TERCERA SEMANA  DE CUARESMA

(Año Par. Ciclo A)

P. Julio González Carretti ocd


Contenido

DOMINGO   1

LUNES   4

MARTES   6

MIERCOLES   7

JUEVES   9

VIERNES   11

SABADO   13


DOMINGO

Lecturas bíblicas:

a.- Ex. 17, 3-7: Danos agua para beber.

El tema central de esta liturgia de la palabra es la cercanía de Dios con el hombre sediento de su presencia. La primera lectura plantea un interrogante: ¿Está o no está el Señor en medio de nosotros? San Pablo, nos enseña cómo Dios ha derramado su Espíritu Santo en el alma del creyente. El diálogo de Jesús con la samaritana es una revelación del misterio de Jesús a una creyente, sedienta de verdad. La primera lectura nos habla del  agua, fuente de vida, siempre importante para los nómadas por su escasez en el desierto. A la falta de agua, va unida la protesta del pueblo contra Moisés, pero Yahvé le manda golpear la roca, y sale agua abundante para todo el pueblo. El sentido teológico es que lo trascendente está por sobre lo natural, la sed de agua es sed de infinito, la protesta contra el guía es una queja contra el Dios invisible, un beber el agua, que sacia la sed profunda que tiene el hombre de la acción salvadora de Dios, con lo que se manifiesta su infinito poder. El pueblo está entre Egipto y su destino, la tierra prometida, entre la servidumbre y una recién estrenada libertad. Las inquietudes de Moisés se refieren a saber: ¿qué hace el pueblo para alcanzar su destino?, pero también, el pueblo pregunta a Yahvé, si sigue siendo fiel a ese proyecto, ¿dónde están los signos perceptibles que manifiesten esa voluntad? “¿Está Yahvé entre nosotros o no?” (v. 7). La respuesta está en el manantial de agua fresca que brota de la roca, con el golpe de la misma vara, con que golpeó las aguas del Nilo y separó el mar rojo. El único Dios de la liberación de su pueblo de Egipto, ahora nuevamente los salva con su poder y voluntad, a pesar de la crítica y desconfianza de los israelitas. Estas actitudes del pueblo manifiestan un no ver a Dios en sus existir, su presencia no es percibida sino para aquel que confía en la oscuridad, pero sin olvidar a quien lucha contra Yahvé, como ahora para hacerse presente ante su presencia divina. Este tentar a Dios, querer saber si está o no de parte del creyente o en forma masiva, es parte del proceso de fe, al menos, en los inicios de este caminar y crecer en la confianza en Dios. Masá y Meribá, más que lugares geográficos e históricos, son un espacio teológico, por donde el creyente pasa por el desierto de la tentación y luchar con Dios; muchos rabinos creyeron, más tarde, que esa roca de la que brotó el agua, seguía a los israelitas por el desierto, de ahí que Pablo diga que la roca es Cristo, el gran signo de Dios para el cristiano (cfr. Sal. 18,3; 1Cor.10, 4).  

b.- Rm. 5,1-2.5-8: El amor ha sido derramado en nuestros corazones.

San Pablo, nos presenta la gratuidad de fe, como fuente de todas las gracias que ha recibido el cristiano, comenzando por el creer en Dios. Plantados en el campo de la fe, el cristiano vive de la esperanza de gloria, lo que forma un arco que une cielo y tierra, camino de vida teologal. Esta realidad desencadena un dinamismo de aprender a aceptar las tribulaciones, que producen la constancia, la autenticidad y ésta la esperanza. Este estado de esperanza es la realidad más cercana, ya que posee la reconciliación con Dios, pero le falta todavía superar todas sus debilidades, finalmente la muerte; pero Dios tiene la iniciativa y por puro amor gratuito, restaura al hombre desde lo interior dándole la fuerza del amor que sabe esperar la plenitud de creyente. El hombre impío, alejado de Dios no poseía motivos para creer, ahora, derramado el amor de Dios, por el Espíritu Santo, posee la fuerza para creer y asumir que la vida cristiana es el mejor camino hacía Dios. 

c.- Jn. 4, 5-42: Diálogo con la samaritana: La fuente de vida eterna.

