SEGUNDA SEMANA DE PASCUA,  

(Año Par. Ciclo A)

P. Julio González Carretti ocd


Contenido

DOMINGO   1

a.- Hch. 2,42-47: Los creyentes vivían unido y lo tenían todo en común. 2

b.- 1Pe. 1,3-9: Nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva. 2

c.- Jn. 20, 19-31: A los ocho días llegó Jesús. 3

LUNES   4

a.- Hch. 4, 23-31: Oración de los apóstoles. 4

b.- Jn. 3, 1-8: Nacer del agua y del Espíritu. 5

MARTES   6

a.- Hch. 4, 32-37: Todos pensaban y sentían lo mismo. 6

b.- Jn. 3, 11-15: Jesús: El que bajó del cielo vuelve al seno del Padre. 7

MIERCOLES   8

a.- Hch. 5, 17-26: Pedro es liberado de la cárcel. 8

b.- Jn. 3, 16-21: Tanto amó Dios al mundo. 9

JUEVES   10

a.- Hch. 5, 27-33: Testigos somos nosotros y el Espíritu Santo. 10

b.- Jn. 3, 31-36: El Padre ama el Hijo y todo lo puso en su mano. 10

VIERNES   11

a.- Hch. 5, 34-42: Contentos de sufrir por Cristo. 12

b.- Jn. 6, 1-15: Multiplicación de los panes. 12

SABADO   13

a.- Hch. 6,1-7: Institución de los siete diáconos. 13

 

DOMINGO

Lecturas Bíblicas:

a.- Hch. 2,42-47: Los creyentes vivían unido y lo tenían todo en común.

La primera lectura, es el primero de los sumarios del libro de los Hechos (cfr. Hch. 4, 32-35 y 5, 12-16), es una presentación que hace  el autor de los primeros rasgos de la primitiva comunidad cristiana de Jerusalén. Encontramos que había una enseñanza impartida por los apóstoles acerca de la acción salvífica de Dios, llevada a cabo en la persona, palabras y obras de Jesús de Nazaret, en especial en su misterio pascual de muerte y resurrección. Vivencia clara de la koinonía, espiritual y material, afectiva y efectiva, ayuda en la necesidad de los hermanos más pobres con los propios bienes materiales. Celebración de la eucaristía, conmemoración de la última cena de Jesús, claro signo de los bienes escatológicos o futuros. La oración, era otro de los aspectos fundantes de la vida personal y comunitaria de los cristianos, sobre todo la acción de gracias y la oración propia del cristiano como es el Padre Nuestro. Las obras prodigiosas que hacían los apóstoles llamaba la atención, lo mismo había sucedido con Jesús, donde la admiración, la sorpresa, hasta la inclinación a creer se dan lugar entre las personas que los ven obrar desde su fe. Llama la atención la participación asidua de la comunidad en  el culto del templo y en las sinagogas (cfr. Hch. 6,9. 10; 9, 20; 13, 5; 26,11), lo que no signifique se va acentuando lo propiamente cristiano en cuanto al culto se refiere. Las casas eran los lugares destinados a las reuniones litúrgicas. Vemos como la vida de la comunidad era una continua alabanza a Dios, un servicio a los hermanos, lo que traía la benevolencia de todo el pueblo. Esto trajo el aumento del número de miembros de la comunidad, signo de las bendiciones divinas y del Espíritu Santo que la animaba. Esta llegada de nuevos discípulos a la comunidad era un claro signo de la salvación obraba en medio de ellos y abría la esperanza de alcanzar los bienes definitivos del Reino de Dios.

b.- 1Pe. 1,3-9: Nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva.

