TIEMPO DE ADVIENTO

PRIMERA SEMANA DE ADVIENTO Ciclo A

P. Julio González Carretti ocd


El Adviento, como tiempo litúrgico, es tiempo de esperanza. Decimos tiempo en que se cumplan las promesas hechas por los profetas a Israel en relación al Mesías que había de venir. Es el tiempo que abre el Año litúrgico, para así comenzar a celebrar el gran misterio de nuestra fe: Dios con nosotros. Durante el año celebraremos su misterio Pascual, hecho de la entrega de su vida para rescatarnos, al género humano del pecado y de la muerte. La Cruz gloriosa y la Resurrección se convierten en caminos de vida que el cristiano debe recorrer para que su condición sea tal: como hijo de Dios revivir este misterio de muerte y de vida nueva. El Adviento nos sitúa en los comienzos de nuestra Redención: hay un volver la mirada, revivir grandes promesas actuadas de Dios a su pueblo de Israel que se cumplen en Cristo Jesús en su misterio y que hoy  sus frutos nos encaminan hacia el futuro. Ese estar Dios con nosotros nos genera todo un dinamismo de conversión a los valores del  Reino: la justicia, la verdad, el amor y la paz.

Los modelos que encarnaron este proyecto de Dios en sus vidas que el Adviento nos presenta son: el profeta Isaías, Juan el Bautista, María Santísima y San José. Ellos acogieron el plan de salvación que desde toda la eternidad Dios tenía para el hombre: que consiste en devolverle al creyente su dignidad de hijo de Dios, en Cristo Jesús, pérdida por el pecado de Adán. Es el amor de Dios Trinidad, quien elige al propio hombre para ser santo e inmaculado en el amor  en su presencia (cfr. Ef. 1,4). ¿Cómo? Configurándose el cristiano al Hijo amado, podremos presentarnos puros e irreprensibles en el amor ante Dios Padre (cfr. Rm. 8, 29). La santidad es la meta, Cristo Jesús, camino verdad y vida de ese mismo destino.

Con el ciclo A, comenzamos a leer el evangelio de Mateo. Por ser judío el autor de este evangelio, quiere demostrar que Jesús de Nazaret es el Hijo de Dios, el Mesías anunciado por viejas profecías del AT. El reino de Dios anunciado por Jesús, no se identifica con la Iglesia, pero en ella se encuentra en forma privilegiada su inicio. Es el más eclesial de los evangelios, puesto que se resalta la figura de Pedro, signo visible de la unidad de la Iglesia.  Ella es el nuevo pueblo de Israel, compuesto por judíos y gentiles que acogen el Sermón de las Bienaventuranzas.  Las lecturas nos sitúan entre la primera venida de Cristo y su regreso al final de los tiempos, pero sin olvidar su continua venida a la vida del cristiano en los signos de los tiempos y en esos acontecimientos que visita a la persona y a la comunidad eclesial por medio de su Evangelio, La Eucaristía, el prójimo, la oración en definitiva la comunidad eclesial.


DOMINGO 

Lecturas bíblicas

a.-  Is. 2,1-5: El Señor reúne  a todos los pueblos en su reino.

El profeta Isaías, nos anuncia el triunfo del proyecto de Dios sobre los ataques del mal. Mientras el profeta ha descrito las acusaciones divina contra la ciudad como: la idolatría y la injusticia, la anarquía reinante, la frivolidad de sus mujeres, la tristeza y amargura, el pecado del que Jerusalén debe convertirse, ahora vislumbra en el extremo opuesto el triunfo del proyecto divino (cfr. Is. 2,6-22; 3,1-15; 3,16-24; 3,25-4,1; 4,2-6). Se trata de lo que sucederá en los días futuros, en aquél día (v.2; Is.4,2) , expresiones que con tono apocalíptico, confirman el triunfo de los creyentes al final de la historia. Este pasaje le garantiza al creyente la victoria de Yahvé, pero le advierte que en correr de la historia la semilla del mal convivirá con la simiente del bien, como el trigo y la cizaña (cfr. Mt.13,24-30). La vida del Siervo de Yahvé, como la vida cristiana es un combate contras las insidias del mal, para que traspasado por la luz divina, resplandezca en su vida la gloria de Dios. El monte de la Casa de Yahvé, deberá estar por sobre los otros montes que la circundan, lo que alude, a los santuarios idolátricos, que ahogaban de alguna forma el culto del templo de Jerusalén (cfr.1Re.11, 7; 14,23). Se trata de confesar que la Casa de Yahvé, es el triunfo de Yahvé sobre los ídolos al final de los tiempos. Este es un gran consuelo para Israel, lo que hace que las naciones se sientan atraídas hacia Jerusalén (cfr. Is.2,2; 56,6-8; 60,11-14; Za.8,20; 14,16). A la conversión de Jerusalén sigue la subida de las naciones que acudirán a la Casa de Yahvé para adorar a Yahvé; dicha revelación al final de la historia  hace que Yahvé sea el único Dios de todos los pueblos, ya que las naciones subirán a Jerusalén para seguir sus senderos (v.3). Estos caminos son imagen de la Ley y Palabra que los pueblos asumirán como suyos; Ley y Palabra proclamadas desde Jerusalén, indican las enseñanzas e instrucciones que Dios otorga a los que acuden a Él para que vivan según sus designios (v.3). Esta victoria de Yahvé trae la paz definitiva y la justicia, será árbitro de las naciones; paz que se entiende como armonía, es decir, justicia social para todos. La conversión de los pueblos los convierte en instrumentos de progreso, azadas y podaderas,  y no de destrucción, espadas y lanzas, servidores de la paz verdadera (v.4; Is.2,4-5; Jl. 4,9-11; Os.2,2; Za.9,9-11). Se podría pensar que el profeta mira sólo al futuro, al final de los tiempos, sin embargo, la idea es suscitar en la Casa de Jacob, a comenzar el camino de conversión a Yahvé: “Casa de Jacob, venid y caminemos a la luz de Yahvé”  (V.6; 60,1-3). La luz de Yahvé alude a al momento de la Creación, que antes reinaba el caos, la confusión y oscuridad, como ahora Judá y Jerusalén, amenazados por la idolatría (cfr. Is. 1,28-31; Gn.1,2). La luz de Yahvé viene del cielo y descenderá sobre Jerusalén para que  deje de ser ciudad adúltera y  convertirla en la ciudad leal, con la Palabra y la Ley, hacia donde suben todas las naciones (cfr. Is.1, 21.26; 2,2). Una vez convertido Israel posibilitará que la nueva Jerusalén, la Casa de Yahvé, haciendo que las naciones acuda a Sión a conocer la manifestación del único Dios de Israel.

b .- Rom. 13, 11-14: Nuestra salvación está cerca.

