OCTAVA DE PACUA, PRIMERA
SEMANA DE PASCUA,
(Año Par. Ciclo A)
P. Julio González Carretti ocd
Comenzamos las celebraciones de la
Pascua con la gran Vigilia, sigue la
Cincuentena o Siete semanas hasta Pentecostés. La Resurrección de Cristo
Jesús es la máxima celebración del año litúrgico, misterio que conmemoramos
cada domingo en la Eucaristía semanal,
también denominada la Pascua semanal. La Resurrección de Cristo, es el misterio central de nuestra
fe cristiana, fuente de nuestra fe y
esperanza. Realidad cumbre en la vida de Jesucristo y de la economía de
la salvación, de la que brota la vida nueva
para ÉL a la diestra del Padre y para
nosotros sus discípulos. Es claro
que la Resurrección no es un dato que podamos
comprobar por método científico alguno, es un dato que está más allá de
la historia. Es un misterio de fe, obra
de Dios Padre, que nosotros recibimos por la
predicación apostólica. Es el testimonio de los apóstoles en que se
fundamenta la Iglesia para predicar la
Resurrección de Jesucristo. Su testimonio de vida, fue sellado con su propia existencia y muerte en el
martirio; a lo que se une el testimonio
de la Escritura y los profetas. La
realidad de la Resurrección y la fe en ella,
no es algo ilusorio, sino que basado
en el testimonio de los apóstoles, que vieron a Jesucristo, vivo después de su muerte en cruz. Murió por
los pecados de los hombres y Resucitó
por nuestra salvación, enseñará el kerigma primitivo (cfr. Rm. 4, 25). Su testimonio es fidedigno, plenamente creíble:
creemos en Cristo Jesús, como Señor de
la historia humana y Juez de vivos y muertos, dador de vida a quienes creen
en ÉL. “¡Dichosos los que no han visto y
han creído!” (Jn. 20, 29), en Jesús.
El
fundamento último de la Resurrección son los relatos evangélicos,
donde encontramos datos imprescindibles:
el sepulcro vacío, el mensaje de los ángeles
revelándoles el misterio de la Resurrección a los testigos de primera
hora: las mujeres. Un segundo dato, son
las apariciones del Resucitado, que vienen a
confirmar lo anterior. Finalmente, el don del Espíritu, que unida a la
tarea evangelizadora, les comunica la
nueva vida de Jesús a los apóstoles. Si bien el sepulcro vacío y el mensaje de los ángeles, centra la atención de
la liturgia de la Vigilia y del día de
Pascua, será la propia experiencia del Resucitado, visión y comunión
vital con Jesús vivo, lo que resultará
decisivo a la hora de creer en ÉL. Al
mismo que habían visto morir, ahora lo contemplan vivo para siempre, y
presente entre ellos. Sus apariciones
confirman la palabra de los ángeles y proporciona la razón que explica el sepulcro vacío. Esta
solemnidad nos llena de gozo y la
proclamamos a todos los hombres para que tengan vida. Nuestra vida
de resucitados con ÉL, es para buscar
los bienes definitivos allá donde está Cristo,
barriendo la vieja levadura del pecado y ser así masa nueva, criaturas
nuevas.
Comenzamos estas celebraciones con la
semana de la Octava de Pascua, semana que la Iglesia dedica a la celebración de
la Resurrección de Cristo, como si fuera un solo día Domingo. Se inauguran los
Cincuenta días del tiempo pascual previos a la Solemnidad de Pentecostés. Las
apariciones del Resucitado son el centro de cada una de las lecturas de estos
días; se une a ellas, el caminar de la naciente Iglesia, con las peripecias que
sufrieron los apóstoles por el anuncio del Evangelio.
Lecturas bíblicas:
En la primera lectura, nos encontramos
con el segundo sermón de Pedro a los judíos. Se ha cumplido la profecía de Joel
(cfr. Jl.3, 1-5), con la Resurrección de Jesús de entre los muertos, han llegado
los últimos tiempos. Pedro expone el kerigma de Jesús, hombre acreditado por
Dios en todo lo que hacía, milagros, prodigios y signos (vv. 22-23). Sin
embargo, Jesús muere por designio divino,
anunciado por las Escrituras y cuyos responsables son ellos, los judíos.
“A este Jesús Dios le resucitó; de lo cual todos nosotros somos testigos. Y
exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo
prometido y ha derramado lo que vosotros
veis y oís. Pues David no subió a los cielos y sin embargo dice: Dijo el
Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos por
escabel de tus pies. «Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios
ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado.»
(vv. 32-36). Desde antes de su Encarnación, Jesús era Mesías, y Señor, solo
después de su Misterio Pascual; se ha sentado a la diestra del Padre, siendo
constituido Señor, mejor dicho: Jesús es el Señor (cfr. Hch.
3, 36). Esta es la fórmula original de la confesión cristiana, de los primeros
testigos de origen judío. A las palabras de Pedro, sigue el arrepentimiento de
los judíos, caen en la cuenta, que han llegado los últimos tiempos, es decir,
el momento del Juicio está cerca. Estamos en los inicios de la tarea
evangelizadora de la Iglesia, con los primeros testigos del acontecimiento
Cristo Jesús, los apóstoles, que con su vida sembraron la semilla del Evangelio
en los corazones de los hombres. La Iglesia, va tomando Cuerpo, precisamente
por la Palabra y celebración de la Eucaristía; “la Iglesia hace la Eucaristía,
la Eucaristía hace a la Iglesia”, enseñaba el P. Pablo VI.