El apóstol Pedro nos invita a alabar a Dios Padre por la obra realizada en Jesucristo y su resurrección, fuente de salvación para todo el género humano. Probablemente es un texto litúrgico de alabanza, todo un acto de fe cristiana, que comienza reasaltando la iniciativa divina en la obra de la salvación para la humanidad, con lo cual los cristianos se hacían conscientes que a su esfuerza por ser fieles a Dios, les antecedía su proyecto de salvación, su esfuerzo era una respuesta a una obra ya realizada por Dios en Cristo Jesús. El hecho de la resurrección de Jesucristo, motiva la reacción de alabar a Dios por este nuevo nacimiento del hombre pecador (cfr. Rm. 6, 1-4). Por esta vida nueva que la resurrección de Cristo nos otorga, el cristiano participa activamente en su vida gloriosa. Se trata de abrirse a una dimensión nueva en las relaciones con Dios y el prójimo; la vida no termina en esta realidad que nos circunda sino que no abre un camino para buscar lo verdaderamente importante adquiriendo derecho de ciudadanía en la eternidad (cfr. Flp. 3,20). Uno de los aspectos a resaltar es la clara unión entre este nuevo nacimiento y la resurrección de Cristo, es decir, por su acción el hombre es elevado a la categoría de hijo de Dios. Esta divinidad abre a la esperanza de heredar la vida eterna o la Jerusalén celestial; “herencia incorruptible, inmaculada e inmarcesible” (v. 4). Es Dios quien la custodia para el cristiano, por lo tanto no hay duda que la podamos recibir en el último día. Seguridad y gozo provienen del Señor para el hombre caminante que es probado diariamente, pero lleva la alegría  de ser salvado y nadie le podrá quitar esa dicha que proviene de Dios. Las dificultades son también un medio de purificación, como el oro que puesto en el crisol, lo que significa que la vida cristiana, como este metal es imperecedero, pero ésta última es superior al oro. Amar a Jesucristo, a quien no han conocido es todo un desafío, pero que  la fe y el amor, hacen acortan la distancia de tiempo y espacio hasta alcanzar la salvación de sus almas, es decir, el hombre íntegro.   

c.- Jn. 20, 19-31: A los ocho días llegó Jesús.

El mismo día de la resurrección Jesús se aparece al grupo de los discípulos, como la había hecho con la Magdalena. Se denota el miedo que tenía, pero también la alegría que les provoca la presencia de Jesús vivo. Tras el saludo los envía como mensajeros suyos cuando les confía su Espíritu para perdonar los pecados o retenerlos. Tomás estaba ausente y el grupo le anuncia “hemos visto al Señor” (v. 24). No cree el testimonio que le dan de Jesús resucitado y pone sus propias condiciones para creer. En el saludo de Jesús encontramos la presencia de Dios invisible, antes en el santuario, ahora presente por medio de Jesús en la nueva asamblea (cfr. Ex. 25, 8; Zac. 2,15; Ez. 37,26). Es la presencia del Pastor que no abandona su rebaño, nos los deja huérfano y les comunica su paz, con la cual se disipa el miedo (cfr. Ez. 34, 12; Jn. 16, 33). Además del saludo les muestra las llagas, manos y costado, su identificación con el Calvario, la cruz, para los que no le acompañaron en su Pasión, con lo cual actualiza el sentido salvífico de su victoria. Esas llagan lo identifican con la muerte en la cruz y resurrección, pero ahora en pie, es la confirmación que Dios ha cambiado la sentencia de los hombre, autoridades religiosas y políticas, que lo condenaron a morir por ser un malhechor y blasfemo, por haberse declarado hijo de Dios. Glorificado por el Padre en su resurrección, ahora Jesús puede  enviar mensajeros, recrea la vida de los suyos con un gesto, soplar sobre ellos, para comunicarles su Espíritu Santo. Es el soplo del Señor, su aliento de vida con el fin de perdonar o retener los pecados, admitir o excluir de la comunidad. Ochos días más tarde, Jesús vuelve a la comunidad reunida, ahora si se encuentra Tomas y el Resucitado accede a las peticiones del discípulo, quiere confirmar que el que tiene en frente es el mismo que el Crucificado. Ahora ante el muerto, traspasado y Resucitado hace su famosa confesión de fe: “Señor mío y Dios mío” (v. 28). Sólo Jesús es Señor y Dios, así lo proclama la comunidad cristiana, ahora corresponde proclamarlo a todos los hombres para que crean. Ver y creer, son camino de fe, creer sin haber visto, nos hace dichosos, porque nos asegura la perenne acción del Espíritu Santo en nuestras vidas que nos anima y sostiene en el camino de la vida nueva de resucitados.

Juan de la Cruz, precisamente hablando de quienes gustan de fenómenos sobrenaturales, lejos de la revelación y de la tradición apostólica, pone el caso de Tomás que quiso comprobar la resurrección, antes de creer. Le debió bastar la fe de la comunidad, de la Iglesia, ahí se aprende a creer y amar este misterio de vida y salvación. “Y a Santo Tomás, (lo reprendió) porque quiso tomar experiencia en sus llagas, cuando le dijo que eran bienaventurados los que no viéndole le creían” (3S 31,8).


LUNES

Lecturas bíblicas:

a.- Hch. 4, 23-31: Oración de los apóstoles.

