PRIMERA SEMANA  DE CUARESMA

(Año Par. Ciclo A)

P. Julio González Carretti ocd


Contenido

DOMINGO   1

LUNES   1

MARTES   2

MIERCOLES   2

JUEVES   3

VIERNES   3

SABADO   4


DOMINGO

Lecturas bíblicas:

a.- Gn. 2,7-9; 3, 1-7: Creación y pecado de los primeros padres.

La primera lectura nos sitúa en el inicio de la historia de la humanidad, por lo tanto, de la salvación. El autor sagrado al narrar con lujo de detalles la creación del hombre nos habla de la dedicación del Creador con su criatura: el soplo de vida, aliento divino, lo convierte en ser vivo (v.7). La naturaleza acompaña a este ser y queda a su servicio; en ella la serpiente, animal lleno de astucia, miente y engaña a la mujer: No moriréis (v. 3). Comieron y el resto ya lo conocemos: Adán y Eva quisieron ser como Dios, no sólo conocer el bien y el mal, sino decidir qué era bueno y qué era malo (v. 6). Este hombre que nace de las manos de Dios, vive inocente la convivencia con su Creador, más aún ha sido hecho a su imagen y semejanza (cfr. Gn. 1, 26). El demonio mentiroso y envidioso del bien del hombre, recién creado, lo engaña en lo que Dios ha establecido para su felicidad. Pone la duda sobre la verdad de la Palabra de Dios, es decir, la incredulidad, acerca de su muerte si desafía el mandato; le hace creer que será como Dios, soberbia, hacerse igual a su Creador y finalmente todo lo anterior desencadena la desobediencia. (cfr. Gn. 2,17; 3, 4-5). El hombre buscó fuera del proyecto de Dios su felicidad, su realización personal, por lo mismo arruinó en cierto modo el plan divino. Fruto de estas actitudes: pecado para él y su descendencia. A esta caída inicial se contrapone la salvación prometida por Dios en el paraíso (cfr. Gn. 3, 15), manifestada en Cristo Jesús.

b.- Rm. 5, 12-19: Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia.

Ha comenzado el apóstol a tratar el tema de la justificación, entendida como reconciliación con Dios, pero dejando muy en claro que el hombre no tiene derecho a esta justicia, ya que ni siquiera posee obras en las cuales apoyarse, ya que es un pecador, enemigo de Dios (cfr. Rom.3-4; 5,6-7; 10-11). El pecado habita en el hombre, la muestre, es castigo del pecado que entró en el mundo, a consecuencia del pecado de Adán, el apóstol, deduce  que el pecado entró en la humanidad, por esta falta inicial; se trata del pecado original. Ofrece un paralelismo entre la obra de Adán y la reparación de Jesucristo, el último Adán. La salvación la ofrece el último Adán, por lo cual Dios restaura la creación (cfr. Rm.7,14-24; Sb.2,24; 1Cor.15,21.25; Rom.8,29; 2Cor.5,17). El pecado separa al hombre de Dios, la separación es muerte, espiritual y eterna, cuya señal es la muerte física (cfr. Sb.1,13; 2,24; Hb.6,1). Consciente Adán de su pecado, la voluntad de Dios no se manifestó hasta la promulgación de la Ley de Moisés, realidad del pecado que alcanza a toda la humanidad aunque no quisieran la ley, por lo tanto, n imputable para ellos, pero también la muerte les alcanzó aunque ignorantes de su pecado (vv.13-14; cfr. Nm.15,22.31-34; 16,22; Lv.4,1.13.22.27). Así como Israel ofrecía el sacrificio de la expiación por el pecado, el Siervo sufriente, tomó el lugar de ese ritual en su persona, ahora es el sacrificio de Cristo en la cruz, el que quita el pecado de la conciencia humana (cfr. Rm.5, 6,8,11; Lv. 4,1-3; Is.53,10). Establece luego el apóstol una antítesis entre Cristo y Adán, que deja en claro que Jesucristo con su sacrificio en la cruz, borra la desobediencia de Adán y reconduce la humanidad hacia Dios, se convierte en el Señor de la vida escatológica al constituir a todos los redimidos en justos. No se produce sólo una reparación del daño sino una nueva existencia: es cristiano es criatura nueva. Hablamos así de la antropología cristiana. Si la reparación de Cristo en Adán es sólo eso, reparación, Adán queda primero; en cambio, pero si la vida nueva que trae Cristo, es esencialmente diferente de lo que aporta Adán, abandonado a sí mismo, entonces hemos de partir por Cristo para comprender a Adán y no al revés (v.14). Sólo Cristo crucificado y resucitado, devela el misterio del hombre, cuando revela en el evangelio su propio misterio salvífico.

c.- Mt. 4,1-11: Jesús ayuna y es tentado por el demonio.

