PRIMERA
SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO
(Año
Par. Ciclo A)
P.
Julio González Carretti ocd
Lecturas:
Lecturas
bíblicas:
a.-
Is. 42, 1-4. 6-7: Mirad a mi siervo a
quien prefiero.
El profeta abre este capítulo,
presentándonos al Siervo y Ungido del Señor,
personaje misterioso, que encierra en sí los rasgos más sobresalientes,
tanto del pueblo, como de algunos
personajes históricos. Estamos en el primero de los cuatro Cánticos dedicados a este Siervo doliente;
escritos por un discípulo del
Deuteroisaías, en los años del destierro (cfr. Is.49, 1-7; 50,4-11;
52,13-53, 1-12). El Siervo es presentado como un nuevo Adán: “Yo Yahvé, te he
llamado en justicia, te así de la mano, te formé” (v. 6). Tiene la misión de
crear un mundo nuevo, un nuevo orden de las cosas, a través de una Nueva Alianza, realizada con su pueblo
para ser: luz de las gentes (v.6). Con ÉL, todo será nuevo: los ciegos o paganos abrirán sus ojos a la revelación; los
presos será liberados de las tinieblas
del error y del destierro. Otro aspecto de su misión, será implantar el
derecho, o sea, la Torá con las
características propias de un Rey, de un Profeta, y de un Sacerdote muy unidas. Como Rey implementará el derecho y la
justicia en la tierra, más que corresponder el concepto a leyes y su aplicación
en la sociedad, se trata de una acción salvífica, que llega a toda la realidad,
desde los designios de Dios. Como Sacerdote, también, vela por implantar el
derecho, lo mismo, que debe hacer el
rey; como Profeta, anuncia la
voluntad de Dios al pueblo, y a todas las naciones. Sera la voz de Dios para
con su pueblo. Muy distinto a todos los
Reyes, Profetas y Sacerdotes del momento. Es la manifestación humilde de Dios, que por medio de este Siervo,
transforma el interior de los hombres,
reviviendo la llama que está a punto de extinguirse, hasta conseguir
la transformación de los corazones y de
la sociedad deseada por Dios, por medio del
derecho, la justicia y la paz. Este Siervo, será continuamente sostenido
por la acción del Espíritu: en su
Bautismo y en la Transfiguración de Jesús se ve cumplida esta profecía. Hoy es la Iglesia, desde Pentecostés,
el sacramento de salvación universal.
b.-
Hch. 10, 34-38: Dios ungió a Jesús con la fuerza del Espíritu.
Esta lectura, está tomada del discurso
de Pedro, en casa de Cornelio. Comprende, que ya no debe distinguir entre
gentiles y paganos, cualquiera que teme a Dios, y practica la justicia, es
propicio a convertirse al evangelio predicado por Jesucristo. Es la
proclamación universal de la salvación, que obra Dios por medio de su Hijo
Jesús: todos los hombres son iguales ante la oferta de la salvación. Pedro
comprende que el dinamismo del evangelio, fuerza que llega a todas las
naciones, las personas, las razas de la tierra (cfr. Dt. 10,17; Rm. 2,11; Gál.
2, 6). La influencia de la filosofía griega, aceptaba la igualdad de todos los hombres, no así, para
la mentalidad judía, de ahí que para Pedro y los judeocristianos, es un cambio
muy importante respecto a la historia de la salvación. Si Jesús, es el Señor de
todo el mundo, es porque su evangelio es para todos los hombres (v.36; Mt.
28,18-20; Jn.1,1ss; Flp.2,5-11). Pedro alude a la
actividad pública de Jesús en Galilea, comenzando su predicación con su
Bautismo en el Jordán, cómo pasó haciendo el bien, en toda Judea. Destaca el
poder de los milagros y la fuerza con que Jesús libera a los oprimidos por el
demonio (v.37). Todo esto lo realiza Jesús, porque es el Ungido, el Cristo o el
Mesías, sobre quien desciende el Espíritu Santo, es decir, con la plenitud de
Dios, realiza su misión evangelizadora, que posee de su dignidad
mesiánica. Jesús es el servidor de
todos, porque es el Salvador y Señor, de quien busca la salvación.
c.-
Mt. 3, 13-17: Este es mi Hijo amado, en quien me complazco.
