CUARTO DOMINGO
SEMANA DE ADVIENTO
(Año Par. Ciclo A)
P. Julio González Carretti
Lecturas
bíblicas
1.-
Is. 7, 10-14: He aquí que una doncella está encinta.
El profeta nos anuncia el nacimiento
del Emmanuel. Ajaz no hizo caso de la primera intervención de Isaías, donde se
le advertía de la desaparición de Judá, pero, así y todo, se presenta
nuevamente ante el rey para demostrar que Yahvé puede obrar a su favor, si
confía en ÉL, lo único que debe hacer, es pedir un signo (cfr. Is.7,9). Ajaz, no renuncia a su política, pide ayuda a Asiria.
En su hipocresía, renuncia al signo, porque quiere demostrar que no duda de
Yahvé, pero en el fondo, no cree, pone su fe en la alianza política (v.12;
cfr.Dt.6,16). El profeta le recuerda el pacto hecho
por Yahvé con David, pero le advierte del hartazgo de Dios, y de él, del continuo rechazo de la voluntad divina
(cfr. 2Sam. 7,1-17; Ex. 32,7-14). La señal se da exactamente igual: una joven
dará a luz un hijo y le pondrá por nombre: “Emmanuel” es decir, Dios con
nosotros (cfr. Is.1, 26; 8,8.10; Sal.46,8.12). El niño
y su nombre nos hablan de la permanencia de las promesas davídicas. La joven
puedo ser una esposa de Ajaz, el hijo Ezequías, pero las características de
salvación del recién nacido superan el tiempo y ámbito de Ezequías, aun cuando
su reinado Israel vivió una época de esplendor, y dibujan la llegada de un
Mesías definitivo que gobernará según los criterios de Dios (cfr. Is.9,1-6;11,1-9). Cuando
una joven doncella llamada María dé a luz un hijo, sin concurso de varón,
síntesis de lo humano y divino, se reconocerá en el oráculo de Isaías la
proyección mesiánica del mismo y que en Jesús alcanza todo su cumplimiento y
plenitud.
2.-
Rm. 1, 1-7: Jesucristo, de la estirpe de David, e Hijo de Dios con poder, según
el Espíritu de santidad.
Pablo, se presenta con temor y temblor
ante los Romanos (cfr. 1Cor. 2,3), como apóstol de Jesucristo, el Enviado de
Dios (cfr. Jn.13,16; 2Cor.8,23; Flp.2,25), y escogido por ÉL para predicar el
Evangelio, aunque no pertenece a los Doce, es verdadero apóstol enviado a los
gentiles por el Resucitado (cfr.Hch.26,17; Rom.11,13; 1Cor.9,2;
Gál.2,8;1Tm.2,7; 1 Cor.1,1). El Hijo, nacido del linaje de David, según la
carne e Hijo de Dios con poder desde su Resurrección lo convierte en la comunidad eclesial como el único Señor, y
todos, responsables y fieles, son
siervos porque Jesucristo, está presente en la Iglesia desde su Resurrección y
sólo a ÉL, se le presta obediencia (cfr. Hch.2, 36). Pablo, como apóstol
participa de estos poderes del Resucitado y por eso, predica la fe a los
gentiles. La obediencia a la fe, es la actitud de quien se adhiere plenamente a
la fe predicada por los apóstoles, y lo rescata de su pecado (vv.5-6). La fe lo
redime y hace libre y por ello les anima a la santidad a la que por vocación
están llamados, fruto de la gracia de Cristo y vivida en una paz comunitaria
estable y fecunda.
4.-
Mt. 1, 18-24: José, hijo de David, lo engendrado en Ella es obra del Espíritu
Santo.
En el evangelio encontramos la figura
humilde de San José. El evangelista Mateo, lo describe como hombre justo y
bueno (v.19; cfr. Sal.118). Se trata del anuncio del ángel a José, hijo de
David, luego de decidir repudiar a María, su mujer porque espera un hijo de
otro (cfr. Mt.9, 27; 20,23s). La desposada, era verdadera esposa de su marido
en la cultura judía y así se la denomina en este pasaje del evangelio (vv. 20.
