ojos del Señor” (v.13), se lo confirmará con el testimonio que  dará a lo largo de su existir, y la creencia popular de los judíos, que el nombre  influía en la persona que lo recibía. Si bien, el nombre lo colocaba el padre, que lo  haga Dios, viene a significar, que aquel niño va a ser grande dentro de su plan de  salvación. Su concepción en el seno de su madre Isabel, será motivo de gozo no  sólo para ellos, como para todo Israel (v.14). El ángel detalla la figura y misión de  este niño: Será grande ante el Señor…  estará lleno de  Espíritu Santo y convertirá al Señor su Dios, preparará al Señor un pueblo bien dispuesto (vv. 15- 17). La mujer de Zacarías, Isabel, era de la familia de Aarón, lo que da al hijo  que va nacer un doble linaje sacerdotal. A ella no se le pide el consentimiento para ser madre, sino que se le anuncia un hecho consumado, agradece el gesto de Dios, pues borraba su oprobio. Juan, el niño que va a nacer de manera prodigiosa, se asemeja a Isaac y Samuel, su  nombre describe que será un favorecido de Dios (cfr. Mt. 11, 14; Mal. 3, 23; Gn.18, 9-15; 1Sam. 1,9-19).  Ante el vino nuevo del evangelio  que traerá Jesús, será una exigencia para Israel, renovar los viejos odres de sus  mentes y estructuras: esta es la misión exclusiva de este niño, Juan, que orientará su destino y existencia hacia Cristo Jesús, el Mesías, el Salvador. 

Sor Isabel de la Trinidad escribe con motivo de la Navidad: “¡No vivo yo, El vive en mí,/ ¡Oh esto es ya la visión!./ La visión que nunca se borra/ mientras dura la vida de fe./ Viene a revelar el misterio,/ a enseñar los secretos del Padre,/ a llevar de claridad en claridad/ hasta el seno de la Trinidad.” (Poesía 75).

Día 20 de Diciembre

Lecturas bíblicas

a.- Is. 7,10-14: La virgen está encinta.

El anuncio del profeta Isaías, es una forma de contrarrestar el deseo del rey Ajaz, de hacer alianzas políticas, con sus enemigos en lugar de confiar en Yahvé. La señal que el Señor le da es el nacimiento de un hijo que  asegurará la supervivencia del linaje de David, según la promesa hecha por Dios a éste por boca de Natán (cfr. 2Sam7; 1Cro.17). Pero Ajaz no está dispuesto a cambiar su política con Asiria, se desentendió de la propuesta del profeta (cfr. Is.10,9). Decisión que trajo a Judá el vasallaje asirio (cfr. 2 Re.18,7). Lleno de hipocresía renuncia al signo, que le ofrece Yahvé, puede pedir algo que está en lo profundo de la tierra, como el Seól, o de lo más alto de los cielos, es decir, el rey puede pedir cualquier cosa, con lo que pretende demostrar, que no duda de Yahvé. Argumenta no querer tentar a Yahvé, cono lo no sólo rechaza la ayuda de Dios, sino que pervierte el sentido Escritura para su beneficio (cfr.Is.7,2; Dt.6,16). El profeta hace su proclama contra el rey y su corte dirigiéndose a la Casa de David para actualizar el pacto hecho por Yahvé con David; además manifiesta al rey que Dios y él están hartos de su voluntad  sea rechazada (cfr. 2Sam.7,1-17; Ex.32,7-14). Isaías sabe que precisamente el temor del rey está en que se cumpla el signo, y tener que cambiar sus planes; pero el signo se dará independientemente de su voluntad porque Dios viene a auxiliar a su pueblo. El signo es una joven que espera un hijo, que tendrá un nombre simbólico, Emmanuel, es decir, Dios con nosotros (cfr. Is.1, 26; 8,8.10; Sal.46, 8.12). La joven aludida puede ser una esposa del rey, el hijo sería Ezequías (cfr. Dt.1, 39; 1Re. 3,9), quien posibilitó un tiempo de apogeo para Israel (cfr. Is.7,17). Sin embargo las expectativas de salvación que traerá el Emmanuel, superan el ámbito de Ezequías y dibujan la esperanza en la llegada del Mesías definitivo, el Ungido, que gobernará según la voluntad de Dios (cfr. Is.9,1-6;11,1-9).  Será Mateo quien relacione la profecía de Isaías con María Virgen, que da a luz un hijo sin concurso de varón, síntesis de lo humano y lo divino, en cuya muerte y resurrección se dan cita todos  los anuncios del libro del Emmanuel, ya nadie durará de la proyección mesiánica y salvífica, cuyo Emmanuel alcanza su madurez en Jesús (cfr. Mt. 1, 22-23). El ángel le asegura a María que el hijo que tendrá será por obra del Espíritu Santo, a quien pondrá el nombre de Jesús, será llamado Hijo de Dios.

