CUARTA
SEMANA DE CUARESMA
(Año Par. Ciclo A)
P. Julio González Carretti ocd
Lecturas bíblicas:
La primera lectura, nos
presenta la unción de David por manos
del profeta Samuel. Encontramos tres versiones que nos hablan de la asunción de
David a la vida política de Israel. La primera versión vemos a David que como
músico, que entra al servicio de rey Saúl para alegrar su vida; en la segunda
versión, David es un joven pastor que entra al servicio del rey Saúl, luego de
matar a Goliat (cfr. 1 Sam. 16,14-23; 17,12-30; 17,55-18,2). La versión que
leemos hoy, la primera, resalta la predilección de Yahvé por los pequeños, los
pobres, el hijo menor. Israel había sido
elegido por ser el pueblo más pequeño entre las naciones, no por ser el mejor
ni el más numeroso. Se manifiesta así la gratuidad de Dios: Israel fue elegido
por puro amor gratuito (cfr. Dt. 7, 7-8). Lo mismo ha sucedido con hombres y
mujeres a los que Dios les ha confiado una misión: Gedeón, Saúl, Pablo, le
habla a la comunidad de Corinto, que
fueron escogidos, no por ser sabios o nobles, sino por su debilidad y pequeñez
(cfr. Jc. 6, 15; 1 Sam. 9, 21; 1 Cor.1, 26-28).
San Pablo, exhorta a los
efesios, a vivir en la luz y dejar las obras de las tinieblas. El apóstol,
introduce la antítesis de las luz y las
tinieblas, vida pagana y vida cristiana, pura tiniebla era la vida moral de los
primeros, en cambio, todo es luz en la vida de los que creen en Cristo Jesús.
También había virtud y mérito en la vida de los paganos, lo que hace Pablo, es
destacar la vida cristiana, pero los vicios de los paganos eran resaltados
incluso hasta la divinidad. Los cristianos no comulgan con las obras de las
tinieblas, lo que se debe hacer es ponerlos en evidencia: la virtud es virtud y
el vicio es vicio. La intención del apóstol, es destacar, que mientras en las
tinieblas reina la confusión más absoluta, ya que se presenta el vicio como
virtud, en la vida cristiana el pecado aparece con todo su realismo. La
realidad nos enseña, que en la vida cristiana, también hay pecado, pero al
estar en la luz, éste queda de manifiesto, y tiene la posibilidad de
arrepentirse y enmendar la propia vida puesta de cara a Dios.
El evangelio nos presenta
la curación de un ciego de nacimiento. Si Jesús es la luz del mundo, con este
signo, comunica la luz a un ciego de nacimiento (v. 5; cfr. Jn. 12, 8). Aquí
hay más que un signo, hay toda una catequesis bautismal: destacar la persona de
Jesús, es la intención cristológica del evangelista, pero también, la soterología, es decir, su significado para el hombre. El
ver, de parte del ciego, es todo un símbolo de la fe, que alcanza su cima en la
declaración del ciego: “Creo, Señor” Y se postró ante él” (v. 38). Jesús es
luz, lo que hace con ello, es suscitar la fe de unos y la incredulidad de
otros. Jesús y los discípulos ven a un ciego de nacimiento (vv.1-5). Surge la
pregunta: ¿Quién es responsable de su ceguera? (vv.2-3). Dios no es
responsable, tampoco sus padres (cfr. Ex.20, 5; Nm.
14,18; Dt. 5,9; Tob. 3,3-4). Jesús trasciende la pregunta y responde que en ese
hombre se manifestarán las obras de Dios, e incluye en sus obras a los
discípulos en hacer las obras del que lo envió (vv.3-4). Jesús habla al ciego
de nacimiento (vv.5-6). Le unta los ojos con saliva y barro y le manda ir a
lavarse a las aguas de la piscina de Siloé, que significa, el Enviado; regresó,
viendo. Aceptar las palabras de Jesús, lleva al milagro, la fiesta de los
Tabernáculos como trasfondo, nos hace pensar que es el contacto con el Enviado,
es la que produce la sanación y no tanto, el contacto con las aguas (cfr. Jn.
