SEPTIMA SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO

(Año Par. Ciclo A)

P. Julio González Carretti ocd


Contenido

DOMINGO   1

LUNES   1

MARTES   2

MIERCOLES   2

JUEVES   3

VIERNES   3

SABADO   3

 


DOMINGO

Lecturas bíblicas

a.- Lev.19, 1-2.17-18: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.

La primera lectura está tomada de los capítulos dedicados a la ley de santidad. Busca modelar la vida de la humanidad desde la santidad de Dios, de ahí la importancia que el mundo, la sociedad sea santa, para que verdaderamente responda a lo que está llamada a ser. Esta ley de santidad es el mejor camino para acceder los hombres a Dios. Es un camino muy claro de recorrer, se le pide al hombre ser hermano, prójimo de todos ser humano, es decir, el pariente, el hermano de sangre, el vecino, todo hombre. Es la sociedad que aprende a convivir, observa sus deberes para adquirir también sus derechos propios y los del hermano. Esto es lo que exige Dios, es la relación de unos con otros. Esta ley de santidad regula toda la vida del hombre; familia, trabajo, propiedad, comercio, etc. No se exigen sólo obras, sino actitudes y sentimientos; al odio, rencor, venganza se oponen a la santidad, en cambio se exigen de la santidad, el amor, la corrección fraterna, la justicia. Es de justicia, corregir a quien está en el error, el amor al prójimo el que hace grande al hombre, amor como a sí mismo. Es el yo que se desplaza hacia un tú, hasta considerarlo otro yo, y comportarse con él como consigo mismo. Este precepto lo consideró Jesús como la esencia de toda la ley, y centro de todo su mensaje y obra (cfr. Mc. 12, 31), con lo que enseña que el hombre se acerca a Dios el todo Santo, cuando ama a su prójimo.

b.- 1Cor. 3, 16-23: Todo es vuestro, vosotros de Dios, Cristo de Dios.

El apóstol invita a los corintios a superar los miramientos humanos en su conducta y reconocer la gran dignidad de su vocación a la que han sido llamados y elevados, ya que en ellos habita el Espíritu Santo como en un templo. Ha destacado la responsabilidad, en la edificación de Dios, de la cual ellos son colaboradores, ahora despliega esa responsabilidad a la misma comunidad, es decir los que constituyen el templo, es decir, la Iglesia de Dios (cfr. 1 Cor.3,9). Con su culto a sus líderes, Pablo, Apolo, Cefas, los corintios dañan la solidez del templo que sólo debe construirse sobre Cristo, como Roca invisible pero real de la Iglesia (1Cor.3, 4). Pablo contempla su ministerio como la construcción de un templo, cuyo resultado es la comunidad de Corinto. Esta imagen del templo que aplicó al cuerpo de los bautizados, la amplía, enseñando que los bautizados son templo del Espíritu Santo en cuanto forman la comunidad eclesial. La sabiduría humana, la de los gnósticos, se opone a la del Espíritu, contradice por lo tanto, la sabiduría divina. De ahí la exhortación a los cristianos de Corinto, de no dejarse engañar por la sabiduría que predican los gnósticos. Más les valdría ser humildes, acoger la sabiduría de Dios que se revela a los pequeños para confundir precisamente a los que se creen sabios en este mundo (cfr.Mt.11, 25-30; Jb.5, 13; Sal.94, 11). Lo que sigue es lo contrario de lo que ya había advertido referente a ser de Pablo, Apolo, Cefas (vv.21-23; cfr.1Cor.1, 12), ellos no son de estos hombres, sino que esos líderes, son vuestros servidores, como toda la creación está a su servicio, para que sean partícipes de Cristo, como a su vez, Él es de Dios Padre.  

c.- Mt. 5, 38-48: Amad a vuestros enemigos.

