TERCERA
SEMANA DE CUARESMA
(Año Par. Ciclo A)
P. Julio González Carretti ocd
Lecturas bíblicas:
a.- Ex. 17, 3-7: Danos agua para
beber.
El tema central de esta liturgia de la
palabra es la cercanía de Dios con el hombre sediento de su presencia. La
primera lectura plantea un interrogante: ¿Está o no está el Señor en medio de
nosotros? San Pablo, nos enseña cómo Dios ha derramado su Espíritu Santo en el
alma del creyente. El diálogo de Jesús con la samaritana es una revelación del
misterio de Jesús a una creyente, sedienta de verdad. La primera lectura nos
habla del agua, fuente de vida, siempre
importante para los nómadas por su escasez en el desierto. A la falta de agua,
va unida la protesta del pueblo contra Moisés, pero Yahvé le manda golpear la
roca, y sale agua abundante para todo el pueblo. El sentido teológico es que lo
trascendente está por sobre lo natural, la sed de agua es sed de infinito, la
protesta contra el guía es una queja contra el Dios invisible, un beber el
agua, que sacia la sed profunda que tiene el hombre
de la acción salvadora de Dios, con lo que se manifiesta su infinito poder. El
pueblo está entre Egipto y su destino, la tierra prometida, entre la
servidumbre y una recién estrenada libertad. Las inquietudes de Moisés se
refieren a saber: ¿qué hace el pueblo para alcanzar su destino?, pero también,
el pueblo pregunta a Yahvé, si sigue siendo fiel a ese proyecto, ¿dónde están
los signos perceptibles que manifiesten esa voluntad? “¿Está Yahvé entre
nosotros o no?” (v. 7). La respuesta está en el manantial de agua fresca que
brota de la roca, con el golpe de la misma vara, con que golpeó las aguas del
Nilo y separó el mar rojo. El único Dios de la liberación de su pueblo de
Egipto, ahora nuevamente los salva con su poder y voluntad, a pesar de la
crítica y desconfianza de los israelitas. Estas actitudes del pueblo
manifiestan un no ver a Dios en sus existir, su presencia no es percibida sino
para aquel que confía en la oscuridad, pero sin olvidar a quien lucha contra
Yahvé, como ahora para hacerse presente ante su presencia divina. Este tentar a
Dios, querer saber si está o no de parte del creyente o en forma masiva, es
parte del proceso de fe, al menos, en los inicios de este caminar y crecer en
la confianza en Dios. Masá y Meribá, más que lugares geográficos e históricos,
son un espacio teológico, por donde el creyente pasa por el desierto de la
tentación y luchar con Dios; muchos rabinos creyeron, más tarde, que esa roca
de la que brotó el agua, seguía a los israelitas por el desierto, de ahí que
Pablo diga que la roca es Cristo, el gran signo de Dios para el cristiano (cfr.
Sal. 18,3; 1Cor.10, 4).
b.- Rm. 5,1-2.5-8: El amor ha sido
derramado en nuestros corazones.
San Pablo, nos presenta la gratuidad
de fe, como fuente de todas las gracias que ha recibido el cristiano,
comenzando por el creer en Dios. Plantados en el campo de la fe, el cristiano
vive de la esperanza de gloria, lo que forma un arco que une cielo y tierra,
camino de vida teologal. Esta realidad desencadena un dinamismo de aprender a
aceptar las tribulaciones, que producen la constancia, la autenticidad y ésta
la esperanza. Este estado de esperanza es la realidad más cercana, ya que posee
la reconciliación con Dios, pero le falta todavía superar todas sus
debilidades, finalmente la muerte; pero Dios tiene la iniciativa y por puro
amor gratuito, restaura al hombre desde lo interior dándole la fuerza del amor
que sabe esperar la plenitud de creyente. El hombre impío, alejado de Dios no
poseía motivos para creer, ahora, derramado el amor de Dios, por el Espíritu
Santo, posee la fuerza para creer y asumir que la vida cristiana es el mejor
camino hacía Dios.
c.- Jn. 4, 5-42: Diálogo con la
samaritana: La fuente de vida eterna.
En el evangelio, tenemos el encuentro
de Jesús con la samaritana, toda una catequesis de iniciación bautismal.
Comienza con una petición de Jesús: “Dame de beber” (v.7), hasta que ÉL le
ofrece el agua, que apaga toda sed para siempre, y que en el creyente, se
convierte en un surtidor que salta hasta la vida eterna (v. 14). La samaritana
cree en la palabra de Jesús, suscita el don del Espíritu Santo, que la fe hace germinar en el discípulo. Es la vida
eterna que se obtiene por la fe en Jesucristo, el Mesías, el Hijo de Dios vivo.
