QUINTA SEMANA DE
PASCUA,
(Año Par. Ciclo A)
P. Julio González Carretti ocd
Lecturas
bíblicas
En
la primera lectura, a la sana convivencia de la primitiva comunidad cristiana
de Jerusalén, se añade un nuevo servicio, el de los diáconos. Las viudas se
quejan, que no son atendidas en sus necesidades materiales, o la ayuda a los necesitados. Si bien en la comunidad
todos eran judíos, otros eran venidos de la diáspora, es decir, eran de habla
griega. La solución mejor que encontraron los apóstoles fue seleccionar siete
varones insignes y probos en la fe y virtudes cristianas, Lucas añade, llenos
del Espíritu Santo (v. 3), para encargarse de la ayuda a los pobres, con la
predicación de la palabra y la caridad. Los apóstoles seguirán con su
ministerio de evangelización. Los siete diáconos tienen nombres griegos:
Esteban, Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Pármenas, Nicolás; los apóstoles les
impusieron las manos, orando por ellos y su futuro ministerio. También hoy el
ministerio de los diáconos es un gran servicio a la Iglesia, servicio que hay
que promover, para renovar la comunidad eclesial en su entrega y dedicación a
Dios y a los hombres.
Hasta
el momento el apóstol nos ha presentado la vida cristiana de lo que significa
ser santos (cfr.1Pe.1,13-21); la regeneración por la
palabra y el misterio pascual (cfr.1Pe.1,22-25), y lo que nos propone hoy la
vida cristiana como sacerdocio a la luz de Cristo, piedra angular de la Iglesia
(cfr.1Pe.2, 4-10). Todo tiene como trasfondo la preparación de la Pascua del
AT, completada por la nueva luz del Nuevo Testamento (cfr. Ex.12, 21-28). A medida que leemos el texto aparecen títulos
para el nuevo pueblo de Dios, que se habían pronunciado para el antiguo Israel:
raza elegida, por haber sido escogida entre todas las naciones (cfr. Ex. 19,5;
Dt. 7,6; 14,2; reino de sacerdotes (cfr. Ex.19,6), capacitados para ofrecer
sacrificios espirituales de la nueva alianza (v.5; cfr.Ex.24,5-8; Ap.1,6);
nación santa porque escogida, por la acción del Espíritu, pueblo adquirido por
la sangre del Hijo de Dios (cfr. Hch.20,28;1Pe.1,19), finalmente, pueblo de
Dios, que atrae no sólo a los miembros de las Doce tribus, sino las naciones
gentiles (v.10; Is.9,1). Esta Nueva alianza, se realiza en torno a la nueva
roca, una piedra viva que es Cristo Resucitado; la antigua alianza se llevó a
cabo a los pies del Sinaí, piedra a la que,
el pueblo no podía acercarse, bajo pena de muerte, aquí ahora todos
pueden acercase a ÉL (vv.4-8; Ex.19,
23). Este pueblo puede reunirse en torno a una persona, que fue rechazado,
muerto, pero escogido, resucitado. Los cristianos en torno a Jesucristo, formar
una templo espiritual, que ofrece no rito sino actitudes espirituales,
personales, no abluciones, sino compromiso de fe (vv.5-8; cfr. Rom.12,2; Hb.13,16). De ahí que los cristianos ofrecen sacrificios
de orden moral, conversión incesante, caminar hacia Cristo. La palabra cual
leche espiritual alimenta y nutre el proceso bautismal de conversión la
permanente renovación de los fieles (cfr.1Pe.1,22-25).
Finalmente, los cristianos constituyen el nuevo y verdadero Israel, con las
mismas prerrogativas que tuvo el antiguo pueblo de Dios (v.9; cfr. Ex.19,5-6; Is.43,20-21). Los discípulos están seguros de ser el
nuevo Israel, por el conocimiento personal que tenían del Resucitado, la piedra
del nuevo pueblo. La Iglesia de Pedro se reconoce como el nuevo pueblo
escatológico, en el que se cumplen todas las promesas del antiguo Israel. El
hecho de la muerte y resurrección de Cristo, s para la Iglesia, tan importante
como la revelación de Yahvé en el Sinaí. Tal acontecimiento es el núcleo de la
constitución del nuevo pueblo y fundamento de su sacerdocio real. Las tablas de
la antigua alianza son sustituidas por una Persona, Cristo, que se ofrece en
sacrificio por amor a toda la humanidad, que ofrece una nueva alianza cimentada
en un corazón nuevo, capaz de ofrecerse totalmente a la voluntad del Padre y
edifica el templo espiritual lugar donde se ofrece el único culto agradable a
Dios. Se trata del sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial
no se excluyen, sino que se complementan, son dos ministerios diferentes en
esencia y en grado, pero ambos,
participan del único sacerdocio de Cristo (cfr. LG 10). Este sacerdocio de los
fieles se vive desde el bautismo, con el testimonio de vida y la oración,
auténtico sacrificio de ofrecer la propia existencia con todos sus trabajos,
dolores y alegría, día a día en el altar del propio corazón. Es el culto en
espíritu y en verdad al Padre, que concretamos en la celebración eucarística,
culto espiritual que enseñará Pablo (cfr. Rm. 12, 1). El Padre que se construya
un pueblo en torno a la nueva piedra, lo que es anterior a toda fe individual.
