SEGUNDA SEMANA DE PASCUA

CICLO C

DOMINGO

LUNES

MARTES

MIERCOLES

JUEVES

VIERNES

SABADO


DOMINGO

Lecturas bíblicas:

a.- Hch. 5, 12-16: Crecía el número de creyentes.

Este pasaje es el tercer sumario que hace el autor para destacar las actividades que hacen los apóstoles. Inmediatamente antes, ha narrado la simulación e impostura de Ananías y Safira (5,1-11) y luego de esta síntesis, nos ofrece una imagen de la Iglesia perseguida (5, 17-42). No todos eran problemas ni persecuciones, Lucas, quiere destacar los éxitos del evangelio en medio de ese contexto concreto porque entonces se vería limitado el poder del evangelio y la predicación de los apóstoles. Los cristianos comenzaron a ser respetados por los judíos, por lo de Ananías y Safira, ese temor debía ser completado con esta síntesis. Pedro y los apóstoles, dice Lucas, hacían signos y prodigios. Pedro, como cabeza resume la actividad de todos. Luego, habla de la comunidad, unida a los apóstoles, que se reunía en el pórtico de Salomón. El templo ya había sido destruido, cuando escribe Lucas, su obra. Esta comunidad es presentada como protegida por un aura de temor y respeto por los no cristianos, no se les unían en la enseñanza, pero al mismo tiempo la gente común los apreciaba. Era una especie de temor sagrado que separaba a unos y otros. Hay que destacar que los cristianos ya contaban con su espacio, lo que no significa que no hubiera conversiones, porque el propio Lucas, afirma que la comunidad aumentaban  más los creyentes. Del temor se pasa a la estima hasta convertirla en aceptación como grupo entre la población. Las curaciones que realizaban los apóstoles, atraían a muchas personas a venir a Jerusalén, lo que habla de la gran consideración en que se tenía a los cristianos.

b.- Ap. 1,9-13.17-19: Estaba muerto, pero ahora, vivo por los siglos de los siglos.

Juan evangelista nos narra la primera de sus experiencias místicas sucedida el día del Señor, celebración de la Resurrección y de la Eucaristía (cfr. Hch. 20,7; 1Cor.16,2), cuando vino el Espíritu para hacerlo vidente y predicador profético de la palabra que iba a llegar a su Iglesia. El éxtasis se siente como abundante presencia del Espíritu Santo, su espíritu, se le capacita para recibir conocimientos divinos, que por su naturaleza no recibiría habitualmente. Es obra del Espíritu, que el espíritu del hombre se abra a esta nueva dimensión, elevado sobre sus propias posibilidades para comprender esta revelación divina. De ahí que el acto de fe que todo esto conlleva sea don del Espíritu de Dios, es gracia. Esta primera visión es audible, deberá escribir a las siete Iglesias todo cuanto ha visto; Jesús les había mandado predicar, ahora se extiende dicha obra, por la proclamación de la palabra escrita. Cuando se vuelve según la indicación de la voz, el vidente contempla a Jesucristo glorioso (vv.12-13) como lo está en su Iglesia. Los siete candelabros de oro, representa a las siete Iglesias (cfr. Ap. 1,20; 4,4; 21,15.18.21); el oro representa a los santos, los cristianos, como comunidad de santos, elegidos por Dios y para Dios, la que también se encuentra en esta iglesia que camina en esta vida y es perseguida, y no sólo creída como un futuro por alcanzar, sino muy unida a iglesia celestial o triunfante (cfr. Rm.1,7;1Cor.1,2; 2Cor.1,1; Ef. 1,1; Flp.1,1; Col.1,2; Flp.3,20). La esencia de la Iglesia está en vivir en torno a su Señor glorificado, para ser guiada y regida por él, representada por estos candelabros de oro. Representa también la imagen de la Iglesia puesta sobre el candelabro del mundo para iluminarlo y de cada cristiano como luz del mundo (cfr. Mt. 5,15-16; Ef. 5,8; 1 Tes.5, 5; 1Pe. 2,9; 1Jn. 1,7; 2,9). La figura que Juan contempla recuerda al Hijo de Hombre y que Jesús sea aplicó para expresar su misión mesiánica. En Daniel aparece como aquel a quien se le dado todo poder en el cielo como en la tierra, es el Señor glorificado en su Iglesia (cfr. Dan.7, 13; Mt. 28,18). Los atuendos que lleva son de sumo sacerdote y de rey: el Hijo del Hombre ejerce su poder como mediador para con Dios y los hombres (cfr. Hb.7, 24s; Dan. 7,9).  “No temas” le dice Jesús (v.17), después de haber quedado impresionado por la visión (cfr.1Cor. 2,8; Mt.17,6; Is.6,5; Ez.1,28).  A las palabras de aliento sigue el gesto de la imposición de manos, la presentación de sí mismo, y una misión para el vidente: la consagración profética (cfr. Hch.6,6;13,3;1Tm.4,14; 5,22; 2Tim.1,6). “Yo soy el primero y el último 18 y el que vive. Estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades” (v.17). El Señor se aplica las palabras antes dichas de Dios (Ap.1,8). ÉL es eterno, como el Padre, existe desde antes de la creación, está por encima de la historia, la que ante ÉL un día conocerá su fin; ÉL vive para siempre, en oposición a los ídolos muertos. Alude a la encarnación, vivió entre nosotros, superó la muerte con su resurrección y nos dio vida eterna. Constituido Señor posee las llaves de la vida y de la muerte (v.18). Hay una clara invitación a la confesión de la fe hasta el final, incluida la persecución, dar la vida por su Nombre, nutrida por la promesa de vida eterna. Los que le pertenecen no temen a la muerte. Armado el profeta de su misión se reitera el mandato de escribir con precisión lo visto y experimentado y remitirlo a las siete iglesias (cfr. Ap. 1,11). Presente y futuro son contrapuestos en el tiempo, aunque la estructura interna del mismo quedó trastocada substancialmente por la primera venida del Redentor. El tiempo se ha convertido en tiempo final, orientado no sólo a la segunda venida de Cristo, sino el germen de la eternidad entró en la vida de los hombres. El futuro de eternidad entró en el mundo con el establecimiento del Reino de Dios y con la resurrección de Cristo, fuerza motora de la historia universal en vista de su consumación final, donde se pondrá al descubierto, lo que ya estaba presente en el tiempo hasta el final. Habrá que aguardar con paciencia puesto que poseemos las primicias del Espíritu (cfr. Rm. 8, 18-25).

c.- Jn. 20, 19-31: A los ocho días se les apareció Jesús.

