SEGUNDA SEMANA  DE CUARESMA

(Año Par. Ciclo A)

P. Julio González Carretti ocd


Contenido

DOMINGO   1

LUNES   1

MARTES   2

MIERCOLES   2

JUEVES   3

VIERNES   3

SABADO   4


DOMINGO

Lecturas bíblicas:

a.- Gn. 12, 1-4: Vocación de Abraham.

La primera lectura, nos presenta la vocación de Abraham. Las primeras palabras de Yahvé para él son un ramillete de promesas: sal de tu tierra, haré de ti un gran pueblo, con tu nombre se bendecirán todos los pueblos de la tierra (vv.1-2). La respuesta de Abraham es salir en busca del cumplimento de todo lo prometido. La figura del patriarca se mueve entre su pertenencia  a la humanidad pecadora y  esa futura nación. Encarna la promesa de bendición ante una humanidad pecadora, pero también da sentido, a la elección del pueblo bíblico; Abraham es signo de la humanidad que tiene futuro, donde Israel encuentra su origen. Su salida habla de su pertenencia original a la humanidad (cfr. Gn. 11,10-32), dispersa en Babel, rompe los lazos familiares, de su clan, renuncia a todas sus seguridades, para dar inicio a un nuevo pueblo. Abraham, sale motivado por la palabra de Dios, con una actitud de obediencia y confianza, que aumentan sus posibilidades de realizado cuanto se le había prometido, porque es Dios el término de su obediencia y confianza. Abraham camina hacia la grandeza que es la de Dios; no sale al vacío, deja las seguridades humanas para entrar en las de la gracia divina. Entrar en Dios por parte de Abraham, es para llevar la bendición a la humanidad y desplazar la maldición; será bendición en la medida en que sea paradigma de ella. Abraham pertenece al futuro pueblo por vía de la paternidad, pasando del nivel biológico hasta el teológico en que se conforma el pueblo de Abraham, que nace de la fe y obediencia ante Yahvé. La promesa patriarcal, conlleva en ella el tema de la descendencia, la tierra y bendición.    

b.- 2Tim. 1,8-10: Dios nos llama y nos ilumina.

EL apóstol Pablo, ayuda a Timoteo a redescubrir su vocación a la santidad. Este discípulo de Pablo, había recibido un don, por la imposición de sus manos, el don de la fortaleza, caridad y templanza (v.7), y no de temor. No debe avergonzarse ni del Señor Jesús a quien anuncia, ni de Pablo prisionero, la predicación del evangelio, no tuvo ningún tipo de privilegio, al contrario, los romanos lo consideraban un acto de subversión al estado. Era quizás el tiempo de las primeras persecuciones de ahí el temor de Timoteo. De ahí que le recuerde que el cristiano ha sido llamado a una vocación santa, no por las obras sino por una determinación de la gracia divina manifestada en Cristo Jesús. Es la llamada a los cristianos a la salvación, como la de Abraham, vocación gratuita de Dios. Esta vocación es superior a la del Patriarca, porque Dios nos ha convocado por la Encarnación y Redención de su Hijo como Cabeza de la nueva humanidad. La obra de la salvación comienza en esta vida para culminar en la eternidad. Como él, Timoteo ha sido constituido en heraldo, apóstol y maestro en su Iglesia.

c.- Mt. 17,1-9: Su Rostro resplandeció como el sol.