2,1-12; 4,46-54; 5,2-9). Se confirma lo que Jesús había dicho en el templo: ser
agua viva y luz del mundo, el Enviado
devuelve la vista a un hombre que nunca ha visto la luz (cfr. Jn. 7,37; 8,12;
9,5; 9,7; 3,17.34; 5,36). Los vecinos del ciego tratan de reconocerlo
(vv.8-12). El hombre no sabe cómo han ocurrido las cosas; sólo se limita a
narrar los efectos físicos (vv.10-11), respecto a quién lo había sanado: un
hombre llamado Jesús (v.11). Los fariseos y el ciego (vv.13-17). Llevan al
ciego a los fariseos; había sido en sábado cuando Jesús había hecho barro para
sanarle. Jesús no puede venir de Dios, si rompe el sábado, el milagro es
innegable. Le preguntan sobre el que lo sanó: es un profeta (v.17). Los padres
del ciego (vv.18-23). Los fariseos, no creen que el hombre hubiese nacido
ciego, sus padres afirman que sí; con su interrogatorio los fariseos pretenden
que los padres mientan, diciendo que no había nacido ciego. Ellos no entran en
esa discusión, porque sabe que quien confesare que Jesús era el Cristo, sería
expulsado de la Sinagoga (v.22). Los fariseos y el ciego (vv. 23-34). Antes de
hacer un juramento o confesión de culpabilidad, le piden al ciego, dar gloria a
Dios, pero no el Dios de Jesús, sino el de ello que sabe que Él es un pecador
(cfr. Jos.7,19; 1Cro.30,6-9; Jr.13,16). El hombre ahora sano no está preparado para
recibir ese conocimiento, saber si Jesús es un pecador o no, pero sí sabe, que
Jesús hizo un signo en él. Le piden nuevamente que narre el cómo fue el
milagro, más que quién hizo el milagro, ¿acaso quieren convertirse en
discípulos suyos? (v.27). Ellos son discípulos de Moisés y no de ese hombre,
Jesús (v. 29). No conocen su origen, aceptan a Moisés, pero la perfección de ese
don que encontramos en Jesús, porque no aceptan que viene de Dios (cfr. Jn.1,
17-18). Hay un nexo entre el que lo sanó y sus orígenes: el que hace la
voluntad de Dios. A ese escucha Dios, y no al pecador (v.31). El hombre, sólo
sabe que lo que le aconteció a él, no ha sucedido antes, por ello debe haber
una relación especial entre la persona que hace estos signos y Dios que hace
germinar esta nueva creación (v.33). Jesús y el ciego (vv.35-38). Finalmente,
sabiendo Jesús que el hombre había sido expulsado por los fariseos se encuentra
con él y le pregunta si cree en el Hijo del Hombre (v.35). No sabe quién es el
Hijo del Hombre, el que habla contigo lo estás viendo, le dice Jesús (v.37).
Es imposible ver a Dios (cfr. Jn.1,18; 5,37), pero Jesús revela lo que ha visto junto al
Padre, aquellos que creen en Jesús verán (cfr. Jn.1,50-51), en cambio, los que
se niegan a ver serán condenados (cfr. Jn.3,36; 5,37-38; 6,36). La suprema
revelación de Dios, tendrá lugar cuando el creyente en Jesús, mire al Hijo del Hombre
(cfr. Jn.3, 13-15). El hombre acepta que en Jesús encuentra la revelación de
Dios. Todo termina con una confesión de fe: “Creo, Señor. Y se postró ante él”
(v.38). El hombre hizo todo un itinerario de fe en Jesús como hombre, como
profeta, y finalmente se postra ante Jesús que viene de Dios, da a conocer a
Dios, el Enviado, la luz del mundo. Volvemos al comienzo, ese hombre ciego hizo
su camino para que se manifestara en él las obras de Dios.
San Juan de la Cruz,
maestro de la fe y del amor nos lleva a vivir esta dimensión bautismal para que
sea al amor quien nos descubra todos los tesoros de la fe y de la unión con
Dios. San Juan de la Cruz: “Porque la fe que es el secreto que habemos dicho, son los pies con que el alma va a Dios y el
amor es la guía que la encamina” (CB 1,11).
Lecturas bíblicas:
a.- Is. 65, 17-21: Yo
creo cielos nuevos y tierra nueva.
La primera lectura, nos
deja claro la inseparable unión de la naturaleza y el destino del ser humano,
como parte de la fe bíblica. El profeta usa la imagen de los cielos nuevos y la
tierra nueva, para reflejar la nueva situación de los redimidos, de los
rescatados del exilio babilónico. Se trata de que todos los hombres vivan según
la fe recibida y el desorden moral y espiritual que provoca el pecado
desaparezca. Entonces se podrá decir, que estamos en una nueva creación, que
esperamos alcanzar al final de los tiempos, en forma definitiva, con el triunfo
de Jesucristo Crucificado y Resucitado, cuando vencida la muerte, todo será
nuevo. El resto del pasaje son consecuencias de ese vivir en Dios, sin dolor
sino con alegría por una vida larga, disfrutar de las casas que construyan y de
las viñas que planten. Es el paso de la realidad, un pueblo en formación, a las
realidades mesiánicas; Dios nos habla en nuestro lenguaje, con lo cual
vislumbramos la dicha que Dios prepara para cuantos confían en ÉL.
b.- Jn. 4, 43-54:
Jesús en Galilea. Tu hijo vive.
El evangelio, comienza
afirmando que nadie es profeta en su
tierra (v.43). Nazaret, era la patria de Jesús, pueblo de Galilea, aunque para
Juan, el Mesías fue enviado a los judíos, cuya centro era Jerusalén, pero al no
ser reconocido allí, se vuelve a Galilea, donde lo reciben bien, puesto que
algunos creyeron en ÉL (cfr. Mc. 6,1ss; Jn. 1,11). El segundo signo, que
realiza Jesús lo hace en territorio pagano, Cafarnaún.
Jesús se sumerge en el dolor de una familia, que pierde a uno de los suyos. Un
oficial de alto rango, al servicio de Herodes Antipas, judío, o quizás pagano
acude a Jesús, por la salud de su hijo que se muere. El oficial cree sólo en la
palabra de Jesús; es fe pura y desnuda. El diálogo de Jesús con el oficial,
pone en evidencia la confianza en la palabra del Maestro, una fe inicial pero
que alcanza cotas de conversión y aceptación del evangelio. Más allá de
devolverle la salud, la vida al hijo del oficial, la mirada del evangelista
ilumina más de lo que nos describe, porque quiere resaltar el poder de la
palabra de Jesús, que sana a distancia a ese hijo, no lo vio ni tocó, fue su
palabra la que llegó hasta él y lo sanó. Los criados confirmaron el signo, la
hora séptima, que coincide con la misma hora en que Jesús pronuncia las
palabras: “Tu hijo vive” (v. 53). El padre acepta esta sanación desde la
proclamación de su fe en el poder vivificante de Jesús Salvador. Que importante
resulta durante esta Cuaresma dejar que la palabra de Dios, el evangelio, obre
en cada cristiano, su obra salvadora y vivificante. Ella nos quiere sanar de
todas nuestras enfermedades físicas y espirituales, de la mente y del corazón.