“Al atardecer de aquel día…se les presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz con vosotros” (Jn.  20,19-20). El mismo día de la resurrección, Jesús se aparece al grupo de los apóstoles, como la  había hecho con la Magdalena. Se denota el miedo que tenían, pero también la  alegría que les provoca la presencia de Jesús vivo.  Se les había dicho que conocerían la angustia, pero también que Jesús vencería al mundo (cfr. Jn.16, 33). Las historias de pascua,  recogen este tema y el temor que reinaba en el ambiente por la ausencia de Jesús. A evangelista, no señala el lugar donde se encuentran reunidos, pero si destaca el miedo, el cerrar las puertas, a fin que ningún extraño o enemigo entre donde se encuentran. A pesar de este lenguaje, Jesús logra atravesar puertas y ventanas cerradas, con lo que el evangelista explica la identidad del Resucitado y también del Paráclito. El Resucitado ya es un ser que posee la misma naturaleza espiritual que el Espíritu Santo, lo que caracteriza su nuevo modo de presencia dentro de la comunidad. Esta aparición de Jesús se debe a su iniciativa, aunque humanamente hasta ahora no había posibilidad de ella, pero si se menciona el miedo a los judíos, también podemos hablar, de la cerrazón a una aparición de Jesús de cara a la Iglesia y al mundo. El saludo del Resucitado es un don, la paz, comprende la reconciliación para toda la humanidad, es la vida del mundo que ha entregado y dona Jesús con su muerte (cfr. Jn.6,51s). La paz es fruto de la acción del Crucificado, de sus padecimientos y de su muerte; paz que brota del sacrificio de Jesús en la Cruz. Se ha superado el pecado, es decir, la cerrazón del hombre a Dios y a su prójimo. Si el Resucitado, habla de paz, es porque la reconciliación es ya una realidad. Para el evangelista es importante dejar en claro que la identidad del Resucitado es la misma que la del Crucificado, por ello les muestra las manos y el costado. Sus heridas se convierten en fuente de identidad; el Cristo glorioso, no ha borrado los padecimientos humanos que ha sufrido en su pasión. Ha quedado marcado para siempre, de modo que el Resucitado es el mismo Crucificado, por lo que se nos enseña que la fe pascual no es una exaltación del dolor sino que es la esperanza de superar con Cristo dichos sufrimientos. De la tristeza se pasa a la alegría pascual, de la ausencia a la presencia del Resucitado, la alegría se convierte en señal de su nuevo modo de vivir en medio de la comunidad eclesial.    “Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío.» Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo.  A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.” (Jn. 19,21-23). El Resucitado repite el saludo y el acto fundacional de la Iglesia, es decir, la misión de llevar la paz y la reconciliación al mundo entero. La comunidad en Juan es enviada, como el Hijo por el Padre, con la misma misión y autoridad de Jesús. No se representa válidamente a Jesús, si no se entra en su camino, si no se asume su actitud reconciliadora, renuncia al poder y dominio, como lo demuestra el lavado de los pies y su pasión. La misión es entendida en clave de servicio humilde de paz y amor, de reconciliación con Dios. Muy unida a la misión va la entrega de parte del Resucitado del Espíritu Santo. El soplo recuerda a Yahvé que comunica vida al hombre (Gn. 2,7). La comunicación del Espíritu es comunicación de vida, la creación del hombre nuevo, con lo que Juan, ha versado su evangelio: Jesús es el dador de vida escatológico. Les transmisión de poderes está destinada a comunicar la nueva vida del Resucitado en su Iglesia y la sociedad a través de ellos. La vida se transmite por medio del perdón de los pecados (v.23); es la gran purificación, comienzo de vida nueva, nueva oportunidad. Es el fundamento de toda la acción de la comunidad, de su testimonio de fe, de su vida, la reconciliación llevaba a cabo por Jesús. El perdonar y retener, recuerda el atar y desatar (cfr. Mt. 18,18; 16,19). En Juan vemos que el perdonar los pecados, es fruto fundamental de la realidad pascual. Dios ha obrado por medio de su Hijo la gran reconciliación que ahora es ofrecida al mundo entero y para ello está la comunidad eclesial. Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor.» Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré” (Jn. 19, 24-28). Juan deja bien en claro que a la fe se llega por la palabra de Jesús y por sus milagros, lo que también vale para las apariciones pascuales; los milagros son más bien una concesión a la debilidad humana (cfr. Jn. 4,48). Mientras se habla de la Resurrección surgen las dudas en la fe pascual (cfr. Mt.28,17; Lc.24,11; Hch.17,22-24; 1Cor.15). Tomás, el Mellizo, conocido en el evangelio de Juan (cfr.Jn.11,16; 14,5; 21,2).  Aquí aparece como el antagonista del grupo, no cree, o al menos duda de la resurrección, pero luego del encuentro con el Resucitado, llega a la confesión en el Señor viviente. Tomás no vivió el primer encuentro con el Resucitado, los otros discípulos le comunicaron la extraña noticia; aquí tenemos no es testigo presencial, le comunicaron el mensaje pascual. Situación típica o ejemplar, porque es el motivo de la predicación cristiana desde los días de los apóstoles hasta hoy. “Hemos visto al Señor” (v.24); Tomás exige una prueba, de ver y tocar, una auténtica verificación (v.25). Este apóstol encarna una verdadera actitud, la de comprender la realidad, quiere una poseer una certeza efectiva del Resucitado. A los ocho días, vuelve Jesús, da el saludo de la paz y llama a Tomás, que ahora sí se encuentra en la comunidad. Le dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente.»  Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío.» (vv.27-28). El Señor le había tomado la palabra, Tomás ha de rendirse ante la evidencia; le basta con ver a Jesús, no llega a tocarle. La invitación de Jesús es a no ser incrédulo sino creyente, porque lo que está en juego es el tocar,  sino la fe. Lo mismo había sucedido con la Magdalena (cfr. Jn. 20, 17ss). Tomás llega a la fe con una confesión creyente: “Señor mío y Dios mío” (v.28). “Dícele Jesús: «Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído.» (v. 29). Esta confesión de fe en el encuentro con el Resucitado, queda muy bien porque sabemos quién es el Resucitado. En todo el NT, se le da dos títulos fundamentales: Dios y Señor. En particular en el cuarto evangelio lo vemos en Jesús como revelador del Padre y dador de vida eterna. Jesús es la palabra, que era Dios (cfr. Jn.1,1; 17,5). El Resucitado ha ingresado en la gloria divina de la que había venido, Es significativo que sea el escéptico Tomás, quien pronuncie la suprema confesión de fe en Cristo. Juan concluye con una bienaventuranza, acerca de creer sin haber visto (v.29).  Todo lo escrito por Juan es para que crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre (vv. 30-31). El autor pareciera hablarnos de una gran tradición, de la que él rescató una parte, y escribió en su evangelio. Pero lo que nos interesa es el propósito teológico del autor, suscitar la fe en sus lectores hasta confesar que Jesús es el Mesías, para tener vida verdadera. Es el testimonio de la fe para tener parte en la salvación escatológica.