En este evangelio, nos presenta el Bautismo
de Jesús en dos momentos: su diálogo con Juan (vv.13-15), su salida del agua y
la manifestación del Padre respecto de su Hijo (vv.16-17). Encontramos en la
primera parte, el mayor y mejor testimonio sobre Jesús, de
parte de Juan Bautista, del Espíritu Santo, y del Padre eterno. Es Juan,
quien lo reconoce en la fila de los pecadores para bautizarse (cfr. Jn.1, 29-37).
El Precursor contempla frente a sí al Mesías y el abrirse los cielos, y al
Espíritu Santo descender en forma de paloma, sobre Jesús. La voz inconfundible
del Padre: “Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco” (v.17). Asistimos
a la investidura de Jesús de Nazaret, como Mesías, como Salvador; estamos al
inicio de su misión profética. Jesús viene a bautizarse. ¿Por qué se humilla
así? Si es más fuerte que Juan, lleno de los dones del Espíritu, y viene juzgar
las acciones de los hombres, sin embargo, comienza juzgando su propia vida. El
que bautizará con Espíritu Santo, se acerca para ser lavado con agua. Juan
procura disuadirle con su pregunta (n.14), pero no comunica al pueblo la
presencia de Jesús en medio de ellos, sin embargo, le pide ese bautismo que
acaba de proclamar como superior al suyo, signo de los nuevos tiempos del
Mesías (cfr. Mt.3, 11-12). El mayor nacido de mujer, traza la división entre su
tiempo y el del Mesías, además cualquier bautizado, es más grande que Juan,
porque él es el más pequeño en reino de los cielos (cfr. Mt.11,11). Más que humildad de parte de Juan, o su deseo de
salvación, reconoce que los tiempos del más fuerte han comenzado, consecuencia
de su predicación, por lo mismo, el que
bautiza con Espíritu, deja atrás su bautismo de agua y penitencia. Jesús quiere
que ambos cumplan con toda justicia; solidariza con Juan, respecto a lo que les
fue encomendado: hacer dócilmente lo que Dios quiere. Es el camino de la
justicia el que conduce a la vida verdadera por la que vino Juan, el mismo que
ha comenzado a recorrer Jesús, identificarse profundamente con la voluntad de
Dios (cfr. Mt. 21,32). Bautizarse era algo querido por Dios, el que era sin
pecado, se identifica con los pecadores; obra como un justo, que satisface la
justicia salvífica de Dios, preparando así el bautismo de los futuros
cristianos (cfr.Jn.8,46; Hb.4,15; Lc.7,29-30;
Mt.3,6;28,19; 2 Cor.5,21). En una
segunda parte, Jesús sale del agua, se abre el cielo y ve el Espíritu Santo
descender sobre ÉL en forma de paloma. Nadie parece notarlo con el que el autor
quiere dejar claro que es una experiencia personal; ocurre entre el Padre y el
Hijo, dentro de una espacio divino (cfr. Mc.1, 10; Lc. 3,21s, Jn.1, 3). Es la obra
del Espíritu, principio de vida y actividad, toma posesión de Jesús, en función
de la evangelización que va a comenzar dentro de poco (cfr. Mt.1,18. 20; Is.61,1). El Mesías, es movido por el Espíritu,
para la misión que Dios le encomendó. Al silencio que sobrevino al descender el
Espíritu, lo acompañan las palabras del Padre, que manifiesta su predilección
por este hombre que está a la orilla del agua, es su amado Hijo, el único,
donde se destaca el amor que experimenta de parte de su Padre. A nadie había
llamado así Dios en la antigüedad, lo que denota un misterio de filiación
nuevo, conocido hasta ahora sólo por Jesús, ignorada su persona y misterio por
entonces por los circundantes. Misterio de fe que la Iglesia proclamará más
tarde a todas las naciones. El Padre
manifiesta su predilección por Jesús. Le complace todo lo que dice y hace, su
persona, su vida y tribulaciones, su actividad llevará el sello divino, su
reconocimiento. Desde esta visión Jesús
es el verdadero Siervo de Dios anunciado por el profeta, el Hijo, lo que
destaca el carácter mesiánico y propiamente filial de su relación con el Padre.
