SEGUNDA SEMANA DE PASCUA,
(Año Par. Ciclo A)
P. Julio González Carretti ocd
Lecturas Bíblicas:
La primera lectura, es el primero de
los sumarios del libro de los Hechos (cfr. Hch. 4,
32-35 y 5, 12-16), es una presentación que hace
el autor de los primeros rasgos de la primitiva comunidad cristiana de
Jerusalén. Encontramos que había una enseñanza impartida por los apóstoles
acerca de la acción salvífica de Dios, llevada a cabo en la persona, palabras y
obras de Jesús de Nazaret, en especial en su misterio pascual de muerte y
resurrección. Vivencia clara de la koinonía,
espiritual y material, afectiva y efectiva, ayuda en la necesidad de los
hermanos más pobres con los propios bienes materiales. Celebración de la
eucaristía, conmemoración de la última cena de Jesús, claro signo de los bienes
escatológicos o futuros. La oración, era otro de los aspectos fundantes de la
vida personal y comunitaria de los cristianos, sobre todo la acción de gracias y
la oración propia del cristiano como es el Padre Nuestro. Las obras prodigiosas
que hacían los apóstoles llamaba la atención, lo mismo había sucedido con
Jesús, donde la admiración, la sorpresa, hasta la inclinación a creer se dan
lugar entre las personas que los ven obrar desde su fe. Llama la atención la
participación asidua de la comunidad en
el culto del templo y en las sinagogas (cfr. Hch.
6,9. 10; 9, 20; 13, 5; 26,11), lo que no signifique se va acentuando lo
propiamente cristiano en cuanto al culto se refiere. Las casas eran los lugares
destinados a las reuniones litúrgicas. Vemos como la vida de la comunidad era
una continua alabanza a Dios, un servicio a los hermanos, lo que traía la
benevolencia de todo el pueblo. Esto trajo el aumento del número de miembros de
la comunidad, signo de las bendiciones divinas y del Espíritu Santo que la
animaba. Esta llegada de nuevos discípulos a la comunidad era un claro signo de
la salvación obraba en medio de ellos y abría la esperanza de alcanzar los
bienes definitivos del Reino de Dios.
El apóstol Pedro nos invita a alabar a
Dios Padre por la obra realizada en Jesucristo y su resurrección, fuente de
salvación para todo el género humano. Probablemente es un texto litúrgico de
alabanza, todo un acto de fe cristiana, que comienza reasaltando
la iniciativa divina en la obra de la salvación para la humanidad, con lo cual
los cristianos se hacían conscientes que a su esfuerza por ser fieles a Dios, les
antecedía su proyecto de salvación, su esfuerzo era una respuesta a una obra ya
realizada por Dios en Cristo Jesús. El hecho de la resurrección de Jesucristo,
motiva la reacción de alabar a Dios por este nuevo nacimiento del hombre
pecador (cfr. Rm. 6, 1-4). Por esta vida nueva que la resurrección de Cristo
nos otorga, el cristiano participa activamente en su vida gloriosa. Se trata de
abrirse a una dimensión nueva en las relaciones con Dios y el prójimo; la vida
no termina en esta realidad que nos circunda sino que no abre un camino para
buscar lo verdaderamente importante adquiriendo derecho de ciudadanía en la
eternidad (cfr. Flp. 3,20). Uno de los aspectos a resaltar es la clara unión
entre este nuevo nacimiento y la resurrección de Cristo, es decir, por su
acción el hombre es elevado a la categoría de hijo de Dios. Esta divinidad abre
a la esperanza de heredar la vida eterna o la Jerusalén celestial; “herencia
incorruptible, inmaculada e inmarcesible” (v. 4). Es Dios quien la custodia
para el cristiano, por lo tanto no hay duda que la podamos recibir en el último
día. Seguridad y gozo provienen del Señor para el hombre caminante que es
probado diariamente, pero lleva la alegría
de ser salvado y nadie le podrá quitar esa dicha que proviene de Dios.
Las dificultades son también un medio de purificación, como el oro que puesto
en el crisol, lo que significa que la vida cristiana, como este metal es
imperecedero, pero ésta última es superior al oro. Amar a Jesucristo, a quien
no han conocido es todo un desafío, pero que
la fe y el amor, hacen acortan la distancia de tiempo y espacio hasta
alcanzar la salvación de sus almas, es decir, el hombre íntegro.