La Santa Madre Teresa compara el ingreso de Jesús en el Cenáculo, con su estadía en el alma que ha comenzado a tener vida mística. “Ahora me acuerdo, sobre esto que digo de que "no somos parte", de lo que habéis oído que dice la Esposa en los Cantares: Llevóme el rey a la bodega del vino, o metiome, creo que dice (20). Y no dice que ella se fue. Y dice también que andaba buscando a su Amado por una parte y por otra. Esta entiendo yo es la bodega adonde nos quiere meter el Señor cuando quiere y como quiere; mas por diligencias que nosotros hagamos, no podemos entrar. Su Majestad nos ha de meter y entrar El en el centro de nuestra alma y, para mostrar sus maravillas mejor, no quiere que tengamos en ésta más parte de la voluntad que del todo se le ha rendido, ni que se le abra la puerta de las potencias y sentidos, que todos están dormidos; sino entrar en el centro del alma sin ninguna, como entró a sus discípulos cuando dijo: “Pax vobis”, y salió del sepulcro sin levantar la piedra (21). Adelante veréis cómo Su Majestad quiere que le goce el alma en su mismo centro, aun más que aquí mucho en la postrera morada.” (5M 1,12).


LUNES

Lecturas bíblicas:

a.- Hch. 4, 23-31: Oración de los apóstoles.

Oración en la persecución hecha por los apóstoles, luego de haber sido liberados, en comunidad, con los suyos. Si bien las conversiones iban en aumento, la comunidad apostólica era un pequeño grupo, reunidas en casas (cfr. Hch.12,12). Una actitud que llama la atención es cómo la comunidad en lugar de escapar se entrega a la oración y ponen en la presencia del Señor sus dificultades por confesar su fe (cfr. Hch. 11,18; 16,25; 21,20). El esquema de oración estaba basado en invocar la divinidad, cantar o señalar los atributos divinos y luego la petición. Lucas, adaptó una oración de Ezequías (2Re. 19, 15-19; Is. 37,15-20), para sus propósitos, incluyendo el Salmo 2,1-2. Vemos cómo se cumple todo esto en la muerte y resurrección de Jesús. El rey de Judá era el ungido del Señor, representante de Dios ante su pueblo y el representante de éste ante Dios. Terminada la monarquía, el Salmo fue interpretado en forma mesiánica, lo cual resulta evidente en la oración que hizo la comunidad de los apóstoles: Herodes y Pilatos, los reyes de la tierra, conspiraron contra Jesús, pero fue una acción inútil porque eso no impidió la resurrección de Jesús. Jesús como sus hermanos de comunidad son todos siervos de Dios y deberán correr la misma suerte que su Maestro. No piden les libere de la persecución, sino la suficiente libertad para predicar el evangelio con la predicación y los signos que la acompañan, invocando el Nombre de Jesús.

b.- Jn. 3, 1-8: Nacer del agua y del Espíritu.

El evangelio nos presenta esta entrevista de Nicodemo con Jesús. Se sabe que era maestro de la Ley, fariseo, dirigente judío muy importante. El deseo de este encuentro nace de lo que había visto del joven rabino  después de la escena de la purificación del templo en Jerusalén, su primera intervención o actuación en la ciudad santa.  Hombre de buena voluntad, quiere comprender la perspectiva de Jesús, pues piensa que es un enviado de Dios. Su preocupación como buen judío era el reino de Dios de ahí se deduce que las preguntas o cuestiones que planteó a Jesús iban en la línea de la llegada del Reino de Dios. Es curioso que sólo en esta pasaje Juan hable del Reino de Dios, más frecuente en los Sinópticos, en Juan equivale a vida o vida eterna (cfr. Mt. 4,17). Para ingresar en el Reino de Dios, hay que nacer de nuevo (v.3). No se trata sólo de cambiar de mentalidad, sino que hay que nacer de arriba o de Dios, precisamente porque Él que lo hace posible, ha venido de arriba; Jesucristo bajó del cielo, como el evangelista lo había anunciado (cfr. Jn.1, 12-13). No basta con nacer de la carne y de la sangre, sino que hay que nacer de arriba, para acceder a la vida eterna. Tampoco basta la esperanza o buen deseo del Reino de Dios. Será necesaria la presencia del Espíritu Santo, que actúa por Jesús, como  agente regenerador, y el hombre por la fe, acepta la salvación que Dios le ofrece por medio del Bautismo: don y compromiso. Lo que nace de la carne es carne, es decir, de toda la persona humana con sus posibilidades;  lo que nace del Espíritu de Dios es espíritu, es decir, crea una realidad que no existía, el hombre nuevo, personalidad nueva, por la cual, responde a las exigencias de esta nueva relación con Dios (cfr. Tit.3,5). Nacer de la carne viene a significar contentarse con lo que cada uno puede observar y controlar; hacer juicios sobre lo que puede sentir (cfr. Jn.7, 24; 8,15). Nacer del Espíritu conduce a ver y comprender la realidad desde Dios. Para que lo dicho sea comprendido por Nicodemo, Jesús usa una parábola sobre el viento y el Espíritu (v.8). El viento s un misterio, podemos experimentarlo; es parte de la vida. Pero nadie puede presumir de saber y explicar de dónde viene y adónde va (cfr. Ecl.11,5; Eclo.16,21), en base a esta verdad sobre el viento, Jesús afirma que el Espíritu está más allá de todo control y comprehensión por parte del hombre; sopla en este mundo pero desde lo alto. No podemos determinar su origen y destino. Nicodemo es invitado a superar su respuesta cuando reconozca que es convocado a la esfera divina, donde quienes nacen tienen su origen y destino en el misterio de Dios. Los elementos esenciales del bautismo del que habla Jesús: el agua, que purifica el alma del pecado original, con todo su simbolismo de purificación profunda del corazón humano;  y del Espíritu que da la eficacia al agua regeneradora para realizar el nuevo nacimiento del hombre desde Dios.