El evangelio nos presenta cómo obra la fuerza del Espíritu, lo lleva al desierto, donde está el Bautista; lugar de adoración de Dios, espacio de la peregrinación de Israel por el desierto en el pasado, y de regreso del exilio. Será allí dónde se tenga que decidir si se está a favor o  contra Dios, decisión a favor de la salvación del mundo. Junto a estos hombres Santos, aparece Satanás. Las tentaciones a que se sometió Jesucristo, por parte de Satanás, hay que   entenderlas como pruebas, algo propio de la naturaleza humana; Jesús se hizo hombre, padece la tentación, como cualquier otro, pero no tiene la inclinación al pecado (cfr. Hb. 4, 15). En toda la historia de Israel aparece esta fuerza que se opone a Dios y a su Reino. La forma en que el evangelista presenta estas tentaciones, es como el diálogo entre dos entendidos en el AT, sólo que Jesús es más agudo en la interpretación de la palabra de Dios que Satanás; a cada propuesta Jesús responde con un pasaje de la Escritura. Texto inapelable, que da por terminada la discusión. La primera tentación (vv. 3-5), se refiere a querer transformar las piedras en panes. Jesús ha ayunado como Moisés y Elías en otro tiempo en el Sinaí (cfr. Ex.34,28; 1Re.19,8). Jesús le responde, con un texto que agradece el maná dado por Yahvé en el desierto (cfr. Dt. 8, 3). Jesús quiere hacer notar la omnipotencia divina que prepara la vida eterna, más importante que el alimento diario. Si la vida natural se salvó por el maná que Yahvé les brindó en el pasado, ahora hay una vida interior, espiritual que también hay que alimentar con la obediencia a la palabra que trae la gracia y salvación, la vida de Dios al hombre. Se trata de confiar en el poder de esa palabra divina. La segunda tentación (vv.5-7), consiste en poner a prueba la protección divina de que goza Jesús, y el demonio usando la Escritura, lo invita a abusar de ella, enemistándole con Dios  (cfr. Sal. 91, 11-12), Jesús le responde con otro pasaje de la Escritura que habla de no tentar al Señor (cfr. Dt. 6, 16). Texto que alude al pueblo de Israel que tentó a Yahvé, porque no creyó que iba a ser protegido por ÉL. Dios asiste a los hombres con su providencia amorosa, peor no está al servicio de la temeridad. Arrojarse de lo alto, esperando que Dios cumpla su palabra, consiste en salirse de su providencia, abusar de ella, entonces, pecar. Jesús confía en su Padre, porque no hace nada que no vea hacer al Padre (cfr.Jn.5,19). La tercera tentación (vv. 8-10), es un pecado de idolatría, pues Satanás pretende que Jesús lo adore de rodillas, a cambio, le promete todas las riquezas de la tierra. Satán se siente Señor de este mundo (cfr. Jn.12,31). Nuevamente Jesús le responde con una cita de la Escritura (cfr. Dt. 6,13), con un leve cambio, en lugar de “temer” a Yahvé, tu Dios, Jesús sustituye temer por “adorarás” al Señor tu Dios; se quiere resaltar que sólo Dios es digno de adoración. La alusión al monte alto se refiere a la subida de Moisés a las estepas de Moab, al monte Nebo, desde donde el patriarca contempló la tierra prometida, pero no la cruzó (cfr. Dt. 34, 1-4). Estas tentaciones al comienzo de su ministerio, quieren reflejar, cómo Jesús será tentado de elegir un mesianismo fácil, triunfalista, demasiado humano y terreno. Hubiera satisfecho las esperanzas del nacionalismo judío imperante, pero no correspondería al proyecto del Padre para el hombre caído por el pecado. Siempre en la idea de presentar a Jesús como el nuevo Moisés, ÉL vence las tentaciones a que fue sometido Israel: murmurar del pueblo contra Moisés por el maná; tentación de desconfianza por la falta de agua (cfr. Ex.15,22-24), falta de comida, Yahvé les da el maná (cfr. Ex.16, 2-3),  y finalmente la idolatría contra la cual Moisés les había prevenido (cfr. Ex.32,7-10). De esta forma Jesús es el nuevo Moisés, del cual nace el nuevo pueblo de Dios, vence Él a las tentaciones y también su pueblo. Termina el evangelio, con un cambio radical: una vez que Satán se marchó, los ángeles se acercaron para servirle. 

San Juan de la Cruz nos enseña a dejar todo lo que no es Dios en la vida del cristiano, no es una opción, sino toda una exigencia de la vida teologal. “Tenga fortaleza en el corazón contra todas las cosas que le movieren a lo que no es Dios y sea amiga de la pasión de Cristo” (D 99). 


LUNES

Lecturas bíblicas:

a.- Lv. 19,1-2.11-18: Seréis santos porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo.

La primera lectura nos habla de la santidad de Dios que configura el comportamiento de su pueblo Israel. Lo plantea como fundamento y exigencia para ser lo que es, y lo que está llamado a ser: pueblo de Dios. Esta ley de santidad (cfr. Lev. 17-26), es proclamada para enseñarle la vía de acceso a la santidad de Dios y a la plena realización de su condición de pueblo escogido, amado, por Dios. Los preceptos de esta ley de santidad  se realizan en el servicio al prójimo, como forma concreta para ser santo, ante la presencia del Dios de Israel. El prójimo es llamado pariente, hermano, conciudadanos; es el hombre que vive en comunidad en la cual todos son objetos de derechos y deberes. El sano cumplimiento de los deberes hace que el prójimo obtenga todos sus derechos; Dios exige este cumplimiento. En este códice no hay sólo  preceptos sino  actitudes y sentimientos de los cuales florecen las obras. De evitar el odio, el rencor y la venganza; para vivir la santidad se necesita la corrección fraterna con amor. Las actitudes negativas destruyen a quien las sostiene, en cambio, la corrección de quien busca el bien y la justicia salva al prójimo y a sí mismo. El amor al prójimo es criterio y medida en la relación con el prójimo: amar al otro como a sí mismo; es un gran desafío en la relación el otro. Este precepto compromete al hombre en su relación con Dios, principio de santidad para él y con el conjunto de actitudes y obras que realice. Jesús reconoce en este precepto lo esencial de la ley y la pone como centro de su mensaje evangélico (cfr. Mc. 12,31).        

b.- Mt. 25,31-46: Venid benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros.

