PRIMERA SEMANA DE CUARESMA
(CICLO C)
Lecturas
bíblicas:
a.-
Dt. 26, 1-2. 4-10: Profesión de fe del
pueblo escogido.
La primera lectura, nos presenta el credo del pueblo judío. Es una
síntesis de los acontecimientos salvíficos que Yahvé hizo por su pueblo. La
fórmula, no es una oración sino una proclamación, es la profesión de fe que el
pueblo hacía desde la época de los Jueces. Tres son los grandes momentos que el
creyente recuerda: Yahvé, guió a los patriarcas, el éxodo y el ingreso en la
tierra prometida. Lo que proclaman estos acontecimientos, es que Dios ha estado
siempre presente en ellos como protagonista y es un pueblo que va trazando su
historia, mejor dicho, va descubriendo su historia. Dios está en medio de esa
historia que los hombres construyen con ÉL, éste es el lugar de su acción. El
credo, habla de esta acción, que
acompaña esta misma acción del hombre; de ella aprende el hombre, lo que sabe
de Dios; su ser más profundo, su esencia, queda sumergida en su trascendencia.
Los mismos acontecimientos ponen al hombre como protagonista, pero al
proclamarlos se manifiesta que el supremo protagonista de la historia es Yahvé.
Si bien es cierto que los que ahora proclaman el Credo, no estuvieron presentes
en esos acontecimientos, hablan en primera persona, precisamente por la
identidad que tienen con Dios y con el
presente que hunde sus raíces en el pasado, con la mirada puesta en el futuro.
Es la historia de la salvación.
b.-
Rm. 10, 5-13: Profesión del que cree en Jesucristo.
El apóstol nos presenta el
credo cristiano: confesar a Jesucristo como Señor: “Porque, si confiesas con tu
boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre
los muertos, serás salvo” (v. 9).
Inadmisible para los judíos que un profeta se diera el título de Señor. Para ellos Yahvé debía
quedarse en su trascendencia y los hombres arreglar el mundo. La Encarnación
vendría a ser como una especie de intromisión de Dios en la historia de los
hombres. Jesús, como Hijo de Dios, estorbaba a sus planes, pudiendo combinar
una vida religiosa en el Templo y los negocios de este mundo con la opresión
por el pobre, la falta de justicia y misericordia con el prójimo. No era esa la
mística del Éxodo del Israel pobre y dominado, estrenando libertad en el
desierto. Practicaban la discriminación con el griego o gentil, incluso en el
templo, ahora judíos y griegos, están llamados a servir a un único Señor. “Pues
todo el que invoque al Señor se salvará” (v. 13). Creer en el corazón,
confesarlo con los labios y creer en su resurrección es camino cierto de
salvación.
c.-
Lc. 4, 1-13: El Espíritu le iba llevado
por el desierto. Y era tentado.
Vemos a Jesús, guiado por el
Espíritu, hacia el desierto, donde ayuna y es tentado por Satanás. En la
mentalidad de la época se pensaba que el mundo estaba dominado por Satanás,
mientras que Dios permanece oculto en su trascendencia. ¿Tiene tanto poder
Satanás y todos los poderes del mundo están a su servicio? El Hijo del Hombre,
se hace presente en este mundo, el encuentro entre Jesús y el Diablo es
inevitable (cfr. Lc. 2, 22). Las tentaciones se presentan como esclavitudes a
los poderes de este mundo al que está sometido el hombre. El pan, el comer, por
el cual se puede convertir ante Dios, en una garantía de prosperidad material y
económica (vv. 3-4; cfr. Dt.8,3). Pareciera que el Padre se hubiese olvidado de
su Hijo, esa es la sutil tentación de Satanás; un buen padre se preocupa de sus
hijos. Jesús prefiere pasar hambre, antes
que desobedecer al Padre. La segunda
tentación se refiere a la política, ambicionar el poder, mandar y ordenar las
estructuras de este mundo, teniendo como aliado los poderes de Satanás, fuente
de todo poder opresor (vv. 5-8; cfr. Dt. 6,13). La adoración, consistiría en adelantar Jesús, su Hora, convertirse
en un Mesías con poder, ejércitos, luchar contra los enemigos de Israel. Todo
un proyecto, pero distinto completamente de la voluntad del Padre. Sólo el
Padre le señalará la Hora al Mesías,
Mesías al que nos ha conducido el Siervo sufriente de Isaías, camino de humildad, del Siervo que toma sobre
sí las culpas de sus hermanos. Finalmente, está la confianza radical en el
poder de los milagros, que nos quisiera liberar del esfuerzo diario, humilde y
personal, fortalecido por la fe en Dios. No vivimos de milagros, sino de fe
pura y desnuda. La tercera tentación consiste en tentar a Dios, es decir,
abusar de la protección prometida, obligando a Yahvé a actuar. El demonio usa
la Palabra de Dios a su favor, no cree en ella, pero quiere saber si se cumple.
El Padre debería recoger por medio de sus ángeles a su Hijo antes de tocar las
piedras en su caída. En el trasfondo es una sola la tentación: su condición de
Hijo de Dios le debiera servir a Jesús para ponerla en clave de poder político,
social económico así convertirse en un
gran mesías a gusto de las gentes y del príncipe de este mundo, Satanás,
enemigo de Dios y del hombre. Jesús no se aparta del camino trazado por el
Padre, obedece hasta el fin. El verdadero pan del hombre, es la palabra de Dios, más que la necesaria
comida diaria. El hombre es mucho más que la economía, lo que hace que
alimentada la mente y el corazón del cristiano, pueda compartir lo que tiene
con los más necesitados. El poder del Evangelio de Jesús está en el servicio
que presta a la humanidad, donde hay que conjugar la obediencia al Padre y el
amor al prójimo. No se identifica ni con el poder político o económico. Vida de
fe y amor, esperanza y verdad son los dones que propone para la existencia, el
Evangelio de Jesús al hombre; el que descubre el camino de la salvación puede
ser discípulo de Aquel que venció el mal
con el poder de su palabra y su testimonio de obediencia al Padre. Si bien la
tentación es una invitación a la desobediencia, también es verdad, que para
quien no cede, es prueba superada por la fuerza del amor que crece por la
acción del Espíritu Santo en su alma.
