SEXTA SEMANA DE PASCUA,
(Año Par. Ciclo A)
P. Julio González
Carretti ocd
a.- Hch. 8, 5. 8. 14-17: Les imponían las manos y
recibían el Espíritu Santo.
b.- 1Pe. 3,15-18: Cristo murió y volvió a la vida por el
Espíritu.
c.- Jn. 14,15-21: Yo le pediré al Padre que os dé otro
Defensor.
a.- Hch. 16, 11-15: San Pablo en Filipos: la conversión
de Lidia y su familia.
b.- Jn. 15, 26-27; 16,1-4: El Espíritu procede del Padre
y del Hijo.
a.- Hch. 16,22-34: Pablo y Silas en la cárcel.
b.- Jn. 16, 5-11: Si no me voy, no vendrá el Paráclito.
a.- Hch. 17, 15. 22-34; 18,1: Discurso de Pablo en
Atenas.
b.- Jn. 16, 12-15: El Espíritu Santo os guiará hasta la
verdad plena.
a.- Hch. 18,1-8:
Fundación de la Iglesia en Corinto.
b.- Jn. 16,
16-20: Jesús anuncia su pronto retorno.
a.- Hch. 18, 9-18: Pablo ante el tribunal de Galión.
b.- Jn. 16, 20-23: Vuestra tristeza se convertirá en
gozo.
a.- Hch. 18, 23-28: ¿Apolo, seguidor del Bautista o
cristiano?
b.- Jn. 16, 23-28: Pedid en mi Nombre. El Padre os
quiere porque me queréis a mí.
Lecturas
bíblicas:
La primera lectura nos hace vislumbrar, dentro
del tiempo de Pascua, la presencia del Espíritu Santo prometido por el Señor
Jesús. La tarea de Felipe de evangelizar, se ve recompensada con la adhesión de
los samaritanos a la fe en Jesucristo, el Señor. La figura de Simón el Mago,
que creía tener un poder divino, nos enseña cómo también él se somete al único
poder que salva: la fe, puesto que termina reconociendo el bautismo, y se
convierte por la palabra de Felipe. Fue una conversión en cierto modo por
interés, pero que termina con un arrepentimiento, por no haber comprendido bien
las cosas desde el comienzo (cfr. Hch. 8, 19-24).
Pedro y Juan, son enviados a Samaría, ante lo ocurrido, y oran por este grupo
de nuevos convertidos para que recibieran el Espíritu Santo, ya que sólo habían
sido bautizados en el Nombre del Señor Jesús (v.16). La imposición de manos y
el don del Espíritu Santo lo recibieron con abundancia en su nueva vida de
cristianos. La presencia de estos dos apóstoles habla del interés de Lucas de
dejar clara la preocupación de la Iglesia de Jerusalén por la ortodoxia,
además, en un territorio como Samaría, siempre sospechosa para la mentalidad
judía. A esto hay que agregar que Felipe, pertenecía al grupo de los
helenistas, por lo mismo algo progresista para los judíos. La presencia de los
apóstoles además de dar el visto bueno o verificar los efectos de ella,
completa la misión de Felipe, con la imposición de las manos y la efusión del
Espíritu Santo que ellos realizan. Si bien eran bautizados y habían recibido el
Espíritu Santo, lo que faltaba ahora era su efusión, una nueva Pentecostés: el
don de lenguas, el don de profecía, etc. En este sentido, Lucas, deja claro que
la efusión del Espíritu es por la imposición de manos de los apóstoles y no
efecto de la magia, como creía Simón, el Mago. Esta presencia apostólica viene
a confirmar que el Evangelio ha sido predicado en Samaría, que han recibido el
Espíritu Santo y la unión que debe existir entre la Iglesia de Jerusalén y esta
nueva comunidad de cristianos. Los samaritanos excluidos de la sinagoga ahora
son parte de la Iglesia, por la imposición de manos y la unción del Espíritu
Santo.