San Pablo, coloca los principios de la moral cristiana, en continuidad con del AT, moral sencilla, cuyo mirada se centra en el amor al prójimo. Los preceptos que tocan la moral, tienen como destino y están condicionados por este amor al prójimo. Lo que implica primero amarse a sí mismo, con una impronta personal, para luego, pensar en el prójimo, él que no se escoge, si no que se acepta como viene, como se presenta, es la presencia del Dios insospechado, completamente Otro, siempre sorprendente, eterna novedad. Esta moral nos habla de la velocidad del paso del tiempo, por lo tanto, tener en cuenta el momento presente es fundamental (v.11) no hay que perderlo en cosas sin importancia: nada de desenfrenos ni en lo afectivo ni sensual, el día se avecina, despojarse de las obras de las tinieblas, nos llama a la conversión (v.13). La antítesis luz y tiniebla, mientras esta última simboliza la debilidad, la falta de esperanza, la luz es signo de tomar conciencia de la propia condición de hijo de Dios, avanzar por el camino de la santidad. La moral cristiana es dinámica dentro del devenir de la historia. Nos previene que el Día del Juicio está  por venir. La salvación está más cerca de cuando empezamos a creer, si hemos hecho el trabajo de creer cada día, las veinticuatro horas en el Señor Jesús. Caminar en la luz es tener conciencia clara de vivir en la presencia del Señor. Las armas de la luz: son la Palabra y  la gracia de Dios, para iluminar las propias oscuridades, estado de confusión; no caer en las trampas y resistir los ataques del enemigo. Conducirse en pleno día, es vivir y hablar de la fe que ilumina los caminos del espíritu humano, llenan de luz hasta el propio mediodía, porque arde en lo profundo de su ser el amor de Dios. Es el paso de la confusión moral reinante ayer y en muchos ambientes de hoy, a la luz de Cristo, como el ciego que quería ver, fijar la mirada en ÉL, para salir del fango a poner los pies, arrimarse a la roca firme que es Cristo.

c.-  Mt. 24, 37-44: Estad  alerta para no ser sorprendidos.

El evangelio tiene dos momentos: habla de la vigilancia ante la inminente venida de Cristo como Juez de la historia (vv.37- 41), y la parábola del dueño de casa vigilante (vv.42-44). Jesús nos señala que nadie sabe cuándo vendrá  el día del Juicio, ni el Hijo lo sabe, sólo el Padre (cfr. Mt. 24,36), con esto de no saber el día y la hora no debe llevarnos a caer en la indiferencia o negligencia en el tiempo en que vivimos. Jesús hace alusión a los tiempos de Noé en que la gente vivía una vida normal: preocuparse de la comida, tomar mujer o marido para casarse, ignorantes del castigo que les esperaba por su vida lejos de Dios. Noé sabía y cuidaba proteger a su familia entre las burlas de sus contemporáneos. De un de repente todo cambió, vino el diluvio, los que se sentían seguros fueron arrebatados (v.39). Vivían en la completa despreocupación de su destino final, el modo de pensar humano resulta a veces una necedad y la obediencia de Noé, aparente necedad, resulta ser sabiduría de Dios. El disfrute de la vida, era su seguridad, pero en ello estaba su propia destrucción; el cristiano experimenta a lo largo de la vida si el edificio que construye tiene sólidos fundamentos o si se desploma por lo inesperado. El cristiano debe contar siempre con lo desconocido, no sentirse seguro, sobre todo ante la venida del Señor Jesús, donde el ejercicio de la esperanza teologal resulta fundamental; la vida del creyente está sellada por la tensión que pone el Espíritu, la del seguro de sí mismo, es perezosa y pesada de llevar (cfr.1 Pe 3,20). La imagen de los que están en el campo y las mujeres en el molino se diferencia en la actitud interior, externamente, nada las diferencia; en lo interior está la diferencia, mientras una pertenece al grupo de los desprevenidos, el otro es de los conocedores de la voluntad de Dios. Unos cuentan consigo mismos y su proyecto de vida, está sólo trabajando, los otros cuentan con la vista del Señor, trabajan con el Señor; unos duermen en lo interior, los otros trabajan despiertos, no es lo que se hace lo que importan sino cómo se realiza esa labor. En un segundo momento, tenemos esta parábola sobre el dueño de casa que si supiera cuando vendrá el ladrón, estaría despierto, de ahí que como no sabemos ni el día ni la hora, hay que siempre estar preparado. Jesús acentúa que el Hijo del hombre vendrá cuando menos le piensen, de forma sorprendente y repentina, vendrá el Señor. Se puede comprender también esta segunda venida del Señor con el día de la propia muerte. Ejercitarse para la Parusía, contar con la propia muerte es señal de la actitud del cristiano que cuenta en su vida con la venida del Señor. Cuando venga Cristo unos serán llevados a la vida eterna, porque le pertenecen,  y otros serán dejados en la perdición por no haberse convertido. Tiempo de esperanza fuerte y decidida por la iniciativa de Dios que quiere recrearnos en su Hijo, con la fuerza amorosa de su Espíritu Santo, que quiere soplar fuerte en nuestra existencia para borrar el pecado que nos separa de Dios y de los hermanos.  

Juan de la Cruz, nos invita a emprender el vuelo místico con una puesta en verso del comienzo del prólogo del evangelio de Juan y contemplar al Verbo, la Palabra del Padre, en su vida en el seno trinitario. “En el principio moraba/ el Verbo, y en Dios vivía,/ en quien su felicidad/ infinita poseía. // El mismo Verbo Dios era,/ que el principio se decía;/ él moraba en el principio,/ y principio no tenía.” (Romance In principio erat Verbum  vv. 1-10).


LUNES

Lecturas bíblicas

a.- Is. 4,2-6: El germen de Yahvé.

