SEGUNDA SEMANA DE CUARESMA
(Ciclo C)
Lecturas bíblicas
a.- Gen. 15, 5. 12.17-18: Dios hace
alianza con Abraham.
Es
importante recordar que la idea que atraviesa todo el Pentateuco es el tema de
la promesa. Es lo que da unidad a los hechos que nos han llegado de los
patriarcas, el éxodo y la conquista de Canaán. La promesa encierra tres
aspectos a tener en consideración: la descendencia, la tierra y la bendición.
La descendencia era fuerza, poder; la tierra propia, es descanso para su
caminar como semi nómadas; la bendición, finalmente
es riqueza y bienestar. Es el paso de lo provisorio a lo definitivo, en lo
material encontramos lo eterno y trascendente, actuando y respondiendo las
aspiraciones humanas más profundas. Más tarde sus descendientes lo convierten
en credo de su fe (cfr. Dt. 26). Es Yahvé quien sacó a Abraham de su tierra, de
una vida sin sentido ni propósito. Ahora da pasos que orientan y dan sentido a
su existencia, como su descendencia, la formación de un pueblo, y un destino,
la tierra prometida. Mientras se van cumpliendo las promesas de Yahvé, se
celebra un pacto, una alianza, un compromiso, mediante un rito: separa los
animales en mitades que pone una enfrente de la otra, y en medio de un sopor,
ve pasar una llama de fuego entre las víctimas. El fuego representa a Dios,
signo de la teofanía: Yahvé se manifiesta por medio de él. El mismo símbolo,
encontraremos en la alianza del Sinaí (cfr. Ex.19, 18). Su paso por en medio de
las víctimas, sella el compromiso realizado, la palabra dada, en razón de una
auto-imprecación, que me suceda como a estas víctimas, de no cumplir la palabra
empeñada (cfr. Jer. 34,18). El sopor o sueño explica el autor sagrado, la
pregunta cómo se realizó esta alianza verdaderamente: supone que Abraham lo
vivió interiormente, como un compromiso de Yahvé con la promesa. El rito,
remite a la fidelidad de Dios. Abraham aparece como el modelo del que cree y
confía en Yahvé, que viene a su encuentro. La confianza, le abre las puertas de
la posesión de lo que espera. Sus descendientes contemplan que su fe le valió
para el cumplimiento de la promesa, al profesar su credo, es promesa cumplida.
Ellos mismos, ahora son los
destinatarios de la promesa en camino de la verdadera tierra y del verdadero
pueblo de Yahvé, tierra de descanso definitivo, y pueblo que sellará la alianza
eterna.
b.- Flp. 3,17-21; 4, 1: Cristo nos
transformará según el modelo de su cuerpo glorioso.
Pablo,
formó a los filipenses en la escuela del evangelio. Es su entrenador en la
carrera de la vida cristiana y por ello se propone como modelo o maestro. Modelo del seguimiento de Cristo y de la
eficacia de la redención, en contraste con el judaísmo y sus seguidores. A los
judaizantes, les llama enemigos de la cruz de Cristo, por defender una teología
de la Ley, contra la teología de la Cruz, que predica Pablo (cfr. Gál.5,11; 1 Cor.1,17-18). Un teología de
la Ley, es contraria a una teología de la cruz. La primera supone una
manipulación de Dios, encerrado en un códice; en la segunda el hombre se
encuentra libre de la Ley, con la libertad de los hijos de Dios. Los
judaizantes viven para observar las leyes de pureza legal, su dios es el
vientre, comidas puras e impuras (cfr. Rm. 16,18). Su
gloria es su vergüenza, porque reducen la religión a saber qué comidas son
puras y cuáles impuras para evitarlas. Su Dios es en definitiva el vientre. ¡Estos judaizantes aspiran a cosas terrenas!
En cambio, el cristiano, mira hacia la patria del cielo, su casa, su morada
definitiva, de la cual esperamos al Salvador. La moral cristiana, está centrada
en el hombre, no en una parte, como lo manifestaba la casuística judía, moral
de la esperanza que no puede perderse en una dimensión del hombre, sino en las
aspiraciones de una humanidad siempre en cambio, y en busca de respuestas desde
la gracia y fe del evangelio.
c.- Lc. 9, 28-36: Mientras oraba el
aspecto de su rostro cambió.
La
Transfiguración del Señor Jesús en el monte, abre caminos de luz y da sentido a
la pasión y muerte de Cristo, es preludio de su gloriosa Resurrección (cfr. Lc. 9, 21-25). Esta
teofanía aclara las tinieblas que hay en la pasión, devela el sentido de una
caminar de Jesús y los suyos hacia la muerte, victoria oculta en la
Transfiguración. Su camino de muerte es signo de un gran fracaso pero señala la
realidad de su camino. De ahí que cuando sube al monte, que Lucas no
identifica, que podían ser tres en Galilea: el Hermón,
el Tabor y el Merón, porque para el evangelista, la
divinidad está en el cielo y lo más cercano al hombre son los lugares
altos. Un vez en lo alto del mnte, mientras ora
al Padre, la verdad se patentiza en su interior: Dios le colma de su presencia
en lo interior, su Rostro se transforma y sus vestidos, se vuelven blancos como
la luz (vv. 28-29). Lucas, habla que el rostro de Jesús se mudó, evita la
palabra transfiguró, metamorfosis, que
usan Mateo y Marcos (cfr. Mt.17, 2; Mc.9, 2), pensando en sus lectores
grecorromanos a quienes podría sugerir las metamorfosis simbólicas de los
cultos mistéricos. Lo que experimenta Jesús es mucho más, el resplandor de sus
vestidos, recuerda la luz del relámpago; Jesús experimenta la gloria que tenía
desde el principio, gloria de Dios, que se hará presente en su persona con la
Resurrección. Entran en escena Moisés y Elías hablando con Jesús, lo que se
puede entender que vienen como testigos de la divinidad e identidad gloriosa de
Jesús; para otros, representan, encarnan los libros del AT, la Ley y los
profetas. Los tres hablan de la partida
de Jesús, éxodo hacia Jerusalén. Su éxodo evoca el paso por el desierto camino
de la liberación, pasando antes por la muerte; Jerusalén cumple con su fama de
matar a los profetas, pero en Jesús la muerte no tiene la última palabra, en lo
que también se asemeja el primer paso por el desierto que terminó con la
conquista de la tierra. Tras la Cruz, viene la Resurrección, y luego la
Parusía, porque toda la vida de Jesús es un continuo éxodo. Los apóstoles, cargados de sueño, pero Lucas
deja en claro, que permanecieron despiertos, contemplaron la gloria de Jesús y
de Moisés y Elías (v.32; cfr. Lc.22,45). Ven y
contemplan la gloria y secretos del Reino de Dios. Pedro lleno de gozo, ve que
los compañeros de Jesús se marchan y quiere detener el tiempo, desde luego,
vive una experiencia cumbre. La mejor solución construir tres tiendas: una para
Jesús otra para Moisés y otra para Elías. “No sabía lo que decía” (v.33) ¿En qué pensaba Pedro? En la fiesta de
las Tiendas para quedarse ahí; no supo apreciar las personas que tenía delante;
quería adelantar la consumación de los tiempos,
antes de su final histórico, o no supo asimilar lo vivido. La nube que
lo envuelve todo, es de carácter teofánico, que evoca
aquella nube que guiaba al pueblo en el desierto, marcaba la presencia de Yahvé
(cfr. Ex.13, 22; Lc.1, 36). Nube y presencia que luego se trasladaron al templo
de Jerusalén, de ahí el temor de los discípulos, puesto que la nueve indicaba
la presencia de Dios; la irrupción de lo trascendente, rompe las expectativas
humanas, se asustan y no saben qué hacer. Pero a la visión de la nube se agrega
la experiencia de una voz semejante en
su dinamismo a la del bautismo de Jesús (cfr. Lc.3, 22; Sal.2,7;
Is.42,1). La voz exclama: “Este es mi Hijo, mi Elegido; escuchadle” (v.35).