Teresa de Jesús, maestra de
espirituales sufrió muchas tentaciones por eso aconseja: “Tengo para mí que
quiere el Señor dar muchas veces al principio, y otras a la postre, estos
tormentos y otras muchas tentaciones que se ofrecen, para probar a sus amadores,
y saber si podrán beber el cáliz y ayudarle a llevar la cruz, antes que ponga
en ellos grandes tesoros. Y para bien nuestro creo nos quiere Su Majestad
llevar por aquí, para que entendamos bien lo poco que somos; porque son de tan
gran dignidad las mercedes de después, que quiere por experiencia veamos antes
nuestra miseria, primero que nos las dé, porque no nos acaezca lo que a
Lucifer.” (Vida 11,11).
Lecturas
bíblicas:
a.-
Lev. 19, 1-2.11-18: Ley de santidad
La primera lectura, está
tomada del código de santidad o ley de santidad (cfr. Lev. 17-26). Este código,
recoge las leyes, que después del destierro se dieron al pueblo donde queda
reflejada una exquisita sensibilidad respeto a las relaciones con Dios y su
consecuencia inmediata en el prójimo. La santidad de Yahvé, es la motivación central, es el dinamismo que
posee la santidad de sus fieles: “Habló Yahvé a Moisés, diciendo: Habla a toda
la comunidad de los israelitas y diles: Sed santos, porque yo, Yahvé, vuestro
Dios, soy santo.” (vv. 1-2). Inmediatamente,
el texto señala el comportamiento del
creyente respecto del prójimo evitando todo favoritismo, calumnia, odio y
venganza, en definitiva la práctica de la justicia y del amor al hermano
evitando el hacer daño físico y moral al otro. Concluye diciendo: “No te
vengarás ni guardarás rencor contra los hijos de tu pueblo. Amarás a tu prójimo
como a ti mismo. Yo, Yahvé.” (v. 18). Jesús ampliará, luego de citar este
texto, el sentido de prójimo más allá del pariente y connacional, sino todo
hombre, todos los hombres. Cuando fue consultado por el mandamiento mayor por
un doctor de la Ley, igualó y unió el
amor al prójimo al primero de todos los mandamientos el amor a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con
toda tu mente (cfr. Mt. 22, 34-40; Dt. 6,4).
b.-
Mt. 25, 31-46: El Juicio final.
Este evangelio, es todo un proyecto de vida cristiana que se
tendrá en cuenta el día del Juicio final. Se sabrá si hemos amado a nuestro
prójimo en situaciones bien concretas, que podemos resumir en la ayuda al
prójimo necesitado de comida, casa, vestido, visitar al enfermo y al
encarcelado, etc. Lo importante, es
revisar la motivación que nos mueve a ayudar, que no es sólo solidaridad o
filantropía, es mucho más, es ver en ese necesitado a Jesucristo, porque ÉL, se identifica con todos los
menesterosos del mundo. Lo mismo que en el discurso de las Bienaventuranzas, el
motivo estriba en la santidad de Dios Padre, aquí, como en la Ley de santidad,
aquí la identificación que hace Jesús con el prójimo, es la razón de ser del
amor al necesitado (cfr. Mt. 5, 43ss). Los hombres, serán juzgados por su
actitud frente a la persona de Jesucristo. Se presenta con sus ángeles, con las
mismas categorías de Yahvé, los ángeles reúnen a los hombres para el Juicio.
Este momento, supone la resurrección de todos los muertos, los buenos a la
derecha, los malos a la izquierda, lugar de salvación y de perdición. Esta
ubicación, supone que el juicio ya se realizó, porque luego se da la sentencia
y las razones que la han motivado. Todos los hombres son invitados al Reino de
Dios, a realizar obras de caridad para
con el prójimo, los hermanos de Jesús. Estas manifestaciones del amor al
prójimo ya eran conocidas en el AT (cfr. Is. 58, 7; Jb. 22, 6-7; 31, 17. 19.
21). Estas son las obras que se exigen para ingresar en la vida eterna,
auténtica piedad hacia Dios y hacia el prójimo; libres de toda obligada
retribución como lo pensaban los fariseos. Pensamos que el último grado del
amor, es amar a Dios sólo por lo que ÉL
es, no por lo que nos pueda cancelar, por amarle. Estas mismas obras predicadas por
Cristo son hechas ahora para cumplir el precepto del amor: “Os doy un
mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado,
así os améis también vosotros los unos a los otros. En esto conocerán todos que
sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros.» (Jn. 13, 34-35).
Servir al prójimo necesitado, es el motivo central del juicio; Jesús con esta
numeración de las obras, quiere dar importancia al amor, que también supone la
conversión y llevar la cruz cada día, la humildad y pureza de corazón. Todos se
extrañan ante las palabras del Juez; las obras hechas por amor a ÉL, tienen un
valor infinito, hechas al prójimo necesitado. Las palabras de Jesús se dirigen
a todos, con los que están más allá de los límites de su Iglesia, también ahí
hay reino de Dios, porque también ahí existen hombres buenos que cumplen con esta obras. La terrible
sentencia para los que están a su izquierda, es la separación eterna de
Jesucristo, de su Reino, de la vida verdadera. Fue la falta de amor, algo
personal, la que determina su destino.
