PRIMERA SEMANA DE CUARESMA
(Año Par. Ciclo A)
P. Julio González Carretti ocd
Lecturas bíblicas:
a.- Gn. 2,7-9; 3, 1-7: Creación y
pecado de los primeros padres.
La primera lectura nos sitúa en el
inicio de la historia de la humanidad, por lo tanto, de la salvación. El autor
sagrado al narrar con lujo de detalles la creación del hombre nos habla de la
dedicación del Creador con su criatura: el soplo de vida, aliento divino, lo
convierte en ser vivo (v.7). La naturaleza acompaña a este ser y queda a su
servicio; en ella la serpiente, animal lleno de astucia, miente y engaña a la
mujer: No moriréis (v. 3). Comieron y el resto ya lo conocemos: Adán y Eva
quisieron ser como Dios, no sólo conocer el bien y el mal, sino decidir qué era
bueno y qué era malo (v. 6). Este hombre que nace de las manos de Dios, vive
inocente la convivencia con su Creador, más aún ha sido hecho a su imagen y
semejanza (cfr. Gn. 1, 26). El demonio mentiroso y envidioso del bien del
hombre, recién creado, lo engaña en lo que Dios ha establecido para su
felicidad. Pone la duda sobre la verdad de la Palabra de Dios, es decir, la
incredulidad, acerca de su muerte si desafía el mandato; le hace creer que será
como Dios, soberbia, hacerse igual a su Creador y finalmente todo lo anterior
desencadena la desobediencia. (cfr. Gn. 2,17; 3, 4-5). El hombre buscó fuera
del proyecto de Dios su felicidad, su realización personal, por lo mismo
arruinó en cierto modo el plan divino. Fruto de estas actitudes: pecado para él
y su descendencia. A esta caída inicial se contrapone la salvación prometida
por Dios en el paraíso (cfr. Gn. 3, 15), manifestada en Cristo Jesús.
b.- Rm. 5, 12-19: Donde abundó el
pecado, sobreabundó la gracia.
Ha comenzado el apóstol a tratar el
tema de la justificación, entendida como reconciliación con Dios, pero dejando
muy en claro que el hombre no tiene derecho a esta justicia, ya que ni siquiera
posee obras en las cuales apoyarse, ya que es un pecador, enemigo de Dios (cfr.
Rom.3-4; 5,6-7; 10-11). El pecado habita en el hombre, la muestre, es castigo
del pecado que entró en el mundo, a consecuencia del pecado de Adán, el
apóstol, deduce que el pecado entró en
la humanidad, por esta falta inicial; se trata del pecado original. Ofrece un
paralelismo entre la obra de Adán y la reparación de Jesucristo, el último
Adán. La salvación la ofrece el último Adán, por lo cual Dios restaura la
creación (cfr. Rm.7,14-24; Sb.2,24; 1Cor.15,21.25;
Rom.8,29; 2Cor.5,17). El pecado separa al hombre de Dios, la separación es
muerte, espiritual y eterna, cuya señal es la muerte física (cfr. Sb.1,13; 2,24; Hb.6,1). Consciente Adán de su pecado, la
voluntad de Dios no se manifestó hasta la promulgación de la Ley de Moisés,
realidad del pecado que alcanza a toda la humanidad aunque no quisieran la ley,
por lo tanto, n imputable para ellos, pero también la muerte les alcanzó aunque
ignorantes de su pecado (vv.13-14; cfr. Nm.15,22.31-34; 16,22;
Lv.4,1.13.22.27). Así como Israel ofrecía el sacrificio de la expiación por el
pecado, el Siervo sufriente, tomó el lugar de ese ritual en su persona, ahora
es el sacrificio de Cristo en la cruz, el que quita el pecado de la conciencia
humana (cfr. Rm.5, 6,8,11; Lv.
4,1-3; Is.53,10). Establece luego el apóstol una antítesis entre Cristo y Adán,
que deja en claro que Jesucristo con su sacrificio en la cruz, borra la
desobediencia de Adán y reconduce la humanidad hacia Dios, se convierte en el
Señor de la vida escatológica al constituir a todos los redimidos en justos. No
se produce sólo una reparación del daño sino una nueva existencia: es cristiano
es criatura nueva. Hablamos así de la antropología cristiana. Si la reparación
de Cristo en Adán es sólo eso, reparación, Adán queda primero; en cambio, pero
si la vida nueva que trae Cristo, es esencialmente diferente de lo que aporta
Adán, abandonado a sí mismo, entonces hemos de partir por Cristo para
comprender a Adán y no al revés (v.14). Sólo Cristo crucificado y resucitado,
devela el misterio del hombre, cuando revela en el evangelio su propio misterio
salvífico.
c.- Mt. 4,1-11: Jesús ayuna y es
tentado por el demonio.
El evangelio nos presenta cómo obra la
fuerza del Espíritu, lo lleva al desierto, donde está el Bautista; lugar de
adoración de Dios, espacio de la peregrinación de Israel por el desierto en el
pasado, y de regreso del exilio. Será allí dónde se tenga que decidir si se
está a favor o contra Dios, decisión a
favor de la salvación del mundo. Junto a estos hombres Santos, aparece Satanás.