El mismo día de la resurrección Jesús
se aparece al grupo de los discípulos, como la había hecho con la Magdalena. Se
denota el miedo que tenía, pero también la alegría que les provoca la presencia
de Jesús vivo. Tras el saludo los envía como mensajeros suyos cuando les confía
su Espíritu para perdonar los pecados o retenerlos. Tomás estaba ausente y el
grupo le anuncia “hemos visto al Señor” (v. 24). No cree el testimonio que le
dan de Jesús resucitado y pone sus propias condiciones para creer. En el saludo
de Jesús encontramos la presencia de Dios invisible, antes en el santuario,
ahora presente por medio de Jesús en la nueva asamblea (cfr. Ex. 25, 8; Zac.
2,15; Ez. 37,26). Es la presencia del Pastor que no abandona su rebaño, nos los
deja huérfano y les comunica su paz, con la cual se disipa el miedo (cfr. Ez.
34, 12; Jn. 16, 33). Además del saludo les muestra las llagas, manos y costado,
su identificación con el Calvario, la cruz, para los que no le acompañaron en
su Pasión, con lo cual actualiza el sentido salvífico de su victoria. Esas
llagan lo identifican con la muerte en la cruz y resurrección, pero ahora en
pie, es la confirmación que Dios ha cambiado la sentencia de los hombre,
autoridades religiosas y políticas, que lo condenaron a morir por ser un
malhechor y blasfemo, por haberse declarado hijo de Dios. Glorificado por el
Padre en su resurrección, ahora Jesús puede
enviar mensajeros, recrea la vida de los suyos con un gesto, soplar
sobre ellos, para comunicarles su Espíritu Santo. Es el soplo del Señor, su aliento
de vida con el fin de perdonar o retener los pecados, admitir o excluir de la
comunidad. Ochos días más tarde, Jesús vuelve a la comunidad reunida, ahora si
se encuentra Tomas y el Resucitado accede a las peticiones del discípulo,
quiere confirmar que el que tiene en frente es el mismo que el Crucificado.
Ahora ante el muerto, traspasado y Resucitado hace su famosa confesión de fe:
“Señor mío y Dios mío” (v. 28). Sólo Jesús es Señor y Dios, así lo proclama la
comunidad cristiana, ahora corresponde proclamarlo a todos los hombres para que
crean. Ver y creer, son camino de fe, creer sin haber visto, nos hace dichosos,
porque nos asegura la perenne acción del Espíritu Santo en nuestras vidas que
nos anima y sostiene en el camino de la vida nueva de resucitados.
Juan de la Cruz, precisamente hablando
de quienes gustan de fenómenos sobrenaturales, lejos de la revelación y de la
tradición apostólica, pone el caso de Tomás que quiso comprobar la
resurrección, antes de creer. Le debió bastar la fe de la comunidad, de la
Iglesia, ahí se aprende a creer y amar este misterio de vida y salvación. “Y a
Santo Tomás, (lo reprendió) porque quiso tomar experiencia en sus llagas,
cuando le dijo que eran bienaventurados los que no viéndole le creían” (3S
31,8).
Lecturas bíblicas:
Luego de dar testimonio de Cristo
resucitado ante el Sanedrín, con motivo de la curación de un tullido, ser
amenazados, los apóstoles se entregan a la oración en comunidad. La reacción de
la comunidad no fue escapar, sino orar. Era la mejor actitud en medio de la
persecución, por haber dado testimonio de Jesucristo, que estaba vivo, era la
respuesta a la acción patente de Dios (cfr. Hch. 11,
18; 16, 25; 21, 20). En la oración reconocemos el modo litúrgico de orar de la
primitiva comunidad cristiana, pero también el esquema de orar del AT., en
particular de Ezequías (cfr. 2 Re 19,15-19; Is. 37, 15-20). Es el Sal. 2,1-2,
donde el autor encuentra anunciados los hechos ocurridos durante el misterio
pascual de Cristo. El rey de Israel, en la época monárquica había recibido el
título de Ungido, por lo tanto el mesías, representante de Yahvé en medio de su
pueblo, por lo mismo toda ofensa al rey era como ofender a Yahvé. Desaparecida
la monarquía el Salmo se interpreta en forma mesiánica, es decir, esperar al
Mesías en el futuro; ahora los reyes y autoridades de la tierra, Herodes y
Pilato se pusieron en contra del Señor, pero todo fue inútil, porque ahora está
vivo, resucitado. La comunidad denomina también a Jesús, como el Siervo, con lo
cual se quiere significar que el cristiano debe estar dispuesto a recorrer el
mismo camino que su Maestro. No suplican les libre de las persecuciones, sino
que piden libertad para anunciar el evangelio con la palabra y prodigios hechos
en nombre de Jesús. El temblor que sienten, luego de orar, entre los paganos
significaba que la divinidad había escuchado su oración; Lucas usa este
recurso, para dar a entender la complacencia divina por esta oración eclesial
de estos cristianos.