El mayor regalo que nos hicieron nuestros padres, además de darnos la vida, fue
hacernos bautizar, ser cristianos, para ser contado en esa muchedumbre de
testigos que desde el cielo nos estimulan a ser también nosotros, en nuestro
tiempo: testigos de Jesús Resucitado.
Santa Teresa de Jesús, nos invita a
considerar con Quién estamos unidos por la fe y qué vida debemos llevar como
cristianos. Renovemos nuestra adhesión a Jesucristo rememorando nuestro
Bautismo: “Nosotras estamos desposadas con el Señor, y todas las almas por el
bautismo” (CE 38,1).
NB: Con la fiesta del Bautismo se termina el Ciclo de Navidad y comienza el
Tiempo Ordinario.
Lecturas
bíblicas
a.-
1Sam. 1,1-8: Su rival insultaba a Ana porque el Señor la había hecho estéril.
b.-
Mc. 1, 14-20: Convertíos y creed en la buena noticia.
Jesús comienza su ministerio, luego de
la misión de Juan, o mejor después de su encarcelamiento. El término, “fue
entregado” (v. 14), viene a significar, que el ministerio de Jesús, no va ser
paralelo al de Juan, porque éste representa al AT. Ese es el significado de:
“El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en
la Buena Nueva” (v.15). Comienza su ministerio en Galilea, tierra de judíos y
paganos, con lo cual ya se perfila por dónde irá la predicación del evangelio.
Jesús predicaba la Buena Nueva de Dios, quiere decir, que Dios en sí es la
buena noticia, que se revela como gracia y ternura, del reino de Dios, que está
entrando en la vida de los hombres por la predicación. Del Reino de Dios habían
hablado los profetas, la novedad está en que Jesús lo hiciera en Galilea,
provincia civil siempre sospechosa de sincretismo, y no en Jerusalén, la sede
del gobierno y del templo. La colaboración del hombre consiste en un cambio de
mentalidad, la metanoía, es decir, adhesión a la Buena Nueva. En la sociedad de
los tiempos de Jesús, cada grupo religioso-político, entendía el Reino de Dios
según sus necesidades y expectativas, aunque para todos revestía un carácter
escatológico, era el cumplimiento de lo anunciado por los profetas. De ahí que
no fuera fácil para Jesús, darse a entender a sus discípulos, y las gentes que
lo escuchaban, sobre todo, cuando se lo presentaba como Mesías. El Reino
proclamado por Jesús viene del cielo, por lo mismo, milagroso, sobrenatural. La
conquista del Reino se hace con paciencia, porque crece en el hombre sin que él
sepa cómo (Mc. 4, 26-29). Si se acoge con fe, humildad y obediencia, significa,
que ha entrado en la órbita de ese Reino, que ha llegado sin su trabajo o
esfuerzo, sino que para él es realmente, Buena Noticia.