b.- Lc. 1, 26-38: Anuncio del ángel a María

Del evangelio, se desprende el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios, en las entrañas de María de Nazaret. El ángel saluda a  la joven María con la palabra “Salve”, que traducimos por “Alégrate” porque el Señor la ha colmado de su gracia, de su favor, le promete su presencia y acompañamiento. Es la forma de asegurarle que en la misión le confiará no estará sola, porque no le faltará dificultades (v.28). Este actuar de Dios, no se debe a méritos propios de la joven,  sino que es pura gratuidad de su parte. La inquietud de la joven,  la responde el ángel aclarando el motivo de su visita: por benevolencia divina será Madre y pondrá a su hijo el Nombre de Jesús. Le explica la función que cumplirá en la historia de la salvación (vv. 32-33), para más tarde darle al Hijo que nacerá los títulos de: Santo y de Hijo de Dios (v.35). La forma en que será concebido, demuestra el poder Dios y la importancia que tendrá este hijo y que sólo Dios es su Padre (v.34). El nombre Jesús, significa: “Yahvé salva”. Nombre y misión van muy unidos: Jesús fue Salvador de su pueblo y de la humanidad. Respecto a los títulos que el ángel le da: “Jesús será grande”, hijo de David (v.32), e Hijo del Altísimo” (v.32), es decir, Hijo de Dios. Es un nuevo rey que está por nacer en Israel (cfr. Sal. 82, 6), “Dios le daré el trono de David su padre...” (vv. 32-33). Recibirá ese trono por su padre legal, José, un reinado sobre la casa de Jacob, es decir, de todo Israel. Una promesa hecha a todos los descendientes de David, se concretiza en una persona, que reinará para siempre. Es la promesa de Natán a David, recreada por el evangelista y aplicada a Jesús (cfr.2Sam.7, 16). El cómo de la concepción de Jesús menciona el poder Creador de Dios por medio de su Espíritu (cfr. Ez. 37,14; Jdt.16, 14). Si Dios pudo crear al hombre de barro, también lo puede hacer en el seno de una mujer (cfr. Gn.2,7s). La sombra del Espíritu, alude a la presencia de Dios, la nube que se posaba sobre el arca de la alianza cuando se detenía la caravana (cfr. Ex. 40,16), pero además tiene el sentido de protección y presencia visible de Dios (cfr. Lc. 9,34). Lo llamará Consagrado, como primogénito, debía ser consagrado a Dios, también se le llamará Hijo de Dios, si era descendiente de David según la carne, ahora es Hijo de Dios gracias a su Espíritu. María de Nazaret, la joven humilde que confía en Dios, pertenece a la espiritualidad de los Anawin, los pobre de Yahvé. Conocido el plan de Dios la joven acepta que eso se cumplirá en el futuro, es la esclava del Señor, que acepta la voluntad de Dios en su vida (v. 38). Se pone a disposición del Todopoderoso, con lo que el evangelista prefigura la actitud de los que serán de la nueva familia de Jesús: los que aceptan su palabra. María se convierte en el discípulo ideal, porque su importancia no radica tanto, en ser la madre biológica de Jesús, sino en escuchar la palabra de Dios y aceptarla en su vida. 

Sor Isabel de la Trinidad escribe con motivo de la Navidad: “¡Qué bueno es en el silencio/ escucharle ahora y siempre, / gozar en paz de su presencia/ para entregarse totalmente al amor! / Oh Cordero puro y manso, / Tú sólo eres mi único Todo. / Tú lo sabes bien, tu prometida / se siente por el hambre acometida.” (Poesía 75).

Día 21 de Diciembre

Lecturas bíblicas

a.-  Ct. 2,8-14: Levántate, Amada mía, hermosa mía, ven.