La Transfiguración de Jesucristo, encierra el misterio de su gloria, por una parte, gloria que posee como Segunda Persona de la Trinidad, antes de la Encarnación, y por otra, la voz del Padre que desde la nube que lo proclama, como su Hijo muy Amado, al que hay que escuchar (v.5). Mateo lo presenta como una teofanía semejante a la proclamación de los mandamiento en el monte Sinaí (cfr. Ex.19-20), confirmándose la idea que para el evangelista, que escribe a judíos, la idea de presentar a Jesús, como el nuevo Moisés. Posee el carácter de una  investidura mesiánica, como el Bautismo, lo que manifiesta la vocación profética y mesiánica de Cristo. La presencia de Moisés y de Elías tiene un significado muy especial: con ello enseña, que Jesús es el cumplimiento de toda la Ley y el cumplimiento de todas las profecías que hablaban del Mesías, que tenía que venir de parte de Dios. Hace a Cristo más cercano en su vocación a todos los hombres el testimonio de estos varones insignes. La nueva alianza, la hace Jesús con su Padre a nombre de la humanidad, sellada con su propia sangre en la Cruz, y ya no con sangre de machos cabríos y toros como fue proclamada la antigua alianza en el Sinaí por manos de Moisés (cfr. Ex. 24). Las palabras del Padre, las pronuncia para presentarnos a su Hijo en su gloria; gloria que retomará luego de su Pasión, una vez Resucitado del sepulcro de la muerte. Ese que ahora ven glorioso y resplandeciente de luz, lo verán cruzar en el día más oscuro de la historia, cargando la cruz camino del Calvario, humillado y sometido al suplicio de la muerte. Esta será la gran prueba para la fe de los discípulos, se puede contemplar su pasión e incluso comprender su dolor, pero sin olvidar la causa de tanto dolor redentor. La nube no cubre a todo el pueblo, como antiguamente, sino sólo a los protagonistas, los apóstoles y al patriarca y al profeta; la luz que transfigura a Jesús no es más que para ÉL, Salvador de su pueblo y Juez de todo aquel que no lo acepta como Mesías e Hijo de Dios. Su manifestación es a los más íntimos de sus discípulos: Pedro, Santiago y Juan. El Trasfigurado es signo de la presencia de Dios en medio de los hombres: “Escuchadle” (v. 5), es la mejor expresión de cuanto quiere Dios comunicar al hombre.  Esta única y definitiva palabra del Padre, oída por los tres, debe comunicarse y transmitirse  a los demás. Este es el Profeta, semejante a Moisés que debía venir, a quien es preciso escuchar ahora, así como en su tiempo se escuchó a Moisés (cfr. Dt. 18, 15). Éste hablaba al pueblo de Israel, Jesús transfigurado habla a los tres, representantes del nuevo pueblo de Dios que nace de la predicación de la palabra. Ahora bien, Jesús habla y enseña como Maestro de Nazaret, pero además es el Señor, lleno de luz y envuelto en la nube, signo de la divinidad; Dios y Hombre verdadero, aquí resplandece como el Señor manifiesto y el hombre oculto, cuando en el relato bíblico normalmente es al revés. Dios Padre aparta un poco el velo del misterio de Jesús, los discípulos adoran el misterio y el temor los acompaña por intuir que están ante Dios. Vienen en su auxilio las palabras del Maestro: “Mas Jesús, acercándose a ellos, los tocó y dijo: Levantaos, no tengáis miedo. Ellos alzaron sus ojos y ya no vieron a nadie más que a Jesús solo. Y cuando bajaban del monte, Jesús les ordenó: No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos.” (vv. 7-9). Estamos transfiguramos desde el momento en que escuchamos el evangelio, escuchamos a Jesús en su palabra y en la oración, pero no debemos quedarnos en la escucha, primer paso, sino en llevarlo a la existencia de cada día. Dejarnos transfigurar, cambiar nuestra vestidura de pecado y actitudes egoístas, por las que son propias del evangelio, hasta que plasmen no sólo el creer, sino el actuar del Crucificado y Resucitado en la propia existencia y resplandezca así su luz en obras que exige la fe.

San Juan de la Cruz, siempre de pocas palabras pero de profundidad abismal nos enseña: “El que no busca la cruz de Cristo no busca la gloria de Cristo” (D 106)


LUNES

Lecturas bíblicas:

a.- Dan. 9, 4-10: Nos hemos apartado de tus mandamientos.

La primera lectura, nos presenta al profeta Daniel, en una confesión que nace de la realidad del pueblo en que vive, toma su voz, se hace voz de ellos, pero a su vez, él se confiesa con la mirada puesta en el Dios magnífico, alumbrado por las lámparas de los atributos divinos. “Hemos pecado, hemos cometido iniquidades y delitos y nos hemos rebelado, apartándonos de tus mandamientos y preceptos” (v.5). Lee su propia verdad, y la del pueblo, a la luz de la verdad divina, es decir, reconoce los atributos divinos y a esa luz mira y contempla su propia conducta, sus actitudes y las juzga como alejadas del querer divino. Comienza “derramando” su espíritu, expresión de Daniel, confesando la fidelidad de Yahvé a la Alianza, y el amor de que son colmados, quienes la observan, por parte de Yahvé. De la otra parte, están los que no han cumplido, han sido malos y sobre todo, no han escuchado a los profetas, causa quizás de tantos males que han padecido y que sufren en ese momento. Reconoce la justicia divina, y la vergüenza cubre su rostro, “porque hemos pecado contra ti” (v.11); termina su oración implorando piedad y el perdón por el pecado cometido. Esta actitud del profeta también podemos hacerla nuestra, cuando sentimos verdadero dolor de nuestros pecados y más generosa resonaría nuestra oración, si pidiéramos perdón por los pecados de la sociedad en que vivimos, porque sean creyentes o no, los efectos de sus actitudes igualmente nos afectan. Eran tiempos de la persecución religiosa de rey seléucida de Siria, Antíoco IV Epífanes en el siglo II. La resistencia armada vino de parte de los hermanos Macabeos y del sacerdote Matatías.

b.- Lc. 6, 36- 38: Perdonad y seréis perdonados.