En el evangelio encontramos el diálogo
de Jesús con Nicodemo, impresionado seguramente de las palabras de este joven
rabino. Es un hombre de buena fe, quiere aceptar la doctrina de Jesús, lo
considera un enviado de Dios, preocupado por la llegada del Reino de Dios. Hay
que nacer de nuevo para poder ingresar en él, o sea, un cambio de mentalidad,
pero es mucho más que eso, porque se trata de renacer de lo alto, de arriba, de
Dios. Esto es posible porque el Verbo se hizo carne, puso su tienda entre los
hombres (cfr. Jn. 1,12-13). No basta con nacer de la carne y de la sangre, para
ingresar al reino de Dios, tampoco el deseo o la esperanza. Es necesaria la
presencia del Espíritu Santo, que Jesús trae, es que regenera al hombre que con
fe acoge la salvación que se le ofrece. Espíritu y Santo y fe, el hombre puede
renacer; puro don de Dios. Inalcanzable para las solas posibilidades humanas.
Sólo lo que nace del Espíritu crea una nueva vida, personalidad, por la cual
puede responder responsablemente a Dios. Jesús habla del agua que limpia el
pecado original y del Espíritu Santo que la vivifica para dar vida. Debemos
volver continuamente a la fuente bautismal, donde nacimos a la vida de Dios,
ingresamos en la Iglesia y tenemos asegurada la heredad de la vida eterna.
San Juan de la Cruz: “No dio poder a
ningunos de estos para poder ser hijos de Dios, sino a los que son nacidos de
Dios, esto es, a los que, renaciendo por gracia, muriendo primero a todo lo que
es hombre viejo (cfr. Ef. 4, 22), se levantan sobre sí a lo sobrenatural,
recibiendo de Dios la tal renacencia y filiación, que
es sobre todo lo que se puede pensar. Porque, como el mismo san Juan (3, 5)
dice en otra parte: “El que no renaciere en el Espíritu Santo, no podrá ver
este reino de Dios, que es el estado de perfección”. Y renacer en el Espíritu
Santo en esta vida, es tener un alma simílima
(semejantísima) a Dios en pureza, sin tener en sí alguna mezcla de
imperfección, y así se puede hacer pura transformación por participación de
unión, aunque no esencialmente” (2S 5, 5).
Lecturas bíblicas:
La primera lectura nos presenta la primitiva comunidad de Jerusalén, lo que
era y su ideal o meta por alcanzar. En esas coordenadas hay que leer esta
primera lectura. A la luz de esa experiencia se podría decir que una comunidad
cristiana debe ser signo de Cristo resucitado, llena de su Espíritu en cada uno
de sus miembros. La primera columna que sostiene esta realidad eclesial, es que
sea una comunidad de fe en la escucha de la palabra de Dios. Fuente de
espiritualidad, trasmitida por los apóstoles, donde en dato fundamental es que
Cristo está vivo. La fe vivida en comunidad genera hombres y mujeres valientes
en vivir el evangelio y anunciarlo a los demás. Es la fe en la escucha de la
palabra la que crea cohesión interna, junto a sus legítimos pastores, crea la
comunidad de fe en Cristo resucitado: vida para ellos y para el mundo entero.
Otra característica de esta experiencia, es la vida en común, es decir
compartir los bienes según las necesidades de cada uno. Es un ideal al que hay
que tender para que no sea una organización benéfica la comunidad, sino donde
se comparta la vida y el amor verdaderos, desde Cristo Jesús: vivir unidos,
saber aceptarse, con todas las virtudes y defectos. Siempre será amar, lo
esencial del cristianismo, lo esencial del evangelio de Jesús, su mandamiento
previo a su muerte en el Calvario. La comunidad cristiana, no se entiende si no
es desde la celebración comunitaria de la Eucaristía y la oración. Ser
constantes en la fracción del pan y en
la oración supone más que una costumbre, un revivir lo mandado por el Señor:
“Haced esto en memoria mía” (Mt. 22,19). La Eucaristía es la fuente del culto
cristiano, conmemorar la muerte y resurrección de Jesús hasta que vuelva,
es hacer presente su misterio pascual,
de ahí la importancia de celebrarla con frecuencia. Sin Eucaristía no hay
comunidad, lo mismo se puede decir de la oración, ambas son necesarias, pues
ambas tocan lo esencial del misterio de Jesús resucitado. La oración
comunitaria abre el espíritu para la celebración de la Eucaristía, mientras que
ésta lleva la oración a su vértice más alto, que es la comunión con Dios.