Estas palabras pueden ser una relectura
de aquellas dirigidas a Moisés. “Yo les suscitaré de en medio de sus hermanos
un profeta semejante a ti, pondré mis palabras en su boca y él les dirá todo lo
que yo le mande” (Dt.18, 18). El evangelista propone que Jesús, es un nuevo
Moisés, que trae no una ley sino un nuevo orden social. Si bien estas palabras
recuerdan las escuchadas en el Bautismo con la diferencia que las palabras del
Padre se dirigen no al Hijo sino a los apóstoles. El carácter cristológico del
Bautismo se abre ahora al eclesiológico de este segundo relato. Mientras en el
Bautismo el Hijo es amado, aquí es el
Elegido, término que sólo usa Lucas. Quizás es porque en el judaísmo se usaba
esta palabra en relación al Siervo doliente de Isaías, pero además porque Dios
tiene un plan concebido para Jesús (cfr. Is.42,1). Llamarlo,
Hijo amado, a Jesús, es confirmar que su
filiación divina se realiza, en su mismo destino humano. Es un Hijo que recibe
todo el poder de su Padre, por su fidelidad a la voluntad divina (cfr. Sal. 2,
7; Is. 42,1). El Padre nos invita a escucharle, porque le ha conferido todo
poder, Jesús ha hecho su voluntad en forma incondicional, de ahí que la vida de
los hombres tiene sentido, a partir del seguimiento de Cristo. La palabra del
Padre, revela el misterio del hombre Jesús, que camina hacia la muerte, se ha
revelado como la realidad definitiva, la presencia de Dios en la tierra. La
enseñanza es muy clara: no hay que hacer tiendas, están los apóstoles delante
de un profeta muy superior a Moisés, una tarea que cumplir. Es curioso, es que
al final del texto el evangelista, diga que los discípulos guardaron silencio
de lo vivido en el monte (v. 36). Mientras los discípulos estaban con Jesús no
hablaron a nadie de lo visto del Reino de Dios y de sus misterios. La gloria
del Reino se inicia con la muerte de Jesús, el Salvador comunica la salvación
por el camino del sufrimiento, de la Cruz. A este punto los apóstoles, no
estaban maduros, para asumir todo el contenido del misterio del Reino de Dios.
Santa
Teresa nos enseña a escuchar a Dios en lo íntimo del espíritu, morada de Dios
por el Bautismo pero también a contemplarle. “Mas
dejemos esto que aquí viene bien y muy al pie de la letra. No digo que es
comparación, que nunca son tan cabales, sino verdad; que hay la diferencia que
de lo vivo a lo pintado, ni más ni menos. Porque si es imagen, es imagen viva;
no hombre muerto, sino Cristo vivo; y da a entender que es hombre y Dios. No
como estaba en el sepulcro, sino como salió de él después de resucitado. Y
viene a veces con tan grande majestad, que no hay quien pueda dudar, sino que
es el mismo Señor, en especial en acabando de comulgar, que ya sabemos que está
allí, que nos lo dice la fe. Represéntase tan señor
de aquella posada, que parece toda deshecha el alma; se ve consumir en Cristo.
¡Oh Jesús mío, quién pudiese dar a entender la majestad con que os mostráis! Y
cuán Señor de todo el mundo y de los cielos, y de otros mil mundos, y sin
cuento mundos y cielos que Vos criaseis, entiende el alma, según con la
majestad que os representáis, que no es nada, para ser Vos Señor de ello.” (V
28, 8).
Lecturas bíblicas
a.- Dn. 9, 4-10: Hemos pecado
cometiendo iniquidad.
La
plegaria de Daniel es una verdadera oración cultual. Está hecha de mucho
realismo por destacar la culpa y las consecuencias dolorosas que han provocado
en el pueblo de Israel. Pero también se vislumbra la maldad y perversidad de
los opresores. La oración comprende el reconocimiento de la culpa y la
confesión de la misma, la súplica confiada en la misericordia de Dios, y el
anhelo de restaurar Jerusalén, lugar donde se manifestará el Nombre y la gloria
de Yahvé. En el fondo, esta oración de Daniel refleja la piedad judía, pero
también, ser responsable de la culpa
personal y social de todas las generaciones, pero confiando en que es propio de
Yahvé perdonar y ser misericordioso.
b.- Lc. 6, 36-38: Perdonad y seréis
perdonados.
Este
evangelio es una serie de sentencias, que el evangelista reúne en esta sección.
“Sed misericordiosos…” (v. 36).