El evangelio nos habla del amor a los enemigos. La reflexión comienza con la mención de la “Ley del talión” (cfr. Ex.21, 23-25; Lev. 24,19-20), intento de frenar, en una sociedad primitiva, la sed de venganza, en el pasado no tenía límites; en tiempos de Cristo, ya no se aplicaba, y se aplicaban sanciones en dinero. Se trata de hacerle lo mismo  que te ha hecho tu enemigo, sin embargo, Jesús quiere fijarse en la manera de pensar que hay en el trasfondo de las tradiciones judías. En esa mentalidad se insiste en el desquite, un una justicia severa insensible, que nace de un corazón perturbado, malvado. Jesús muestro otro camino, el de la justicia sobreabundante, con lo que invalida este principio. A la mentalidad veterotestamentaria, Jesús contrapone, la del amor, no tomar represalias contra el enemigo. Sus discípulos deben probar la humillación, estar dispuestos a sufrir la injusticia que se les hace, prestar los servicios necesarios. Este principio querido por Jesús, lo ha vivido en su propia carne cuando: pide explicaciones a quien lo ha herido, sufre la humillación, pide una espada para defenderse (cfr. Mc. 14, 48; Jn. 18, 23; Lc. 22,23). Sólo se rompe el poder del mal, cuando se le enfrenta con un amor, paciente, pero sólido. Jesús, en cambio, eleva este precepto a una categoría universal, más allá de los límites de Israel, a todo ser humano sin distinción. Pone tres ejemplos de la vida ordinaria: quien te abofetea, quien quiere pleitear por quitar el manto y ese que te obliga a caminar una milla (vv.39.40.41). Lo que pide Jesús es no responder con la misma violencia, es preferible ofrecer la otra mejilla y así desconcertar, confundir, la ira dela agresor. Es preferible no ir a juicio por la túnica, y es preferible dejarle también el manto; ofrece el amor que recibe de Dios Padre, con lo que combate el mal. Los romanos requisaban personas y animales para servicios públicos, podían obligar a  acompañarles como guías o realizar alguna tarea. La idea es no llenarse de odio, sino ser amable, venciendo así el mal, acompañándolo otra milla más de lo que pide.  En el AT, encontramos el precepto de amor al prójimo, restringido eso sí a otro judío, nada más; la segunda parte, referente al odio al enemigo, no se encuentra en las Sagradas Escrituras, era en el fondo, una deducción de la primera: si todos los que no eran del pueblo de Dios eran idólatras, por lo tanto, paganos, contrarios a Dios, eran considerados enemigos (cfr. Lv.19,18). No amar al enemigo o no servirle, en la visión de Jesús, es permanecer al mismo nivel de los publicamos o paganos que se estimaban sólo entre ellos. En eso no hay nada de extraordinario, por lo tanto, hay que imitar a Dios, que hace salir el sol para malos y buenos, para todos. Dios Padre no tiene exclusividades para con ningún pueblo, lo contrario, de lo que pensaban los judíos. Jesús termina con un mandato solemne: “Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial.” (v. 48). Principio envolvente, para que la vida del hombre y su actividad, este orientada toda hacia Dios. 

Teresa de Jesús nos enseña que la oración perseverante salva al hombre de su condición pecadora y Dios lo lleva a puerto de salvación. “Pues para lo que he tanto contado esto es  como he ya dicho  para que se vea la misericordia de Dios y mi ingratitud; lo otro, para que se entienda el gran bien que hace Dios a un alma que la dispone para tener oración con voluntad, aunque no esté tan dispuesta como es menester; y cómo si en ella persevera  por pecados y tentaciones y caídas de mil maneras que ponga el demonio  en fin, tengo por cierto la saca el Señor a puerto de salvación, como  a lo que ahora parece  me ha sacado a mí. Plega a Su Majestad no me torne yo a perder.” (V 8 ,4).


LUNES

Lecturas bíblicas

a.- St. 3,13-18: La sabiduría es amante de la paz.

b.- Mc. 9,14-29: Tengo fe, pero dudo, ayúdame.