Finalmente esta comunidad debe ser misionera. Comunicar la fe como comunidad es
esencial al mensaje cristiano: es la evangelización, el kerigma, es decir el
anuncio y el testimonio de Cristo redentor, que nos libra de nuestra condición
de pecadores y nos reconcilia con el Padre (cfr. Jn. 20, 21-23). La comunidad
obedece el mandato de evangelizar y bautizar dado por Cristo resucitado, con la
fuerza del Espíritu Santo, otro don dado por Jesús a su Iglesia, a su pueblo
nuevo (cfr. Mt. 28,18-20). Su acción en la Iglesia ha llevado a hombres y
mujeres a dedicar su vida a evangelizar todas las naciones en hazañas
misioneras por todos conocidas.
El evangelio continúa el diálogo de
Jesús y Nicodemo, donde lo medular es creer en el enviado del Padre para tener
vida eterna. La teología de Juan, se centra en la vida eterna, que se otorga al
que cree en Jesús. El lenguaje de estos versículos es algo oscuro, cuando se
refiere a ese saber, y haber visto y de lo cual se da testimonio. ¿A que se refiere Jesús? Hay dos lenguajes, el del reino de
Dios del habla Jesús y el humano de Nicodemo; el bautismo como realidad
tangible, es de la tierra, con elementos propios, en cambio, el Espíritu viene
de lo alto, vida nueva para el que acepta a Jesús como Hijo de Dios, cree en ÉL
y entra en el mundo de lo divino, las cosas del cielo, en el reino de Dios.
Entre los hombres, el único que posee la experiencia de la vida del cielo o del
reino, es el Hijo de Dios (cfr. Jn. 1,18) porque viene de Dios, es su enviado y
sube al cielo (v.13). El título de Hijo
de Dios, es Aquel, en el que se unen en una admirable combinación lo humano y
lo divino, lo de arriba y lo de abajo, la Encarnación es el misterio que está
de trasfondo. Si ha venido de lo alto y vuelve allí ¿cómo ha sucedido? Esto ha
sucedido por la elevación del Hijo del hombre (vv.14-15), a la cruz, por una
parte y su exaltación en ella, por otra.
La crucifixión de Jesús es manifestación de su futura resurrección y ascensión
gloriosa a los cielos. Así como Moisés elevó la serpiente en el desierto (cfr. Nm. 21, 8-9), como un signo de salvación (cfr. Sb. 16,
5-7), así ahora ese signo adquiere su sentido pleno en Cristo mirando a Jesús,
contemplándolo en su misterio pascual, se obtiene la salvación, la vida eterna.
El bautismo, inicio de nuestro existir para las cosas del cielo, es para el
místico, el comienzo de la unión con Dios, unión que posee la semilla de la
perfección en el ejercicio de la vida teologal que nos regala el sacramento y
que el cristiano aumenta con su adhesión personal al misterio que vive dentro
de sí.
S. Juan de la Cruz, comentado los
versos: “Y luego me darías, / allí tú, vida mía,/ aquello que me diste el otro
día” escribe el místico: “Llamando a el otro día al estado de la justicia
original, en que Dios le dio en Adán, gracia e inocencia, o el día del
bautismo, en que el alma recibió pureza y limpieza total, la cual dice aquí el
alma en estos versos que luego se la daría en la misma unión de amor. Y eso es
lo que entiende por lo que dice en el verso postrero, es a saber: aquello que
me diste el otro día; porque, como habemos dicho,
hasta esta pureza y limpieza llega el alma en este estado de perfección” (CA
37, 5).
Lecturas bíblicas:
La encarcelación primera de Pedro y
Juan, fue por hablar de Jesús resucitado en público (cfr. Hch.