El apóstol Pedro, declara dichosos a los que
tengan, por ahora, que sufrir un poco, por la fe en Cristo Jesús, por la
justicia, por hacer el bien. En algunos lugares profesar la cristiana era
considerada un crimen, con obligación para los otros ciudadanos de denunciarlos
y así entablar juicios. Todo esto nos habla que quien practica su fe en Cristo,
no pasa desapercibido para los demás, lo que tiene consecuencias, no siempre
gratas, debido a la conducta que el cristiano posee como camino de vida. ¿Qué
actitud tomar en estas circunstancias? Jesús ya lo había anunciado en el anuncio
de las bienaventuranzas, su recompensa será grande en los cielos (cfr. Mt.
5,12); ese premio es un estímulo para permanecer en la prueba dando testimonio.
El miedo puede causar estragos en el cristiano perseguido, puede renegar de su
fe, por ello Pedro, acude, para eliminar este peligro a la palabra profética,
donde se exhorta a los israelitas a no dejarse contagiar del pánico de sus
jefes y estar dispuestos a toda clase de compromisos con Yahvé, el único santo,
el único a quien hay que servir con santo temor (cfr. Is. 8, 12-13). El
cristiano debe glorificar a Cristo en su corazón, es decir, darle el espacio
que le corresponde, y no al miedo, con lo cual se tendrá la valentía necesaria
para resistir la persecución de los hombres o enemigos. El miedo puede llevar a
renunciar a la fe, Pedro algo sabía de esto, pero el cristiano convencido da
razón de su fe ante quien sea (cfr. Mt. 26,73). Desde otra perspectiva,
defender la propia fe, es un ejercicio, un apostolado, una exigencia de la fe
cristiana; ejercicio que se puede hacer, no necesariamente, en ambiente de
persecución ni coacción, sino en clima de diálogo fecundo y sincero para
presentar un camino alternativo a lo que la realidad ofrece como filosofía de
vida (cfr. Flp. 1,13-14). Se trata, en definitiva, de abrir las puertas del
reino de Dios a todos lo que se encuentren en clave de búsqueda y esperanza. La
alegría es componente de la vida teologal, creer, esperar y amar con gozo es
parte sustancial de la vida cristiana. El apóstol, sin embargo, recomienda que
la defensa de la fe, se haga con dulzura y respeto por el que no cree o está en
camino de búsqueda de algo que dé sentido a su vida; la razón última el mandato
de amor al prójimo (v.16). La buena conciencia debe ser fuente de libertad,
serenidad y valentía, claridad y caridad a la hora de defender y proponer la fe
en Cristo; si esto se hace con visión de esperanza puede resultar que el
adversario reconozca su error y recapacite. Termina exhortando el apóstol, a
que el hombre se aparte del mal, no del bien, así tenga que sufrir por su fe.
Nuestra fe rechaza el mal, no el sufrimiento que lo acompañará siempre, como
muchas veces la injusticia. Pero nos da una esperanza que sintetiza todo lo
anterior: Jesucristo, murió, por los pecados de todos, el justo por los
injusto, pero volvió a la vida, resucitó, por la acción del Espíritu.
El evangelio nos introduce en la experiencia
que Jesús tiene del Padre, y en la que el Espíritu Santo realizará en la vida
del cristiano. La verdadera comunión de los discípulos con Jesús se dará en si
guardamos sus mandamiento. ¿Cuáles? Ha hablado de su mandamiento, de sus palabras, de mi palabra
(cfr. Jn. 8, 28. 31. 43. 51). Este mandamiento se debe extender a toda su
actividad reveladora, permanecer en su amistad, condición sine qua non, para
que puedan hacerse dignos de recibir su herencia: su Espíritu Santo, el
Paráclito, el Abogado. Aquí el evangelista, no se aparta de la concepción
bíblica, cuando equipara “mandamientos” con “palabra”, ya que para el
Deuteronomio, la ley es ante todo revelación divina, de hecho el Decálogo, es
llamado las “diez palabras” en el AT.