El profeta Isaías, nos presenta una profecía mesiánica que denuncia el pecado de Jerusalén que debe convertirse de su deslealtad, pero con este anuncio destaca cómo Dios purificará la ciudad y cómo la gloria del Señor protegerá Sión. El profeta declara que a pesar del pecado del hombre, el proyecto de Dios triunfará; el Señor desea la conversión de la nación y no que perezca. “Aquel día” (v.2), que siempre encabezaba anuncios de un proceder injusto e idolátrico, ahora habla de salvación, del triunfo del “germen de Yahvé” (v.2; cfr. Is.4, 2.6; 2,20; 3,18; 4,1). Esta expresión podría alimentar la esperanza de la restauración de la dinastía davídica. En concreto se referiría a Zorobabel, nieto del rey Joaquín, llevado al destierro de Babilonia (cfr. Zac.3,8; 6,12). Zorobabel efectivamente volvió a Jerusalén con un grupo de exiliados, en tiempos de Darío I, pero los intereses políticos de los persas y la intervención de los que no querían la monarquía, hizo que no se nombrara a nadie rey. Sin embargo, la tradición judía y cristiana en el germen de Yahvé ve el anuncio de la llegada del Mesías, el Ungido. Luego del exilio se terminó la dinastía davídica, se comenzó a esperar la llegada de un futuro rey Mesías, que rigiera la nación por medio de la Ley (cfr. 2Re.2,24). El NT contempla en Jesús de Nazaret, al deseado Mesías, luz que viene de lo alto, que anuncia su nacimiento por medio de su estrella que procede del Oriente (cfr. Lc.1,78; Mt.2,2).  Germen de Yahvé,  se referiría más bien, a los israelitas fieles al Señor en medio de las en medio de las tribulaciones de Jerusalén, y fruto del Señor (v.2), simboliza a los israelitas leales, frutos de la tierra que el Señor les regaló (cfr. Dt.1,25). Ellos son gloria de Israel, puesto que gracias a su entereza, se mantiene la presencia de Yahvé en medio de su pueblo (Is.42,2; 52,1; 60,21). Estos israelitas son denominados santos (v.3), siendo conscientes que sólo Dios es Santo (cfr. Lv.19,2). El hombre es santo, sólo cuando el hombre refleja dicha santidad, porque ha acogido en su corazón la bondad de Dios, la persona es hace santa porque refleja la intimidad divina en la  sociedad. Esto santos están inscritos en el libro de los vivos de Jerusalén, el Libro de la vida, porque Dio es el Dios de la Vida, mientras los ídolos los devoran en la muerte. Estos israelitas fieles no se han dejado seducir por la idolatría, manteniendo su opción por Yahvé. Estar inscritos en el Libro de la Vida, es otra manifestación de proclamar la santidad de estos fieles, ya que la capacidad divina es comunicar la vida, otro matiz que define la santidad de Dios (cfr. Is. 4,3; Ex. 32, 32-33; Sal. 69,29; 139,16; Dt.32,29; Is.46-47; Mt.26,63; Lc.10,20; Ap.20,12). Este es el resto de Israel (v.3), en quien reside la fuerza para levantar a Israel como pueblo de Dios (cfr. Is.6,13;7,3;10,19-21; 28,5-6;37,4; 37,31-32; 42,9;43,19;44,4;45,8; 55,10;58.8). Si bien la presencia del resto asegura la presencia de Yahvé, la conversión procede de ÉL, no sólo del esfuerzo humano. El Señor purificará la inmundicia, la idolatría simbolizada por restas hijas de Jerusalén (v.4), la sangre, es decir, la injusticia de los poderosos. Una vez purificada la ciudad y sus habitantes se reunirán en asamblea santa, que proclama la gloria de Dios, protegido por la nube y el fuego, de día y de noche, es decir envueltos por la presencia de Yahvé (cfr. Ex.13,21-22; 33,9; 40).  Se trata del encuentro del hombre con Dios, que ahora celebra el verdadero culto y practica los mandamientos divinos, es la comunidad fiel a Yahvé y su gloria protege a Sión del calor y la lluvia, imágenes de la tentación idolátrica que amenaza al pueblo escogido.

b.-  Mt. 8, 5-11: No he encontrado tanta fe en Israel.

El evangelio nos presenta la curación del criado del centurión. Por dos veces llama a Jesús, Señor (v. 5 y 8), es decir, lo reconoce como Mesías, le presenta la situación del enfermo, pero sin pedirle su intervención. Jesús comprende lo que desea y decide ir a curarlo (v.7).  La reacción del centurión: ¿cómo un judío iba a entrar en casa de un pagano, quedaría impuro si ingresaba en su casa? El centurión reacciona y se considera indigno de recibirlo en su hogar; es la actitud del hombre que con humildad se reconoce pecador ante Dios. “Señor, yo no soy digno de que entres bajo mi techo, basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano” (v.8). Cree que Jesús tiene autoridad y poder para sanar sin que tenga que ir personalmente. Basta que diga una sola palabra para superar la enfermedad. Establece una comparación entre su autoridad sobre sus soldados y la de Jesús sobre los poderes de la enfermedad; él manda y se le obedece, basta su palabra y que a distancia se cumple lo ordenado, pero ante la palabra de Jesús, la suya no es nada, ya que a su sola palabra, sin tocar al enfermo, a distancia, sin verlo siquiera, lo podría sanar completamente. El centurión se ha formado una gran idea de Jesús. Ante estas palabras Jesús queda maravillado, admirado: “En Israel, en nadie he encontrado una fe tan grande” (v.10). Jesús reconoce y alaba la fe del centurión, la confianza en la palabra y presencia de Dios en su vida. Jesús llama fe a la idea que tiene de Dios y la confianza que tiene en ÉL. Es la actitud de quien presenta su necesidad, y la respuesta la deja en las manos de Dios. Es la actitud de fe necesaria del hombre frente a Dios, lo que Yahvé quiso encontrar en el AT, y que Jesús desea ahora en quien le escucha y sigue o le pide un milagro. Muchos de los que vendrán de los cuatro confines del mundo, no serán judíos, y se sentarán en el banquete del reino junto a los grandes Patriarcas (v.11). Lo que anuncia que Israel no logra tener ese grado de fe y por ello será juzgado. Ellos eran los destinatarios por sangre y descendencia, los destinatarios naturales  para participar en dicho banquete, y por ello creían que al final de los tiempos sería los primeros partícipes por ser parte de la familia de los Patriarcas. Juan el Bautista y Jesús echan por tierra dicha hipótesis, el primero destruyó la confianza en dicha filiación sanguínea, puesto hasta de las piedras Dios puede sacar hijos de Abraham y Jesús va más allá todavía, los verdaderos hijos de Dios serán los que tengan una fe como la del centurión (cfr. Mt.3,9). Los profetas lo habían anunciado: la peregrinación de los pueblos paganos que buscan a Dios. Con ellos se cumple la promesa mejor cumplida: la participación en el reino de Dios. Los hijos del reino, son los israelitas según la carne, herederos nativos del reino; pero precisamente ellos no serán admitidos en el banquete celestial, es más,  serán arrojados fuera, a las tinieblas, donde de pura impotencia, por no poder ingresar,  habrá llanto y rechinar de dientes (v.12).  Lo que decide nuestra suerte es una fe grande, como la del centurión, que recibe lo que pide de Jesús de Nazaret.