La curación de este evangelio, es de un niño epiléptico y endemoniado, que Marco describe con lujo de detalles, en un escenario con mucha gente que espera a Jesús, luego que baja del monte. Dentro del relato se habla también el tema de la oración. En el relato, el evangelista quiere manifestar el poder de Jesús, sobre la enfermedad y el demonio y la muerte, una muestra de fe en Cristo Jesús, y otro anuncio de la propia resurrección. Levantarse y ponerse en pie, acciones que realiza Jesús con el niño, vienen a designar la resurrección. La queja de Jesús es una advertencia: “Oh generación incrédula”, que recuerda la petición incrédula de un signo de parte de los judíos (v.19; cfr. Mt.12, 39; Lc.11, 29). La falta de fe del padre, se une de algún modo, a la falta de fe de los discípulos, que no pudieron expulsar a ese demonio del cuerpo del epiléptico. El padre cree en Jesús, pero flaquea en la fe de ahí que suplica: “Al instante, gritó el padre del muchacho: ¡Creo, ayuda a mi poca fe!” (v. 24). Lo que Jesús quiere que esta nueva generación no caiga en la prevaricación y tozudez (cfr.Dt.32, 5. 20; Jr.5,23;9,1; Mt.12,41; 11,49).  Falta de fe, es la causa del fracaso de los apóstoles a la hora de curar al enfermo. Cuando Jesús entró en casa, los discípulos le preguntaron en privado, porqué ellos no pudieron sacarlo; esa clase de malos espíritus, sólo se expulsa con oración.  (vv. 28-29; cfr. Mt. 17, 19). En este relato, se puede ver la necesidad que tenemos de  fe y de la oración, porque si tenemos fe, hacemos el ejercicio de creer en Dios, es la experiencia del amor gratuito y no de interés. De ahí la importancia de orar con frecuencia, Jesús es el primer Adorador en espíritu y en verdad del Padre y nuestro Padre y por ello, nos dejó el Padre Nuestro. La oración cristiana no debe ser para pedir favores, sino para vivir la intimidad con Dios desde la condición de hijo que se relaciona con su Padre, al estilo de Jesús. Si hoy no se ora, es porque tampoco se cree en Dios lo suficiente, lo que provoca una crisis a nivel personal, eclesial y social, porque el cristiano, no está respondiendo a lo que se espera de él.  La oración, puede despertar la fe y así la identidad cristiana de cada discípulo, será clara y nítida para el testimonio de vida en medio de una sociedad pagana como la nuestra. La súplica del padre del niño hay que convertirla en oración: Señor quiero creer, ayuda a mi poca fe hoy.

Santa Teresa de Ávila, habla de la cercanía de Jesús en la Eucaristía, al comentar las palabras  “danos el pan de cada día” del Padre Nuestro, nos enseña: “Esto pasa ahora y es entera verdad, y no hay para qué irle a buscar en otra parte más lejos; sino que, pues sabemos que mientras no consume el calor natural los accidentes del pan que está con nosotros el buen Jesús, que nos lleguemos a Él. Pues si cuando andaba en el mundo, de sólo tocar sus ropas sanaba los enfermos, ¿qué hay que dudar que hará milagros estando tan dentro de mí  si tenemos fe y nos dará lo que le pidiéremos, pues está en nuestra casa? Y no suele Su Majestad pagar mal la posada si le hacen buen hospedaje” (CV 34,8).


MARTES

Lecturas bíblicas

a.- St.4,1-10: Acercaos a Dios y Dios se acercará a vosotros.

b.- Mc. 9, 30-37: Quien quiera ser primero sea el último de todos.