24). Decide repudiarla en secreto; no quiere intervenir en el plan de Dios y se
retira. El ángel le anuncia la Maternidad divina de María, la criatura es del
Espíritu Santo; sólo Dios es su Padre. Con estas palabras José entra a formar
parte dela historia de la salvación, el ángel le habla como descendiente de
David, entonces comprenderá. Efectivamente después de este sueño nocturno, José
con docilidad obra según lo mandado por el ángel (v.24). Si bien, la situación
es delicada, Dios le confía a María a su
esposo, lo que crea la perplejidad de José, ante el misterio de Dios en la vida
de su esposa. No debe temer el hecho de tomar como esposa a María, para ser el
padre legal del Niño lo engendrado es del Espíritu Santo, es decir, de Dios. Le
pondrá por Nombre Jesús, quien salvará a su pueblo de sus pecados. A este niño se
le promete un pueblo, incluso un nuevo pueblo de Dios. El ángel termina su
mensaje con el cumplimiento de una profecía (cfr. Is. 7,14). El Niño ya fue
concebido, es Emmanuel, es decir, Dios con nosotros (cfr. Is.7,10-16). La Virgen María, es puerta de entrada de Jesucristo, en la
historia para salvar a los hombres de los pecados. Las promesas y profecías se
han hecho realidad: el Dios con nosotros, se ha hecho carne, uno de nosotros,
de nuestra naturaleza humana. José pasa de las dudas, a la fe inquebrantable,
en el misterio de Dios y su economía de salvación. La fe le irá alumbrando el
camino, asume su rol de padre legal del Hijo de Dios, rol que deberá construir
día a día, como todo varón que se convierte en padre de familia. José se siente
arraigado en la fe de Israel que Dios siempre está con su pueblo (cfr. Is.
43,1s). José hizo lo mandado, asume con
sencillez y naturalidad: María da a luz a su Hijo, le pone el Nombre de Jesús
el Mesías. Es en Jesús cómo Dios se hace cercano a nosotros, lo que queda
garantizado para siempre con su Nacimiento.
San Juan de la Cruz, nos introduce en
el misterio realizado en la fe de María y en su purísimo seno. Es el Dios con
nosotros, presente en la historia de los hombres para salvación de los crean. La mejor actitud
de estos días es potenciar la fe y el silencio contemplativo, que adora y calla
lleno de admiración. “Entonces llamó a un arcángel/ que san Gabriel se decía/ y
enviólo a una doncella/ que se llamaba María,/ de cuyo consentimiento/ el misterio se hacía;/ en la cual
la Trinidad /de carne al Verbo vestía; /y aunque tres hacen la obra,/ en el uno
se hacía; /y quedó el Verbo encarnado/ en el vientre de María” Romance acerca
de la Trinidad (vv. 270-275).
Lecturas
bíblicas
a.-
Mal. 3,1-4. 23-24: Envío mi mensajero a prepararme el camino.
La primera lectura, es una crítica a
los malos pastores del pueblo de Israel. Es el tiempo de Esdras, tiempo de la
restauración después del exilio. El Señor enviará a su mensajero para anunciar la renovación
del culto por medio de un fuego purificador; vendrá también el profeta Elías,
antes del día del Señor, para convertir los corazones de padres e hijos, para
evitar el castigo. Yahvé tiene sus mensajeros, y cuando se menciona el día del
Juicio y la justicia realizada por Dios, éste enviará su mensajero por delante.
Su labor será preparar a los hombres para la llegada del Juez, Yahvé. Cuando se
hace hombre en la persona de Jesús de Nazaret, y desde la Cruz juzgue al mundo,
sólo entonces comprenderemos que ha sido Juan el Bautista, el principal
mensajero que prepara su camino. Más
importante que el mensajero, era la certeza que Yahvé venía a juzgar al mundo.
En ese día hasta los justos se sentirán pecadores; Yahvé juzgará no por criterios
humanos, sino según su propia justicia, que purifica y justifica. Las imágenes
del fuego y la lejía expresan esta realidad con fuerza incontenible (v.2). La
purificación, comienza por los hijos de Leví, es decir, los sacerdotes, y
luego, se hace extensiva a todas las clases sociales: los hechiceros, los
cultores de artes mágicas, los adúlteros, los jueces y las injusticias
cometidas contra la viuda, el huérfano y el forastero (cfr. Ex. 22, 17; Mal.
2,14; Ex. 20,14). Eran las quejas de los justos y la respuesta profética frente
a los opresores; Dios permanece fiel y actuará en el momento oportuno. Ellos no
dejan de ser hijos de Jacob, alejados, rebeldes, aunque siguen siendo herederos
de la promesa y de la Alianza. Pecado, castigo y fidelidad divina, se conjugan admirablemente para salvar al
Resto mediador de Israel. La profecía termina anunciando la vuelta del profeta
Elías, el primero de los profetas, que reaparecería en el comienzo del NT (cfr.
2Re. 2,11; Eclo. 48,10-12). Elías vino en la persona de Juan el Bautista, según
Jesús (cfr. Mt.11, 7-14; 17,10-13; Mc. 9, 2-13), pero también con ÉL; vemos así
realizada la verdadera conversión y el Juicio en el amor.
b.-
Lc. 1, 57-66: Nacimiento de Juan, el Bautista.