Luego de dar testimonio de Cristo resucitado ante el Sanedrín, con motivo de la curación de un tullido, ser amenazados, los apóstoles se entregan a la oración en comunidad. La reacción de la comunidad no fue escapar, sino orar. Era la mejor actitud en medio de la persecución, por haber dado testimonio de Jesucristo, que estaba vivo, era la respuesta a la acción patente de Dios (cfr. Hch. 11, 18; 16, 25; 21, 20). En la oración reconocemos el modo litúrgico de orar de la primitiva comunidad cristiana, pero también el esquema de orar del AT., en particular de Ezequías (cfr. 2 Re 19,15-19; Is. 37, 15-20). Es el Sal. 2,1-2, donde el autor encuentra anunciados los hechos ocurridos durante el misterio pascual de Cristo. El rey de Israel, en la época monárquica había recibido el título de Ungido, por lo tanto el mesías, representante de Yahvé en medio de su pueblo, por lo mismo toda ofensa al rey era como ofender a Yahvé. Desaparecida la monarquía el Salmo se interpreta en forma mesiánica, es decir, esperar al Mesías en el futuro; ahora los reyes y autoridades de la tierra, Herodes y Pilato se pusieron en contra del Señor, pero todo fue inútil, porque ahora está vivo, resucitado. La comunidad denomina también a Jesús, como el Siervo, con lo cual se quiere significar que el cristiano debe estar dispuesto a recorrer el mismo camino que su Maestro. No suplican les libre de las persecuciones, sino que piden libertad para anunciar el evangelio con la palabra y prodigios hechos en nombre de Jesús. El temblor que sienten, luego de orar, entre los paganos significaba que la divinidad había escuchado su oración; Lucas usa este recurso, para dar a entender la complacencia divina por esta oración eclesial de estos cristianos.

b.- Jn. 3, 1-8: Nacer del agua y del Espíritu.

En el evangelio encontramos el diálogo de Jesús con Nicodemo, impresionado seguramente de las palabras de este joven rabino. Es un hombre de buena fe, quiere aceptar la doctrina de Jesús, lo considera un enviado de Dios, preocupado por la llegada del Reino de Dios. Hay que nacer de nuevo para poder ingresar en él, o sea, un cambio de mentalidad, pero es mucho más que eso, porque se trata de renacer de lo alto, de arriba, de Dios. Esto es posible porque el Verbo se hizo carne, puso su tienda entre los hombres (cfr. Jn. 1,12-13). No basta con nacer de la carne y de la sangre, para ingresar al reino de Dios, tampoco el deseo o la esperanza. Es necesaria la presencia del Espíritu Santo, que Jesús trae, es que regenera al hombre que con fe acoge la salvación que se le ofrece. Espíritu y Santo y fe, el hombre puede renacer; puro don de Dios. Inalcanzable para las solas posibilidades humanas. Sólo lo que nace del Espíritu crea una nueva vida, personalidad, por la cual puede responder responsablemente a Dios. Jesús habla del agua que limpia el pecado original y del Espíritu Santo que la vivifica para dar vida. Debemos volver continuamente a la fuente bautismal, donde nacimos a la vida de Dios, ingresamos en la Iglesia y tenemos asegurada la heredad de la vida eterna.

San Juan de la Cruz: “No dio poder a ningunos de estos para poder ser hijos de Dios, sino a los que son nacidos de Dios, esto es, a los que, renaciendo por gracia, muriendo primero a todo lo que es hombre viejo (cfr. Ef. 4, 22), se levantan sobre sí a lo sobrenatural, recibiendo de Dios la tal renacencia y filiación, que es sobre todo lo que se puede pensar. Porque, como el mismo san Juan (3, 5) dice en otra parte: “El que no renaciere en el Espíritu Santo, no podrá ver este reino de Dios, que es el estado de perfección”. Y renacer en el Espíritu Santo en esta vida, es tener un alma simílima (semejantísima) a Dios en pureza, sin tener en sí alguna mezcla de imperfección, y así se puede hacer pura transformación por participación de unión, aunque no esencialmente” (2S 5, 5).


MARTES

Lecturas bíblicas:

a.- Hch. 4, 32-37: Todos pensaban y sentían lo mismo.