En el evangelio, tenemos el encuentro de Jesús con la samaritana, toda una catequesis de iniciación bautismal. Comienza con una petición de Jesús: “Dame de beber” (v.7), hasta que ÉL le ofrece el agua, que apaga toda sed para siempre, y que en el creyente, se convierte en un surtidor que salta hasta la vida eterna (v. 14). La samaritana cree en la palabra de Jesús, suscita el don del Espíritu Santo, que la fe  hace germinar en el discípulo. Es la vida eterna que se obtiene por la fe en Jesucristo, el Mesías, el Hijo de Dios vivo. La mujer pide: “Señor  dame de esa agua para que nunca más tenga sed” (v. 15), llave que abre la puerta a la luz del misterio del viajante. Jesús se presenta como un sediento hasta revelarse como el Mesías esperado: “Yo soy, el que está hablando contigo” (v. 26); texto que evoca el “Yo soy el que soy” (Ex.  3,14). Al tema del agua viva, don del Espíritu, que el resucitado entrega a quien cree en ÉL, se añade el del culto a Dios en espíritu y en verdad. Son dos momentos de una única revelación del misterio de Cristo Jesús: de un judío sediento, Jesús, para la samaritana pasa a ser un profeta, luego el Mesías y finalmente, el Salvador el mundo. Son los compases de una melodía que el Espíritu pulsa en el alma del que cree, y espera en este misterio, que guía en su proceso de conversión a la mujer y los suyos. El agua viva, en primer término es el propio Jesús, don del Padre, pero también, luego de la Ascensión, es el Espíritu Santo prometido por Jesús. El agua viva, es signo del amor del Padre que nos justifica en Jesucristo, y santifica por el Espíritu Santo. En la enseñanza de Jesús el agua viva, don del Espíritu, es la referencia para revelar su persona, su doctrina y su sabiduría, lo cual apaga para siempre, la sed espiritual de todo ser humano. En su predicación Jesús, habla  de esta agua viva de vida eterna a Nicodemo, en relación al Bautismo y cuando invita a sus oyentes en el templo a beber de sus fuentes (cfr.  Jn. 3, 5; 7, 37ss). Hoy la sed del hombre posmoderno es de bienes materiales y de felicidad, lo que está enseñando que los bienes materiales no la producen. Nace una insatisfacción profunda que no puede resolver.  Unos siguen  este camino hasta convertirse en adictos a las drogas,  alcohol, la superstición, etc.; otros en cambio, dan un giro y se encaminan a las religiones. Los que vuelven a Cristo o lo conocen encuentran valores auténticos que vivir que reorientan la sed de felicidad y de vida eterna. Ellos repiten y nosotros con frecuencia deberíamos hacer la misma petición de la samaritana a Jesús: “Dame, Señor de esa agua para que no tenga más sed”; agua que la oración convierte en un estilo de vida nueva con una fuerza carismática singular. Es ahí donde se aprenden grandes verdades de Dios y del propio conocimiento hasta encontrar, en lo interior la fuente de la felicidad. Estos son los torrentes de agua viva que brotan de lo interior y llega hasta la vida eterna, el verdadero culto en espíritu y verdad que el Padre eterno desea de sus hijos.

San Juan de la Cruz dice que la fe es la fuente cristalina,  en la cual debemos beber, por donde nos viene la salvación y los dones del Espíritu Santo y actualizar así la vida en Cristo: “Llama cristalina a la fe por dos cosas: la primera, porque es de Cristo, su esposo; y la segunda, porque tiene las propiedades del cristal en ser pura en las verdades, y fuente clara y limpia de error, y formas naturales. Y llámala fuente porque de ella le manan al alma las aguas de todos los bienes espirituales. De donde Cristo nuestro Señor, hablando con la Samaritana, llamó fuente a la fe, diciendo que a los que creyesen en él les daría una fuente cuya agua saltaría hasta la vida eterna” (CB 12,3).


LUNES

Lecturas bíblicas:

a.- 2 Re. 5, 1-15: Ve báñate siete veces y tu carne quedará limpia

La primera lectura, nos habla de uno de los milagros del profeta Eliseo. Su labor la realizó en Israel, pero su obra alcanza  a un extranjero: Naamán el sirio. El relato tiene su dinamismo propio en ascenso: la noticia sobre el profeta que sana, va de la criada a la señora, de ésta a su marido, del marido al rey de Siria, de éste al rey de Israel, de éste a Dios y su poder, ejercido por su profeta. Pero también hay una línea descendente que va desde Naamán, al rey de Israel y de éste al profeta Eliseo y su criado hasta bajar a las aguas del Jordán. El relato se centra en Yahvé y su profeta, pero de destacar las palabras de Namán: “Ahora reconozco que no hay Dios en toda la tierra más que el de Israel” (v. 15). Todas las mediaciones vienen a significar, que no es el rey, ni las autoridades, las que sanan sino el poder de Yahvé, por medio de su profeta, alcanzando su mayor relieve en las palabras que pronuncia: “Cuando Eliseo, el hombre de Dios, oyó que el rey de Israel había rasgado sus vestidos, envió a decir al rey: « ¿Por qué has rasgado tus vestidos? Que venga a mí y sabrá que hay un profeta en Israel.» (v. 8). Los milagros que realiza Eliseo, no son fruto de una acción mágica, sino fruto de la acción salvífica de Dios, que obra por la palabra del profeta.

b.- Lc. 4, 24-30: Jesús enviado a todos los hombres.