Las tentaciones a que se sometió Jesucristo, por parte de Satanás, hay que entenderlas como pruebas, algo propio de la
naturaleza humana; Jesús se hizo hombre, padece la tentación, como cualquier
otro, pero no tiene la inclinación al pecado (cfr. Hb. 4, 15). En toda la
historia de Israel aparece esta fuerza que se opone a Dios y a su Reino. La
forma en que el evangelista presenta estas tentaciones, es como el diálogo
entre dos entendidos en el AT, sólo que Jesús es más agudo en la interpretación
de la palabra de Dios que Satanás; a cada propuesta Jesús responde con un
pasaje de la Escritura. Texto inapelable, que da por terminada la discusión. La
primera tentación (vv. 3-5), se refiere a querer transformar las piedras en
panes. Jesús ha ayunado como Moisés y Elías en otro tiempo en el Sinaí (cfr.
Ex.34,28; 1Re.19,8). Jesús le responde, con un texto
que agradece el maná dado por Yahvé en el desierto (cfr. Dt. 8, 3). Jesús
quiere hacer notar la omnipotencia divina que prepara la vida eterna, más
importante que el alimento diario. Si la vida natural se salvó por el maná que
Yahvé les brindó en el pasado, ahora hay una vida interior, espiritual que
también hay que alimentar con la obediencia a la palabra que trae la gracia y
salvación, la vida de Dios al hombre. Se trata de confiar en el poder de esa
palabra divina. La segunda tentación (vv.5-7), consiste en poner a prueba la
protección divina de que goza Jesús, y el demonio usando la Escritura, lo
invita a abusar de ella, enemistándole con Dios
(cfr. Sal. 91, 11-12), Jesús le responde con otro pasaje de la Escritura
que habla de no tentar al Señor (cfr. Dt. 6, 16). Texto que alude al pueblo de
Israel que tentó a Yahvé, porque no creyó que iba a ser protegido por ÉL. Dios
asiste a los hombres con su providencia amorosa, peor no está al servicio de la
temeridad. Arrojarse de lo alto, esperando que Dios cumpla su palabra, consiste
en salirse de su providencia, abusar de ella, entonces, pecar. Jesús confía en
su Padre, porque no hace nada que no vea hacer al Padre (cfr.Jn.5,19). La tercera tentación (vv. 8-10), es un pecado de
idolatría, pues Satanás pretende que Jesús lo adore de rodillas, a cambio, le
promete todas las riquezas de la tierra. Satán se siente Señor de este mundo
(cfr. Jn.12,31). Nuevamente Jesús le responde con una
cita de la Escritura (cfr. Dt. 6,13), con un leve cambio, en lugar de “temer” a
Yahvé, tu Dios, Jesús sustituye temer por “adorarás” al Señor tu Dios; se
quiere resaltar que sólo Dios es digno de adoración. La alusión al monte alto
se refiere a la subida de Moisés a las estepas de Moab, al monte Nebo, desde
donde el patriarca contempló la tierra prometida, pero no la cruzó (cfr. Dt.
34, 1-4). Estas tentaciones al comienzo de su ministerio, quieren reflejar,
cómo Jesús será tentado de elegir un mesianismo fácil, triunfalista, demasiado
humano y terreno. Hubiera satisfecho las esperanzas del nacionalismo judío
imperante, pero no correspondería al proyecto del Padre para el hombre caído
por el pecado. Siempre en la idea de presentar a Jesús como el nuevo Moisés, ÉL
vence las tentaciones a que fue sometido Israel: murmurar del pueblo contra
Moisés por el maná; tentación de desconfianza por la falta de agua (cfr. Ex.15,22-24), falta de comida, Yahvé les da el maná (cfr. Ex.16,
2-3), y finalmente la idolatría contra
la cual Moisés les había prevenido (cfr. Ex.32,7-10). De esta forma Jesús es el
nuevo Moisés, del cual nace el nuevo pueblo de Dios, vence Él a las tentaciones
y también su pueblo. Termina el evangelio, con un cambio radical: una vez que
Satán se marchó, los ángeles se acercaron para servirle.
San Juan de la Cruz nos enseña a dejar
todo lo que no es Dios en la vida del cristiano, no es una opción, sino toda
una exigencia de la vida teologal. “Tenga fortaleza en el corazón contra todas
las cosas que le movieren a lo que no es Dios y sea amiga de la pasión de
Cristo” (D 99).
Lecturas bíblicas:
a.- Lv.
19,1-2.11-18: Seréis santos porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo.
La primera lectura nos habla de la
santidad de Dios que configura el comportamiento de su pueblo Israel. Lo
plantea como fundamento y exigencia para ser lo que es, y lo que está llamado a
ser: pueblo de Dios. Esta ley de santidad (cfr. Lev. 17-26), es proclamada para
enseñarle la vía de acceso a la santidad de Dios y a la plena realización de su
condición de pueblo escogido, amado, por Dios. Los preceptos de esta ley de
santidad se realizan en el servicio al
prójimo, como forma concreta para ser santo, ante la presencia del Dios de
Israel. El prójimo es llamado pariente, hermano, conciudadanos; es el hombre
que vive en comunidad en la cual todos son objetos de derechos y deberes. El
sano cumplimiento de los deberes hace que el prójimo obtenga todos sus
derechos; Dios exige este cumplimiento. En este códice no hay sólo preceptos sino actitudes y sentimientos de los cuales
florecen las obras. De evitar el odio, el rencor y la venganza; para vivir la
santidad se necesita la corrección fraterna con amor. Las actitudes negativas
destruyen a quien las sostiene, en cambio, la corrección de quien busca el bien
y la justicia salva al prójimo y a sí mismo. El amor al prójimo es criterio y
medida en la relación con el prójimo: amar al otro como a sí mismo; es un gran
desafío en la relación el otro. Este precepto compromete al hombre en su
relación con Dios, principio de santidad para él y con el conjunto de actitudes
y obras que realice. Jesús reconoce en este precepto lo esencial de la ley y la
pone como centro de su mensaje evangélico (cfr. Mc. 12,31).
b.- Mt. 25,31-46: Venid benditos de mi
Padre; heredad el reino preparado para vosotros.