El Cantar de los Cantares nos presenta la voz de la esposa, que se dirige al esposo en un lenguaje hecho de poesía, expresión de un amor apasionado. Desde lejos contempla la presencia del esposo, lo reconoce, por su voz, sus pasos, signos que a los demás pasan inadvertidos. Viene hacia ella corriendo, saltando, como si fuera una gacela o un cervatillo. Animales que abundaban en el tiempo en que se compuso esta obra de sabiduría y poesía hebrea. De trasfondo, encontramos el afecto y la emoción de la presencia que el amado ha provocado en la esposa. Lejos de ser un ladrón, el amado, es el amigo que viene a encontrarse con su amada y viene a compartir las delicias de amor. Detrás de la cerca, mira por las ventanas, atisba por entre las rejas y la llama: “Levántate amor mío, hermosa mía, y vente” (v.10). La alusión a las palomas que habitan en la grietas de las rocas, en los wadis profundos de Judea, vienen a significar, espacio para la intimidad, para la conversación amorosa y la mutua contemplación. Con razón la esposa puede decir: “Mi amado es mío y yo de mi amado” (Ct. 2,16). Esta lectura en Adviento nos habla de la Esposa que es la Iglesia y Yahvé es el Esposo. María Inmaculada, representa al pueblo de Dios: “Toda hermosa eres, amada mía, no hay tacha en ti” (Ct. 4,7). Desde el momento de su Concepción, María está limpia de pecado, es la esposa pura de Yahvé, para ser la Madre de Dios. María es modelo de la Iglesia, la única y verdadera esposa del Hijo de Dios que esperamos en este tiempo de Adviento. Nuestra esponsalidad, viene de nuestra condición de bautizados,  con el único Esposo Cristo Jesús.

b.- Lc. 1, 39-45: Bendita tú entre las mujeres  bendito el fruto de tu vientre.

En la Visitación de María a su prima Isabel, encontramos el gozo y la alegría, que se refleja la actitud de Isabel, y del pequeño Juan, que lleva en su seno (cfr. Lc.1, 28). Se gozan de la visita de la Madre de Dios, que porta en su seno al Mesías Salvador. Estas dos madres y sus respectivos hijos, están unidos por sus destinos: Isabel representa la Antigua Alianza, María, en cambio, la Nueva Alianza, la humanidad redimida. En Ella, contemplamos la nueva Arca de la Alianza, contiene la presencia del Mesías, concebido por obra del Espíritu Santo (vv.42-45). María Santísima, llena de la gracia divina, plena del Espíritu Santo, cree en la palabra que le fue anunciada, por eso, se convierte en Madre de Jesús (cfr. LG 56). Por la fe que la mueve, María es dichosa, se convierte en la primera creyente y primera discípula de Jesucristo, primera cristiana en la Iglesia (cfr. MC 35).  La Maternidad divina, es fruto de una fe obediente a Dios, una fe activa, no un instrumento pasivo, en las manos de Dios Padre y del Espíritu Santo, María colaboró activamente a la salvación de los hombres. San Agustín, enseña que María, es más dichosa, por haber concebido a Cristo primero por la fe, y luego en su seno; más dichosa por ser discípula de su Hijo, haciendo la voluntad de Dios, que por ser Madre física de Jesús (cfr. S. Agustín, Sermones 25 y 69; GS 53). Se puede decir, que María es Bienaventurada, por creer a la palabra y guardarla, como canta Isabel: “¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!” (Lc. 1, 42), y como lo hizo esa mujer del pueblo, que lanza una alabanza a la Madre del Maestro de Nazaret (cfr. Lc.11, 27-28). En María, se reúne en una perfecta sinfonía, la creyente y la que cumple la voluntad de Dios, que hizo suya con un Sí incondicional. Por María, Dios entra en la humanidad, para realizar la redención del mundo, con el cambio, que encierra el Reino de Dios, que en el Magnificat, se hace Cántico de esperanza teologal. María, es la creyente en Dios, modelo de fe para todo cristiano y que nos enseña a llenar de fe la propia existencia personal y eclesial.

Sor Isabel de la Trinidad, comenta la Visitación así: “Cuando leo en el Evangelio «que María corrió con toda diligencia a las montañas de Judea» (Lc. 1, 39) para ir a cumplir su oficio de caridad con su prima Isabel, la veo caminar tan bella, tan serena, tan majestuosa, tan recogida dentro con el Verbo de Dios... Como la de El, su oración fue siempre: «Ecce, ¡heme aquí!» ¿Quién? «La sierva del Señor» (Lc. 1, 38), la última de sus criaturas. Ella, ¡su madre! Ella fue tan verdadera en su humildad porque siempre estuvo olvidada, ignorante, libre de sí misma. Por eso podía cantar: «El Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas; desde ahora me llamarán feliz todas las generaciones» (Lc. 1, 48, 49).” (Últimos Ejercicios 40).