4,3) cosa que les prohibió hacer el Sanedrín, ahora nuevamente van a prisión
por sus actividades públicas, a favor de la nueva fe. Los saduceos los
persiguen porque hablan de la resurrección de Jesús, cosa que ellos niegan y
por ir contra de los fariseos, de ahí tanto “celo” por combatir a los apóstoles. Lucas, ve la fe en
la resurrección de Jesús, como el punto
de encuentro entre judíos, fariseos, y todos aquellos que aceptan este misterio
de fe. La liberación de la cárcel de los apóstoles, habla de la protección divina
de aquellos que anuncian el mensaje del evangelio, es decir, Dios estaba con
ellos, con lo cual se entiende que todo obstáculo desaparece a su paso. El
ángel del Señor les ordena seguir predicando en el templo, todo un desafío para el judaísmo. El evangelio,
se entiende, viene a sustituir la Ley; se pone fin a todos lo
privilegios judíos, del cual el templo era el principal. Jesús, nuevo templo y
nuevo sacrificio. Ellos habían hecho de la religión un modo de vida, se servían
de la religión pero quizás no todos servían a Dios en ella. El ángel les ordena
predicar ese modo de vida, esa vida nueva (v. 20). Se trata de la vida que
genera la predicación de la palabra, que es vida y salvación para quien la
acepta. Es la vida nueva inaugurada por Cristo que había enseñado que había
venido para que tengan vida y la tengan en abundancia (cfr. Jn. 10,10). La
palabra engendra vida, porque ella en sí misma es vida, vida de Dios para el
hombre.
El evangelio nos anuncia en amor
incondicional del Padre por la humanidad manifestado en su Hijo, al cual
entrega, para que los hombres tengan vida y nadie perezca (cfr. Jn. 3,16). Dios
ama al hombre, en Cristo tanto que lo hace signo de ese amor en su misterio de
la encarnación y en su misterio pascual. La Encarnación y su muerte en cruz no
se explican sino desde el amor de Dios Padre al hombre pecador, de ahí que
Jesús, no viene a condenar al mundo sino a salvar al mundo (v.17). Todo este
amor por la humanidad caída y pecadora, es porque Dios es amor, que se entrega,
se da así mismo en su Hijo siempre. La salvación de Dios, ofrecida en Cristo,
es perenne en la comunidad de fe, en la celebración de los sacramentos, en que
Dios obra hoy la salvación y redención del hombre. La respuesta del hombre ha
de tener el sello de un amor agradecido.
Conociendo Dios el corazón del hombre y el uso que hace de su libertad, se
arriesga a que su respuesta sea el desprecio, la indiferencia o la plena
adhesión a su plan de salvación. Si la opción es el pecado, hay ruptura de la
alianza, si nunca el hombre la hizo, escoge las tinieblas, una vida opuesta a
Dios. El que cree, ya posee la salvación, el que no cree, ya está condenado por
no creer en el Hijo único de Dios (v.18). Creer o no creer, anticipan el juicio
definitivo del hombre por parte de Dios. Es la escatología ya realizada, propia
de Juan, del hombre y su destino respecto a la fe en el Hijo de Dios. El
evangelista nos insta a la opción personal por Jesús: aceptación o rechazo,
opción por las obras nacidas de la luz o las provocadas por las tinieblas, por
la verdad o la mentira, el amor o egoísmo, por el bien o por el mal o el pecado
contra la gracia. La causa de la condena es ésta: “que la luz vino al mundo, y
los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues
todo el que obra perversamente detesta la luz, y no se acerca a ella para no
verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la
luz para que se vea que sus obras están hechas según Dios” (Jn. 3, 19-21).
Juan de la Cruz, cuando comenta los
versos de Cántico Espiritual: “¿Por qué, pues has llagado/ aqueste
corazón, no le sanaste?/ Y, pues me he has robado,/
¿por qué así le dejaste, y no tomas el robo que robaste?”. Conviene a saber:
¿por qué no tomas el corazón que robaste por amor, para henchirle y hartarle y
acompañarle y sanarle, dándole asiento y reposo cumplido en ti? No puede dejar
de desear el alma enamorada, por más conformidad que tenga con el Amado, la
paga y salario de su amor, por el cual salario sirve al Amado. Y de otra manera
no sería verdadero amor, porque el salario y paga del amor no es otra cosa, ni
el alma puede querer otra, sino más amor, hasta llegar a perfección de amor;
porque el amor no se paga sino de sí mismo”(CV 9,3).
Lecturas bíblicas:
Pedro y Juan, comparecen ante el
Sanedrín por haber desobedecido la orden
de no predicar en el nombre de Jesús (v. 27; cfr. Hch.