San Juan de la Cruz, nos recuerda que el Hijo es el Verbo del Padre,  rostro visible del Dios invisible, y por lo mismo, su Palabra más íntima, debemos escucharla, como si el mismo Padre hablara a cada uno en forma personal. Tiempo de gracia y de verdad, para testimoniar su venida  día a día y abrir espacios de esperanza teologal para Dios en esta sociedad que no recibe de buena gana al que viene. Escribe en místico carmelita: “El era el mismo principio; por eso de él carecía. / El Verbo se llama Hijo/ que de el principio nacía; / hale siempre concebido y siempre le concebía; dale siempre su sustancia / y siempre se la tenía”  Romance acerca de la Trinidad (vv. 10-15).


MARTES

Lecturas bíblicas

a.- Is.11, 1-10: El Espíritu de Dios reposa sobre ÉL.

El profeta nos anuncia la venida de un Mesías nacido del tronco de Jesé, padre de David, y de todos los antepasados de Judá y del Mesías (cfr.1Sam.16,1; Mt.1,6-16). A pesar de los desastres militares que sufrió Israel, la guerra siroefrainita, que acabó con Israel y Judá fue sometida a vasallaje asirio y que más tarde Senaquerib asedió Jerusalén, más la impiedad del pueblo, existe un resto fiel a Yahvé, del cual brotará un vástago, una semilla santa (cfr. Is.6,13). Este vaticinio concreta más la identidad de este descendiente, sobre el cual reposará el espíritu de Yahvé y sus características (v.2; cfr. Is. 6,13; 11,2-5; 9,5-6). Este vástago de Jesé transformará la sociedad devastada hasta convertirla en una nueva creación (cfr. Is.11, 6-9; 10,21-22). El profeta nos presenta la fisonomía interior del futuro Mesías de Yahvé de ahí que el sabor del oráculo sea de carácter mesiánico. Es el Ungido del Señor, el rey que gobernará Israel con los criterios de Yahvé. Si este Mesías desciende de David, de Jesé su padre, es porque permanece vigente la promesa de Dios echa a David por boca de Natán (cfr. 1 Sam16,1-13; Rt.4,22; 2 Sam.11,16). La conducta de los sucesores de David, no gobernaron con los criterios de Dios, como Ajaz, que sometió a Israel al dominio asirio, desobedeciendo al profeta (cfr. Is.7,9; 2Re.16,8). Es Dios quien tiene la iniciativa de dar cumplimiento a su promesa con este anuncio, de ahí que el futuro Mesías nacerá del tronco de Jesé (1 Sam16,13; 1 Re.14,22;15,3). Una segunda característica es que el Mesías será investido del espíritu de Dios, es decir, intervendrá la historia de los hombres (cfr. Is.42,1; 61,1-3; 63,10-13). Es el espíritu que da vida en la Creación y mueve a los astros, suscita jueces,  profetas y reyes; denuncia a los falsos profetas que carecen de su presencia. Yahvé transfiere al futuro Mesías, mediante su espíritu, la capacidad de intervenir en la historia, será colmado de la plenitud del espíritu que animaba a los profetas. Contará con los dones del espíritu: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, conocimiento y temor de Dios (cfr.Gn.12,1-3; 2Sam.22; Is.6,8). Finalmente, el Mesías restablecerá   las relaciones rotas en el Paraíso, entre Dios y los hombres, entre los hombres entre sí y con la creación. La era mesiánica trae la justicia y el perdón de los pecados, es el triunfo del proyecto salvífico de Dios (cfr. Gn.2,4-3,24); la tierra yerma se convertirá en un vergel y cesará la violencia entre los hombres y venga la paz y armonía (cfr. Am. 9,13-14; Os.2,20.23-24;Is.32,17; 60,17-18; Mi.4,3-4; 5,9-10; So. 3,13; Za.3,10; 9,10; Jl.4,17). Ahora las fieras y sus presas conviven juntas, el niño que los conduce simboliza al hombre inocente, sin pecado el nuevo Adán. El mal ya no existirá, y desde Jerusalén la tierra se llenará del conocimiento de Dios, se restablece la alianza que conduce a la paz. Es la nueva creación que en Jesucristo si inicia la irrupción del Reino de Dios (cfr. Mt.3,1-12; 4,23; 5,1-12).


b.- Lc.10, 21-24: Jesús lleno de gozo en el Espíritu.

El evangelio nos presenta el gozo de Jesucristo en el Espíritu (vv.21-22) y el privilegio de los discípulos (vv.23-24). En un primer momento, encontramos una acción de gracias y una revelación. Jesús se llenó de gozo del Espíritu, porque sabe que el Padre quiere que la revelación llegue a los pobres y pequeños quienes comprendieron que lo que Jesús enseñaba era la verdad acerca del Reino de Dios, la paternidad divina, la fraternidad entre los hombres, las bienaventuranzas (cfr. Lc. 6, 21-23). Es el júbilo del tiempo final de la salvación, que anuncia la comunicación de la vida eterna y la victoria sobre Satanás. Jesús fue ungido por el Espíritu, trae la salvación, ora y salta movido por el Espíritu, su vida desde el comienzo está sostenida por el Espíritu (cfr.Lc.1,41; 1,47; 1,61; Rm.8,14). Jesús alaba y da gracias al Padre, reconoce la disposición divina a revelarse, lo que expresa la unidad de su voluntad con la divina. Le da un Sí de todo corazón al querer divino del Padre, Señor de cielo y tierra, donde la confianza y la reverencia las une en su oración. Dios ha ocultado y revelado no a todos los misterios del reino: la inauguración del reino en Jesús, la victoria sobre Satanás, la elección de los hombres para ser discípulos… Todo esto lo ha ocultado Dios a los sabios de este mundo, los doctores de la ley, y se lo ha revelado a los pequeños, los ignorantes.  Con Jesús se descubre la grandeza y la pequeñez del corazón del hombre. Mientras los grandes piensan que son sabios y fuertes, por lo que rechazan a Jesús, permanecen en la oscuridad; en cambio, los pequeños permanecen abiertos a Dios y en su insondable misterio, comprenden la verdad de Jesús, lo conocen y aceptan. Agradece al Padre por el don concedido a los pequeños, mientras descubre la unión de comunión y amor entre ÉL y su Padre. Todo se lo ha confiado el Padre al Hijo: todo poder los reinos, los hombres. El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en sus manos (cfr. Mt.28,18; Jn.3,35). Que el Padre conozca al Hijo y el Hijo al Padre se debe a que ambos viven en la más íntima comunión (cfr. Jn.10, 14; 10,30; 17,10).Jesús tiene poder de dar participación en el conocimiento del Padre, que da vida eterna, de ahí que la oración de Jesús, nace de esta íntima comunión de conocimiento. A quien se lo revela Jesús, su oración se asemeja a la de Hijo con su Padre, porque nace de la fe en su comunión de amor. En un segundo momento, los apóstoles son dichosos que ven y escuchan al Mesías, porque  a ellos se ha sido revelado el conocimiento del Padre, pero a la vez deben ser conscientes de permanecer del conocimiento que el Padre le ha dado del su Hijo. Es el gozo de la Iglesia primitiva, fruto de la fe, que estas palabras trasmitidas están llenas del júbilo del don de la fe. Pequeños y pobres los apóstoles de ayer y de hoy están invitados al gozo en el Espíritu de Jesús.  