La primera lectura nos presenta  la primitiva comunidad de Jerusalén, lo que era y su ideal o meta por alcanzar. En esas coordenadas hay que leer esta primera lectura. A la luz de esa experiencia se podría decir que una comunidad cristiana debe ser signo de Cristo resucitado, llena de su Espíritu en cada uno de sus miembros. La primera columna que sostiene esta realidad eclesial, es que sea una comunidad de fe en la escucha de la palabra de Dios. Fuente de espiritualidad, trasmitida por los apóstoles, donde en dato fundamental es que Cristo está vivo. La fe vivida en comunidad genera hombres y mujeres valientes en vivir el evangelio y anunciarlo a los demás. Es la fe en la escucha de la palabra la que crea cohesión interna, junto a sus legítimos pastores, crea la comunidad de fe en Cristo resucitado: vida para ellos y para el mundo entero. Otra característica de esta experiencia, es la vida en común, es decir compartir los bienes según las necesidades de cada uno. Es un ideal al que hay que tender para que no sea una organización benéfica la comunidad, sino donde se comparta la vida y el amor verdaderos, desde Cristo Jesús: vivir unidos, saber aceptarse, con todas las virtudes y defectos. Siempre será amar, lo esencial del cristianismo, lo esencial del evangelio de Jesús, su mandamiento previo a su muerte en el Calvario. La comunidad cristiana, no se entiende si no es desde la celebración comunitaria de la Eucaristía y la oración. Ser constantes en la fracción del pan  y en la oración supone más que una costumbre, un revivir lo mandado por el Señor: “Haced esto en memoria mía” (Mt. 22,19). La Eucaristía es la fuente del culto cristiano, conmemorar la muerte y resurrección de Jesús hasta que vuelva, es  hacer presente su misterio pascual, de ahí la importancia de celebrarla con frecuencia. Sin Eucaristía no hay comunidad, lo mismo se puede decir de la oración, ambas son necesarias, pues ambas tocan lo esencial del misterio de Jesús resucitado. La oración comunitaria abre el espíritu para la celebración de la Eucaristía, mientras que ésta lleva la oración a su vértice más alto, que es la comunión con Dios. Finalmente esta comunidad debe ser misionera. Comunicar la fe como comunidad es esencial al mensaje cristiano: es la evangelización, el kerigma, es decir el anuncio y el testimonio de Cristo redentor, que nos libra de nuestra condición de pecadores y nos reconcilia con el Padre (cfr. Jn. 20, 21-23). La comunidad obedece el mandato de evangelizar y bautizar dado por Cristo resucitado, con la fuerza del Espíritu Santo, otro don dado por Jesús a su Iglesia, a su pueblo nuevo (cfr. Mt. 28,18-20). Su acción en la Iglesia ha llevado a hombres y mujeres a dedicar su vida a evangelizar todas las naciones en hazañas misioneras por todos conocidas.

b.- Jn. 3, 11-15: Jesús: El que bajó del cielo vuelve al seno del Padre.

El evangelio continúa el diálogo de Jesús y Nicodemo, donde lo medular es creer en el enviado del Padre para tener vida eterna. La teología de Juan, se centra en la vida eterna, que se otorga al que cree en Jesús. El lenguaje de estos versículos es algo oscuro, cuando se refiere a ese saber, y haber visto y de lo cual se da testimonio. ¿A que se refiere Jesús? Hay dos lenguajes, el del reino de Dios del habla Jesús y el humano de Nicodemo; el bautismo como realidad tangible, es de la tierra, con elementos propios, en cambio, el Espíritu viene de lo alto, vida nueva para el que acepta a Jesús como Hijo de Dios, cree en ÉL y entra en el mundo de lo divino, las cosas del cielo, en el reino de Dios. Entre los hombres, el único que posee la experiencia de la vida del cielo o del reino, es el Hijo de Dios (cfr. Jn. 1,18) porque viene de Dios, es su enviado y sube al cielo  (v.13). El título de Hijo de Dios, es Aquel, en el que se unen en una admirable combinación lo humano y lo divino, lo de arriba y lo de abajo, la Encarnación es el misterio que está de trasfondo. Si ha venido de lo alto y vuelve allí ¿cómo ha sucedido? Esto ha sucedido por la elevación del Hijo del hombre (vv.14-15), a la cruz, por una parte y  su exaltación en ella, por otra. La crucifixión de Jesús es manifestación de su futura resurrección y ascensión gloriosa a los cielos. Así como Moisés elevó la serpiente en el desierto (cfr. Nm. 21, 8-9), como un signo de salvación (cfr. Sb. 16, 5-7), así ahora ese signo adquiere su sentido pleno en Cristo mirando a Jesús, contemplándolo en su misterio pascual, se obtiene la salvación, la vida eterna. El bautismo, inicio de nuestro existir para las cosas del cielo, es para el místico, el comienzo de la unión con Dios, unión que posee la semilla de la perfección en el ejercicio de la vida teologal que nos regala el sacramento y que el cristiano aumenta con su adhesión personal al misterio que vive dentro de sí.   