En el evangelio, encontramos el
anuncio de la Resurrección de Jesús por parte del ángel bajado del cielo. Dado
que el sepulcro estaba sellado y vigilado por guardias, las piadosas mujeres
sólo se acercaron para verlo. Salen las mujeres del lugar convertidas en
pregoneras de la Resurrección del Señor Jesús, y los soldados, muertos de miedo
con lo acontecido, van a los Sumos sacerdotes para comunicarles lo ocurrido
(cfr. Mt.28,4). Las mujeres no deben temer nada porque
fieles al Maestro en la hora del dolor, ahora se les anuncia que ha resucitado
(Mt.28, 5-10). Ellas buscaban al Crucificado muerto, pero encontraron, con una
alegría desbordante a Jesús Resucitado que les sale al encuentro (vv.9-10). La
carrera de las discípulas termina en Jesús, que les dice que no teman y lleven
al anuncio a sus hermanos. Es la carrera de la palabra, que suscita la fe, pero
también va acompañada de la calumnia de la incredulidad, mientras a la primera
la acompaña la alegría, a la segunda la sigue la ceguera de no descubrir la
aurora de la salvación que sube en el horizonte del corazón de los hombres de
buena voluntad. A los apóstoles se les manda ir de Jerusalén a Galilea, donde
todo había comenzado, ahí lo encontrarán glorificado. Estaban dispersos, ahora
deben reunirse en torno a Jesús, Señor glorioso, lleno de poder. Los que no lo
vieron muerto, porque habían huido, lo verán ahora resucitado. Los soldados no
confesaron que se habían dormido, como tampoco que temían a la reacción de
Pilatos cuando se enterara de esta falta. ¿Qué interés podían tener los
soldados en difundir esta historia? Si los corazones ya estaban endurecidos,
por todo lo que habían vivido los judíos, muchos creyeron esta mentira. Sin
embargo, la noticia de la Resurrección de Jesucristo, el Mesías, es como luz en
medio de las tinieblas. Hizo lo que el Padre le encomendó, descansó y al tercer
día resucitó. Los soldados percibieron la intervención sobrenatural, pero
quedaron presos de la avidez, incredulidad; en cambio las piadosas y humildes
discípulas, quedaron sus corazones iluminados por la antorcha de la fe que
surgió del sepulcro vacío, que se vuelve camino de encuentro con los hermanos.
Las mujeres que acompañaron a Jesús hasta la sepultura de su palabra sacaron la
fuerza de fidelidad para servirle hasta el final. Por su perseverancia las
premia el Señor Resucitado saliendo a su encuentro, también nos espera a
nosotros en medio de la tinieblas, para conducirnos a su misterio pascual. El
alba de la Resurrección se nos hace presente nuevamente, como aurora de gracia
y salvación a cada uno de nosotros hoy.
Santa Teresa vivió el poder de Cristo
Jesús cuando le devuelve la salud del cuerpo y las fuerzas del espíritu para
retomar su vida religiosa carmelitana. “Es verdad, cierto, que me parece estoy
con tan gran espanto llegando aquí y viendo cómo parece me resucitó el Señor,
que estoy casi temblando entre mí. Paréceme fuera bien, oh ánima mía, que
miraras del peligro que el Señor te había librado y, ya que por amor no le
dejabas de ofender, lo dejaras por temor que pudiera otras mil veces matarte en
estado más peligroso. Creo no añado muchas en decir otras mil, aunque me riña
quien me mandó moderase el contar mis pecados, y harto hermoseados van. Por
amor de Dios le pido de mis culpas no quite nada, pues se ve más aquí la
magnificencia de Dios y lo que sufre (24) a un alma. Sea bendito para siempre. Plega a Su Majestad que antes me consuma que le deje yo más
de querer” (Vida 5,11).
Lecturas:
Continua el segundo Sermón de Pedro a
los judíos, y hoy meditamos, la reacción de la gente a sus palabras: “Qué hemos
de hacer, hermanos?” (v. 37). La respuesta de Pedro es
clara: convertirse, bautizarse y recibir el Espíritu Santo. Las palabras de
Pedro conmueven a los oyentes. ¿Qué los lleva a reflexionar? Pedro los exhorta
a reconocer su culpa, con lo que nace el arrepentimiento; se dan cuenta, que
han llegado los últimos tiempos. Si bien, no se habla de la segunda venida de
Cristo, el tema del juicio, está incluido en el mensaje del profeta Joel. Surge
espontánea la pregunta, también para nosotros: ¿qué hemos de hacer? La
respuesta: conversión, bautismo, acoger al Espíritu Santo. El bautismo tiene
una nueva dimensión, desde la muerte y resurrección de Cristo: ahora se
administra en su Nombre, el creyente le pertenece para siempre, queda bajo su
autoridad, es agregado a su familia, el nuevo pueblo, la Iglesia. El Espíritu
Santo, don del Padre y del Hijo, se comprende como el principio, que cambia la
vida del creyente, desde dentro y, por lo mismo, la vida de la comunidad
eclesial. Todos los que respondieron a la llamada de Dios, les han sido
perdonados los pecados, y responden con una adhesión de fe a Jesucristo, que es
el Señor. La confesión de fe, es la que nos libra de esta generación perversa,
es decir, todos aquellos que se oponen a Cristo o son un obstáculo, para que
otros, crean en el Señor. Ese día, hubo un número considerable de bautismos
(v.41), enseña Lucas, con lo que se quiere poner de relieve, la fuerza de la predicación, la
acción del Espíritu Santo y la bendición de Dios sobre la naciente iglesia.