En cambio, los que amaron según Cristo Jesús, entran a gozar del banquete
eterno de la gloria, las bodas del Esposo con la humanidad redimida y ahora
glorificada en la Casa del Padre.
La Santa Madre Teresa de Jesús,
nos invita a prepararnos al encuentro definitivo por medio de la oración,
verdadero juicio porque estamos delante del Verdad de Dios cada que vez que
dialogamos con ÉL. “¿Qué será el día del juicio cuando esta Majestad se nos
mostrará claramente y veremos las ofensas que hemos hecho?” (V 40,11).
MARTES
Lecturas
bíblicas
a.-
Is. 55, 10-12: Eficacia de la palabra de Dios.
En la primera lectura, encontramos la conclusión del Segundo Isaías o
libro de la consolación, donde se destaca cómo la Palabra de Dios, sale de su
boca, y no vuelve a ÉL vacía sino que realiza su voluntad. “Como descienden la
lluvia y la nieve de los cielos y no vuelven allá, sino que empapan la
tierra, la fecundan y la hacen germinar,
para que dé simiente al sembrador y pan para comer, así será mi palabra, la que
salga de mi boca, que no tornará a mí de vacío, sin que haya realizado lo que
me plugo y haya cumplido aquello a que la envié.” (vv. 10-11). La Palabra de Dios exige una respuesta que
encuentra en el diálogo amoroso con Dios su origen y fortaleza una vez dada. La
palabra de Dios es su salvación pronunciada, proclamada, son designios eternos
que se manifestarán y realizaron en Cristo Jesús, palabra encarnada de Yahvé.
Sabemos que la Eucaristía es esa palabra de Dios, hecha luego sacrificio y
alimento para su pueblo; alimento que sacia,
el hambre de justicia y de verdad de amor de Dios que el hombre tiene
hoy. La palabra profética, visión e imagen, lejos de ser una sombra, descubre
el contenido de la realidad que Dios quiere para el hombre de fe.
b.-
Mt. 6, 7-15: Vosotros rezad así: Padre Nuestro.
El Señor Jesús nos invita a su
propia oración al Padre, enseñándonos las palabras que necesitamos para
dirigirnos como hijos a ÉL:
- Padre nuestro… Precisamente
el evangelio nos habla de la oración que Jesús enseña, desde su experiencia de
Hijo, a nosotros hijos por adopción, partícipes de su filiación divina. De ahí
que esta oración sea propiamente la oración de los hijos de Dios.
- Santificado sea tu nombre…En
el leguaje bíblico el santo Nombre de Dos es Dios mismo, hay identidad total.
Nombre y Persona, una sola realidad. El Tres veces
Santo, se ha manifestado al hombre, se ha dado a conocer, esto es lo que
pedimos cuando recitamos: “Santificado sea tu Nombre”, que se manifieste, que
siga manifestándose y cumpla su palabra.
- Venga a nosotros tu
reino…hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. Jesús, nos
introduce en su Reino por medio de sus palabras y obras con lo que busca crear
con sus actitudes y nuevos criterios un cambio radical, un nuevo orden o estado
de las cosas, donde sea reconocida la voluntad de Dios, su soberanía. Es el
nuevo cielo y la nueva tierra, donde son superados los enemigos de Dios y de su
Mesías. Este Reino se hace presente desde Jesús y su Espíritu Santo, es
actualidad en continuo crecimiento, pero se exige su reconocimiento en el
momento presente y su revelación plena viene con el futuro.
- El pan nuestro de cada día,
dánosle hoy… Se pide a Dios el pan material por el que trabaja el hombre día a
día para cubrir sus necesidades básicas. Si este pan es vínculo de comunión
fraterna, familiar, mucho lo es el pan de la Eucaristía, que también debemos
pedir para fortalecer nuestra fe y seguir adelante en nuestro camino en forma
comunitaria, eclesial, y personal.
- Perdona nuestras ofensas…Las
deudas u ofensas que tenemos con Dios son muchas. Se trata de nuestros pecados.
Le pedimos nos perdone así como nosotros perdonamos al prójimo; este es un
perdón condicionado que concedemos o no a quienes nos han ofendido. Cuanta
trasparencia y verdad debe haber cuando hacemos esta petición, porque ni no
estamos haciendo lo que pedimos, vana es nuestra oración. El perdón es siempre
fruto del amor; hay que solicitarlo al Espíritu Santo, para que sea su acción
la que haga brotar en nuestro espíritu el perdón para el prójimo y crear con
ello puentes de comunión.
- No nos dejes caer en
tentación…La tentación es prueba en el lenguaje bíblico, prueba de Dios, es lo
que sucede en la vida del hombre, entendida como trabajo por mantener su
fidelidad a la alianza. ¿Cómo son esas pruebas? De todo tipo. Solo el hombre
probado sabe de virtud y fortaleza, el juicio consistirá precisamente en esto,
en valorar la actitud del hombre frente a ellas. Amor y fidelidad son
esenciales para superarlas.
- Líbranos del mal…Líbranos
del mal o del Malo, es decir, de Satanás. Se pide vernos libres de la acción
del demonio en nuestra vida, no seducidos, no sujetos, sino vencedores por la
fuerza de la Resurrección de Cristo Jesús sobre todo en la hora de la muerte.
Toda la vida cristiana es un combate contra los enemigos del alma: mundo,
demonio y carne, como enseña Pablo (cfr. Ef. 6,10-20).