En este evangelio, encontramos  un segundo anuncio de la Pasión camino de Jerusalén (vv.30-32), y una discusión entre los apóstoles sobre quién era el mayor entre ellos (vv.33-37). Si bien no comprendían bien todo ese anuncio, temían preguntarle sobre el tema de su muerte (v. 32). Este segundo anuncio, advierte que el Hijo será entregado en manos de los hombres (v.31). Jesús ha tomado la decisión de subir a Jerusalén a padecer esa entrega a los hombres que no se refiere solo a enfrentarse con las autoridades, sino la violencia y que Dios permite y quiere. En la primitiva teología para expresar la muerte expiatoria de Cristo, se habla de esa entrega por nuestros pecados y de su resurrección que nos trae la justificación (cfr.Rm.3,32; 4,25; Gál,2,20; Ef.5,2). En el trasfondo tenemos la imagen del Siervo de Yahvé (cfr. Is.53,12). Se trata de la descarga de la maldad humana sobre ÉL y la total impotencia del Hijo del Hombre eso viene a significar esa entre a manos de los hombres. Los hombres matarán al Hijo, pero una vez muerto, interviene Dios Padre: lo resucitará al tercer día. Los discípulos no comprenden mucho de lo que les dice Jesús, no le contradicen ni preguntan nada. Los invade el temor y el terror; palabras como muerte y resurrección los superan, como el miedo que experimentaron cuando Jesús calmó el mar. La palabra de Jesús se cumple, malicia de los hombres y poder de Dios, se reúnen en la muerte de Cristo. (cfr. Mc.4,41; 14,72). En un segundo, tiempo tenemos la discusión de los apóstoles acerca de quién era el mayor entre ellos; Jesús los invita a ser servidores de sus hermanos, y quien quiera ser el primero, sea el último (vv. 33-37). A la ambición política, Cristo contrapone el servicio a los hermanos en la comunidad, en su círculo más cercano. Jesús es muy claro: en su comunidad, el que quiera ser el primero en el grupo de los creyentes, debe hacerse el último y  servir a todos. Quien asume este compromiso, debe trabajar la abnegación, renuncia a los propios intereses y poseer una gran dosis de madurez de vida espiritual. Muchos en nuestra sociedad  se presentan como servidores, pero en  realidad, vienen a servirse y beneficiarse, hasta llegar a los casos extremos, de robar y explotar a quien le han elegido para servir. Jesucristo si exigió algo a los suyos, primero lo realizó en su vida, para darnos ejemplo, y enseñar con el propio testimonio. Siendo el Hijo de Dios, entiende y enseña su autoridad como humilde servicio a sus hermanos, ya sean los propios apóstoles,  o la gente que le escucha. En la noche antes de la Pasión, en la Cena de despedida, asume el rol de esclavo y lava los pies a sus discípulos (cfr. Jn. 13, 12-15). En la comunidad eclesial,  el servicio comienza por los Pastores que sirven a sus fieles con la predicación, los sacramentos y la caridad con los más pobres. Los fieles sirven a su comunidad eclesial en la diversidad de ministerios reconocidos por la Iglesia, desde la catequesis en todas sus manifestaciones, servicios litúrgicos, las muchas pastorales, etc., en definitiva se trata, que la Iglesia debe presentarse como servidora de la sociedad.

Teresa de Jesús en su Castillo Interior, deja bien en claro qué es ser perfectos cristianos: “¿Qué pensáis, hijas, que es su voluntad? Que seamos del todo perfectas, que para ser unos con él y con el Padre, como Su Majestad le pidió (Jn. 17,22), mirad ¡qué nos falta para llegar a esto!... La más cierta señal que, a mi parecer, hay de si guardamos estas dos cosas, es guardando bien la del amor del prójimo; porque si amamos a Dios no se puede saber, aunque hay indicios grandes para entender que le amamos; mas el amor del prójimo, sí.” (5 M 3,7-9).


MIERCOLES

Lecturas bíblicas

a.- St. 4,13-17: Quien conoce el bien, hace el bien.

b.- Mc. 9,  38-40: Empleo del Nombre de Jesús.