Juan de la Cruz, nos invita a contemplar y participar en la gloria y el gozo del Padre y del Hijo, que también es nuestro desde el momento que creemos que Dios ha venido a nuestro corazón, porque  cumplimos su Evangelio y amamos a Jesús, a pesar de nuestras debilidades y carencias. La opción está hecha desde lo interior, donde le encontramos para orar, ÉL la sostiene con su callado amor. El místico escribe: “Y así la gloria del Hijo/ es la que en el Padre había/ y toda su gloria el Padre/ en el Hijo poseía” Romance acerca de la Trinidad (vv.15-20).


MIERCOLES

Lecturas bíblicas

a.- Is. 25, 6-10: Celebramos su salvación.

El profeta nos presenta la imagen de un banquete para explicarnos la salvación que Yahvé trae a todos los pueblos de la tierra. El profeta ha recogido las esperanzas universalistas de los profetas para describir la subida de las naciones a Jerusalén a un gran banquete (cfr. Is. 2,2-3; 56,6-8; 60,11-14; Za.8,20; 14,16). El gozo simboliza la victoria del proyecto de Dios revelado a los justos reunidos en Jerusalén. El júbilo tiene algunos aspectos esenciales. Este gozo es causado por la salvación que Dios ofrece a todos los pueblos, por ello, las naciones suben a Sión para gustar dicha salvación (cfr. Is.56,7; 60,1-9; Dt.14,26). Un segundo aspecto se refiere a que el velo que cubre a las gentes, será levantado para contemplar la gloria de Dios. Dios es invisible al hombre, pero al final de los tiempos Yahvé revelará su misterio al hombre. La muerte será definitivamente vencida, que es el tercer aspecto. La muerte es el fin de la vida, consecuencia del pecado, por lo tanto, es la aniquilación del pecado y del mal, cuando todos los pueblos se reúnan en Jerusalén (cfr. Os.13,14; Gn.35,18; Nm.6,6; Ez.18,20; Lv.20,8-21). Mientras la razón nos dice que los muertos no vivirán, Dios aniquilará la muerte para siempre (cfr. Is. 26,14). Finalmente, el sufrimiento desaparecerá, vida nueva que comienza ahora, puesto que Dios enjugará las lágrimas de los rostros (v.8; cfr. Is. 35,10).    La imagen del banquete en Sión entendida como victoria del plan de Dios reaparece en el NT, en la parábola de las nupcias y en el discurso del pan de vida (cfr.Mt.2,2-10; Lc.14,14.16-24; Jn.6,51.54; Mt.8,11). El profeta percibe la victoria sobre la muerte, la resurrección, se abre camino hacia el NT, El Siervo de Isaías, tendrá descendencia y contemplará cómo se alargan sus días, la vida de los justos reposa en las manos de Yahvé (cfr. Is.53, 10; 2M 7,28; Sb.3,1). Es en Jesús con su resurrección, quien vence a la muerte en forma definitiva, y muestra al Señor que enjuga las lágrimas de los que sufren (cfr. Mc.16,1-8; 1Cor.15,26; Ap. 7,17; 21,4). Son las primeras nociones de resurrección: el hombre no morirá, porque estas nuevas relaciones que establece Dios, no se romperán (cfr. 1 Cor.15, 26. 54). Jesucristo, recurrirá a esta imagen del banquete con frecuencia en sus parábolas, pero ya con un carácter definitivo para el creyente en su contenido.

b.- Mt. 15, 29-37: Curaciones y segunda multiplicación los panes.

El Evangelio nos presenta  dos momentos. Las curaciones de Jesús junto al lago de Genesaret (vv.29-31) y la segunda multiplicación de los panes (vv.32-37). Jesús se dirige a territorio pagano, se sienta en el monte, ahí suceden cosas trascendentales. En la altura se encuentra más cerca de Dios, desde ahí predica y obra el Mesías, como otro Moisés (cfr. Ex.19, 3. 20; 34,4; 1 Re 19,8). Acuden a ÉL las muchedumbres de  enfermos: cojos ciegos, lisiados, mudos y otro muchos (v.30). La gran misericordia del Mesías, desciende del monte, sobre los hijos de Israel. La respuesta de las gentes es la glorificación de Dios. Es el único rebaño con su único Pastor, como lo intuía el profeta, que disperso ahora reunido, confiesa su fe en el único Dios de Israel (cfr. Ez.34,1). En un segundo estadio, encontramos una segunda multiplicación de los panes, mayor quizá que la primera en cuanto poder y manifestación de la misericordia de Dios. Primero les dio la palabra y la salud, él ánimo de fiesta se hace presente porque la gloria de Dios se ha manifestado, en que todo converge en la figura del Pastor.   La primera multiplicación de los panes tuvo por destinatarios a la Galilea de los judíos (cfr. Mt. 8, 16-18; 9,35-36; 14,13-21). Esta nueva sección tiene por destinatario a los paganos: Jesús tiene en todo la iniciativa, llama a los discípulos, siente compasión por la gente, llevan tres días con ÉL y quiere darles de comer. Vencida la enfermedad y el dolor, Jesús prepara el banquete mesiánico en la Galilea de los gentiles (cfr. Mt. 15, 32-39). Pastor y rebaño están muy unidos, Dios parece nuevamente habitar en el corazón de sus hijos (cfr. Jr.31,33s). Viene el ritual de tomar los panes y peces, hace la acción de gracias, los parte y da a los discípulos para que los entreguen al pueblo. Los que comieron fueron cuatro mil hombres, sin contar, mujeres y niños, lo que habla de una gran multitud del pueblo de Israel. Si Dios cuidó a su pueblo en el desierto, si estos guardan la alianza y siguen siendo fieles, lo mismo hará en el futuro, por medio de Jesús sana las enfermedades y satisface el hambre: Dios es amigo de los hombres. Jesús despide a la gente, y sigue su camino en vista de visitar otras regiones para predicar y sanar también en ellas. Jesús se hace peregrino entre peregrinos. El Adviento y la celebración de la Eucaristía de estos días debe hacer realidad el banquete mesiánico de Isaías (cfr. Is.25,6-10), y multiplicar el pan de la Eucaristía entre los que participan en la celebración eclesial, para luego compartir con los más pobres y necesitados de la comunidad los bienes materiales. Sería un gran egoísmo celebrar la Eucaristía, para luego negar el pan al hambriento.  Resume todo este aspecto de carencias del hombre actual: la falta de amor y dignidad humana. Jesús se identifica hoy con todas estas carencias y quiere multiplicar los medios para ayudar; la tarea no es suya sino nuestra, que quizá no queremos realizarlo. Habrá que meditar sobre el juicio final: ¿en qué va a consistir? (cfr. Mt. 25, 31-46). Estamos a tiempo para pedir misericordia y ponernos a trabajar por ese banquete escatológico de Isaías, pero sobre todo para ingresar al banquete de las bodas del Cordero (cfr. Ap. 19,7-10; 21,9), con el vestido nupcial (cfr. Mt. 22,1-14), y con la invitación en la mano que ha conocido el juntarlas para orar y abrirlas para compartir.