El evangelio nos sitúa en el día del
Juicio final y cómo todos seremos examinados en el amor al prójimo,
manifestación del acercamiento del amor y santidad de Dios Padre al hombre
necesitado. El centro de este Juicio son las actitudes que hayamos tenido para
con ÉL en esta vida. El marco del relato recurre a la apocalíptica judía y como
el cumplimento de las promesas del AT. (cfr. Za. 14, 5). Esta epifanía nos presenta
a Jesús como rey y juez, ante el cual se presentan todos los pueblos, supone la
resurrección de los muertos, unos a la derecha, otros a la izquierda. Esta
disposición hace pensar que el Juicio ya está hecho, el juez debe leer la
sentencia y las razones que la motivan. Los de la derecha entran a heredar el
reino preparado para ellos desde el inicio del mundo; ingresan porque han hecho
del amor al prójimo y a Dios, una ley de para sus vidas, no porque estén
predestinados a ello. Las razones para entrar en el reino del Hijo son obras de
caridad a favor de los hermanos más pequeños de Jesús (cfr. Mt. 25, 40). Estas
obras son ya exigidas por el AT (cfr. Is. 58, 7; Job 22, 6-7; 31, 17. 19. 21),
son lo esencial de la piedad hacia el prójimo y hacia Dios. Jesús pone en
énfasis, en estas obras, que sean fruto del precepto del amor y no simplemente
filantropía. Estas obras de caridad, en la predicación de Jesús, se harán sólo
porque el cristiano ve en el necesitado, al propio Jesús necesitado, enfermo,
encarcelado, hambriento, etc. La sentencia de Jesús, y los motivos de la misma,
causan admiración y maravilla en ambos grupos y se dirigen a ÉL: “cuando te
vimos…” (Mt. 25, 37.44), las obras hechas por amor al prójimo escapan a la casuística del valor; se premian las
obras hechas al prójimo necesitado. La
sentencia a los que están a la izquierda indica que no entran en su reino y quedan separados de Jesús para
siempre sin que esto suponga estar predestinados a la condenación. La condena
es por la falta de amor en sus vidas y en sus obras, por eso la pena eterna.
Jesús ama también hoy en sus discípulos
porque los acerca a Dios.
San Juan de la Cruz, nos invita a
descubrir como hoy más que nunca se ama, virtud
teologal de la caridad o se es egoísta; se es solidario o no; no hay términos
medios. La esperanza teologal de la vida eterna y el dolor de los necesitados
deben hacernos caminar en el compromiso de amor al hermano necesitado haciendo
de Jesucristo; la fe teologal, hace descubrir
la presencia y visita no formal de Dios.
El santo escribe: “A la tarde te examinarán en el amor; aprende a amar
como Dios quiere ser amado y deja tu condición” (D 59).
Lecturas bíblicas:
a.- Is. 55, 10-11: La Palabra no
vuelve a mí vacía.
El profeta nos invita a
la conversión, mientras hay tiempo, es
un volver a Dios. El regreso de los pueblos a Sión, vienen atraídos por
el Santo de Israel, por la santidad de su pueblo en la fidelidad a la nueva
alianza. Será un caminar en la voluntad de Dios de los redimidos y perdonados.
La libertad de hoy a la humillación de la esclavitud del pasado es signo de la
presencia de Dios y de la salvación. El profeta señala el proceso por el que
Dios con la fuerza de su palabra, levanta al pueblo marchito, en la comunidad
que testimonia su actuar redentor (cfr. Is.40,6;
55,13). Creer en la palabra de Dios porque es eficaz, porque es verdad; como la
lluvia fecunda la tierra, así su palabra no vuelve a ÉL sin que primero se
cumpla. La metáfora evoca la tierra desértica sobre la cual Dios derrama el
agua para convertirla en alameda (cfr. Is.44, 1-4). El término “derramar”
también evoca el maná caído del cielo que lo alimentó en el desierto, pero a su
vez, es metáfora del don de la Ley dada a su pueblo, ya que cada vez que el
pueblo obedece la ley, se nutre del alimento divino y se transforma en
testimonio perenne de la gloria de Dios (cfr. Is.55,13). La tarea de la palabra
es semejante a la del mensajero, que no regresa sin haber cumplido su encargo.
Aunque el AT, menciona la Sabiduría y al Espíritu, es la Palabra la mediación
privilegiada con la que Dios obra a favor de su pueblo (cfr. Is.40,7;Am.8,11; Za.1,5-6; Sb.18,14-15). De ahí que en el NT, al
constatar en Cristo la obra de Dios, la define bajo la simbología de la Palabra
(cfr. Jn.1,1). Juan evangelista, nos dice más todavía
que el “Verbo se hizo carne y puso su morada entre nosotros” (Jn. 1, 14), para
estar en medio de los hombres y comunicarles los deseos del Padre, es decir, la
salvación eterna por medio de su palabra.
b.- Mt. 6, 7-15: El Padre nuestro.