La mujer pide: “Señor dame de esa agua
para que nunca más tenga sed” (v. 15), llave que abre la puerta a la luz del
misterio del viajante. Jesús se presenta como un sediento hasta revelarse como
el Mesías esperado: “Yo soy, el que está hablando contigo” (v. 26); texto que
evoca el “Yo soy el que soy” (Ex. 3,14).
Al tema del agua viva, don del Espíritu, que el resucitado entrega a quien cree
en ÉL, se añade el del culto a Dios en espíritu y en verdad. Son dos momentos
de una única revelación del misterio de Cristo Jesús: de un judío sediento,
Jesús, para la samaritana pasa a ser un profeta, luego el Mesías y finalmente,
el Salvador el mundo. Son los compases de una melodía que el Espíritu pulsa en
el alma del que cree, y espera en este misterio, que guía en su proceso de
conversión a la mujer y los suyos. El agua viva, en primer término es el propio
Jesús, don del Padre, pero también, luego de la Ascensión, es el Espíritu Santo
prometido por Jesús. El agua viva, es signo del amor del Padre que nos
justifica en Jesucristo, y santifica por el Espíritu Santo. En la enseñanza de
Jesús el agua viva, don del Espíritu, es la referencia para revelar su persona,
su doctrina y su sabiduría, lo cual apaga para siempre, la sed espiritual de
todo ser humano. En su predicación Jesús, habla
de esta agua viva de vida eterna a Nicodemo, en relación al Bautismo y
cuando invita a sus oyentes en el templo a beber de sus fuentes (cfr. Jn. 3, 5; 7, 37ss). Hoy la sed del hombre
posmoderno es de bienes materiales y de felicidad, lo que está enseñando que
los bienes materiales no la producen. Nace una insatisfacción profunda que no
puede resolver. Unos siguen este camino hasta convertirse en adictos a
las drogas, alcohol, la superstición,
etc.; otros en cambio, dan un giro y se encaminan a las religiones. Los que
vuelven a Cristo o lo conocen encuentran valores auténticos que vivir que
reorientan la sed de felicidad y de vida eterna. Ellos repiten y nosotros con
frecuencia deberíamos hacer la misma petición de la samaritana a Jesús: “Dame,
Señor de esa agua para que no tenga más sed”; agua que la oración convierte en
un estilo de vida nueva con una fuerza carismática singular. Es ahí donde se
aprenden grandes verdades de Dios y del propio conocimiento hasta encontrar, en
lo interior la fuente de la felicidad. Estos son los torrentes de agua viva que
brotan de lo interior y llega hasta la vida eterna, el verdadero culto en
espíritu y verdad que el Padre eterno desea de sus hijos.
San Juan de la Cruz dice que la fe es
la fuente cristalina, en la cual debemos
beber, por donde nos viene la salvación y los dones del Espíritu Santo y
actualizar así la vida en Cristo: “Llama cristalina a la fe por dos cosas: la
primera, porque es de Cristo, su esposo; y la segunda, porque tiene las
propiedades del cristal en ser pura en las verdades, y fuente clara y limpia de
error, y formas naturales. Y llámala fuente porque de ella le manan al alma las
aguas de todos los bienes espirituales. De donde Cristo nuestro Señor, hablando
con la Samaritana, llamó fuente a la fe, diciendo que a los que creyesen en él
les daría una fuente cuya agua saltaría hasta la vida eterna” (CB 12,3).
Lecturas bíblicas:
a.- 2 Re. 5, 1-15: Ve báñate siete
veces y tu carne quedará limpia
La primera lectura, nos habla de uno
de los milagros del profeta Eliseo. Su labor la realizó en Israel, pero su obra
alcanza a un extranjero: Naamán el
sirio. El relato tiene su dinamismo propio en ascenso: la noticia sobre el
profeta que sana, va de la criada a la señora, de ésta a su marido, del marido
al rey de Siria, de éste al rey de Israel, de éste a Dios y su poder, ejercido
por su profeta. Pero también hay una línea descendente que va desde Naamán, al
rey de Israel y de éste al profeta Eliseo y su criado hasta bajar a las aguas
del Jordán. El relato se centra en Yahvé y su profeta, pero de destacar las
palabras de Namán: “Ahora reconozco que no hay Dios
en toda la tierra más que el de Israel” (v. 15). Todas las mediaciones vienen a
significar, que no es el rey, ni las autoridades, las que sanan sino el poder
de Yahvé, por medio de su profeta, alcanzando su mayor relieve en las palabras
que pronuncia: “Cuando Eliseo, el hombre de Dios, oyó que el rey de Israel
había rasgado sus vestidos, envió a decir al rey: « ¿Por qué has rasgado tus
vestidos? Que venga a mí y sabrá que hay un profeta en Israel.» (v. 8). Los
milagros que realiza Eliseo, no son fruto de una acción mágica, sino fruto de
la acción salvífica de Dios, que obra por la palabra del profeta.
b.- Lc. 4, 24-30: Jesús enviado a
todos los hombres.