En un segundo momento, Jesús llama a
sus cuatro primeros discípulos. Marcos, siempre muy parco en noticias nos habla
cómo se dan las cosas cuando Jesús llama a su seguimiento. Lucas, justifica la
llamada, luego de la pesca milagrosa (cfr. Lc. 5), Juan, nos dice que Pedro y
Juan eran discípulos del Bautista (cfr. Jn. 1, 35). Según el evangelista, ante
la llamada de Jesús, no queda más que obedecer. Sólo nos dice que Pedro y Juan
eran pescadores; los llamados están en su trabajo, por lo tanto, no estaban
preparados, Jesús los llama desde su vida cotidiana. Otra particularidad es que
Jesús llama a sus discípulos, los escoge, al revés de lo que hacía con los
rabinos sus discípulos, ellos los
escogían para ser sus maestros. La llamada en Cristo Jesús, equivale a
la palabra que crea la decisión de seguirlo (cfr. Sal. 33, 9; Is. 55, 10ss). De
ahí la inmediatez de la respuesta, sin objeciones de parte de los pecadores, es
el momento de la gracia que actúa eficazmente. Seguir a Jesús es fruto de la
gracia contenida en la llamada, es decir, en su palabra. Seguirle, es
esencialmente obediencia activa, dejar todo lo que impide dicho seguimiento
(cfr. Dt. 8,19; 1Re. 18, 21). Marcos, da por entendido que los llamados
reconocen en Jesús al Hijo de Dios, para seguirle con esa inmediatez. Sólo a
Dios se le sigue y obedece como lo presenta el evangelista. Esto es importante
dejarlo claro, sólo a Jesucristo se obedece en la comunidad eclesial, ya que
los responsables de ella, también deben obedecer, porque sólo ÉL es Dios. Los
responsables son ministros, servidores de sus hermanos de comunidad. Como
resucitado en medio de su comunidad, Jesús sigue llamando al hombre a su
seguimiento. Como el profeta, hay que dejarse seducir por el llamado y por ÉL
que llama a seguir sus huellas desde la vida cotidiana donde nos encontremos.
Teresa de Jesús cuenta con los amigos
más íntimos de Jesús, los santos, los que se han tomado en serio el Evangelio.
“Era yo muy devota de la gloriosa Magdalena, y muy muchas veces pensaba en su
conversión” (V 9,2).
Lecturas
bíblicas
a.-
1Sam.1,9-20: El Señor se acordó de Ana, y dio a luz a
Samuel.
b.-
Mc. 1, 21-28: Les enseñaba con autoridad.
Este evangelio nos presenta la
diferencia esencial entre los que hacían los escribas, que interpretaban a los
profetas y la palabra de Jesús que se presenta con una autoridad a la hora de
enseñar como un auténtico profeta, revestido de un poder que viene de Dios. Lo
vemos enfrentado por primera vez ante el caso de un endemoniado. Lo importante
para el evangelista es la actitud de Jesús frente a estas manifestaciones que
podían ser enfermedades mentales, epilepsia o verdadera posesión diabólica. Él
actúa con poder y es así como expulsa a los demonios: “¿Qué tenemos nosotros
contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú: el
Santo de Dios.» Jesús, entonces, le conminó diciendo: «Cállate y sal de él.» Y
agitándole violentamente el espíritu inmundo, dio un fuerte grito y salió de
él.” (vv. 24-26). El poder de Dios que porta Jesús, obra desde el comienzo a
favor del hombre. Él venía a liberar al hombre del pecado, pero también, de la
enfermedad, el mal y la muerte, cosas no queridas por Dios; busca para el
hombre la felicidad. Jesús anuncia el
reino de Dios, pero también hace las obras, libera al ser humano de su dolor.
La reacción de los asistentes es importante considerarla: “Todos quedaron
pasmados de tal manera que se preguntaban unos a otros: «¿Qué
es esto? ¡Una doctrina nueva, expuesta con autoridad! Manda hasta a los
espíritus inmundos y le obedecen.» Bien pronto su fama se extendió por todas
partes, en toda la región de Galilea.” (vv. 27-28). La palabra de Jesús libera
de toda posesión que esclavice al hombre, porque lo que quiere es la libertad
del hombre frente a Dios y poder oírle y seguirle para hacer de su existencia
un auténtico discipulado. La comunidad eclesial ofrece momentos claves para el
encuentro con Jesús: la Eucaristía dominical, la lectura asidua de la Palabra y
la oración frecuente como diálogo con quien sabemos nos ama. El Sacramento de
la Reconciliación es otra fuente de liberación interior, donde Jesús despliega
todo su poder sanador.