4,18-19) y por acusarlos y hacerlos responsables de la muerte de Cristo a ellos
los jefes de Israel (v. 28). Era un desafío, un desprecio a la autoridad del
Sanedrín y, por lo mismo, sujetos de castigo. Pedro, responde diciendo, que es
más importante obedecer a Dios que a los hombres y ellos obedecen, predicando aquello que Dios
ha hecho en Cristo Jesús, para la salvación de los hombres (vv. 29-30).
Respecto a la segunda acusación de hacer responsable a los judíos de la muerte
de Cristo, Pedro se detiene en el nombre que dan ellos a Jesús, “ese hombre”
(v. 28). De ese hombre habla toda Jerusalén, fruto de la predicación
apostólica: “A éste lo ha exaltado Dios
con su diestra como Jefe y Salvador, para conceder a Israel la conversión y el
perdón de los pecados” (v. 31). Es el reconocimiento y glorificación de Jesús,
pero eso también significa la condena pública de esos que se opusieron a su
palabra y obras durante su vida hasta colgarlo en la cruz, fariseos y saduceos.
Los apóstoles son testigos, sin embargo, de las maravillas que el Señor hace
por medio de su predicación y el Espíritu Santo se da a los que obedecen y
aceptan la fe.
El evangelio, nos presenta otra
síntesis de Juan: El Padre ama al Hijo y ha puesto todo en sus manos. El que
cree en el Hijo posee vida eterna; el que resiste al Hijo, no verá la vida sino
que conocerá la ira divina (vv. 35-36). Creer y vivir están en íntima relación
en Juan, es el dilema, que presenta al hombre de ayer y de hoy. ÉL viene de lo alto,
habla de lo que ha visto y oído, sin embargo, no todos aceptan su mensaje (cfr.
Jn. 1, 11), pero quien lo acepta descubre en Dios la verdad. Los hombres no
aceptan su palabra porque aman al mundo y sus realidades (cfr. Jn. 15, 19), las
palabras de Jesús, le resultan de otro mundo (cfr. Jn. 8, 43). Acoger su
palabra significa descubrir la veracidad entre el enviado y su palabra;
aceptarlo a Él significa aceptar lo que Dios quiere comunicarle al hombre; y
acoger su palabra significa testimoniar la veracidad de Dios. Hoy más que nunca
necesitamos, luego de un serio análisis, descubrir la verdad de la mentira,
debemos también aceptar la palabra de Jesús como verdadera, porque viene de
Dios. Nadie acepta aquello que es falso; si aceptamos algo, es porque lo
consideramos verdadero. Quien acepta al Hijo tiene este testimonio dentro de
sí, quien lo rechaza hace a Dios un mentiroso, porque significa que no cree en
el testimonio que Dios ha dado a favor de su Hijo unigénito (cfr. 1Jn. 5,
10-11). En la palabra de Aquel que ha
sido enviado, habla Dios mismo, lo que confirma la clara identidad entre el
mensajero y el mensaje, entre la Palabra y las palabras que anuncia. Jesús y
sus palabras son una misma realidad, sus palabras poseen valor en sí mismas
porque pronunciadas por la Palabra. El Verbo se hizo carne, sus palabras y
acción reflejan el querer de Dios Padre. El evangelista confirma esta realidad
con otro dato a tener en cuenta: Dios Padre le ha entregado al Hijo, el
Espíritu sin medida, es decir, en su plenitud. La revelación que revela Jesús,
es completa, total, sin nada que añadir. Esta es la única Palabra que posee el
Padre y la comunica al hombre. Toda la existencia de Jesús, es una revelación,
no se aplica aquello de distinguir entre lo que es revelación y no lo es, sería
en cierto modo, medir, la comunicación divina. Las verdades que encierra la
Palabra no son un fin en sí mismo, sino el medio para conocer y transmitir la
verdad que salva al hombre (DV 1). Verdaderamente el Padre ha puesto todas las
cosas en las manos del Hijo, se hace presente y obra por medio de ÉL, le
comunica sus secretos, y éste lo representa, tiene su misma autoridad. De esto
se desprende que aceptar o no a Jesús como Hijo de Dios tiene consecuencias
decisivas: la aceptación supone la vida divina, el rechazo trae consigo vivir
bajo la ira de Dios. La fe lleva a la vida plena, la incredulidad a la muerte
eterna; decidir si aceptamos a Aquel que ha sido enviado por el Padre o lo
rechazamos abre un juicio donde se juega el hombre su destino definitivo. La
decisión hay que tomarla hoy, porque a lo mejor mañana puede ser muy tarde.