De ahí que la celebración eucarística tiene todas estas características: pueblo
de Dios en acto de ofrecer el sacrifico espiritual, cuando responde todo él al
llamado divino, y cuando ofrece, como sacrificio su fe en Jesús resucitado y
confiesa su adhesión a la nueva ley de amor que Cristo proclama como mandato a
su pueblo.
El
evangelio nos presenta la revelación del
Padre, y cómo llegar a ÉL. La
marcha de Jesús, que les preocupa sobre manera a los discípulos, posee un
secreto: la realidad del Padre. De ÉL ha venido Jesús, a ÉL retorna, pero no
sólo, sino que sube con todos los redimidos. Esa relación con el Padre, que los
discípulos conocen, es raíz y origen de toda su existencia. La comunidad,
realidad palpable es testigo de cómo la ida de Jesús, es necesaria, para que se
de esa misma relación que tiene con el Padre, en cada uno de sus discípulos. El
Padre lo desea abiertamente, Jesús quiere dar a conocer su misterio (vv. 7-8).
Las palabras de Felipe, son un abrir el misterio de la comunión trinitaria, por
parte de Jesús, porque no sólo se hablará del Padre, sino del Espíritu Santo
(cfr. Jn. 14, 16-17), en el momento
justo en que se constituye la comunidad, manifestación viva del misterio de
Dios cercano y oculto a la vez, comunidad de Amor Trinidad. Vemos entonces, que las palabras de Jesús,
hacen presente la realidad del Padre, su misterio y revelación, pero no se
agota ahí, queda abierto al futuro. “No se turbe vuestro corazón. Creéis en
Dios; creed también mí” (v. 1; cfr. Jn. 11,33; 13,21). La adhesión plena a
Jesús, es también adhesión al Padre (cfr.
Jn. 10,30. 38; 14, 11-20; 17, 21-23). La misma fe, se debe tener en el
Padre, como en el Hijo (cfr. Jn. 12, 44; 1Jn. 2,23). Contando con la fe de los
discípulos, comienza a develar el sentido de su partida: su muerte es un volver
al Padre. Por medio de su resurrección se crea una nueva relación con el Padre,
su humanidad será glorificada. Va a preparar una morada para los suyos en el
cielo, Casa de su Padre, lo que también se pude entender como la presencia
mutua que existe entre el Padre en el Hijo y viceversa, que ahora se abre
también para los discípulos. La casa del Padre es donde Cristo Jesús nos
prepara un lugar (vv.3-4). La pregunta de Tomás (v. 5), busca tomar conciencia
del camino que ellos deben hacer, por eso Jesús afirma: “Yo soy el camino, la
verdad y la vida. Nadie va al Padre si no es por mí” (v. 6). El camino hacia el
Padre está trazado, Jesús lo va a recorrer en su última etapa; los discípulos
lo comenzarán a recorrer con el inicio de la pasión, muerte y resurrección de
su Maestro. Sólo quien entra en el camino de Jesús, comprende que es Vida y
Verdad, no sólo al inicio, sino siempre. Como único camino al Padre, el Hijo
del Hombre, se compara a la escala de Jacob, lugar de la comunicación con Dios
(cfr. Gn. 28,10-22). Jesús es el Camino hacia el Padre, la Verdad y la Vida,
son su explicación. La Verdad con la que se identifica Jesús, es expresión de
Dios, su palabra definitiva en la que todo fue creado. Jesús encarna todo el
proyecto del Padre, como Mediador, Revelador y Salvador. Quien asume este
Camino, encuentra la Vida, sinónimo de la paz mesiánica, pero además la experiencia
del Resucitado y del Espíritu y el encuentro del hombre con Dios en la
eternidad. No duda Jesús en afirmar entonces: “Si me conocéis a mí, conoceréis
también a mí Padre desde ahora lo conocéis y lo habéis visto” (v. 7). La
pregunta de Felipe, expresa la necesidad más profunda de los discípulos: ver al
Padre: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (v. 9). La exclusividad es
absoluta: Jesús es el único Camino hacia el Padre. Ver al Padre se entiende
como comprensión en fe de su misterio, experiencia de su revelación, presencia
de Dios vivificante en la vida del discípulo. Toda la vida de Jesús es obra del
Padre, incluidos los signos y las obras. Mirando al futuro, serán los
discípulos quienes continúen esas obras, que bajo la moción y unción del
Espíritu, serán más grandes que las realizadas por Jesús (v.12). Finalmente, la
comunión tan estrecha que existe entre Jesús y su comunidad, imagen de la que
ÉL tiene con el Padre, ahora le corresponde a ella, a la comunidad, expresarla
como lo hizo Jesús a sus discípulos. Esta es la nueva dimensión en que ingresan
los discípulos, y nosotros, gracias al camino que Jesús abre en su retorno al
Padre. La experiencia que tengamos de Jesús es ya haberse puesto en camino
hacia la morada del Padre.