El evangelista nos presenta la oración
que Jesús enseña a sus discípulos para dirigirse a su Padre Dios. Es Jesús
quien les enseña a orar a sus discípulos, a diferencia de Lucas, en que los
discípulos le piden a Jesús les enseñe a orar (Lc. 11, 1-14), como el Bautista
les había enseñado a sus discípulos, ÉL les enseña el Padre nuestro. En el AT a
Dios se le llamaba Padre de Israel por sus prodigios en Egipto y con signos
relevantes mostró su predilección con su pueblo. Padre nuestro que estás en los
cielos (v.9). El considerar a Dios como
Padre, no es propio de Israel, puesto que otras religiones, también lo llamaba
así, por ser padre de todo lo creado. En el AT, Yahvé es llamado padre de
Israel, por su especial relación con este pueblo, su pueblo escogido, que sacó
de la esclavitud, hacia la libertad para darle la tierra prometida. Si Jesús es
su Hijo, sus discípulos, y que lo tienen como maestro, se unen a su oración
participan de modo especial en su filiación divina; somos hijos en el Hijo.
Llamar a Dios como Padre y dirigirse a ÉL como su padre es quizás una de las
características de la predicación de Jesús y que la tradición cristiana recoge
en su predicación. La oración del Padre nuestro es la oración de los hijos de
Dios. Santificado sea tu Nombre (v.9). El nombre de Dios es el mismo Dios, hay
una identificación entre el nombre y la persona: Dios es ÉL tres veces santo,
trascendente. Dios es ÉL totalmente Otro, se ha manifestado y se ha dado a
conocer. Le pedimos que se manifieste, que se haga conocer, que mantenga sus
promesas y permanezca con nosotros para siempre. Venga tu Reino (v.10). Que
venga su reino es una de los temas esenciales de la predicación de Jesús, reino
que transforma la realidad y los valores de este reino: la justicia la verdad,
la paz y el amor son caminos para que el hombre construya la civilización del
amor. Donde está Jesús está presente este reino, la comunidad eclesial, es
inicio de este cambio de la sociedad y de la mente y los corazones que necesita
ser reconocido hoy y se espera su plena realización. Hágase tu voluntad (v.10).
Hacer la voluntad de Dios en la vida del cristiano no es una opción, es una
obligación en el sentido de saber que siempre el Padre busca lo mejor para sus
hijos. Voluntad de Dios que su Hijo nos ha transmitido por el Evangelio y que
el cristiano conoce precisamente para hacer la realidad en su existencia de
cada día. Esta voluntad, en la lucha contra nuestro egoísmo, resulta siempre
purificadora pero tiene la tarea de hacer comprender que lo que dispone Dios es
lo mejor; ahí está el secreto de comprenderla y hacerla nuestra. La oración
debe ser el vehículo que abra el corazón de Dios y nos presente su deseo para
que con la fuerza de ese encuentro poder asumirla día a día. La voluntad de Dios
debería ser el alimento, el pan de cada día, para trabajar y ganar el sustento
y cubrir todas las necesidades; la comunión eucarística es camino de unión con
Dios y de fe viva para hacer su voluntad. El pan nuestro de cada día (v.11).
Con esta petición se pide poder satisfacer diariamente las necesidades básicas
de alimentación. Pero también se pide el pan de los fuertes, medio de comunión
con Cristo Jesús, la Eucaristía, que es el propio Jesús, que se hace alimento
para quienes lo reciben en su vida con fe y amor. Perdónanos nuestras deudas
como nosotros perdonamos a nuestros
deudores (v.12). Las deudas, aquí se entienden por las culpas o pecados.
Nuestros deudores, son todos aquellos sobre los cuales tenemos algún derecho,
porque nos han ofendido: parientes, amigos y conocidos. El ejercicio de
misericordia, cuando Dios perdona
nuestras culpas, debe ser también nuestro deber a la hora de perdonar a los
hermanos sus ofensas. Vivimos en “su gracia”, es decir, su perdón lo recibimos
cuando Dios Padre, ve el arrepentimiento y el firme propósito de no volver a
pecar; todo esto queda condicionado al perdón que nosotros damos a quienes nos
han ofendido. La tarea de los confesores, en este campo, será educar a los
penitentes en este sano ejercicio de liberación a fuerza de oración al Espíritu
Santo, para que sea el amor de Dios, quien perdone en el corazón del penitente
a su hermano de fe, sobre todo, a los de la propia familia, comunidad eclesial,
etc. No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal (v.13). Caer en
tentación y librarnos del mal depende de Dios y del hombre; se entiende la
tentación como prueba, la reacción y actitud frente a la tentación
será juzgada al final de su vida. El cristiano debe abrazar el escudo de la fe,
para vencer siempre, como enseña Pablo (cfr. Ef. 6, 10-20. La oración es otra
de las armas con las que siempre se debe contar a la hora de enfrentar al
enemigo: mundo, demonio y carne siempre serán enemigas del alma cristiana (cfr.
Ef. 6, 10-20).
San Juan de la Cruz, el místico carmelita,
enseña a relacionarse con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo por medio de
esta oración evangélica: “No quieran arrimar la voluntad a otras ceremonias y
modos de oraciones de las que nos enseñó Cristo… que cuando sus discípulos le
rogaron que les enseñase a orar…sólo les enseñó aquellas siete peticiones del Pater noster, en que se incluyen
todas nuestras necesidades espirituales y temporales, porque bien sabía nuestro
Padre celestial lo que nos convenía (Mt. 6, 78), sólo encargó, con muchos encarecimientos,
que perseverásemos en oración, es a saber, en la del Pater
noster” (3S 44,4).