Dejemos que la palabra llene nuestra vida de la presencia de Jesús sanador,
médico divino, en esta cuaresma.
San Juan de la Cruz habla
“Palabras sustanciales” las mismas que dijo Jesucristo al funcionario real:
“Vete, que tu hijo vive” (v. 50). Palabras que fueron vida para su hijo, para
él y toda su familia. Palabras sustanciales que le comunicaron la fe y creyó en
Jesús, signo, que transformó sus vidas como quiere transformar también las
nuestras. Sus palabras hay que oírlas en silencio amoroso, con música callada,
en fe dialogante. “Y este es el poder de su palabra en el Evangelio, con que
sanaba los enfermos, resucitaba los muertos, etc., solamente con decirlo. Y a
este talle hace locuciones a algunas almas, sustanciales. Y son de tanto momento
y precio, que le son al alma vida y virtud y bien incomparable, porque la hace
más bien una palabra de estas que cuanto el alma ha hecho toda su vida” (2S
31,1).
Lectura bíblica
a.- Ez. 47.1.9-12: La
fuente del templo.
La primera lectura, nos
habla del río de agua que brota de las entrañas del templo (cfr. Ez. 43,1ss).
Se trata de la manifestación de la gloria de Yahvé, que se manifiesta en la
naturaleza, en el templo, en su pueblo, que el torrente alcanza su cima. Es una
mirada a una nueva era, pero mirando al comienzo de la Creación: la gloria de
Yahvé, transformará la naturaleza en medio de Israel. Si antes el profeta habló
del espíritu, ahora usa la imagen del río caudaloso de aguas vivificantes, que
nacen del templo, centro político y religioso de Israel. Ahora ya no son cuatro
ríos, como en el paraíso (cfr. Gn.2,10-14; Is. 51,3; Ez.28,13; 31,9), sino un
sólo riachuelo que baja por el torrente Cedrón, llevando aguas que fecundan las
tierras hasta el Mar muerto, cuyas aguas se hacen dulce haciendo posible la
vida en ellas. Es el contraste entre vida y muerte, estepa y fertilidad, mar
muerto y mar lleno de vida: recoger peces de ese mar ahora con vida, frutos,
cosechas y vegetación, todos comestibles; hierbas medicinales, todo regado con
aguas que brotan del santuario. El sentido es claro: la vida de la nueva
Jerusalén, en los tiempos escatológicos, la presencia de Yahvé se manifestará
vivificante y creadora. Esta imagen la aplicará
Jesucristo, fuente de aguas vivas que saltan hasta la vida eterna, a su
doctrina, sus palabras llenas de sabiduría divina (cfr. Jn. 4.13-14; Is.
55,1-3; 58,11; Si. 15,3; 24,21). Quien guarda esta
palabra no conocerá la muerte, vivirá para siempre; símbolo de la vida
vivificante que se encuentra en la fuente y bautismal, vida eterna (cfr.Jn.8,51; 12,50;Dt.30,15-20; Pr.13,14; Jn.7,37-39). Agua que
simboliza al Espíritu Santo en la vida del cristiano.
b.- Jn. 5,1-3.5-18: Has recobrado la salud; no peques
más.
En el evangelio, tenemos
el tercer signo que realiza Jesús en Jerusalén. Jesús sube nuevamente a
Jerusalén, a celebrar una fiesta, la
Pascua o la fiesta de los Tabernáculos (v.1). La piscina de Siloé, creía la
gente, que poseía poderes curativos, y allí a había un hombre postrado que
esperaba un milagro desde hacía treinta y ocho años. Sabiendo todo esto Jesús
le propone sanarlo (v.6). Este hombre representaría al Israel peregrino por el
desierto, treinta y ocho años y dos más, que caminaron como castigo (cfr. Dt.
2, 14); este hombre, Israel, encuentra a
Jesús que lo introduce en la tierra prometida. Pero a pesar de que la
iniciativa es de Jesús, sana al enfermo,
el pueblo no llega a la fe, ya que los fariseos se vuelven contra ÉL, porque
sanó en sábado (v.9). El relato de Juan, tiene sus características propias: la
iniciativa es de Jesús, y provoca el deseo de la salud en el enfermo, sin conocerle, obedece a su
palabra, y quedó sano; pero ese día era sábado (v.9). Los fariseos les
reprochan al hombre que ha quebrantado el sábado por llevar su camilla (cfr.Sa,7,2; 10,5;
Ex.20,8-11; Jr.17,19-27). El sólo hace lo que le mando un desconocido que lo
había sanado (v.11; cfr. vv.8-9); los fariseos quieren saber quién es ese
desconocido. Todo se centra en la celebración del sábado y la persona de Jesús.