Misericordioso, es aquel que se deja afectar por la miseria del hombre,
abierto, por lo tanto, a la necesidad de
su prójimo. Ayuda a quien tiene necesidad. Jesús anuncia que Dios es
misericordioso y la llegada del Reino,
comienza con el anuncio del Evangelio a los pobres, a los ciegos, a los
privados de libertad, a todos los agobiados (cfr. Lc. 4, 16-22). Jesús, es portador de la salvación por medio
de la predicación y los milagros que realiza a favor de los enfermos, a quienes
les devuelve la salud, a los pecadores les perdona sus pecados, habla de la
alegría de Dios Padre, cuando un pecador se convierte. Es el tiempo de gracia y
salvación que trae el Mesías. La misericordia del Padre, enseña al discípulo
cómo ha de actuar él. Es lo que los judíos llamaban, imitar a Dios, y es lo que
Jesús exige a sus discípulos: vestir al desnudo, visitar a los enfermos (cfr.
Gn. 3, 21; 18,1). El discípulo debe amar al prójimo como a sí mismo y ser misericordioso como su Padre
celestial, ya que Él es imagen de Dios. De esta forma, Jesús devuelve al hombre
la imagen de Dios, lo convierte en anuncio viviente del Reino de Dios; es Dios Padre
que colma de misericordia al pecador
perdonando sus pecados. “No juzguéis…no
condenéis…” (v. 37). Obra del amor y de la misericordia divina, es que el discípulo no se convierta en juez de
sus hermanos. El amor le hace comprender cuanta necesidad tiene todo prójimo,
de misericordia, da porque se compadece de la necesidad del hermano. No juzgar,
ni condenar de palabra ni con el
pensamiento, cuando no se tiene esa facultad, a nuestro prójimo. Esto es lo que
exige Jesús. Se puede enjuiciar la acción, pero no condenar como culpable a
nadie, quien se constituye en juez de sus hermanos, origina el juicio de Dios
sobre sí mismo. Así como nos comportamos con el prójimo, así actuará Dios con
cada uno de nosotros. “Perdonad… dad y se os dará…” (vv.
37-38). La culpa del hermano puede ser un gran obstáculo para el amor, el
perdón y la misericordia. Jesús nos enseña, a superar este óbice con el perdón
y el dar; perdonar derriba barreras y el dar crea comunión. Perdonar para ser
perdonados, dar para recibir: Dios actuará de acuerdo a nuestras actitudes. El
juicio está en nuestras manos, perdónanos como nosotros perdonamos a quien nos
debe (cfr. Lc. 11, 4). Llegará el día de la recompensa, en que Dios como dueño
generoso no paga el salario merecido, sino según su generosidad. Dios Padre, es
el mejor pagador, lo que da es siempre más, que el servicio prestado. El que dé
y perdone en su vida con generosidad, recibirá con abundancia el don y el perdón de Dios Padre; quien haga lo contrario,
no espere de nada. Toda una llamada de atención a nuestras actitudes básicas,
de relación con nuestro Padre Dios y nuestro prójimo.
Teresa
de Jesús, por medio de la oración nos acercamos a la fuente de la misericordia
que es el mismo Jesucristo, el orante, no puede más que imitar a Dios. Teresa
de Jesús enseña: “¿En quién, Señor, puede así resplandecer como en mí, que
tanto he oscurecido con mis malas obras las grandes mercedes que me
comenzasteis a hacer? ¡Ay de mí, Criador mío, que si quiero dar disculpa,
ninguna tengo! Ni tiene nadie la culpa sino yo; porque si os pagara algo del
amor que me comenzasteis a mostrar, no le pudiera yo emplear en nadie sino en
Vos, y con esto se remediaba todo. Pues no le merecí ni tuve tanta ventura,
válgame ahora, Señor, vuestra misericordia.” (V 4,4).
Lecturas bíblicas
a.- Is. 1,10.16-20: Aprended a obrar
el bien.
Isaías,
nos presenta la situación religiosa e histórica de su pueblo y los invita a
juzgarla objetivamente. Se reconocen pecadores y el culto que brindan a Dios es
mera exterioridad, tanto que el mismo Dios aborrece tales sacrificios. Pero
será el mis Yahvé, quien les recuerde lo que deben hacer: “Lavaos, limpiaos,
quitad vuestras fechorías de delante de mi vista, desistid de hacer el mal, aprended a hacer el
bien, buscad lo justo, dad sus derechos
al oprimido, haced justicia al huérfano, abogad por la viuda. Venid, pues, y
disputemos dice Yahvé: Así fueren vuestros pecados como la grana, cual la nieve
blanquearán. Y así, fueren rojos como el carmesí, cual la lana quedarán. Si aceptáis obedecer, lo bueno de la tierra comeréis. Pero si
rehusando os oponéis, por la espada seréis devorados, que ha hablado la boca de
Yahvé.” (vv. 16-20). La invitación “si aceptáis” es un acto de fe abandono en la voluntad de Dios, que se le
pide a los hombres, y disfrutarán de los bienes de la tierra, lo contrario,
será sufrir una derrota respecto de los asirios que acechan el territorio y una
clara rebelión contra Dios. Si obran el bien los bienes de la tierra serán
suyos, si no lo hacen, la espada será el castigo a su comportamiento. Cada
parte debe situarse desde la sinceridad frente a la alianza, Yahvé conserva su
fidelidad, ahora le corresponde al pueblo dar su respuesta.
b.- Mt. 23,1-12: No hacen lo que dicen.
Este
evangelio tiene dos partes: en la primera encontramos una dura crítica de Jesús
contra los escribas y fariseos (vv. 1-7); la segunda es la enseñanza de Jesús a
sus discípulos para ser verdaderos creyentes en Dios (vv.8-12). El primer
legislador de Israel es Moisés, luego encontramos la tradición de los
antepasados, o sea la interpretación, que se va ir acumulando con el correr de
los siglos. En tiempos de Jesús, son los escribas y doctores como encargados de enseñar y proteger la Ley
de Moisés. Estaban sentados sobre la cátedra de Moisés, en el sentido, que
administraban la voluntad de Dios que la ley expresaba. Lo que hace Jesús, es criticar la práctica de la religión
(cfr. Lc. 6, 1-18), la falta de unidad entre la enseñanza y las obras, esa
falta de unidad es hipocresía: hay que hacer lo que enseñan, pero no tomar como
ejemplo su forma de obrar, dice Jesús
(v.3). Los escribas y doctores, cargan pesadas cargas a los hombres, pero ello
no las viven, oprimen, con sus interpretaciones de la Ley al pueblo, pero no se
esfuerzan por cargar con esas demandas que proponen. No se exigen nada, sus
obras no concuerdan con su doctrina. La crítica de Jesús pasa de la práctica, a
la doctrina. En el fondo, todo lo hacen es por ostentar ante los hombres, no
las hacen por Yahvé, sino para que los vean los hombres como personas piadosas.