Lecturas bíblicas
a.- Jon. 3, 1-10: Los ninivitas
creyeron en Dios.
La primera lectura, nos presenta la
predicación de Jonás en Nínive. Luego de haber sido rebelde y desobediente a
Yahvé, ser salvado de la muerte, ahora Jonás tiene una nueva oportunidad de
servir a Dios y cumplir su misión. Pero ahora Jonás ha aprendido la lección: a
Yahvé no se le desobedece y va a Nínive. Gran ciudad, tres días le costó
recorrerla para dar el anuncio de la destrucción: dentro de cuarenta días
Nínive será destruida (v. 4). Fue tan la palabra de Jonás que el pueblo hizo
penitencia y creyó a Yahvé, puesto que desde el rey hasta el último vasallo
volvió sus pasos al Dios de Israel, como la había hecho Abraham en su tiempo,
dejando en claro que los ninivitas son el contraste de Israel, pueblo de dura
cerviz y (cfr. Gn. 15, 6; Ez. 3, 4-7).
Nínive comprende que a la penitencia exterior debe ir acompañada de la
conversión interior. Las palabras del rey dejan clara esta intención: “¡Quién
sabe! Quizás vuelva Dios y se arrepienta, se vuelva del ardor de su cólera, y
no perezcamos. Vio Dios lo que hacían, cómo se convirtieron de su mala
conducta, y se arrepintió Dios del mal que había determinado hacerles, y no lo
hizo.” (vv. 9-10). Vemos aquí el triunfo del amor de Dios por sobre la maldad
humana, pero condicionada por la conversión interior tan anunciada y apreciada
por los profetas.
b.- Lc. 11, 29-32: Aquí hay uno que es
más que Jonás.
El evangelio nos muestra la denuncia
de Jesús acerca de la generación en la que vive y que denomina: perversa. Crece
la muchedumbre que escucha a Jesús, pero también la contestación (cfr. Lc.11,
14-22). No les echa en cara su pecado sino su ceguera, no son capaces de
reconocer su doctrina y no tienen fe en ÉL, y así y todo piden
signos, a pesar de ser testigos de ellos. Es recurrente en los evangelios la
necesidad de un signo para reconocer a Jesús (cfr.1Cor.1, 22; Is.7, 14s; Jc.6,
36-40; 2Re 20,8-11; Lc.1,18. 34). Solo vale para esa
generación el signo de Jonás es decir, la predicación y la conversión, lo mismo
será el Hijo de Dios para su tiempo (cfr. Jon.3,1-10).
Jesús se niega a este tipo de pretensiones, porque quiere que los hombres
acepten al hombre por fe, no apabullados por milagros aplastantes de su
libertad a creer libremente. Si los judíos pretendían que Dios se revelara de
esa forma, para inaugurar algo nuevo, nueva realidad; el cambio el cristiano ha
descubierto en Jesús de Nazaret, la presencia de Dios, no pura trascendencia,
sino caminando con Jesús hacia su Pascua, que sí transformará la realidad
humana. Queda claro que el compromiso del hombre con Dios, es llevado a su
máxima expresión. Dios Padre en su plan de salvación nos regala su mayor signo
en la persona de Jesús. Si Salomón, en toda su gloria, fue signo de Dios para
los pueblos de la tierra por su sabiduría, tanto que atrajo la atención de la reina
de Saba, que fue capaz de escuchar y reconocer la verdad en un extranjero
(cfr.1Re.10,1-13, 2; 2Cro.9,1-12). La ceguera de los
judíos será echada en cara por esta mujer el día del Juicio. Pero aquí hay
algo, Alguien mayor que Salomón (v. 31). Pero los judíos también serán juzgados
por los ninivitas que escucharon a Jonás y creyeron a sus palabras. Así como la
reina de Saba hizo un largo viaje, y los ninivitas hicieron penitencia, ambos
extranjeros, que reconocieron en el Dios de Israel, la sabiduría, ambos se
levantarán para juzgar al pueblo elegido. También aquí, comparado con el tiempo
de Jonás, hay algo mayor (v.32). Jesús es mucho más que todos ellos, ya que nos
trajo la verdadera y definitiva palabra de Dios para salvación de toda la
humanidad, quienes lo rechazan, se autoexcluyen de la vía, vida y verdad que
los conduce a Dios Padre. La conversión del corazón es por vía de la fe,
esperanza y caridad, puentes abiertos que llegan hasta hombre para fomentar la
unión con Dios y la intimidad divina.
N. P. San Juan de la Cruz propone
el seguimiento de Cristo y lo comienza
con la determinación de convertirse, Dios cual amorosa Madre lo acoge y
comienza la obra de purificación de todo aquello que impide la verdadera unión
de conocimiento y voluntad en el amor. “Es, pues, de saber que el alma, después
que determinadamente se convierte a servir a Dios, ordinariamente la va Dios
criando en espíritu y regalando, al modo que la amorosa madre hace al niño
tierno, al cual al calor de sus pechos le calienta, y con leche sabrosa y
manjar blando y dulce le cría, y en sus brazos le trae y le regala” (1N 1,12).
Lecturas bíblicas:
a.- Ester 14, 1. 3-5. 12-14: Protégeme
tú, Señor, que lo sabes todo.