S. Juan de la Cruz, comentado los versos: “Y luego me darías, / allí tú, vida mía,/ aquello que me diste el otro día” escribe el místico: “Llamando a el otro día al estado de la justicia original, en que Dios le dio en Adán, gracia e inocencia, o el día del bautismo, en que el alma recibió pureza y limpieza total, la cual dice aquí el alma en estos versos que luego se la daría en la misma unión de amor. Y eso es lo que entiende por lo que dice en el verso postrero, es a saber: aquello que me diste el otro día; porque, como habemos dicho, hasta esta pureza y limpieza llega el alma en este estado de perfección” (CA 37, 5).


MIERCOLES

Lecturas bíblicas:

a.- Hch. 5, 17-26: Pedro es liberado de la cárcel.

La encarcelación primera de Pedro y Juan, fue por hablar de Jesús resucitado en público (cfr. Hch. 4,3) cosa que les prohibió hacer el Sanedrín, ahora nuevamente van a prisión por sus actividades públicas, a favor de la nueva fe. Los saduceos los persiguen porque hablan de la resurrección de Jesús, cosa que ellos niegan y por ir contra de los fariseos, de ahí tanto “celo” por  combatir a los apóstoles. Lucas, ve la fe en la resurrección de Jesús, como el  punto de encuentro entre judíos, fariseos, y todos aquellos que aceptan este misterio de fe. La liberación de la cárcel de los apóstoles, habla de la protección divina de aquellos que anuncian el mensaje del evangelio, es decir, Dios estaba con ellos, con lo cual se entiende que todo obstáculo desaparece a su paso. El ángel del Señor les ordena seguir predicando en el templo,  todo un desafío para el judaísmo. El evangelio, se entiende, viene a sustituir la Ley; se pone fin a todos lo privilegios judíos, del cual el templo era el principal. Jesús, nuevo templo y nuevo sacrificio. Ellos habían hecho de la religión un modo de vida, se servían de la religión pero quizás no todos servían a Dios en ella. El ángel les ordena predicar ese modo de vida, esa vida nueva (v. 20). Se trata de la vida que genera la predicación de la palabra, que es vida y salvación para quien la acepta. Es la vida nueva inaugurada por Cristo que había enseñado que había venido para que tengan vida y la tengan en abundancia (cfr. Jn. 10,10). La palabra engendra vida, porque ella en sí misma es vida, vida de Dios para el hombre.

b.- Jn. 3, 16-21: Tanto amó Dios al mundo.

El evangelio nos anuncia en amor incondicional del Padre por la humanidad manifestado en su Hijo, al cual entrega, para que los hombres tengan vida y nadie perezca (cfr. Jn. 3,16). Dios ama al hombre, en Cristo tanto que lo hace signo de ese amor en su misterio de la encarnación y en su misterio pascual. La Encarnación y su muerte en cruz no se explican sino desde el amor de Dios Padre al hombre pecador, de ahí que Jesús, no viene a condenar al mundo sino a salvar al mundo (v.17). Todo este amor por la humanidad caída y pecadora, es porque Dios es amor, que se entrega, se da así mismo en su Hijo siempre. La salvación de Dios, ofrecida en Cristo, es perenne en la comunidad de fe, en la celebración de los sacramentos, en que Dios obra hoy la salvación y redención del hombre. La respuesta del hombre ha de tener el sello  de un amor agradecido. Conociendo Dios el corazón del hombre y el uso que hace de su libertad, se arriesga a que su respuesta sea el desprecio, la indiferencia o la plena adhesión a su plan de salvación. Si la opción es el pecado, hay ruptura de la alianza, si nunca el hombre la hizo, escoge las tinieblas, una vida opuesta a Dios. El que cree, ya posee la salvación, el que no cree, ya está condenado por no creer en el Hijo único de Dios (v.18). Creer o no creer, anticipan el juicio definitivo del hombre por parte de Dios. Es la escatología ya realizada, propia de Juan, del hombre y su destino respecto a la fe en el Hijo de Dios. El evangelista nos insta a la opción personal por Jesús: aceptación o rechazo, opción por las obras nacidas de la luz o las provocadas por las tinieblas, por la verdad o la mentira, el amor o egoísmo, por el bien o por el mal o el pecado contra la gracia. La causa de la condena es ésta: “que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz, y no se acerca a ella para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz para que se vea que sus obras están hechas según Dios” (Jn. 3, 19-21).

Juan de la Cruz, cuando comenta los versos de Cántico Espiritual: “¿Por qué, pues has llagado/ aqueste corazón, no le sanaste?/ Y, pues me he has robado,/ ¿por qué así le dejaste, y no tomas el robo que robaste?”. Conviene a saber: ¿por qué no tomas el corazón que robaste por amor, para henchirle y hartarle y acompañarle y sanarle, dándole asiento y reposo cumplido en ti? No puede dejar de desear el alma enamorada, por más conformidad que tenga con el Amado, la paga y salario de su amor, por el cual salario sirve al Amado. Y de otra manera no sería verdadero amor, porque el salario y paga del amor no es otra cosa, ni el alma puede querer otra, sino más amor, hasta llegar a perfección de amor; porque el amor no se paga sino de sí mismo”(CV 9,3).


