SEPTIMA SEMANA DE PASCUA
(Ciclo C)
ASCENSIÓN DEL SEÑOR A LOS
CIELOS
Contenido
Lecturas bíblicas:
a.- Hch. 1, 1-11: Jesús se elevó a la
vista de ellos.
En
la primera lectura, encontramos el discurso de despedida, y la narración de la
Ascensión. Lucas, nos recuerda, que por cuarenta días, Jesús se apareció a sus
discípulos, es el tema del futuro kerigma, que deberán predicar los discípulos,
y también, esos cuarenta días, son la continuidad de la comunidad apostólica
antes de la Ascensión. En su despedida, les pide el Resucitado, que no se
alejen de Jerusalén, porque el evangelio debe expandirse desde donde había
comenzado todo (cfr. Lc. 1, 5). Al autor, le interesa resaltar que el evangelio
predicado y vivido, comienza en Jerusalén, y se extenderá, hasta las naciones
paganas hasta llegar a Roma con Pablo, cumpliéndose las palabras de Jesús:
seréis mis testigos hasta los confines de la tierra (cfr. Hch. 1, 8).
Jerusalén, es lugar del cumplimiento de la promesa del Padre, la efusión del
Espíritu Santo, bautismo que Jesús había prometido, y que garantiza su
presencia en los momentos difíciles durante la propagación del evangelio (cfr.
Hch. 2, 7; 11,16; Mc. 13,11; Lc. 3,16; Jn.7, 37-39). La mención de la
restauración de la monarquía davídica, obedece a la no comprensión del Reino de
Dios, pensado por los apóstoles, como los reinos terrenos, pero además, se
pensaba que a la efusión del Espíritu, correspondía la llegada de los últimos
tiempos. Jesús, se limita a decir, que el fin, no corresponde a ellos pensarlo,
es el Padre, quien posee la iniciativa de los momentos de la historia, y por lo
mismo, le corresponde, también fijar su culminación. En cambio, la misión de
ellos, será predicar el evangelio a todas las naciones, promesa y mandato; la
Iglesia es misionera desde el comienzo y sus límites son el mundo entero. Se
rompe el cerco religioso judío o la exclusividad de la salvación. Los
discípulos recibirán el Espíritu, para ser testigos del Resucitado, ahí donde
prediquen la Buena Nueva.
b.- Ef. 1, 17-23: Lo sentó a su
derecha en el cielo.
La
Ascensión, es narrada con los símbolos de la tradición y su significado bíblico,
como es la nube, el cielo, las vestiduras blancas, de los dos varones que
hablan de la presencia divina; en definitiva, lo sobrenatural. La mirada al
cielo y la llamada de atención de los
varones angélicos a los apóstoles, refleja la esperanza de un fin inmediato del
mundo. Las palabras de los varones, orientan a los creyentes, sobre el
significado de la Ascensión y de la Parusía: no deben quedarse mirando el
cielo, sino más bien, no perderla de vista. Ese Jesús que subió volverá. Lucas,
con esta narración tiene en mente una sola idea: el camino ascendente de Jesús
hacia el Padre. EL lenguaje narrativo, está al servicio de este misterio de
nuestra fe. El apóstol Pablo, nos introduce en el tema del triunfo y supremacía
de Cristo, luego de su misterio Pascual, y exaltación a los cielos. Su Padre,
nos concederá por la fe que tenemos en Cristo Jesús, la sabiduría para
conocerle perfectamente, iluminará el corazón de los fieles, para descubrir la
esperanza a la que hemos sido llamados por el Padre; estimar el grado de
gloria, la herencia otorgada a los santos, y la fuerza con que obra su poder,
la misma, con que resucitó a Jesucristo el Señor, ahora sentado a su diestra,
obra en nosotros hoy (vv. 18ss). Dios
conoce el corazón del hombre y el hombre, ha de amarlo precisamente, con todo
el corazón, porque ha sido depositado en él el don del Espíritu (cfr. Lc.
16,15; Hch. 1, 24; Rm. 8, 27; Mc.12, 29-30; Rm. 5, 5; 2Cor. 1, 22; Gal. 4,6). Jesucristo, también vive
en el corazón de los hombres sencillos, rectos y puros (cfr. Ef. 3,17; Hch. 2, 46; 2Cor. 11,
3; Ef. 6,5; Col. 3, 22; Hch. 8,21; Mt.
5,8; St. 4,8). Dios Padre, colocó a
Cristo por sobre todo poder cósmico y angélico del presente y del futuro; lo
hizo también cabeza de su Iglesia. La Ascensión de Cristo a los cielos, abre el
camino para nuestro propio subir al Padre, como coronación de toda una vida fe
y de esperanza en su amor.
c.-
Lc. 24, 46-53: Mientras los bendecía, iba subiendo al cielo.