En el evangelio nos presenta a Jesús
en Nazaret, su pueblo. Los nazarenos exigen a Jesús, un signo si de verdad es
el Mesías. Dios acepta o se inclina sólo ante las exigencias nacidas de una
obediencia de fe, es decir, con un sí la disposición de aceptar su divina
voluntad. Los nazareno no creían, no
tenían fe en Jesús (cfr. Mc. 6,6). Quieren milagros como los hechos en
Cafarnaúm; un médico que no se cura a sí mismo pierde prestigio y la fe
depositada en él. Los nazarenos juzgan a Jesús con criterios puramente humanos,
desconocen a Jesús, obra como profeta por encargo de Dios. Los nazarenos
secundan al tentador, no reconocen su misión divina. Jesús,
como los profetas Elías y Eliseo, se siente enviado, no sólo a sus
hermanos judíos, sino también al mundo pagano para salvarlos. No obra el
profeta por propia voluntad sino por
disposición de Dios que lo ha enviado. Dios conserva su libertad en la
distribución de sus bienes. Los nazarenos, no tienen derecho a formular exigencias de salvación, soberanía
que Jesús proclama, salva a los hombres por pura gracia. Esto provocó ciertamente
las iras de sus paisanos en la sinagoga de Nazaret. Ahí se cumplía aquello de:
“Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra” (v. 24). La
desconfianza nace de su origen humilde: “¿No es éste el hijo de José?” (v.22).
Cambiarles la mentalidad abriendo nuevos horizontes de la acción de Dios a los
judíos era tarea difícil: para ellos, el Dios de Israel, era sólo judío y para
los judíos; las naciones, por ser paganas e idólatras, quedaban excluidas de su
acción. Jesús es Salvador de todos los hombres y pueblos de la tierra, más aún,
les recuerda las acciones que realizó Yahvé por medio de los profetas Elías y
Eliseo precisamente con paganos: la
viuda de Sarepta (cfr. 2Re.17, 8-16) y Naamán el sirio. Jesús resucita en Naím,
al hijo de una viuda y libra de la lepra a un samaritano (cfr. Lc.7, 11s;
17,12s). Jesús comenzó a predicar la salvación a los judíos pero como lo
rechazan se dirige a los gentiles (cfr. Hch.13, 46s). Como los grandes
profetas, Jesús reanuda sus grandes acciones, poderoso en obras y palabras ante
Dios y los hombres (cfr. Lc.24,19). Dios visitó a su
pueblo por medio de los profetas, ahora lo hace por medio de Jesús. El profeta como tal debe acreditarse con
prodigios y signos (cfr.Dt.13,2s), como Jesús no lo
hace, los nazarenos lo condenan como blasfemo y deciden lapidarlo. Toda la
asamblea se convierte en juez de Jesús, quieren ejecutar la sentencia
inmediatamente, lo empujan hacia la altura para despeñarlo, expulsado de la
comunidad, entregado a la muerte, decide escapar de la ira de los suyos (v.30).
Nadie pone las manos sobre ÉL; no ha llegado su hora, sólo el Padre dispone de
su vida y de su muerte. Nada impedirá que resucite y vuelva al Padre para
seguir su intercesión ante Dios por los hombres. Jesús abandona definitivamente
Nazaret, e irá a los gentiles para comenzar las grandes obras de Dios; hasta de
las piedras puede Dios sacar hijos.
San Juan de la Cruz nos enseña que
Jesús, padeció la falta de fe sus hermanos, el místico nos pide que aprendamos
a sufrir a nuestro prójimo sobre todo
cuando no cree y no comparte nuestras
opciones de fe. Aprendamos a ser mansos y humildes como Cristo Jesús: “Manso es
el que sabe sufrir al prójimo y sufrirse a sí mismo” (D 180).
Lecturas bíblicas:
a.- Dan. 3, 25. 34. 43: El sacrificio
agradable a Dios.
La primera lectura nos presenta la
oración de Azarías, en medio de la tribulación, arrojado al horno de fuego por
orden de Nabocodonosor, es todo un acto de fe. El
sacrificio agradable a Dios, es un corazón humilde y contrito, en medio de una
nación derrotada, sin guías, sin profetas, sin templo, sin sacrificios ni
ofrendas. El sacrificio espiritual es la salida que encuentra el hombre de fe,
un camino de encuentro y oración con Dios en esas circunstancias. La
auto-oblación, del siervo sufriente de
Isaías (cfr. Is. 42. 49. 50. 52-53) será cumplida plenamente en
Jesucristo, sacrificio perfecto
agradable a Dios. La
participación frecuente en la Eucaristía nos debe llevar a dar también culto espiritual
a Dios a través de Jesús hasta ofrecer la propia vida y persona, todo lo que somos. La
configuración con Cristo (cfr. Rm. 8, 29) pasa por el Calvario hasta la pascua
de luz de una vida resucitada.
b.- Mt. 18, 21-35: Parábola del deudor
despiadado.