El evangelio nos presenta una serie de sentencias reunidas por el evangelista: ser compasivos como el Padre es compasivo, no juzgar, perdonar al hermano y dar, para a su vez,  recibir de Dios (vv. 38-38). “Sed compasivos como vuestro Padre celestial es compasivo” (v. 36), va a significar imitar la compasión de Dios Padre, con cada uno de nuestros semejantes necesitados. Hoy son muchas las necesidades de los hombres de nuestra sociedad, desde los bienes básicos de subsistencia hasta los bienes morales y espirituales, escasos en muchos ambientes. El cristiano, será compasivo en la medida que comparte desde el pan, la palabra, un consejo, una corrección, la oración, entregar su tiempo por una causa justa, etc. Será compasivo cuando perdone de corazón, no juzgue, comparta con el otro, porque comprende que sólo Dios debe juzgar, perdonar y colmar de amor en Cristo a quien se considera su discípulo. Cristo Crucificado, es la mayor manifestación de la voluntad del Padre por la humanidad caída, precisamente para levantarla hasta la unión con Dios.  Hacer la voluntad de Dios, en cada una de estas situaciones, nos asegura el Señor que no seremos juzgados, ni condenados, más aún, seremos perdonados, en el día del Juicio, es más, se nos “dará una medida generosa, colmada, remecida y rebosante” (v. 38). No hay otro camino que crecer espiritualmente en el amor que perdona y acepta a los demás con sus limitaciones humanas, o disminuir con una actitud egoísta. Está demás decir que sólo la primera opción tiene proyección cristiana y madurez personal lo que constata el seguimiento de Cristo. La Cuaresma nos exige conversión de lo contrario resultará imposible no juzgar, ser generoso y perdonar. Sólo si reconocemos con humildad que necesitamos ese perdón de Dios, las cosas cambian porque de parte de Dios somos hijos perdonados por su amor redentor. Habrá que comenzar por vencer nuestro orgullo, ponerlo bajo los pies, y así podremos con ese amor que ÉL nos proporciona perdonar al hermano. Pasamos de una ley impuesta de perdón a ser consecuentes desde lo interior como pecadores perdonados que somos. Contra la mentira, la sinceridad, contra el egoísmo la generosidad, la intransigencia, la combatimos con la benevolencia. Como cristianos debemos, tomar más en serio a Jesús y su evangelio.

San Juan de la Cruz, nos invita a ser trasfigurados, para reflejar lo que realmente somos: hijos de Dios, hijos de la luz: “Más quiere Dios de ti el menor grado de pureza de conciencia que cuantas obras puedas hacer” (D 12).


MARTES

Lecturas bíblicas:

a.-  Is. 1,10.16-20: Aprender a obrar el bien, buscad la justicia.

La primera lectura, es la denuncia del profeta, ante la situación de injusticia  que contempla a su alrededor, denuncia que va dirigida a los príncipes que denomina simbólicamente de  Sodoma y Gomorra y a todo el pueblo. Es Dios quien invita a su pueblo a juzgar la situación histórica y religiosa por la que atraviesa su pueblo. Lo que Dios pide, es actuar según su voluntad, poner en práctica la justicia y defender o interesarse por los más débiles, como el huérfano y la viuda. Un culto, que se queda sólo en el rito, pero que se compagina con la injusticia y el robo, indigna a Dios, más bien le repugna tanta hipocresía (cfr. Is. 1, 11-15); la oración de ese creyente, no es escuchada, porque  sus manos están llenas de sangre. Dios exige conversión e invita a su pueblo a dialogar. Aunque sus pecados sean rojos, como el carmesí (v. 18), quedarán blancos como la nieve, por el perdón que Dios brindará a quien se arrepienta, tenga fe en su palabra y en su voluntad, como verdaderos pobres de Yahvé. Se pide obediencia a la Alianza, la que Dios hizo con su pueblo y por lo que recibirán los bienes de la tierra; en cambio, si la desconocen, la espada de las potencias enemigas les acechará el golpe (vv. 19-20). El texto sugiere, que así como los buenos cumplen la alianza de Yahvé, también los que la rompen, colaboran a que en definitiva, la voluntad salvífica de Dios se realice en todo el universo. Los profetas, enviados por Dios a comunicar su palabra, a recordar o sencillamente a denunciar las faltas cometidas, hacen que la realidad de su pueblo sea una preocupación constante de Yahvé, lo que llama al hombre al realismo de la fe que debe iluminar cada uno de sus obras. Será la Palabra de Dios será fuego que purifica los corazones para convertirlos a la sinceridad con Dios y los oprimidos. De la actitud personal que tenga cada creyente frente a la Alianza depende su vida y su felicidad en esta tierra. El culto a Yahvé debe trasparentar la conversión personal y comunitaria, una vida entregada al Señor y a los hermanos.

b.- Mt. 23, 1-12: El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.