El evangelio nos presenta la aparición
de Jesús a María Magdalena. Una vez que los discípulos marcharon a casa
(Jn.2010), ella, está afuera llorando porque se han llevado al Señor y no sabe
dónde le han puesto (v.11). La ausencia de Jesús provoca su tristeza, se
cumplen así las palabras de Jesús, pero esa tristeza se convertirá en alegría
(cfr. Jn. 16, 20). Ella permanece en la oscuridad, en la incredulidad e
incomprensión de lo ocurrido; su llanto evoca la muerte de Lázaro (cfr. Jn.11,31.33;11,35). Dos ángeles, custodian el sepulcro, como un
espacio sagrado, y como señal de la Resurrección de Jesús, con lo que se quiere
señalar, clarísimo testimonio que Dios ha entrado en la historia. La pregunta
de los ángeles, prepara el encuentro con el Señor Jesús, María mira hacia atrás
y ve a Jesús, sin reconocerle y lo confunde con el hortelano, media el tiempo
en que pasa del plano humano al divino o sobrenatural (cfr.Jn.1,41;18,4).
Paradojalmente a quien busca la Magdalena, le pregunta, a quien busca; su falta
de fe se incrementa cuando confunde a Jesús con el hortelano. Ella insiste en
que si se lo entrega, ella se llevará el cuerpo (v.15). Pasa de la incredulidad
a la visión de fe, se cumplen las palabras de Buen Pastor cuando María, escucha
su nombre, entonces reconoce a Jesús Resucitado (cfr. Jn.20, 1-2.11-12;
10,3.14). Lo reconoce y le llama como la
gente durante su ministerio: Rabbuní, Maestro (v.17).
Es un primer acto de fe en Jesús, al Maestro que conoció durante su ministerio, querer tocarle, es querer atrapar
el pasado (cfr. Jn.3,-21; 4,16-26). La relación que tuvo con ÉL ya no será como
antes. A través de la cruz, Jesús ha llegado a la perfección, que Dios le había
encomendado alcanzar (Jn.4,34; 5,36; 17,4;
19,30). También los discípulos deberán
experimentarlos frutos de la glorificación de Jesús, está a punto de cumplirse
su promesa de volver al Padre, pero su relación con el Jesús histórico ha
terminado (cfr. Jn.14,12.28; 16,10.28). Desde el
momento en que Jesús sube al Padre, los discípulos son constituidos en hermanos
de Jesús; el Dios y Padre de Jesús, será también, Dios y Padre de los hermanos
de Jesús (v.17). María hace exactamente
lo que le manda Jesús, va los discípulos movimiento que tiene otro significado:
ella ha pasado de la incredulidad, la oscuridad, a la fe que le hace reconocer
a su Rabbí. Ahora se convierte en mensajera que anuncia las palabras de los
ángeles y lo que le ha dicho Jesús, es el paso de una fe inicial al a fe
perfecta en el Señor Resucitado en medio de sus hermanos.
Santa Teresa de Jesús hablando a los
que comienzan el camino de oración en su primer grado, les exhorta a la
consideración de la Pasión y Resurrección. “Lo que he pretendido dar a entender
en este capítulo pasado aunque me he divertido mucho en otras cosas por parecerme
muy necesarias es decir hasta lo que podemos nosotros adquirir, y cómo en esta
primera devoción podemos nosotros ayudarnos algo. Porque en pensar y escudriñar
lo que el Señor pasó por nosotros, muévenos a compasión, y es sabrosa esta pena
y las lágrimas que proceden de aquí. Y de pensar la gloria que esperamos y el
amor que el Señor nos tuvo y su resurrección, muévenos a gozo que ni es del
todo espiritual ni sensual, sino gozo virtuoso y la pena muy meritoria” (Vida
12,1).
Lecturas:
La primera lectura, nos habla del
primer milagro que obraron Pedro y Juan, dentro de un marco de sana de
convivencia de judíos y judíos cristianos. Los dos apóstoles, acuden a la
oración de las tres de la tarde, hora en que se sacrificaba el cordero en el
templo de Jerusalén. El lugar exacto, era la puerta hermosa, donde encontraron
a un tullido de nacimiento que pedía limosna, una buena ocasión que tenían los
judíos para dar limosna a los pobres, obra equivalente a la oración. El autor
de los Hechos, recalca estos milagros, como los hechos por Jesús, porque son
testimonio de la nueva era que inauguró Cristo Jesús con su vida y obras, pero
especialmente con su Misterio Pascual. Se cumple la palabra de Jesús, que les
había encargado de sanar enfermos y
predicar el evangelio, con los mismo poderes con que sanaba ÉL y que les había
confiado (cfr. Lc. 9, 2). La palabra de los apóstoles es confirmada, por los
milagros que obraban (cfr. Lc. 8, 6); los milagros eran la mejor ocasión para
predicar sobre Jesús, la salvación que traía a los hombres, pero, que provocaba
una reacción muchas veces adversa de parte de los judíos por la adhesión de
algunos a la fe (cfr. Hch. 5, 17; 14,8). La curación
de este paralítico, marca un hito en la vida de ese hombre que pasa de la
muerte a la vida, y en los apóstoles, revivir el poder sanador de Jesucristo,
en beneficio de los necesitados. El Nombre de Jesús es invocado, es decir, su
persona y autoridad; los apóstoles obran con el poder de Jesús, e invitan al
enfermo a dirigirse y poner su confianza personal en ÉL. Pedro intenta
demostrar que Jesús de Nazaret, está vivo, que ha sido constituido en Mesías y
Señor (cfr. Hch. 2, 36).