El evangelio nos sitúa en el día del Juicio final y cómo todos seremos examinados en el amor al prójimo, manifestación del acercamiento del amor y santidad de Dios Padre al hombre necesitado. El centro de este Juicio son las actitudes que hayamos tenido para con ÉL en esta vida. El marco del relato recurre a la apocalíptica judía y como el cumplimento de las promesas del AT. (cfr. Za. 14, 5). Esta epifanía nos presenta a Jesús como rey y juez, ante el cual se presentan todos los pueblos, supone la resurrección de los muertos, unos a la derecha, otros a la izquierda. Esta disposición hace pensar que el Juicio ya está hecho, el juez debe leer la sentencia y las razones que la motivan. Los de la derecha entran a heredar el reino preparado para ellos desde el inicio del mundo; ingresan porque han hecho del amor al prójimo y a Dios, una ley de para sus vidas, no porque estén predestinados a ello. Las razones para entrar en el reino del Hijo son obras de caridad a favor de los hermanos más pequeños de Jesús (cfr. Mt. 25, 40). Estas obras son ya exigidas por el AT (cfr. Is. 58, 7; Job 22, 6-7; 31, 17. 19. 21), son lo esencial de la piedad hacia el prójimo y hacia Dios. Jesús pone en énfasis, en estas obras, que sean fruto del precepto del amor y no simplemente filantropía. Estas obras de caridad, en la predicación de Jesús, se harán sólo porque el cristiano ve en el necesitado, al propio Jesús necesitado, enfermo, encarcelado, hambriento, etc. La sentencia de Jesús, y los motivos de la misma, causan admiración y maravilla en ambos grupos y se dirigen a ÉL: “cuando te vimos…” (Mt. 25, 37.44), las obras hechas por amor al prójimo escapan  a la casuística del valor; se premian las obras hechas al prójimo necesitado.  La sentencia a los que están a la izquierda indica que no entran en  su reino y quedan separados de Jesús para siempre sin que esto suponga estar predestinados a la condenación. La condena es por la falta de amor en sus vidas y en sus obras, por eso la pena eterna. Jesús  ama también hoy en sus discípulos porque los acerca a Dios.

San Juan de la Cruz, nos invita a descubrir como hoy más que nunca se ama, virtud teologal de la caridad o se es egoísta; se es solidario o no; no hay términos medios. La esperanza teologal de la vida eterna y el dolor de los necesitados deben hacernos caminar en el compromiso de amor al hermano necesitado haciendo de Jesucristo;  la fe teologal, hace descubrir la presencia y visita no formal de Dios.  El santo escribe: “A la tarde te examinarán en el amor; aprende a amar como Dios quiere ser amado y deja tu condición” (D 59).


MARTES

Lecturas bíblicas:

a.- Is. 55, 10-11: La Palabra no vuelve a mí vacía. 

El profeta  nos invita a  la conversión, mientras hay tiempo, es  un volver a Dios. El regreso de los pueblos a Sión, vienen atraídos por el Santo de Israel, por la santidad de su pueblo en la fidelidad a la nueva alianza. Será un caminar en la voluntad de Dios de los redimidos y perdonados. La libertad de hoy a la humillación de la esclavitud del pasado es signo de la presencia de Dios y de la salvación. El profeta señala el proceso por el que Dios con la fuerza de su palabra, levanta al pueblo marchito, en la comunidad que testimonia su actuar redentor (cfr. Is.40,6; 55,13). Creer en la palabra de Dios porque es eficaz, porque es verdad; como la lluvia fecunda la tierra, así su palabra no vuelve a ÉL sin que primero se cumpla. La metáfora evoca la tierra desértica sobre la cual Dios derrama el agua para convertirla en alameda (cfr. Is.44, 1-4). El término “derramar” también evoca el maná caído del cielo que lo alimentó en el desierto, pero a su vez, es metáfora del don de la Ley dada a su pueblo, ya que cada vez que el pueblo obedece la ley, se nutre del alimento divino y se transforma en testimonio perenne de la gloria de Dios (cfr. Is.55,13). La tarea de la palabra es semejante a la del mensajero, que no regresa sin haber cumplido su encargo. Aunque el AT, menciona la Sabiduría y al Espíritu, es la Palabra la mediación privilegiada con la que Dios obra a favor de su pueblo (cfr. Is.40,7;Am.8,11; Za.1,5-6; Sb.18,14-15). De ahí que en el NT, al constatar en Cristo la obra de Dios, la define bajo la simbología de la Palabra (cfr. Jn.1,1). Juan evangelista, nos dice más todavía que el “Verbo se hizo carne y puso su morada entre nosotros” (Jn. 1, 14), para estar en medio de los hombres y comunicarles los deseos del Padre, es decir, la salvación eterna por medio de su palabra.   

b.- Mt. 6, 7-15: El Padre nuestro.