El encuentro en el templo es significativo para ese hombre, porque habiendo
recobrado la salud, Jesús le previene que no vuelva a pecar, no sea que le
suceda algo peor (v. 14). Le da una orden para que cuide su salud, no se a que se peor que antes
(vv.5.14). El que habla en el templo al enfermo, es más que un hacedor de
milagros, trasciende la autoridad humana y las leyes del sábado. En la Casa de
Dios no se habla del nexo entre pecado y enfermedad, como pensaban los
fariseos, rompe con aquello de pecado y castigo divino. Pero Jesús mira más
allá, el pecado es más dañino que la enfermedad. Estas palabras se pueden
referir al Juicio de Dios, que más allá de las miserias humanas, por el pecado
puede conducir a la condenación y sería la mayor de sus desgracias. La
identificación de Jesús que hace el hombre a los fariseos, inicia un proceso
legal en su contra, por haber actuado en sábado, lo que hace que se defienda a
sí mismo revelando la verdad. Dios sigue trabajando y Jesús con ÉL, incluso en
sábado (v. 17). El sábado era el memorial de un Dios Creador y Redentor; se
celebraba la soberanía de Dios por su pueblo Israel. Que Jesús trabaje igual
que el Padre provoca las iras de los fariseos (v.18). Si Jesús es la Palabra de
Dios hecha carne, es la lógica consecuencia de la plenitud del don que al
comienzo había hecho a Moisés, la gracia y la verdad nos vinieron por ÉL (cfr.
Jn.1,17-18). Que esta Cuaresma sirva para una oración de mayor calidad, ayuno de todos
nuestros vicios y limosna con quien la necesita.
San Juan de la Cruz, el
místico, nos exhorta a busca a Dios por el camino de la fe oscura y desnuda,
dejar que Dios se manifieste en la vida cotidiana pero agudizar la mirada de amor para descubrir su
presencia en todo su proceso de
conversión para evitar que todo quede en ilusión o buenas intenciones. “Porque
cuanto Dios es más creído y servido sin testimonios y señales, tanto más es del
alma ensalzado, pues cree de Dios más que las señales y milagros le pueden dar
a entender” (3 S 32,3).
Lecturas bíblicas
a.- Is. 49, 8-15: Yo no te olvido.
La primera lectura, nos
habla del regreso de Israel del exilio babilónico, previsto por el profeta. La
historia no coincide con la visión teológica ya que la esclavitud en muchos
casos era llevadera, con propiedades, cargos importantes; volver a un país en
ruinas no era la mejor opción. La esperanza entusiasta por el regreso,
verdadera lucha por mantenerla en alto del profeta, con un ideal, la protección
divina. Recurre a imágenes ya conocidas donde hasta la naturaleza colabora:
verdes pastizales, manantiales de agua, caminos llanos etc. Yahvé los guiará
como buen Pastor que los apacentará. Otro motivo para el regreso era
asegurarles que podrían ser dueños de la tierra que habiten, ya que Yahvé
repartirá la tierra, como lo había hecho Josué en su tiempo. Los presos verán
la luz, serán libres. Finalmente, el reencuentro de todos los exiliados y de la
diáspora, en Jerusalén, por lo cual el profeta prorrumpe en un canto que invita
a la naturaleza a alegrar por el gran consuelo que Yahvé brinda a su pueblo.
Sión se equivocó si pensó que Yahvé la había olvidado, es como una madre que no
olvida a su hijo. Aunque ella se olvidara Yahvé no lo hace. “Yo no te olvido”
(v. 15).
b.- Jn. 5, 17-30: La
obra del Hijo: El que escucha mi palabra, tiene vida eterna.
El evangelio nos presenta
la controversia sobre la actuación de Jesús en sábado, lo que le da la
posibilidad para exponer la doctrina sobre su obra hecha en comunión con el
Padre. Es el discurso sobre la obra del Hijo (cfr. Jn. 5, 17-18ss). Si Dios
había descansado en el séptimo día y sostiene el universo, ¿cómo se conjuga esa
actividad incesante con el descanso sabático? Jesús deja claro que Yahvé no ha
dejado de trabajar, por eso actúa Jesús y su curación en sábado no se puede
comparar con el trabajo de un médico común, sino que el signo de Jesús, sólo se
puede comparar con el actuar de Dios. La identificación de Jesús con Dios como
su Padre, era verdadera, pero los fariseos lo acusan de igualarse a Dios como
si fuera un hombre cualquiera (v.18). El evangelista nos ha dicho, que Jesús es
el Logos de Dios, su Palabra hecha carne (cfr. Jn. 1, 14), por eso viene todo
un discurso sobre el Hijo, que obedece al Padre y obra en comunión con ÉL; sus
obra reflejan las acciones del Padre, por medio de las cuales, se hace presente
entre los hombres (cfr. Jn. 1, 18). Lejos de ser una limitación a la filiación
divina o a la divinidad de Cristo, nos habla de la comunión de amor entre el
Padre y el Hijo; el Padre le ha comunicado todo cuanto posee y a su Hijo. La Resurrección y la vida, comunión del Padre
y del Hijo, llega ahora al hombre que cree en Jesús. Resurrección y vida que
comienza ahora, en el Bautismo, no al final de los tiempos, sino que depende de
la actitud del hombre, quien escucha la palabra, ya tiene vida eterna, no será
juzgado, posee la vida. La muerte tiene sus días contados, puesto que la Vida
se ha hecho presente por la Palabra vivificante de Jesús, los muertos en el
espíritu, escucharán su voz, para renacer con la palabra de Jesús con lo cual la
muerte física y el Juicio ya están superados (vv. 24-25). El discurso termina,
con la afirmación de parte de Jesús, que todos resucitarán, los que hicieron el
bien, están destinados a la vida eterna, en cambio, los que hicieron el mal,
resucitarán para la perdición.