La Santa Madre Teresa, nos habla en clave de desposorio místico acerca del Bautismo: todos desposados con Cristo Jesús. “Sí, empezad a pensar con quién vais a hablar o con quién estáis hablando. Ni en mil vidas de las vuestras acabaréis de entender cómo merece ser tratado este Señor, delante del cual tiemblan los ángeles. Todo lo manda: su voluntad es acción. Bueno será, hijas, que tratemos de alcanzar siquiera algo de estas grandezas que tiene nuestro Esposo, y veamos con quién estamos casadas y qué vida debemos tener. ¡Válgame Dios! Acá, si uno se casa, primero se informa quién es el otro, cómo es y qué tiene; nosotras estamos desposadas −y así todas las almas por el bautismo− antes de las bodas, y el desposado nos llevará a su casa. Pues si son permitidos aquellos pensamientos cuando se casan los hombres, ¿por qué nos han de impedir que nosotras entendamos quién es este hombre, quién es su padre, qué tiene, adónde me ha de llevar cuando me case, qué condición tiene, cómo le podré contentar mejor, de qué modo le causaré placer, y estudiar cómo conformaré mi condición con la suya? Si una mujer ha de estar bien casada, no le aconsejan otra cosa sino que estudie esto, aunque su marido sea un hombre muy bajo; pues, Esposo mío, ¿en todo tienen que hacer menos caso de Vos que de los hombres? Si a ellos esto no les parece bien, dejen que vuestras esposas se ocupen de su vida con Vos” (CE 38,1).


MARTES

Lecturas:

a.- Hch. 4, 32-37: Todos pensaban y sentían lo mismo.

Nos encontramos con un segundo sumario sobre la vida de la primitiva comunidad cristiana de Jerusalén. Se recalca el testimonio apostólico acerca de la resurrección, la nueva creación, de la que la comunidad es claro testimonio. Este el  motivo esencial de la existencia eclesial comunitaria, basada en el poder los apóstoles en la predicación acompañada por signos y la eficacia de la gracia divina que acompaña a todos los miembros de la Iglesia. Otra realidad a destacar es la unanimidad, un solo corazón y una sola alma por el amor, manifestada en la comunión de bienes. Todo era común, no había propiedad de bienes entre ellos. En esta presentación de Lucas, encontramos vestigios del AT., en que se invita a compartir con el otro (cfr. Dt. 15, 4), pero también la mentalidad griega proponía en tener todo en común, por lo mismo el lector no hebreo encontraba en el ideal comunitario de los cristianos una invitación a vivir este desafío. Los ricos vendían sus propiedades y el dinero lo ponían al servicio de los apóstoles, es decir,  cada uno, recibía según sus necesidades (cfr. Hch. 4, 36-37; 5,1-11). No obstante este compartir, seguramente la comunidad era pobre, ya que en el primer concilio, los apóstoles piden a Pablo, recuerde a sus hermanos pobres de Jerusalén (Gál. 2, 10).

b.- Jn. 3, 11-15: Jesús: El que bajó del cielo vuelve al seno del Padre.

Continúa el diálogo de Jesús y Nicodemo, pero a otro nivel, puesto que este último no comprende el leguaje de Jesús. Nicodemo sigue perplejo, no logra salir de sus categorías y adentrarse en la vida del Espíritu que le ofrece Jesús. ¿Cómo puede ser esto? (v.9). Jesús percibe debilidad, le reprende, por ser él un maestro de Israel (v.10). Debía haber comprendido a Jesús en lo que se refiere a la vida en el Espíritu, que trasciende el espíritu y la comprensión humana no era nueva (cfr. Ex.15,8; Is.40,7; 44,3; 59,21; Ez.11,19-20; 36,26-27; Jl.28,29; Job.34,14; Sal.18,15; 51,10; Sab.9,16-18). Jesús le responde a Nicodemo con un discurso que pareciera no sólo se dirigiera a él son a una comunidad que le escucha, puesto que se pasa del singular al plural, es la comunidad de Jesús que se dirige a Israel. Jesús habla de lo que conoce y Nicodemo es incapaz de aceptar esas verdades, como tampoco el resto de los judíos. Si Nicodemo no cree en estas cosas, cuanto más difícil será para el resto creer las cosas del cielo. Jesús habla de lo que ha visto junto al Padre (cfr. Jn. 8,38; 3,11-13; 3, 31-32; 1,14-18; 8,26-40; 15,15). Jesús no se desalienta, no trata de mostrar que el judaísmo es erróneo, sino que trata de decirles a quienes creen que las tradiciones religiosas de Israel, las cosas terrenales, son suficientes para alcanzar la salvación, que se necesita algo más, las cosas celestiales. Jesús se presenta como el Revelador celestial (vv.13-15).  Jesús afirma el carácter único de lo que el Hijo del Hombre comunica, cerrando toda posibilidad a que otros reveladores de Israel pudieran haber estado en el cielo, viendo las realidades celestiales y pudieran regresar para contarlas. Sólo el Hijo del Hombre ha bajado del cielo (v.13), conoce de lo que habla (v.11). Jesús proclama lo dicho en el prólogo: “A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado” (Jn. 1,18). Esta nueva referencia al Hijo del Hombre se relaciona con la otra promesa que a mayor fe, mayor revelación. Verán lo celestial revelado en el Hijo del Hombre (Jn.1,51). Sólo Jesús, la palabra hecha carne, el Hijo de Dios y del Hombre, revela las cosas celestiales (cfr. Jn.1,14; 1,18;1,51;3,13). ¿Cómo se realizará esta revelación? Mientras por una parte se nos dice que Jesús es el revelador 8v.13), luego se nos dice el cómo (v.14). Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, igualmente será elevado el Hijo del Hombre, así como Israel en su éxodo, como pueblo pecador, miró fijamente la serpiente y recuperó la salud, del mismo modo vendrá la vida eterna a aquel que crea al mirar al Hijo del Hombre elevado (v.15). Se retoma uno de los temas centrales del evangelio: los dones que Dios había hecho a Israel, son llevados a la perfección por el don del Hijo de Dios (Jn.1, 17). La muerte de Jesús, elevación física y la exaltación, será la lucha de la luz y las tinieblas, el rechazo de la Palabra por los judíos, su propio pueblo, la Hora de Jesús, que todavía no llega, los conflictos con los judíos (cfr.Jn.1, 5.11; 2, 13-22). Se inicia el modo como Jesús morirá, su crucifixión, será también su exaltación (cfr. Jn. 12,33; 18,32). Se ha tocado otro tema central del evangelio de Juan: Jesús es la revelación del Padre, revelación que alcanza su culmine en el levantamiento y exaltación de Jesús sobre la cruz (vv.13-14). Creer en esta revelación trae vida eterna. 