En el evangelio, encontramos la denuncia hecha por Jesús acerca de la  hipocresía de los fariseos (vv.1-7) y una instrucción a los apóstoles acerca de la vida comunitaria (vv. 8-12). Jesús denuncia que los fariseos y escribas: “No hacen los que dicen o enseñan”; la recomendación de Jesús, es hacer lo que dicen, pero no lo que hacen (v. 3). Este capítulo de Mateo es un ataque muy duro de Jesús a los escribas y fariseos. Los primeros eran los intérpretes oficiales de la Ley de Moisés; hombres de gran influencia, dictaban sentencia en los tribunales, formaban a los creyentes, determinaban el sentido y la conducta que indicada el código de Moisés. Los fariseos, defendían que la Ley de Moisés, reunía todas las normas para lo civil y religioso, ya fuese como sociedad, como en forma individual. Se consideraban puros, separados del resto, hombres piadosos, que interpretaban la Ley en forma literal hasta en sus más mínimos detalles. También estos administraban justicia y formaban a la gente. Ambos grupos, escribas y fariseos, son criticados por Jesús porque oprimían al pueblo, unos con el peso de la observancia de la Ley y los otros por haber quitado a la Ley todo su humanismo, olvidando gravemente las necesidades del prójimo. Esta es la causa de su hipocresía, según Jesús. Como Moisés juzgaban a los trasgresores, sentados en la cátedra, pero ellos no eran modelos de conducta; había hecho de la Ley un peso insoportable para los demás, pero los escribas había encontrado la forma de eludirla (cfr. Hch. 15, 10). Su conducta era siempre para ser vistos y alabados, sin principios fuertes y determinantes ante Dios y al prójimo, adornados siempre de las filacterias (cfr. Dt. 6,11; Ex.13) y los flecos del manto, que recordaban textos de la Escritura (cfr. Núm.15, 38; Mt. 9, 20). En el fondo, pecaban de vanagloria y soberbia. En un segundo momento encontramos esta instrucción a la comunidad apostólica. Hacerse llamar “Rabí” era título dado a algunos maestros importantes; si Jesús lo prohíbe, es porque el único Maestro es Dios, como enseñaba el profeta, en la plenitud de los tiempos, serán enseñados por Dios, por lo mismo todos son hermanos, discípulos de Jesús, hijos del Padre celestial (cfr. Ml. 2,8-10). Los judíos llamaban padre a Abraham, desde la predicación de Jesús,  encontramos la paternidad de Dios, único verdadero Padre. Hay un solo dirigente o instructor: el Cristo, única vía hacia Dios. La última sentencia: “El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido” (v. 12), es decir, la máxima dignidad del cristiano es el servicio al prójimo y cuanto más se progresa en este camino, la exigencia también aumenta. Quien se ensalce, será humillado, en cambio, quien se humille será exaltado por Dios. Si bien podemos pensar que el mensaje va dirigido a nuestros legítimos Pastores, no hay que olvidar que escribas y fariseos eran laicos. La condena de la hipocresía religiosa puede afectar a todo cristiano, lo que habla de cuánto nos falta por convertir en nuestro corazón y purificar en nuestra voluntad con amor y humildad.    

San Juan de la Cruz, conocedor de los caminos del espíritu humano escribe: “¿Cómo se levantará a ti el hombre engendrado y criado en bajezas, si no le levantas tú, Señor, con la mano que le hiciste?” (D 28).


MIERCOLES

Lecturas bíblicas:

a.- Jr. 18, 18-20: Señor, oye cómo me acusan.

La primera lectura corresponde a las confesiones de Jeremías, donde deja en claro, que sus enemigos preparan un complot contra él y su mensaje. Son precisamente por los que Jeremías ha orado ante Dios. Los tres poderes de Israel: el sacerdocio, los sabios y profetas continuarán ejerciendo su labor, es decir, no se detendrá con la desaparición de un agitador, como Jeremías. Lo mismo sucederá siglos más tarde con Jesús de Nazaret, lo querrán juzgar y matar por su mensaje, de ahí que Jeremías sea prototipo de Jesucristo sufriente. Es el justo que sufre, que es perseguido (cfr. Mt. 12,13). Jeremías, se siente amenazado porque el mensaje  de parte de Dios, la destrucción y el exilio, pone en jaque mate, la continua Providencia de Dios sobre Israel. El pueblo rechaza ese mensaje, y prepara un complot contra el profeta. Le hubiera sido más cómodo estar en la línea de los profetas oficiales, profetizar, no la palabra de Dios, sino mensajes falsos pero de acuerdo al sentir de los poderosos. Pero hubiera significado traicionar su misión; fue seducido por, la palabra quemaba sus entrañas, era un oprobio todo el día pero no podía contenerla (cfr. Jr. 20, 7ss). Dios El único refugio del profeta es Dios, siente su apoyo, su oración es de completo abandono, como un verdadero pobre de Yahvé. El sólo ha buscado librarlos de la ira divina, de todos los modos posibles, pero Israel, lo ha abandonado; su crítica nos es a las instituciones en sí, sino al modo de servir a Yahvé. Es la voz del profeta que defiende los derechos humanos y de Dios, contra los intereses egoístas de hombres e instituciones sin escrúpulos. Se trata de la pasión de Jeremías, siete siglos ante de Jesucristo.

b.- Mt. 20, 17-28: ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?