Finalmente, se vuelve al tema original: la comunión entre el Padre y el
Hijo a la hora del juicio, el Hijo escucha al Padre.
San Juan de la Cruz,
quiere que la Palabra del Hijo sea vida nueva para quien la escucha debemos
acogerla en clima de oración y contemplación. No dejemos la oración, como
aconseja el místico, y Dios revelará nuestra vocación a la vida nueva, que
penetra y baja hasta lo profundo del alma, y encuentra en nosotros su morada,
no como concepto frío y abstracto, sino como comunión de luz y amor con ÉL en
el silencio que labra y dibuja al hombre nuevo, con mano fuerte y toque
delicado. “Quien huye de la oración, huye de todo lo bueno” (D. 185).
Lecturas bíblicas
a.- Ex. 32,7-14: Este
es un pueblo de dura cerviz.
La primera lectura, nos
presenta el tema del becerro de oro, la consiguiente ira de Yahvé, y el
fervoroso ruego de Moisés. El diálogo de Yahvé y Moisés, se refiere al culto
que está dando el pueblo a un becerro de oro, toda una violación de los
mandamientos; Dios quiere destruir ese pueblo y formar otro, que comience con
Moisés. La intercesión de Moisés, consiste en recordarle a Yahvé, que ese mismo
pueblo que ahora ha pecado, es su pueblo, el que sacó de Egipto, que posee las
promesas hechas a los patriarcas. Moisés no desea iniciar otro pueblo; Yahvé
atiende su súplica por este pueblo pecador. Su pecado consiste en haber
representado a Dios en la imagen de un toro; símbolo común, en el culto de los
cananeos relacionado a la fertilidad y que Israel adoptó en los tiempos del rey
Jeroboam (cfr. 1 Re. 12, 26-30). Al comienzo se pensó
que se daba culto a Yahvé de esa forma, pero pronto se dieron cuenta que el
pueblo lo asociaba a otra forma del culto cananeo. Más allá del relato lo que
la lectura denuncia es la infidelidad del pueblo a la alianza, es el
alejamiento de Yahvé, realidad que el pueblo vivió desde el principio. La
continuidad del pueblo depende en gran medida de la misericordia y apertura de
Yahvé al perdón, pero basado el mismo pueblo de la distancia que han tomado
respecto de Dios. La figura de Moisés mediador fuerza las palabras ante la
presencia de Yahvé para recordarle que sacó de Egipto a su pueblo y no se
aparte de él para crear otro, como si Israel ya no fuera su pueblo. El mediador
rechaza las expresiones de Yahvé: ÉL fue quien sacó a Israel de la esclavitud
de Egipto, y no él; está ligado a Israel por la historia, los egipcios tendrían
ocasión para rechazar sus intenciones de sacar a Israel de Egipto; su palabra
está comprometida con los patriarcas y sus descendientes. En fin, Yahvé no se
mostrará glorioso, si no obra con firmeza y perseverancia en su palabra y
acción. La respuesta de Yahvé a la súplica de Moisés confirma su palabra y su
obrar, de nuevo llama al Israel infiel su pueblo. Todo se puede concluir con
una enseñanza fundamental: el pueblo de Dios, consistente y fuerte por
momentos, sólo en la fidelidad de una sola persona, posee una tarea salvadora
en medio de la historia. Ahí se encuentran las semillas del verdadero pueblo de
Dios, llamado a ser fermento que transforme toda la humanidad.
b.- Jn. 5, 31-47: El
Padre ha dado testimonio de mí.
El evangelio, nos hace
escuchar el testimonio de Jesús acerca del Padre. El testimonio que da Jesús
acerca del Padre, tiene mucho de proceso, por eso habla de la invalidez del
testimonio de sí mismo, cuando defiende su actividad en sábado (vv.31-32).
Según la praxis judía no basta probar la verdad, sino se necesita el testimonio
de testigos cuya palabra fuera de confianza (cfr. Dt.19, 15). Jesús admite esta
realidad y remite su testimonio a “Otro” que siempre da testimonio de él
(v.32). Los judíos no están dispuestos a reconocer ese testimonio de Dios
respecto de Jesús, de ahí que remita su testimonio a los ya conocidos Juan
Bautista (vv.33-35), y las obras de Jesús (vv.36). El testimonio de Juan. Jesús
les recuerda a los judíos que había mandado mensajeros a Juan, el Bautista,
había dado testimonio de Jesús al señalarlo como el Cordero de Dios (cfr. Jn.1,19.26-27.29.36), el Hijo de Dios (cfr. Jn.1,34), el más
fuerte (cfr. Mt. 3,11), el preexistente (cfr. Jn.1,17-18). Jesús se somete a
este juicio con tal que se salven los que lo acusan (v.34; cfr.1,14; 3,16-17); juicio que puede llevarle a la muerte (cfr.