El origen de lo que hacen se encuentra en la vanidad y en la ambición, lo que
invalida sus obras ante Dios (cfr. Mt. 23, 5-7). Descubierta la incoherencia de
los escribas y doctores, Jesús advierte a los suyos de no caer en lo mismo. En esta
segunda parte les advierte que en el grupo, no habrá un maestro o rabí, ni un
instructor, porque el único padre es Dios y el único maestro es ÉL. El mayor en
la comunidad, será el que sirve a sus hermanos, se hace grande a los ojos de
Dios, porque se hace pequeño como un niño ante los hombres. Aquí se trata de
establecer una recta relación con Dios y con su Hijo Jesucristo. Sólo hay un
Padre en la comunidad cristiana y ese es Dios Padre, en un sentido profundo y
singular; sólo hay un Maestro, Jesucristo, el Señor, consejero maravilloso,
maestro de todos sus discípulos (cfr. Is. 9, 5-6). Todo cristiano, es enseñado
por Jesús, el divino Maestro, lo mismo se dice para el que recibe el encargo de
autoridad o responsable dentro de la comunidad. “Quien se ensalza será
humillado, y el que se humilla será ensalzado” (v. 12). Las palabras de Jesús
humillan a los escribas y doctores de la ley, pero los que son verdaderos servidores
de sus hermanos, lo hacen con humildad, ellos serán enaltecidos, en vista del
juicio inminente de Dios sobre el mundo. Es entonces, cuando se descubrirá
quienes sirvieron a Dios, y al prójimo por amor al Señor Jesús, o con espíritu
de vanidad en su Iglesia.
Santa
Teresa, mujer cuya entereza moral y espiritual se funda en la fe cristiana, une
admirablemente la vida de oración con vivir en la verdad que es Cristo y el
servicio al prójimo en clave contemplativa como carmelita. “Quienes de veras
aman a Dios, todo lo bueno aman, todo lo bueno quieren, todo lo bueno
favorecen, todo lo bueno loan, con los buenos se juntan siempre y los favorecen
y defienden; no aman sino verdades y cosa que sea digna de amar. ¿Pensáis que
es posible, quien muy de veras amar a Dios, y amar vanidades? Ni puede, ni
riquezas, ni cosas del mundo, de deleites, ni honras, ni tiene contiendas, ni
envidias; todo porque no pretende otra cosa sino contentar al Amado. Andan
muriendo porque los ame, y así ponen la vida en entender cómo le agradarán
más.” (Camino de Perfección 40,3).
Lecturas bíblicas
a.- Jer. 18,18-20: Complot contra el
profeta Jeremías. Confesiones.
El
texto del profeta narra la conspiración contra él, es el enemigo en acción. Es su
predicación la que provoca esta situación (cfr. Jr. 11, 18-23). ¿Quienes le
acusan? Las instituciones de Israel: sacerdocio, sabios y profetas, por su
mensaje, por su palabra. Jeremías, como Jesucristo, más tarde, es el ejemplo
del profeta y justo doliente (cfr. Mt. 12, 13). Su predicación era una
blasfemia contra la enseñanza tradicional confirmada por Isaías y la historia:
la inviolabilidad de Sión, y del Templo. Jeremías amenazaba con la destrucción
y el destierro, y por esto, se forma la conjura, la opinión pública condena al
profeta, que desconfía de la providencia de Yahvé sobre su pueblo. Jeremías se
ve sólo, indefenso, su refugio es Yahvé, cuyo apoyo le ha sido prometido y
renovado. Esta es verdadera oración de un afligido, abandono, santidad. Sabe
que las instituciones, son expresión de la voluntad de Dios, Jeremías no las
ataca, pero sí su desempeño. Sólo Dios sabe cómo ha orado por ellos, ha
suplicado alejar de ellos, la inminente ira divina, y así y todo, es acusado de
traidor y sacrílego. Es la tragedia íntima de Jeremías, que tiene que anunciar
una palabra que nadie quiere escuchar, porque hay intereses creados de personas
e instituciones.
b.- Mt. 20,17-28: Tercer anuncio de la
pasión.
Este
evangelio nos presenta el tercer anuncio de la pasión de Jesús (vv.17-20), la
petición de la madre de los Zebedeos (vv. 20-23), finalmente, el precepto acerca del servicio
que deben prestar los que son constituidos en autoridad en la comunidad
eclesial (vv.24-28). El anuncio de la
pasión, por parte de Jesús es no para el pueblo, sino para ellos, los
apóstoles. Suben a Jerusalén, están en camino, sin regreso, hay que recorrerlo
paso a paso. Este anuncio es el más explícito
de los que conocemos (cfr. Mt. 16, 21; 17,22), es la vía hacia la consumación:
sufrirá por parte de los judíos y de los gentiles, antes había dicho, que era entregado a los hombres
(Mt. 17, 22). Ambos grupos representarán a toda la humanidad pecadora, con lo
cual, nadie puede gloriarse de ser inocente de la sangre de Jesucristo (cfr. Mt.
27, 24); todos han pecado por lo mismo la misericordia de Dios se derrama sobre
los corazones arrepentidos ante tanta bondad divina (cfr. Rm.
3,23; 11, 30-32). De la maldad e injusticia de los hombres, se origina el mayor
fruto de la pasión de Cristo, el nacimiento del nuevo pueblo de Dios,
conformado precisamente por judíos y gentiles. Han sido reconciliados los dos
pueblos por la cruz de Cristo (cfr. Ef. 2, 14-16); el anuncio de la pasión, es ya anuncio de la Resurrección. La muerte en
Cristo Jesús, no tiene la última palabra, sino la vida nueva del Resucitado; su
muerte no es fracaso, sino victoria; no es dispersión, sino unidad. Todas las
veces, que Jesús anuncia la pasión, no es comprendido por sus discípulos, lo
que se refleja, en el rechazo de Pedro, y la reprimenda de Jesús (cfr. Mt. 16,
22). A este tercer anuncio, la respuesta que Jesús encuentra, es la petición de
los hijos de Zebedeo. Mientras el Mesías piensa en el dolor y humillación de la
pasión, ellos piensan en honores, sentarse a la diestra y siniestra de Jesús en
el Reino de los cielos; ÉL va al encuentro de la Cruz, en cambio, ellos piensan
en un trono de gloria. Mientras Jesús piensa desde su condición de Hijo de
Dios, ellos como hombres ambiciosos; la recompensa la ven como fruto de su
esfuerzo, para Jesús es premio otorgado a la fidelidad. Es verdad que están
dispuestos a beber el cáliz, lo dicen con cierta arrogancia, no saben los que
piden (v. 22); como Pedro, que quiso ir a Jesús caminando sobre el agua (cfr. Mt.