Nota Bene: Este año 2013 el día 22 de diciembre, celebramos el Cuarto Domingo de Adviento en este día.

Día 22 de Diciembre

Lecturas bíblicas

a.- 1 Sam. 1,24-28: Ana da gracias por su hijo Samuel.

En esta lectura, encontremos un eco de varios Salmos, los “Cánticos de Sión” donde encontramos la nostalgia de los piadosos judíos, y su devoción por la ciudad santa de Jerusalén, en particular, por el templo de Yahvé (cfr. Sal. 46; 48; 76; 84; 87 y 122). Ana, agradece la maternidad y consagra a Samuel a Dios en el templo, que queda al servicio del sacerdote Elí. Su oración es todo un acto de fe en la omnipotencia de Yahvé: “Óyeme, señor. Por tu vida, señor, yo soy la mujer que estuvo aquí junto a ti, orando a Yahvé. Este niño pedía yo y Yahvé me ha concedido la petición que le hice. Ahora yo se lo cedo a Yahvé por todos los días de su vida; está cedido a Yahvé. Y le dejó allí, a Yahvé” (vv.26-28). Esta oración de agradecimiento por el nacimiento de Samuel es motivo para que Ana eleve su cántico a Yahvé, prototipo del Magnificat de María, la Madre de Jesús (cfr. 1Sam. 2,1-10), que expresa la esperanza de los humildes, que termina evocando al Rey y Mesías (cfr. 1Sam.2,10). Samuel representa al sacerdote que se consagra al servicio del santuario desde su más tierna edad. Pertenecía a la tribu de Efraím (cfr.1Sam. 1,1) y ejerció su ministerio sacerdotal en su vertiente profética (cfr. 1Sam.7,9; 9,13;10,8). Pero a este ministerio profético, se une la de juez o sea que nos encontramos ante una personalidad muy completa al servicio de Dios y de Israel, previo a la época monárquica.

b.- Lc. 1,46-56: El canto de María, la Madre de Jesús.

En el evangelio, María canta las maravillas que Dios ha hecho en su vida. El evangelista, sitúa el Magnificat en el contexto de la Visitación: Isabel llena del Espíritu Santo, proclama la grandeza de María denominándola: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!” (vv. 42-45). Ella es la portadora de la bendición definitiva, que se concreta en Jesucristo, el Señor.  María, canta la grandeza de Dios y su predilección por los pequeños y humildes; responde con un cántico antiguo, pero de contenido totalmente nuevo. Toda su grandeza es obra de Dios, y por ello, se torna canto su agradecimiento. En él, se reúne la síntesis de la fe del pueblo de la antigua alianza, la espera de los profetas, fiado de las promesas de Dios hechas a su descendencia para siempre. Su canto testimonia que Jesús es portador  de aquella plenitud escatológica, que el pueblo de Israel, buscaba ansiosamente. Los olvidados y marginados, son ahora los protagonistas de la historia de Dios, que los prefiere, a los poderosos y soberbios de este mundo. Los diversos textos bíblicos, que subyacen en el Magnificat, nos hablan de las aspiraciones seculares de Israel, pero además de la humanidad redimida por la pasión y resurrección de Jesucristo, alegría y esperanza de los pobres de ayer y siempre. La llegada del Reino de Dios ha desencadenado, por la palabra de Jesucristo, el evangelio, una transformación. El Dios Santo, Justo y misericordioso del Magnificat, pone en marcha un proceso histórico que invierte el viejo orden de injusticia y maldad, por el que pregonan las Bienaventuranzas, código de santidad y convivencia, de reconciliación paz, fraternidad y solidaridad entre los hombres y pueblos (cfr. Mt.5, 3-12). Mucho ha sufrido la humanidad a manos de tiranos y soberbios, ayer y hoy, por lo tanto, gran parte de esa misma humanidad está por la paz, la solidaridad, la justicia, la libertad, etc. El Reino de Dios, no tolera situaciones de injusticia, y ofensa a los derechos humanos. Dios en Jesucristo, se ha revelado como fuerza de amor misericordioso que levanta a los humildes, colma a los hambrientos, contra la injusticia, verdadera idolatría de los hombres que termina divinizándose a sí mismos. María, Madre de Jesús, inserta al Dios y Hombre, verdadero en una sociedad de pobres y humildes, los pobres de Yahvé, preferidos de Dios, y destinatarios del Reino de Dios, predicado por Jesús. Su canto no es una proclama social y política, sino la constatación que sólo Dios es la riqueza verdadera del hombre, por ello, quien se encuentra satisfecho de sí mismo y de bienes materiales, en realidad está vacío. La verdadera riqueza consiste en abrirse al evangelio de la gracia de Jesucristo, al perdón de los pecados y extender su reinado a los demás, lo hace verdaderamente rico. María en este proceso es modelo acabado de discípula. Finalmente, este Cántico de María, es himno de su gloria: se le glorifica porque ha creído en Dios, y ha permitido que Dios realice grandes obras en ella. De ahí que todas las generaciones, la proclamarán Bienaventurada (v.48). En su misterio pascual, Cristo Jesús, da la vida nueva a la humanidad, y en su Madre, tenemos a Santa María del Adviento. 