La narración de este pasaje evangélico, es curiosa por decir lo menos, ya que un exorcista usa el nombre Jesús, sin ser del número de sus discípulos. Juan es quien le advierte al Maestro: “No venía con nosotros” (v.38), la misma impaciencia que el apóstol mostró, cuando pide caiga fuego sobre los samaritanos (cfr. Lc.9, 54s). Si esto es extraño, más son las palabras de Cristo: “Pero Jesús dijo: «No se lo impidáis, pues no hay nadie que obre un milagro invocando mi nombre y que luego sea  capaz de hablar mal de mí. Pues el que no está contra nosotros, está por nosotros.» (vv. 39-40). Es una  palabra de Jesús que habla de tolerancia y magnanimidad a la que debe apuntar la comunidad cristiana. Pero palabras enigmáticas, pues dicen todo lo contrario, de otras afirmaciones conservadas por la tradición que se justifican en su lucha contra el mal, pero Jesús también vino con amor y paciencia infinita a buscar el bien ahí donde se encuentre, salvar en definitiva, lo que estaba perdido (cfr. Mt. 12,30; Lc.11,23; 19,10). Algo parecido había sucedido en los tiempos de Moisés, cuando Josué quiso impedir que dos hombres Eldad y Medad, recibieran el espíritu profético, porque no habían asistido a la asamblea con el resto de ancianos para recibir tal poder. La respuesta de Moisés, fue que ojala todo el pueblo recibiera el espíritu profético de parte de Yahvé (cfr. Nm. 11, 29). En ambos casos, se trataba de monopolizar un carisma, partiendo de una estrechez de espíritu y de mente. Moisés y Jesús, coinciden en su postura de apertura a la obra del Espíritu de Dios. Bien a las claras, Jesús enseña que su comunidad eclesial, no es algo cerrado, sino abierta a todos. Es una exhortación a superar la mezquindad humana y nos abramos a todos los hombres que defienden una buena causa aunque no pertenezcan a la comunidad de Jesús. Existen personas buenas, honradas que a su modo buscan a Dios en sus vidas, practicando el bien, la caridad, la justicia y el amor, mejor incluso que los mismos bautizados. Todos esos, aunque no lo sepan, están con Cristo, es decir, con la comunidad eclesial. Cristianos anónimos, se les ha denominado, el problema está en que son los inscritos, los bautizados, los que los ignoran, porque como decían los apóstoles, no son de los nuestros. La exclusión sectaria, aunque sea eclesiástica, es extraña al espíritu de Jesús. ¿Quién es el hombre al que se le promete una recompensa por dar un vaso de agua a los discípulos de Cristo? Hoy encontramos hombres y mujeres, que adhieren a Jesucristo, su Reino de Dios, pero no a la Iglesia formalmente. El Reino es mucho más que los límites de la Iglesia, por lo tanto, existen muchos que de buena voluntad aman a Dios y al prójimo, y se comprometen en causas justas y nobles, como los derechos humanos en países en conflicto o luchan por una sociedad más humana; mientras no rechacen a Cristo, están a su favor, es decir con la comunidad eclesial, con sus seguidores. Antes de la Pascua de Jesús y de Pentecostés, los apóstoles se sienten depositarios únicos del mensaje, del poder y misión de Jesús. Luego de estos acontecimientos la comunidad cristiana comprende que lo que enseñó, entregó y mandó el Señor Jesús, no pertenece a nadie sino a la comunidad eclesial: jerarquía y fieles. Lo que se necesita es que los carismas y funciones estén claras y en sabia y prudente armonía, se sirva a Dios y al prójimo, sin sentirse dueños de los mismos sino humildes administradores.