En el evangelio nos presenta a Jesús en Nazaret, su pueblo. Los nazarenos exigen a Jesús, un signo si de verdad es el Mesías. Dios acepta o se inclina sólo ante las exigencias nacidas de una obediencia de fe, es decir, con un sí la disposición de aceptar su divina voluntad.  Los nazareno no creían, no tenían fe en Jesús (cfr. Mc. 6,6). Quieren milagros como los hechos en Cafarnaúm; un médico que no se cura a sí mismo pierde prestigio y la fe depositada en él. Los nazarenos juzgan a Jesús con criterios puramente humanos, desconocen a Jesús, obra como profeta por encargo de Dios. Los nazarenos secundan al tentador, no reconocen su misión divina.   Jesús,  como los profetas Elías y Eliseo, se siente enviado, no sólo a sus hermanos judíos, sino también al mundo pagano para salvarlos. No obra el profeta por propia  voluntad sino por disposición de Dios que lo ha enviado. Dios conserva su libertad en la distribución de sus bienes. Los nazarenos, no tienen derecho  a formular exigencias de salvación, soberanía que Jesús proclama, salva a los hombres por pura gracia. Esto provocó ciertamente las iras de sus paisanos en la sinagoga de Nazaret. Ahí se cumplía aquello de: “Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra” (v. 24). La desconfianza nace de su origen humilde: “¿No es éste el hijo de José?” (v.22). Cambiarles la mentalidad abriendo nuevos horizontes de la acción de Dios a los judíos era tarea difícil: para ellos, el Dios de Israel, era sólo judío y para los judíos; las naciones, por ser paganas e idólatras, quedaban excluidas de su acción. Jesús es Salvador de todos los hombres y pueblos de la tierra, más aún, les recuerda las acciones que realizó Yahvé por medio de los profetas Elías y Eliseo  precisamente con paganos: la viuda de Sarepta (cfr. 2Re.17, 8-16) y Naamán el sirio. Jesús resucita en Naím, al hijo de una viuda y libra de la lepra a un samaritano (cfr. Lc.7, 11s; 17,12s). Jesús comenzó a predicar la salvación a los judíos pero como lo rechazan se dirige a los gentiles (cfr. Hch.13, 46s). Como los grandes profetas, Jesús reanuda sus grandes acciones, poderoso en obras y palabras ante Dios y los hombres (cfr. Lc.24,19). Dios visitó a su pueblo por medio de los profetas, ahora lo hace por medio de Jesús.   El profeta como tal debe acreditarse con prodigios y signos (cfr.Dt.13,2s), como Jesús no lo hace, los nazarenos lo condenan como blasfemo y deciden lapidarlo. Toda la asamblea se convierte en juez de Jesús, quieren ejecutar la sentencia inmediatamente, lo empujan hacia la altura para despeñarlo, expulsado de la comunidad, entregado a la muerte, decide escapar de la ira de los suyos (v.30). Nadie pone las manos sobre ÉL; no ha llegado su hora, sólo el Padre dispone de su vida y de su muerte. Nada impedirá que resucite y vuelva al Padre para seguir su intercesión ante Dios por los hombres. Jesús abandona definitivamente Nazaret, e irá a los gentiles para comenzar las grandes obras de Dios; hasta de las piedras puede Dios sacar hijos.

San Juan de la Cruz nos enseña que Jesús, padeció la falta de fe sus hermanos, el místico nos pide que aprendamos a sufrir a nuestro prójimo  sobre todo cuando  no cree y no comparte nuestras opciones de fe. Aprendamos a ser mansos y humildes como Cristo Jesús: “Manso es el que sabe sufrir al prójimo y sufrirse a sí mismo” (D 180).


MARTES

Lecturas bíblicas:

a.- Dan. 3, 25. 34. 43: El sacrificio agradable a Dios.

La primera lectura nos presenta la oración de Azarías, en medio de la tribulación, arrojado al horno de fuego por orden de Nabocodonosor, es todo un acto de fe. El sacrificio agradable a Dios, es un corazón humilde y contrito, en medio de una nación derrotada, sin guías, sin profetas, sin templo, sin sacrificios ni ofrendas. El sacrificio espiritual es la salida que encuentra el hombre de fe, un camino de encuentro y oración con Dios en esas circunstancias. La auto-oblación, del siervo sufriente de  Isaías (cfr. Is. 42. 49. 50. 52-53) será cumplida plenamente en Jesucristo, sacrificio perfecto  agradable a  Dios. La participación frecuente en la Eucaristía nos debe llevar a dar también culto espiritual a Dios a través de Jesús hasta ofrecer la propia vida  y persona, todo lo que somos. La configuración con Cristo (cfr. Rm. 8, 29) pasa por el Calvario hasta la pascua de luz de una vida resucitada.

b.- Mt. 18, 21-35: Parábola del deudor despiadado.