Santa Teresa de Jesús, invita a los moradores del Castillo Interior a poner los ojos en el Crucificado.  “Mirad que importa esto mucho más que yo os sabré encarecer. Poned los ojos en el Crucificado y haráseos todo poco. Si Su Majestad nos mostró el amor con tan espantables obras y tormentos, ¿cómo queréis contentarle con sólo palabras? ¿Sabéis qué es ser espirituales de veras? Hacerse esclavos de Dios, a quien, señalados con su hierro que es el de la cruz, porque ya ellos le han dado su libertad, los pueda vender por esclavos de todo el mundo, como El lo fue; que no les hace ningún agravio ni pequeña merced. Y si a esto no se determinan, no hayan miedo que aprovechen mucho, porque todo este edificio como he dicho (11) es su cimiento humildad; y si no hay ésta muy de veras, aun por vuestro bien no querrá el Señor subirle muy alto, porque no dé todo en el suelo. Así que, hermanas, para que lleve buenos cimientos, procurad ser la menor de todas y esclava suya, mirando cómo o por dónde las podéis hacer placer y servir; pues lo que hiciereis en este caso, hacéis más por vos que por ellas, poniendo piedras tan firmes, que no se os caiga el castillo.” (7M 4,8).


MIERCOLES

Lecturas bíblicas:

a.- Hch. 5, 17-26: Prisión de los apóstoles

Por segunda vez los apóstoles van a la cárcel, por seguir predicando en el Nombre de  Jesús. El Sumo sacerdote y los saduceos eran los custodios del templo y los levitas sus guardias. El éxito de la predicación de los apóstoles, lleva a los saduceos a encarcelar a los apóstoles, porque predicaban la resurrección de Jesús, realidad que ellos negaban, pero daba la razón a sus enemigos los fariseos, que sí creían en la vida después de la muerte. Para Lucas, es importante destacar esa unión entre judíos fariseos y cristianos. Liberados por la voz del ángel de la cárcel,  les manda volver al templo y seguir predicando, con lo que se quiere señalar, que en el templo, el lugar más sagrado de Israel, se comienza a reemplazar la Ley de Moisés por el Evangelio de la gracia. Ellos predican palabras de vida, la vida nueva, inaugurada por Cristo Jesús con su palabra y sus obras. Sus palabras son vida que lleva a la plenitud (cfr. Jn.10, 10; Hch. 13,26). Puestas en acción esas palabras conforman la vida cristiana.

b.- Jn. 3, 16-21: Tanto amó Dios al mundo.

Este evangelio nos presenta uno de los textos más profundos de todo el NT. El amor como causa determinante de la presencia del Hijo de Dios entre los hombres. El mor salvífico de Dios se encuentra tras el misterio del levantamiento del Hijo que es Enviado para posibilitar la vida eterna y la salvación del mundo (vv.16-17). El mensaje consiste en indicar por parte de Jesús la inmensidad del amor amoroso de Dios que ha hecho del Hijo para la vida del mundo. El Hijo fue enviado para salvar al mundo no para condenarlo (vv.13-15). Si bien el diálogo se dirige al contexto judío, en las palabras de Jesús encontramos elementos de connotación universal (vv. 16-17), lo que prepara el encuentro de Jesús con los samaritanos  y con un gentil (cfr. Jn.1,12-13; 4,1-54). Si bien tenemos la afirmación del amoroso don del Hijo, que hace el Padre para la salvación del mundo, no para juzgarlo, el tema suscita la idea del Juicio. Antes ha hablado del Hijo del Hombre, figura muy unida a la idea del Juicio, aparece celebrando junto a Dios (cfr. Dn.7). Este Hijo del Hombre que habla y testimonia lo que ha visto de Dios, que bajó del cielo y volvió a él es el amor de Dios en acción. En la primera parte  se hace mención de la encarnación y crucifixión, misterios de salvación, puesto que Dios quiere que el mundo se salve. Por eso manda a su Hijo para conozcamos al Padre y así llegar a la vida eterna (cfr. Jn. 1,18; 17,3). Jesús viene como Salvador, quien cree por medio de la fe, no conocerá el Juicio; además  viene para juzgar a quien no cree en la salvación, no lo acepta como revelador del Padre, Hijo de Dios e Hijo del hombre, se autoexcluye de la salvación, se condena por el rechazo que hace de la salvación. El Juicio proviene del rechazo o la aceptación de la revelación única hecha por Dios en su Hijo (vv.18-19). Vuelve el evangelista al lenguaje de la luz y las tinieblas, la vida (vv.18-21; cfr. Jn. 1,4-8). La fe nos guía a la vida, pero su rechazo produce condenación y muerte; ni el Hijo ni el Padre son Jueces. El rechazo a creer trae consigo la propia condena, que se manifiesta en las malas acciones y en las tinieblas que invaden al hombre (vv.18-19). El Juicio se da en este momento, es el tiempo del Juicio, porque ahora el cristiano se encuentra frente a la revelación del Padre en el Hijo. La escatología joánica recalca la importancia de la respuesta del creyente, no tanto la acción soberana de Dios. La decisión del creyente no se limita a unos momentos de verdad y luz, ante la irrupción de la palabra de Jesús. Termina su discurso con unas palabras que surgen de la situación de creyentes y no creyentes ante el rechazo o aceptación de la revelación de Dios: obrar el mal se origina de amar las tinieblas, ocultar la propia ambigüedad en la oscuridad, así como obrar el bien condice a la luz, con lo que manifiesta que sus obras están hechas según el querer de Dios Padre  (vv.20-21). Para llegar  a la beatitud, se requiere un compromiso diario expresado en las obras. La dificultad de Nicodemo consiste en no aceptar el don que viene de lo alto. Su fe es parcial, no rechaza las palabras de Jesús, pero no se deja guiar por el Espíritu Santo, no va más allá de lo que puede controlar, medir y comprender (cfr.Jn.7,50-52; 19,32-48). No se deja guiar por el Espíritu al no aceptar las realidades celestiales de las que Jesús es portador de parte del Padre.  