San Juan de la Cruz nos invita a sentarnos en ese banquete de la fraternidad, comenzando por reconocer el amor al que somos invitados a compartir con Dios Trinidad: “Como amado en el amante / uno en otro residía / y aquese amor que los une / en lo mismo convenía / con el uno y con el otro / en igualdad y valía”  (Romance acerca de la Trinidad vv. 20-25).


JUEVES

Lecturas bíblicas

a.- Is. 26, 1-6: Canto de victoria.

El profeta une el tema del banquete mesiánico y esta acción de gracias a Yahvé victorioso.  La primera lectura, nos habla de Jerusalén como ciudad fuerte (v.1), más que por sus muros y cimientos, por la presencia de Dios, Roca que la cimienta y le da consistencia perpetua,  para que vivan tranquilos los justos. Dios ha fortalecido la ciudad con fuertes murallas y baluartes, gracias su cuidado, se ha engrandecido, para recibir a los justos en su seno (v.2; Is.54,2-3; Sal.11,19,19-20). Yahvé ha vencido la idolatría, donde viven los ídolos en la villa inaccesible, que hace de contrapunto con Jerusalén (v.5). Dios es el único justo, y los hombres lo son en la medida que ordenan su vida según el proyecto salvífico de Dios. Estos justos han ajustado su vida a Dios y por ellos son virtuosos porque son fieles, conservan su fortaleza para Yahvé, sirve a la paz y confían en Dios. Viven en paz porque han entregado su vida a Dios, se saben protegidos por Yahvé, y no confían en alianzas políticas (cfr. 2Re. 16,8-9). La fortaleza de ánimo la ofrece Dios al desvalido, como la confianza, de quienes se apoyan sólo en Dios (cfr. Is.26,3;59,16; 63,55). ¿Todas estas virtudes de dónde vienen?  El profeta, les confirma en su fe: no hay otra salvación para Judá que la que viene de Yahvé, puesto que humilló a los que viven en las alturas, a los idólatras y ensalzó a los humildes (v. 6).  La entereza de los justos viene de Dios, su Roca perpetua de salvación, puesto que sólo de ÉL procede la justicia para quienes viven en la ciudad fuerte. Él es la Roca eterna, que sostiene a los justos, no así los ídolos que no apoyan a nadie (cfr. Is.26,4;Dt.32,4; 44,6-8; 44,9-20). La villa inaccesible o villa vacía simboliza la idolatría, montes donde se rendían cultos paganos (cfr.2Re.16,4; 24,9;26,5; Gn.11,4). Su ruina y humillación constituye el triunfo de los pobres y los débiles, que salvados por Dios humillan, el poder de los ídolos y de los que los adoran (cfr. Is.47,1).  Jesús es la plenitud de la revelación, se convierta en roca y piedra de contradicción ante quien el hombre debe situarse con una respuesta, pero nunca sin ella; salvados o condenados por la fe en ÉL.

b.- Mt. 7, 21. 24-27: La casa estaba cimentada sobre roca.

El evangelio, nos presenta una seria amonestación de parte de  Jesús en calidad de Juez. El criterio es claro: cumplir la palabra de Dios, es el secreto para entrar en la vida eterna. No se necesitan palabras sino obras. Jesús es el Maestro, desde su resurrección, es el Señor (cfr. Hch. 2,36). Sin embargo, su palabra es Palabra de Dios, a la que hay que escuchar y poner por obra, desde el comienzo de su predicación  hasta después de su resurrección su palabra es vida para el creyente (cfr. Ap. 19, 16). Cuando habla del ingreso al reino de Dios lo hace en calidad de Señor y Juez, exige la aceptación y  cumplimiento de la voluntad de Dios. Si lo reconocemos y  confesamos como Señor, lo debemos hacer desde la condición de siervo, discípulo que escucha y obra en consecuencia. Aquí se trata de hacer lo que Dios nos revela en su Hijo, y no obras  de iniquidad, es decir, obras nacidas de la autosuficiencia, de cristianos que poseen un gran conocimiento de Dios, pero que cobran sus servicios al Padre (Mt.7,23). Nadie se puede gloriar de sus obras delante de Dios; si hay que gloriarse, es en el Señor. Peligro constante para aquellos que hablan de Dios o trabajan para ÉL, de convertirse en profesionales a su servicio, pero no desde una voluntad rendida al querer de Dios Padre, porque no hablan con Dios, no oran. La parábola establece que algunos oyen pero no escuchan, no hacen realidad el querer divino, otros, escuchan y obran de acuerdo a la voluntad de Dios; mientras unos construyen sobre arena y su casa cae, el creyente lo hace sobre la roca firme de la palabra de  Dios y su obra permanece para siempre. Se esconde aquí un criterio a tener en cuenta: los hombres pueden parecen todos iguales, pero en los momentos decisivos de prueba, la construcción es fuerte y resiste o cae, en el momento del Juicio final. Habrá que orar más durante este Adviento, para construir el edificio espiritual sobre la Roca que es Dios, y no sobre el fango, el salto a la Roca es vital. 

S. Juan de la Cruz nos invita a considerar como estamos viviendo nuestra comunión de amor con Dios. Escribe el místico: “Tres Personas y un amado/ entre todos tres había/ y un amor en todas ellas/ y un amante las hacía; / y el amante es el amado/ en cada cual vivía; que el hacer que los tres poseen/ cada cual le poseía/ y cada cual de ellos ama/ a la que este ser tenía” Romance hacer acerca de la Trinidad  (vv. 25-30).


VIERNES

Lecturas bíblicas

a.- Is. 29,17-24: El triunfo de la justicia.