Que importante será que
aprendamos a meditar largo rato cada una de estas peticiones del Padre Nuestro,
porque es un compendio, el más maravilloso, de cómo se debe dirigir un hijo a
su Padre. Abrirnos el espacio amoroso de su relación con su Padre, lo hace sólo
Quien sabe que eso nos va a traer grandes ganancias espirituales, sobre todo
crecer en la filiación divina. Finalmente rezar bien esta oración significará
para quien ore con ella, descubrir que aquel que está a mi lado, no interesa
quien, también es mi hermano, hijo del mismo Padre Dios y que hay un solo Señor
a quien servir.
Teresa de Jesús, al comenzar
el comentario su al Padre Nuestro, vive profundamente la admiración por esta
oración del cristiano: “Padre nuestro
que estás en los cielos». ¡Oh Hijo de
Dios y Señor mío!, ¿cómo dais tanto junto a la primera palabra? Ya que os
humilláis a Vos con extremo tan grande en juntaros con nosotros al pedir y
haceros hermano de cosa tan baja y miserable, ¿cómo nos dais en nombre de
vuestro Padre todo lo que se puede dar, pues queréis que nos tenga por hijos,
que vuestra palabra no puede faltar? Obligáisle a que
la cumpla, que no es pequeña carga, pues en siendo Padre nos ha de sufrir por
graves que sean las ofensas. Si nos tornamos a El,
como al hijo pródigo hanos de perdonar, hanos de consolar en nuestros trabajos, hanos
de sustentar como lo ha de hacer un tal Padre, que forzado ha de ser mejor que
todos los padres del mundo, porque en El no puede
haber sino todo bien cumplido; y después de todo esto hacernos participantes y
herederos con Vos.” (Camino de Perfección 27, 2).
Lecturas
bíblicas
a.-
Jon. 3, 1-10: Conversión de los ninivitas.
El Señor invita a Jonás, por
segunda vez a predicar en Nínive la conversión y desde el rey hasta el último
hombre todos hicieron penitencia (cfr. Jon.1-2). El anuncio era, que si no se convertían dentro
de cuarenta días, Nínive sería destruida (v.4).
Era la misma llamada, la misma misión
el mismo mensaje, p ero Jonás había aprendido que a Yahvé no se le
desobedece; y va a Nínive. Era una gran ciudad, necesitó tres días para
recorrerla y predicar el mensaje de conversión a todos sus habitantes. Tiempo,
cuarenta días, número que expresa plenitud. El pueblo pasa de enemigo de Yahvé
a creer en ÉL debido a la predicación de Jonás (cfr. Gn.15,6),
contrapunto de Israel que no se convierte (cfr. Ez.3,4-7), contraste duro pero
real; los ninivitas se convierten, en cambio Israel permanece en su actitud
rebelde. El rey hizo su proclama: “La
palabra llegó hasta el rey de Nínive, que se levantó de su trono, se quitó su
manto, se cubrió de sayal y se sentó en
la ceniza. Luego mandó pregonar y decir en Nínive: «Por mandato del rey y de
sus grandes, que hombres y bestias, ganado mayor y menor, no prueben bocado ni
pasten ni beban agua. Que se cubran de sayal y clamen a Dios con fuerza; que
cada uno se convierta de su mala conducta y de la violencia que hay en sus
manos. ¡Quién sabe! Quizás vuelva Dios y se arrepienta, se vuelva del ardor de
su cólera, y no perezcamos.» Vio Dios lo que hacían, cómo se convirtieron de su
mala conducta, y se arrepintió Dios del mal que había determinado hacerles, y
no lo hizo.” (vv. 7-10). El rey dio ejemplo a su pueblo y éste comprendió que
la penitencia externa, debe ir unida a la actitud interior de vida. La petición
del rey a nombre de su pueblo se cumplió: Dios se compadeció por la disposición
interior que encontró la predicación de Jonás, en el pueblo y no se cumplió la profecía. Es el
triunfo del amor de Dios sobre la maldad y dureza del corazón del hombre.
Condicionado sí no por el culto o mediaciones de sacrificios, muchas veces
criticadas por los profetas, sino por conversión del corazón, cambio de vida. Toda
una lección para Israel, y también para nosotros en este tiempo propicio para
la conversión.
b.-
Lc. 11, 29-32: El signo de Jonás, y el Hijo del Hombre.
A lo largo de la historia los
hombres han pedido signos, ante el silencio de Dios. Primero nos encontramos
con un rechazo de parte de Jesús a realizar cualquier signo con esas
características, y luego, Jesús se declara como el Signo de Dios, para el
tiempo presente. En una situación semejante se encontrará más tarde Pablo,
cuando en Corinto, los griegos le pidan sabiduría, y los judíos, exijan signos
(cfr. 1 Cor.1, 32). Los judíos buscan seguridad, exigen a Dios signos
portentosos, que se manifieste con su poder, liberación de la miseria o la
llegada del Reino escatológico; debían ser signos que no dejen duda alguna de
su presencia. La negativa de Jesús, es definitiva y radical, no les dará ningún
signo, excepto el de Jonás. El Dios trascendente de los judíos, se ha hecho
hombre entre los hombres, para
acompañarlos en esta vida, y hacia la casa del Padre suyo. Es en Jesús de
Nazaret, donde el Dios trascendente y escatológico de los judíos, sigue obrando
prodigios liberadores de todo lo que oprime al hombre, hasta hacerlo partícipe
de su Pascua. En este sentido, se puede decir, que Dios ha dado un signo en
Jonás, que ha perecido en el mar y vuelve a la existencia, como Jesús que de la
pasión y muerte, Resucita glorioso. Este
Signo, carece de todo aquello que
buscaban los judíos: su apariencia externa es humilde. Solo aquellos que tienen
fe, descubren en sus palabras y obras, la realidad de la Resurrección. Salomón,
en todo su esplendor, fue signo para la
reina del Sur, por la sabiduría de Dios que poseía; Jesús declara que ÉL es más
que Salomón. Jonás, predicador del juicio de Dios contra lo ninivitas, movió a
ese pueblo a la conversión; Jesús es más que Jonás. Ha hecho más cosas que
todos los profetas, reyes y justos del
AT.; es el Signo de Dios por excelencia, y sin embargo, los hombres de su
tiempo no le han recibido y no han
creído a su palabra. Los que no han
aceptado a Jesús, en el fondo, no han reconocido que ÉL, es camino hacia el
Padre. También hoy, muchos exigen signos
apodícticos: como quitar la violencia del mundo, el hambre de los pobres,
acabar con los ateos o tibios en la fe, etc., para que el mundo crea en Dios.