En
este evangelio, asistimos a las últimas instrucciones que Jesús dejó a su
Iglesia: palabras y obras que la tradición nos recuerda. En ese tiempo, Jesús
resucitado, estaba con ellos visible, experimentable. Pero subirá al cielo, al
Padre, y se acabarán las apariciones del Resucitado, y la Iglesia, esperará su
parusía (cfr. Lc. 17, 22). Toda la actividad de Jesús, dominada por el
cumplimiento de las Escrituras en su vida, lo mismo al comienzo de su
ministerio que ahora al culminarlo (cfr. Lc. 4, 21; v. 44), todo hablaba de ÉL,
lo mismo la ley, que los profetas, los Salmos hablan de Cristo (cfr. Lc. 16,17;
4,21). Es el tiempo del Mesías, tiempo de la realización de las promesas. Si
bien, Jesús explicó las Escrituras, los apóstoles no comprendieron que era el
Mesías, sólo después de la Resurrección se les abrió la mente para la
comprensión de las Escrituras. La fe en Jesús de Nazaret, es obra del
Resucitado, como también, la apertura de la inteligencia a las Escrituras. Sólo
la luz pascual extiende la comprensión del AT, conduce al conocimiento de
Jesús, Salvador de Israel y del mundo. Lo que anuncian las Escrituras, es la
salvación para todos los pueblos. La salvación viene de la pasión, muerte y
resurrección de Jesús. Este Nombre es la presencia activa de Jesús, cuentan con
su promesa de estar siempre con ellos (cfr. Hch. 4,12). A todas las naciones se
predica el evangelio en las palabras del Bautista, se cumple la promesa de
Isaías (cfr. Lc. 3, 6; Is. 40, 5), en anuncio que hay en el cántico de Simeón
(Lc. 2, 32; Is. 42,6). La salvación comienza a predicarse en Jerusalén (cfr.
Jn. 4, 22; Hch. 3, 25; Gen. 12, 3). Se anuncia la conversión y el perdón de los
pecados, y la vida nueva que dona el Resucitado, porque es el autor de la vida
(cfr. Hch. 3,15; 5,31). La predicación de todas las naciones se presenta como
cumplimiento de las Escrituras, lo mismo podemos afirmar de la pasión y la
resurrección. Al tiempo de las promesas sigue, viene su cumplimiento en Cristo,
y luego el tiempo de la Iglesia, días hechos de testimonio y misión. Los
apóstoles son testigos de todo eso; son testigos de todos los momentos
importantes de la vida de Jesús. Ahora les ofrece la ayuda del Espíritu Santo,
promesa que cumplirá una vez que sea glorificado y suba al Padre (cfr. Mt. 28,
18; Jn. 15,26; Joel 3,1-5; Hch. 2, 16-21). El mismo Espíritu que ungió a Jesús,
ahora también ungirá a los apóstoles; será el tiempo de la Iglesia, es decir,
del Espíritu (cfr. Hch. 10, 38; 2, 33). Los apóstoles deberán esperar al
Espíritu Santo, establecerse en la ciudad, permanecer reflexionando y
meditando, perseverar en la oración con María, la Madre de Jesús (cfr. Hch. 10, 39; Hch.1, 14). Jerusalén será
la sede desde donde los apóstoles serán revestidos de lo alto, con la fuerza
del Espíritu Santo. Cerca de Betania, camino del desierto, cerca de Jerusalén,
sobre el monte de los Olivos, Jesús asciende a los cielos. Desde ahí salió el
Mesías glorioso a cumplir con su destino de muerte y resurrección, hacia
Jerusalén; esta era la ciudad para que Cristo Jesús subiera a la gloria del
Padre y para enviar el Espíritu Santo (cfr. Lc. 19, 28-38; Hch. 1, 12). Jesús
bendice en forma solemne a sus apóstoles, como un Sumo Sacerdote (cfr.
Eclo. 50,22); se despide para subir al
cielo, en ÉL serán benditas todas las naciones (cfr. Hch. 3, 25). En su
Ascensión al cielo, la atención se fija en la despedida, terminaron las
apariciones del Resucitado, sus días entre los hombres concluyeron, todas las
peregrinaciones de Jesús han llegado a su meta: sube al Padre. El Resucitado
vive a la derecha del Padre, pero volverá. Los apóstoles se despiden de Jesús,
postrados ante ÉL para recibir su bendición. Vuelven a Jerusalén, cumplen la
última voluntad de Jesús. Su alegría y gozo es preludio del regreso del Señor
Jesús. En su entrada en Jerusalén, Jesús tomó el templo para sí, era su casa,
con lo que echó los cimientos de la comunidad eclesial (cfr. Lc. 19, 45). El
templo seguirá siendo lugar de oración, de la comunidad de la Ascensión de y de Pentecostés (cfr. Hch. 2, 46; 3, 1; 5,
12. 20; 4,2). Lucas, termina su evangelio, con los discípulos en el templo,
bendiciendo a Dios, porque, había sido bendecida por el Sacerdote Cristo Jesús,
la alabanza de la Iglesia es su excelsa correspondencia a su eterna bendición.
Comienza la alabanza incesante de la Iglesia a Dios, porque en ella reside la
fuente de la salvación para el mundo entero.
Santa
Teresa de Jesús, propone la determinación, como camino para responder a tantas
gracias recibidas de parte de Jesús en la oración. Camino que culmina en la
vida eterna. “Harto gran misericordia hace a quien da gracia y ánimo para
determinarse a procurar con todas sus fuerzas este bien. Porque si persevera,
no se niega Dios a nadie. Poco a poco va habilitando él el ánimo para que salga
con esta victoria. Digo ánimo, porque son tantas las cosas que el demonio pone
delante a los principios para que no comiencen este camino de hecho, como quien
sabe el daño que de aquí le viene, no sólo en perder aquel
alma sino muchas. Si el que comienza se esfuerza con el fervor de Dios a llegar
a la cumbre de la perfección, creo jamás va solo al cielo; siempre lleva mucha
gente tras sí. Como a buen capitán, le da Dios quien vaya en su compañía. Póneles tantos peligros y dificultades delante (10), que no
es menester poco ánimo para no tornar atrás, sino muy mucho y mucho favor de
Dios.” (V 11,4).