Santa Teresa de Jesús, contempla en la persona de Jesús todo el amor que el Padre puede manifestar al hombre. “Y este amor que sólo acá dura, alma de éstas a quien el Señor ya ha infundido verdadera sabiduría, no le estima en más de lo que vale, ni en tanto. Porque para los que gustan de gustar de cosas del mundo, deleites y honras y riquezas, algo valdrá, si es rico o tiene partes para dar pasatiempo y recreación; mas quien todo esto aborrece ya, poco o nonada se le dará de aquello. Ahora, pues, aquí -si tiene amor- es la pasión para hacer esta alma para ser amada de él; (5) porque, como digo, sabe que no ha de durar en quererla. Es amor muy a su costa. No deja de poner todo lo que puede porque se aproveche. Perdería mil vidas por un pequeño bien suyo. ¡Oh precioso amor, que va imitando al capitán del amor, Jesús, nuestro bien!” (CV 6,9).


JUEVES

Lecturas bíblicas:

a.- Hch. 5, 27-33: Testigos somos nosotros y el Espíritu Santo.

De dos cosas son acusados los apóstoles por el Sumo sacerdote: de desobediencia a sus órdenes (cfr. Hch. 4, 18-19), y por difamación, acusarles de la muerte de Cristo. Al haber despreciado su autoridad, se hacían dignos de castigo según la Ley. Esto da a Pedro la posibilidad de exponer un principio básico: la obediencia a Dios está por sobre la obediencia a los hombres. Obedecen a Dios, al predicar todo lo que hizo Jesús, a favor de los hombres. Pedro da más importancia a la segunda acusación: ese hombre, Jesús, cuyo nombre ni siquiera pronuncia el Sumo sacerdote, deben reconocer, que toda la ciudad habla de ÉL, por la predicación apostólica: reconocimiento y glorificación de Jesús, pero al mismo tiempo condena de quienes  lo mataron. Pedro, presenta el kerigma cristiano la muerte y resurrección de Jesús, en contraposición de lo que “vosotros hicisteis y lo que hizo Dios” (v. 30; cfr. Dt. 21,22). El rechazo que sufrió Jesús e su parte, fue un error que Dios reparó resucitando a Jesús de entre los muertos, el mismo Dios de sus padres (v. 30), si creen en Él, deberían aceptar a Jesús y la predicación de sus discípulos. Luego de su misterio pascual, Dios ha constituido a Jesús en Jefe y Salvador, como lo fue Moisés, “para conceder a Israel la conversión y el perdón de los pecados” (v. 31; Lc. 23, 34). Se destaca el hecho el acto humano de arrepentirse pero Lucas lo presenta, con un don de la gracia de Dios y la conversión, como esencial a la hora de considerarse cristiano. Importante el testimonio final de Pedro: “Nosotros somos testigos de estas cosas, y también el Espíritu Santo que ha dado Dios a los que le obedecen.» Ellos, al oír esto, se consumían de rabia y trataban de matarlos.” (vv. 32-33). Pero al testimonio apostólico se une la acción del Espíritu Santo que se infunde en aquellos que creen en Jesús Resucitado.