El triunfo de la justicia tiene un objetivo. No dañar al país, sino propiciar la conversión. Dios implanta la justicia sobre su pueblo. Lo primero es descubrir por medio de su clarividencia divina, los planes de los malvados de la nación (Is. 29,15-16). En un segundo momento, el texto que nos ocupa, nos presenta cómo libera Yahvé a los humildes de la opresión de los enemigos de Israel (vv.17-21), para terminar restaurando la casa de Jacob y los descarriados alcanzarán inteligencia y aprenderán doctrina (vv.22-24).  El texto comienza con el lamente de Yahvé por los que bien en las tinieblas, es de, lejos de Dios. Son los que viven en la oscuridad de las tinieblas, son imagen de un pueblo ciego y sordo a la palabra de Dios, que se hunde en su propio pecado (cfr. Is.28,10-11; 28,13; 42,18-23.24-25). Los malvados hacen sus obras creyendo que Dios no les ve, pero ÉL ve en las tinieblas, por ello, rebate el error de los pecadores, como la arcilla con el alfarero, el Señor es el alfarero y el hombre la vasija (v.16; Gn.2,7). Israel debe dejarse moldear por las manos de Yahvé, para reflejar la gloria de Dios en medio de las naciones y conducirlas a Jerusalén para subir a adorar a Yahvé 8cfr.Is.43,1-7; 66,18-22). Israel abandonó el camino de Yahvé, desoyó la voz profética, lo que los llevó a la ruina, al exilio, donde Dios hizo nacer un nuevo pueblo, a pesar de las tinieblas, fue donde engendró al resto de Israel (cfr. Jer.27; 52; Sal.139,11-12; Dn.2,22). El pueblo triunfante, en un segundo momento, el Líbano simboliza a los dirigentes de Israel que tras la bendición divina, se convierten en un vergel del que nace el progreso luego de la bendición divina (cfr. Is.37,24; 2,13; 10,34). La nueva realidad social, la intervención divina, hace que los sordos oigan, los ciegos vean, se alegren los pobres en Yahvé, es decir, perciben a Dios actuando en la historia de los hombres (cfr. Is. 6,3; 29,18-19; 35,5; 41,16-21). La paz nace una vez que han desaparecido los tiranos, cesa la maldad, la iniquidad de los jueces y toda opresión. El triunfo vendrá con el rescate de Abraham de la idolatría, rescatado para el encuentro con Dios, hizo una ruta teológica, abandono de la idolatría, para disponerse al encuentro con el Dios de la vida (v. 22; cfr.Is.2, 20-21;.41,8; 51,2;  Rt.4,1-11). Cuando Israel se decida en santificar al Santo de Jacob (v.23), es decir, opte por ser santo, entonces será reflejo de la santidad divina. Cuando Israel camine en la ruta de la santidad, el Nombre de Dios, su presencia, morará en el país, y cada israelita se considerará, obra de sus manos (v.23; cfr.Gn.1,26). Convertido en imagen de Dios, toda la nación alcanzará su plenitud, y la sabiduría les hará caminar según los planes de Yahvé.   

b.- Mt. 9, 27-31: Hágase en vosotros según vuestra fe.

El evangelio nos presenta a Jesús, la sanación de dos ciegos que le piden a Jesús tenga compasión de ellos (v.27), aceptó la fe de los ciegos y los sanó. Su testimonio será creíble cuando narren lo acontecido según mandaba la Ley de Moisés (cfr. Dt. 19,15; Mt.8,28-34; 18,16). Si bien en su petición piden misericordia al Hijo de David, Jesús comprende que los libre de su sufrimiento; según su fe lo decisivo es que Jesús sea misericordioso con ellos. Los dos ciegos lo proclaman Hijo de David, reconocen en Jesús,  lo que el pueblo ve, pero no le sido descubierto. Es la fe la que ha brillado en sus vidas, han reconocido en Jesús lo que realmente es: el Hijo de David, el Mesías (cfr. Mt.1, 1.20). A la súplica de misericordia, Jesús responde con la dignidad de Hijo de David, es decir, como Mesías misericordioso (cfr. Jn.20,29). Como todo un Maestro, examina si esa fe de los dos ciegos está bien orientada, les pregunta si creen que pueda hacerlo,  ellos creyeron firmemente en que podía hacerlo, y consiguieron lo que querían: volver a ver. Se abrieron sus ojos (v. 30; cfr. Jn. 9,39). La profecía de Isaías se cumple plenamente porque en los tiempos del Mesías, triunfa la justicia y la fe, por sobre el dolor y los malos designios; tiempo de esperanza y gozo en el Señor (cfr. Is. 29, 18; 35, 5; Is. 42,7). Jesús, para el evangelista, es el que trae la salud, realiza las esperanzas de un futuro en Israel, pero ya presente, en  Dios que interviene por la acción de su Mesías. Jesús les manda no contar a nadie lo ocurrido, todo debe permanecer entre ellos y Dios, pero no le hicieron caso, y salieron divulgando por todas partes lo acontecido en sus vidas. Ahora Mateo nos presenta  al Mesías taumatúrgico, de los milagros (cc. 8-9), antes nos había presentado al Cristo o Mesías de la Palabra (cc. 5-8), con lo cual afirma explícitamente la mesianidad de Jesús: es el hijo de David, el Mesías que nace  de su descendencia (cfr. Mt. 1, 1-25); si les manda callar es para que se entienda bien su carácter de Mesías de Dios. Queda siempre su misterio, que se descubre sólo por vía de la fe, sin ella permanece oculto. Muchos hoy van por la vida como ciegos, necesitan la luz de Cristo para sus vidas. Siempre es tiempo de conversión, más en este tiempo de Adviento, dejémonos iluminar por el Sol de Justicia que viene de lo alto: Jesús el Señor.  

San Juan de la Cruz,  nos remonta a la vida intratrinitaria del Verbo, donde el amor es la esencia de su convivencia. Si la Trinidad es comunión de amor, la vida del cristiano por lógica está llamada a ser comunión con los Tres y con los demás. Escribe: “Este ser es cada una/ y éste sólo las unía/ en un inefable nudo/ que decir no se sabía; por lo cual era infinito/ el amor que las unía, /porque un solo amor tres tienen, / que en su esencia se decía: / que el amor cuanto más uno/ tanto más amor hacía” Romance acerca de la Trinidad  (vv. 40-45).


SABADO

Lecturas bíblicas

a.- Is. 30, 18-21. 23-26: Dichosos los que esperan en Yahvé.