En el evangelio tenemos el tema del
perdón de los pecados (vv.21-23), y la parábola del siervo sin entrañas (vv.
23-35). Pedro llama a Jesús, Señor (v. 21; cfr. Mt.14, 28; 15,15; 17,4.24;
19,27); el que tiene delante no es sólo el Instructor y Maestro, sino el Señor,
que obra con poder y lleno de gloria de Dios.
¿Cuántas veces se debe perdonar al hermano? (v. 21). Se habla de una
falta cometida contra el hermano, contra el mandamiento del amor. Se menciona
el número siete como plenitud, perfección, es decir, estoy dispuesto a perdonar
más allá de la única vez, que exige el amor. La respuesta de Jesús, busca de
Jesús nos deja atónitos: amor fraterno sin medida. No se da la respuesta que
Pedro quería conocer. Como trasfondo se quiere contrarrestar la actitud
vengativa de Lámek, triste heredad para la humanidad,
la venganza despiadada (cfr. Gn. 4, 24). Al poder de la destrucción de la
venganza irracional, Jesús impone el deber y poder de la reconciliación, así
como el pecado se presenta de muchas formas, Jesús contrapone el poder del
bien. El perdón debe tener la última palabra, para que el bien alcance la
victoria (cfr. Rm.12, 21). Es la única respuesta que Dios nos propone, para no
entrar en el espiral de violencia del prójimo, que a veces, nos asalta con su
odio y deseo de venganza o de la cual, podemos ser víctimas. En un segundo momento,
encontramos la parábola sobre el siervo malvado es un buen espejo en que nos
podemos reflejar, cuando habiendo sido perdonados por Dios, negamos el perdón
al prójimo. Esta realidad pasa por la validez de muchas de nuestras
confesiones, cuando pedimos perdón a Dios, y seguimos guardando rencor a quien
nos hizo alguna faena: no lo perdonamos. El ejemplo de Cristo, perdonando desde
la Cruz (cfr. Lc. 23, 34) a sus enemigos, abre la puerta a esta nueva
experiencia de fraternidad universal. El testimonio de los Santos apóstoles y
mártires, ha hecho de la experiencia del
perdón, con el correr de los tiempos, sea fuente de fe y amor renovado que
llega hasta nosotros. Pensemos en la
muchedumbre de testigos de la fe que ha provocado el comunismo, el nazismo, la
guerra civil española, regímenes totalitarios, etc., verdadera legión de
mártires que han alcanzado la palma de la victoria superando el odio con el
amor, perdonando a sus verdugos. El perdón fraterno y la reconciliación, más
que una ley, es una experiencia, que una vez que se vive, deja en el corazón el
sentirse rehabilitado por el perdón recibido, o el que uno puede brindar, lo
que acrecienta la condición de hijo de Dios. Quien no ama no perdona; pero
quien ama, perdona, porque el perdón nace del amor; quien no se siente perdonado no ama, en
cambio, a quien se le perdona mucho, a su vez ama mucho más. Es en el
Sacramento de la Reconciliación donde está fuente del perdón que el Señor dejó
a su Iglesia para renovarla en sus hijos hasta hacerla santa e inmaculada en el
amor.
San Juan de la Cruz enseña que sólo el
amor de Dios posee la capacidad de hacernos agradables a los demás, ni cansa ni
se cansa quien lo vive, enseña el místico, porque vivirlo, es ejercicio de
amor; virtudes que son probadas, y que a su vez, engendran obras, que valen más
que todas las cosas que pensamos hacer sólo con el pensamiento o buenas
intenciones. “El alma que anda en amor, ni cansa ni se cansa” (D 101).
Lecturas bíblicas:
a.- Dt. 4, 1. 5-9: Guardar y
cumplir los mandatos del Señor.
La primera lectura, es parte de un
discurso de Moisés, el prólogo a la explicación de la ley. Moisés prepara al
pueblo a su ingreso a la tierra prometida, para una vida según Dios. Se centra
en el cumplimiento de los Mandamientos y los decretos, los cuales no impone,
sino que busca suscitar la obediencia para obtener la posesión de la tierra.