14, 28); ÉL está por beber el cáliz de la amargura, con rechazo, primero, luego con la obediencia al Padre,
acepta su voluntad (cfr. Mt. 26, 29). Los hermanos aceptaron quizá, valientemente
el desafío, sin conocer el verdadero contenido de ese cáliz. Un lugar en la
gloria celestial, es don del Padre, Jesús está para entregar su vida, de este
modo predice su muerte y Resurrección, porque sabe que entrará en la gloria del
cielo (cfr. Mt. 20, 19). Lo que les
promete es que se sentarán en su trono de gloria para juzgar a las doce tribus
de Israel (cfr. Mt. 19, 28). En la pasión de Jesús, todo converge en la
voluntad del Padre. La ira de los otros discípulos contra los dos hermanos,
puede significar, que comprendieron a Jesús o simplemente que también ellos
querrían esos puestos, y la diputa de quién era el mayor no había terminado
(cfr. Mc. 9, 33). Jesús, establece, que es grande en la comunidad eclesial,
quien sirve a sus hermanos, el que se hace pequeño, y renuncia al poder
ejercido como en el mundo, donde la opresión, es una de sus características más
perjudiciales. La verdadera grandeza es la pequeñez, la entrega de la vida a
los demás; el sereno dominio, nace del servicio. Perder la vida por Cristo y el
evangelio, es encontrarla (cfr. Mt. 16, 25; Gál. 6, 13). Toda la vida de Jesús,
desde su Encarnación hasta su muerte en cruz, es un servicio a la humanidad, a
cada hombre, a cada discípulo. El ideal que nos propone Jesús, es totalmente alcanzable, no una quimera; ÉL es el primero en cumplir esta ley del
servicio al prójimo. Su venida desde el Padre, su palabra tiene esta misión: su
voluntad es servir hasta el final. El Hijo del Hombre vino a dar su vida, en
rescate de los pecadores; da su vida para recuperarla. El
discípulo tiene un modelo excelso en su Señor, lo mismo la Iglesia, don de su
amor al mundo.
Santa
Teresa nos invita a tener ánimo para superar los trabajos que supone ser
discípulo de Cristo. “Tengo para mí que quiere el Señor dar muchas veces al
principio, y otras a la postre, estos tormentos y otras muchas tentaciones que
se ofrecen, para probar a sus amadores, y saber si podrán beber el cáliz y
ayudarle a llevar la cruz, antes que ponga en ellos grandes tesoros. Y para
bien nuestro creo nos quiere Su Majestad llevar por aquí, para que entendamos
bien lo poco que somos; porque son de tan gran dignidad las mercedes de
después, que quiere por experiencia veamos antes nuestra miseria, primero que
nos las dé.” (Vida 11,11).
Lecturas bíblicas
a.- Jer. 17,5-10: Bendito quien confía
en el Señor.
La
primera lectura es una colección de máximas de sabiduría, de cosas conocidas,
pero dichas ahora, con un nuevo estilo, el sapiencial. Encontramos dos partes bien diferentes: en la
primera se inculca la verdadera justicia, sabiduría (vv.5-8), y en la segunda,
se trata de responder una interrogante acerca de la aparente dificultad entre
ser fiel y feliz. En la primera parte encontramos el paralelismo antitético,
realzar una verdad y presentar una idea contraria. “Maldito quien confía, en el
hombre, en la carne” (v.5), en tendido como debilidad, contingencia e
impotencia. Quien así obra se parece a
esos arbustos crecidos en las estepas de Israel, que crecen, son raquíticos,
sin follaje, ni flor ni fruto, pues les falto lo vital: el agua. Son como pozos
secos y cisternas agrietadas; es la
imagen del hombre abandonado a sus propias fuerzas (cfr. Jr. 2,13). Lo
contrario, es el hombre que pone su confianza en el Señor, que es como árbol
plantado junto a las acequias, cuyas raíces llegan al caudal, lo que lo hace
frondoso, fecundo tanto en tiempo estival, como en la sequía. El profeta
encuentra sus razones tomadas de la realidad que vive, para enseñar que la vida
verdadera sólo se encuentra si se participa en la de Dios. Se pueden aducir: el
fracaso de la reforma de Josías; la importancia que daba el rey a las alianzas
con Egipto y Asiria. El pueblo de Israel ha de saber que la única fuerza que
poseen está en Dios, en la religión. Es la gratuidad de su elección y amor la
esencia de su ser pueblo de Dios. En la segunda parte, el profeta se pregunta:
¿Por qué prospera el impío, mientras el justo sufre? Jeremías se remite en lo
misterioso e inexplicable de los juicos divinos y en la maldad humana. El
corazón del hombre: “¿quién lo conoce?” (v.9). Ahí encuentra el profeta, en el
corazón del hombre y sus entrañas la raíz de todos los males. Sólo Dios penetra
el corazón del hombre, lo sondea hasta lo más íntimo, con lo que deja en claro
que el propio Jeremías no se conoce. Sólo Dios puede dar la recompensa como se
merece a cada hombre, porque lo conoce desde lo interior, aunque esto el hombre
no lo pueda comprender. De ahí que para Jeremías, lo más importante a la hora
de contemplar al hombre respecto a Yahvé, es su interioridad, de donde nacerá
el sentido y valor de su religión.
b.- Lc. 16,19-31: El rico malo y
Lázaro, el pobre.
El
evangelista, nos introduce en su discurso contra las injusticias de los ricos,
que lo pasan bien, y la esperanza de los pobres que lloran su desgracia (cfr.
Lc. 6, 20). Se pasa, de la amonestación a los poderosos, al consuelo para los
desheredados. El rico, come y bebe
espléndidamente, todos sus días son de fiesta, viste de lino finísimo (cfr. Lc.