En el evangelio tenemos el tema del perdón de los pecados (vv.21-23), y la parábola del siervo sin entrañas (vv. 23-35). Pedro llama a Jesús, Señor (v. 21; cfr. Mt.14, 28; 15,15; 17,4.24; 19,27); el que tiene delante no es sólo el Instructor y Maestro, sino el Señor, que obra con poder y lleno de gloria de Dios.  ¿Cuántas veces se debe perdonar al hermano? (v. 21). Se habla de una falta cometida contra el hermano, contra el mandamiento del amor. Se menciona el número siete como plenitud, perfección, es decir, estoy dispuesto a perdonar más allá de la única vez, que exige el amor. La respuesta de Jesús, busca de Jesús nos deja atónitos: amor fraterno sin medida. No se da la respuesta que Pedro quería conocer. Como trasfondo se quiere contrarrestar la actitud vengativa de Lámek, triste heredad para la humanidad, la venganza despiadada (cfr. Gn. 4, 24). Al poder de la destrucción de la venganza irracional, Jesús impone el deber y poder de la reconciliación, así como el pecado se presenta de muchas formas, Jesús contrapone el poder del bien. El perdón debe tener la última palabra, para que el bien alcance la victoria (cfr. Rm.12, 21). Es la única respuesta que Dios nos propone, para no entrar en el espiral de violencia del prójimo, que a veces, nos asalta con su odio y deseo de venganza o de la cual, podemos ser víctimas. En un segundo momento, encontramos la parábola sobre el siervo malvado es un buen espejo en que nos podemos reflejar, cuando habiendo sido perdonados por Dios, negamos el perdón al prójimo. Esta realidad pasa por la validez de muchas de nuestras confesiones, cuando pedimos perdón a Dios, y seguimos guardando rencor a quien nos hizo alguna faena: no lo perdonamos. El ejemplo de Cristo, perdonando desde la Cruz (cfr. Lc. 23, 34) a sus enemigos, abre la puerta a esta nueva experiencia de fraternidad universal. El testimonio de los Santos apóstoles y mártires, ha hecho de  la experiencia del perdón, con el correr de los tiempos, sea fuente de fe y amor renovado que llega hasta nosotros. Pensemos en  la muchedumbre de testigos de la fe que ha provocado el comunismo, el nazismo, la guerra civil española, regímenes totalitarios, etc., verdadera legión de mártires que han alcanzado la palma de la victoria superando el odio con el amor, perdonando a sus verdugos. El perdón fraterno y la reconciliación, más que una ley, es una experiencia, que una vez que se vive, deja en el corazón el sentirse rehabilitado por el perdón recibido, o el que uno puede brindar, lo que acrecienta la condición de hijo de Dios. Quien no ama no perdona; pero quien ama, perdona, porque el perdón nace del amor;  quien no se siente perdonado no ama, en cambio, a quien se le perdona mucho, a su vez ama mucho más. Es en el Sacramento de la Reconciliación donde está fuente del perdón que el Señor dejó a su Iglesia para renovarla en sus hijos hasta hacerla santa e inmaculada en el amor.

San Juan de la Cruz enseña que sólo el amor de Dios posee la capacidad de hacernos agradables a los demás, ni cansa ni se cansa quien lo vive, enseña el místico, porque vivirlo, es ejercicio de amor; virtudes que son probadas, y que a su vez, engendran obras, que valen más que todas las cosas que pensamos hacer sólo con el pensamiento o buenas intenciones. “El alma que anda en amor, ni cansa ni se cansa” (D 101).


MIERCOLES

Lecturas bíblicas:

a.- Dt. 4, 1. 5-9: Guardar y cumplir  los mandatos del Señor.   

La primera lectura, es parte de un discurso de Moisés, el prólogo a la explicación de la ley. Moisés prepara al pueblo a su ingreso a la tierra prometida, para una vida según Dios. Se centra en el cumplimiento de los Mandamientos y los decretos, los cuales no impone, sino que busca suscitar la obediencia para obtener la posesión de la tierra. Esta última tiene un valor histórico, promesa cumplida, pero también un sentido teológico, como lugar de la presencia de Yahvé, vida dichosa para el pueblo, porque Dios está en su tierra. La obediencia a la ley, se inculca por la experiencia de aquellos que cayeron en la idolatría, lo que significó para ellos la muerte, en cambio, la obediencia trae la vida; lo mismo sucede ahora, el observar la ley conduce a la vida verdadera (cfr. Nm.25). La ley, tiene la capacidad de hacer a los hombres que la observan, sabios y prudentes. Israel sobresaldrá entre las naciones por su sabiduría, es decir, saber lo que se es, lo que se quiere y a dónde se quiere ir. El pueblo de Israel, debe caminar con Yahvé y su destino es el mismo Dios, es su vida y su dicha plena. El acercarse de Dios al hombre por medio de la Ley, posee un carácter salvador histórico, porque señala al creyente el camino de la justicia y santidad. Finalmente, la ley se vincula con los acontecimientos que han revelado a Dios como Salvador; obras que hacen de fundamento de la ley. Estos hechos son el prólogo histórico con que Dios busca la dicha verdadera para su pueblo. Todos estos son motivo para perpetuar esta memoria, para que las generaciones futuras conozcan estos hechos salvíficos, que son la razón y fundamento de la ley.