El evangelio, nos presenta el tercer anuncio de la Pasión por parte de Jesús (vv.17-19), la petición de los hijos de Zebedeo (vv.20-23), y  el servicio dentro de la comunidad eclesial (vv.24-28). Tenemos este tercer anuncio de la Pasión: Jerusalén está cerca, Jesús sube a la ciudad y mientras caminan en un lugar aparte les dice a sus discípulos los que sucederá. Ha emprendido el camino a su muerte con decisión. Es el anuncio más explícito de los tres que hace (cfr. Mt.16,21; 17,22). El Mesías deberá sufrir a manos de los judíos y gentiles. Ya había anunciado que sería entregado a los hombres (cfr. Mt.17,22). Ellos, queda claro, cuál tipo de muerte querían los sumos sacerdotes y los gentiles para ÉL: la crucifixión. Ambos grupos representan  a la humanidad pecadora, por lo cual nadie podrá gloriarse de ser inocente de esa sangre, al contrario, Dios deberá apiadarse de todos, porque todos han pecado (cfr. Mt. 27,24). Querían verlo como un maldito de Dios (cfr. Dt. 21, 23; Gál. 3, 13). Jesús está en la última etapa de su actividad apostólica, encaminando sus pasos hacia Jerusalén, hacia el Calvario. Fruto de la muerte de Cristo, nace el nuevo pueblo de Dios, su sacrificio ha derribado el muro de separación, el odio, los ha unidos por medio de su cruz (cfr. Ef. 2,14-16). Anuncio de cruz que conlleva la resurrección: el fin nos será la muerte sino la vida; el fracaso transforma en victoria, del odio se alcanza la unidad entre los hombres con Dios y entre ellos. En un segundo momento nos encontramos con la petición de los hijos de Zebedeo, nos muestra, por un lado, la ambición de los apóstoles, y por otra, no saben lo que significa el reino de Dios. Jesús habla de la Pasión, y ellos piden privilegios en el reino de los cielos; el Maestro comienza a experimentar la soledad, y a entrar en su destino final.  El reino de Dios se define por el servicio a los demás, a ejemplo del propio Jesús, que no ha venido a ser servido sino a servir a sus hermanos con la palabra y con la vida entregada en la cruz por la salvación del mundo. Jesús toma en muy serio el ofrecimiento de los hermanos pero les aclara, que no saben lo que piden, lo que podía ser un deseo muy interesado, los transforman hasta descubrir en ellos la  capacidad de empeñar la vida en este deseo. La respuesta es afirmativa: son capaces de beber el cáliz del dolor, es decir, sufrir el mismo destino de cruz que su Maestro, su mismo bautismo (v. 22). Finalmente de estos grandes deseos de los hermanos, Jesús saca una gran enseñanza: quien quiera ser grande en su reino debe servir, más aún, quien desee ser el primero en el reino debe ser esclavo, o servidor de todos (cfr. Mt. 20,  26-27). ÉL siendo el Hijo de Dios se hizo hombre, un esclavo, se despojó de sí mismo, de su gloria,  para con su obediencia hasta la muerte de cruz, dar la vida en rescate de muchos (v. 26-28; cfr. Flp. 2, 7-11). La enseñanza es clara: si queremos ingresar en el reino de los cielos debemos beber el cáliz de la pasión para resucitar, es decir, vivir el misterio pascual, de muerte y vida nueva, sólo así podremos ser grandes y los primeros en su reino si hemos servido a Dios en nuestro prójimo con una existencia que se dona y muere a su egoísmo, como el grano de trigo.  

San Juan de la Cruz, místico carmelita, nos invita asumir las pruebas, precisamente para conocer la capacidad de nuestras fuerzas espirituales, virtudes y talentos puestos al servicio del reino de los cielos que sólo la gracia y amor de Dios pueden hacer vigorosas y los deseos convertirlos en realidad. “¿Qué sabe quién no sabe padecer por Cristo?” (D 181).


JUEVES

Lecturas bíblicas:

a.- Jr. 17, 5-10: Bendito quien confía en el Señor…no deja de dar fruto.

La primera lectura, es  no posee albricias, pero sí el lenguaje sapiencial: sentencias cortas, ideas base, principios generales, reflexivos, refranes que quedan en la mente, por ser populares.  Se usa lo antitético en la expresión en que se realza una verdad, en oposición a su contrario. El hombre es semejante a un árbol que nace en la estepa, no crece, porque raquítico, sin los nutrientes vitales. Esta es la realidad del hombre abandonado a sus propias fuerzas, que no ha puesto su confianza en Dios, sino en sí mismo. Confía en su carne, por lo que se hace maldito a los ojos de Yahvé. Distinta es la suerte de quien pone su confianza en el Señor, porque como árbol siempre verde en sus hojas, da fruto a su tiempo; sus raíces se hunden  en la corriente, en tiempo de sequía no se inquieta, no deja de dar fruto abundante. Este es el hombre que Dios quiere para sí, esta es la actitud que espera de sus fieles, que aprendan a usar su libertad, para obrar siempre el bien. Lo mejor para el creyente es estar siempre junto al Señor. Detrás de todo este lenguaje hay situaciones históricas el fracaso de la reforma de Josías, las alianzas hechas por Joaquín con las potencias extranjeras como asiria. La única fuerza de Israel, es la que viene de Yahvé, ahí radica la esencia de su fe. Jeremías va a lo esencial de ser y existir, cuando contempla la prosperidad del malvado y el sufrimiento del justo. Escudriña los juicios de Dios y la maldad del hombre. En su corazón está la fuente de sus males, sólo Dios sondea sus entrañas para pagarle según sus obras, aunque luego no pueda comprenderlo. El profeta privilegia a interioridad de su encuentro con Dios.   

b.- Lc. 16, 19-31: El pobre Lázaro y el rico Epulón.