Nuestra Santa Madre, Teresa de Jesús, ante la realidad que le toca vivir con la reforma protestante eleva, cual sacerdote al Padre, una oración para que conserve entre nosotros a su Hijo en la Eucaristía, salve a  la Iglesia, y entre los hombres exista paz verdadera.  Suplícoos, Padre Eterno, que no lo sufráis ya Vos; atajad este fuego, Señor, que si queréis podéis. Mirad que aún está en el mundo vuestro Hijo; por su acatamiento cesen cosas tan feas y abominables y sucias; por su hermosura y limpieza no merece estar en casa adonde hay cosas semejantes. No lo hagáis por nosotros, Señor, que no lo merecemos; hacedlo por vuestro Hijo. Pues suplicaros que no esté con vosotros, no os lo osamos pedir. ¿Qué sería de nosotros? Que si algo os aplaca, es tener acá tal prenda. Pues algún medio ha de haber, Señor mío, póngale Vuestra Majestad… Pues ¿qué he de hacer, Criador mío, sino presentaros este Pan sacratísimo, y aunque nos le disteis, tornároslo a dar y suplicaros, por los méritos de vuestro Hijo, me hagáis esta merced, pues por tantas partes lo tiene merecido? Ya, Señor, ya haced que se sosiegue este mar; no ande siempre en tanta tempestad esta nave de la Iglesia, salvadnos, Señor mío, que perecemos.” (CV  35, 4-5).


JUEVES

Lecturas bíblicas

a.- St. 5, 1-6: El clamor de los pobres llega hasta Dios.

b.- Mc. 9, 41-50: Más te vale entrar manco en la vida que ir con las dos  manos al abismo.

Este evangelio, es una colección de sentencias de Jesús respecto a las disposiciones interiores para entrar en el Reino de Dios. Humildad y sencillez, caridad con el prójimo, evitar los escándalos y hace un serio examen de lo que hay que quitar o mortificar de nuestra vida lo que impide el seguimiento de Cristo (vv. 45-49). A la recompensa acerca de dar un vaso de agua a los pequeños de Cristo sigue una terrible amenaza a quien escandalicen a estos pequeños (v.41). Se trata de poner en peligro la salvación de otros, una sacudida de su fe, de ahí que al autor atrae el castigo del juicio divino, de ahí la imagen de lanzar al mar. Estas palabras de Jesús seguramente venían de haber observado como algunos hombres, persuadían a los pequeños a no unirse a su causa. Más les valdría morir, antes que robarle la fe a estos pequeños; esta fe de los sencillos no puede ser robada sacrílegamente (cfr. Mc.14, 21). Lo que le interesa a Jesús, es resaltar la importancia absoluta del Reino de Dios, ante lo cual nada puede impedir ingresar en él, de ahí la importancia de quitar todo cuanto estorba para mantenerse en él, de ahí la repetición del vocablo “entrar” y “ser arrojado” (vv.43.45.47). Toda esa renuncia es válida antes de ser arrojado al abismo, es decir, el infierno (cfr. Is. 66, 24). La referencia a la sal y al fuego, elementos considerados de purificación, viene a significar, la fortaleza para conservar la fe y fidelidad a Dios frente a las persecuciones que las comunidades han comenzado a sufrir. Las pruebas, como la sal y el fuego, purifican  y confirman la fe y la fidelidad al evangelio; sin sal la identidad cristiana se diluye en la nada, recordemos que Jesús dijo que sus discípulos son la sal de la tierra. No entrar en la vida, es no entrar en reino futuro de Dios, es la mayor pérdida que el hombre puede sufrir. No tuvo sentido su vida terrena, por ello cae en el absurdo de la muerte eterna, aniquilación de una existencia destinada a la vida eterna. La mano, el pie y el ojo pueden ser ocasiones de pecado, porque también en el hombre que busca el bien nacen tentaciones que lo pueden llevar a pecar. Advertencia para no presumir de las propias fuerzas y una amonestación para resistir los ataques del mal (cfr. Mc.7,21s).

S. Teresa de Jesús, enseña que en el camino de la oración, siempre existe el peligro de volver atrás, debido a que el Señor va mostrando lo que realmente somos y debemos con humildad alcanzar. “La puerta para entrar en este castillo es la oración; pues pensar que hemos de entrar en el cielo y no entrar en nosotros conociéndonos y considerando nuestra miseria y lo que debemos a Dios y pidiéndole muchas veces misericordia, es desatino… Pues, si nunca le miramos ni consideramos lo que le debemos y la muerte que pasó por nosotros, no sé cómo le podemos conocer ni hacer obras en su servicio, porque la fe sin ellas y sin ir llegadas al valor de los merecimientos de Jesucristo, bien nuestro, ¿qué valor puede tener ni quién nos despertará a amar a este Señor?” (2M 1,11).