b.- Mt. 5, 17-19: No he venido a abolir, sino a dar plenitud.

En el evangelio, vemos a Jesús anunciando que ha venido a cumplir la Ley del Señor, no a suprimirla, sino a darle plenitud. Esto habla de Cristo, como buen judío que cumple la ley, aunque su crítica recaiga sobre la interpretación que de ella hacían los maestros, según la tradición de los rabinos. Jesús, no busca abolir la ley de Moisés, sino una mayor perfección, de ahí que promulgue las Bienaventuranzas (cfr. Mt. 5, 1-12), que exigen mayor radicalidad, una santidad que nace de lo interior, es decir, de lo profundo del espíritu humano, morada de la nueva ley de Cristo. Se busca una adhesión nacida en la libertad y en el amor; opción de elegir. Nace así la nueva ley de Jesucristo, moral y ética nueva, que deviene de un dinamismo interior, la presencia del Espíritu, que progresa con la revelación del querer divino, manifestado en el evangelio. La nueva justicia, superior a la antigua, queda manifestada en seis antítesis que Mateo presenta así: “no matarás…si pues al presentar tu ofrenda en el altar… (v. 21-23); “no cometerás adulterio…todo el que mira a una mujer deseándola… (v. 27-28); “ el que repudie a su mujer…comete adulterio” (v.31-32); “no perjurarás…no juréis en modo alguno (v.33-34) ; “ojo por ojo…a quien te pida da” (v.38-42); “amarás a tú prójimo…amad a vuestros enemigos…(v. 43-44).  El  ideal es superar la justicia y el testimonio, que hasta ahora, habían dado los maestros de la ley de Moisés: es la nueva ley evangélica para la vida  del cristiano. La fidelidad radical que Jesús requiere de su discípulo, hará la diferencia entre  la comunidad que se reúne en la sinagoga, y la que, constituye la Iglesia. Pablo, relaciona el tema de la Ley,  la fe en Cristo y su evangelio cuando afirma: “El fin de la Ley es Cristo, para justificación de todo creyente” (Rom.10, 4). Sólo en Cristo se cumple toda la Ley y los profetas. La ley en la nueva comunidad eclesial, es el evangelio, expresión de su amor por cada hombre; la Ley de Moisés fue el pedagogo, que adiestraba a los creyentes hasta guiarlos a la fe en Cristo Jesús  (cfr. Gál. 3,19ss). Lo importante, es que la nueva ley de Cristo, sigue educando al hombre de hoy en la moral y en la fe, hasta alcanzar la santidad, la perfección del amor.

San Juan de la Cruz, nos lleva a la cumbre de la perfección, en el monte Carmelo, dibujado por él mismo, donde enseña que quien a llegado a la perfección del amor ya no tiene ley: “Ya por aquí no hay camino porque para el justo no hay ley, él para sí se es ley” Monte de la Perfección.


JUEVES

Lecturas bíblicas:

a.- Jer. 7, 23-28: Nación que no escucha al Señor.

La primera lectura, nos presenta la sordera de Israel a la voz de Yahvé. Si bien, había toda una programación respecto a los sacrificios por ofrecer en el templo (cfr. Lev.1-7), el profeta se remite a los tiempos antiguos, donde Yahvé le pidió a Israel obediencia, que escucharan su voz, y no sacrificios. La corriente profética que representa Jeremías, quiere manifestar que el culto no es lo esencial de la religión. Se trata de obedecer la palabra de Dios, manifestada en la ley de Moisés, el amigo de Yahvé. Israel, a semejanza de otros pueblos, asimiló la idea del culto hasta convertirse en un pueblo litúrgico, pero sin olvidar la normativa mosaica. Culto y liturgia han de ser expresión de una interioridad, vivencia de una fe y clara comunión con Dios. Esto es lo que busca el profeta, pero Israel no escuchó, no había sinceridad en sus vidas. Culto, vida, sacrificios eran vacíos, pura hipocresía, una mentira ante la presencia de Yahvé: “Les dirás, pues, todas estas palabras, mas no te escucharán. Les llamarás y no te responderán” (v.27). Jeremías confirma que Israel es un pueblo de dura cerviz, un estado pecaminoso y lleno de maldad, sus obras su peor testimonio. Será Jeremías uno de los profetas, con mayor conciencia del pecado de su pueblo.

b.- Lc. 11, 14-23: Controversia sobre un exorcismo. Jesús y Belzebúl.