Teresa de Jesús sabe que con la
oración y las obras, ayuda tanto a la Iglesia como los teólogos y predicadores.
“Todas ocupadas en oración por los defensores de la Iglesia y predicadores y
letrados que la defienden, ayudásemos en lo que pudiésemos a este Señor mío”
(CV 1,2).
Lecturas
bíblicas
a.-
1Sam.3,1-10.19-20: Habla, Señor que tu siervo te
escucha.
b.-
Mc. 1, 29-39: Curó a muchos enfermos de males.
La curación de la suegra de Pedro, es
la primera acción de este tipo que narra el evangelista Marco; pasado el
sábado, seguirá sanando de sus males a
muchos enfermos; junto a las expulsiones de demonios, manifestación de la
llegada del reino de Dios al hombre, el reino de Satanás, tiene los días
contados (v. 34). En una jerarquía de importancia, será la predicación de la
palabra de Dios lo más importante, esa es su misión, para eso ha venido, ella
llega directamente a los hombres (v. 38). Las curaciones que realiza Jesús, son
signo de la salvación que Dios reserva a los hombres, pero siempre late el
peligro de quedarse en lo externo, la liberación de ciertos males, sin
profundizar lo suficiente el hecho salvífico que está aconteciendo. Contrarresta
esta actitud, una tentación de mesianismo fácil, la búsqueda de la soledad para
orar al Padre que tiene Jesús (v. 35). Pasado el sábado Jesús sigue en casa de
Pedro, la gente lo espera para sanar a muchos de sus enfermedades y nuevamente
expulsar demonios, pero la intención del evangelista es mostrar la compasión de
Dios con esos enfermos, pero los hombres no lo entienden así y sólo buscan la
curación (v. 37). Cuando menciona los demonios deja claro que Jesús no les
permitía hablar porque sabían quién era (v. 34), quiere que hablen los hombres
y reconozcan el poder sanador de Dios, reflexión que les lleve a comprender el
sentido de esas acciones realizadas por el maestro de Nazaret. Consciente de su
misión, Jesús nutre su actividad con la oración solitaria, comunión con su
Padre del cielo, para seguir, en otro pueblo la predicación, evitando todo
protagonismo, porque para eso ha venido. La Iglesia primitiva aprendió que esa
generosidad a la predicación es el primer paso para llevar a los hombres de
todos los tiempos a las fuentes de la salvación. También hoy Jesús sigue
sanando, desde lo interior al hombre por la fuerza de su Espíritu con la
palabra de vida y luz venida del cielo para liberar de toda esclavitud. La
buena fama de Jesús es aurora de la entrada del Evangelio en nuestras vidas.
La Santa Madre Teresa siempre tuvo
mala salud, sin embargo, eso no la detuvo para emprender grandes empresas. San
José fue su médico celestial. “Determiné
acudir a los médicos del cielo para que me sanasen, que todavía deseaba la
salud…pensaba que serviría mucho más a Dios con salud” (Vida 6,5).
Lecturas
bíblicas
a.-1Sam.4,1-11:Derrotaron
a los israelitas y el arca de la alianza fue capturada..
b.-
Mc. 1, 40-45: La lepra se le quitó y quedó limpio.
La situación del leproso en tiempos de
Cristo era triste, porque prácticamente eran muertos en vida (cfr. Jb. 18,13).