b.- Jn. 3, 31-36: El Padre ama el Hijo y todo lo puso en su mano

El evangelista usa categorías espaciales para hablarnos de arriba y de abajo; el Enviado del Padre viene de arriba, es decir del mundo divino, por lo mismo está sobre todo, enseña Juan Bautista. Este Enviado al mundo y a los hombres,  es igual a Dios. Este Enviado se contrapone con lo de la tierra. Insistir en el origen del Revelador, el Enviado Jesucristo, es para recalcar, que ninguna palabra de la tierra, puede compararse con las que proclame ÉL. Sólo ÉL puede hablar de las cosas del cielo, de lo divino y por lo tanto su testimonio es verdadero. El hombre debería aceptarla esta palabra interpelante, por medio de la fe, pero es rechazada (cfr. Jn. 1, 11). La razón de esta actitud es que el mundo, el hombre, ama lo suyo, y las palabras de Revelador, le resultan extrañas, por decir, lo menos, no corresponden a su realidad terrenal (cfr. Jn. 15, 19). Pero así como hay algunos que rechazan la Palabra, otros aceptan  su testimonio, aceptan al Revelador y con ello reconocen la veracidad de Dios (cfr. Jn. 1, 12). Hay una íntima relación entre el Revelador y el que lo envió, al aceptarlo se quiere acoger lo que Dios quiere comunicar al hombre por medio del Hijo. Se acoge porque es verdadero su testimonio. El que no cree en Dios lo hace embustero, porque no cree en el testimonio que Dios ha dado de su Hijo, es más, quien lo acepta tiene este testimonio en sí mismo (cfr. 1 Jn. 5, 10-11). En el Revelador es Dios mismo quien habla (v. 33-34), se acentúa la relación de identidad entre la palabra del Revelador y el Revelado, es decir, de Jesús no se pueden separar esas palabras. Aquí adquieren sentido las palabras de Juan: el Verbo se hizo carne, se hizo hombre. Hay otra afirmación importante acerca de la identidad entre la palabra de Jesús y la palabra de Dios: Dios no le dio el Espíritu con medida. El Padre comunica a su Hijo su Espíritu sin medida, sin ninguna restricción, es decir, la revelación traída por Jesús es completa. ÉL es la única palabra del Padre para el hombre de ayer y de hoy. No hay otra. El Padre ama al Hijo y ha puesto todo en sus manos, tiene la misma autoridad del Padre, por lo mismo, aceptarlo por la fe o rechazarlo, decide el destino final del hombre. Las palabras de Jesús son una seria advertencia, la persistencia en el rechazo, puede ser definitivo, es el ahora de la salvación para todo ser humano. Quien crea, tiene la vida eterna en sí.   

Santa Teresa ve en el Hijo el modelo de obediencia que por amor entrega la vida para la salvación del mundo “Pues ¿qué padre hubiera, Señor, que habiéndonos dado a su hijo, y tal hijo, y parándole tal, quisiera consentir se quedara entre nosotros cada día a padecer? -Por cierto, ninguno, Señor, sino el vuestro. Bien sabéis a quién pedís. ¡Oh, válgame Dios, qué gran amor del Hijo, y qué gran amor del Padre! Aun no me espanto tanto del buen Jesús, porque como había ya dicho "fiat voluntas tua", habíalo de cumplir como quien es. ¡Sí, que no es como nosotros! Pues como sabe la cumple con amarnos como a Sí, así andaba a buscar cómo cumplir con mayor cumplimiento, aunque fuese a su costa, este mandamiento. Mas Vos, Padre Eterno, ¿cómo lo consentisteis? ¿Por qué queréis cada día ver en tan ruines manos a vuestro Hijo? Ya que una vez quisisteis lo estuviese y lo consentisteis, ya veis cómo le pararon. ¿Cómo puede vuestra piedad cada día, cada día, verle hacer injurias? ¡Y cuántas se deben hoy hacer a este Santísimo Sacramento! ¡En qué de manos enemigas suyas le debe de ver el Padre! ¡Qué de desacatos de estos herejes! ¡Oh Señor eterno! ¿Cómo aceptáis tal petición? ¿Cómo lo consentís? No miréis su amor, que a trueco de hacer cumplidamente vuestra voluntad y de hacer por nosotros, se dejará cada día hacer pedazos. Es vuestro de mirar, Señor mío, ya que a vuestro Hijo no se le pone cosa delante, por qué ha de ser todo nuestro bien a su costa. ¿Porque calla a todo y no sabe hablar por sí sino por nosotros? Pues ¿no ha de haber quien hable por este amantísimo Cordero?” (CV 33,3-4).


VIERNES

Lecturas bíblicas:

a.- Hch. 5, 34-42: Contentos de sufrir por Cristo. La intervención de Gamaliel.

La defensa de Pedro ante el Sanedrín, pulveriza la doble acusación que había hecho el Sumo sacerdote a los apóstoles. Queda claro que la muerte de Jesús, los hacía a ellos responsables, como también que la desobediencia era motivada por la voluntad de Dios. Se cambian los papeles y los acusadores quedaron como los únicos acusados y éstos fueron condenados a muerte. La moderación vino de parte de Gamaliel, hombre docto, simpatizante de los cristianos, por su adhesión a la idea de la resurrección; postura contraria a la mayoría de los saduceos que la negaban. Lucas, nos presenta al cristianismo como el cumplimiento de las Escrituras, por lo mismo un hombre sabio de Israel no lo podía rechazar, había que esperar, fue su consejo. Si este movimiento mesiánico es falso, desaparecerá, si en cambio, es de Dios, la oposición sería inútil. Los apóstoles salvaron la vida, fueron azotados y les renovaron la prohibición de hablar de aquel “nombre”. Esta afrenta de los hombres, la consideraron un honor venido de la mano de Dios, había sufrido por Cristo (cfr. Mt. 5,11-12; 10,17; 23,34; Mc. 15, 15; 19,1). En lugar de arredrarse, nace en ellos la valentía para seguir predicando a Jesús Mesías Resucitado, el evangelio se abría paso en la vida e historia de los hombres.

b.- Jn. 6, 1-15: Multiplicación de los panes.

Este evangelio nos narra uno de los grandes signos que realizó Jesús, para mayor precisión el cuarto de sus signos. Lo propio de Juan, es que la gente comenzará a seguir a Jesús precisamente por este acontecimiento, es la idea del evangelista, que los signos lleven a Jesús. Estaba cercana la Pascua, con la velada intención de  unir a Jesús con el cordero pascual que era sacrificado en esa fecha. Jesús, toma la iniciativa, sus gestos y actitudes recuerdan la última cena, la forma que tomó los panes, pronunció la bendición, lo partió y se los entregó; sin olvidar que es Jesús quien lo distribuye, no los apóstoles como en los Sinópticos. Recoger las sobras habla  que no se pierda ningún hombre  y mujer, de los que el Padre le ha confiado (v.13; cfr. Jn. 11, 52; 17,12). La reacción de la gente: Jesús es el profeta (v.14). Pero la intención de Juan es llegar a  formular una confesión de fe: ÉL es el profeta que tenía que venir, semejante a Moisés (v.14; cfr. Deut. 18,15). Saber lo que tenía que hacer, habla del conocimiento sobrenatural que Jesús poseía (v. 6), distribuye el pan y los peces personalmente a todo los que esperaban su ración sentados (v.11). No busca el sensacionalismo, por eso evita que lo nombren y coronen rey (v.15). En este prodigio, Jesús es el centro de todo, es una auto-revelación. La mención de la Pascua, recuerda el desierto, a Moisés, la liberación de la servidumbre de Egipto, el éxodo en cuyo trasfondo el evangelista compara a Jesús como un nuevo Moisés. La doctrina eucarística, va a ir apareciendo desde lo más profundo del evangelio de Juan evangelista. 