San Juan de la Cruz, nos ofrece un
dato teológico fundamental a la hora de leer la Biblia o hacer la lectio divina
en clave orante y contemplativa: “Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo,
y ésta habla siempre en eterno silencio, y en silencio ha de ser oída del alma”
(D 104)
Lecturas bíblicas:
La defensa de Pedro deja claro que los
responsables directos de la muerte de Cristo se debe a la intervención de los
judíos, como también queda claro que la desobediencia de los apóstoles responde
a una exigencia de la fe en Dios. La intervención de Gamaliel, hombre docto,
rabino descendiente de Hilel, había adquirido
sabiduría y gran celebridad entre el partido de los fariseos. Quizás era
favorable al naciente movimiento, por la predicación de la resurrección que
estos hacían, en abierta oposición a los saduceos que la negaban. El nuevo
movimiento cristiano tenía en cuenta las Escrituras, no tenía carácter político
ni usaban las armas, como Judas el galileo, por todo esto, los fariseos no
podían ignorar estos datos a la hora de querer excluirlos de la sociedad judía.
Era prudente esperar. Los hasta ahora movimientos mesiánicos habían fracasado,
si este movimiento cristiano es sólo cosa de hombres, fracasará como los
anteriores. Ahora si este movimiento es
de Dios, oponerse es inútil. “No sea que os encontréis luchando contra
Dios” (v. 39). El Sanedrín aceptó este razonamiento, bien pensado por lo demás,
luego los discípulos fueron azotados, se les conminó a no hablar en nombre de
Jesús, al contrario de lo que se podía pensar, consideraron un honor sufrir por
el Nombre de Jesús (v. 41). Se confirmaban sus palabras respecto a las persecuciones que sufrirían
por su Nombre, ser bienaventurados, más aún, ser configurados con Cristo (cfr.
Mt. 10, 17; 23,34; 5, 11-12; 15,15; Jn. 19,1; Rm. 8,29). A pesar de la
prohibición y los ultrajes sufridos, lejos de retraerse, adquieren mayor vigor
y celo para predicar, en el templo y las
casas, que Jesús es el Cristo o Mesías, el Hijo de Dios, resucitado entre los
hombres para darles vida nueva.
El evangelio nos presenta este milagro
como uno de los más importantes que hizo Jesús, por las narraciones que dejaron
los evangelistas y por su significado: Jesús, pan de vida eterna para el que
cree y lo recibe. Este signo posee un valor mesiánico y anuncio de la llegada
del reino de Dios para los pobres, que veían los prodigios que hacía, lo que
provocaba un entusiasmo colectivo. Ven en ÉL al profeta prometido, le quieren
proclamar rey (v.15). Este signo tiene también un carácter eucarístico muy
claro desde el momento que los gestos de partir el pan en esta multiplicación
de los panes y los de la última cena,
son exactamente los mismos: partir el pan, acción de gracias y repartirlo a los suyos. Una segunda
lectura del signo de multiplicar los panes, es el anuncio del misterio de la
Eucaristía, discurso que sigue a la narración del prodigio. La referencia a los
panes quiere señalar la condición itinerante de la comunidad eclesial. Así como
el maná sació el hambre del pueblo de Israel en el desierto, ahora Jesús, nuevo
pan de vida, será el alimento del nuevo pueblo de Dios en el futuro, en camino
hacia Dios. El Maestro confía a la Iglesia, repartir hoy a la humanidad, al
pueblo, el pan para saciar su hambre
material, solidaridad, pero también para saciar su hambre de felicidad
interior.
Juan de la Cruz nos enseña que
Jesucristo, es el pan bajado del cielo para saciar el hambre de Dios, hambre de
su palabra, hambre de su amor y misericordia que el hombre de hoy y de siempre
tiene su inscrito en su ser. El problema
está en que muchos sacian su hambre, con
lo que no es Dios, no así quien conoce y se nutre de Jesús, pan vivo para el
mundo. En una de sus poesías el místico escribe: “Aquesta
eterna fonte está escondida / en este vivo pan por
darnos vida, / aunque es de noche. / Aquesta viva
fuente que deseo / en este pan de vida yo la veo, / aunque es de noche” (Poesía
4 “Cantar del alma que se huelga de conocer a Dios por fe”).