Jesús, fue tolerante en el sentido de proponer el evangelio como camino de
salvación, la misma pedagogía sigue la Iglesia al predicar el evangelio a toda
criatura. Estamos en el tiempo de la paciencia de Dios, aprovechemos este
tiempo, convirtiendo el corazón, al evangelio de Jesús, Sabiduría y Resurrección
nuestra.
A la Santa Madre Teresa de
Jesús, le llegó también su hora de convertirse al Señor Jesús, los ejemplos de
los Santos la ayudaron. “Pues ya andaba mi alma cansada y aunque quería
no la dejaban descansar las ruines costumbres que tenía. Acaecióme que, entrando un día en el oratorio, vi una
imagen que habían traído allí a guardar, que se había buscado para cierta
fiesta que se hacía en casa. Era de Cristo muy llagado y tan devota que, en
mirándola, toda me turbó de verle tal, porque representaba bien lo que pasó por
nosotros. Fue tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido aquellas
llagas, que el corazón me parece se me partía, y arrojéme
cabe El con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole me fortaleciese
ya de una vez para no ofenderle... Mas esta postrera vez de esta imagen que
digo, me parece me aprovechó más, porque estaba ya muy desconfiada de mí y
ponía toda mi confianza en Dios. Paréceme le dije entonces, que no me había de
levantar de allí hasta que hiciese lo que le suplicaba. Creo cierto me
aprovechó, porque fui mejorando mucho desde entonces.” (Vida 9,1 y 3).
Lecturas
bíblicas
a.-
Est. 3,6; 4,11-12.14-16.23-25: La oración de la reina Ester.
La primera lectura, es una joya de la literatura del AT, como es la
oración de la reina Ester. Plegaria que eleva a Dios, para salvar a su pueblo
del exterminio decretado por el rey Asuero de Persia.
Viéndose en peligro de muerte, ella y su pueblo, invoca al Señor. Invoca a Dios como Señor, como Rey, como
único Dios. Se da una antítesis del, “sólo” Dios y Ester que se encuentra
“sola”. En Dios, ese término expresa la unicidad, infinitud y omnipotencia de
Yahvé, en cambio, en la reina Ester, viene a significar abandono e impotencia.
La iniciativa que tiene para salvar a su pueblo, es riesgosa para su vida. A
pesar de todo, Ester, sabe por la historia sagrada de su pueblo, que Israel, por
lo que aprendió en su niñez, es el pueblo del Señor, su heredad más querida.
Las promesas hechas a los Patriarcas, siempre las ha cumplido con exactitud. La
evocación de las grandes hazañas realizadas por Dios, engendran la esperanza, que el Señor, de alguna manera actuará en este momento de
aflicción y de posible exterminio de su pueblo. Ester pide palabras acertadas, para cuando se encuentre frente al león, es
decir, frente al rey Asuero, para que pueda cambiar
el odio que siente por los judíos, en odio contra los verdaderos enemigos de su
pueblo Aman y los persas. Busca con ese discurso, salvar a su pueblo del
exterminio, y también salvar su vida. Otra heroína, Judit, pedía con palabras semejantes salvar a su
pueblo Israel (cfr. Jdt. 9,13). Esta
obra de la literatura del AT., posee un gran nacionalismo judío, difícil luego
de compaginar con el amor a todos los hombres, y todos los pueblos que nos pide
el Evangelio de Jesucristo. Lo que se quiere destacar en todo caso, es el poder
de la oración hecha con fe, en momentos difíciles tanto de los pueblos, como de
las personas creyentes.
b.-
Mt. 7, 7-12: Todo el que pide recibe.
El evangelio, nos presenta una
serie de sentencias, que el evangelista reúne en esta pequeña sección. “Pedid,
y se os dará…” (v. 7). Dios ante todo es Padre, preocupado de todos sus hijos.
Será en la oración perseverante, donde le encontraremos siempre, pero nuestra
fe nos debe guiar a reconocer que dependemos de ÉL, que solos no podemos hacer
nada. La oración es un crisol, que acrecienta nuestra humildad, y purifica
nuestra fe, porque ahí nos presentamos como hijos ante nuestro Padre. A nuestro
pedir, sigue que se nos dará; a la plegaria confiada, sigue la concesión de lo
pedido. Tenemos asegurado que Dios nos escucha. Siempre es una oración en Dios,
la de aquel que vive para Dios y confía en Dios. Quien vive su filiación, sabe
que sus peticiones son prontamente escuchadas. Este es el misterio de la
oración cristiana, diálogo con Dios nuestro Padre, para quien vive como
discípulo de Jesús en el Reino de Dios. La condición para obtener lo que se
quiere, es creer que Dios es Padre: “¿O hay acaso alguno entre vosotros que al
hijo que le pide pan le dé una piedra; o si le pide un pez, le dé una culebra?
Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos,
¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que se
las pidan!” (vv. 9-11). Así como los padres saben cómo cuidar de sus hijos, así
también nuestro Padre Dios, sólo que el abismo es incomparable entre ellos,
puesto que Dios, es Tres veces Santo, en cambio los padres son malos, es decir,
inclinados al mal. Lo que sucede es que a veces nos da cosas buenas, que son
para nuestra purificación, como la enfermedad, infortunios económicos o grandes
aprietos, la soledad, que no nos agradan. La fe nos dirá que si vienen de un
Padre tan bueno como es Dios, es lo que más nos conviene.
Finalmente la Regla de Oro:
“Por eso, cuanto deseéis que os hagan los hombres…” (v. 12). Si bien esta Regla
la conocemos por el evangelio de Jesús, es más antigua y otros grupos
religiosos, ya la observaban aparte de los judíos. Debemos tratar a los demás,
cómo quieren que nos traten; se podría decir, que es un principio básico del
trato entre las personas. ¿Dónde está novedad de Jesús? Él nos ha hablado del
amor al prójimo sin medida, incluso hacia el enemigo. Este amor es que el
hermano espera del otro, del compañero en la fe, y lo que él puede esperar de
mí. Ponerla en práctica significa, descubrir todo lo que me alegra o desagrada
debe ser criterio para el trato con el prójimo. Cuando señala que esta es la
ley y los profetas, Jesús quiere decir que esta Regla de Oro, está contenida en
el AT, en lo que a la moral se refiere. Jesús ha venido a dar cumplimiento a la
Ley y los profetas, no ha venido a abolir nada; un cumplimiento con una nueva forma de entender su sentido
más profundo, desde el amor y desde lo interior del hombre, donde habita Dios
Trinidad escondido pero real presencia en el alma cristiana. La fe cristiana
acepta y cuenta siempre con lo todo lo humano, como la sabiduría y la
prudencia, lo noble y verdadero, pero que debe ahora perfeccionarse desde la
visión de Jesús.
La Santa Madre Teresa de Jesús,
siempre fue afable en el trato con el
prójimo, tanto con seglares como con religiosos y religiosas: “Vuestro trato y
lenguaje ha de ser en Dios; quien os quisiere tratar apréndale” (CV 20, 4). O
bien: “Procurad ser siempre afables…con todas las personas que os trataren” (CV
41,7).
Lecturas
bíblicas
a.-
Ez. 18, 21-28: Dios no quiere la muerte del pecador.
La primera lectura es todo un
canto a la vida del hombre que practica la justicia y vive de cara a Yahvé, que
vive con responsabilidad. Luego del destierro de Babilonia, con una Jerusalén
en ruinas, el pueblo, está sin esperanza en el futuro. Será Ezequiel quien se
levante para formular el principio de la responsabilidad personal: “El que
peque ese morirá” (Ez. 18, 20); principio ya anunciado en otros textos bíblicos
(cfr. Jr. 31, 28; 2Re 14, 6; Dt. 30, 15). Si bien es cierto, que el pasado influye y condiciona el presente, sobre todo
cuando hay toda una historia de pecados e injusticias, no se debe recibir como
una carga fatídica, sino que se puede mejorar el presente asumiendo con
responsabilidad la propia existencia y sus exigencias. El profeta cuenta con
que Dios, “no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva” (v.
23). La insistencia de Ezequiel, es que el pecador se convierta en forma
individual, fruto de la predicación de todos los profetas. Ezequiel pasa de
profeta, a pastor de almas, teólogo y sacerdote del Dios Altísimo. Muchos
culpaban a Dios de injusto, por todo lo que estaban pasando, lo que era mucho
más fácil, que convertirse. La respuesta
de Yahvé a semejante juicio: “Vuestro proceder es el que es injusto” (v. 25).
La exhortación de Dios es concluyente: “¡Arrepentíos y viviréis!” (Ez. 18, 32).
La conversión, más allá de empeño personal, es don de Dios, iniciativa suya. La
culpa personal, no disminuye en nada su consecuencia social, y la
responsabilidad en el mal provocado. Dios quiere que el hombre viva, y la
trasgresión de la voluntad divina, manifestada en los mandamientos, es muerte
para el hombre y la sociedad. Yahvé perdona el pecado de quien se arrepiente de
verdad. Arrepentirse, es vivir en Dios y para Dios y su prójimo.
b.-
Mt. 5, 20-26: Reconciliarse con el hermano.
En el evangelio Jesús exige la
práctica de una nueva justicia, es decir, una nueva fidelidad al querer divino
manifestado en el Reino de Dios: “Porque os digo que, si vuestra justicia no es
mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los
Cielos.” (v. 20). Si la santidad predicada por los fariseos consistía en la
observancia de la ley mosaica, Jesús exige algo más, una fidelidad que nazca de
lo interior del corazón del creyente, es decir, un verdadero acto de fe. Lo que
cuenta es la libertad del acto, nacido de la fe y de la adhesión personal a
Jesucristo y su evangelio. El Maestro de Nazaret exigirá el máximo de amor para
vivir el espíritu de la ley, no el mínimo o el formalismo exterior. Se trata de
interiorizar el espíritu de la ley. El homicidio, no es solo atentar contra el
quinto mandamiento, sino que Jesús lo amplía a todo acto injurioso contra el
hermano, como por ejemplo, llamarlo imbécil o encolerizarse contra él (v. 22).