El evangelio, nos trae la situación de los tiempos de Jesús, si bien los antiguos israelitas habían sido sordos, sus contemporáneos eran ciegos a sus signos. La expulsión de un demonio no es  hecha por Belcebú, como pensaban ellos, sino por el poder de Dios, es el Reino de Dios que ha llegado a nosotros. Mateo usa la expresión “por el dedo de Dios”, que recuerda la acción de Moisés ante el faraón (cfr. Ex. 8,5), donde se usa la misma expresión para designar, que es Dios, quien acompaña los signos que su enviado realiza. Jesús, como nuevo Moisés, libera a su pueblo de los demonios con su propio poder; signo del Reino de Dios presente en la vida de los hombres. No sólo lo acusan de poseer poderes  demoníacos, sino de ser coautor con Satanás de sus signos (v.15); esta declaración, es considerada una verdadera blasfemia contra el Espíritu Santo, por no creer en la Encarnación del Hijo de Dios (cfr. Mc. 3, 29). El relato termina con aquello de: “El que no está conmigo está contra mí” (v.36). La palabra de Jesús saca a la luz, el interior del corazón de los hombres, ÉL será bandera discutida, había anunciado Simeón (cfr. Lc.1, 34). Estamos con ÉL o contra ÉL, rechazamos su Reino o ingresamos en él; estamos con Cristo y su evangelio o lo rechazamos. Optamos por la vida o la muerte; la única opción válida, es la persona de Jesús, obediencia a su palabra, vida verdadera. Desde esta opción por Cristo podremos vencer el pecado y la influencia de Satanás  en nosotros, porque Cristo Jesús lo venció en la Cruz y con su Resurrección; será la victoria del amor por sobre el egoísmo, el mal vencido a fuerza de bien como enseña S. Pablo (cfr. Rm. 12, 21), lo que da la victoria al cristiano sobre la tentación y el pecado. El amor de Jesucristo redime desde la cruz a la humanidad entera.

San Juan de la Cruz en su tratado “Cautelas”   propone  cómo librarse de los tres enemigos del alma: mundo, demonio y carne. La obediencia y humildad, son las virtudes con las cuales vencer al enemigo y su influencia en la vida del espiritual, para tener alegría en el servicio de Dios. “La tercera cautela, derechamente contra el demonio, es que de corazón procures siempre humillarte en la palabra y en la obra, holgándote del bien de los otros como del de ti mismo y queriendo que los antepongan a ti en todas las cosas, y esto con verdadero corazón. Y de esta manera vencerás en el bien el mal (Rm. 12, 21), y echarás lejos el demonio y traerás alegría de corazón Y esto procura ejercitar más en los que menos te caen en gracia. Y sábete que si así no lo ejercitas, no llegarás a la verdadera caridad ni aprovecharás en ella. Y seas siempre más amigo de ser enseñado de todos que querer enseñar aun al que es menos que todos” (Cautelas 12).


VIERNES

Lecturas bíblicas:

a.- Os. 14, 2-10: Vuelve, Israel, a Yahvé tu Dios.

La primera lectura, es una invitación a Israel a volver a Yahvé. El texto posee un carácter penitencial, expresión de su ministerio, pero también de su fe, en el amor salvador de Yahvé. Ante los inminentes anuncios proféticos de mortandad a mano de espada, Oseas lanza el grito de alarma, para dejar los cultos idolátricos que se practican bajo los árboles sagrados, pidiendo la fertilidad para los campos. Yahvé es el ciprés que siempre verde,  produce los frutos, es el único Señor (v. 9), no los ídolos. Que no se diga “dios nuestro” a lo fabricado por sus propias manos (v. 4). El regreso a Yahvé, significará perdón de sus culpas, fidelidad y sobre todo “yo los amaré graciosamente” (v. 5). En este regreso del pueblo a Dios, no quiere sacrificio sino un corazón sincero, arrepentido de su culpa y una conversión auténtica; el verdadero sacrificio que pedían los profetas, es el abandono de la idolatría y pactos políticos con las potencias extranjeras. Es el momento en que Yahvé, comienza a obrar, misericordioso y Salvador. Hasta la naturaleza se ve beneficiada: crecerá el trigo, florecerá la viña, todo fruto recogido será, Dios su dueño. Se exhorta a la sabiduría para caminar por el camino recto, justo de Yahvé, en cambio los rebeldes tropiezan y caen, porque se afirman en ellos mismos (v.10). Es por medio de la palabra que Yahvé viene a los hombres, el camino la vía de los pecadores, para alcanzar el encuentro con el único Señor de Israel.

b.- Mc. 12, 28-34: El mandamiento principal. Un escriba y Jesús.