Traer
memoria de la vida eterna, es vivir el evangelio puesta la mirada en Cristo,
camino, verdad y vida nuestra, en ejercicio de santa esperanza. Cuanto más
esperemos de esa vida más alcanzaremos, enseña Juan de la Cruz. “Tenga
ordinaria memoria de la vida eterna, y que los más abatidos y pobres y en menos
se tienen, gozarán de más alto señorío y gloria de Dios” (D 87).
Lecturas
bíblicas
La
curación del tullido provoca en el pueblo el deseo de ofrecerles en
sacrificio un toro en honor de Pablo y
Bernabé, como si fueran dioses. Los consideraban dioses que habían realizado un
gran prodigio en el hombre tullido de pies y que ahora puede estar de pie y
caminar. Ellos rompen las vestiduras en señal de indignación, y les exhortan a
que se vuelvan al Dios vivo, el mismo que les entrega la lluvia del cielo y los
bienes de las estaciones y de la tierra.
Las palabras de Pablo si bien no hace referencia a la Escritura ni al misterio de Cristo,
presenta la naturaleza como dominio del Dios vivo, y desde donde despliega sus
dones al hombre para que lo reconozca: Señor de cielo y tierra.
El
evangelio nos propone guardar la palabra de Jesús, ponerla en práctica,
considerarla importante, lo que Jesús ya había anunciado (cfr. Jn.14,15).
Sólo quien observa lo que enseña Jesús, su modo de proceder, lavar los pies de
sus hermanos, ése es quien ama a Jesús no sólo de palabra, sino con obras y
verdad. Quien tiene esta conducta entra también en la comunión divina de Jesús
con el Padre y contará con su amor como cuenta para ÉL. También Jesús le amará
y se manifestará a ÉL. Desde la fe se le abre al creyente por medio de Jesús la
plena comunión con Dios. Los cristianos son amados por Dios, porque el amor del
Padre los une a ÉL, y a través de ÉL, participan de la comunión entre el Padre
y el Hijo. La revelación se comunica, no como doctrina, sino más bien como
participación, comunicación personal de Jesús, y por su palabra comunicación
personal con Dios (cfr. Jn.1,14; 7,17). Pero una vez
más, surge la incomprensión, por parte de Judas, no el Iscariote, cómo se va a
manifestar al mundo sin una relación con ese mundo, como querían los judíos. La
pregunta parece no ser escuchada ni respondida, porque en el fondo no es una
pregunta sino la instancia para hacer la diferencia entre un mundo que queda
sin la revelación de Jesús y la comunidad de creyentes. Cabe el peligro, por
eso Jesús no responde, de querer que Dios se revele de tal manera, que no
queden incrédulos. Tanto la fe, el amor y la revelación tienen su certeza en sí
mismos no dependen de confirmaciones ni del mundo, ni de la sociedad; la fe
descansa en su fundamento último, la palabra de Jesús. Quien la acoge ingrese
en la comunión trinitaria del amor divino. La manifestación de Jesús consistirá
en el amor y la obediencia al Padre, por esto se manifiesta sólo a los
creyentes, no al mundo. El Padre y el Hijo y los apóstoles, forman una
comunidad de amor y obediencia, de amor y verdad, basado en el conocimiento
mutuo. Jesús había comunicado todo, cuanto era necesario a los apóstoles,
quizás no entendieron mucho, pero para ello, les enviará, una vez regresado al
Padre, el Paráclito, el Espíritu Santo les enseñará todo y les recordará todo
cuanto les había anunciado (v. 26; cfr. Jn.14,16ss). Tarea de esta Abogado
divino será profundizar e interpretar la palabra de Jesús en toda su dimensión;
crea y sostiene la vida de la comunidad eclesial, en oposición al mundo
incrédulo. Contiene la idea de dos épocas de la salvación: el tiempo de Jesús y
de la Iglesia. El tiempo de Jesús ha llegado a su fin, es la luz en medio de
las tinieblas (cfr.Jn.12, 35s. 44-50). El Espíritu Santo lo envía el Padre en
nombre de Jesús como Maestro interior (cfr.Jr.31,31-34;Mt.23,2-12).