Lecturas bíblicas
a.- Hch. 19,1-8: ¿Habéis recibido el
Espíritu Santo?
Este
pasaje de los Hechos, deja al descubierto que existían cristianos, que habían
sido bautizados con el bautismo de Juan, como en el caso de Apolo (cfr. Hch.
18, 25). A diferencia de aquel, éstos no están vinculados a ninguna sinagoga,
ni tampoco a ninguna comunidad cristiana, no han oído hablar del Espíritu
Santo, en cambio, Apolo fue descrito, como hombre lleno del Espíritu Santo (v.
8; cfr. Hch. 18,27; 18. 25. 27). Vemos cómo en las comunidades había hombres y
mujeres, que todavía no eran plenamente cristianos, puesto que eran discípulos
del Bautista y de Jesús. Es evidente, que la predicación de Juan, llegó a la
diáspora y estos discípulos del Bautista, oyeron hablar de Jesús, y lo
aceptaron como Mesías, pero se ve, que les faltaba una mayor formación acerca
del misterio y la persona del Maestro de Nazaret. Necesitaban recibir el
Bautismo de Jesús, para ser verdaderos cristianos dentro de la Iglesia. Es
Pablo, quien los bautiza, y por la imposición de manos, reciben el Espíritu
Santo, quedando incorporados en la naciente comunidad de Éfeso. Afirma Pablo,
que el Bautismo de Juan, era de penitencia y conversión, lo refiere
inmediatamente a Jesús, es decir, la auténtica conversión, supone la confesión
de fe en Jesús, para convertirse en
cristiano. La imposición de manos, llevada a cabo por Pablo, recuerda la praxis
común que tenían los apóstoles al respecto,
como Pedro y Juan habían impuesto las manos a los que habían abrazado la
fe (cfr. Hch. 8,17). Si bien Pablo, tiene la misma categoría que Pedro y los
demás apóstoles, él por humildad, reserva ese título sólo para los Doce.
Finalmente, los recién bautizados, recibieron el don de lenguas y profecía (v.
6). Vemos el éxito que tuvo Pablo, en esas jornadas misioneras en Éfeso.
b.- Jn.16, 29-33: Tened valor; yo he vencido al mundo.
El
evangelio, nos presenta un momento de claridad entre los discípulos, respecto a
los discursos de Jesús, que hasta el momento no habían comprendido. Ahora, los
discípulos comprenden a Jesús, porque además hablaba con mayor claridad (cfr.
Jn. 14-16), influenciados ciertamente por la luz de la Pascua, que se avecina y
la luz del Espíritu, que brilla en la nueva comunidad. La mayor claridad de las
palabras de Jesús, implica una mayor aceptación del Revelador, el enviado del
Padre. Aceptación hecha por fe, pero al mismo tiempo, con la certeza que la
palabra de Dios concede al creyente. Sólo a la luz de la fe, la vida eterna es
presente, lo mismo que la fe de los discípulos es presentada como un saber y
creer (cfr. Jn. 6, 69). Jesús, lo sabe todo, es un saber que comunica a los
suyos, como enviado del Padre, responde las inquietudes de los hombres. La
pregunta de Jesús: “¿Ahora creéis?” (v.31), parece más bien, un confirmar la
desconfianza en una fe parcial, ya que la fe completa está unida al misterio de
la Hora de Jesús, es decir, a su muerte y resurrección. La auténtica fe, está
unida al escándalo de la Cruz, de ahí que cuando se anunció este escándalo, los
apóstoles se dispersaron y abandonaron a Jesús (v. 32), pero el Hijo, no está
sólo, porque el Padre siempre está con ÉL. Los creyentes muchas veces, dejan a
Jesús, se refugian en el mundo, dando la impresión, que el vencedor del momento
fuera Satanás, como príncipe de este mundo. El único vencedor es Jesús, porque
realmente jamás está solo, el Padre está con ÉL, porque ni Jesús ni el Padre
pueden ser vencidos. El anuncio de abandono de Jesús, por parte de los
discípulos, es para que tengan paz en ÉL. Cosas de la fe. Junto al “Creo
Señor”, que profesa el creyente, sabe muy bien, que es necesaria la ayuda del
Señor: “Aumenta mi fe” (Mc. 9, 24). El fundamento último de la paz del
discípulo, nace de la fe en Cristo Jesús, por lo tanto, ÉL es nuestra paz (cfr.
Is.9,5). La certeza de fe del creyente, se apoya no en
su decisión de creer, sino en Aquel, en quien cree firmemente. Necesitamos
conocer cada vez más a Jesús, como los apóstoles, escucharle, para que nuestro
saber hunda sus raíces en Aquel que el Padre no envió para nuestra salvación.
Que la Cruz, no sea escándalo para nosotros, no dejemos solo a Jesús, siempre
nos necesita, mejor dicho, somos nosotros quienes le necesitamos siempre.
Santa
Teresa de Jesús, hija de su tiempo y de su Iglesia, batalladora por carácter,
recia en sus virtudes, exhorta al cristiano a luchar por su fe, respondiendo a
la gracia divina. “La otra cosa es,
y que hace mucho al caso, que pelea con más ánimo. Ya sabe que, venga lo que
viniere, no ha de tornar atrás. Es como uno que está en una batalla, que sabe,
si le vencen, no le perdonarán la vida, y que ya que no muere en la batalla ha
de morir después; pelea con más determinación y quiere vender bien su vida,
como dicen, y no teme tanto los golpes, porque lleva adelante lo que le importa
la victoria y que le va la vida en vencer. Es también necesario comenzar con
seguridad de que, si no nos dejamos vencer, saldremos con la empresa; esto sin
ninguna duda, que por poca ganancia que saquen, saldrán muy ricos. No hayáis
miedo os deje morir de sed el Señor que nos llama a que bebamos de esta fuente.