El evangelio nos pone en camino junto
a Pedro que sale de Jerusalén (cfr. Lc.24, 12),
y a dos discípulos que se dirigen a Emaús. Seguramente eran discípulos
que se hospedaron en Emaús al encontrar alojamiento en Jerusalén con motivo de
las fiestas pascuales. Van conversando de todo lo acontecido los últimos días;
han sido días muy duros para los seguidores de Jesús. Se les une otro
caminante, Jesús Resucitado, pero con su cuerpo glorioso, no le reconocen, como
la Magdalena. Los dos discípulos creen que se trata de otro peregrino, pero
ante la pregunta de qué hablaban, no pueden creer que alguien que venga de la
ciudad, no sepa lo sucedido con Jesús de Nazaret (vv.18-19). Hacen una pausa.
Cleofás hace un sumario de lo acontecido: el
Mesías, en que habían confiado, ha terminado mal: crucificado, muerto, y
sin resucitar. Se había dicho que era un profeta, ante Dios y los hombres,
poderosos en palabras y obras, los líderes de Israel son los responsables de su
muerte, pensaban que sería el liberador de Israel del dominio romano, que
colmaría la esperanza de los profetas; la misma liberación que esperaba
Zacarías (cfr. Jr.14,8; Lc.1,68-79). Todo se había
acabado puesto que hacía tres días que Jesús había muerto, no había esperanza
de vida. Han escuchado que esa mañana han sucedido hechos extraordinarios: las
mujeres encontraron la tumba vacía; dos ángeles que aseguran que Jesús vivía;
en Lucas, en ningún momento las mujeres ven a Jesús (cfr. Jn. 20,11-18).
También los discípulos fueron, pero no vieron nada (v.24). Entonces interviene
Jesús que les reprocha no saber interpretar los hechos según las Escrituras;
hay desilusión en las palabras de Jesús, como la de los ángeles cuando se
dirigen a las mujeres, ya que no han sido capaces de creer lo antes anunciado
(cfr.Is.3,8). La razón a la que alude Jesús es que su
inteligencia y su corazón no han estado a la altura de creer lo que ÉL enseñó;
faltó fe a sus palabras por ello los califica como insensatos. El mismo Jesús,
se denomina Cristo, debía padecer para entrar así en su gloria, donde el
enunciado teológico, se convierte en necesidad nacida de la voluntad de Dios. Lo mismo que los
ángeles había recordado a las mujeres (cfr. Lc.24, 5-8). Como en Lucas, hay
tiempo entre su resurrección y su ascensión, su entrada en la gloria se pospone;
una gloria con la que va a ser investido, que recibe de Dios, a cuyo lado se
sentaría, para venir con poder y gloria (cfr. Lc. 9, 31-32; 21,27, Sal.110,1). Es precisamente la muerte la que hizo entrar a Jesús en
su gloria, lo contrario, de lo que querían sus enemigos. Jesús se dedicó a
explicarle las Escrituras, desde Moisés y los profetas, en lo que se refería a
ÉL (cfr. Sal.118, 22; 110,1; Is. 53,12). Avanza la tarde, y llega la hora de
cenar, el interés de los caminantes por el desconocido ha ido en aumento y el
deseo que permanezca con ellos (vv.28-29). Cuando el forastero reparte el pan,
da la bendición, entonces se les abren los ojos de la fe (vv. 30-31. 34). Todo
se centra en esto: Jesús Resucitado les repartió el Pan, es decir, Jesús está vivo
en la Eucaristía, escondido si se quiere, puesto que cuando quieren retenerle
con su mirada, desaparece. Jesús está allí, como Pan y Vida nueva para los
suyos, con lo que ilumina todo el misterio de su muerte y resurrección. Los
apóstoles regresan por donde habían venido, han experimentado que Jesús está
donde se reúnen los hermanos (vv.32- 33), y se encuentran con la confesión de
la comunidad: “Es verdad. ¡El Señor ha resucitado, y se ha aparecido a Simón!”
(v. 35; 1Cor.15,5). Cada uno de ellos había experimentado
el encuentro con Jesús Resucitado, pero especialmente Pedro, por la tarea que
Jesús le había encomendado: confirmar la fe de sus hermanos. Dios suscitó la fe
de los discípulos para que también nosotros, a través de la misión de la
Iglesia en el tiempo, podamos experimentar el encuentro con Jesús Resucitado y
con Pedro decir: es verdad el Señor ha Resucitado y está vivo en la Eucaristía.