La autoridad docente del Espíritu, no es otra que la constante autoridad de
Jesús como único Maestro de la comunidad eclesial. Recordar segunda labor del
Espíritu, es la aplicación fructuosa de la revelación de Jesús en nuevos
conceptos para la comunidad eclesial ayer y hoy.
La
única que el Padre, nos entregó, es Jesucristo, enseña San Juan de la Cruz.
“Porque le podría responder Dios de esta manera, diciendo: “Si te tengo ya
habladas todas las cosas en mi Palabra, que es mi Hijo, y no tengo otra” (2 S
22,5).
Lecturas
bíblicas
Concluye
el primer viaje apostólico de Pablo y Bernabé, habían sembrado a manos llenas
la Palabra del Señor, habían conseguido una buena cosecha de fieles. El dolor
de la lapidación sufrida por Pablo a manos de judíos venidos de Antioquía a Iconio, le hace exclamar más tarde. “Es necesario que
pasemos muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios” (v. 22).
Organizar esas nuevas comunidades dejando presbíteros, animando a los fieles a
la perseverancia, y encomendándoles a la gracia y al poder de Jesucristo fue su
apostolado. Vueltos a Antioquia contaron sus experiencias y cuanto Dios había
hecho con ellos y cómo habían abierto la puerta
de la fe a los gentiles.
El
evangelio nos presenta la conclusión de este primer discurso de despedida de
Jesús a sus discípulos donde les deja su paz, antes de partir al huerto de los
Olivos (v.27.31). El concepto paz en su sentido amplio y pleno, es don y promesa, que se entiende
desde el ámbito de lo que Jesús comprende por fe. Su rico significado va desde
el bienestar material, ausencia de guerras, de enemistades personales, hasta la
alegría, la prosperidad, el éxito, la felicidad y la salvación en sentido
religioso (Cfr. Sal.72,2-7). La paz aparece aquí como
la conocida y deseada paz mesiánica, tiempo de una paz universal, prosperidad y
reconciliación entre los hombres, incluso con la naturaleza. En ese sentido se
entiende el canto de los ángeles con el nacimiento de Jesús como Mesías (cfr.
Lc.2,14). Con la aparición del Mesías comienza la era
de la paz escatológica que va desde el buen deseo, el saludo hasta la paz entendida como salvación del hombre y del
mundo entero (cfr. Flp.4,7; Mt.10,34, Lc.12,51;
Jer.6,14, Mt.10,13; Rm.5,1; Ef.2,14). Jesús da su paz, bien escatológico, que
no puede dar sino a los suyos. Esa paz adquiere contenido sólo desde Jesús,
pertenece al donante y no se puede separar de Jesús, porque es ante todo, un don
del resucitado, que incluye el perdón de los pecados (cfr.Jn.20,19.21.26). Este don incluye la creación nueva, distante del
mundo, que también tiene su paz asegurada por las armas, muy distinta de la que
existe en la comunidad de los discípulos
de Jesús. Paradojalmente la paz, que no es de este mundo, gracias a Jesús, está
en el mundo. El lugar de esa paz es la Iglesia, la comunidad de los creyentes
que celebra a Jesús Resucitado, que se deja definir por su palabra. Sin embargo
esa paz de Dios, es combatida por el mundo por ello nos recomienda: “No se
turbe vuestro corazón. Creéis en Dios: creed también mí” (v. 1). La comunidad
no está libre de turbaciones, precisamente porque creen en Jesús, su promesa de
paz se cumple, en medio de esos conflictos. Jesús se va pero vuelve, los
discípulos si realmente aman a Jesús deberían alegrarse, porque Jesús va al
Padre, regresa a Dios. La pascua es comienzo de ese retorno, pero también está
presente en la comunidad eclesial por medio de su palabra, de su Espíritu Santo,
sin dejar de estar junto al Padre. Ambas cosas no se excluyen, es más la ida de
Jesús al Padre, es la condición para su presencia permanente en la comunidad.
El discurso termina con la despedida y marcha de Jesús a su pasión. Es el
enfrentamiento entre histórico y salvífico de Jesús, Hijo y Revelador, y Satanás, príncipe de este mundo (cfr. Jn.12,31; 14,30; 16,11). Durante la pasión Jesús, destruye el
poder de Satanás, hasta convertirse en Kyrios, Señor
(cfr. Jn.4,34); la humanidad ingresa en un nuevo señorío
definida por la voluntad salvífica de Dios, marcada por la cruz y resurrección
de Cristo Jesús.
La
invitación de Juan de la Cruz, es a que
si conocemos a Jesucristo y a su Padre, el Dios de la paz, queramos servirle en
un fecundo silencio, hecho oración que dibuja una nueva realidad para nuestro
entorno con el testimonio personal. “Procure conservar el corazón en paz; no lo
desasosiegue ningún suceso de este mundo; mire que todo se ha de acabar” (D
153).