Jn.5,16-18). La alusión que hace de Juan Bautista, como lámpara, en la que los
judíos se recrearon cuando daba testimonio del futuro Mesías, pero alegría que
ahora se acabó desde el momento en que no aceptan a Aquél de quien dio
testimonio Juan el Bautista (v.35; cfr. Sal.131,16-17;
Eclo.48,1; Jn.1,11). El segundo testimonio, lo encontramos en las mismas obras
hechas por Jesús, su testimonio es mayor (v.36). Según el evangelista, fueron
hechas para que creer que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios. Las obras
testimonian que Jesús que es el enviado del Padre. Tiene una misión, cuyo
origen se encuentra en Dios (cfr. Jn.4,34), tarea que
cumple continuamente como respuesta a Quién le envió, obras que Jesús hace en
forma perfecta (v.36; cfr. Jn.5,20). Estas obras perfectas, más que hablar de
sí mismo, dan testimonio de la verdad, es decir, que él es el enviado del Padre
(v.36). Un tercer testimonio, lo da el propio Padre a favor de su Hijo
(vv.37-41). Se aclara quien es el Otro (v.32); mientras los testimonios de Juan
el Bautista y de Jesús son visibles, con el del Padre, no ocurre lo mismo. Los
judíos no lo han visto ni oído, suponen
tener su palabra que habita en ellos, pero rechazan al Dios ha enviado, lo que
hace falsa esa creencia. Jesús es la palabra y rostro del Padre; Jesús no es el
Padre pero sí su Enviado. La voz de Dios es el logos de Jesús. Finalmente, la Escritura es el último
testimonio a favor de Jesús (vv.39-40). Los judíos estudiaban las Escrituras
para asegurarse la vida eterna, pero ellas hablan de Jesús, desconocen el poder
vivificante que viene de reconocer que las Escrituras hablan de Jesús. Su
decisión de procesar y matar a Jesús, su interpretación del sábado, es un
abuso, desconoce el testimonio del Padre que habla de Jesús, voz y figura del
Padre; creer en ÉL conduce a la presencia de Dios, no hacerlo revela su falta
de fe (vv.18.37-38). Rechazan acercarse a Jesús, lo que los excluye de la
presencia de Dios (v.40). La gloria de
Dios y su amor (vv.41-44). Jesús declara que no tiene interés alguno en la
gloria que procede de los hombres, pero asegura que los judíos no tienen el
amor de Dios en ellos (vv.41-42). Si bien ellos aseguran tener vida por su
escrudiñar las Escrituras, no muestran signos del amor de Dios (v.42), de ahí
que rechacen a su enviado, y acepten a cualquiera que dice venir en nombre
propio (v.43). Mientras Jesús se fija en Dios, los judíos juzgan según las
apariencias externas; su incapacidad para creer viene de su elección por la
estima y gloria que se dan unos a otros (v.44). No ven ni encuentran la gloria
que procede de Dios; Jesús Señor del sábado, da a conocer la gloria del
verdadero Dios que al Hijo ha mostrado todas las cosas, para que ÉL las
mostrase a quien quiera y aún mayores (v.20). Rechazar la revelación del Hijo,
equivale a rechazar al Dios del sábado, a quien dicen defender, no aceptan a
Jesús, porque sólo se aceptan así mismos (vv.16-18). Todo termina con el
testimonio de Moisés, que los acusa (vv.45-47).
Si ellos creyeran en Moisés, a quien consideraban mediador entre Dios y su
pueblo (cfr. Ex.32,11-14.30-33; Dt.9,18-29). La ley
primero don de Dios a Israel había llegado por Moisés, los dones se han
perfeccionado en y por medio de Jesucristo (cfr. Jn.1,17).
Un mediador sustituye al otro en el plan de Dios, rechazar a Jesús, hace a
Moisés acusador contra ellos (v.45). Si creyesen en Moisés creerían en Jesús, porque él escribió de Jesús, pero los
judíos no creen en ÉL (v.46). Jesús perfecciona todo lo que Moisés había
dicho (cfr. Jn.1,16-17).
Si no creen lo escrito por Moisés, tampoco creen en la palabra de Jesús
(v.47). Esta cuaresma nos ayude a
profundizar en el conocimiento de Jesús como enviado del Padre con la lectura
asidua y meditada de su evangelio.
San Juan de la Cruz, nos
invita a dar culto al verdadero Dios. “Porque la causa por que Dios ha de ser
servido es sólo por ser el quien es, y no interponiendo otros fines. Y así, no
sirviéndole sólo por quien el es, es servirle sin
causa final de Dios” (3S 39, 3).
Lecturas bíblicas:
a.- Sab. 2,1.12-22:
Condenemos al justo a una muerte humillante.
La primera lectura nos
presenta al justo perseguido, víctima del odio de los malvados. Este pasaje es
unos de los más realistas del autor sagrado respecto de las actitudes de
los impíos frente a la sociedad, frente
a la existencia del justo, también en la vida presente (vv. 1-5; 6-9; 10-20).