Teresa de Jesús, defenderá siempre que
la Humanidad de Cristo es la puerta para
la vida mística y no otras teorías llamativas de su tiempo. La Eucaristía,
presencia sacramental de Cristo Resucitado, tema profundo para la vida de
oración y servicio eclesial. “Pues si todas veces la condición o enfermedad,
por ser penoso pensar en la Pasión, no se sufre, ¿quién nos quita estar con El
después de resucitado, pues tan cerca le tenemos en el Sacramento, adonde ya
está glorificado, y no le miraremos tan fatigado y hecho pedazos, corriendo
sangre, cansado por los caminos, perseguido de los que hacía tanto bien, no
creído de los Apóstoles?” (Vida 22,6).
Lecturas:
Luego de sanar al tullido de
nacimiento, el milagro es la plataforma para exponer el kerigma cristiano. La reacción de la gente,
es de admiración hacia los apóstoles, pero Pedro establece, que no es por su
piedad o poder que han hecho caminar al tullido. Ha surgido una nueva realidad,
capaz de salvar y sanar al hombre, sin alternar la historia de la revelación;
el mismo de Dios de Abraham, Isaac y Jacob sigue actuando y cumpliendo las
promesas del AT. Introduce la explicación del Nombre de Jesús, el juicio en que
ellos pidieron su muerte, pero a ese, al Jefe que lleva a la vida, Dios lo
Resucitó de entre los muertos, y ellos son testigos, de esa acción (v.15). Puesta
la fe en ese Nombre, ellos han podido sanar a ese hombre tullido; se trata de
contar con ese nombre y poder sanador y salvífico que Dios ha hecho aparecer
entre los hombres. Jesús en su pasión fue rechazado por los hombres, pero ha
sido glorificado por Dios, la actitud de Israel debe ser de conversión, ya que
las antiguas promesas se cumplen en Jesús (cfr. Dt. 18, 15). A Israel, le es
ofrecida la gracia de la conversión, y el arrepentimiento, en primer lugar, en
el templo, corazón de la fe judía. Pedro denomina a Jesús, como Autor de la
vida, o líder, pionero, Jefe que conduce
a la vida u originador de la vida (v.15), Él nos introduce en la vida nueva de
resucitado, porque ha vencido a la muerte, posee la vida en plenitud. Obtiene
ese título porque la vida le pertenece, parecido al que se da a Moisés, figura
de Cristo (cfr. Hch. 7,25. 35). Hay también un rol
importante de la fe en esa curación, pues en su Nombre, por su poder y
autoridad, se realizó el milagro. En el trasfondo del discurso, se habla de la
culpa de Israel, mitigada por la ignorancia con que actuaron en su momento al
pedir la muerte de Jesús. Conversión y penitencia, es exigencia recurrente
desde Moisés y los profetas hasta Jesucristo; quien no acepte la fe, no será
reconocido el día de juicio como judío (vv.22-26), a ellos fue enviado
primeramente, porque las promesa hechas a Abraham se cumplen en Cristo (v.
26).
El evangelio nos presenta dos
momentos: las apariciones del Resucitado a sus discípulos (vv.36-43), y las
últimas instrucciones a los apóstoles (vv.44-48). En ese mismo domingo, cuando
siguen los ecos de las palabras de las palabras de los discípulos de Emaús
sucede esta aparición de Jesús a los Doce. El saludo de paz, más que saludo es
cumplimiento de traerles la paz que les había prometido (cfr. Lc.2,14;7,50;19,42). Esta presencia repentina del Resucitado,
causa algo de miedo, porque este nuevo modo de ser de Jesús Resucitado, está
más allá de la compresión humana. Este pasaje de Lucas, se podría denominar el
de las pruebas de la Resurrección. Creen que es un espíritu, las apariciones
del Resucitado no son producto de la imaginación, fantasía o visiones internas.