Lecturas
bíblicas
Toda
apertura a la novedad, crea sentimientos de incertidumbre, pero al mismo tiempo
el miedo lleva a fortalecer los deseos de integrismo. Es lo que sucedió a la
Iglesia de Antioquia, donde algunos judíos venidos de Jerusalén vinieron a
exigir la práctica de las prescripciones mosaicas, como condición para la
salvación. Todo esto es resultado del impacto que causó en la comunidad la
apertura de la Iglesia a los gentiles, con la misión de Pablo y Bernabé y la
visita de Pedro y conversión de Cornelio y su familia a la fe. Fueron
comisionados Pablo y Bernabé para ir a consultar el asunto a los apóstoles en
Jerusalén, dando origen al primer concilio, que optó por la evangelización de
todos los pueblos.
El
evangelio nos presenta el segundo discurso de despedida de Jesús, usa la imagen
de la vid y los sarmientos, trata de las relaciones del Maestro con sus
discípulos y la función de la comunidad. Busca reforzar los lazos que Jesús ya
estableció en el capítulo precedente donde deja claro que quien lo ama cumplirá
su Palabra y la Trinidad hará morada en el alma del creyente (vv.4-5; cfr.
Jn.14,23-24). La imagen que usa Juan posee en el AT,
una significación del Israel, la viña que cuida el propio Yahvé, en el NT será
Jesús quien cuide del nuevo pueblo de la Alianza, la Iglesia. Esta metáfora de
la viña en el AT, establece la relación de la viña con la vid y la fecundidad
(cfr.Is.5,1-7;Jr.2,21;Ez.15,1-6;19,10-14;Sal.80,9-15).
“Yo soy la vida verdadera” (v.1), es una auténtica revelación, Jesús como
revelador del Padre, es la verdad, con fundamento, frente a otras que pretenden
serlo. Sólo Él puede, como Hijo de Dios, designarse como la vida de los
hombres. De alguna manera Jesús ocupa ahora el lugar del pueblo de Israel, su
venida pone fin al culto en el templo de Jerusalén, como a la comunidad cultual
israelita (cfr. Jn.2,13-22; 4,21-26; 8,31-59). De este
modo la imagen de la vid adquiere una dimensión cristológica, es decir fundada
en Dios, que envía a su Hijo, y eclesial, los sarmientos llamados a dar frutos
abundantes. Israel no dio los frutos esperados, ahora se nos enseña cómo
conseguir los frutos (cfr. Is.5, 2-4). Se mencionan dos actividades: cortar los
sarmientos que no dan frutos y la poda de los buenos para que den más frutos.
Permanecer en Jesús apunta al juicio final, que forma parte de la fe en Cristo,
lo mismo que dar frutos. La comunidad y el individuo que dejan de vivir en el amor y la fe serán
cortados, de lo contrario, sólo deben esperar la poda, signo de confianza de
parte del viñador. Estar limpios o puros es la disposición necesaria para dar
frutos, más allá de otro tipo de pureza moral y ritual, el encuentro con la
palabra, pone al hombre en la disyuntiva de creer, conduce a la fe, a la vez
que purifica. Dar fruto más que logro humano, es obra del don de la fe, la
iniciativa es siempre de Jesús. Permanecer en Jesús viene a significar,
confianza y lealtad mutua, condición indispensable para dar frutos abundantes,
al contrario, sin la unión con la cepa el sarmiento no puede hacer
absolutamente nada. Lo medular del
discurso está en la identificación que hace Jesús con la vid en su totalidad,
vid y sarmientos, son una sola cosa (v.5). Sólo la unión con ÉL asegura los
frutos deseados, la separación trae consigo la infecundidad radical, con lo que
Juan alude a la incredulidad, lo que lleva al
juicio (vv. 2-10; cfr. Mt.5,13; 21,39).
Permanecer en Jesús se define por la oración que se hace de sus palabras si
permanecen en los creyentes y es obedecida, será escuchada. Concluye el
discurso con la glorificación del Padre que el Hijo le dará con su muerte y
resurrección, así también es glorificado por los frutos que lleven sus
discípulos. La verdadera vida de los hombres consiste en la unión con Jesús,
realización de una existencia cristiana, para mayor gloria de Dios.
En
Cántico espiritual, Juan de la Cruz, habla de la viña florida, que precisamente
da frutos porque unida al Amado. La viña es el alma del creyente donde la vid
verdadera, Jesucristo, hace florecer las virtudes teologales y cardinales,
todas prontas en sus frutos, en las cuales se gozan el alma y su Amado. Comentando es tos versos: “Cazadnos las
raposas, Que está ya florida nuestra viña”. El místico escribe: “La viña que
aquí dice, es el plantel que está en esta santa alma de todas las virtudes, las
cuales le dan a ella vino de dulce sabor; esta viña del alma está florida
cuando según la voluntad está unida con el Esposo, y en el mismo Esposo está
deleitándose según todas estas virtudes juntas” (CB 16,4).