Santa Teresa de Jesús, contempla en el pan de la Eucaristía la presencia viva de Jesús resucitado. “Pedid vosotras, hijas, con este Señor al Padre que os deje "hoy" a vuestro Esposo, que no os veáis en este mundo sin El; que baste, para templar tan gran contento, que quede tan disfrazado en estos accidentes de pan y vino, que es harto tormento para quien no tiene otra cosa que amar ni otro consuelo; mas suplicadle que no os falte y que os dé aparejo para recibirle dignamente. De otro pan no tengáis cuidado las que muy de veras os habéis dejado en la voluntad de Dios; digo en estos tiempos de oración, que tratáis cosas más importantes, que tiempos hay otros para que trabajéis y ganéis de comer. Mas con el cuidado no curéis gastar en eso el pensamiento en ningún tiempo; sino trabaje el cuerpo, que es bien procuréis sustentaros, y descanse el alma. Dejad ese cuidado -como largamente queda dicho-  a vuestro Esposo, que El le tendrá siempre.” (CV 34,3-4).


SABADO      

Lecturas bíblicas:

a.- Hch. 6,1-7: Institución de los siete diáconos.

Este pasaje de Hechos nos va introduciendo en la realidad de la comunidad primitiva. Una realidad compuesta por diversos grupos culturales, mentalidad y condición social, se puede hablar de dos las dificultades entre judíos y helenistas, judíos de la dispersión. Si bien convertidos al cristianismo, no hablaban arameo, lo que creaba un problema lingüístico. La mayor diferencia era que al regresar a Palestina traían toda la influencia griega, cultura y filosofía, la religión al menos como la celebran en el templo, sacrificios de animales y rituales, era contrario a su concepción ética y filosófica de su modo de vivir la fe. Todo esto germina en el diverso trato que recibían en la comunidad, con perjuicio de los helenistas, en concreto sus viudas.  La comunidad elige siete varones justos para un nuevo oficio ministerial en la comunidad: los diáconos. Los apóstoles les imponen las manos y les confieren el ministerio, es decir, la participación en su mismo ministerio. Quedan asociados al oficio del que los confía hasta significar el traspaso del Espíritu del que impone las manos sobre el son impuestas, como lo fue Josué (cfr. Núm. 27, 18. 23).   Al nuevo estado se asocia, la gracia que el nuevo estado conlleva (cfr. 1Tim. 4, 14; 5, 22; 2Tim. 1,6). Lucas, deja claro que los siete varones, eran hombres llenos del Espíritu Santo y que poseían, dos de ellos, Felipe y Esteban, poderes como los apóstoles, además de predicar (cfr. Hch. 6, 8; 8, 26; 21,8). Los siete quedan unidos a los apóstoles en el gobierno de la comunidad, para su servicio; mientras los primeros se dedicarán a la oración y predicación, los segundos, se dedicaran a la caridad, servicio a los pobres, viudas, etc. Muchos abrazaban la fe, incluidos sacerdotes judíos, era el crecimiento de la Iglesia primitiva.

b.- Jn. 6,16-21: Jesús camina sobre las aguas.

Este breve pasaje de Juan, nos relata el caminar de Jesús sobre las aguas, una auténtica epifanía, al estilo del AT, con esa presentación, que el Señor hace de sí mismo: “Yo soy. No temáis” (v. 20). Mar Rojo y Pascua, en la mentalidad judía estaban estrechamente unidas, a lo que se asociaba el don del maná. Pareciera que Juan piensa en esa relación, el caminar de Jesús sobre las aguas, paso del mar  para desembocar en el don del maná, pan de la vida, nuevo maná, es el discurso eucarístico del evangelista. Luego de la multiplicación de los panes, Jesús rechaza el título de rey (Jn. 6,15), lo que provocó la decepción de los apóstoles por no asumir como el Mesías que ellos querían. Lo abandonan y se regresan a Cafarnaúm, solos sin Jesús entran en las tinieblas y hasta el mar se subleva. No aceptar el mesianismo de Jesús, invadió de oscuridad el alma de los apóstoles. Pero Jesús no los abandona, los busca y los encuentra temerosos, su palabra tiende puentes de amistad con cada uno de ellos. Jesús se mueve en la esfera de lo divino, ellos en lo humano y terrenal, su andar sobre el mar confirma su condición. El temor de los discípulos nace del encuentro con un hombre que encierra en su persona el misterio mismo de Dios. Verdadera epifanía, que devela la divinidad de Jesucristo, y salva a los apóstoles de la muerte. Querer recogerle en la barca y llegar a su destino, es una sola cosa, Cafarnúm, viene a significar la institución judía de la cual podrán desapegarse. El encuentro con Jesús, los capacita para unirse más al propósito del Mesías y crecer en su dimensión de discípulos.

Santa Teresa de Jesús, usa la imagen del mar para enseñar como Dios sube al alma a las alturas de la contemplación, sin esfuerzo del creyente sino que con su colaboración. “No parece sino que aquel pilar de agua que dijimos creo era en la cuarta morada, que no me acuerdo bien, que con tanta suavidad y mansedumbre, digo sin ningún movimiento, se henchía, aquí desató este gran Dios, que detiene los manantiales de las aguas y no deja salir la mar de sus términos, los manantiales por donde venía a este pilar del agua; y con un ímpetu grande se levanta una ola tan poderosa, que sube a lo alto esta navecica de nuestra alma. Y así como no puede una nave, ni es poderoso el piloto, ni todos los que la gobiernan, para que las olas, si vienen con furia, la dejen estar adonde quieren, muy menos puede lo interior del alma detenerse en donde quiere, ni hacer que sus sentidos ni potencias hagan más de lo que les tienen mandado, que lo exterior no se hace aquí caso de ello.” (6M 5,3).

                                                   

Fr. Julio González Carretti


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