Pareciera que estas apariciones estuvieran en contra de todas la historia de la
salvación del antiguo Israel o revelación bíblica. Esas apariciones no tienen
nada que ver con el Resucitado, ya que eran sombras respecto de lo que habían
sido (cfr. Is.8,19;
1Sam. 28,3-19). Jesús calma su miedo dando pruebas de su identidad, les manda
tocar sus manos y sus pies, para confirmar que tiene huesos y carne, a la vista
y oído se une el tacto (vv.38-40;
cfr.Jn.20,16.19-23,1Cor.15,35-49; 41.44). Como Lucas,
escribe para griegos que dudaban de la Resurrección insiste en la realidad
física del cuerpo de Jesús, por ello es que el mismo Jesús, sus pies y manos,
las que dan testimonio de su cuerpo, llevan las marcas de los clavos de la
crucifixión (cfr. Jn. 20, 25. 27). Su cuerpo glorioso tiene carne y huesos, es
más, para probarles, que está vivo, les pide algo de comer, le trajeron algo de
pescado asado y comió (v. 42-43). Al miedo, le siguió la alegría. Pero, ¿no
será que el ansia y las esperanzas que habían puesto en ÉL, les hace verlo
vivo? Los discípulos viven la plenitud de su fe en el Resucitado, perturbados
por la alegría y gozo ante su presencia; experiencia que deben saber conjugar
con su razón. La insistencia de Lucas en estas comidas nos habla no del Jesús
histórico, sino en la realidad del Jesús Resucitado, experiencia que no tiene
semejanza con ninguna hasta ese momento (cfr.Hch.1,3-8;
10,41; Jn.21,9). En un segundo momento encontramos las últimas instrucciones
del Resucitado para sus discípulos. No hay novedad en la enseñanza, más bien
continuidad entre el Jesús histórico y el Resucitado: “Después les dijo: «Estas
son aquellas palabras mías que os hablé cuando todavía estaba con vosotros: “Es
necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los
Profetas y en los Salmos acerca de mí.” (vv.44-45). El Resucitado, les abre el
entendimiento para que comprendan las Escrituras. Se necesitaba esta gracia de
comprender en profundidad las Escrituras, comprender que toda la historia de
Israel culmina en el acontecimiento de la Pascua de Jesús (cfr. Lc.1,20;
4,21; 9,31; 21,24; 22,16). Jesús en medio de sus discípulos les encomienda la
tarea de la evangelización que ÉL había comenzado (vv.46-47). La alusión al
sufrimiento y resurrección de Jesús y predicar viene a significar que el
discípulo va en nombre de Jesús y no por libre; la autoridad dada por el At, a
Yahvé la recibe el Resucitado, como su Mediador. Si obran así participan de la
autoridad y poder de Cristo haciendo eficaces su mensaje. La pasión estaba
predicha en las Escrituras, dentro del plan de Dios, para el perdón de los
pecados y predicar la conversión a todas las naciones comenzando por
Jerusalén (cfr. Jl 2,32; Is.42,6; 2,3). Desde ahora los discípulos y discípulas, son
testigos de todas estas cosas (v.48). La predicación de un Mesías que muere
crucificado y resucita y la incorporación de los gentiles, no será tarea fácil
llevar adelante para los discípulos, por ello, les promete enviar la promesa
del Padre, el Espíritu Santo, una vez que suba a la diestra del Padre. Comienza
una nueva relación de los discípulos con Dios Padre.
Santa Teresa de Jesús, llegada al
matrimonio espiritual, tuvo la experiencia de contemplar a Jesucristo
Resucitado, luego de comulgar. Son experiencias subidísimas de la presencia de
Dios en el alma. “Pues vengamos ahora a tratar del divino y espiritual
matrimonio, aunque esta gran merced no debe cumplirse con perfección mientras
vivimos pues si nos apartásemos de Dios, se perdería este tan gran bien. La
primera vez que Dios hace esta merced quiere Su Majestad mostrarse al alma por
visión imaginaria de su sacratísima Humanidad, para que lo entienda bien y no
esté ignorante de que recibe tan soberano don. A otras personas será por otra
forma, a ésta de quien hablamos, se le representó el Señor, acabando de
comulgar, con forma de gran resplandor y hermosura y majestad, como después de
resucitado, y le dijo que ya era tiempo de que sus cosas tomase ella por suyas,
y Él tendría cuidado de las suyas, y otras palabras que son más para sentir que
para decir”. (7 M 2,1).
Lecturas:
El milagro realizado por Pedro y Juan,
tuvo su lógica reacción hostil de parte de las autoridades religiosas de la
ciudad de Jerusalén. Se mencionan a los Sumos sacerdotes y saduceos por una
parte, y los escribas y fariseos, por la otra. Los primeros tenían el control y
administración del templo, de ahí su interés, y promueve el arresto de Pedro y Juan, por los posibles disturbios que
se pudieran producir, en realidad son los primeros padecimientos de la Iglesia.
La verdadera razón, es el tema de fe en resurrección de Jesús, en la que los
saduceos no creían, motivo de la oposición y encarcelamiento de los apóstoles.
En cambio, los fariseos sí creían en la resurrección de los muertos. Pedro en
su respuesta, tercer discurso, confirma que la palabra de Jesús se ha cumplido
al enviar al Espíritu Santo para defenderlos, cuando fuesen encarcelados por su
causa (cfr. Lc. 12, 11-12). Un segundo tema, es que son acusados por una obra
buena que hicieron, como fue darle la salud a un enfermo, no por un crimen
cometido. Esto le da pie a Pedro para ir a la causa de esa sanación: haber
invocado el nombre de Jesús Nazareno, y su poder de sanación. Nueva ocasión,
para exponer al Sanedrín, es decir, ante todo Israel, el kerigma cristiano:
“sabed todos vosotros y todo el pueblo de Israel que ha sido por el nombre de
Jesucristo, el Nazoreo, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de
entre los muertos; por su nombre y no por ningún otro se presenta éste aquí
sano delante de vosotros. Él es la
piedra que vosotros, los constructores, habéis
despreciado y que se ha convertido en piedra angular. (Sal. 118,22). Porque no hay bajo el
cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos.»
(vv. 10-12). Las palabras del Salmo, delata a los constructores de la casa, que
son ellos, los jefes del pueblo. Despreciaron la piedra angular, Cristo, Dios
rechazando su actuar, ha convertido a la
piedra en cimiento de todo el edificio. Sólo en el Nombre de Jesús, dice Pedro,
se encuentra la salvación, y también es la causa por qué han sido sometidos
ellos a juicio. Hay que hacer notar, la fuerza expresiva y argumentativa de
Pedro, es la acción del Espíritu Santo, que comienza a guiar el caminar de la
naciente Iglesia de Jesucristo.