El evangelista nos presenta la oración que Jesús enseña a sus discípulos para dirigirse a su Padre Dios. Es Jesús quien les enseña a orar a sus discípulos, a diferencia de Lucas, en que los discípulos le piden a Jesús les enseñe a orar (Lc. 11, 1-14), como el Bautista les había enseñado a sus discípulos, ÉL les enseña el Padre nuestro. En el AT a Dios se le llamaba Padre de Israel por sus prodigios en Egipto y con signos relevantes mostró su predilección con su pueblo. Padre nuestro que estás en los cielos (v.9). El  considerar a Dios como Padre, no es propio de Israel, puesto que otras religiones, también lo llamaba así, por ser padre de todo lo creado. En el AT, Yahvé es llamado padre de Israel, por su especial relación con este pueblo, su pueblo escogido, que sacó de la esclavitud, hacia la libertad para darle la tierra prometida. Si Jesús es su Hijo, sus discípulos, y que lo tienen como maestro, se unen a su oración participan de modo especial en su filiación divina; somos hijos en el Hijo. Llamar a Dios como Padre y dirigirse a ÉL como su padre es quizás una de las características de la predicación de Jesús y que la tradición cristiana recoge en su predicación. La oración del Padre nuestro es la oración de los hijos de Dios. Santificado sea tu Nombre (v.9). El nombre de Dios es el mismo Dios, hay una identificación entre el nombre y la persona: Dios es ÉL tres veces santo, trascendente. Dios es ÉL totalmente Otro, se ha manifestado y se ha dado a conocer. Le pedimos que se manifieste, que se haga conocer, que mantenga sus promesas y permanezca con nosotros para siempre. Venga tu Reino (v.10). Que venga su reino es una de los temas esenciales de la predicación de Jesús, reino que transforma la realidad y los valores de este reino: la justicia la verdad, la paz y el amor son caminos para que el hombre construya la civilización del amor. Donde está Jesús está presente este reino, la comunidad eclesial, es inicio de este cambio de la sociedad y de la mente y los corazones que necesita ser reconocido hoy y se espera su plena realización. Hágase tu voluntad (v.10). Hacer la voluntad de Dios en la vida del cristiano no es una opción, es una obligación en el sentido de saber que siempre el Padre busca lo mejor para sus hijos. Voluntad de Dios que su Hijo nos ha transmitido por el Evangelio y que el cristiano conoce precisamente para hacer la realidad en su existencia de cada día. Esta voluntad, en la lucha contra nuestro egoísmo, resulta siempre purificadora pero tiene la tarea de hacer comprender que lo que dispone Dios es lo mejor; ahí está el secreto de comprenderla y hacerla nuestra. La oración debe ser el vehículo que abra el corazón de Dios y nos presente su deseo para que con la fuerza de ese encuentro poder asumirla día a día. La voluntad de Dios debería ser el alimento, el pan de cada día, para trabajar y ganar el sustento y cubrir todas las necesidades; la comunión eucarística es camino de unión con Dios y de fe viva para hacer su voluntad. El pan nuestro de cada día (v.11). Con esta petición se pide poder satisfacer diariamente las necesidades básicas de alimentación. Pero también se pide el pan de los fuertes, medio de comunión con Cristo Jesús, la Eucaristía, que es el propio Jesús, que se hace alimento para quienes lo reciben en su vida con fe y amor. Perdónanos nuestras deudas como nosotros perdonamos a  nuestros deudores (v.12). Las deudas, aquí se entienden por las culpas o pecados. Nuestros deudores, son todos aquellos sobre los cuales tenemos algún derecho, porque nos han ofendido: parientes, amigos y conocidos. El ejercicio de misericordia, cuando Dios  perdona nuestras culpas, debe ser también nuestro deber a la hora de perdonar a los hermanos sus ofensas. Vivimos en “su gracia”, es decir, su perdón lo recibimos cuando Dios Padre, ve el arrepentimiento y el firme propósito de no volver a pecar; todo esto queda condicionado al perdón que nosotros damos a quienes nos han ofendido. La tarea de los confesores, en este campo, será educar a los penitentes en este sano ejercicio de liberación a fuerza de oración al Espíritu Santo, para que sea el amor de Dios, quien perdone en el corazón del penitente a su hermano de fe, sobre todo, a los de la propia familia, comunidad eclesial, etc. No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal (v.13). Caer en tentación y librarnos del mal depende de Dios y del hombre; se entiende la tentación como  prueba,  la reacción y actitud frente a la tentación será juzgada al final de su vida. El cristiano debe abrazar el escudo de la fe, para vencer siempre, como enseña Pablo (cfr. Ef. 6, 10-20. La oración es otra de las armas con las que siempre se debe contar a la hora de enfrentar al enemigo: mundo, demonio y carne siempre serán enemigas del alma cristiana (cfr. Ef. 6, 10-20). 

San Juan de la Cruz, el místico carmelita, enseña a relacionarse con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo por medio de esta oración evangélica: “No quieran arrimar la voluntad a otras ceremonias y modos de oraciones de las que nos enseñó Cristo… que cuando sus discípulos le rogaron que les enseñase a orar…sólo les enseñó aquellas siete peticiones del Pater noster, en que se incluyen todas nuestras necesidades espirituales y temporales, porque bien sabía nuestro Padre celestial lo que nos convenía (Mt. 6, 7­8), sólo encargó, con muchos encarecimientos, que perseverásemos en oración, es a saber, en la del Pater noster” (3S 44,4).    