El evangelio, nos presenta unas apariencias que engañan, porque el resultado es completamente distinto de lo que se esperaba: el que se pensaba que era feliz en este mundo, lo sería también en la eternidad, y el que era pobre y desgraciado no conocería jamás la felicidad; sin embargo, lo común para ambos es la muerte, y el juicio divino, lo cambia todo. El rico Epulón pasa a la condenación eterna y el pobre e infeliz Lázaro, a la gloria del seno de Abraham (cfr.Gn.15,15; 49,33). El primero se condenó por no compartir sus bienes con el hambriento, el segundo se salvó, no porque era pobre, sino porque padeció los males con fe y confiado en el Señor. Lázaro es un pobre, abierto a la grandeza de Dios, que se preocupa de los enfermos y pobres de la tierra; su muerte revela el verdadero tesoro que posee en el seno de Abraham, que es el cumplimiento de todas las promesas. El rico en realidad es pobre, porque si se gloría ante Dios con su riqueza material, esto es más que nada y miseria a los ojos de Dios. El mensaje no para aquí, sino que en el diálogo con Abraham en el cielo, el rico Epulón reconoce que las riquezas que tuvo él y sus parientes, no son nada para la vida eterna. El rico consciente de su suerte acude a Abraham a quien reconoce como padre, porque se considera heredero de la promesa, aunque a él le faltaban las buenas obras (cfr. Lc.3,8). Pide mejorar su situación, que sea Lázaro, a quien sigue viendo como un servidor,  que le moje la lengua con agua y alivie del fuego que lo atormenta, todo lo cual agrava su culpa, porque conocía a Lázaro y su sufrir a su puerta (cfr. Is.65,13; 66,24; Mc.9,48).  Abraham responde con firmeza, así y todo, lo llama hijo (v.25), y la razón para no acceder a su petición es que ya gozó en la tierra de sus bienes, lo que no tuvo el pobre Lázaro (cfr. Lc.16,9; 14, 12-13; 12,33-34; 18,22). Hay un abismo que los separa por lo tanto Lázaro no puede ayudarlo. El rico ruega por su familia, se acuerda de su deber instruir a sus hermanos en la Torá y pide que el pobre visite a sus hermanos y les recuerde que deben ser generosos con los pobres (cfr.1Sam.28,7-20). Abraham le responde  que les basta: la Ley de Moisés y su palabra, ahora si no obedecen a ésta, aunque resucite un muerto no creerán (v. 31). Ningún mensaje es más explícito que la palabra de Dios que hace al hombre bienaventurado y que puede cumplir (cfr. Lc.11,28; Dt.30,11). Son los corazones endurecidos y cerrados a las realidades celestiales, las que impiden la escucha de la Ley de Moisés. El patriarca deja en claro que la increencia seguirá, aunque resucite un muerto, lo que alude a Jesucristo, porque una aparición de Lázaro, no es una auténtica resurrección. Lucas apunta a la continuidad con el AT, así como se vivió la antigua revelación, será la acogida que tenga el mensaje de Jesús.   La parábola no exalta ni la riqueza ni la pobreza, lo que quiere enseñar es cómo el rico podría haber considerado la vida, como un don de Dios y compartir sus bienes con el hambriento y enfermo que estaba a su puerta. El rico terminó  en el infierno, se cerró en sus propios intereses y en su riqueza, de modo tal, que cuando le corresponde presentarse ante Dios,  cara a cara,  a su luz, se encontró vacío de obras. La condena es fruto de haber elegido una existencia contraria, a la voluntad de Dios, a su misterio de vida y salvación para el hombre; permanecer privado de la gracia de Dios, de su amor  que salva,  sin el encuentro con un prójimo necesitado; es la no existencia, ya en esta vida. En cambio, Lázaro, se abandonó a las manos de Dios, de los ángeles, precisa el texto, signo de su amor. Se presenta en el reino de Dios, en el seno de Abraham, donde se cumplen las promesas. Lázaro abierto a la gracia y al amor de Dios se deja guiar por ellas hasta conseguir la salvación divina. En todo el pasaje está de trasfondo el tema del juicio particular, donde la muerte revela lo profundo del hombre y que lo lleva al seno de la vida verdadera o al abismo de la condena (cfr. Lc. 23, 43; Hch. 7, 54-60), si en su vida no compartió sus bienes con el prójimo necesitado con amor.

San Juan de la Cruz, nos advierte que debemos cultivar la moderación en todo: “Del gozo en el sabor de los manjares, derechamente nace gula y embriaguez, ira, discordia y falta de caridad con los prójimos y pobres, como tuvo con Lázaro aquel epulón que comía cada día espléndidamente (Lc. 16, 19)” (3S 25,5).


VIERNES

Lecturas bíblicas:

a.- Gn. 37, 3-4. 12-13.17-28: José vendido por sus hermanos.