Esto queda ya dicho, y querríalo decir muchas veces,
porque acobarda mucho a personas que aún no conocen del todo la bondad del
Señor por experiencia, aunque le conocen por fe. Mas es gran cosa haber
experimentado con la amistad y regalo que trata a los que van por este camino,
y cómo casi les hace toda la costa.” (CV 23,5).
Lecturas
a.-Hch.
20,17-27: Pablo habla a los presbíteros de Éfeso.
Los
Hechos de los Apóstoles, nos presenta el discurso de Pablo en Mileto, a los
presbíteros de esa comunidad. Es la despedida del apóstol, luego de toda una
tarea evangelizadora a modo de síntesis. La primera parte habla de su pasado, actividad en Éfeso; la
segunda se refiere al presente, está encadenado; la tercera anuncia su muerte y
la cuarta, habla del futuro de la Iglesia y las doctrinas erróneas que vendrán.
Denominador común en el discurso, es el la ejemplaridad de Pablo, es decir,
tiene un fundamento real la misma vida del apóstol que conocemos por sus
cartas, es un ejemplo a imitar (cfr.1 Cor. 4, 16; 11,1; Gál. 4, 12; 2 Cor. 3,
1). Pablo, termina su actividad pastoral en libertad, tal como lo presenta
Lucas, es el misionero ideal y responsable excepcional de la comunidad
cristiana. La vida apostólica de Pablo,
es un servicio continuo al Señor, con una humildad admirable, reconocida o no, es el que derrama
lágrimas por sus preocupación pastoral, sufriendo en sí los dolores de Cristo,
mientras los judíos trabajan en contra de la tarea apostólica de Pablo (cfr.
Gál. 1, 10; Flp. 1,1; 2, 22; 2 Cor. 11,7; Flp. 4, 12; 2 Cor. 2,4; Gál. 4,
19-20; 2 Cor. 1,5; Col. 1,24). El
centro de su predicación era la conversión y creer en Jesucristo, y todo eso,
por fidelidad al ministerio recibido: dar testimonio del evangelio de la gracia
de Dios (vv. 21. 24). El evangelio, lo presenta Pablo con muchas denominaciones,
pero con un denominador común: la Palabra de Dios. Palabra de la gracia,
evangelio de la gracia, palabra de salud (cfr. v. 24; Hch. 14, 3; 20,24;
13,26). También es palabra del reino, palabra de la cruz, palabra de
reconciliación, palabra de verdad, palabra de vida (cfr. Mt. 13, 19; 1Cor. 1,
18; 2 Cor. 5,19; Ef. 1, 13).
b.- Jn. 17, 1-11: Padre, glorifica a
tu Hijo.
El
evangelio nos presenta el comienzo de la oración sacerdotal de Jesús. Su
oración tiene como trasfondo, lo que está por venir la pasión, muerte y
resurrección, pero sin mención de tristeza alguna, ya que para Juan, el Maestro
comienza su glorificación desde el comienzo de
su pasión. Llegada su Hora pide al Padre que le devuelva la gloria que
tenía, para poder glorificarlo a ÉL. En su pasión Cristo es Señor, Rey
soberano, autoridad; la manifestación de gloria que pide al Padre, es para
poder dar vida eterna, a los que crean en ÉL. Juan define al cristiano, como
aquel que conoce al Hijo del Hombre, quien en vida humilde y su entrega a la
muerte y resurrección está constituido en Señor; el que descubre que en la
pasión comenzó su exaltación y glorificación; quien ve en Jesús al Padre, y
acepta el nuevo estilo de vida, vida eterna. El Hijo a glorificado al Padre,
realizando de forma perfecta la misión que le encomendó, es ahora, en el
momento sublime del Calvario, lo glorifique y que su Padre le devuelva la
gloria que tenía antes de la creación del mundo (cfr. Jn.1,1). Esta gloria al
Padre ha consistido en darlo a conocer a los hombres, han aceptado la palabra
que les ha comunicado de su parte, en forma obediente y responsable. Toda la
enseñanza, procede en definitiva del Padre, el mismo procede como enviado del
Padre. Han creído en su misión y origen. Finalmente, ruega por los discípulos,
no por el mundo, sino por aquellos que llevarán a cabo, la gran misión
evangelizadora en el mundo. Como ÉL, los discípulos, son de arriba y de abajo,
es decir, están en este mundo, perteneciendo al de arriba, al cielo.
Santa
Teresa de Jesús, se sabe viviendo en Dios Uno y Trino, desde que conoció el
amor de Jesús. “Y así, orando una vez Jesucristo nuestro Señor por sus
apóstoles no sé adónde es dijo, que fuesen una cosa con el Padre y con El,
como Jesucristo nuestro Señor está en el Padre y el Padre en El (14). ¡No sé
qué mayor amor puede ser que éste! Y no dejamos de entrar aquí todos, porque
así dijo Su Majestad: No sólo ruego por ellos, sino por todos aquellos que han
de creer en mí también, y dice: “Yo estoy en ellos”. ¡Oh, válgame Dios, qué palabras
tan verdaderas!, y ¡cómo las entiende el alma, que en esta oración lo ve por
sí! Y ¡cómo lo entenderíamos todas si no fuese por nuestra culpa, pues las
palabras de Jesucristo nuestro Rey y Señor no pueden faltar!” (7M 2,7-8).