MIERCOLES

Lecturas bíblicas

a.- Jon. 3, 1-10: Los ninivitas creyeron en Dios.

La primera lectura, nos presenta la predicación de Jonás en Nínive. Luego de haber sido rebelde y desobediente a Yahvé, ser salvado de la muerte, ahora Jonás tiene una nueva oportunidad de servir a Dios y cumplir su misión. Pero ahora Jonás ha aprendido la lección: a Yahvé no se le desobedece y va a Nínive. Gran ciudad, tres días le costó recorrerla para dar el anuncio de la destrucción: dentro de cuarenta días Nínive será destruida (v. 4). Fue tan la palabra de Jonás que el pueblo hizo penitencia y creyó a Yahvé, puesto que desde el rey hasta el último vasallo volvió sus pasos al Dios de Israel, como la había hecho Abraham en su tiempo, dejando en claro que los ninivitas son el contraste de Israel, pueblo de dura cerviz y  (cfr. Gn. 15, 6; Ez. 3, 4-7). Nínive comprende que a la penitencia exterior debe ir acompañada de la conversión interior. Las palabras del rey dejan clara esta intención: “¡Quién sabe! Quizás vuelva Dios y se arrepienta, se vuelva del ardor de su cólera, y no perezcamos. Vio Dios lo que hacían, cómo se convirtieron de su mala conducta, y se arrepintió Dios del mal que había determinado hacerles, y no lo hizo.” (vv. 9-10). Vemos aquí el triunfo del amor de Dios por sobre la maldad humana, pero condicionada por la conversión interior tan anunciada y apreciada por los profetas. 

b.- Lc. 11, 29-32: Aquí hay uno que es más que Jonás.

El evangelio nos muestra la denuncia de Jesús acerca de la generación en la que vive y que denomina: perversa. Crece la muchedumbre que escucha a Jesús, pero también la contestación (cfr. Lc.11, 14-22). No les echa en cara su pecado sino su ceguera, no son capaces de reconocer su doctrina y no tienen fe en ÉL, y así y todo piden signos, a pesar de ser testigos de ellos. Es recurrente en los evangelios la necesidad de un signo para reconocer a Jesús (cfr.1Cor.1, 22; Is.7, 14s; Jc.6, 36-40; 2Re 20,8-11; Lc.1,18. 34). Solo vale para esa generación el signo de Jonás es decir, la predicación y la conversión, lo mismo será el Hijo de Dios para su tiempo (cfr. Jon.3,1-10). Jesús se niega a este tipo de pretensiones, porque quiere que los hombres acepten al hombre por fe, no apabullados por milagros aplastantes de su libertad a creer libremente. Si los judíos pretendían que Dios se revelara de esa forma, para inaugurar algo nuevo, nueva realidad; el cambio el cristiano ha descubierto en Jesús de Nazaret, la presencia de Dios, no pura trascendencia, sino caminando con Jesús hacia su Pascua, que sí transformará la realidad humana. Queda claro que el compromiso del hombre con Dios, es llevado a su máxima expresión. Dios Padre en su plan de salvación nos regala su mayor signo en la persona de Jesús. Si Salomón, en toda su gloria, fue signo de Dios para los pueblos de la tierra por su sabiduría, tanto que atrajo la atención de la reina de Saba, que fue capaz de escuchar y reconocer la verdad en un extranjero (cfr.1Re.10,1-13, 2; 2Cro.9,1-12). La ceguera de los judíos será echada en cara por esta mujer el día del Juicio. Pero aquí hay algo, Alguien mayor que Salomón (v. 31). Pero los judíos también serán juzgados por los ninivitas que escucharon a Jonás y creyeron a sus palabras. Así como la reina de Saba hizo un largo viaje, y los ninivitas hicieron penitencia, ambos extranjeros, que reconocieron en el Dios de Israel, la sabiduría, ambos se levantarán para juzgar al pueblo elegido. También aquí, comparado con el tiempo de Jonás, hay algo mayor (v.32). Jesús es mucho más que todos ellos, ya que nos trajo la verdadera y definitiva palabra de Dios para salvación de toda la humanidad, quienes lo rechazan, se autoexcluyen de la vía, vida y verdad que los conduce a Dios Padre. La conversión del corazón es por vía de la fe, esperanza y caridad, puentes abiertos que llegan hasta hombre para fomentar la unión con Dios y la intimidad divina.

N. P. San Juan de la Cruz propone el  seguimiento de Cristo y lo comienza con la determinación de convertirse, Dios cual amorosa Madre lo acoge y comienza la obra de purificación de todo aquello que impide la verdadera unión de conocimiento y voluntad en el amor. “Es, pues, de saber que el alma, después que determinadamente se convierte a servir a Dios, ordinariamente la va Dios criando en espíritu y regalando, al modo que la amorosa madre hace al niño tierno, al cual al calor de sus pechos le calienta, y con leche sabrosa y manjar blando y dulce le cría, y en sus brazos le trae y le regala” (1N 1,12).


JUEVES

Lecturas bíblicas:

a.- Ester 14, 1. 3-5. 12-14: Protégeme tú, Señor, que lo sabes todo.