El evangelista, trata de compaginar la novedad de las bienaventuranzas que
proclama Jesús, pero es consciente de la inquietud de sus lectores judíos, que
se preguntan, si esta novedad es independiente de la Ley de Moisés. Se trata de
vivir la nueva justicia, la verdadera justicia, la voluntad de Dios que desde
la Ley alcanza su plenitud en Cristo Jesús. Detrás de la Ley y los Profetas,
está la voluntad de Dios. Jesús viene a los hombres de parte de Dios, no vino a
abolir el AT, sino a dar cumplimiento. La Ley y los Profetas, no es la
revelación definitiva, pero será Jesús quien nos diga cómo hay que llevar a
cabo esa voluntad de Dios hoy. “Quien se enoje…quien lo llame estúpido…o loco”
(v. 22). La ira se puede convertir en un asesinato espiritual, que envilece y rechaza
al prójimo (cfr. Jn. 3, 15). El discípulo de Jesús debe temer tanto a la ira en
su corazón, como al homicidio como acto. Lo mismo, cuando usamos palabras
hirientes, exteriorización de esa ira o maldad. Se destaca el uso de la palabra,
hermano, con se designa al compañero de fe y combate, hermanos en Cristo,
hermanos en el mismo camino de salvación. “Si al presentar tu ofrenda…” (v. 23). Entre los hermanos de fe, debe haber
unión, no se concibe ninguna, división, ni aversión, al contrario, fraternidad,
es experiencia de amor. El símil que usa Jesús enseña que la desunión, rompe la
unión de ellos con Dios. El sacrificio ofrecido a Dios, debe nacer de un
corazón en paz y de unidad entre los hermanos de comunidad. Basta saber que
alguien tiene algo contra mí, para dar el paso que busca la reconciliación, ir
y restablecer la paz. Esta realidad es tan urgente, que debe dejar la ofrenda
ante el altar, e ir a reconciliarme con el hermano. La desunión nos hace
indignos de presentar la ofrenda, una vez reconciliado, entonces seré apto para
ofrecer el sacrificio. Sólo entonces, una vez restablecida la paz, el
sacrificio logra la reconciliación con Dios; la paz entre los hombres asegura
la paz con Dios nuestro Padre. Culto y fraternidad, es decir, vida cotidiana,
quedan de esa forma estrechamente unidas. Cualquier servicio que queramos
prestar a Dios, pierde su valor si no es sostenido por el amor y la unidad
fraternal. La ofrenda y el sacrificio, están supeditadas a estas condiciones
para que adquieran su valor ante Dios. Siempre existe el peligro de privilegiar
el culto, olvidando las obligaciones humanas y morales en nombre de la
adoración de Dios. Los profetas de ayer y de hoy, denuncian este culto
hipócrita. Desde que Jesús ofreció el sacrificio perfecto al Padre en el altar
de la Cruz, una vez para siempre, han sido anulados todos los sacrificios
antiguos de animales, en el templo de Jerusalén (cfr. Heb. 9, 11; 10,11-18). El
cristiano, ofrece cada día, un culto espiritual, presenta su vida con Cristo
Sumo Sacerdote, al Padre, por medio de ÉL al Padre, único Mediador entre Dios y
los hombres (cfr. Rm. 12, 1; 1 Pe 2,5; Heb. 13,15).
La Eucaristía, es la fuente y el centro de toda la vida de la Iglesia, de ahí
la importancia, de revisar cada domingo, como está mi relación con el prójimo
más cercano: en el matrimonio, los hijos, compañeros de trabajo, etc. Con
cuanta delicadeza debemos acercarnos al altar a comulgar, una vez reconciliados
con el hermano y con Dios, en el Sacramento del perdón, para que el culto divino,
siga siendo fuente de paz y bendición para toda la comunidad eclesial.
Santa Teresa, enseña que la
perfección se alcanza con la práctica del amor a Dios y al prójimo. “La
verdadera perfección es amor de Dios y del prójimo, y mientras con más
perfección guardáremos estos dos mandamientos seremos más perfectos” (1M 2,17).
SABADO
Lecturas
bíblicas
a.-
Dt. 26, 16-19: Serás un pueblo consagrado al Señor.
Esta primera lectura es una
ratificación de la alianza que establece las relaciones de Yahvé con su pueblo,
un contrato solemne, en que e declaran los derechos y
los deberes. La fórmula contempla a Yahvé como Dios de Israel e Israel, como
pueblo de Dios. Esta fórmula es para predicarla, por lo tanto, ella vive dentro
del ámbito del culto; en este se mueve, se renueva y actualiza la alianza del
Sinaí. El contenido de la fórmula expresa que Yahvé quiere ser el Dios de
Israel e Israel el pueblo de Yahvé (cfr. Ex. 6,7; Jr.31, 33; Ez.36,28). Cada parte promete y exige algo: Yahvé se compromete a
ser el Dios de Israel, y exige a Israel obediencia a su ley; Israel se
compromete a ser un pueblo fiel, que guardará la alianza, los mandamientos del
Señor; pide ser tenido como el pueblo santo y consagrado al Señor. La fórmula
es jurídica, no es la de un contrato entre iguales, ni tampoco la relación es
creada por ella. La intención del autor sagrado es enseñar que Yahvé es el Dios
creador y salvador de Israel, por su iniciativa amorosa con sus padres, que es
fiel a todos sus descendientes hasta hoy. Las obligaciones de Israel, son una
respuesta a la iniciativa divina, su aporte a ser lo que está llamado a ser: el
pueblo amado y salvado por Dios. La visión del autor, supone que Yahvé es ya
Dios de todo Israel, cuando la realidad, es que Israel es siempre una tarea y
una esperanza, como nosotros. Esta declaración, más bien, supone una toma de
conciencia de lo que quiere y está llamado a ser en la mente de Dios, hecha
realidad día a día. Se resalta la libertad de Israel de aceptar la alianza y su
responsabilidad de asumir una existencia que da sentido a la vida personal y
comunitario, pero del que se priva quien no responde al compromiso. El sentido
de su existencia Israel lo encuentra en escuchar a Dios decir que es su pueblo
y en poder responderle que ÉL es su Dios (cfr. Os. 2,25). Es así como cumple su
misión de ser testigo de un Dios Salvador, que lo redime, en medio de las
naciones paganas (cfr. Jer.13,11; 33,9).
b.-
Mt. 5, 43-48: Sed perfectos como vuestro Padre celestial.