Como una bellísima flor literaria, en
un jardín de otras preces bíblicas, hechas por otras mujeres, aparece esta
oración de la reina Ester, dirigida a Dios, en un momento de gran aflicción.
Ante un decreto de extinción del pueblo judío, Ester eleva su oración donde
queda claro que Dios no es sólo el rey de Israel sino también el Dios
omnipotente que se ha manifestado en la creación, en la historia de la
salvación a favor de su pueblo. ¿Hay alguien que se oponga a sus designios
salvíficos para Israel, su pueblo? La oración de Ester, en la que peligra su
vida y la de su pueblo, la reina busca protección en Dios. En esta plegaria
Dios aparece como el único Señor y único rey de Israel. Luego, se conjuga el
hecho de estar sola en este conflicto, y como
el único Dios la puede ayudar. Esto dicho de Dios, significa que es
expresión de unidad, de infinito y de omnipotencia, sin embargo, aplicado a la
reina Ester, es expresión de abandono e impotencia. Con audacia toma una
decisión riesgosa, para salvar a su pueblo del exterminio y a su vida. Las palabra armoniosas que pide Ester son
para presentarse ante el rey Asuero y alcanzar su
fin: la salvación de su vida y la de pueblo; la ruina de Aman y sus secuaces.
Finalmente la oración de la reina de Ester es escuchada y cuando se presenta ante el rey deslumbrante
de belleza, Dios ablandó el corazón del rey salvó a Ester y a su pueblo y el
culpable Amán perece en la horca que había preparado para Mardoqueo (Est. 7-
8). Esta oración y petición tiene una fuerte carga nacionalista, con la cual
obra la gesta de nuevamente salvar a su pueblo rehabilitándolo entre las
naciones.
b.- Mt. 7, 7-12: Vuestro Padre del
cielo dará cosas buenas a los que le piden.
El evangelio nos presenta el tema de
la oración constante y confiada, como la de Ester, con las características
propias del testimonio de Jesús en el
NT, (vv.7-11), y la Regla de Oro del evangelio (v.12). La idea central de este
evangelio lo encontramos al final: “Pues si vosotros, que sois malos, sabéis
dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre del cielo dará
cosas buenas a los que se las pidan?” (v. 11). La oración no se puede reducir a
sólo pedir, como podría parecer haciendo una lectura ligera del texto, hay
otros pasos, como el buscar y llamar al corazón de Dios y al propio también,
pero para adorar, alabar y agradecer al Padre todo Es para el orante. En la
oración es donde se muestra si realmente creemos en Dios. Confesamos con ella
que dependemos de ÉL y que sólo no nos bastamos. Pedid y se os dará (v.7). Más
allá de pensar en una ley, se pide y se concede, que una cosa sigue a la otra,
la única certeza que tenemos es que Dios nos escucha. El que comprende esto,
hace su oración en Dios, el que vive para Dios y confiando en Dios. Desde esta
perspectiva, si se pide a Dios es para recibir. ¿Qué cosa pedir? El Espíritu
Santo: lo dará a todos a quienes se lo pidan (cfr. Lc. 10, 13). Es el Espíritu
quien nos enseña a orar, es por medio de él que nos unimos a la oración de
Jesús al eterno Padre. Más aún, nadie dice Señor Jesús si no es por la acción y
fuerza del Espíritu Santo (cfr. 1Cor. 12, 3). Nos conduce a la verdad plena de
nuestra condición de hijos de Dios, para desde esta filiación divina, definir
nuestra relación con el Padre. Relación que crece por medio del seguimiento de
Cristo y el sano cumplimiento de su voluntad en nuestra existencia cotidiana.
¿Quién nos ama, sólo por lo que somos? Dios Padre, nos ama en su Hijo, con el amor del Espíritu
Santo. Nos ama con amor de Padre que cuida de cada uno de sus hijos. Nos ama en
su Hijo y sólo en la medida en que nos conformemos a su imagen (cfr. Rm. 8,
29), seremos gratos y más amados por el Padre que con s amor vive a habitar a
nuestra vida de bautizados (cfr. Jn. 14, 23). Si busco a Dios es para
encontrarlo. ¿Dónde buscarlo? Donde siempre está: en la comunidad eclesial, con
su Palabra y los medios sacramentales, en la oración litúrgica y personal. La
Iglesia es el lugar, la tienda del encuentro para el cristiano, en particular
en la Eucaristía. Si llamo a la puerta es para que me abra. ¿Qué puerta tocar?
La única en la que siempre está el dueño de casa: Jesucristo es la puerta de
las ovejas (cfr. Jn. 10, 7), por la que entro en comunión con el Padre y su
Santo Espíritu, con toda la Iglesia. Si alguien entra en el reino por medio de
ÉL será salvo, es decir encontrará la vida en abundancia que ha venido a traer
a todos los que crean (cfr. Jn. 10, 10). Finalmente, la Regla de Oro de saber
tratar a los demás como queremos que nos traten a nosotros. Este conocido
principio antes de Jesús, lo propone desde el amor, lo que se debe esperar de
otro discípulo, el hermano de fe, y lo que el otro pueda esperar de mí. Nadie
puede reclamar el derecho a ser tratado así; lo mejor será comenzar por uno
mismo.
San Juan de la Cruz nos aconseja
en este “Dicho de luz y amor”, buena
parte del proceso que hay que seguir para llegar a la perfecta unión con Dios.
El texto dice así: “Buscad leyendo y hallaréis meditando; llamad orando y
abriros han contemplando” (D 162).