Lecturas
a.- Hch. 20, 28-38: Despedida de los
presbíteros de Efeso.
En
este discurso, Pablo pide a los presbíteros, celo, humildad y renuncia al
egoísmo. El deseo implícito de Pablo, es traspasar su responsabilidad y
ejemplaridad de vida, en la fundación y gobierno de las comunidades a los
presbíteros de la Iglesia. Dios los llamó, para apacentar el rebaño de su Hijo,
que adquirió con su muerte y resurrección. Es el Espíritu Santo, el responsable
de la elección de los dirigentes de las comunidades (cfr. Hch. 13, 1). Si bien,
la imagen del rebaño, es conocida en el AT, en el Nuevo, es la comunidad
cristiana, el nuevo rebaño del Señor Jesús (cfr. Lc. 15,4; Jn. 10; 1 Pe. 2,
25). Luego, ese título pasará a los apóstoles y más tarde a los encargados por
la comunidad local (cfr. Jn. 21, 15-17; 1 Cor. 9,7; 1 Pe. 5, 2-3). La Iglesia
les ha sido confiada por Cristo, no son sus amos o dueños, Él la adquirió con su propia sangre, esta es
la razón de la redención y origen de la comunidad eclesial. Pablo, advierte sobre
la culpa en los desvíos doctrinales que puedan sufrir como comunidad, porque esos
peligros provienen del exterior y del interior, persecuciones y herejías. Su
trabajo consistió en predicar, se ganó el pan con la labor de sus manos, no fue
gravoso para nadie; fue humilde en el trato y en la presentación de la doctrina
en forma pública y en las casas. ÉL representa a la Iglesia apostólica y
legítima de Cristo, cosa que los maestros gnósticos que se habían infiltrado,
también en el judaísmo, no pueden invocar.
Los presbíteros deben ser como Pablo, un soporte para la comunidad en lo
doctrinal y en lo pastoral para sus comunidades, evitando la dispersión y la
herejía (v. 28. 31). Si bien, los
responsables son los dirigentes, es Dios quien debe velar por ellos. ÉL debe
continuar la obra comenzada por ellos con la recepción de la palabra de gracia divina que les ha confiado y el
cuidado pastoral. La gracia es la actualización de la obra de Dios realizada en
Cristo dentro de la comunidad eclesial, que edifica al creyente y a la propia
Iglesia. Santificados son los creyentes, familia de Dios, con derecho a la
herencia prometida desde antiguo (cfr. Dt. 33, 3-4). Finalmente, Pablo nos
comunica que conoce la palabra de Jesús mientras estaba vivo, y no sólo la
conocía sino la seguía. Por primera vez Lucas, relaciona a Pablo con la
predicación terrena de Jesús, es decir, no sólo lo vio Resucitado, sino que
conoce su predicación: “Mayor felicidad hay en dar que en recibir” (v. 35). Con
una palabra, no suya, sino de Jesús, Pablo se despide de la comunidad. Palabra
que suena a bienaventuranza, que beatifica no actitudes sino directamente a las
personas. Quien la pone en práctica, da generosamente, libre de todo egoísmo,
sólo por amor, vive la nueva condición de hijos de Dios.
b.- Jn. 17, 6. 11-19: Padre,
santifícalos en la verdad.
Dentro
de la oración sacerdotal de Jesús al Padre, ÉL pide la protección del Padre,
para sus discípulos, y para los que creerán en ÉL en el futuro. La idea es que
los proteja, de todo aquello que los pudiera hacer desistir de su fe y de la
vida nueva de cristianos, no pide les retire el sufrimiento y la muerte (v.
11). El Nombre de Dios, significa su manifestación, el mismo Jesús, es ahora
manifestación del poder de ese Santo Nombre de Dios en la tierra. Por esa
manifestación del Nombre de Dios, quiere que sus discípulos sean protegidos de
no perder la fe; otra manifestación del Nombre de Dios, es la del amor. El Nombre
de Dios es amor, lo que pide Jesús, es que se mantengan en el amor mutuo, amor
que hace partícipes a los hombres, de la misma comunión que existe entre el
Padre y el Hijo. La unidad de la Iglesia, debe ser manifestación de este amor
trinitario. Durante el ejercicio de su ministerio, Jesús, los cuidó y protegió
a aquellos que el Padre le confió, excepto el hijo de la perdición, o sea
Judas, el que lo traicionó. En el
evangelio de Juan, este hijo de la perdición, representa el mal (cfr. Jn. 2, 3;
13, 18). Ahora, se presenta el ministerio terreno de Jesús, y el que vivirán los apóstoles en el futuro, porque ÉL
vuelve al Padre, luego de su misterio pascual. Esta última parte, la vivirán en
la tristeza, por la partida de Jesús, pero asimismo en la alegría de saber que
ÉL, es el enviado del Padre que les ha comunicado la palabra de la vida, es
decir, el evangelio. Si bien, Jesús vuelve al Padre, luego de su resurrección,
los discípulos deberán permanecer en el mundo, para dar frutos de santidad en
favor del testimonio de la fe recibida. El riesgo que tienen los discípulos, es
precisamente perder la fe, en medio de un mundo, dominado por el demonio, de
ahí que Jesús, insiste en su oración al Padre: líbralos del mal. Ser santificados en la verdad, equivale a
consagrar a los discípulos en la verdad, para que realicen la misión de
evangelizar a todo el mundo. Pero no lo
podrán realizar, sino desde la palabra que Jesús les ha comunicado. La
santificación, que Jesús quiere para sus
discípulos, es en la verdad, que Él les enseñó con su palabras y obras. La
santificación, en definitiva, de los discípulos comienza con el misterio
pascual de muerte y resurrección de Jesucristo, entrega total, que hace de su
existencia al Padre, por la redención de la
humanidad, cuyo resultado es la misión que ahora ellos deben realizar de
cara a la sociedad actual.