Como una bellísima flor literaria, en un jardín de otras preces bíblicas, hechas por otras mujeres, aparece esta oración de la reina Ester, dirigida a Dios, en un momento de gran aflicción. Ante un decreto de extinción del pueblo judío, Ester eleva su oración donde queda claro que Dios no es sólo el rey de Israel sino también el Dios omnipotente que se ha manifestado en la creación, en la historia de la salvación a favor de su pueblo. ¿Hay alguien que se oponga a sus designios salvíficos para Israel, su pueblo? La oración de Ester, en la que peligra su vida y la de su pueblo, la reina busca protección en Dios. En esta plegaria Dios aparece como el único Señor y único rey de Israel. Luego, se conjuga el hecho de estar sola en este conflicto, y como  el único Dios la puede ayudar. Esto dicho de Dios, significa que es expresión de unidad, de infinito y de omnipotencia, sin embargo, aplicado a la reina Ester, es expresión de abandono e impotencia. Con audacia toma una decisión riesgosa, para salvar a su pueblo del exterminio y a su vida.   Las palabra armoniosas que pide Ester son para presentarse ante el rey Asuero y alcanzar su fin: la salvación de su vida y la de pueblo; la ruina de Aman y sus secuaces. Finalmente la oración de la reina de Ester es escuchada y  cuando se presenta ante el rey deslumbrante de belleza, Dios ablandó el corazón del rey salvó a Ester y a su pueblo y el culpable Amán perece en la horca que había preparado para Mardoqueo (Est. 7- 8). Esta oración y petición tiene una fuerte carga nacionalista, con la cual obra la gesta de nuevamente salvar a su pueblo rehabilitándolo entre las naciones.

b.- Mt. 7, 7-12: Vuestro Padre del cielo dará cosas buenas a los que le piden.

El evangelio nos presenta el tema de la oración constante y confiada, como la de Ester, con las características propias del  testimonio de Jesús en el NT, (vv.7-11), y la Regla de Oro del evangelio (v.12). La idea central de este evangelio lo encontramos al final: “Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre del cielo dará cosas buenas a los que se las pidan?” (v. 11). La oración no se puede reducir a sólo pedir, como podría parecer haciendo una lectura ligera del texto, hay otros pasos, como el buscar y llamar al corazón de Dios y al propio también, pero para adorar, alabar y agradecer al Padre todo Es para el orante. En la oración es donde se muestra si realmente creemos en Dios. Confesamos con ella que dependemos de ÉL y que sólo no nos bastamos. Pedid y se os dará (v.7). Más allá de pensar en una ley, se pide y se concede, que una cosa sigue a la otra, la única certeza que tenemos es que Dios nos escucha. El que comprende esto, hace su oración en Dios, el que vive para Dios y confiando en Dios. Desde esta perspectiva, si se pide a Dios es para recibir. ¿Qué cosa pedir? El Espíritu Santo: lo dará a todos a quienes se lo pidan (cfr. Lc. 10, 13). Es el Espíritu quien nos enseña a orar, es por medio de él que nos unimos a la oración de Jesús al eterno Padre. Más aún, nadie dice Señor Jesús si no es por la acción y fuerza del Espíritu Santo (cfr. 1Cor. 12, 3). Nos conduce a la verdad plena de nuestra condición de hijos de Dios, para desde esta filiación divina, definir nuestra relación con el Padre. Relación que crece por medio del seguimiento de Cristo y el sano cumplimiento de su voluntad en nuestra existencia cotidiana. ¿Quién nos ama, sólo por lo que somos? Dios Padre,  nos ama en su Hijo, con el amor del Espíritu Santo. Nos ama con amor de Padre que cuida de cada uno de sus hijos. Nos ama en su Hijo y sólo en la medida en que nos conformemos a su imagen (cfr. Rm. 8, 29), seremos gratos y más amados por el Padre que con s amor vive a habitar a nuestra vida de bautizados (cfr. Jn. 14, 23). Si busco a Dios es para encontrarlo. ¿Dónde buscarlo? Donde siempre está: en la comunidad eclesial, con su Palabra y los medios sacramentales, en la oración litúrgica y personal. La Iglesia es el lugar, la tienda del encuentro para el cristiano, en particular en la Eucaristía. Si llamo a la puerta es para que me abra. ¿Qué puerta tocar? La única en la que siempre está el dueño de casa: Jesucristo es la puerta de las ovejas (cfr. Jn. 10, 7), por la que entro en comunión con el Padre y su Santo Espíritu, con toda la Iglesia. Si alguien entra en el reino por medio de ÉL será salvo, es decir encontrará la vida en abundancia que ha venido a traer a todos los que crean (cfr. Jn. 10, 10). Finalmente, la Regla de Oro de saber tratar a los demás como queremos que nos traten a nosotros. Este conocido principio antes de Jesús, lo propone desde el amor, lo que se debe esperar de otro discípulo, el hermano de fe, y lo que el otro pueda esperar de mí. Nadie puede reclamar el derecho a ser tratado así; lo mejor será comenzar por uno mismo.

San Juan de la Cruz nos aconseja en  este “Dicho de luz y amor”, buena parte del proceso que hay que seguir para llegar a la perfecta unión con Dios. El texto dice así: “Buscad leyendo y hallaréis meditando; llamad orando y abriros han contemplando” (D 162).