Vivían aislados, a las afueras de las ciudades, eran proscritos como pecadores,
se pensaba que habían cometido pecados graves y por eso recibían ese castigo
divino. El sacerdote debía certificar su curación (v. 44), mas Jesús no quiere
ser conocido como taumaturgo, pero sus obras hablan por sí solas. A la
prohibición de Jesús de comentar el hecho, la noticia de la curación se
extiende rápidamente. La voluntad de Jesús permanece: ocultarse en lugares
solitarios, más la gente lo busca (cfr. Mc. 3, 7-12). ¿Por qué Jesús pretende
ocultar su divinidad? ¿Qué persigue Marco con esta idea? El evangelista nos
presenta a Jesucristo como siervo obediente a Dios que realiza su misión
evangelizadora y quiere ocultar su dignidad y divinidad, pero al mismo tiempo
sale de ÉL una fuerza de atracción muy poderosa que mueve a las gentes
(cfr.Lc.6,19). El evangelista cree en la gloria de
Jesús después de su Resurrección y Ascensión al cielo, como Hijo de Dios
exaltado a la diestra del Padre, fundamento de toda su actividad en este mundo.
Quiere ir por el camino de la humildad y la obediencia, antes de su Resurrección,
camino de dolor y de cruz. Su propósito es evitar centrar la atención sobre su
persona y actuar como heraldo del Evangelio únicamente. Por este motivo vemos
situaciones aparentemente contradictorias y tensas que presenta el evangelista:
Jesús va a todas las aldeas de Galilea para predicar, pero huye de las
multitudes y se dirige a lugares solitarios (Mc. 1, 39. 45); sana al leproso,
le prohíbe hablar del hecho, pero que certifique su curación un sacerdote del
templo (v.44). Más adelante va al lago con sus discípulos, pero cuando las
turbas lo cercan, sana nuevamente a muchos, pero prohíbe a los demonios lo
delaten (Mc. 3, 7-12). Reúne a los que serán sus discípulos y los envía de dos
en dos, luego se retira con ellos, pero una vez más se compadece del pueblo que
lo ha seguido al desierto (cfr. Mc. 6, 10.
7-13. 34). De todo esto se desprende que Jesús era un gran predicador, un
taumaturgo extraordinario que sana los males de la multitud, pero que al mismo
tiempo, mantiene distancia frente a la multitud. El evangelista centra todo su
misterio en la filiación divina, que la resurrección devela con todo su poder y
significado. En esta vida Jesús sigue el camino de la obediencia y la humildad,
es la interpretación creyente de las actitudes de Jesús y plantearon
interrogantes a los que lo acompañaron en esas jornadas misioneras. La actitud
humilde del leproso y por lo mismo confiada, hace que Jesús se sienta movido a
compasión y lo sana. La cólera de Jesús, no es porque el leproso actúe contra
la ley, sino contra Satanás que lo ha entregado a la muerte (v. 41; cfr. Lv.
13,41-46). Tocar al enfermo, gesto de curación, toca lo intocable, era un
leproso y responde a la petición del enfermo: “Quiero; queda limpio” (v. 41).
La frase: “para que les sirva de testimonio” (v. 44), se dice nos sólo para que
crean los que han contemplado el milagro, sino, que se un testimonio divino
para los que no creían en Jesús (cfr. Mc. 6, 11; 13,9). Hay que añadir que este
ex leproso se convierte en predicador, pregonero de lo que Jesús hizo en él.
Después de la resurrección se comprenderá esta acción: el leproso fue rescatado
de la muerte, porque Jesús es dador de salud y vida. Pese a sus esfuerzos por
ocultarse, la intuición de las multitudes que captaban la fuerza que salía de
Él era cierta, pero no todos la percibieron. Era la luz en medio de la
oscuridad, que Jesús recorrió en obediencia al Padre camino de la gloria de la Resurrección.
En la Iglesia hay miles de personas que apuestan por los marginados de hoy:
hambrientos, refugiados, ancianos, encarcelados, enfermos etc. Éstos han comprendido
que el amor no margina a nadie, como Jesús, ellos hacen presente el Espíritu
sanador y el amor del Padre por cada uno de sus hijos necesitados.