Santa
Teresa de Jesús, vive en la verdad del amor de Dios y que Jesucristo selló en
su alma. “Quedóme
una verdad de esta divina Verdad que se me representó, sin saber cómo ni qué,
esculpida, que me hace tener un nuevo acatamiento a Dios, porque da noticia de
su majestad y poder, de una manera que no se puede decir. Sé entender que es
una gran cosa. Quedóme muy gran gana de no hablar
sino cosas muy verdaderas, que vayan adelante de lo que acá (6) se trata en el
mundo, y así comencé a tener pena de vivir en él. Dejóme
con gran ternura y regalo y humildad. Paréceme que, sin entender cómo, me dio
el Señor aquí mucho. No me quedó ninguna sospecha de que era ilusión. No vi
nada, mas entendí el gran bien que hay en no hacer caso de cosas que no sea
para llegarnos más a Dios, y así entendí qué cosa es andar un alma en verdad
delante de la misma Verdad. Esto que entendí, es darme el Señor a entender que
es la misma Verdad.” (V 40,3).
Lecturas bíblicas
a.-Hch.
22, 30; 23, 6-11: Pablo ante Sanedrín.
Este
pasaje de los Hechos, nos describen con lujo de detalles la presencia de Pablo
ante el Sanedrín. Inteligentemente Pablo provoca la división entre el
auditorio, compuesto en su mayoría por fariseos y saduceos, mencionando el tema
de la resurrección, los primeros se ponen a favor del acusado, los otros en su
contra, hasta el punto que el tribuno, por salvar a Pablo de la muerte, lo
envía a la prisión. En un punto estaban de acuerdo ambas facciones, la
intangibilidad de la Ley de Moisés, pero en cuanto a la interpretación que
hacía Pablo, estaban en total
desacuerdo. La intención de Lucas, es más que narrar un hecho histórico, que no
niega, pretende personalizar la justificación del cristianismo y el sinsentido
del judaísmo. En otras palabras, Pablo fue acusado injustamente ante las
autoridades judías. También hay que considerar que Lucas, si bien nos presenta
estas discusiones entre cristianos y judíos, no olvida, que por otra parte, es
la resurrección un punto de común acuerdo, al menos con los fariseos. Hay una
esperanza común, entre el judaísmo y el cristianismo, ahora si ellos son fieles
a su fe, deberían aceptar a Jesús, como Mesías y su resurrección. El problema
es que niegan que esas verdades se hayan realizado en la persona
de Jesús de Nazaret, y no creen en el mensaje que proclama sus representantes,
por lo mismo, no son fieles a su credo.
b.- Jn. 17, 20-26: Padre, que sean uno
con nosotros.
Meditamos
la última parte de la oración sacerdotal de Jesús. Ruega por todos aquellos que
creerán en ÉL en el futuro, creerán por
la palabra de los apóstoles. Es una clara petición por todos los creyentes,
para los cuales también, pide la unidad; comunión entre ellos, un reflejo de la
existe entre el Padre y el Hijo, pero que es participación en su vida divina.
Así como el Padre está en Jesús, así los creyentes debes estar en Ellos, para
que el mundo crea que Jesús es el enviado del Padre. Vínculo de esta unidad es
el amor, la única forma humana de estar en el otro; amor y obediencia para
hacer la voluntad del Padre. La gloria de Dios, es Dios mismo cuando se
manifiesta, ahora se ha manifestado en Cristo, y les comunica esa gloria a los
discípulos; Dios vive en ellos, como Cristo vive en sus discípulos, se crea la
unidad y la inhabitación divina en el hombre. El mundo creerá en Cristo, cuando
sus discípulos vivan en unidad, la fe y el amor, cercanos al hombre y a la
sociedad donde comparten alegrías y penas. Los hombres podrán ver la gloria de
Cristo, en cuanto, los discípulos no decaigan en su fe, participación eficaz en
su gloria, y en la filiación divina. El Padre justo, lo han conocido los
apóstoles, porque han estado cerca del que ÉL ha enviado, como su Revelador. El
evangelista, trata de revelarnos la transformación del hombre que acepta a
Jesús, como venido del cielo y que se hace presente en sus discípulos por medio
de su muerte y resurrección. Es Dios, hecho hombre, que irrumpe en la vida del
creyente, para que pueda tener experiencia de lo divino en su existencia diaria,
a través del misterio de Cristo Jesús. Quiere que donde está ÉL estén también
los suyos para que contemplen su gloria
su amor los acompañe siempre (v. 26).
El cristiano está llamado a vivir esta intimidad divina.