Lecturas bíblicas:
a.- Ez. 18, 21-28: Dios no quiere la
muerte del pecador.
Ezequiel, nos llama a la
responsabilidad personal frente a Dios. Vida o muerte; amistad con Dios o
maldad y perversión lejos de ÉL, pero de todas maneras, responsable de su
pecado o de su justicia. Dios quiere que el hombre viva, para eso lo creó, para
que sea feliz en su presencia; pero si el hombre, escoge equivocadamente el
camino de la injusticia, morirá a no ser que recapacite y se convierta y viva.
Estas palabras de Ezequiel resuenan en un tiempo que no podían ser peor: la
deportación a Babilonia. La alianza rota, el templo destruido, Jerusalén en
ruinas y sin culto ni víctimas. La voz de Ezequiel se alza para sembrar una
nueva esperanza hecha de responsabilidad personal: “El que peca ese morirá”
(Ez. 18, 20). Cada uno debe ser responsable ante Dios de sus actitudes (cfr.
Jer. 31, 29; 2Re. 14, 6; Dt. 24, 16; Dt. 30,15). Los pecados del pasado, no son
una herencia fatal, sino como afirma el profeta: Dios no quiere la muerte del
pecador, sino que se convierta y viva (v. 23). Dios quiere la conversión total
del pecador, para que viva, guardando la alianza y la voluntad de Dios. Los
pecadores, decían que Dios no es justo, es no responder a su invitación, y
buscar excusas, cuando reconocer la propia infidelidad ante Dios, es iniciar el
camino de la reconciliación y conversión. Quedémonos con las palabras últimas
de este capítulo: “En cuanto al malvado, si se aparta de todos los pecados que
ha cometido, observa todos mis preceptos y practica el derecho y la justicia,
vivirá sin duda, no morirá” (v. 21).
b.- Mt. 5, 20-26: Reconciliación con
el hermano.
El evangelio también nos habla de las
actitudes que debemos tener con nuestro hermano. Es el discurso de las
antítesis, en que Mateo, presenta a Jesús como Maestro y nuevo Legislador:
“Habéis oído que se dijo…pero yo os digo” (Mt. 5, 21-22; cfr. Mt. 27-28; 31-32;
33-34; 38-39; 43-44). Nuestra reflexión se centra en el quinto mandamiento: no
matarás (cfr. Ex. 20, 13; Dt. 5, 17). La nueva visión de este mandamiento que
proclama Jesús, va más allá de entender este mandamiento literalmente de
quitarle la vida a otro. Jesús enseña que la ira, la cólera contra alguien, el
insulto grave al hermano debe convidarse, como un verdadero homicidio. En su
tiempo, quien cometía homicidio era llevado a los tribunales, en cambio, quien
ofendía gravemente al hermano nadie lo juzgaba. En el fondo, es el mismo pecado
a los ojos de Dios, puesto que en ambos se le quita la vida en la propia
existencia, es decir, lo matas en su corazón. Las ofrendas en el templo eran
frecuentes, ya sea por obedecer la Ley de Moisés o por agradecimiento o expiación de los
pecados; Jesús, propone que la reconciliación con el hermano al que he
ofendido, está antes o vale más que estos sacrificios, porque en esa actitud se
manifiesta el amor y la misericordia de Dios que brilla en el corazón de quien
ha conocido el perdón. Sólo quien ha vivido el arrepentimiento profundo de sus
pecados y valorado la reconciliación que magnánimamente Dios le ha otorgado,
aprenderá perdonar. Sólo después de la reconciliación, la ofrenda adquirirá
todo su sentido. Debido a nuestra condición hay que señalar que siempre
necesitamos conversión en el amor y en el perdón de las ofensas que hacemos al
prójimo y por ende a Dios. El verdadero sacrificio, será convertir el propio
corazón, donde se ofrezca el sacrifico diario de Cristo en la Cruz, un nuevo
altar, donde se renueve el santo Sacrificio, la Eucaristía, participar de ella
para desechar los ídolos y las actitudes como el rencor, las ofensas, las
palabras hirientes, al hermano que matan
la caridad si el pecado es grave, o la debilita, si es venial; convertir el
propio corazón en un trono para Jesucristo es tarea de todo buen cristiano
donde se ofrezca el sacrificio de la oración diaria, por la Iglesia y la
humanidad para que reconciliada con Dios Padre por el amor manifestado en su
Hijo y con la fuerza de su Espíritu se construya la civilización del amor.
San Juan de la Cruz, en la misma
línea, invita al orante a subir al Monte de la perfección que es Cristo: Quien
“quiere subir a este Monte ha de hacer de sí mismo un altar en él, en que
ofrezca a Dios sacrificio de amor puro y alabanza y reverencia pura, que,
primero que suba a la cumbre del monte, ha de haber perfectamente hecho las
dichas tres cosas: arroje todos los dioses ajenos… purifique el dejo que han
dejado los apetitos…y poner en el alma un nuevo entender a Dios en Dios,
dejando el viejo entender del hombre, y un nuevo amar a Dios en Dios” (1S 5,7).
Lecturas bíblicas:
a.- Dt. 26, 16-19: Serás un pueblo
consagrado al Señor, tu Dios.