Esta última tiene un valor histórico, promesa cumplida, pero también un sentido
teológico, como lugar de la presencia de Yahvé, vida dichosa para el pueblo,
porque Dios está en su tierra. La obediencia a la ley, se inculca por la
experiencia de aquellos que cayeron en la idolatría, lo que significó para
ellos la muerte, en cambio, la obediencia trae la vida; lo mismo sucede ahora,
el observar la ley conduce a la vida verdadera (cfr. Nm.25). La ley, tiene la
capacidad de hacer a los hombres que la observan, sabios y prudentes. Israel
sobresaldrá entre las naciones por su sabiduría, es decir, saber lo que se es,
lo que se quiere y a dónde se quiere ir. El pueblo de Israel, debe caminar con
Yahvé y su destino es el mismo Dios, es su vida y su dicha plena. El acercarse
de Dios al hombre por medio de la Ley, posee un carácter salvador histórico,
porque señala al creyente el camino de la justicia y santidad. Finalmente, la
ley se vincula con los acontecimientos que han revelado a Dios como Salvador;
obras que hacen de fundamento de la ley. Estos hechos son el prólogo histórico
con que Dios busca la dicha verdadera para su pueblo. Todos estos son motivo
para perpetuar esta memoria, para que las generaciones futuras conozcan estos
hechos salvíficos, que son la razón y fundamento de la ley.
b.- Mt. 5, 17-19: No he venido a
abolir, sino a dar plenitud.
En el evangelio, vemos a Jesús
anunciando que ha venido a cumplir la Ley del Señor, no a suprimirla, sino a
darle plenitud. Esto habla de Cristo, como buen judío que cumple la ley, aunque
su crítica recaiga sobre la interpretación que de ella hacían los maestros,
según la tradición de los rabinos. Jesús, no busca abolir la ley de Moisés,
sino una mayor perfección, de ahí que promulgue las Bienaventuranzas (cfr. Mt.
5, 1-12), que exigen mayor radicalidad, una santidad que nace de lo interior,
es decir, de lo profundo del espíritu humano, morada de la nueva ley de Cristo.
Se busca una adhesión nacida en la libertad y en el amor; opción de elegir.
Nace así la nueva ley de Jesucristo, moral y ética nueva, que deviene de un
dinamismo interior, la presencia del Espíritu, que progresa con la revelación
del querer divino, manifestado en el evangelio. La nueva justicia, superior a
la antigua, queda manifestada en seis antítesis que Mateo presenta así: “no
matarás…si pues al presentar tu ofrenda en el altar… (v.
21-23); “no cometerás adulterio…todo el que mira a una mujer deseándola… (v. 27-28); “ el que repudie a su mujer…comete adulterio”
(v.31-32); “no perjurarás…no juréis en modo alguno (v.33-34) ; “ojo por ojo…a
quien te pida da” (v.38-42); “amarás a tú prójimo…amad a vuestros enemigos…(v.
43-44). El ideal es superar la justicia y el testimonio,
que hasta ahora, habían dado los maestros de la ley de Moisés: es la nueva ley
evangélica para la vida del cristiano.
La fidelidad radical que Jesús requiere de su discípulo, hará la diferencia
entre la comunidad que se reúne en la
sinagoga, y la que, constituye la Iglesia. Pablo, relaciona el tema de la
Ley, la fe en Cristo y su evangelio
cuando afirma: “El fin de la Ley es Cristo, para justificación de todo
creyente” (Rom.10, 4). Sólo en Cristo se cumple toda la Ley y los profetas. La
ley en la nueva comunidad eclesial, es el evangelio, expresión de su amor por
cada hombre; la Ley de Moisés fue el pedagogo, que adiestraba a los creyentes
hasta guiarlos a la fe en Cristo Jesús
(cfr. Gál. 3,19ss). Lo importante, es que la nueva ley de Cristo, sigue
educando al hombre de hoy en la moral y en la fe, hasta alcanzar la santidad,
la perfección del amor.
San Juan de la Cruz, nos lleva a la
cumbre de la perfección, en el monte Carmelo, dibujado por él mismo, donde
enseña que quien a llegado a la perfección del amor
ya no tiene ley: “Ya por aquí no hay camino porque para el justo no hay ley, él
para sí se es ley” Monte de la Perfección.
Lecturas bíblicas:
a.- Jer. 7, 23-28: Nación que no escucha
al Señor.
La primera lectura, nos presenta la
sordera de Israel a la voz de Yahvé. Si bien, había toda una programación
respecto a los sacrificios por ofrecer en el templo (cfr. Lev.1-7), el profeta
se remite a los tiempos antiguos, donde Yahvé le pidió a Israel obediencia, que
escucharan su voz, y no sacrificios. La corriente profética que representa
Jeremías, quiere manifestar que el culto no es lo esencial de la religión. Se
trata de obedecer la palabra de Dios, manifestada en la ley de Moisés, el amigo
de Yahvé. Israel, a semejanza de otros pueblos, asimiló la idea del culto hasta
convertirse en un pueblo litúrgico, pero sin olvidar la normativa mosaica.