Santa
Teresa de Jesús, vive la unión en forma, entendiendo por ello la unión de
voluntades, la de Dios y el hombre, cimentado en el amor. “Paréceme que queda algo oscura, con cuanto he
dicho, esta morada. Pues hay tanta ganancia de entrar en ella, bien será que no
parezca quedan sin esperanza a los que el Señor no da cosas tan sobrenaturales;
pues la verdadera unión se puede muy bien alcanzar, con el favor de nuestro
Señor, si nosotros nos esforzamos a procurarla, con no tener voluntad sino
atada con lo que fuere la voluntad de Dios. ¡Oh, qué de ellos habrá que digamos
esto y nos parezca que no queremos otra cosa y moriríamos por esta verdad, como
creo ya he dicho! Pues yo os digo, y lo diré muchas veces, que cuando lo fuere,
que habéis alcanzado esta merced del Señor, y ninguna cosa se os dé de estotra unión regalada que queda dicha, que lo que hay de
mayor precio en ella es por proceder de ésta que ahora digo y por no poder
llegar a lo que queda dicho si no es muy cierta la unión de estar resignada
nuestra voluntad en la de Dios. ¡Oh, qué unión ésta para desear! Venturosa el
alma que la ha alcanzado, que vivirá en esta vida con descanso y en la otra
también; porque ninguna cosa de los sucesos de la tierra la afligirá, si no
fuere si se ve en algún peligro de perder a Dios o ver si es ofendido; ni
enfermedad, ni pobreza, ni muertes, si no fuere de quien ha de hacer falta en
la Iglesia de Dios; que ve bien esta alma, que El
sabe mejor lo que hace que ella lo que desea.” (5M 3,3).
Lecturas bíblicas
a.- Hch. 25, 13-21: Pablo ante el rey
Agripa.
Nos
encontramos con Pablo encarcelado en Cesaréa, frente
a Porcio Festo nuevo
procurador, que sucedió a Félix, y sus
enemigos, los judíos, que quieren condenar a muerte al acusado. El nuevo
procurador, hombre apegado a la ley romana, dice que no puede condenar a nadie,
sin tener derecho a defenderse, a tener un juicio. Vistas las partes en el
juicio, Festo, no
condena a Pablo, porque no ve motivos para ello, al menos lo que exponen
los judíos, no son motivos para ser castigado de muerte. Las acusaciones, trataban sobre un cierto Jesús, ya muerto,
pero que Pablo, afirmaba que estaba vivo (v.19); en otras palabras, las
acusaciones eran de carácter religioso, y no político. Lo mismo había afirmado
Claudio Lisias (cfr. Hch. 23, 39). Festo ve que todo
eso no es de su competencia, sugiere a Pablo si quiere ir a Jerusalén, para que
alguien de las autoridades judías pueda dar informes, y así poder dar sentencia
con mayor fundamento. Como Pablo ya había apelado al César, debía ser
custodiado, hasta ser llevado a Roma (cfr. Hch. 25,11). La intención de Lucas,
es demostrar la inocencia de Pablo, y el movimiento cristiano; no contradicen
en nada las leyes de orden público romano. En ese juicio el tema era la
resurrección de Jesucristo, tema que escapa al orden civil y público de Roma,
por lo mismo, el procurador dilató el juicio sobre Pablo.
b.- Jn. 21, 15-19: Simón, ¿me amas?
Apacienta mis ovejas.
El
evangelista, nos presenta un interrogatorio de Jesús a Pedro, luego de la pesca
milagrosa. La pregunta es: “Simón, Simón ¿me ama más que estos?” (v. 15). La
idea de Jesús, es preguntarle a Pedro si lo ama con el mismo amor que él
predicó durante su vida pública y sobre todo en la noche de la última cena, si lo ama más que el resto de
los discípulos. Pedro, lo quiere, lo siente, sabe que es su amigo. A la tercera
pregunta, Jesús quiere profundizar esa amistad, recordarle sus negaciones, Pedro no duda, y le confiesa su amor desde el
conocimiento que Jesús tiene de él. Como a un amigo, Jesús le confía el cuidado
de su rebaño y de sus ovejas, es decir, la totalidad del rebaño. Deberá darles
alimento y guiarlos es decir, dar la vida por el rebaño y luz para el camino. Y
como su amigo dará gloria a Dios, como ÉL, muriendo en la Cruz. Jesús anuncia a
Pedro no sólo que lo “atarán” y lo harán prisionero sino que “extenderá las
manos”, lo que podría evocar la crucifixión que sufrirá Pedro al final de sus
días (v. 18). La triple confesión de amor ha superado la triple negación. Ahora
Pedro está en condiciones espirituales para poder seguir a Jesús, de ahí la
llamada a seguirle que le hace, con la misma fuerza, con que lo llamó la
primera vez (cfr. Jn. 1, 42). A Pedro se le confía la Iglesia que deberá guiar
movido por el Espíritu Santo porque Jesús lo amaba y encontró en él una respuesta
de amor. Si Jesús nos hiciera esa pregunta cuál sería nuestra respuesta. Para
que se acreciente nuestro amor al Señor, debemos cultivar una exquisita amistad
con Él, por medio de la escucha de su palabra, la recepción de la Eucaristía,
poner por obra su evangelio de gracia y salvación. La Iglesia, necesita el
testimonio de amor y fidelidad a Jesucristo en cada uno de sus hijos para
sentirnos verdaderos discípulos, amigos de Cristo, dispuestos como ÉL a dar la
vida por el prójimo.