JUEVES

Lecturas bíblicas:

a.- Hch. 5, 27-33: Testigos somos nosotros y el Espíritu Santo.

Pedro y Juan, comparecen ante el Sanedrín por haber desobedecido  la orden de no predicar en el nombre de Jesús (v. 27; cfr. Hch. 4,18-19) y por acusarlos y hacerlos responsables de la muerte de Cristo a ellos los jefes de Israel (v. 28). Era un desafío, un desprecio a la autoridad del Sanedrín y, por lo mismo, sujetos de castigo. Pedro, responde diciendo, que es más importante obedecer a Dios que a los hombres  y ellos obedecen, predicando aquello que Dios ha hecho en Cristo Jesús, para la salvación de los hombres (vv. 29-30). Respecto a la segunda acusación de hacer responsable a los judíos de la muerte de Cristo, Pedro se detiene en el nombre que dan ellos a Jesús, “ese hombre” (v. 28). De ese hombre habla toda Jerusalén, fruto de la predicación apostólica: “A éste  lo ha exaltado Dios con su diestra como Jefe y Salvador, para conceder a Israel la conversión y el perdón de los pecados” (v. 31). Es el reconocimiento y glorificación de Jesús, pero eso también significa la condena pública de esos que se opusieron a su palabra y obras durante su vida hasta colgarlo en la cruz, fariseos y saduceos. Los apóstoles son testigos, sin embargo, de las maravillas que el Señor hace por medio de su predicación y el Espíritu Santo se da a los que obedecen y aceptan la fe.

b.- Jn. 3, 31-36: El Padre ama el Hijo y todo lo puso en su mano.

El evangelio, nos presenta otra síntesis de Juan: El Padre ama al Hijo y ha puesto todo en sus manos. El que cree en el Hijo posee vida eterna; el que resiste al Hijo, no verá la vida sino que conocerá la ira divina (vv. 35-36). Creer y vivir están en íntima relación en Juan, es el dilema, que presenta al hombre de ayer y de hoy. ÉL viene de lo alto, habla de lo que ha visto y oído, sin embargo, no todos aceptan su mensaje (cfr. Jn. 1, 11), pero quien lo acepta descubre en Dios la verdad. Los hombres no aceptan su palabra porque aman al mundo y sus realidades (cfr. Jn. 15, 19), las palabras de Jesús, le resultan de otro mundo (cfr. Jn. 8, 43). Acoger su palabra significa descubrir la veracidad entre el enviado y su palabra; aceptarlo a Él significa aceptar lo que Dios quiere comunicarle al hombre; y acoger su palabra significa testimoniar la veracidad de Dios. Hoy más que nunca necesitamos, luego de un serio análisis, descubrir la verdad de la mentira, debemos también aceptar la palabra de Jesús como verdadera, porque viene de Dios. Nadie acepta aquello que es falso; si aceptamos algo, es porque lo consideramos verdadero. Quien acepta al Hijo tiene este testimonio dentro de sí, quien lo rechaza hace a Dios un mentiroso, porque significa que no cree en el testimonio que Dios ha dado a favor de su Hijo unigénito (cfr. 1Jn. 5, 10-11).  En la palabra de Aquel que ha sido enviado, habla Dios mismo, lo que confirma la clara identidad entre el mensajero y el mensaje, entre la Palabra y las palabras que anuncia. Jesús y sus palabras son una misma realidad, sus palabras poseen valor en sí mismas porque pronunciadas por la Palabra. El Verbo se hizo carne, sus palabras y acción reflejan el querer de Dios Padre. El evangelista confirma esta realidad con otro dato a tener en cuenta: Dios Padre le ha entregado al Hijo, el Espíritu sin medida, es decir, en su plenitud. La revelación que revela Jesús, es completa, total, sin nada que añadir. Esta es la única Palabra que posee el Padre y la comunica al hombre. Toda la existencia de Jesús, es una revelación, no se aplica aquello de distinguir entre lo que es revelación y no lo es, sería en cierto modo, medir, la comunicación divina. Las verdades que encierra la Palabra no son un fin en sí mismo, sino el medio para conocer y transmitir la verdad que salva al hombre (DV 1). Verdaderamente el Padre ha puesto todas las cosas en las manos del Hijo, se hace presente y obra por medio de ÉL, le comunica sus secretos, y éste lo representa, tiene su misma autoridad. De esto se desprende que aceptar o no a Jesús como Hijo de Dios tiene consecuencias decisivas: la aceptación supone la vida divina, el rechazo trae consigo vivir bajo la ira de Dios. La fe lleva a la vida plena, la incredulidad a la muerte eterna; decidir si aceptamos a Aquel que ha sido enviado por el Padre o lo rechazamos abre un juicio donde se juega el hombre su destino definitivo. La decisión hay que tomarla hoy, porque a lo mejor mañana puede ser muy tarde.