VIERNES

Lecturas bíblicas:

a.- Ez. 18, 21-28: Dios no quiere la muerte del pecador.

Ezequiel, nos llama a la responsabilidad personal frente a Dios. Vida o muerte; amistad con Dios o maldad y perversión lejos de ÉL, pero de todas maneras, responsable de su pecado o de su justicia. Dios quiere que el hombre viva, para eso lo creó, para que sea feliz en su presencia; pero si el hombre, escoge equivocadamente el camino de la injusticia, morirá a no ser que recapacite y se convierta y viva. Estas palabras de Ezequiel resuenan en un tiempo que no podían ser peor: la deportación a Babilonia. La alianza rota, el templo destruido, Jerusalén en ruinas y sin culto ni víctimas. La voz de Ezequiel se alza para sembrar una nueva esperanza hecha de responsabilidad personal: “El que peca ese morirá” (Ez. 18, 20). Cada uno debe ser responsable ante Dios de sus actitudes (cfr. Jer. 31, 29; 2Re. 14, 6; Dt. 24, 16; Dt. 30,15). Los pecados del pasado, no son una herencia fatal, sino como afirma el profeta: Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva (v. 23). Dios quiere la conversión total del pecador, para que viva, guardando la alianza y la voluntad de Dios. Los pecadores, decían que Dios no es justo, es no responder a su invitación, y buscar excusas, cuando reconocer la propia infidelidad ante Dios, es iniciar el camino de la reconciliación y conversión. Quedémonos con las palabras últimas de este capítulo: “En cuanto al malvado, si se aparta de todos los pecados que ha cometido, observa todos mis preceptos y practica el derecho y la justicia, vivirá sin duda, no morirá” (v. 21).

b.- Mt. 5, 20-26: Reconciliación con el hermano.

El evangelio también nos habla de las actitudes que debemos tener con nuestro hermano. Es el discurso de las antítesis, en que Mateo, presenta a Jesús como Maestro y nuevo Legislador: “Habéis oído que se dijo…pero yo os digo” (Mt. 5, 21-22; cfr. Mt. 27-28; 31-32; 33-34; 38-39; 43-44). Nuestra reflexión se centra en el quinto mandamiento: no matarás (cfr. Ex. 20, 13; Dt. 5, 17). La nueva visión de este mandamiento que proclama Jesús, va más allá de entender este mandamiento literalmente de quitarle la vida a otro. Jesús enseña que la ira, la cólera contra alguien, el insulto grave al hermano debe convidarse, como un verdadero homicidio. En su tiempo, quien cometía homicidio era llevado a los tribunales, en cambio, quien ofendía gravemente al hermano nadie lo juzgaba. En el fondo, es el mismo pecado a los ojos de Dios, puesto que en ambos se le quita la vida en la propia existencia, es decir, lo matas en su corazón. Las ofrendas en el templo eran frecuentes, ya sea por obedecer la Ley de Moisés  o por agradecimiento o expiación de los pecados; Jesús, propone que la reconciliación con el hermano al que he ofendido, está antes o vale más que estos sacrificios, porque en esa actitud se manifiesta el amor y la misericordia de Dios que brilla en el corazón de quien ha conocido el perdón. Sólo quien ha vivido el arrepentimiento profundo de sus pecados y valorado la reconciliación que magnánimamente Dios le ha otorgado, aprenderá perdonar. Sólo después de la reconciliación, la ofrenda adquirirá todo su sentido. Debido a nuestra condición hay que señalar que siempre necesitamos conversión en el amor y en el perdón de las ofensas que hacemos al prójimo y por ende a Dios. El verdadero sacrificio, será convertir el propio corazón, donde se ofrezca el sacrifico diario de Cristo en la Cruz, un nuevo altar, donde se renueve el santo Sacrificio, la Eucaristía, participar de ella para desechar los ídolos y las actitudes como el rencor, las ofensas, las palabras hirientes,  al hermano que matan la caridad si el pecado es grave, o la debilita, si es venial; convertir el propio corazón en un trono para Jesucristo es tarea de todo buen cristiano donde se ofrezca el sacrificio de la oración diaria, por la Iglesia y la humanidad para que reconciliada con Dios Padre por el amor manifestado en su Hijo y con la fuerza de su Espíritu se construya la civilización del amor.

San Juan de la Cruz, en la misma línea, invita al orante a subir al Monte de la perfección que es Cristo: Quien “quiere subir a este Monte ha de hacer de sí mismo un altar en él, en que ofrezca a Dios sacrificio de amor puro y alabanza y reverencia pura, que, primero que suba a la cumbre del monte, ha de haber perfectamente hecho las dichas tres cosas: arroje todos los dioses ajenos… purifique el dejo que han dejado los apetitos…y poner en el alma un nuevo entender a Dios en Dios, dejando el viejo entender del hombre, y un nuevo amar a Dios en Dios” (1S 5,7).


SABADO

Lecturas bíblicas:

a.- Dt. 26, 16-19: Serás un pueblo consagrado al Señor, tu Dios.