El evangelio, nos muestra la inquietud de un escriba por saber acerca del cuál de los mandamientos es el primero de todos (v. 28). La pregunta de uno de los escribas, le parece a Jesús sincera, y la responde en forma tradicional, es decir, con los argumentos que todo judío conocía. La respuesta era: amar a Dios por sobre todas las cosas… pero también al prójimo, como a sí mismo (cfr. Dt. 6,4-5; Lv. 19,18). Jesús se pone en la línea de la tradición judía, coloca los dos mandamientos al mismo nivel, como si fuera un solo mandato con dos expresiones, iguales en su valor (cfr. Mc. 3,28; 7,19). La respuesta del escriba repite las palabras sobre la unicidad de Dios, el amor a Él y al prójimo, añadiendo que cumplir con estos mandamientos es el mejor holocausto y el sacrificio (v.33). El escriba está de parte de Jesús, puesto que coinciden en colocar luz sobre lo que es esencial para el que cree (cfr. Is. 45,21). Este tema de los sacrificios y holocaustos, se encuentra en la línea crítica de  los profetas, los libros sapienciales y el propio Jesús. Subordinar los sacrificios al amor de Dios relaciona al escriba apoyado en las Escrituras, con la percepción acerca de la conducta de Jesús con el templo. Se muestra conforme con Jesús, y se pone en sintonía con su postura respeto del templo y de la Ley.      Jesús reconoce que entre los escribas, había hombres que no estaban lejos del Reino de Dios (v. 34). El escriba, visto con luz nueva de parte de Jesús, como un disidente púbico, puesto que su acercamiento a Jesús lo separa del resto de los escribas que quieren matarlo. El escriba, queda relacionado con el reinado de Dios, como realidad a la que uno se acerca o aleja, un don que se puede recibir o rechazar. No está lejos del reino de Dios, viene a significar, que el escriba tiene sintonía con el mensaje de Jesús y la verdadera tradición judía. Más concretamente, la vinculación entre ambos, Jesús y el escriba, es la función del templo y el mandamiento del amor, lo que explica el juicio de Jesús y el contenido de las discusiones y enfrentamientos sobre el tema del templo. La vida de la Iglesia, para quien mira desde fuera, puede parecer fría, si sólo  contempla personas que cumplen preceptos, pero, si entra en ella como cristiano, contemplará el amor que hay en el corazón de la asamblea, la dedicación por el culto divino y su preparación, la participación en la Palabra y su culmen es la comunión con el Cuerpo y Sangre de Cristo; todo vivido en clave de fe y oración. Mas esta celebración se prolonga en un enorme número de obras de caridad, que las parroquias y comunidades cristianas, realizan a favor de los pobres, ancianos, jóvenes y niños, es decir, compartir la propia experiencia de fe en la pastoral sacramental y de todo tipo de servicios que nacen del amor a Dios y al prójimo. Sólo el amor es la salud del alma, enseña Juan de la Cruz, es más, cuando ese amor sana y robustece  esa condición de amigo de Dios y de los hombres.

San Juan de la Cruz, uno de sus “Dichos de Luz y Amor”, no merece comentario por su claridad y radicalidad para cada uno de nosotros cristianos que buscamos criterios sanos y sustanciosos para profundizar en la fe. “Quien a su prójimo no ama, a Dios aborrece” (D 183).


SABADO

Lecturas:

a.- Os. 6, 1-6: Quiero misericordia y no sacrificios.

La primera lectura del profeta nos invita a ser misericordiosos. Las amargas experiencias que han vivido como pueblo, y las palabras condenatorias del profeta suscitan en ellos, un deseo efímero, de querer volver al Señor. Se saben pueblo suyo, conocen su poder, si quiere los vendará, luego de herirlos, los volverá a la vida, para que vivan en su presencia, en paz con Yahvé y su prójimo. En ésta auto exhortación, quieren correr tras el conocimiento de Yahvé, con lo que revelan, los ritos y lenguaje utilizados en el culto a los Baales, palabras que usa el pueblo habitualmente, y que el profeta quiere exterminar. Ese evocar el amanecer, la lluvia temprana, propio de los cultos de la fertilidad. Pero Yahvé no se deja engañar, porque conocedor del corazón humano, descubre que su piedad es superficial, como rocío de la mañana (v. 3). En su infinita misericordia Yahvé, lo que hace es manifestarles lo que quiere: “Porque yo quiero amor, no sacrificio,          conocimiento de Dios, más que holocaustos.” (v. 6). En estas palabras no encontramos una condena de los sacrificios y holocaustos, sino el modo como se realizaban, condena de una religión superficial y falta de interioridad. Ahora se entiende la exigencia de Yahvé, quiere conocimiento y amor para con Dios y el prójimo (cfr. Mt. 9,13; 12,7). Siempre será primero el amor, después del sacrificio, primero la fe, luego sus manifestaciones en el culto y la vida ordinaria (cfr. Mt. 5, 23).

b.- Lc. 18, 9-14: Parábola del fariseo y del publicano.