La primera lectura, nos presenta el final de la historia de los patriarcas con la historia de los hijos de Jacob, hermanos de José, el que predomina, lo que da lugar a que se hable de él (cfr. Gén. 35,28; 37,2; 34; 35, 21; 38; 49). Es  José, el hijo preferido de Jacob, además de ser el menor, era el hijo de Raquel, su esposa preferida. Dios pareciera que no habla directamente a los hombres, no se manifestara sino por sueños, en la capacidad de interpretarlos y acciones directas  (cfr. Gn.45,5.7; 50,20). El odio y la decisión de matar a  José, nace de sus hermanos mayores; la causa eran sus sueños que ofendían a sus hermanos y por ello deciden matarle, en el campo, donde están sus rebaños (Gén.37,6-11). A la idea de matarlo, (vv.18-20), sigue la de venderlo como esclavo a unos ismaelitas que iban a Egipto (v.28). José, es prototipo de Jesucristo, vendido por veinte monedas de plata. Rubén decide salvarle la vida. La preferencia de Dios por los pequeños se refleja en esta historia de Jesé (Abel  sobre Caín, Jacob sobre Esaú), así como la preferencia de su padre por ser el hijo de su esposa preferida Raquel: provocan las iras de sus hermanos. Sus sueños le dan una cierta superioridad sobre el resto de la familia, y lo hace notar con el relato de las espigas, que se doblan ante él, como el sol y la luna, todos signos del futuro que le esperan en Egipto (cfr. Gn. 37,7ss). José, encarna la promesa de la tierra que un día poseerá ese pueblo que se está formando, pero que las acciones de los hombres parecen retardar. Sus sueños presagian el cumplimiento de la promesa hecha a Abraham en términos de dominio, tierra fértil.  El plan fratricida que no se realiza a diferencia de las intenciones de Caín, pero la sangre de Abel aquí no alcanza a clamar desde la tierra; la conciencia de Rubén o Judá rechaza el crimen, venderlo como esclavo, sin derramar sangre da a José la posibilidad de vivir y de revindicar sus derechos.

b.- Mt. 21, 33-43. 45-46: Parábola de los viñadores homicidas.

El evangelio, nos presenta la alegoría de los viñadores homicidas donde queda claro dos temas: Dios pide cuentas a la dirigencia judía de su actuación y el anuncio la sustitución del pueblo de la antigua alianza por un nuevo pueblo de la alianza. El tema de la viña, es una imagen recurrente en la Biblia. El profeta Isaías había comparado a Israel con una viña a la que Dios dedica sus mejores cuidados con la esperanza de recoger buenos frutos (cfr. Is.5,2-7).  Ambos textos conservan lo esencial: Israel es la viña, no ha  habido buenos frutos y  llega la hora del juicio. Pero si ahí hay amenaza de destrucción de parte de Yahvé, aquí la viña es el nuevo pueblo de Israel, el reino de Dios (v.41). La alegoría fue dirigida al pueblo, incluido el poder sacerdotal del templo de Jerusalén. El dueño de la viña confía la producción a unos labradores, con la promesa de volver por los frutos, una vez que regrese de su viaje. Llegado el tiempo, envío a sus criados, los que fueron apaleados, apedreados y  asesinados por los labradores; finalmente,  envía a su hijo, pero corre la misma suerte de los otros criados, sólo que le dieron muerte fuera de la viña. Los administradores son claramente  la clase religiosa dirigente de Jerusalén, que no trabajan por la viña, sino para ellos mismos; su vida consistía en crear mandar y crear normas a las cuales todo el pueblo debía obedecer, hasta el mismo Dios. No podían soportar que nadie, incluidos los profetas, vinieran a cuestionar su estilo de vida, y mucho menos, un predicador de Nazaret, un galileo, que amenaza con destruir el templo y sustituirlo por él mismo (cfr. Jn. 2, 19-22; Jr.7,24-26; Mt. 23,34-36). Por ser Jesús una amenaza para su seguridad y el tipo de vida que llevan, deciden eliminarlo. La parábola, quiere reflejar la vida de quien siendo religioso, está alejado de Dios y construye su destino, lejos de su prójimo y sobre todo de ÉL. Dios Padre, es el Duelo de la viña, Israel es la viña, el hijo es Jesús, muerto fuera de las murallas de Jerusalén, piedra desechada, ahora convertida en piedra angular (cfr. Sal. 118, 22-24); los siervos, son los profetas, los labradores, los judíos infieles; el otro pueblo al que se confiará la viña, son los gentiles y judíos creyentes (v.43). El nuevo Israel, nacido de la Pascua de Jesús Resucitado, es el nuevo administrador de la viña. Pueblo que es fundado en la sangre de la nueva alianza hecha por Jesús en su Pasión. El Hijo fue desechado fuera de la ciudad, pero enaltecido en su resurrección (cfr. Hch.4,11; 1 Pe.2,7).  Los cristianos que forman parte de la nueva viña del Señor, la Iglesia, comienzo del reino, son aquellos que responsablemente cuidan de producir buenos frutos en el tiempo oportuno, el Israel de Dios (cfr. Gál. 5,22; 6,16). No defraudemos las esperanzas de Dios  Padre, que sigue siendo el Dueño de la  viña y de los frutos; no descuidemos nuestra participación en ella.

San Juan de la Cruz, con un leguaje simbólico, contempla esta viña en el alma del cristiano. Ahí es donde Jesús se recrea, por la fragancia de las virtudes, donde pace el Cordero, que borra el pecado pecador que lo ama: “La viña que aquí dice, es el plantel que está en esta santa alma de todas las virtudes, las cuales le dan a ella vino de dulce sabor. Esta viña del alma es tan florida cuando según la voluntad está unida con el Esposo, y en el mismo Esposo está deleitándose según todas estas virtudes juntas” (CB 16,4).