El profeta anuncia un tiempo de perdón y prosperidad, mientras el pueblo vive en crisis, en medio de sufrimientos. Aunque el tono del oráculo sea de amenaza la intención del autor es provocar la conversión del pueblo. De ahí que tras la amenaza, viene el anuncio del perdón de Dios (vv.28-26), y la destrucción de sus enemigos de Sión, Asiria en este caso concreto (Is.30,27-33). Dios aguarda para perdonar (v.18), sería como la síntesis del obrar divino, Dios espera para apiadarse porque es un Dios justo. Israel no fue capaz de levantarse de su postración, experimentó el peso del pecado, de ahí que Yahvé espera el momento oportuno en que el hombre, el pueblo se disponga para acoger su perdón (v. 18; cfr. Jc. 10,10-15; Os.1-3; Is.54,7-8). Dios es paciente  con su pueblo y anuncia ya la victoria de los que esperan en ÉL. Se trata de la disposición salvadora de Dios y la garantía del creyente acerca de la intervención redentora de Dios en la historia. Es el consuelo de Dios para su pueblo que quiere bien dispuesto para ser purificado, perdonado (cfr. Is. 40,2; 64,3; Sal.2,12). Dios se compadece, alude a esas entrañas maternas, se quiere decir, que la relación de Yahvé con Israel no es algo frío o distante, sino más bien, personal, Dios ama a y consuela a su pueblo como una madre bondadosa (cfr. Is. 49,15; 66,13). Confianza, consuelo y compasión que Dios hace descender sobre Israel, hablan de la naturaleza divina de Yahvé, puesto que es un Dios justo. Ser justo, viene a designar la capacidad que tiene Dios de restablecer en la comunidad el orden social, cimentado en la justicia y el personal arraigado en la voluntad de Dios. Dios derrama su justicia, porque en ÉL reside la justicia, para que en Sión de reúnan los redimidos  (cfr. Is.1,27; 33,22). Las consecuencias de la obra salvífica consistirá en que el pueblo tendrá la certeza de ser escuchado y de recibir la enseñanza divina; porque le escuchará (v.19); el pueblo deberá rechazar la idolatría, dispersa por los montes (v.25), con lo cual el pueblo pasará de las tinieblas a la luz esplendente (v. 26). Las referencias a la fecundidad del campo, abundancia de rebaños y de agua, es la imagen de una nación transformada por el perdón y el consuelo de Yahvé (vv.25-26; cfr. Is.43,19-21; Jl.4,18). Siete días brillará la luz en Sión, es la nación transformada, el pueblo irradiará una luz deslumbrante, símbolo de una nueva creación, pero además de la sanación y el perdón concedido por Dios. Es Dios quien convierte a Israel en testigo singular de su actuar en la historia de la humanidad.

b.- Mt. 9, 35; 10, 1. 6-8: Jesús recorre las ciudades y misión de los Doce.

El evangelio nos presenta un compendio  de la actividad de Jesús, donde el evangelista establece que Jesús va a las ciudades y aldeas enseñando en las sinagogas, predicando el reino de Dios y sanando las dolencias de las gentes (Mt.9, 35), y en un segundo momento, Jesús les a los Doce la misión y comparte sus poderes para llevarla a cabo (Mt.10,1.6-8). Mateo quiere dejar en claro, cómo Jesús usa los medios normales de enseñar, exponer en la asamblea reunida para el culto divino en la sinagoga, aunque también lo haga al aire libre. El Mesías ha sido enviado a las ovejas perdidas de Israel, y lo hace en forma clara y oficial. Mateo, deja que en claro que Jesús enseña y sana, proclama el reino y sana toda enfermedad, lo que se relaciona con el Sermón de la Montaña y los milagros que realiza (cfr. Mt.10,6; 4,23; 5-7; 8,1-9,34). En un segundo momento, los Doce aparecen como un colegio apostólico ya constituidos, pertenecientes totalmente a Jesús y su tarea salvífica. Le da poder sobre los espíritus y las enfermedades, o que los asemeja a Jesús, serán sus enviados, actuarán como ÉL y confirmarán su palabra con milagros (cfr. Mt.9,35). Al confiarles la misión, les señala los destinatarios, y el contenido de la misión,  es decir, la misión está destinada a Israel (vv. 6-7). De destacar el límite que pone  Jesús: sólo a las ovejas perdidas de Israel, es decir, sólo a los judíos. Ellos son los  herederos de la elección y las promesas de Dios, fueran los primeros en recibir la  propuesta de la misión evangelizadora, realizada por Cristo Jesús. Con esta  determinación, no quedan fuera ni los samaritanos, ni los gentiles, todos  tendrán  parte en el Reino de Dios y los bienes mesiánicos en su oportunidad. Se trata de ir de los  judíos a los gentiles, porque Jesús obedece lo establecido por Dios (cfr. Mt. 15, 24). Esta determinación puedo resultar dura para Jesús, pero también ÉL está sujeto a la obediencia del Padre, es la abnegación del Hijo, con lo que redime a todos los hombres. No es el número ni las actividades a realizar lo que importa, sino que es la voluntad  de Dios, fuente y origen de toda misión, en el nuevo pueblo de Dios. Una vez que  ingresaron a la Iglesia los gentiles, estas palabras de Jesús, son un clarísimo  testimonio para el judío, que la salvación se ofreció a ellos en primer lugar. El  Mesías y sus apóstoles, consagraron sus vidas y trabajos, para serviles a ellos en  forma casi exclusiva. Si los gentiles han encontrado la fe en Cristo Jesús, la que  Israel rechazó, los judíos, se puede afirmar, que no tienen excusa (cfr. Mt. 8,10-12).  Los discípulos han de predicar lo mismo que Jesús: “Proclamad que el Reino de los  cielos está cerca.” (v. 7). El poder que se les ha otorgado deberán ponerlo al servicio de los  enfermos, sanándolos, resucitando a los muertos, expulsando a los demonios, así  serán semejantes a Jesús (cfr. Mt.4,23s; 8,17; 9,18s.23-26; 8,1-4; 4,24; 8,16.28-34; 9,2). Será en los Hechos, donde encontraremos que los  apóstoles realizaron estos milagros a favor de los hombres y mujeres necesitados,  los que acreditan su predicación evangélica (cfr. Hch. 3,1-10; 5,12-16; 9,31-43). La predicación debe estar libre de toda codicia, de Jesús recibieron sus poderes gratuitamente, gratuitamente deben comunicarlos al prójimo. La única riqueza del apóstol es Dios, es el único Dueño de la mies, los apóstoles de todos los tiempos humildes colaboradores en la obra de Dios. El don de hacer milagros que el Señor Jesús entregó a sus discípulos, se revive en  toda la historia de la Iglesia, especialmente los Santos y Santas de todos los  tiempos, y no sólo a los apóstoles. 

San Juan de la Cruz el amor que existe entre el Padre y del Hijo en el seno de amor trinitario: “En aquel amor inmenso/ que de los dos procedía / palabras de gran regalo/ el Padre al Hijo decía, / de tan profundo deleite/ que nadie las entendía; / sólo el Hijo lo gozaba,/ que es a quien pertenecía; / pero aquello que se entiende/ de esta manera decía: “Nada me contenta, Hijo, fuera de tu compañía; / y si algo me contenta, / en ti mismo lo quería” Romance acerca de la Trinidad  (vv. 50-60).

P. Julio González C. ocd


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