Hay que asumir la falta de salud,
como signo de madurez y humildad, pero
no detenerse sólo en ello, sino que seguir adelante. Santa Teresa aprendió al
ritmo de alegría y sinsabores todo esto en medio de grandes trabajos. “Si no
nos determinamos a tragar de una vez la muerte y la falta de salud, nunca
haremos nada” (CV 10, 8).
Lecturas
bíblicas
a.-
1Sam.8, 4-7.10-22: Gritaréis contra el rey pero Dios no les responderá.
b.-
Mc. 2, 1-12: El Hijo de Dios tiene poder para perdonar pecados.
Jesús regresa a casa de Pedro. Le
traen un paralítico, que debido al gentío, es descolgado por sus amigos desde el
techo donde se encontraba Jesús. Sus primeras palabras son para el enfermo:
“Hijo, tus pecados te son perdonados”. Estaban allí sentados algunos escribas
que pensaban en sus corazones: “¿Por qué éste habla así? Está blasfemando.
¿Quién puede perdonar pecados, sino Dios sólo?” (vv. 5-7). Aquí está en eje del relato, Jesús declara la potestad
del Hijo de Dios para perdonar pecados sobre la tierra (v.10), poder que la
Iglesia mantiene vivo porque ÉL se lo entregó para reconciliar a los hombres
con Dios. La curación de la enfermedad y
el perdón de los pecados están muy relacionados. El perdón de los pecados rompe
la idea que se tenía, que las enfermedades eran consecuencia de pecados graves.
Cuando Jesús perdona los pecados, elimina la raíz del mal y al desaparecer la
enfermedad, es fruto de la curación,
confirmación que sus pecados han sido perdonados. Si Jesús puede realizar lo
más difícil como el sanar a un enfermo, algo comprobado, bien podía perdonar
los pecados de ese hombre. Ahí está demostrada la potestad de Jesús de perdonar
los pecados; su palabra no era vana, al contrario, creadora. Con ello vence a
sus adversarios, los escribas, ¿podía Dios darle la facultad de perdonar los
pecados a un blasfemo, como lo declararon ellos, o devolverle la salud a un
enfermo de parálisis? A la pregunta de
Jesús: “¿Qué es más fácil, decir al paralítico: "Tus pecados te son
perdonados", o decir: "Levántate, toma tu camilla y anda?" Pues
para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar
pecados - dice al paralítico -: "A ti te digo, levántate, toma tu camilla
y vete a tu casa."» (vv. 9-11). La comunidad primitiva comprende que
perdonar pecados es lo más importante, la acción más poderosa que realiza Jesús
Resucitado, porque tiene el poder para hacerlo (cfr. Jn. 20, 22). La acción
salvadora de Dios no está al final de los tiempos, sino que está actuando hoy,
de la que participa la comunidad eclesial ahora, y que comienza con el perdón
de los pecados. Dios misericordioso, se vuelve compasivo con el pecador y el
enfermo, lo reconcilia primero para introducirlo luego en las vías de la
salvación. La conexión causal, enfermedad pecado queda rota y la comunidad
cristiana se liberó de ese concepción judía. La verdadera salvación está en la
reconciliación con Dios que se realiza con el perdón de los pecados. El Hijo
del Hombre perdona los pecados por potestad propia, él mismo que vendrá con
poder y gloria al final de los tiempos ejerce
ya ese derecho de perdonar los pecados de los hombres en la Iglesia
hasta su manifestación definitiva.
Teresa de Jesús se sabe pecadora pero
profundamente amada por Jesús salvador. “En los santos que después de ser
pecadores el Señor tonó a Sí hallaba yo mucho consuelo, pareciéndome…que como
los había el Señor perdonado, podía hacer a mí; salvo que una cosa me
desconsolaba, como he dicho: que a ellos solo una vez los había El Señor
llamado y no tornaban a caer, y a mí eran ya tantas que esto me fatigaba. Mas
considerando en el amor que me tenía, tornaba a animarme, que de su
misericordia jamás desconfié; de mí, muchas veces” (V 9,7).