12, 19). En cambio, el pobre Lázaro, cubierto de llagas, sufre hambre, come las
migajas que caen de la mesa del rico. Lleva su dolor con paciencia, confiando
en Dios; los salmos cantan la vida del pobre, porque se fían y consuelan con
las promesas del Señor; a ellos son dirigidas las bienaventuranzas (cfr. Mt.5,
3-10). Mientras el rico vive, como si Dios no existiera, por lo mismo, no lo ve
ni a ÉL, ni al pobre Lázaro; no ve, el problema, su riqueza es su ceguera. No
está en su horizonte ni Dios, tampoco Moisés ni los profetas, muchos menos
Lázaro. Una vez que mueren ambos, el rico y el pobre, las diferencias
persisten; mientras el rico fue enterrado con pompa, del pobre no se dice nada acerca de su
entierro, pero agrega, los ángeles se lo llevaron al seno de Abraham (v.22). El
rico va al hades, lugar de los muertos, lugar de tormento y sed, mientras que
Lázaro, entra al seno de Abraham, lugar de felicidad y gozo sempiterno. El que sufrió, ahora goza sentado en la mesa del
banquete celestial, en cambio, el que gozó en esta vida ahora sufre sed (v.24).
¿Por qué sufre el rico? ¿Por qué goza el pobre? Ni la pobreza ni la riqueza, es causa de tan
distinto destino. El rico sufre, porque no escuchó la palabra de Dios, su
riqueza lo volvió insensible al dolor ajeno, ciego para no ver ni a Dios ni la
vida eterna. Lázaro goza, porque puso su esperanza en Dios Padre, en sus
promesas, en su palabra. El rico desesperado pide a Abraham, enviar a Lázaro a
avisar a sus hermanos, cuál es el destino de quien olvida a Dios y al prójimo,
se hace sordo a la Escritura (v.27; cfr. Rm.
15,4). En Moisés y los profetas, nos
expresó Yahvé su voluntad, palabra que nos ilumina, nos comunica la vida
verdadera, nos amonesta, nos guía para alcanzar la vida eterna, y no caer en la
perpetua perdición (cfr. 2 Pe. 1,19). El que escucha a Jesús, y pone en práctica
su palabra, no se condena, porque el anuncio de su pasión, muerte y Resurrección,
es invitación a la conversión y penitencia (cfr. Hch. 2, 37ss). Jesucristo, es
el núcleo de los evangelios, su misterio pascual (cfr. Hch. 24, 27. 46). Para
los que no escuchan la palabra, ni la
resurrección de un muerto, los convertirá al Señor (v.31). El mejor
amigo de Jesús, Lázaro de Betania, muerto y resucitado por la palabra de Jesús,
no convenció a los judíos el haber vuelto a la vida, lo único que consiguió,
fue acrecentar la hostilidad hacia Cristo, hasta decidir su muerte, por parte de los
fariseos (cfr. Jn. 11, 45-54). Dios Padre, en su infinita bondad, rescató a su
Hijo de la muerte, resucitándolo, cumpliendo el deseo del rico, es decir, que
se hable del destino que les espera a los que pusieron su confianza en las
riquezas y no en Dios Padre y sus promesas. A ricos y pobres se nos pide la
conversión permanente a Dios, fruto de ese cambio de vida, es el amor al
prójimo. Jesús no dio otro signo a los doctores y a los fariseos que el de Jonás, que así como estuvo Jonás
tres día en el vientre de la ballena, así también el Hijo del Hombre
estará tres días y tres noches en las entrañas de la tierra, para resucitar. Esta
Cuaresma es un momento de gracia (cfr. Lc. 3, 10; Is. 58, 6; Sant. 2, 5. 6.
12), para revisar nuestros compromisos de fe y caridad.
Santa
Teresa tiene una máxima que le define,
su famosa letrilla, que termina
diciendo: “Sólo Dios basta”. En el libro de la Vida canta la riqueza de haber
optado por Dios en la vida religiosa: “Plega al Señor
me traiga a términos que yo pueda gozar de este bien. ¡Qué gloria accidental
será y qué contento de los bienaventurados que ya gozan de esto, cuando vieren
que aunque tarde, no les quedó cosa por
hacer por Dios de las que les fue posible, ni dejaron cosa por darle de todas
las maneras que pudieron, conforme a sus fuerzas y estado, y el que más, más!
¡Qué rico se hallará el que todas las riquezas dejó
por Cristo! ¡Qué honrado el que no quiso honra por El, sino que gustaba de
verse muy abatido! ¡Qué sabio el que se holgó de que le tuviesen por loco, pues
lo llamaron a la misma Sabiduría! ¡Ya, ya parece se acabaron los que las gentes
tenían por locos, de verlos hacer obras heroicas de verdaderos amadores de
Cristo! ¡Oh mundo, mundo, cómo vas ganando honra en haber pocos que te
conozcan!” (Vida 27,13-14).
Lecturas bíblicas
a.- Gén. 37, 3-4. 12-13. 17-28: José,
es vendido como esclavo.
La
primera lectura, nos habla de José, uno de los descendientes de Jacob (Israel).
Judá, es quien defiende a José de sus hermanos e intenta salvarlo; vendido por
ellos a los ismaelitas, lo llevan a Egipto. Dios en este relato no habla, pero
se hace presente en sueños, y José sabe interpretarlos, y las acciones que
desencadenan muestran su intervención. Esto le da al relato un sentido
providencial y un sentido teológico. José, el preferido de Jacob, que tiene
sueños que lo ponen sobre sus hermanos, envidiado por éstos, que cuando pueden,
se deshacen de él. De matarlo, primera opción pensada por sus hermanos, se pasa
a venderlo como esclavo, por treinta monedas de plata; así José es conducido a
Egipto. Detrás de este relato hay un trasfondo teológico. La preferencia de
Jacob, por José, el hijo de la esposa más querida, Raquel, fuente de conflicto,
al punto de aborrecer a José de parte de sus hermanos. Sus sueños hablan de
superioridad sobre sus hermanos, fertilidad de la tierra y de poder, elementos
fundamentales de la promesa patriarcal.