Culto y liturgia han de ser expresión de una interioridad, vivencia de una fe y
clara comunión con Dios. Esto es lo que busca el profeta, pero Israel no
escuchó, no había sinceridad en sus vidas. Culto, vida, sacrificios eran
vacíos, pura hipocresía, una mentira ante la presencia de Yahvé: “Les dirás,
pues, todas estas palabras, mas no te escucharán. Les llamarás y no te
responderán” (v.27). Jeremías confirma que Israel es un pueblo de dura cerviz,
un estado pecaminoso y lleno de maldad, sus obras su peor testimonio. Será
Jeremías uno de los profetas, con mayor conciencia del pecado de su pueblo.
b.- Lc. 11, 14-23: Controversia sobre
un exorcismo. Jesús y Belzebúl.
El evangelio, nos trae la situación de
los tiempos de Jesús, si bien los antiguos israelitas habían sido sordos, sus
contemporáneos eran ciegos a sus signos. La expulsión de un demonio no es hecha por Belcebú, como pensaban ellos, sino
por el poder de Dios, es el Reino de Dios que ha llegado a nosotros. Mateo usa
la expresión “por el dedo de Dios”, que recuerda la acción de Moisés ante el
faraón (cfr. Ex. 8,5), donde se usa la misma expresión para designar, que es
Dios, quien acompaña los signos que su enviado realiza. Jesús, como nuevo
Moisés, libera a su pueblo de los demonios con su propio poder; signo del Reino
de Dios presente en la vida de los hombres. No sólo lo acusan de poseer poderes demoníacos, sino de ser coautor con Satanás
de sus signos (v.15); esta declaración, es considerada una verdadera blasfemia
contra el Espíritu Santo, por no creer en la Encarnación del Hijo de Dios (cfr.
Mc. 3, 29). El relato termina con aquello de: “El que no está conmigo está
contra mí” (v.36). La palabra de Jesús saca a la luz, el interior del corazón
de los hombres, ÉL será bandera discutida, había anunciado Simeón (cfr. Lc.1,
34). Estamos con ÉL o contra ÉL, rechazamos su Reino o ingresamos en él; estamos
con Cristo y su evangelio o lo rechazamos. Optamos por la vida o la muerte; la
única opción válida, es la persona de Jesús, obediencia a su palabra, vida
verdadera. Desde esta opción por Cristo podremos vencer el pecado y la
influencia de Satanás en nosotros,
porque Cristo Jesús lo venció en la Cruz y con su Resurrección; será la
victoria del amor por sobre el egoísmo, el mal vencido a fuerza de bien como
enseña S. Pablo (cfr. Rm. 12, 21), lo que da la victoria al cristiano sobre la
tentación y el pecado. El amor de Jesucristo redime desde la cruz a la
humanidad entera.
San Juan de la Cruz en su tratado
“Cautelas” propone cómo librarse de los tres enemigos del alma:
mundo, demonio y carne. La obediencia y humildad, son las virtudes con las cuales
vencer al enemigo y su influencia en la vida del espiritual, para tener alegría
en el servicio de Dios. “La tercera cautela, derechamente contra el demonio, es
que de corazón procures siempre humillarte en la palabra y en la obra,
holgándote del bien de los otros como del de ti mismo y queriendo que los
antepongan a ti en todas las cosas, y esto con verdadero corazón. Y de esta
manera vencerás en el bien el mal (Rm. 12, 21), y echarás lejos el demonio y
traerás alegría de corazón Y esto procura ejercitar más en los que menos te
caen en gracia. Y sábete que si así no lo ejercitas, no llegarás a la verdadera
caridad ni aprovecharás en ella. Y seas siempre más amigo de ser enseñado de
todos que querer enseñar aun al que es menos que todos” (Cautelas 12).
Lecturas bíblicas:
a.- Os. 14, 2-10: Vuelve, Israel, a
Yahvé tu Dios.
La primera lectura, es una invitación
a Israel a volver a Yahvé. El texto posee un carácter penitencial, expresión de
su ministerio, pero también de su fe, en el amor salvador de Yahvé. Ante los
inminentes anuncios proféticos de mortandad a mano de espada, Oseas lanza el
grito de alarma, para dejar los cultos idolátricos que se practican bajo los
árboles sagrados, pidiendo la fertilidad para los campos. Yahvé es el ciprés
que siempre verde, produce los frutos,
es el único Señor (v. 9), no los ídolos. Que no se diga “dios nuestro” a lo
fabricado por sus propias manos (v. 4). El regreso a Yahvé, significará perdón
de sus culpas, fidelidad y sobre todo “yo los amaré graciosamente” (v. 5). En
este regreso del pueblo a Dios, no quiere sacrificio sino un corazón sincero,
arrepentido de su culpa y una conversión auténtica; el verdadero sacrificio que
pedían los profetas, es el abandono de la idolatría y pactos políticos con las
potencias extranjeras. Es el momento en que Yahvé, comienza a obrar,
misericordioso y Salvador. Hasta la naturaleza se ve beneficiada: crecerá el
trigo, florecerá la viña, todo fruto recogido será, Dios su dueño. Se exhorta a
la sabiduría para caminar por el camino recto, justo de Yahvé, en cambio los
rebeldes tropiezan y caen, porque se afirman en ellos mismos (v.10). Es por
medio de la palabra que Yahvé viene a los hombres, el camino la vía de los
pecadores, para alcanzar el encuentro con el único Señor de Israel.
b.- Mc. 12, 28-34: El mandamiento
principal. Un escriba y Jesús.