La actitud del impío frente a la sociedad, está en contra de la doctrina
fundamental de la Sabiduría, porque Yahvé, no creó la muerte, su justicia es
inmortal, porque todo lo hizo para que subsistiera (cfr. Sab. 1,13-15). En
muchos textos, es verdad, encontramos la realidad del hombre limitado, de
cortos días de vida y que después de la muerte no se sabe nada, nadie vuelve
del Hades (cfr. Jb. 14,1-2; Ecle. 3, 18-21). La
diferencia entre los impíos del libro de la Sabiduría y los hombres justos de
Job y Eclesiastés es, que estos son creyentes en Yahvé, mientras que los
primeros son agnósticos. Los justos, son los judíos fieles, que viven en la
Alejandría del s. I a. de Cristo, rodeados de paganos y lo peor, judíos
apóstatas. Los enfrenta el tema de la fe, mientras los primeros creen, los
segundos no tienen fe, lo que se concretiza en que no aceptan su forma de vida
sobria y religiosa, denuncias sus faltas; se declaran sabios, es más, se tenían
por justos (cfr. Rm. 2, 17-20). Su existencia es un reproche para ellos, llevan
una vida distinta, los consideran bastardos,
se apartan de ellos. Los impíos pasan a la acción: persiguen a los
justos, quieren acabar con su vida. En estos pasajes, se inspiraron los autores
del NT, para mostrar la pasión de Cristo, el Justo, por antonomasia, víctima de
los ataques de paganos y judíos, pecadores y políticos. (cfr. Mt. 27, 43; Heb.
12,3). Finalmente al autor sagrado da su veredicto: “Así discurren, pero se
equivocan; los ciega su maldad; no conocen los secretos de Dios, no esperan
recompensa por la santidad ni creen en el premio de las almas intachables.”
(vv. 21-22). Juicio temible, pero real. Habrá que esperar a los tiempos del
Mesías, para conocer la salvación y la verdadera justicia.
b.- Jn.
7,1-2.10.25-30: Jesús sube a Jerusalén a la fiesta y enseña.
El texto evangélico tiene
dos momentos: la subida de Jesús a enseñar al templo (vv.1-10), y la discusión
sobre los orígenes de Jesús (vv.25-30). El evangelista deja bien en claro la
postura de los galileos que acepta a Jesús con ciertas reservas como
taumaturgo, no comprendido, pero puede vivir entre ellos; en cambio en Jerusalén,
Judea, lo buscan para matarlo, no creen en ÉL y no aceptan su mensaje. Sus
hermanos le invitan a subir a Jerusalén para que muestre su mensaje y sus obras
con motivo de la fiesta de las Tiendas o Tabernáculos (v.3-4). Jesús sabe que
el mundo no recibe su palabra. Porque sus obras son perversas, no ha llegado
todavía su tiempo, en cambio el tiempo de sus hermanos está siempre a mano, por
eso el mundo nos los odia, porque son como los que no creen en Jesús (vv.5-7).
Estos hermanos son ciudadanos de Galilea, que lo toleran pero no aceptan su
mensaje, no creían en las Escritores. De ahí que Jesús no quiere subir a la
fiesta con ellos, no ha llegado su tiempo (v.8). Sin embargo, Jesús sube a
Jerusalén, más tarde que sus hermanos, no a celebrar sino a enseñar en el
Templo (v.14). Durante la fiesta los judíos, las autoridades buscan a Jesús
para matarlo, en cambio, otros piensan que es bueno, otros lo consideran un
seductor (vv.10-13). Esta no era la fiesta de Jesús, está por inaugurar la era
de la Espíritu que habían anunciado los profetas; las autoridades religiosas
celebran el pasado, pero se cierran al futuro (cfr. Jn.4,14;
6,35;19,34). Si alguien quiere hacer la voluntad de Dios, descubrirá que su
mensaje es la verdad. Su doctrina, no es suya sino de Dios, porque quiere hacer
la voluntad de Dios, de ahí lo sublime de su conocimiento (vv.16-18). No es
verdad, que quebrante el sábado por haber sanado en ese día, pues ellos
permiten la circuncisión; si se permite sanar un miembro, cuánto más al hombre
entero (vv. 23-24; cfr. Jn. 5,1-18). En un segundo momento, Juan quiere que la
doctrina de Jesús sea reconocida, por ello se preguntan: ¿Habrán reconocido de
veras las autoridades que este es el Cristo? (v. 25), no le pueden identificar
como Mesías, porque todos conocen sus orígenes. Jesús deja en claro que es un
Enviado, su palabra es expresión de la sabiduría de Dios. Se arroga un
conocimiento superior respecto a Dios al de sus oyentes, sólo ÉL lo conoce, por
ello vive de Dios (vv.28-29). La Escritura lo que ha hecho, es preparar el
camino a este Enviado, el que nos va a proporcionar el verdadero conocimiento
de Dios (cfr.Jn.1,8; 7,28-29). Esta
auto-identificación con Dios provoca las iras de sus oyentes y la decisión de
detenerle, pero nadie le puso la mano sobre su hombre, porque no había llegado
su hora. Venir del Padre y conocerle, no introducen en una dimensión diferente
a todos los personajes bíblicos conocidos; es un nivel de conciencia que sólo
Jesús posee respecto de su Padre, como realidad humana y divina a la cual
quiere que entremos abriéndonos a su Persona y misterio por medio de la
fe.
San Juan de la Cruz sabe
por experiencia que en las tribulaciones que se sufren por la fe, está la
puerta para entrar en la espesura de la Cruz y la sabiduría, de la que habla
quien supo bien escoger supo llamarse Juan “de la Cruz”. Su palabra es
auténtica, palabra vivida, transida de amor humano y divino. Por ello escribe:
“¡Oh si se acabase ya de entender cómo no se puede llegar a la espesura y
sabiduría de las riquezas de Dios, que son de muchas maneras, sino es entrando
en la espesura del padecer de muchas maneras, poniendo en esto el alma su
consolación y deseo, y cómo el alma que de veras desea sabiduría divina, desea
primero el padecer en la espesura de la cruz para entrar en ella!” (CB 36,13).