Lecturas
bíblicas
El
discurso de Pablo es apremiante, ante las maravillas que Jesucristo y el
Espíritu Santo realizan entre los paganos. Exige una respuesta, una postura de
parte de la comunidad de Jerusalén. La misma gracia que los conforta a ellos en
la predicación, salva a los nuevos cristianos que se bautizan y aceptan la fe,
es decir, una es la fuente de la gracia para judíos y gentiles: Jesucristo
resucitado. Un factor importante es la humildad con que Pablo reconoce que la
Ley no ha sido cumplida ni en el pasado ni en presente con toda perfección,
¿cuál es la razón entonces para imponerla a los nuevos creyentes del mundo
grecorromano? Con el silencio que se produjo en la sala, se confirmaba, el
argumento de Pablo y se abría el Evangelio a los nuevos prosélitos (vv.10-12).
La cita de Amós (9,11-12), que recuerda Santiago en su discurso, es para
reforzar el argumento, que todos las naciones están llamada a conocer al Señor
y ser consagradas a ÉL puesto que se ha invocado su Nombre sobre ellas (vv.
16-17) con lo que el Evangelio debe ser también predicado a los gentiles. La
carta enviada a Antioquia prescribe abstenerse de la carne inmolada a los
ídolos, puesto que significaba cierto grado de comunión con ellos, prohibición
de comer la sangre de animales, pues la sangre es vida y pertenece a Dios y
abstenerse de comer animales estrangulados. Todas las leyes rituales son para
custodiar la pureza legal.
El
evangelio exhorta a vivir la obediencia a la fe y el amor que se debe conjugar
a la hora de amar y cumplir la voluntad
del divino Maestro; porque el amor se prueba en la obediencia y fidelidad al
Evangelio. En labios de Jesús todo eso se
denomina: permanecer en su amor. Con ello nos abre a una realidad
totalmente nueva: la comunión de amor con el Padre y el Hijo de la cual el
discípulo participa por medio de la fe y la obediencia al querer divino.
Permanecer en su amor, significa, pasar de la rivera de nuestro egoísmo para vivir,
fuera de nosotros mismos, haciendo la voluntad de Otro; hasta que renovados,
podamos hacer nuestra su voluntad divina, y bien entrenados en ello, permanecer
en su amor. Amor y obediencia, obediencia y amor van entrelazados en la existencia del cristiano que sabe
descubrir la clave: el amor nace de la obediencia y la obediencia acrecienta el
amor en cada manifestación de ella; estrechamente unidas se apoyan y caminan de
plenitud en plenitud. La inmolación de la propia voluntad, conformándose con la
del Otro, va madurando el amor y la verde espiga de ayer, hoy, ya está dorada y
frondosa, de granos y frutos. Se agrega el gozo colmado y la alegría vivida,
desde el cumplimiento de la voluntad de Dios en nuestra vida. El gozo y la
alegría mesiánicos nacen de la comunión de amor del Padre y del Hijo, al que
somos invitados por Cristo a participar. La tarjeta de embarque es el
permanecer en el amor que nos ha comunicado el Hijo. Todos necesitamos
sacudirnos de la propia vida el egoísmo y ser felices en la fe recibida y
vivida día a día, para que los problemas no nos abrumen en lo personal,
familiar y en el trabajo. La ausencia de amor mata el alma y la vida, la falta
de interioridad, de oración destruyen al hombre desde dentro. Tomemos en serio
a Jesús, permanezcamos en su amor.
Llevado
el amor a su vértice más sublime, como es la experiencia de los místicos, en su
poema Noche Oscura, el poeta y místico Juan de la Cruz, declara cómo en una
noche oscura el alma cristiana por la obediencia y el amor a su Amado queda
convertida en amada, en el Amado transformada. Dejada tranquila y sosegada la
casa del sentido, entra a vivir en la casa del espíritu, hasta donde viene el
Amado a desposarla y transformarla, por la voluntad y el amor que ha
conquistado para Sí y su Padre celestial y a la cual el alma se rinde con
fervor y realismo de saberse criatura nueva. San Juan de la Cruz: “¡Oh noche
que guiaste! ¡Oh noche amable más que la alborada! ¡Oh noche que juntaste /
Amado con la amada, /amada en el Amado transformada!” (Poema V Noche Oscura).