El evangelio, nos presenta dos
momentos: otra aparición o manifestación de Jesús Resucitado al grupo de los
discípulos en el mar de Tiberíades (vv.1-8), y la comida de los discípulos con
Jesús Resucitado (vv.9-14). Luego de pasar la noche pescando, Pedro y sus seis
compañeros no consiguieron nada (v.3; cfr. Jn.6, 67-69; 13,6-9; 20, 2-7).
Regresan a la playa y Jesús Resucitado, al que no habían reconocido (cfr. Lc.24,13-35.36-38), les pide algo para comer, a la respuesta
negativa, les manda que echen las redes a la derecha de la barca, con lo que
lograron una gran cantidad de peces, ciento cincuenta y tres, para ser más
exactos (cfr. Lc. 5, 1-11). La respuesta obediente a Jesús da sus ubérrimos
frutos; Jesús ejerce su autoridad sobre los elementos de la naturaleza como
sobre los discípulos (cfr.Jn. 2,1-11; 6,1-15; 16,21).
Los que reconocen al Señor son Pedro y Juan, el discípulo amado, protagonistas
como en la tumba vacía, es éste quien confiesa su fe en Jesús Resucitado,
mientras Pedro responde poniendo se la ropa y se lanza al agua (v.7; cfr. cfr.
Jn. 4, 49; 16,21). Pedro de noche no consigue nada, porque la noche en Juan,
refleja la ausencia de Jesús. El segundo momento, encontramos al Desconocido
que les prepara una comida, ÉL ya no necesita alimento, ellos sí lo necesitan.
Las brasas, que cocinan el pescado y el pan, recuerdan esas brasas de la noche
de Pasión, en que Pedro negó a Jesús, mientras que ahora lo confiesa (cfr. Jn.
18,18). Jesús los invita a comer de los pescados que ÉL tiene, y los que le
manda traer a Pedro (vv.10-11). Pedro está restituyendo su regreso a Jesús, no
hace mucho se había unido a quienes habían ido a prender a Jesús en Getsemaní,
ahora es el propio Jesús que a una comida preparada con otro fuego de carbón.
Arrastra la red a tierra con los ciento cincuenta y tres peces, y ésta no se
rompe. El que no se rompiera la red, viene a significar que todos los pueblos,
los peces, son llamados a la Iglesia, simbolizan la unidad de ella, que a pesar
de ser tantos, no se rompe la unidad de la comunidad eclesial. Por la palabra
de Jesús hubo una gran cantidad de peces, la universalidad de la Iglesia,
resultado de la iniciativa de Jesús, el liderazgo de Pedro y el discípulo amado
y la participación de los discípulos, explican el objetivo simbólico de este
relato. Quizás el evangelista, este pensando en la túnica sin costura de Jesús,
que tampoco se rompió (cfr.Jn.19, 23-24).
Jesús los invita a la primera comida del día; los discípulos pasan de no
reconocer a Jesús y ahora guiados por la fe de Juan y Pedro, no se atreven a
decir Quién es el que los invita a comer, pero ahora reconocen que es el Señor
Resucitado está ahí presente (v.12). El pan y pescado evocan los milagros que se
multiplicaron para una muchedumbre durante la celebración de la Pascua; los
gestos de Jesús al dar al pan y el pescado aluden a las celebraciones
eucarísticas de la comunidad joánica (cfr.Jn. 6,1-15. 51-58; 13, 21-38; 19,35). Cenan juntos en
un contexto de Eucaristía; esta comida habla de la misión, pero sobre todo de
la Eucaristía donde encontramos a Jesús vivo, Resucitado para alimentarnos con
su nueva vida.
Santa Teresa de Jesús, a los comienzos
de su camino de oración, recibe la primera visión de Cristo Resucitado.
“Estando un día en oración, quiso el Señor mostrarme solas las manos con tan
grandísima hermosura que no lo podría yo encarecer. Hízome
gran temor, porque cualquier novedad me le hace grande en los principios de
cualquiera merced sobrenatural que el Señor me haga. Desde a pocos días, vi
también aquel divino rostro, que del todo me parece me dejó absorta. No podía
yo entender por qué el Señor se mostraba así poco a poco, pues después me había
de hacer merced de que yo le viese del todo, hasta después que he entendido que
me iba Su Majestad llevando conforme a mi flaqueza natural. ¡Sea bendito por
siempre!, porque tanta gloria junta, tan bajo y ruin sujeto no la pudiera
sufrir. Y como quien esto sabía, iba el piadoso Señor disponiendo. ..Un día de
San Pablo, estando en misa, se me representó toda esta Humanidad sacratísima
como se pinta resucitado, con tanta hermosura y majestad como particularmente
escribí a vuestra merced cuando mucho me lo mandó, y hacíaseme
harto de mal, porque no se puede decir que no sea deshacerse; mas lo mejor que
supe, ya lo dije, y así no hay para qué tornarlo a decir aquí. Sólo digo que,
cuando otra cosa no hubiese para deleitar la vista en el cielo sino la gran
hermosura de los cuerpos glorificados, es grandísima gloria, en especial ver la
Humanidad de Jesucristo, Señor nuestro, aun acá que se muestra Su Majestad
conforme a lo que puede sufrir nuestra miseria; ¿qué será adonde del todo se
goza tal bien?” (Vida 28,1.3).