Sor Isabel meditando acerca de la respuesta de María a Dios Padre escribe: “Amar es seguir las huellas de María,/ exaltando la grandeza del Señor,/ al tiempo que su alma arrebatada/ entonaba su cántico al Señor./ Vuestro centro, oh Virgen fiel,/ era el anonadamiento,/ pues Jesús, Esplendor eterno,/ se ocultó rebajándose./ Es siempre por la humildad/ como el alma le engrandece./ San Pablo en su poquedad/ «me glorío, gritaba, en el Señor,/ pues así la fuerza del Redentor/ triunfa en mi corazón». (Poesía 94).

Día 23 de Diciembre

Lecturas bíblicas

a.- Mal. 3,1-4. 23-24: Envío mi mensajero a prepararme el camino.

La primera lectura, es una crítica a los malos pastores del pueblo de Israel. Es el tiempo de Esdras, tiempo de la restauración después del exilio. El Señor enviará  a su mensajero para anunciar la renovación del culto por medio de un fuego purificador; vendrá también el profeta Elías, antes del día del Señor, para convertir los corazones de padres e hijos, para evitar el castigo. Yahvé tiene sus mensajeros, y cuando se menciona el día del Juicio y la justicia realizada por Dios, éste enviará su mensajero por delante. Su labor será preparar a los hombres para la llegada del Juez, Yahvé. Cuando se hace hombre, en la persona de Jesús de Nazaret, y desde la Cruz juzgue al mundo, sólo entonces comprenderemos que ha sido Juan el Bautista, el principal mensajero que prepara su camino.  Más importante que el mensajero, era la certeza que Yahvé venía a juzgar al mundo. En ese día hasta los justos se sentirán pecadores; Yahvé juzgará no por criterios humanos, sino según su propia justicia, que purifica y justifica. Las imágenes del fuego y la lejía expresan esta realidad con fuerza incontenible (v.2). La purificación comienza por los hijos de Leví, es decir, los sacerdotes, y luego, se hace extensiva a todas las clases sociales: los hechiceros, los cultores de artes mágicas, los adúlteros, los jueces y las injusticias cometidas contra la viuda, el huérfano y el forastero (cfr. Ex. 22, 17; Mal. 2,14; Ex. 20,14). Eran las quejas de los justos y la respuesta profética frente a los opresores; Dios permanece fiel y actuará en el momento oportuno. Ellos no dejan de ser hijos de Jacob, alejados, rebeldes, aunque siguen siendo herederos de la promesa y de la Alianza. Pecado, castigo y fidelidad divina,  se conjugan admirablemente para salvar al Resto mediador de Israel. La profecía termina anunciando la vuelta del profeta Elías, el primero de los profetas, que reaparecería en el comienzo del NT (cfr. 2Re. 2,11; Eclo. 48,10-12). Elías vino en la persona de Juan el Bautista, según Jesús (cfr. Mt.11, 7-14; 17,10-13; Mc. 9, 2-13), pero también con ÉL; vemos así realizada la verdadera conversión y el Juicio en el amor.

b.- Lc. 1, 57-66: Nacimiento de Juan, el Bautista.