La parábola del fariseo y del publicano, refleja dos tipos de religiosidad y de culto ante Dios. Jesús, es misericordia para el pecador, viene a salvar lo que estaba perdido. Es en la misericordia donde se apoya el pecador frente a su Dios, mientras que el fariseo cree que no la necesita, porque tiene méritos suficientes, y lo más grave, se apoya sólo en ellos ante Dios. Agrada más a Dios un pecador arrepentido, y he aquí la lección, que un fariseo orgulloso que se cree justo; el primero obtiene la justificación de Dios, es decir, su salvación, el segundo, no obtiene nada. La salvación es puro don de la gracia de Dios, y no fruto de nuestros méritos o buenas obras porqué significaría que cada uno podría fabricar su propia salvación, dejando a Dios sin la posibilidad de donársela. La salvación es don de la fe en Jesucristo y su misterio de salvación. Ambos personajes encarnan dos tipos opuestos de religiosidad con lo que Jesús quería manifestar que aquellos que se sienten seguros de sí mismos, los fariseos, despreciaban a los demás: gente del pueblo, publicanos, prostitutas, cobradores de impuestos, etc. Para el fariseo, Dios no es Padre, sino un contador que registra cada uno de sus méritos, fruto de su esfuerzo y de su observancia perfecta de la Ley; el publicano, en cambio, contempla a Dios como Santo y misericordioso, para quien todos somos dignos de perdón y acogida en su regazo de Padre amoroso. El fariseo cree que Dios debe pagarle o retribuirle sus propios méritos producidos por una escrupulosa fidelidad  a la ley de Moisés. Si el precepto manda ayunar para el día de la expiación, una vez al año, él ayuna dos veces por semana para apurar la venida del Mesías; paga el diezmo de todo lo que posee, aunque sólo deba hacerlo el productor, no el que compra, y éste se limitaba al grano, al vino y al aceite; sin olvidar que no roba, no es infiel a su mujer, no falta a la justicia. Es un hombre perfecto, según la ley, solo que representa la religiosidad del mérito, religiosidad autosuficiente. Su santidad legal lo hace sin misericordia, porque desde su interior desprecia al publicano, que lo tiene muy cerca, sin embargo para él, los demás son pecadores, ladrones, injustos, etc. La oración del publicano, es modelo de acercamiento a Dios, porque comienza con lo esencial: reconocerse pecador y culpable ante Dios, lo que abre inmediatamente las puertas de la misericordia infinita. El cristiano puede tener mucho de ambos modelos de religiosidad: de fariseos cuando reclamamos derechos y premios de parte de Dios y apoyados en nuestros méritos y viendo a los demás los despreciamos porque no son como nosotros; de publicanos cuando nos damos cuenta que no llegamos a ninguna parte con esa postura; si seguimos el camino del publicano, y nos confesamos pobres pecadores que imploran misericordia y perdón de sus muchas infidelidades, hemos comprendido la parábola desde la vida. La fe en Jesucristo, nos une al mundo de la salvación y la gracia, en cambio, nuestra condición pecadora nos une al mundo de los pecadores, del cual Cristo Jesús es redentor.

San Juan de la Cruz, enseña que la  humildad es el mejor camino para acercarse a Dios, y el místico dedica todo un capítulo a la soberbia espiritual, tomando como modelo precisamente al fariseo y como puede ser un vicio del orante, este creerse bueno, y despreciar a los que no son como él (cfr.1N 2). El demonio acrecienta su devoción para perderle; si el director espiritual avezado, no corrige, con la práctica de la humildad, este vicio a su discípulo, corre el peligro de caer en la soberbia espiritual. Humildad, significa tener en muy baja estima las propias cosas, considerando siempre a los otros mejores, sin satisfacción de sí, conocer lo mucho que Dios merece, teniendo “cuidado de amor” en servirle con humildad, hasta poseer el espíritu sabio de Dios. En sus Dichos exclama: “Humilde es el que se esconde en su propia nada y se sabe dejar a Dios” (D 179) o bien: “Quién de sí propio se fía, es peor que el demonio” (D 182).

P. Julio González C.   


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