El evangelio nos presenta una serie de sentencias, que el evangelista
reúne en esta pequeña sección. “Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y
odiaras a tu enemigo” (v. 43). Así comienza el evangelio de hoy. En Israel
existía el mandamiento del amor al prójimo (cfr. Lv. 19, 18), entendiendo con
ello a otro del propio país, el de la propia sangre. Más tarde, se amplió al
extranjero que vivía en el propio territorio; se trata de un amor sincero, que
excede el derecho, y desea el bien al otro. El enemigo era aquel que estaba en
contra de la nación, adversario armado con ejércitos, se entendía un ataque
contra la nación, pero también contra Dios. No existía un precepto de odiar al
enemigo, pero la historia de Israel, nos habla de odio irreconciliable contra
las naciones vecinas, con incursiones a otros territorios: Josué y sus
conquistas de la tierra prometida, los reyes emprendían guerras, las heroínas
como Judit y Ester, las luchas de los Macabeos etc. En cambio, Jesús exige un
amor personal por todo ser humano, es más, todo hombre es desde ahora, prójimo
para el que se dice cristiano. Se
quiebra la ley del Talión (cfr. Lev. 24,19-20). Nos exige orar por ese que consideramos nuestro enemigo y perseguidor.
Jesús nos enseña con su ejemplo, lo mismo los discípulos, sufrieron la
denigración por parte de enemigos y perseguidores. Es una participación efectiva
en la Pasión de Cristo Jesús. Esta oración debe abarcar a todos los hermanos,
incluidos los enemigos de Cristo y de su Iglesia. Esta paciencia en el dolor
fue convertida en victoria por los primeros cristianos, y para los que hoy
sufren persecución por el nombre de Cristo. “Así seréis hijos de vuestro
Padre…Porque si amáis…” (v. 45-47). Todo lo anterior,
es para ser auténticos hijos de Dios. Dios es el modelo de la bondad y del
amor, prodiga su bondad sin reserva a buenos y malos. Así como todos los
hombres participan de los dones naturales, así también participan de su bondad
y de su gracia. Debemos asemejarnos en nuestro modo de pensar y obrar al de
Dios, porque poseemos su amor de Padre, fuente de amor al prójimo. Sólo su
reconocimiento de Padre, como hijos suyos, valida todos nuestros obras a favor
de nuestro prójimo. Pero en este tema del amor hay una exigencia que no podemos
olvidar: nuestro amor al prójimo, debe ser superior a lo que dicen y hacen los
escribas y fariseos (Mt. 5, 20). Los publicanos amaban a los suyos, lo mismo que
hacen los gentiles, que no conocen a Dios, por lo tanto, el saludo entre
cristianos es comunicación de vida y de gracia (cfr. 1 Tes. 5, 26). Se trata de
abrir nuestro círculo a todos los hombres, creyentes o no creyentes, porque
hacemos extensivo a Jesús a los compañeros de trabajo, y muchos desconocidos
por medio del saludo y la palabra. La recompensa es ser un buen hijo de Dios,
la participación creciente en la filiación divina hasta llegar a la plenitud
del Reino de Dios. Es mejor pensar en hacer estas obras por amor a ÉL, que
vivir pensando en la recompensa. Lo importante, es saber que tendremos un
premio: en esta vida la filiación divina y en la otra la vida eterna. Jesús
concluye su discurso con: “Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto
vuestro Padre celestial.” (v. 48). La santidad para los judíos, consistía en el
cumplimiento fiel de la ley mosaica, pues a este código contrapone Jesús, su propio
concepto de santidad, que no consiste tanto en la observancia de leyes, como la
respuesta al amor gratuito e incondicional de Dios. La palabra perfecto,
empleada por el evangelista se entiende, no sólo como cumplimiento de la Ley,
concepto muy querido en la teología del AT, sino que Jesús, le añade algo
fundamental: imitar a Dios. Se trata de tener las mismas actitudes de Dios,
pensar y sentir como Dios, sobre todo en el amor. La perfección va a consistir
en amar a Dios y al prójimo, con todo nuestro ser. Toda la vida ascética que
llevamos, empapada por el amor de Dios,
la imitación y configuración con Cristo, es de naturaleza divina, porque es el
impulso de la gracia que el Espíritu nos entrega en los sacramentos y la
oración hacen nuestra vida más perfecta. Pablo nos dirá que “Dios ha derramado
en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo” (Rm.
5, 5). Este amor divino tiende a la vida eterna que sólo nos entrega
Jesucristo, Señor de la vida, porque está vivo y resucitado.
Teresa de Jesús, nos da la
definición clásica de la oración cristiana, para hacer de la Cuaresma, un
espacio orante para preparar la Pascua. Se trata de acompañar a Jesucristo en
su misterio pascual, nuestro propio camino de salvación hasta el alba de la
Resurrección, para tener vida nueva.
“Que no es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con
quien sabemos nos ama. Y si vos aún no el amáis porque para ser verdadero el amor y que dure
la amistad hanse de encontrar las condiciones; la del
Señor ya se sabe que no puede tener falta, la nuestra es ser viciosa, sensual,
ingrata , no podéis acabar con vos de amarle tanto, porque no es de vuestra
condición; mas viendo lo mucho que os va en tener su amistad y lo mucho que os
ama, pasáis por esta pena de estar mucho con quien es tan diferente de vos.”
(Vida 8, 5).
Fr. Julio González C. OCD