El evangelio nos narra el nacimiento de Juan, que con el espíritu de Elías, viene a anunciar la venida del Mesías. Su nacimiento, circuncisión e imposición del nombre, son motivo de alegría para sus padres. A Isabel le ha llegado su hora, motivo de gozo, aunque en este caso, con matices muy significativos: padres eran ancianos, ella estéril, por ello imposible, que pudieran concebir un hijo. Para Dios nada hay imposible y han podido ser padres. Pero al evangelista le interesa destacar que Juan no es el resultado de una casualidad  biológica, sino el amor de sus padres, que  deseaban un hijo y el poder de Dios, que guía la historia de los hombres. El mejor signo de ese poder es la fecundidad de unos ancianos, e resultado, el nacimiento de Juan, prepara dentro de la línea de los profetas de forma inmediata el camino para la llegada de Jesús de Nazaret. Los parientes quieren ponerle por nombre Zacarías, como su padre, pero los padres, saben que el niño es su hijo, en el fondo, es un regalo de Dios, y que le ha destinado una gran misión, por ello le ponen por nombre Juan, como lo había llamado el ángel (cfr. Lc.1,13). Acaba la mudez de Zacarías, signo de la verdad de las palabras del ángel acerca del nacimiento de este niño singular; ante la verdad de Dios, ante su presencia, el hombre debe callar; se terminan las objeciones y las resistencias (cfr. Lc.1, 18-20). Puesto el nombre al niño, viene de nuevo la palabra a Zacarías; la presencia de Dios, no destruye la realidad humana de Zacarías, sino que la enriquece hasta que irrumpe en un Cántico de alabanza que conocemos como  Benedictus que la Iglesia recita en los Láudes, la oración por la mañana (cfr. Lc.1, 67-79). Finalmente, queremos que Dios fecunde nuestra vida con su palabra en Cristo Jesús, que mudos podamos escuchar a Dios en un silencio fecundo y contemplativo, para que se eleve nuestra voz echa alabanza por su obra en nosotros. Actualizar el ministerio de Juan el Bautista, porque Dios estaba con él, también estará con nosotros, si en este Adviento, preparamos los caminos de Jesús por medio de la conversión diaria a la justicia y verdad, paz y amor. 

Sor Isabel de la Trinidad medita sobre en la fiesta de la Trinidad y su obra en el misterio de la Encarnación: “En profundo silencio, en inefable paz, / en oración divina nunca interrumpida,/ rodeada toda de eternas luces/ se mantenía el alma de María, Virgen fiel./ Su alma, como un cristal reflejaba / el Huésped que la habitaba, Belleza sin ocaso. / María atrae al cielo. Y allí el Padre la entrega su Verbo, para ser su madre. / El Espíritu de amor con su sombra la cubre, los Tres vienen a ella, el cielo todo se abre, / y se inclina, adorando el misterio/ de Dios que se encarna en esta Virgen Madre!” (Poesía 79).

Día 24 de Diciembre

Misa de la mañana

Lecturas bíblicas

a.- 2Sam. 7, 1-5. 8-12. 14-16: El reino de David durará por siempre.

En la primera lectura, encontramos los deseos de David y los de Dios, para con David. La profecía de Natán, es la carta magna, que confirma la dinastía davídica: “Tu casa y tu reino permanecerán para siempre ante mí; tu trono estará firme, eternamente.” (v.16). Él quiere construir un templo para Yahvé, pero Natán le asegura, que es el mismo Dios, quien edificará a David una casa, una dinastía para siempre. La monarquía es un avance histórico, una innovación en la estructuración institucional de Israel, organizado hasta ahora en un sistema federal, en que cada tribu poseía su autonomía. Concentrar el poder en las manos del rey, tener como capital Jerusalén, supone un avance respecto a las tradiciones instituidas por Moisés y el Sinaí. Este nuevo binomio, David y Jerusalén, es toda una novedad. Esta profecía de Natán, es el refrendo divino de la monarquía davídica. Respecto a la permanencia eterna de su casa, su dinastía, y lo inconmovible de tu trono, antes de morir el propio David afirma: “Pues firme ante Dios está mi casa, porque ha hecho conmigo un pacto sempiterno, en todo ordenado y custodiado.” (2Sam. 23,5). David relee la profecía de Natán y el compromiso de Yahvé con su dinastía, como un pacto, semejante al que hizo con Abraham (cfr. Gn.15). Este pacto mantiene alto el ánimo y la esperanza de Israel sobre todo en los momentos difíciles. Es luz para el caminar de Israel en su devenir histórico para los deseos salvíficos de Yahvé. “Pero en atención a David, le dio Yahvé su Dios una lámpara en Jerusalén, suscitando a su hijo después de él y manteniendo en pie a Jerusalén” 1Re 15,4); “Pero Yahvé no quiso destruir a Judá a causa de David su siervo según lo que le había dicho, que le daría una lámpara en su presencia para siempre.” (2Re. 8, 19). Mientras resplandezca la lámpara de David, todo es posible, nada está perdido.

b.- Lc. 1, 67-79: El Benedictus. El canto de Zacarías, padre del Bautista.