Lecturas bíblicas:
Primeros problemas de la comunidad de
Jerusalén. Los judíos de habla griega, se quejan de que sus viudas son
discriminadas a la hora de recibir ayuda como pobres que eran. La respuesta de
los apóstoles es acogida por la comunidad y consiste en elegir a siete varones
que se encarguen de la administración, quedando así ellos liberados para
dedicarse a la predicación y oración. Todos los elegidos son griegos, se les
imponen las manos orando, nace así un nuevo servicio eclesial: el diaconado. La
administración de los bienes, no les quitó responsabilidad en la evangelización
y predicación de la palabra de Dios, como hacen Esteban y Felipe, por lo que
sabemos. Es la naciente organización eclesial, reparto de responsabilidades,
fruto de la colegialidad apostólica. Palabra, sacramentos y caridad, elementos
básicos de la comunidad. La atención a los pobres, las viudas en este caso,
habla de la atención que desde siempre la Iglesia ha tenido por ellos; queda
claro, además que la autoridad eclesial es servicio de amor a la comunidad, a
los hermanos. Este servicio de los apóstoles a los hermanos lo hemos visto en
la multiplicación de los panes, cuando Jesús, les encomienda repartir a ellos
el pan (cfr. Jn. 6, 11).
b.- Jn. 6,16-21: Jesús camina sobre
las aguas.
El evangelio nos presenta a Jesús
caminando sobre las aguas y presentándose
como: “Soy yo. No temáis” (v. 20). Una verdadera epifanía de Jesucristo
para sus discípulos que en Juan adquiere un significado especial: la autorevelación del Hijo mediante la fórmula “Soy yo”, que
tiene sus raíces en el “Soy el que Soy” del AT (Ex. 3, 14). La intención del
evangelista es dejar en claro que Jesús lejos de ser un taumaturgo y milagrero,
es el Hijo de Dios. Caminar sobre las aguas vendría a significar la estrecha
relación entre el pasaje del Mar rojo y la Pascua, la entrega del maná con el
paso del Mar rojo. Esta sería la razón por la cual coloca este pasaje luego de
la multiplicación de los panes y como gran introducción al discurso del pan de
vida o Jesús, nuevo maná venido del cielo. Este portento de caminar sobre las
aguas lo hace Jesús, para librar a sus discípulos de la muerte que el pecado de
la incredulidad puede provocar en el hombre. ÉL nos rescata de las aguas de la
muerte por medio de la fe. El miedo de los discípulos, sin Jesús, en la barca
zarandeada por el fuerte viento de tempestad, la Iglesia lo ha vivido desde los
primeros tiempos, pero con Jesús a bordo la Iglesia, la barca, llega a puerto
de luz. Cuando Mateo escribe su evangelio, el que más profundiza este milagro,
la comunidad eclesial ya conocía de dificultades en el camino de la fe y del
seguimiento de Cristo. Luego de veinte siglos, a pesar las diversas crisis por las que ha
atravesado, la Iglesia no ha conocido, el zozobrar de la nave, pues confía en
la promesa del Señor: Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del
mundo” (Mt. 28, 20). En las horas más oscuras del caminar eclesial y personal
debemos como los apóstoles escuchar al Señor que dice “Soy yo. No temáis” (v.
20). Fe y oración, pan vivo para el mundo, son nuestra fortaleza como comunidad
eclesial y como discípulos. Sabiduría secreta, es la que necesitamos para, a
decir del místico Juan de la Cruz, nos guíe Dios, dejando que dé pisadas y
pasos en nuestras vidas, almas dice él, para llegarnos a Sí, es decir, a su
unión de sabiduría y amor, por el mar de la vida y de fe, en la nave de su
Iglesia.
San Juan de la Cruz, escribe: “Por la
secreta escala, disfrazada” del poema de la Noche oscura, con lo que quiere
dejar claro que las verdades de la fe son oscuras para el mundo de los sentidos
y, por lo tanto, se necesita un fe iluminada y cierta: “En el mar está tu vía y
tus sendas en muchas aguas, y tus pisadas no serán conocidas” (Sal.77,19-20),
es decir, que este camino de ir a Dios es tan secreto y oculto para el sentido
del alma…Que esta propiedad tienen los pasos y pisadas que Dios que va dando en
las almas que Dios quiere llegar a sí, haciéndolas grandes en la unión de su
Sabiduría que no conocen….Queda, pues, claro que esta contemplación, que va
guiando al alma Dios, es sabiduría secreta” (2N 17,7-8).
P.
Julio González C.