Lecturas bíblicas:
a.- Jr. 11,18-20:
Cordero manso llevado al matadero.
Este texto nos descubre
la interioridad de un profeta, una auto-confesión de sus luchas y temores,
sufrimientos y dudas. Los diálogos con Yahvé o sus monólogos dejan ver todo
aquello que supera su misión carismática. Vemos como el profeta se ve ante los
proyectos de muerte de sus adversarios. Descendientes de Abiatar
no veían con buenos ojos el sacerdocio del templo de Jerusalén, menos que uno
de ellos fuera a predicarles; quizás pensaban que era ellos los que habían
enviado a Jeremías a predicarles destrucción. Cuando se entera de su destino,
el profeta se vuelve agradecido a Dios por avisarle de su situación. Todo esto
le hace reflexionar sobre su destino y el verdadero sentido de la existencia
humana. Su vida, es como la de un cordero llevado al matadero; hasta sus amigos
y familiares se han vuelto contra él, quieren incluso que desaparezca su
nombre. “Talemos el árbol en su vigor” (v. 19). El profeta, quizás olvidándose
de sí, no pide misericordia sino justicia; sabe que su dolor es por ser profeta
de Yahvé, no es por otra cosa. El texto termina pidiendo venganza por parte del
profeta contra sus enemigos. Seis siglos más tarde, Jesucristo, clavado en
Cruz, perdonará a sus enemigos. Será el triunfo no de la venganza, sino del
amor de Dios por la el cual se transformará la vida de los hombres (cfr. Lc.
23, 34).
b.- Jn. 7, 40-53:
Nuevas discusiones sobre el origen de Jesús.
El evangelista va
mostrando que a medida que Jesús da a conocer su misterio, su revelación,
agudiza las conciencias de sus oyentes, por las que desfilan personajes
bíblicos señeros como el Profetas o el Mesías, pero este último no podía venir
de Galilea; Jesús un nuevo Moisés (cfr.Jn.7,37-39;Ex.17,1-17;Nm.20,1-11;Dt.18,15;Ez.7,37-39).
Entre los oyentes hay quienes quieren detenerle, los guardias enviados por las
autoridades tampoco lo hacen cautivados por las palabras de Jesús (v.46). Lo
que demuestra que Jesús es verdaderamente hombre y sabiduría de Dios. Los
hombres de la ley, maestros fariseos y sacerdotes se ajustaban a la sola
Escritura, de ahí el rechazo de Jesús, porque de Galilea no podía venir nada ningún profeta que trajera la
salvación. Cuando los guardias vuelven sin haber atrapado a Jesús, se percibe
cómo ellos habían implantado la tiranía de la Ley, sin permitir que hubiera
disensión entre ellos, porque los fariseos pensaban que sólo ellos podían
cumplir la ley, los demás eran unos malditos, por desconocer la voluntad de Dios
manifestada en ella. Les reprochan a los guardias, si también ellos se ha
dejado engañar, porque ninguno de ellos, fariseos y sumos sacerdotes, han
creído en ÉL (v.48). La defensa que hace Nicodemo de Jesús es tan pobre, nacida
de la Ley, no de la inocencia de Jesús; no se podía juzgar a nadie sin oírlo.
Es el mismo Nicodemo que juzga a Jesús con una medida desde lo humano, que ante
los argumentos legales de los suyos, calla (vv.51-52). El argumento de fondo,
es que no se puede tomar en serio a ningún hombre que venga de Galilea, con
pretensiones salvíficas para el pueblo de Yahvé. Argumento irónico porque sí
hay un profeta que nació en Galilea, Jonás ben Amittai,
cerca de Nazaret (cfr. 2Re.14,25), con lo que se ve
que los fariseos habían identificado Judea como espacio de salvación, no así
Galilea porque ahí existían sincretismo religioso. Nicodemo recibe el consejo
de escrudiñar las Escrituras, donde se había anunciado que de Galilea, el
pueblo que andaba en tinieblas, contemplarían una gran luz, la aurora de la
salvación (cfr. Is.9,1; Mt.4,15). Ahora la luz de
salvación está en nuestra orilla, gocemos
de la salvación que nos trajo Jesús, desde su misterio personal y
entrega en su misterio pascual. Debemos quedarnos
con lo que ÉL nos comunicó en su Palabra, lo que la Iglesia nos enseña en cada
celebración litúrgica, y lo su Espíritu
nos entrega en lo íntimo de la oración que es unción que nos inspira a seguirle
cada día, sobre todo en este tiempo de Cuaresma. Jesús viene del Padre, para
mostrarnos el camino de la salvación a todos. Su entrega total a la voluntad
del Padre, nos debe disponer a tomar en serio su ejemplo, para movernos a
imitarle, seguirle, la identificación con ÉL, hasta revivir su misterio pascual
en la propia existencia (cfr. Rm. 8, 29).
San Juan de la Cruz nos
enseña: “El camino de padecer es más seguro y aún más provechoso que el de
gozar y hacer: lo uno, porque en el padecer se le añaden fuerzas de Dios, y en
el hacer y gozar ejercita el alma sus flaquezas e imperfecciones; y lo otro,
porque en el padecer se van ejercitando y ganando las virtudes y purificando el
alma y haciendo más sabia y cauta” (2N 16,9).
P.
Julio González C.