El evangelio nos narra el nacimiento
de Juan, que con el espíritu de Elías, viene a anunciar la venida del Mesías.
Su nacimiento, circuncisión e imposición del nombre, son motivo de alegría para
sus padres. A Isabel le ha llegado su hora, motivo de gozo, aunque en este
caso, con matices muy significativos: padres eran ancianos, ella estéril, por
ello imposible, que pudieran concebir un hijo. Para Dios nada hay imposible y
han podido ser padres. Pero al evangelista le interesa destacar que Juan no es
el resultado de una casualidad
biológica, sino el amor de sus padres, que deseaban un hijo y el poder de Dios, que guía
la historia de los hombres. El mejor signo de ese poder es la fecundidad de
unos ancianos, e resultado, el nacimiento de Juan, prepara dentro de la línea
de los profetas de forma inmediata el camino para la llegada de Jesús de
Nazaret. Los parientes quieren ponerle por nombre Zacarías, como su padre, pero
los padres, saben que el niño es su hijo, en el fondo, es un regalo de Dios, y
que le ha destinado una gran misión, por ello le ponen por nombre Juan, como lo
había llamado el ángel (cfr. Lc.1,13). Acaba la mudez de Zacarías, signo de la
verdad de las palabras del ángel acerca del nacimiento de este niño singular;
ante la verdad de Dios, ante su presencia, el hombre debe callar; se terminan
las objeciones y las resistencias (cfr. Lc.1, 18-20). Puesto el nombre al niño,
viene de nuevo la palabra a Zacarías; la presencia de Dios, no destruye la
realidad humana de Zacarías, sino que la enriquece hasta que irrumpe en un
Cántico de alabanza que conocemos como
Benedictus que la Iglesia recita en los Láudes,
la oración por la mañana (cfr. Lc.1, 67-79). Finalmente, queremos que Dios
fecunde nuestra vida con su palabra en Cristo Jesús, que mudos podamos escuchar
a Dios en un silencio fecundo y contemplativo, para que se eleve nuestra voz
echa alabanza por su obra en nosotros. Actualizar el ministerio de Juan el
Bautista, porque Dios estaba con él, también estará con nosotros, si en este
Adviento, preparamos los caminos de Jesús por medio de la conversión diaria a
la justicia y verdad, paz y amor.
Sor Isabel de la Trinidad medita sobre
en la fiesta de la Trinidad y su obra en el misterio de la Encarnación: “En
profundo silencio, en inefable paz, / en oración divina nunca interrumpida,/ rodeada toda de eternas luces/ se mantenía el alma de
María, Virgen fiel./ Su alma, como un cristal reflejaba / el Huésped que la
habitaba, Belleza sin ocaso. / María atrae al cielo. Y allí el Padre la entrega
su Verbo, para ser su madre. / El Espíritu de amor con su sombra la cubre, los
Tres vienen a ella, el cielo todo se abre, / y se inclina, adorando el
misterio/ de Dios que se encarna en esta Virgen Madre!”
(Poesía 79).
Misa
de la mañana
Lecturas
bíblicas
a.-
2Sam. 7, 1-5. 8-12. 14-16: El reino de David durará por siempre.
En la primera lectura, encontramos los
deseos de David y los de Dios, para con David. La profecía de Natán, es la
carta magna, que confirma la dinastía davídica: “Tu casa y tu reino
permanecerán para siempre ante mí; tu trono estará firme, eternamente.” (v.16).
Él quiere construir un templo para Yahvé, pero Natán le asegura, que es el
mismo Dios, quien edificará a David una casa, una dinastía para siempre. La
monarquía es un avance histórico, una innovación en la estructuración
institucional de Israel, organizado hasta ahora en un sistema federal, en que
cada tribu poseía su autonomía. Concentrar el poder en las manos del rey, tener
como capital Jerusalén, supone un avance respecto a las tradiciones instituidas
por Moisés y el Sinaí. Este nuevo binomio, David y Jerusalén, es toda una novedad. Esta
profecía de Natán, es el refrendo divino de la monarquía davídica. Respecto a
la permanencia eterna de su casa, su dinastía, y lo inconmovible de tu trono,
antes de morir el propio David afirma: “Pues firme ante Dios está mi casa,
porque ha hecho conmigo un pacto sempiterno, en todo ordenado y custodiado.”