SABADO

Lecturas bíblicas:

a.- Miq. 7,14-15.18-20: Dios perdona el pecado.

La primera lectura, es un Salmo convertido en oración, un llamado al perdón de Dios. El profeta,  quiere que se cumplan las promesas hechas antaño a su pueblo, su heredad que vuelve del exilio. El Mesías, identificado como pastor de Israel, puesto que  será ÉL, quien guíe a su pueblo con su báculo, como hizo Yahvé  en el pasado (cfr. Ez.34,1; Sal,95,7; 23,1.2.4). Ahora este pastoreo del profeta, no es sólo una oración por ese momento histórico, sino toda una profecía mesiánica, nacida de este pueblo que regresa del exilio con una oración humilde, para hacerse una existencia, y una historia en su patria. Como su heredad, Yahvé los debe cuidar, quieren un territorio, por lo mismo, se necesita una intervención directa de Dios. ¿No lo había hecho en Egipto sacándolos de la esclavitud? ¿No es este un nuevo éxodo, que exige grandes prodigios? Le recuerda a Dios, que sólo ÉL, quita el pecado por la fidelidad de Abraham, Isaac y Jacob y todos los patriarcas, etc.,  no por sus méritos, sino sólo por su misericordia (cfr.1Sam.38, 17; Lc.1,73; Gn. 22,16-18; 28,13-15). La lectura que hace del pecado, como la principal razón que separa Dios de su pueblo, por eso expresa que Yahvé tomará las ofensas y las lanzará al fondo del mar. Todo esto para crear una nación santa, donde la relación de Dios y el hombre de fe, sea una amistad fecunda, no se vea rota por el mal. Cristo Jesús cumple con su misterio pascual esta profecía, porque en la cruz destruye la muerte, el mal y el pecado, estableciendo la vida nueva para los redimidos.  

b.- Lc. 15, 1-3.11-32: Parábola del hijo pródigo.

El evangelio nos presenta la parábola del hijo pródigo. Lucas siempre comunica nuevas luces sobre nuestra condición de hijos de Dios. La actitud del padre, es lo medular de la parábola, representa la fuerza del perdón de Dios para con el extravío de sus hijos. Las actitudes de los hijos representan otros tantos modos de vivir de cara a Dios: el hijo mayor representa a los justos, al Israel, que se ofende de ver como el Padre acoja a los pecadores y les ofrece un  banquete. Los fariseos y escribas, se consideraban dueños de casa, por lo mismo, organizan la vida de ellos, y la de los demás, decidiendo qué es el bien y el mal, para Israel. La actitud del Padre, es diversa de lo que ellos han dispuesto, por lo que se siente ofendidos y contrarios al Mesías. En cambio, la actitud del hijo menor representa a quien toma la vida para disfrutarla con los bienes heredados, pecando contra Dios, lejos de la salvación. El padre lo ha dejado marchar, sin oponerse, considerándolo adulto. Cuando regresa no le reprocha, ni le pregunta el motivo de volver, simplemente lo acoge con amor, manda que lo vistan con traje nuevo y limpio, le abre las puertas de su hogar, y hace fiesta por su regreso (cfr. Is.55,7; 49, 14-16; Jr. 3,12s; 31, 20; Za. 3,4). Esta es la imagen de Dios que acoge a todos los pecadores de la tierra, cuando vuelven a casa del Padre, de la cual no debían jamás alejarse. La Iglesia, principio del Reino, es hoy la casa del Padre y del Hijo que con Amor nos acoge, nos viste con la dignidad de hijos que habíamos perdido y nos prepara la fiesta de la Eucaristía (cfr. Jn.17,10; 1,14). Esta parábola, como otras, nos presenta a Dios, como un Padre que busca lo que se considera perdido, que perdona, y crea algo nuevo, es decir, Dios Padre ofrece a todos la gracia de su perdón y vida nueva. Su gloria resplandece en la vida de  quien se ha extraviado, y está en peligro de perderse para siempre. Jesucristo, es la encarnación de un perdón creador, un amor crucificado y redentor, en medio de los hombres pecadores. El rechazo de Dios no viene siempre de los indiferentes, sino sobre todo, de aquellos que se creen religiosos, idolatran lo divino, pero que a costa de la religión, defienden sus intereses o un estilo de vida, muy lejano del Dios que nos predicó Jesús de Nazaret.

Juan de la Cruz, enseña que la dureza del alma, su embrutecimiento, es a causa del pecado, y vivir lejos del suave amor de Dios, que como noticia amorosa llega a la vida del quiere recibirlo, hasta convertir su espíritu en morada para el encuentro con Dios Trinidad. De un estado a otro, hay tiempo para la  oración, atravesar el desierto o padecer la noche de la purificación, y finalmente, llegar a la luz de encuentro definitivo; la salud del alma, es el amor divino, enseña Juan de la Cruz (cfr. CB 11,11). Por eso exhorta: “Si tú en tu  amor, ¡oh buen Jesús!, no suavizas el alma, siempre perseverará en su natural dureza” (D 35).

P. Julio González C.  


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