El evangelio, nos muestra la inquietud
de un escriba por saber acerca del cuál de los mandamientos es el primero de
todos (v. 28). La pregunta de uno de los escribas, le parece a Jesús sincera, y
la responde en forma tradicional, es decir, con los argumentos que todo judío
conocía. La respuesta era: amar a Dios por sobre todas las cosas… pero también
al prójimo, como a sí mismo (cfr. Dt. 6,4-5; Lv.
19,18). Jesús se pone en la línea de la tradición judía, coloca los dos
mandamientos al mismo nivel, como si fuera un solo mandato con dos expresiones,
iguales en su valor (cfr. Mc. 3,28; 7,19). La respuesta del escriba repite las
palabras sobre la unicidad de Dios, el amor a Él y al prójimo, añadiendo que
cumplir con estos mandamientos es el mejor holocausto y el sacrificio (v.33).
El escriba está de parte de Jesús, puesto que coinciden en colocar luz sobre lo
que es esencial para el que cree (cfr. Is. 45,21). Este tema de los sacrificios
y holocaustos, se encuentra en la línea crítica de los profetas, los libros sapienciales y el
propio Jesús. Subordinar los sacrificios al amor de Dios relaciona al escriba
apoyado en las Escrituras, con la percepción acerca de la conducta de Jesús con
el templo. Se muestra conforme con Jesús, y se pone en sintonía con su postura
respeto del templo y de la Ley.
Jesús reconoce que entre los escribas, había hombres que no estaban
lejos del Reino de Dios (v. 34). El escriba, visto con luz nueva de parte de
Jesús, como un disidente púbico, puesto que su acercamiento a Jesús lo separa
del resto de los escribas que quieren matarlo. El escriba, queda relacionado
con el reinado de Dios, como realidad a la que uno se acerca o aleja, un don
que se puede recibir o rechazar. No está lejos del reino de Dios, viene a
significar, que el escriba tiene sintonía con el mensaje de Jesús y la
verdadera tradición judía. Más concretamente, la vinculación entre ambos, Jesús
y el escriba, es la función del templo y el mandamiento del amor, lo que
explica el juicio de Jesús y el contenido de las discusiones y enfrentamientos
sobre el tema del templo. La vida de la Iglesia, para quien mira desde fuera,
puede parecer fría, si sólo contempla
personas que cumplen preceptos, pero, si entra en ella como cristiano,
contemplará el amor que hay en el corazón de la asamblea, la dedicación por el
culto divino y su preparación, la participación en la Palabra y su culmen es la
comunión con el Cuerpo y Sangre de Cristo; todo vivido en clave de fe y
oración. Mas esta celebración se prolonga en un enorme número de obras de
caridad, que las parroquias y comunidades cristianas, realizan a favor de los
pobres, ancianos, jóvenes y niños, es decir, compartir la propia experiencia de
fe en la pastoral sacramental y de todo tipo de servicios que nacen del amor a
Dios y al prójimo. Sólo el amor es la salud del alma, enseña Juan de la Cruz,
es más, cuando ese amor sana y robustece
esa condición de amigo de Dios y de los hombres.
San Juan de la Cruz, uno de sus
“Dichos de Luz y Amor”, no merece comentario por su claridad y radicalidad para
cada uno de nosotros cristianos que buscamos criterios sanos y sustanciosos
para profundizar en la fe. “Quien a su prójimo no ama, a Dios aborrece” (D
183).
Lecturas:
a.- Os. 6, 1-6: Quiero misericordia y
no sacrificios.
La primera lectura del profeta nos
invita a ser misericordiosos. Las amargas experiencias que han vivido como
pueblo, y las palabras condenatorias del profeta suscitan en ellos, un deseo
efímero, de querer volver al Señor. Se saben pueblo suyo, conocen su poder, si
quiere los vendará, luego de herirlos, los volverá a la vida, para que vivan en
su presencia, en paz con Yahvé y su prójimo. En ésta auto exhortación, quieren
correr tras el conocimiento de Yahvé, con lo que revelan, los ritos y lenguaje
utilizados en el culto a los Baales, palabras que usa el pueblo habitualmente,
y que el profeta quiere exterminar. Ese evocar el amanecer, la lluvia temprana,
propio de los cultos de la fertilidad. Pero Yahvé no se deja engañar, porque
conocedor del corazón humano, descubre que su piedad es superficial, como rocío
de la mañana (v. 3). En su infinita misericordia Yahvé, lo que hace es
manifestarles lo que quiere: “Porque yo quiero amor, no sacrificio, conocimiento de Dios, más que
holocaustos.” (v. 6). En estas palabras no encontramos una condena de los
sacrificios y holocaustos, sino el modo como se realizaban, condena de una
religión superficial y falta de interioridad. Ahora se entiende la exigencia de
Yahvé, quiere conocimiento y amor para con Dios y el prójimo (cfr. Mt. 9,13;
12,7). Siempre será primero el amor, después del sacrificio, primero la fe,
luego sus manifestaciones en el culto y la vida ordinaria (cfr. Mt. 5, 23).
b.- Lc. 18, 9-14: Parábola del fariseo
y del publicano.