Encontramos también la idea de la preferencia de Yahvé por los pequeños, los
menores, Abél sobre
Caín, Jacob sobre Esaú, José por sobre
sus hermanos, lo que provocó la ira de los hermanos, que acaba con el proyecto
de matarlo, lo que no se realizó, vendido como esclavo, una muerte sin sangre,
que posee la esperanza de librarse de esa condición. Finalmente, sabemos que
José encontrará la forma de que sus sueños, se conviertan en realidad; la mano
de Dios guía su destino.
b.- Mt. 21, 33-46: Parábola de los
viñadores homicidas.
La
parábola de los viñadores homicidas que matan al hijo del dueño de la viña, es
figura de Cristo, en su pasión y también de su Iglesia que es perseguida. Desde
Isaías, la figura de la viña, aparece con frecuencia en la literatura bíblica,
representa a Israel (cfr. Is. 5, 1-4). De alguna manera, Jesús piensa en
Isaías, cuando propone su parábola; en ambos casos la viña está en óptimas
condiciones, como para una cosecha abundante. Los heraldos del Espíritu, los
profetas, levantaron la voz; no siempre la viña dio agrazones, como tampoco,
todos los profetas fueron maltratados. Pero la cosecha, no compensa los
cuidados, que el dueño de la viña ha tenido con ella. Lo mismo sucede con la
historia de Israel, son más los cuidados de Yahvé para con su pueblo, que la
fidelidad de Israel para con su Dios. Pesan más las veces que rompió la alianza,
que su adhesión al querer divino. Luego Dios envía a su Hijo, a los que
administran la viña, sumos sacerdotes y fariseos, el Sanedrín, el gran Consejo
supremo de la nación. Éstos administradores no servían a la viña, es más, se
servían de ella hasta el punto de crear
todo un engranaje, en el cual, debían entrar todos, incluido, el mismo Dios. Se
oponen al mensaje de este Mesías, que les propone destruir el templo, porque ÉL,
lo va a levantar en tres días (cfr. Jn. 2, 19); no aceptan el auténtico
espíritu de la Ley de Moisés, que da paso a la novedad del Reino de Dios y de
la Buena Noticia, por lo mismo, oponiéndose a la Ley y a Dios. Aquello era
preparación para la novedad que trae
Jesús. Como el Hijo, dueño de la viña, les entorpece sus planes, lo
terminan matando. Todo esto es reflejo del deseo muy humano, de querer
construir su vida por sí mismo, lejos de Dios. El Padre, dueño de la viña, no
tolera que su obra esté tan abandonada, que en lugar de uvas, dé agrazones. La
viña será dada a otros, que serán objeto de toda la bondad y misericordia de
Dios, no por su nacionalidad, raza, color, sino por las buenas obras que darán
a su debido tiempo. Al histórico Israel, le sucede el Israel de Dios, a decir
de San Pablo (cfr. Gál. 6, 16). Los nuevos administradores de la viña, son en
primer lugar, los cristianos, los que hacen el bien a sus hermanos, los que
poseen una profunda vida teologal, fruto de su intensa vivencia sacramental,
Reconciliación y la Eucaristía, fuente perenne de frutos de santidad.
La
Santa Madre Teresa, nos habla de cómo Dios visita al alma en la oración, fruto
de su deseo de unirla a Sí. Dios visita su viña es decir el alma para
regocijarse en el jardín de las virtudes, que el alma al sol de la gracia, hace
geminar por doquier. “Cuando no nos damos a Su Majestad con la determinación
que El se da a nosotros, harto hace de dejarnos en
oración mental y visitarnos de cuando en cuando, como a criados que están en su
viña; mas estotros son hijos regalados, ni los
querría quitar de cabe sí, ni los quita, porque ya
ellos no se quieren quitar; siéntalos a su mesa, dales de lo que come hasta
quitar el bocado de la boca para dársele. (Camino de Perfección 16, 4-5)
Lecturas bíblicas
a.- Miq. 7, 14-15. 18-20: Dios no
perdona el pecado.
El
final del libro de Miqueas, es una oración contra las naciones y una llamada al
perdón. Es el salmo de un pueblo pobre, que ha regresado del exilio y está en
Jerusalén. Encuentran problemas para asentarse en la tierra de sus antepasados,
miran al horizonte, esperando que Dios cumpla sus promesas y sus anhelos, muy
humanos pero que se hagan realidad. El Mesías se identifica con el pastor de
Israel, porque regirá con su cayado, como lo hace Yahvé. Su pastoreo, en esta
oración es oración y profecía mesiánica, de un pueblo que busca rehacer su vida
y su historia. Se saben heredad de Yahvé, su propiedad que se escogió de entre
muchos pueblos. Como exiliados quieren recuperar las tierras del Carmelo, de Bassán y Galaad, porque son fértiles, y de buenos pastos
para sus rebaños. Así como había actuado en Egipto con brazo poderoso y mano
extendida, también hoy se necesita una intervención parecida, en este nuevo
éxodo de su pueblo. Dios les recuerda que sólo ÉL perdona los pecados y los
arroja en el mar, no porque el pueblo lo merezca, sino por su fidelidad a Jacob
y Abraham. El pueblo confía en la misericordia divina. El profeta ve en el
pecado, la causa de separación de su pueblo con Dios; no habrá amistad, sin
borrar el pecado de la sociedad. Cristo Jesús quitó el pecado del mundo en la
Cruz, donde dio muerte a la misma muerte, al pecado y al poder de Satanás sobre
el hombre que impedía la comunión perfecta entre Dios y el hombre.
b.- Lc. 15, 1-3. 11-32: Parábola del
hijo pródigo.
En
las parábolas de la oveja y de la moneda perdida, que narra Lucas (15, 4-7;
8-10), se presenta el proceder de Dios con los pecadores; ahora es un hijo el
que se pierde. Jesús nos presenta el modo de actuar de Dios Padre, con los
pecadores. Se trata, de un padre rico con dos hijos solteros, que lo tienen
todo para ser feliz. El menor ruega a su padre, que le entregue lo que le
pertenece como herencia, quiere autonomía de su familia y se marcha al
extranjero. Fuera de su casa, se gasta todo en una vida de libertinaje y
despilfarro (cfr. Prov. 29, 3). Vine la carestía y el hambre sobre aquella
región, pide trabajo a un pagano, lo manda a cuidar cerdos, vive en medio de
gente sin ley, ni comidas rituales, porque no observan las leyes de pureza, no
celebran el sábado como día del Señor Yahvé (cfr. Lev. 11,7; Prov. 23,21).