Lecturas
bíblicas
De
la reunión conciliar sale una resolución respecto a la obligatoriedad o no de
la Ley mosaica para los gentiles que se incorporaban a la Iglesia. Nombran dos
delegados, Judas y Silas, además de Pablo y Bernabé que fueron los portavoces de la Iglesia de
Antioquia, que llevan por escrito lo acordado. Esta decisión pone de relieve la
importancia, la autoridad, que tiene la Iglesia de Jerusalén. La carta en cuestión
comienza quitando autoridad a los judaizantes, diciendo que han actuado por
propia iniciativa. La decisión de abrir el Evangelio a los gentiles fue tomada
por el Espíritu Santo y los miembros de la comunidad. Santiago, movido por el
Espíritu Santo, habla basado en la Escritura (cfr. Am. 9,11-12), pero también
supo exponer el pensar de la comunidad. Vemos la convicción de los Hechos de
los Apóstoles, que el Espíritu Santo obra en la Iglesia, no sólo en los
momentos de conflicto o crisis, o cuando hay que tomar una decisión, sino
siempre. El Espíritu Santo y la comunidad representada por sus dirigentes, son
los dos testimonios autorizados para tomar una decisión trascendental para la
Iglesia y su futuro. Las cuatro
prohibiciones están tomadas del libro del Levítico (17,8): la carne ofrecida a
los ídolos antes de ser vendida en el mercado y que luego podía ser consumida
en los ritos paganos; la abstinencia de la impureza o fornicación (Lev. 18,
6-18); la prohibición de comer animales con su sangre, es decir, animales que
no habían sido desangrados y prohibido consumir su misma sangre (cfr. Lv. 17, 10ss). La sangre es vida y por lo mismo pertenece a
Dios. Las prohibiciones se resumen a evitar la idolatría y la inmoralidad
sexual, ideas que rechazaba la Ley de Moisés y los propios judíos.
El
evangelio nos habla del amor de Cristo,
fuente de todo amor en la comunidad eclesial y en la vida del creyente.
Son dos realidades las que involucra este mandato: el amor de Jesucristo para
con sus discípulos y el fruto de esta amistad, el amor fraterno en el grupo. El
mandato se podrá cumplir y adquirirá su pleno significado, una vez, que
comprendamos que para amar al prójimo primero hay que comprender que ÉL nos ha
amado primero. Sólo así se entiende que nos podamos amar entre nosotros. “Amaos
los unos a los otros como yo os he amado” (v. 12). Entregar su vida por sus
amigos, sus discípulos, es la máxima expresión de su amor por ellos (v. 13). Un
amor crucificado, una vida hecha entrega, una sangre derramada por su
salvación, para darles vida nueva de hijos de Dios. “A vosotros os llamo
amigos, si hacéis lo que yo os mando” (v. 14). Es Jesús, quien inicia esta
amistad, los escoge para ser sus amigos, sus discípulos, continuadores de su
misión. Depositarios de todo cuanto el Padre le ha confiado a su Hijo, de todos
sus secretos. Porque ÉL los ha escogido, cuanto pidan al Padre en su Nombre,
les será concedido. Resumiendo: Amor, obediencia y amistad son un ramillete de
criterios y actitudes básicas que el discípulo debe manejar a la hora de
establecer contacto con Cristo y dejarse guiar por la mano del Padre hacia su
Hijo. El amor al prójimo, al grupo, a la comunidad, tiene su modelo en el amor de
Jesucristo: la entrega de la propia vida. Amor crucificado que viene a
significar olvido de sí a la hora de entregar tiempo y amor al necesitado,
triste, acongojado etc., amor auténtico que sabe a caridad divina.
El
Doctor del amor, como también se conoce
San Juan de la Cruz, nos invita a entregarnos al amor auténtico,
verdadero, que deja la vida en las obras y empresas que emprende y no se cansa
ni cansa, por que ha encontrado la fuente del amor
en Cristo y sabe que todos los trabajos
se pasan porque sabe que la obra no es suya es de ÉL. Vive para contentar y
glorificar a Dios con sus obras, frutos de un amor maduro y fecundo, entrenado
y recio. c.- San Juan de la Cruz: “El alma que anda en
amor ni cansa ni se cansa” (D 96).
Lecturas
bíblicas
En
este pasaje se contempla a Pablo emprender su segundo viaje apostólico y en Derbe y Listra toma por compañero
a Timoteo, cristiano bautizado, hijo de hebrea y padre gentil. Pablo,
circuncida a Timoteo, a causa de los judíos de esos lugares. La razón para
comprender este problema es que si bien era judío y no había sido circuncidado,
es que para ser compañero de Pablo debía tener una digna reputación y una historia que fuera aprobada en el
judaísmo. Este rito no agregaba nada a Timoteo, pues ya era bautizado, pero la
razón práctica se impuso a la hora de escogerlo como compañero de misión.
Tampoco se le podía aplicar las resoluciones del Concilio de Jerusalén, del que
Pablo se hace un difusor (v.4), entre las iglesias que visitaba. Con esta
visión Lucas, quiere dejar en claro, cómo se cumplía con las disposiciones de
la Iglesia madre de Jerusalén en las iglesias fundadas en tierras de gentiles.