La primera lectura nos presenta un
contrato entre Yahvé y su pueblo Israel:
Dios quiere ser el Dios de Israel, e Israel, será el pueblo de Yahvé (cfr. Ex. 6, 7; Jer. 31, 33; Ez. 36,28). Dios
se compromete con ser el Dios de Israel y exige de su pueblo obediencia a su
voluntad, manifestada en su alianza; Israel acepta la ley de la alianza y pide
ser el pueblo santo de Dios. Si bien el texto tiene un carácter jurídico, el
contenido no puede expresar la realidad
de lo que contiene, porque no es un contrato entre iguales, ni tampoco
nace de esta declaración este contrato de la alianza. Es Dios quien ha creado
esta relación de amor con su pueblo, es su creador y salvador, fruto de su
iniciativa divina de su amor, amor gratuito por los patriarcas y sus
descendientes hasta hoy. Las obligaciones de Israel son una respuesta al amor de Dios, cumpliendo su alianza, se constituye en lo que está llamado a ser: el
pueblo amado del Dios de Israel. El Deuteronomio va constatar que si bien Yahvé
es el Dios de Israel, el pueblo no siempre será fiel, es decir, que Israel
deberá tomar conciencia de este compromiso, que no sólo llevará tiempo, sino
que tendrá que vivirlo en esperanza. Hay que destacar la libertad en que el
pueblo acepta el compromiso con un tipo de
vida que le da un sentido a su existencia, pero desde el momento en que
no vive la alianza, es decir, no responde al compromiso, lo deja libre a su
suerte. La salvación de Israel está en vivir el compromiso: ser el pueblo santo
de Yahvé (cfr. Os. 2, 25; Jr. 13, 11; 33, 9).
b.- Mt. 5, 43-48: Sed perfectos como
vuestro Padre celestial es perfecto.
El evangelio nos habla del amor a los
enemigos: “Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo”
(v.43). Así comienza el evangelio de hoy. En Israel existía el mandamiento del
amor al prójimo (cfr. Lev. 19,18) entendiendo con ello a otro del propio país,
el de la propia sangre. Más tarde se
amplió al extranjero que vivía en el propio territorio; se trata de un amor
sincero, que excede el derecho, y desea el bien del otro. Auténtica novedad en
la enseñanza de Jesús. La ley del talión (cfr. Gn. 4, 23-24; Lv.24,19-20) consistía en el principio de retribución, es decir,
devolver la misma ofensa que se había recibido, a quien la había realizado. El
enemigo era aquel que estaba en contra de la nación, con ejércitos, por lo
mismo, contra Dios. No existía un mandato de odiar al enemigo, pero las
incursiones y guerras de Josué, los reyes, las
de Judit y Ester, las luchas de los Macabeos, contra las naciones
vecinas, generaron odios irreconciliables. Jesús se opone a este principio,
propone un amor personal por todo ser humano, es más, todo hombre es desde
ahora, prójimo para el que se dice cristiano. No exige orar por ese que
consideramos nuestro enemigo y perseguidor. Jesús primero, luego los apóstoles,
sufrieron la denigración por parte de enemigos y perseguidores. Es una
participación de Jesucristo. Esta enseñanza de Jesús, es el primero en vivirla
desde el momento que sufre la injusticia: cuando es arrestado, pide
explicaciones (cfr. Mc. 14, 48), lo mismo cuando es abofeteado ante el Sumo
Sacerdote, porque ha dicho la verdad (cfr. Jn. 18, 23), más aún les manda
protegerse de quien los quiera atacara fuerza de una espada (cfr. Lc. 22, 36).
Esta oración debe abarcar a todos los
hermanos, incluidos los enemigos de Cristo y de su Iglesia. Esta paciencia en
el dolor fue convertida en victoria por los primeros cristianos, y para los que
sufren persecución por el nombre de Cristo. “Así seréis hijos de vuestro
Padre…Porque si amáis…” (vv. 45-47). Todo lo anterior, es para ser auténticos
hijos de Dios. ÉL es el modelo de bondad y del amor, prodiga su bondad sin
reservas a buenos y malos, así los como los hombres
participan de los dones naturales, así también participan de su bondad y de su
gracia. Debemos asemejarnos en nuestro modo de pensar y obrar al de Dios,
porque poseemos su amor de Padre, fuente de amor al prójimo. Sólo su
reconocimiento de Padre, como hijos suyos, valida todas nuestras obras a favor
de nuestro prójimo. Pero en este tema del amor al prójimo hay una exigencia que
no podemos olvidar: nuestro amor al prójimo, debe ser superior a lo que dicen y
hacen los escribas y fariseo (cfr. Mt.5,
20). Los cristianos deben abrir su círculo de amistades, creyentes y no
creyentes, su saludo es comunicación de vida y de gracia (cfr. 1 Tes.5, 26). La
recompensa es ser un buen hijo de Dios en esta vida y en la otra la vida eterna. “Vosotros, pues, sed perfectos
como es perfecto vuestro Padre (v.48). La perfección consiste en amar a
Dios como merece ser amado y al prójimo como Cristo lo amó. La perfección no
sólo consiste en cumplir la ley, sino que Jesús le añade algo fundamental:
imitar a Dios Padre.
San Juan de la Cruz, el místico, nos
invita a fijar nuestra mirada en Jesucristo, el único santo y perfecto como su
Padre, para ser verdaderos hijos de Dios. En sus Dichos de luz y amor, el
místico enseña: “Nunca tomes por ejemplo al hombre en lo que hubieres de hacer,
por santo que sea, porque te pondrá el demonio delante sus imperfecciones, sino
imita a Cristo, que es sumamente perfecto y sumamente santo y nunca errarás” (D
161).
P.
Julio González C.