(2Sam. 23,5). David relee la profecía de Natán y el compromiso de Yahvé con su
dinastía, como un pacto, semejante al que hizo con Abraham (cfr. Gn.15). Este
pacto mantiene alto el ánimo y la esperanza de Israel sobre todo en los
momentos difíciles. Es luz para el caminar de Israel en su devenir histórico
para los deseos salvíficos de Yahvé. “Pero en atención a David, le dio Yahvé su
Dios una lámpara en Jerusalén, suscitando a su hijo después de él y manteniendo
en pie a Jerusalén” 1Re 15,4); “Pero Yahvé no quiso destruir a Judá a causa de
David su siervo según lo que le había dicho, que le daría una lámpara en su
presencia para siempre.” (2Re. 8, 19). Mientras resplandezca la lámpara de
David, todo es posible, nada está perdido.
b.-
Lc. 1, 67-79: El Benedictus. El canto de Zacarías, padre del Bautista.
En este texto encontramos dos momentos:
la alabanza de la redención que traerá el Mesías (vv.68-75), y la profecía sobre
Juan Batista y Jesús (vv.76-79). En un primer estadio encontramos a Zacarías,
padre de Juan, que canta el cumplimiento
de las promesas de Dios Padre. Esa fidelidad se hace efectiva en el nacimiento
de su hijo Juan. Este cántico el Benedictus, es una síntesis de citas del AT.,
que expresa la esperanza de Israel. Bendición y acción de gracias, forman la
primera parte del canto, para luego, presentar una visión que aunque habla en
pasado se refiere al futuro, que nace de la acción del Precursor, que prepara
los caminos para que venga el Mesías a su pueblo. Alaba a Dios, porque pone su
mirada sobre su pueblo puesto que quiere redimirlo (vv.68-71). La idea de la
salvación recorre todo el Cántico con el envío de la fuerza salvadora, un
cuerno salvador, que viene de la Casa de David, alusión a la fuerza de los
toros o de los guerreros que en sus cascos ponían cuernos para para reivindicar
su poder (cfr. Ez. 29,21). Esperanza de liberación, que en línea profética,
comenzó en Egipto y los profetas mantuvieron en el tiempo es la que alude
Zacarías. Esa fuerza liberará a Israel de sus enemigos, los que los odian, los
judíos del tiempo de Lucas, pensaban liberarse del poder romano y ser gobernados
por un descendiente de David. Luego se habla de la santa Alianza que se refiere
a las promesas hechas a los padres y comprendían a todo Israel (vv.72-73; cfr.
Gn.15,18; 22,17), con lo que quiere resaltar la
fidelidad de Dios a su promesas en el tiempo y que lo libra de sus enemigos.
Salvación que exige un servicio a Dios, sin temor, en justicia y santidad, es
decir, en el culto divino, pero además, que obliga al cumplimiento de la Ley de
Dios. En un segundo estadio, Zacarías se dirige a su hijo, como el profeta que
irá delante del Señor a preparar sus caminos, si bien Zacarías se refiere a
Dios, el evangelista piensa en Jesús, cuya venida Juan presiente (v.76). La
salvación trae el perdón de los pecados, Lucas, está pensando en el bautismo de
Juan en que los pecadores venían con el corazón arrepentido. El pecado, será el
enemigo interno y de tipo espiritual, y no el político, que Jesús combatirá en
todo su actividad salvadora. Se pasa del signo del cuerpo, a la de una luz que
viene de lo alto (cfr. Nm.24, 17; Ml 3,20; Is. 60,1). El descendiente de David,
es el que va a iluminar a los hombres para conducirlos por el camino de la paz.
Esta Noche Santa, nos visitará el Sol, que nace de lo alto, nos visita
Jesucristo con su nacimiento, luz que
ilumina las tinieblas de esta noche. El esfuerzo realizado en este
Adviento, por ser cristianos, sea bendecido y aumentado por la bendición de
Aquel, que es el Sol de Justicia, que ilumina a todo hombre. La luz brota de la
gruta de Belén, acerquémonos con fe contemplativa y silencio fecundo, su amor que ilumina el corazón, sea puerta
abierta a su misterio y al nuestro.
Sor Isabel escribe para la Navidad de
1904 estos versos: “En un humilde y pobre establo/ reposa el Verbo de Dios, /
es el misterio adorable/ que al mundo revela el Ángel. / «Gloria in excelsis Deo.» / Tiene necesidad el Todopoderoso / de
bajar, para difundir su amor. / Busca un corazón que le comprenda / y en él
quiere su mansión fijar. / En su amor, olvidando las distancias, / ha soñado
con una unión divina. / Desde lo alto del cielo Él se lanza / a consumar en
cada instante la fusión. / Oh profundo e insondable misterio, /el Ser increado
se orienta hacia mí, / a través de todo puedo contemplarle / desde la tierra, a
la luz de la fe.” (Poesía 91).
P.
Julio González C.