Cohesión eclesial, cuerpo desde el comienzo, descrita en esta misión de Pablo,
en plena comunión con la actividad de toda la Iglesia. Esta misión se convirtió
en un gran viaje apostólico encaminado a las grandes urbes grecorromanas como
Éfeso y Pérgamo, pero cuando se acercaban a ellas, el
Espíritu, no lo permitía y los encamina hacia el Asia Menor. Lucas, quiere
recalcar que la obra misional es guiada por el Espíritu Santo, Espíritu de
Jesús, escribe el autor (v. 6-7). Para él, Jesús está lleno del Espíritu Santo
desde siempre, así lo había evidenciado en su Evangelio, ahora es la Iglesia la
que es guiada por su Espíritu, ahora que Jesús está Resucitado y exaltado en su
gloria. El odio y la persecución a Cristo y sus discípulos, por parte del
mundo, es el tema del Evangelio de hoy. Esta realidad forma parte de la relación
con Jesús, puesto que sus criterios, apartan al discípulo del mundo y por lo
mismo lo hacen distinto en su pensar y actuar. Juan, deja ver la persecución
que sufre la Iglesia, debida a la Sinagoga y al imperio romano.
El
evangelio advierte al cristiano que debe saber vivir en este mundo, y no ser
comprendido, puesto que esta realidad la vivió el propio Cristo Jesús desde
nació hasta que murió y venció al mundo. “Si el mundo os odia, sabed que a mí
me ha odiado antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo
suyo; pero, como no sois del mundo, porque yo al elegiros os he sacado del
mundo, por eso os odia el mundo. Acordaos de la palabra que os he dicho: El
siervo no es más que su señor. Si a mí me han perseguido, también os
perseguirán a vosotros; si han guardado mi Palabra, también la vuestra
guardarán” (vv. 18-20). La vida cristiana vivida en serio, separa al cristiano
del mundo, porque ha optado por el Padre y el Hijo, a los cuales rechaza el
mundo. Si bien la incredulidad de los judíos hace fracasar en parte a Jesús,
por el momento, los que creen tienen asegurada la victoria sobre el mundo,
porque ÉL lo venció en la cruz y con su resurrección (cfr. Jn. 16, 33).
Precisamente ahí radica la victoria del cristiano, por eso Jesús advierte, que
así como lo han perseguido a ÉL, también el discípulo correrá la misma suerte
(v. 20). En su fe en Cristo, el discípulo tiene entre sus manos, la victoria
sobre el enemigo que es el mundo, la carne y el demonio que buscan apartar y
hacer sucumbir al cristiano. Perseguir al cristiano, es querer perseguir en él
a Cristo Jesús. La respuesta del cristiano, al odio del mundo y la sociedad en
que vivimos, es el amor. El cristiano sufre por la opción hecha por Dios y el
Evangelio, puesto que los criterios se enfrentan con los del mundo, pues
desconoce a Dios y su Hijo. La cruz de Cristo y sufrir por esta opción, son un
escándalo para la sabiduría de la sociedad y del hombre de hoy. Pero para el
cristiano es fuerza de Dios y sabiduría de Dios, amor hecho oblación hasta el
sacrificio, hasta la cruz por mantener su fe. El bautizado ama a Dios y a sus
enemigos, son también su prójimo. Si sigue a Jesús, deberá hacer el bien, sólo
el amor nos hace testigos de Jesucristo, con una nueva vida, con nuevos
criterios; quien no ama, sigue atado a la muerte y criterios mundanos.
Renovados por la Pascua de Jesucristo, será el amor quien venza al odio y al
egoísmo, aunque tengamos que sufrir por ello. En ello se nos va la vida, porque
también es nuestro propio triunfo con Cristo, sobre el pecado y la muerte que
también hay en nosotros, pero que con el testimonio vamos haciendo nuestra su
victoria. De lo macro, la sociedad, debemos pasar a lo micro, la comunidad
donde el testimonio de vida nueva debe ser más actual que nunca porque si bien
no hay enemigos, hay diferencias y roces que no siempre hacen feliz la
convivencia.
La
vida cristiana es un martirio, si se lo toma en serio, por lo que significa el
morir a uno mismo y de entrega de la vida por Cristo y su Iglesia cada
día. San Juan de la Cruz enseña: “Porque
se cumplirá y podrá cumplir según lo principal y esencial de ella, que será
dándole el amor y premio de mártir esencialmente; y así le da verdaderamente al
alma lo que ella formalmente deseaba (ser mártir) y lo que el prometió. Porque el deseo formal del alma
era, no aquella manera de muerte, sino hacer a Dios aquel servicio de mártir y
ejercitar el amor por él, como mártir. Porque aquella manera de morir, por si no
vale nada sin este amor, el cual (amor) y ejercicio y premio de mártir le da
por otros medios muy perfectamente; de manera que, aunque no muera como mártir,
queda el alma muy satisfecha en que le dio lo que ella deseaba” (2 S 19,13).
P.
Julio González C.