VIERNES

Lecturas bíblicas

a.- St. 5, 9-12: Mirad que el juez está ya a la puerta.

b.- Mc. 10, 1-12: Lo que Dios ha unido, que no separe el hombre.

El matrimonio cristiano, ha sido siempre un camino de santidad, un modo concreto de vivir el compromiso de la fe en sociedad, en comunidad. Frente a la pregunta de los fariseos si es posible el divorcio, Jesús ratifica la doctrina de la indisolubilidad del matrimonio cristiano. Se trata de volver la mirada al proyecto original de Dios Padre. “Ellos le dijeron: «Moisés permitió escribir el acta de divorcio y repudiarla.» Jesús les dijo: «Teniendo en cuenta la dureza de vuestro corazón escribió para vosotros este precepto. Pero desde el comienzo de la creación, Él los hizo varón y hembra. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y los dos se harán una sola carne.  De manera que ya no son dos, sino  una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió, no lo separe el hombre.» Y ya en casa, los discípulos le volvían a preguntar sobre esto. Él les dijo: «Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquélla; y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio.» (vv. 4-12). Con esta afirmación, Jesús le devuelve a la mujer su dignidad, en una sociedad machista en las que apenas tenía derechos. Marcos, refleja la posibilidad del divorcio de parte de la mujer respecto al marido, es decir, que ella lo pueda repudiar, admitido por el derecho romano vigente, no así  en la ley judía, en que sólo el hombre gozaba de ese derecho. Esta divergencia diferencia a Marco respecto de  Mateo en este mismo pasaje (cfr. Mt. 19, 3ss). El divorcio permitido por Moisés, consistía en una carta de libertad y de repudio que firmaba el hombre, el marido y  devolvía la mujer a su padre o familia. (cfr. Dt. 24,1-4). Para Jesús este acto responde a la terquedad e incapacidad moral de los judíos respecto a los valores del matrimonio y la familia. Abolida esa ley, Jesús proclama la indisolubilidad del matrimonio, volviendo a la voluntad de Dios que manifestó desde el principio. Por lo tanto esta condición de indisolubilidad no nace de una norma externa al mismo matrimonio, sino de su misma naturaleza y condición, tal como Dios lo quiso desde el principio. San Pablo, luego de la experiencia de Pentecostés, añadirá su fundamento cristológico y eclesial, al sacramento del amor de los esposos cristianos, como una prolongación del amor de Cristo por su Esposa la Iglesia (cfr. Ef. 5, 21ss). El amor para que sea fiel necesita una gran dosis de sacrificio personal, oblación pura y sincera del propio egoísmo, para hacer feliz al otro, donde en lugar de pensar cada cual según su proyecto personal, converjan todos los proyectos afectivos, familiares, profesionales, amorosos, eclesiales. Es lógico entregarse a un amor fiel, único e indisoluble, un proyecto matrimonial y familiar para toda la vida. En el sacrificio está la voluntad de vivir una fidelidad enamorada del amor verdadero y fecundo en lo matrimonial y eclesial.

Santa Teresa de Jesús, pone como condición del orante la frecuencia en el trato con el Esposo del alma, es decir, la oración. Para que sea diálogo con quien sabemos nos ama, como ella la definió (Vida 8,5), deber ser diálogo entre amigos. Amistad que crece y se fortalece hasta descubrir que es el Esposo amado con el cual nos desposamos el día de nuestro bautismo y luego en la consagración religiosa en el caso de las monjas contemplativas. Hay que agregar que en la vida mística existe el desposorio y el matrimonio espiritual, los más altos grados de unión con Dios.


SABADO

Lecturas bíblicas

a.- St. 5, 13-20: Mucho puede hacer la oración del justo.

b.- Mc. 10, 13-16: El que no acepte el Reino de Dios como un niño, no entrará en él.