Santa
Teresa de Jesús, y San Pedro, hicieron de la escucha de la voz de Cristo
Pastor, el centro de sus vidas. “Dicen que «el alma se entra dentro de sí» y
otras veces que «sube sobre sí». Por este lenguaje no sabré yo aclarar nada,
que esto tengo malo que por el que yo lo sé decir pienso que me habéis de
entender, y quizá será sola para mí. Hagamos cuenta que estos sentidos y
potencias (que ya he dicho que son la gente de este castillo, que es lo que he
tomado para saber decir algo), que se han ido fuera y andan con gente extraña,
enemiga del bien de este castillo, días y años; y que ya se han ido, viendo su
perdición, acercando a él, aunque no acaban de estar dentro porque esta
costumbre es recia cosa, sino no son ya traidores y andan alrededor. Visto ya
el gran Rey, que está en la morada de este castillo, su buena voluntad, por su
gran misericordia, quiérelos tornar a él y, como buen pastor, con un silbo tan
suave, que aun casi ellos mismos no le entienden, hace que conozcan su voz y
que no anden tan perdidos, sino que se tornen a su morada. Y tiene tanta fuerza
este silbo del pastor, que desamparan las cosas exteriores en que estaban
enajenados y métense en el castillo.” (4M 3,2).
Lecturas bíblicas
a.- Hch. 28,16-20.30-31: San Pablo en
Roma.
Llegado
a Roma, Pablo reúne a los judíos de la ciudad, le informan que no han llegado
noticias de Jerusalén sobre él; les informa de su proceso, cómo fue acusado de
conspirar contra el pueblo y las costumbres religiosas de sus padres, lo que es
completamente falso; tuvo que apelar al César, porque cuando las autoridades
romanas quisieron liberarle, lo judíos se opusieron. Lucas, con esto nos quiere
hacer creer que el proceso de Pablo, se debe principalmente a querer mantenerse
fiel a la esperanza de Israel. Otro día les predicó acerca del Reino de Dios,
de Jesús, basándose en la Ley y en los Profetas, unos aceptaron el mensaje,
otros lo rechazaron, pero Pablo, deja en claro que este endurecimiento de los
corazones había sido anunciado por boca del profeta: “Ve a encontrar a este
pueblo y dile: Escucharéis bien, pero no entenderéis, miraréis bien, pero no veréis. Porque se ha
embotado el corazón de este pueblo, han hecho duros sus oídos, y sus ojos han
cerrado; no sea que vean con sus ojos, y con sus oídos oigan, y con su corazón
entiendan y se conviertan, y yo los cure.
Sabed, pues, que esta salvación de Dios ha sido enviada a los gentiles;
ellos sí que la oirán.” (vv. 26-28; cfr. Is. 6,9-10). El autor de los Hechos
culmina el viaje de Pablo en Roma, porque con ellos quiere coronar la carrera
de un hombre de Dios, que a pesar de llevar cadenas, no deja de predicar el
evangelio. Su presencia en Roma, es como la síntesis de toda su obra: la misión
entre los gentiles, sufrir las maquinaciones de los judíos, y el evangelio que
en la persona de Pablo, ha recorrido un camino de dolor y gloria, desde Cesarea
a Roma. Es el hombre de Dios que encadenado, sigue predicando el evangelio,
cumpliéndose las palabras del Resucitado: “Seréis mis testigos hasta los
confines de la tierra” (Hch.1, 8). Luego de los dos años de libertad vigilada,
seguramente Pablo, fue liberado de esa primera cautividad romana. Luego de
alcanzar la libertad, pudo realizar su viaje a España, y más tarde, después de
realizar nuevas labores misioneras, sufrió una segunda cautividad romana,
culminando su vida con su glorioso martirio a las afueras de Roma.
b.- Jn. 21, 19-25: El discípulo amado.
El
autor del evangelio, nos presenta al discípulo amado, como el ideal del
discípulo, que siempre siguió a Jesús (v. 20). Pedro, ahora se interesa por Juan, si él como amigo
de Jesús, se le anuncia el martirio, cuál será el final de Juan, el discípulo
amado. Jesús no responde a curiosidades, sólo le señala que lo único que le ha
de importar al cristiano a él es seguirle a ÉL, los detalles se los reserva,
queda en sus manos; ÉL tiene cuidado de todos sus discípulos. A Pedro por
segunda vez le señala: “Tú sígueme” (v.22; cfr. Jn. 21,19). Algunos apoyándose
en las palabras de Jesús, pensaron que Juan no moriría, pero el autor, aclara
que Jesús no quiso decir eso. Cuando murió el apóstol, ciertamente en la
comunidad causó gran conmoción, en el sentido que esperaban que estuviera vivo,
para cuando viniera el Señor Jesús. De ahí la necesidad de aclarar la sentencia
de Jesús (v. 21), por lo mismo, la comunidad joánica,
añade una nueva conclusión del evangelio. Al testimonio de Pedro, se añade el
del discípulo amado, quien da testimonio del contenido de este evangelio,
porque, él lo escribió. El “nosotros” que da testimonio que todo lo escrito es
verdad, revela la intervención de la comunidad cristiana, que nació en torno a
la palabra de Juan, el discípulo que Jesús amaba. La comunidad confirma que el
evangelio es de S. Juan, apóstol. La Iglesia teniendo en alta estima este
evangelio nos invita, a que como Juan, dejemos que Jesús escriba su evangelio,
en la vida de cada uno de los discípulos
que se sienten amados por ÉL, y por ello le siguen hacia la Casa del Padre.
Santa
Teresa de Jesús, como Juan al final de sus días, comprendió que el amor lo hace
todo para que Jesucristo sea servido en su Iglesia. “Dadme Calvario o Tabor,/ desierto o tierra abundosa; / sea Job en el dolor,/ Juan
que al pecho reposa; /sea viña fructuosa/ o estéril, si cumple así:/ ¿qué
mandáis hacer de mí?” (Poesía 2, Vuestra soy, para vos nací).
Fr. Julio González C. OCD