La primera lectura nos presenta un contrato entre  Yahvé y su pueblo Israel: Dios quiere ser el Dios de Israel, e Israel, será el pueblo de Yahvé  (cfr. Ex. 6, 7; Jer. 31, 33; Ez. 36,28). Dios se compromete con ser el Dios de Israel y exige de su pueblo obediencia a su voluntad, manifestada en su alianza; Israel acepta la ley de la alianza y pide ser el pueblo santo de Dios. Si bien el texto tiene un carácter jurídico, el contenido no puede expresar la realidad  de lo que contiene, porque no es un contrato entre iguales, ni tampoco nace de esta declaración este contrato de la alianza. Es Dios quien ha creado esta relación de amor con su pueblo, es su creador y salvador, fruto de su iniciativa divina de su amor, amor gratuito por los patriarcas y sus descendientes hasta hoy. Las obligaciones de Israel son una respuesta al  amor de Dios, cumpliendo su alianza, se  constituye en lo que está llamado a ser: el pueblo amado del Dios de Israel. El Deuteronomio va constatar que si bien Yahvé es el Dios de Israel, el pueblo no siempre será fiel, es decir, que Israel deberá tomar conciencia de este compromiso, que no sólo llevará tiempo, sino que tendrá que vivirlo en esperanza. Hay que destacar la libertad en que el pueblo acepta el compromiso con un tipo de  vida que le da un sentido a su existencia, pero desde el momento en que no vive la alianza, es decir, no responde al compromiso, lo deja libre a su suerte. La salvación de Israel está en vivir el compromiso: ser el pueblo santo de Yahvé (cfr. Os. 2, 25; Jr. 13, 11; 33, 9).

b.- Mt. 5, 43-48: Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto.

El evangelio nos habla del amor a los enemigos: “Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo” (v.43). Así comienza el evangelio de hoy. En Israel existía el mandamiento del amor al prójimo (cfr. Lev. 19,18) entendiendo con ello a otro del propio país, el de la propia sangre. Más tarde  se amplió al extranjero que vivía en el propio territorio; se trata de un amor sincero, que excede el derecho, y desea el bien del otro. Auténtica novedad en la enseñanza de Jesús. La ley del talión (cfr. Gn. 4, 23-24; Lv.24,19-20) consistía en el principio de retribución, es decir, devolver la misma ofensa que se había recibido, a quien la había realizado. El enemigo era aquel que estaba en contra de la nación, con ejércitos, por lo mismo, contra Dios. No existía un mandato de odiar al enemigo, pero las incursiones y guerras de Josué, los reyes, las  de Judit y Ester, las luchas de los Macabeos, contra las naciones vecinas, generaron odios irreconciliables. Jesús se opone a este principio, propone un amor personal por todo ser humano, es más, todo hombre es desde ahora, prójimo para el que se dice cristiano. No exige orar por ese que consideramos nuestro enemigo y perseguidor. Jesús primero, luego los apóstoles, sufrieron la denigración por parte de enemigos y perseguidores. Es una participación de Jesucristo. Esta enseñanza de Jesús, es el primero en vivirla desde el momento que sufre la injusticia: cuando es arrestado, pide explicaciones (cfr. Mc. 14, 48), lo mismo cuando es abofeteado ante el Sumo Sacerdote, porque ha dicho la verdad (cfr. Jn. 18, 23), más aún les manda protegerse de quien los quiera atacara fuerza de una espada (cfr. Lc. 22, 36). Esta oración debe abarcar  a todos los hermanos, incluidos los enemigos de Cristo y de su Iglesia. Esta paciencia en el dolor fue convertida en victoria por los primeros cristianos, y para los que sufren persecución por el nombre de Cristo. “Así seréis hijos de vuestro Padre…Porque si amáis…” (vv. 45-47). Todo lo anterior, es para ser auténticos hijos de Dios. ÉL es el modelo de bondad y del amor, prodiga su bondad sin reservas a buenos y malos, así los como los hombres participan de los dones naturales, así también participan de su bondad y de su gracia. Debemos asemejarnos en nuestro modo de pensar y obrar al de Dios, porque poseemos su amor de Padre, fuente de amor al prójimo. Sólo su reconocimiento de Padre, como hijos suyos, valida todas nuestras obras a favor de nuestro prójimo. Pero en este tema del amor al prójimo hay una exigencia que no podemos olvidar: nuestro amor al prójimo, debe ser superior a lo que dicen y hacen los escribas y  fariseo (cfr. Mt.5, 20). Los cristianos deben abrir su círculo de amistades, creyentes y no creyentes, su saludo es comunicación de vida y de gracia (cfr. 1 Tes.5, 26). La recompensa es ser un buen hijo de Dios en esta vida y  en la otra la vida eterna. “Vosotros, pues,  sed perfectos  como es perfecto vuestro Padre (v.48). La perfección consiste en amar a Dios como merece ser amado y al prójimo como Cristo lo amó. La perfección no sólo consiste en cumplir la ley, sino que Jesús le añade algo fundamental: imitar a Dios Padre.

San Juan de la Cruz, el místico, nos invita a fijar nuestra mirada en Jesucristo, el único santo y perfecto como su Padre, para ser verdaderos hijos de Dios. En sus Dichos de luz y amor, el místico enseña: “Nunca tomes por ejemplo al hombre en lo que hubieres de hacer, por santo que sea, porque te pondrá el demonio delante sus imperfecciones, sino imita a Cristo, que es sumamente perfecto y sumamente santo y nunca errarás” (D 161).

P. Julio González C.  


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