Quería el joven llenarse el vientre con las algarrobas que comían los cerdos,
le daban poca comida, vale menos, que esos animales, es un extranjero. La
miseria trae consigo el recuerdo de la casa paterna, las algarrobas el pan que
comen los jornaleros de su padre; ni Dios ni su familia son lo que lo mueve a
recapacitar, entra dentro de sí mismo, desea salir con vida de esa hambre
terrible. Su arrepentimiento se encuentra expresada en las palabras: “Padre,
pequé contra el cielo y ante ti, no merezco ser llamado hijo tuyo” (v. 21; cfr.
Ex. 10, 16; Sal. 51, 6). Se despierta en él, la conciencia de Dios, y del
pecado que ha cometido; se vuelve a Dios. La imagen del padre amoroso lo lleva
a Dios, nace en él la seguridad del perdón (cfr. Jr. 3, 12ss). El anhelado
encuentro se produce entre el amor del
padre, que se siente profundamente
conmovido, al ver la miseria del hijo, y
las palabras de arrepentimiento que éste pronuncia. El padre le prodiga todas
las muestras de aprecio posible: lo abraza y lo besa como hijo muy querido.
Ordena ponerle el mejor vestido, anillo en su mano y sandalias en los pies,
luego manda celebrar un banquete, porque él ha recuperado a un hijo que daba
por perdido, muerto, ahora lo ha recuperado con vida. Le devuelve la dignidad
de ser su hijo, con todos sus derechos. La fiesta, viene a significar el
evangelio de la misericordia y de la alegría, Jesús salva de la perdición y de
la muerte (cfr. Lc. 1,79). El hijo mayor, fiel en el servicio, vuelve del campo,
y ve sólo lo exterior, no conoce lo vivido por su padre y hermano, había
llegado el tiempo de la salvación, él lo ignora. El hijo mayor murmura contra
esa increíble misericordia del padre, propio de los fariseos, en el fondo, los
representa, con esa actitud ponía en peligro el orden moral existente. El día
del Señor, es el día de su ira, de aquellos que trasgredieron la ley, y
recibirán ese día su castigo. Entrar al banquete era entrar en comunión con un
pecador, que se ha contaminado con prostitutas, paganos y cerdos…. Este hijo mayor se comporta en todo, como un justo, un piadoso
judío… (cfr. Lc. 15, 2). Se niega a ingresar a la celebración, porque el justo
que es él ha sido olvidado, y la alegría de la fiesta, es por un pecador
arrepentido, su hermano menor; los años de servicio se contraponen al
desperdicio de los bienes del otro; no haber quebrantado nunca una orden de su
padre, al despilfarro con prostitutas; el no haber hecho nunca una fiesta con
sus amigos, a matar al becerro cebado para su hermano menor, etc. Se descubre
aquí que la misericordia de Dios es un misterio, no siempre inteligible con
criterios meramente humanos. El padre justifica su proceder. ¿Aprecia de verdad
el hijo mayor, todo lo que ha recibido de su padre? Ha tenido su amor, ha
vivido una intensa comunión con él,
tiene como herencia todo lo que posee el padre. ¿Qué pierde él con que su padre
sea bondadoso? Nada. En las palabras del padre, se intuyen los bienes que posee
el pueblo de Israel, en la alianza hecha con Yahvé. “Tú siempre estás conmigo”
(v. 31). En la nueva economía, Jesús restaura la antigua y la perfecciona con
su sangre, para establecer la nueva alianza (cfr. Lc. 22, 20; Jr. 31, 34). Hay
que “hacer fiesta y alegrarse” (v. 32). El amor, ahora es el núcleo de la nueva
economía, de la ley y de la voluntad de Dios expresada en la palabra de Jesús.
El hermano mayor sólo se preocupa de la ley, carece de amor fraterno. Dios es
glorificado con las obras de amor y misericordia y no sólo con la observancia
del sábado. En las palabras de Jesús se encuentran el poder de la conversión y
la del amor fraterno. Ambos hijos necesitan experimentar estas realidades donde
se encuentra el inicio del Reino de Dios y de la salvación. La conversión a
Dios y el amor al prójimo son las fuerzas fundamentales de la moral cristiana (cfr, Hch. 2, 37-47). La asamblea eucarística, debe ser
también una fiesta donde se celebra la acción salvadora y misericordiosa de
Dios realizada por Jesús en su misterio pascual (cfr. Lc. 22, 10; 1 Cor. 11,
26; Hch. 2, 46). Antes la comunidad era no pueblo, ahora es pueblo de Dios, un
tiempo sin gracia, ahora favorecida (cfr. 1 Pe. 2, 10); la sangre de Cristo se
comulga para el perdón de los pecados, se celebra la nueva acción de gracias,
la economía de la de la salvación y filiación divina. Jesús ofrece salvación,
también al hijo mayor, a los fariseos; todos tenemos necesidad de conversión,
tanto justos como pecadores, porque todos estamos necesitados de misericordia
(cfr. Rm. 11, 32). Volvamos a Dios arrepentidos en
esta Cuaresma, para celebrar la salvación y el perdón que Jesús nos otorga de
parte del Padre, para abrirnos al amor a nuestro prójimo con obras concretas de
caridad cristiana.
Santa
Teresa de Jesús nos pide que si rezamos el Padre Nuestro consideremos lo mucho
que nos da el Señor Jesús en sus primeras palabras. Une oración y conversión a
Dios y a los hermanos: “¡Oh Hijo de Dios y Señor mío!, ¿cómo dais tanto junto a
la primera palabra? Ya que os humilláis a Vos con extremo tan grande en
juntaros con nosotros al pedir y haceros hermano de cosa tan baja y miserable,
¿cómo nos dais en nombre de vuestro Padre todo lo que se puede dar, pues
queréis que nos tenga por hijos, que vuestra palabra no puede faltar? Obligáisle a que la cumpla, que no es pequeña carga, pues
en siendo Padre nos ha de sufrir por graves que sean las ofensas. Si nos
tornamos a El, como al hijo pródigo hanos de perdonar, hanos de
consolar en nuestros trabajos, hanos de sustentar
como lo ha de hacer un tal Padre, que forzado ha de ser mejor que todos los
padres del mundo, porque en El no puede haber sino
todo bien cumplido; y después de todo esto hacernos participantes y herederos
con Vos.” (Camino de Perfección 27,2).
Fr. Julio
González C. OCD