San Juan de la Cruz, nos ofrece un dato teológico fundamental a la hora de leer la Biblia o hacer la lectio divina en clave orante y contemplativa: “Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo, y ésta habla siempre en eterno silencio, y en silencio ha de ser oída del alma” (D 104)


VIERNES

Lecturas bíblicas:

a.- Hch. 5, 34-42: Contentos de sufrir por Cristo.

La defensa de Pedro deja claro que los responsables directos de la muerte de Cristo se debe a la intervención de los judíos, como también queda claro que la desobediencia de los apóstoles responde a una exigencia de la fe en Dios. La intervención de Gamaliel, hombre docto, rabino descendiente de Hilel, había adquirido sabiduría y gran celebridad entre el partido de los fariseos. Quizás era favorable al naciente movimiento, por la predicación de la resurrección que estos hacían, en abierta oposición a los saduceos que la negaban. El nuevo movimiento cristiano tenía en cuenta las Escrituras, no tenía carácter político ni usaban las armas, como Judas el galileo, por todo esto, los fariseos no podían ignorar estos datos a la hora de querer excluirlos de la sociedad judía. Era prudente esperar. Los hasta ahora movimientos mesiánicos habían fracasado, si este movimiento cristiano es sólo cosa de hombres, fracasará como los anteriores. Ahora si este movimiento es  de Dios, oponerse es inútil. “No sea que os encontréis luchando contra Dios” (v. 39). El Sanedrín aceptó este razonamiento, bien pensado por lo demás, luego los discípulos fueron azotados, se les conminó a no hablar en nombre de Jesús, al contrario de lo que se podía pensar, consideraron un honor sufrir por el Nombre de Jesús (v. 41). Se confirmaban sus palabras  respecto a las persecuciones que sufrirían por su Nombre, ser bienaventurados, más aún, ser configurados con Cristo (cfr. Mt. 10, 17; 23,34; 5, 11-12; 15,15; Jn. 19,1; Rm. 8,29). A pesar de la prohibición y los ultrajes sufridos, lejos de retraerse, adquieren mayor vigor y celo para  predicar, en el templo y las casas, que Jesús es el Cristo o Mesías, el Hijo de Dios, resucitado entre los hombres para darles vida nueva.

b.- Jn. 6, 1-15: Multiplicación de los panes.

El evangelio nos presenta este milagro como uno de los más importantes que hizo Jesús, por las narraciones que dejaron los evangelistas y por su significado: Jesús, pan de vida eterna para el que cree y lo recibe. Este signo posee un valor mesiánico y anuncio de la llegada del reino de Dios para los pobres, que veían los prodigios que hacía, lo que provocaba un entusiasmo colectivo. Ven en ÉL al profeta prometido, le quieren proclamar rey (v.15). Este signo tiene también un carácter eucarístico muy claro desde el momento que los gestos de partir el pan en esta multiplicación de los panes y los de la  última cena, son exactamente los mismos: partir el pan, acción de  gracias y repartirlo a los suyos. Una segunda lectura del signo de multiplicar los panes, es el anuncio del misterio de la Eucaristía, discurso que sigue a la narración del prodigio. La referencia a los panes quiere señalar la condición itinerante de la comunidad eclesial. Así como el maná sació el hambre del pueblo de Israel en el desierto, ahora Jesús, nuevo pan de vida, será el alimento del nuevo pueblo de Dios en el futuro, en camino hacia Dios. El Maestro confía a la Iglesia, repartir hoy a la humanidad, al pueblo, el pan para saciar su hambre  material, solidaridad, pero también para saciar su hambre de felicidad interior.

Juan de la Cruz nos enseña que Jesucristo, es el pan bajado del cielo para saciar el hambre de Dios, hambre de su palabra, hambre de su amor y misericordia que el hombre de hoy y de siempre tiene  su inscrito en su ser. El problema está en que muchos sacian su hambre,  con lo que no es Dios, no así quien conoce y se nutre de Jesús, pan vivo para el mundo. En una de sus poesías el místico escribe: “Aquesta eterna fonte está escondida / en este vivo pan por darnos vida, / aunque es de noche. / Aquesta viva fuente que deseo / en este pan de vida yo la veo, / aunque es de noche” (Poesía 4 “Cantar del alma que se huelga de conocer a Dios por fe”).