Lecturas
bíblicas
a.-
1Sam. 9,1-4.17-19; 10,1: Ese es el hombre; Saúl regirá a su pueblo.
b.-
Mc. 2, 13-17: No he venido a llamar
justos sino pecadores.
Este relato evangélico deja en claro
la actitud básica de Jesús respecto de los pecadores: ha sido enviado precisamente a los pecadores, sobre los
cuales el Padre quien volcar su misericordia. Hay que destacar también que esta
actitud Jesús la lleva adelante independientemente de la opinión de los
hombres, en este caso concreto, de los escribas y fariseos (v.16). Es
precisamente en casa de Leví, un pecador público, un recaudador, también
llamado Mateo (cfr. Mt. 9, 9). Todos estos tenían fama de ladrones e impuros
pues debían tratar con paganos (cfr. Lc. 19, 1-10; Lc. 19,8), el pueblo los
odiaba. Jesús pasa por sobre todas esas opiniones y llama a Leví a su seguimiento
y éste renunciando a todo va tras sus huellas. Es la confianza divina que llama
a los pecadores. El banquete se celebra en casa del propio Leví, Jesús se
sienta con publicanos y pecadores, gesto contrario a la ley, pues se contamina
al tener contacto con ellos, sostenían los doctores y fariseos. Jesús que los
oye hablar así les enseña: “No necesita médico los sanos, sino los enfermos; no
he venido a llamar a justos son a pecadores” (v.17). Deja entrever claramente
el cometido de su venida: llamar a los pecadores y no a los justos. Todo esto
nos lleva al misterio de la voluntad divina respecto a los pecadores: Jesús
está muy unido a Dios, conoce el querer divino, pero también conoce la
fragilidad humana frente al pecado, por eso come con ellos. Es precisamente en
un festín, en esa comunión alegre, donde manifiesta su voluntad y razón de su
venida y estadía entre ellos. En ese banquete, Jesús, no sólo expresa su
voluntad, sino que también es manifestación de su humanidad. Comparte la
alegría, la comida y la bebida, habla con todos; no busca un encuentro
exclusivo, no hace separación entre justos y pecadores. También los pecadores
dejan espacio para acoger la llamada de Dios, precisamente porque conocido el
desconsuelo y tristeza lejos de Dios, están mejor capacitados para un mayor
amor a Dios que lo que se consideran puros porque observa perfectamente la ley
de Moisés. Jesús ama a los pecadores con amor humano y divino, no condena a los
justos, porque no necesitan de ÉL como los enfermos y pobres, lo que la
sociedad considera pecadores. Sin embargo, Jesús viene por todos como también
exige a todos la conversión (cfr. Mc. 1, 15). Sólo quien asume una condición
pecadora y se humilla ante Dios Padre, conocerá el amor salvador y
misericordioso en su vida. Esos comensales del banquete, en especial, los
publicanos y pecadores, representan a todos los que siguen a Jesús y que en la
Eucaristía se sientan a su mesa para escuchar
su palabra y compartir el pan de la vida cada domingo.
Santa Teresa de Jesús ora por los
pecadores, porque de ellos salió, guiada por la misericordia de Jesús salvador.
“¡Oh, qué recia cosa os pido, verdadero Dios mío, que queráis a quien no os
quiere, que abráis a quien no os llama, que deis salud a quien gusta de estar
enfermo y anda procurando la enfermedad! Vos decís, Señor mío, que venís a
buscar los pecadores; éstos, Señor, son los verdaderos pecadores. No miréis
nuestra ceguedad, mi Dios, sino a la mucha sangre que derramó vuestro Hijo por
nosotros. Resplandezca vuestra misericordia en tan crecida maldad; mirad,
Señor, que somos hechura vuestra. Válganos vuestra bondad y misericordia.”
(Excl. 8,3).