Lecturas:
Esta lectura nos presenta el
reconocimiento que hacen los jefes religiosos de Jerusalén, de la valentía que
Pedro y Juan, a la hora de hacer su defensa. Se admiran de ellos, porque saben
que son hombres sin instrucción. Valentía que nace de la fe en Jesucristo
Resucitado. Situación muy diferente a aquella del Sanedrín, que actuaba por
intereses creados, faltos de libertad interior, faltos de fe. Los acusadores se
convierten en acusados, porque Jesús Resucitó, el mismo que ellos crucificaron.
El motivo de la acusación, la sanación del tullido, es la mejor defensa de los
apóstoles, Dios legitima en ese hombre, ahora sano, el poder de Jesús y la
predicación de sus enviados. Los incultos se convierten en maestros y los
sabios en necios; ellos interpretan la Escritura y los jefes religiosos la
leen, pero no la comprenden. Ante esta situación, les manda callar y no enseñar
al pueblo en nombre de Jesús, pero los apóstoles presentan una disyuntiva:
¿obedecer a Dios o a los hombres? La orden, iba en contra de la voluntad de
Dios. Lo que habían visto y oído con Jesús de Nazaret, y luego con el
Resucitado, no se podía callar, conocían cual era la voluntad de Dios. Los que
verdaderamente quedaron mudos fueron los propios jefes religiosos. No tenían
pruebas en contra de los apóstoles, sabiendo que predicaban a Jesús, al que
ellos habían matado. El hombre,
ahora sano y el pueblo estaba con los
apóstoles; los dejaron libres y sin castigo.
Este evangelio es una síntesis, de las apariciones del Resucitado, que
relatan los otros evangelios, en especial Lucas (cfr. Lc. 24,13-35; 36-43) y
Juan (cfr. Jn. 21,11-18), y los Hechos (10,41). Se habla de las apariciones a
la Magdalena, a los discípulos de Emaús y los Once. Se recalca la incredulidad
de los apóstoles, ante los enviados, con el mensaje de fe que habían visto al
Señor. Es una amonestación a los futuros creyentes, para creer a los testigos
de la Resurrección, aunque no lo hayan visto en forma personal (cfr. Jn. 20,
29). La aparición a la Magdalena, es presentada como aquella de la que Jesús,
sacó siete demonios, es decir, sanada de una enfermedad funesta (cfr. Jn.
20,11-18; Lc. 7,36-50). Es curioso que el autor no mencione, la tumba vacía y
tampoco las lágrimas de la Magdalena, porque había desaparecido el cuerpo de
Jesús. Los discípulos, “tristes y llorosos” (v. 10), no creyeron el anuncio que les hizo: Jesús
vivía y ella lo había visto. No dan crédito a las palabras de la mujer. La
aparición de Jesús a los discípulos de Emaús (cfr. Lc. 24), es descrita con
mucha sobriedad, se presentó con “otra figura” (v.12), fueron a comunicárselos
a los demás, pero tampoco les creyeron. No se dice nada que fue al partir el
pan, que los discípulos reconocieron a Jesús. Finalmente, se refiere la
aparición a los Once, tomada de Lucas (cfr. Lc. 24,36-43), en que también se
hace mención de la incredulidad de los apóstoles. Jesús, les reprocha una vez
más su incredulidad y dureza de corazón por no haber creído a quienes lo habían
visto Resucitado. El deseo de las palabras de Jesús es presentar la necesidad
de una fe bien dispuesta en la comunidad eclesial hoy. La segunda parte,
tenemos el discurso de la misión del Señor Resucitado. A la tarea misionera, se
une la idea que la fe y el bautismo, requisitos para la salvación. La
predicación, será acompañada por signos de salvación, como la expulsión de
demonios, hablarán lenguas nuevas, el veneno de serpientes no les hará daño,
impondrán las manos sobre los enfermos y comunicarán salud. Jesús sube a los
cielos, se sienta a la derecha de Dios, se separa de los discípulos (cfr. Lc.
24, 50-53; Hch. 1,3-14; 2, 33ss). Es el comienzo de
una Iglesia comprometida en una misión universal de evangelización.
Santa Teresa de Jesús, contempla a
Cristo vivo en su alma. Se trata de la confirmación de que su oración es
auténtica, era respuesta a su amor divino. “No digo que es comparación, que
nunca son tan cabales, sino verdad, que hay la diferencia que de lo vivo a lo
pintado, no más ni menos. Porque si es imagen, es imagen viva; no hombre
muerto, sino Cristo vivo; y da a entender que es hombre y Dios; no como estaba
en el sepulcro, sino como salió de él después de resucitado; y viene a veces
con tan grande majestad, que no hay quien pueda dudar sino que es el mismo
Señor, en especial en acabando de comulgar, que ya sabemos que está allí, que
nos lo dice la fe. Represéntase tan señor de aquella
posada, que parece toda deshecha el alma se ve consumir en Cristo. ¡Oh Jesús
mío!, ¡quién pudiese dar a entender la majestad con que os mostráis! Y cuán
Señor de todo el mundo y de los cielos y de otros mil mundos y sin cuento
mundos y cielos que Vos crearais, entiende el alma, según con la majestad que
os representáis, que no es nada para ser Vos señor de ello.” (Vida 28,8)
P.
Julio González C.