SABADO  

Lecturas bíblicas:

a.- Hch. 6,1-7: Institución de los siete diáconos.

Primeros problemas de la comunidad de Jerusalén. Los judíos de habla griega, se quejan de que sus viudas son discriminadas a la hora de recibir ayuda como pobres que eran. La respuesta de los apóstoles es acogida por la comunidad y consiste en elegir a siete varones que se encarguen de la administración, quedando así ellos liberados para dedicarse a la predicación y oración. Todos los elegidos son griegos, se les imponen las manos orando, nace así un nuevo servicio eclesial: el diaconado. La administración de los bienes, no les quitó responsabilidad en la evangelización y predicación de la palabra de Dios, como hacen Esteban y Felipe, por lo que sabemos. Es la naciente organización eclesial, reparto de responsabilidades, fruto de la colegialidad apostólica. Palabra, sacramentos y caridad, elementos básicos de la comunidad. La atención a los pobres, las viudas en este caso, habla de la atención que desde siempre la Iglesia ha tenido por ellos; queda claro, además que la autoridad eclesial es servicio de amor a la comunidad, a los hermanos. Este servicio de los apóstoles a los hermanos lo hemos visto en la multiplicación de los panes, cuando Jesús, les encomienda repartir a ellos el pan (cfr. Jn. 6, 11).

b.- Jn. 6,16-21: Jesús camina sobre las aguas.

El evangelio nos presenta a Jesús caminando sobre las aguas y presentándose  como: “Soy yo. No temáis” (v. 20). Una verdadera epifanía de Jesucristo para sus discípulos que en Juan adquiere un significado especial: la autorevelación del Hijo mediante la fórmula “Soy yo”, que tiene sus raíces en el “Soy el que Soy” del AT (Ex. 3, 14). La intención del evangelista es dejar en claro que Jesús lejos de ser un taumaturgo y milagrero, es el Hijo de Dios. Caminar sobre las aguas vendría a significar la estrecha relación entre el pasaje del Mar rojo y la Pascua, la entrega del maná con el paso del Mar rojo. Esta sería la razón por la cual coloca este pasaje luego de la multiplicación de los panes y como gran introducción al discurso del pan de vida o Jesús, nuevo maná venido del cielo. Este portento de caminar sobre las aguas lo hace Jesús, para librar a sus discípulos de la muerte que el pecado de la incredulidad puede provocar en el hombre. ÉL nos rescata de las aguas de la muerte por medio de la fe. El miedo de los discípulos, sin Jesús, en la barca zarandeada por el fuerte viento de tempestad, la Iglesia lo ha vivido desde los primeros tiempos, pero con Jesús a bordo la Iglesia, la barca, llega a puerto de luz. Cuando Mateo escribe su evangelio, el que más profundiza este milagro, la comunidad eclesial ya conocía de dificultades en el camino de la fe y del seguimiento de Cristo. Luego de veinte siglos, a pesar  las diversas crisis por las que ha atravesado, la Iglesia no ha conocido, el zozobrar de la nave, pues confía en la promesa del Señor: Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt. 28, 20). En las horas más oscuras del caminar eclesial y personal debemos como los apóstoles escuchar al Señor que dice “Soy yo. No temáis” (v. 20). Fe y oración, pan vivo para el mundo, son nuestra fortaleza como comunidad eclesial y como discípulos. Sabiduría secreta, es la que necesitamos para, a decir del místico Juan de la Cruz, nos guíe Dios, dejando que dé pisadas y pasos en nuestras vidas, almas dice él, para llegarnos a Sí, es decir, a su unión de sabiduría y amor, por el mar de la vida y de fe, en la nave de su Iglesia.

San Juan de la Cruz, escribe: “Por la secreta escala, disfrazada” del poema de la Noche oscura, con lo que quiere dejar claro que las verdades de la fe son oscuras para el mundo de los sentidos y, por lo tanto, se necesita un fe iluminada y cierta: “En el mar está tu vía y tus sendas en muchas aguas, y tus pisadas no serán conocidas” (Sal.77,19-20), es decir, que este camino de ir a Dios es tan secreto y oculto para el sentido del alma…Que esta propiedad tienen los pasos y pisadas que Dios que va dando en las almas que Dios quiere llegar a sí, haciéndolas grandes en la unión de su Sabiduría que no conocen….Queda, pues, claro que esta contemplación, que va guiando al alma Dios, es sabiduría secreta” (2N 17,7-8).

P. Julio González C.  


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