En este texto encontramos dos momentos la alabanza  a la redención que traerá el Mesías (vv.68-75), y la profecía sobre Juan Batista y Jesús (vv.76-79). En un primer estadio encontramos a Zacarías, padre de  Juan, que canta el cumplimiento de las promesas de Dios Padre. Esa fidelidad se hace efectiva en el nacimiento de su hijo Juan. Este cántico el Benedictus, es una síntesis de citas del AT., que expresa la esperanza de Israel. Bendición y acción de gracias, forman la primera parte del canto, para luego, presentar una visión que aunque habla en pasado se refiere al futuro, que nace de la acción del Precursor, que prepara los caminos para que venga el Mesías a su pueblo. Alaba a Dios, porque pone su mirada sobre su pueblo puesto que quiere redimirlo (vv.68-71). La idea de la salvación recorre todo el Cántico con el envío de la fuerza salvadora, un cuerno salvador, que viene de la Casa de David, alusión a la fuerza de los toros o de los guerreros que en sus cascos ponían cuernos para para reivindicar su poder (cfr. Ez. 29,21). Esperanza de liberación que en línea profética, comenzó en Egipto y los profetas mantuvieron en el tiempo es la que alude Zacarías. Esa fuerza liberará a Israel de sus enemigos, los que los odian, los judíos del tiempo de Lucas, pensaban liberarse del poder romano y ser gobernado por un descendiente de David. Luego se habla de la santa Alianza, que se refiere a las promesas hechas a los padres y comprendían a todo Israel (vv.72-73; cfr. Gn.15,18; 22,17), con lo que quiere resaltar la fidelidad de Dios a su promesas en el tiempo y que lo libra de sus enemigos. Salvación que exige un servicio a Dios, sin temor, en justicia y santidad, es decir en el culto divino, pero además, que obliga al cumplimiento de la Ley de Dios. En un segundo estadio, Zacarías se dirige a su hijo, como el profeta que irá delante del Señor a preparar sus caminos, si bien Zacarías se refiere a Dios el evangelista piensa en Jesús, cuya venida Juan presiente (v.76). La salvación trae la salvación de los pecados, Lucas, está pensando en el bautismo de Juan en que los pecadores venían con el corazón arrepentido. El pecado será el enemigo interno y de tipo espiritual, y no el político, que Jesús combatirá en todo su actividad salvadora. Se pasa del signo del cuerpo a la de una luz que viene de lo alto (cfr. Nm.24,17; Ml 3,20; Is. 60,1). El descendiente de David, es el que va a iluminar a los hombres para conducirlos por el camino de la paz. Esta Noche Santa nos visitará el Sol, que nace de lo alto, del cielo, nos visita Jesucristo con su nacimiento, luz que viene de lo alto e ilumina las tinieblas de esta noche. El esfuerzo realizado en este Adviento, por ser cristianos, sea bendecido y aumentado por la bendición de Aquel, que viene de lo alto, Sol de Justicia, que ilumina a todo hombre. La luz brota de la gruta de Belén, acerquémonos con fe contemplativa y silencio fecundo, su  amor que ilumina el corazón, sea puerta abierta a su misterio y al nuestro.

Sor Isabel escribe para la Navidad de 1904 estos versos: “En un humilde y pobre establo/ reposa el Verbo de Dios, / es el misterio adorable/ que al mundo revela el Ángel. / «Gloria in excelsis Deo.» / Tiene necesidad el Todopoderoso / de bajar, para difundir su amor. / Busca un corazón que le comprenda / y en él quiere su mansión fijar. / En su amor, olvidando las distancias, / ha soñado con una unión divina. / Desde lo alto del cielo Él se lanza / a consumar en cada instante la fusión. / Oh profundo e insondable misterio, /el Ser increado se orienta hacia mí, / a través de todo puedo contemplarle / desde la tierra, a la luz de la fe.” (Poesía 91).

P. Julio González C. 


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