La parábola del fariseo y del
publicano, refleja dos tipos de religiosidad y de culto ante Dios. Jesús, es
misericordia para el pecador, viene a salvar lo que estaba perdido. Es en la
misericordia donde se apoya el pecador frente a su Dios, mientras que el
fariseo cree que no la necesita, porque tiene méritos suficientes, y lo más
grave, se apoya sólo en ellos ante Dios. Agrada más a Dios un pecador
arrepentido, y he aquí la lección, que un fariseo orgulloso que se cree justo;
el primero obtiene la justificación de Dios, es decir, su salvación, el
segundo, no obtiene nada. La salvación es puro don de la gracia de Dios, y no
fruto de nuestros méritos o buenas obras porqué significaría que cada uno
podría fabricar su propia salvación, dejando a Dios sin la posibilidad de
donársela. La salvación es don de la fe en Jesucristo y su misterio de
salvación. Ambos personajes encarnan dos tipos opuestos de religiosidad con lo
que Jesús quería manifestar que aquellos que se sienten seguros de sí mismos,
los fariseos, despreciaban a los demás: gente del pueblo, publicanos,
prostitutas, cobradores de impuestos, etc. Para el fariseo, Dios no es Padre,
sino un contador que registra cada uno de sus méritos, fruto de su esfuerzo y
de su observancia perfecta de la Ley; el publicano, en cambio, contempla a Dios
como Santo y misericordioso, para quien todos somos dignos de perdón y acogida
en su regazo de Padre amoroso. El fariseo cree que Dios debe pagarle o
retribuirle sus propios méritos producidos por una escrupulosa fidelidad a la ley de Moisés. Si el precepto manda
ayunar para el día de la expiación, una vez al año, él ayuna dos veces por
semana para apurar la venida del Mesías; paga el diezmo de todo lo que posee, aunque
sólo deba hacerlo el productor, no el que compra, y éste se limitaba al grano,
al vino y al aceite; sin olvidar que no roba, no es infiel a su mujer, no falta
a la justicia. Es un hombre perfecto, según la ley, solo que representa la
religiosidad del mérito, religiosidad autosuficiente. Su santidad legal lo hace
sin misericordia, porque desde su interior desprecia al publicano, que lo tiene
muy cerca, sin embargo para él, los demás son pecadores, ladrones, injustos,
etc. La oración del publicano, es modelo de acercamiento a Dios, porque comienza
con lo esencial: reconocerse pecador y culpable ante Dios, lo que abre
inmediatamente las puertas de la misericordia infinita. El cristiano puede
tener mucho de ambos modelos de religiosidad: de fariseos cuando reclamamos
derechos y premios de parte de Dios y apoyados en nuestros méritos y viendo a
los demás los despreciamos porque no son como nosotros; de publicanos cuando
nos damos cuenta que no llegamos a ninguna parte con esa postura; si seguimos
el camino del publicano, y nos confesamos pobres pecadores que imploran
misericordia y perdón de sus muchas infidelidades, hemos comprendido la
parábola desde la vida. La fe en Jesucristo, nos une al mundo de la salvación y
la gracia, en cambio, nuestra condición pecadora nos une al mundo de los
pecadores, del cual Cristo Jesús es redentor.
San Juan de la Cruz, enseña que
la humildad es el mejor camino para
acercarse a Dios, y el místico dedica todo un capítulo a la soberbia
espiritual, tomando como modelo precisamente al fariseo y como puede ser un vicio
del orante, este creerse bueno, y despreciar a los que no son como él (cfr.1N
2). El demonio acrecienta su devoción para perderle; si el director espiritual
avezado, no corrige, con la práctica de la humildad, este vicio a su discípulo,
corre el peligro de caer en la soberbia espiritual. Humildad, significa tener
en muy baja estima las propias cosas, considerando siempre a los otros mejores,
sin satisfacción de sí, conocer lo mucho que Dios merece, teniendo “cuidado de
amor” en servirle con humildad, hasta poseer el espíritu sabio de Dios. En sus
Dichos exclama: “Humilde es el que se esconde en su propia nada y se sabe dejar
a Dios” (D 179) o bien: “Quién de sí propio se fía, es peor que el demonio” (D
182).
P.
Julio González C.