Este evangelio va muy unido al de ayer, en  que se hablaba de la santidad del matrimonio, de la dignidad de la mujer y ahora, los protagonistas son los niños. Si bien los otros Sinópticos narran esta escena, sólo Marco, menciona que los abrazaba y bendecía imponiéndoles las manos, mientras que en los evangelios: le piden que les impusiera las manos y orase por ellos (cfr. Mt. 19, 13-15), en el otro que los tocara (cfr. Lc. 18, 15-17). Era costumbre que los rabinos bendijeran a los niños que les presentaban los padres. La molestia se la llevaron los apóstoles que no dejaban que se acercaran al Maestro por esto reacciona: “Mas Jesús, al ver esto, se enfadó y les dijo: «Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis, porque de los que son como éstos es el Reino de Dios. Yo os aseguro: el que no reciba el Reino de Dios como niño, no entrará en él.» Y abrazaba a los niños, y los bendecía poniendo las manos sobre ellos.” (vv. 15-16). Con estas palabras Jesús declara que también los niños, como sus madres, son parte del Reino de Dios, ya que en ese tiempo la religión era cosa de adultos y de hombres. La condición para entrar en el Reino es acogerlo con humildad y sencillez, con la gratitud de un niño. Esta actitud de Jesús para con niños no es para favorecer el infantilismo, al contrario, quiere destacar el talante, la disposición del adulto, que como niño ante Dios Padre, se sabe dependiente, pequeño, pobre de espíritu, necesitado de su gracia y amor, como también de la ayuda que los hermanos de fe le puedan brindar en el seguimiento de Cristo. Es poner todo el caudal humano en actitud de apertura ante Dios para recibir su Reino predicado por su Hijo en la existencia diaria. Hacerse niños, es en palabras de Jesús, volver a nacer, del agua y del Espíritu, como Nicodemo (cfr. Jn. 3, 1-21), para entrar en el Reino de Dios. Como don del Padre y del Hijo, es su iniciativa y por lo mismo la actitud del discípulo es aquella de quien recibe un regalo, con madurez y responsabilidad, con sentido de gratitud. Es asumir la filiación divina, sabernos hijos en el Hijo, que saben apreciar su dignidad y la viven para  hacer presente los valores del Reino particularmente el amor y la justicia para con Dios y el prójimo. Queda de manifiesto el amor del Padre, en la experiencia de quien se siente hijo de verdad y lo llama Abbá, principio de conversión y de vida nueva, porque se siente seguro en ÉL y amado sin límites. Vivir este amor, es ser ya ciudadano del Reino de Dios (cfr. 1 Jn. 3,-3). Si todos asumimos nuestra condición de hijos, vamos a ver en nuestro prójimo, verdaderos hermanos (cfr.1 Jn. 4, 11), y de esta manera ser como niños con la confianza, la libertad y la gratitud de quien ama a  su Padre, solo porque lo que ÉL es. El amor sólo se paga con amor. Importa mucho cuando se está echando los cimientos de la vida espiritual, el conocimiento personal, y mucho más cuando se está en las altas experiencia de la vida teologal que el Señor permite que le conozcamos y amemos como experiencia de salvación por la participación en esa intimidad divina.

Santa Teresa insiste en que aprendamos a conocernos con el pan de la humildad, es decir, aceptarnos como somos no para quedarnos así, sino para con la gracia divina comenzar el camino de conversión y reconocer con la gratuidad del niño que todo es gracia y don de responsabilidad ante tanto amor y benevolencia.  “Y, aunque esto del conocimiento propio jamás se ha de dejar, ni hay alma en este camino tan gigante que no haya menester muchas veces tornar a ser niño; y en esto de los pecados y conocimiento propio es el pan con que todos los manjares se han de comer, por delicados que sean, en este camino de oración, y sin este pan no se podrían sustentar” (V 13,15).

P. Julio González C.


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