Cuando Jesús habla del Espíritu se trata de su Espíritu, Espíritu de la
Verdad, que permanecerá con ellos y en ellos (cfr. Jn. 14,26; 15,26;
16,7-11.13-15). Por esto, les enseña que si bien se va, no los dejará
huérfanos, volverá pronto (v. 18), se refiere a su muerte y resurrección pero
también, a su nuevo de presencia en la comunidad en los días de Pascua, y en el
tiempo del Espíritu y de la Iglesia hasta que el vuelva. Este Espíritu Santo
tiene por misión dar a conocer que Jesús vive en el Padre y el Padre en Jesús,
pero la guarda de los mandamientos, es decir, la palabra de Jesús es
indispensable para vivir la experiencia de Jesús resucitado. El mundo no
comprende esto, se mantuvo lejos de
Jesús y lo mismo hará con el Espíritu, por ello dice el Maestro, que el
mundo no lo ve ni lo conoce (v.19). Es interesante constatar que en Juan, el
Espíritu habla al mundo a través de la Iglesia, el Espíritu permanece sólo en
la Iglesia, y actúa en el mundo sólo a través de ella. No aparece en este
evangelio ninguna acción directa del Espíritu en el mundo, excepto que convence
al mundo de su culpa, pero también por medio de la comunidad eclesial. Jesús
insistirá en que guarden su palabra, palabra que no es suya sino del Padre,
manifestación de que el discípulo lo ama a ÉL, y promete que se manifestará a
quien los guarde, más aún, será amado por el Padre, porque lo ama a ÉL (v. 21;
cfr. Jn.14,7-11). Todo lo cual manifiesta que los
discípulos no podrán vivir sin ÉL, les cuesta a los discípulos asumir que el
Maestro vaya a la muerte y los deje sin su presencia. Por su muerte, les
explica, que se va y el mundo no lo verá, pero sus discípulos si lo verán,
porque ÉL vive, lo mismo que sus discípulos, porque está en el Padre, como los
discípulos en él y ÉL en ellos (v. 20). Quiere Jesús, procurarles una mayor
presencia, no sólo de ÉL, sino también del Padre. La presencia del Padre se
abre por Cristo en espacio para que ingresen los discípulos. No olvidemos que
Juan escribe, después de la Pascua, donde los frutos de los que Jesús prometió
antes de su despedida, se verifican. No olvidemos la presencia del Espíritu,
que comienza a ser protagonista como el Padre, donde el evangelista, exige para
vivir esta experiencia trinitaria la guarda de los mandamientos, comunión con
su existencia resucitada, por medio del amor. Presencia y amor del Padre y del
Hijo, se vinculan a la guarda de los mandamientos, de la palabra del Hijo.
Todas estas promesas tienen evidentemente un componente escatológico, es decir,
la presencia de Dios en la vida de los discípulos de ayer y de hoy en medio de
su pueblo. Esa experiencia también hoy habría que dimensionarla desde la
mística, por lo que Dios envuelve y penetra la vida del hombre hasta lo más
íntimo de su ser hasta regenerarlo, que le da sentido a su vida y sacia sus
anhelos hasta el infinito. De esta forma la comunidad apostólica y la eclesial de
hoy quedan introducidas en la morada de la Trinidad.
San Juan de la Cruz: “Cuando en las palabras y conceptos juntamente el alma va amando y sintiendo amor con humildad y reverencia de Dios, es señal que anda por allí el Espíritu Santo” (2S 29, 11). El Espíritu Santo de Dios, enseña Juan de la Cruz, va dejando su huella en el espíritu del creyente cuando encuentra disposición interior de querer caminar en la verdad revelada y en la propia, sembrando unión de amor y voluntad con el Padre y el Hijo.
Lecturas
bíblicas
La estadía de Pablo en Filipos, fue fructuosa
por la predicación y por los resultados, como la conversión de la familia de
Lidia. El hospedaje al que consiente Pablo, nace de la invitación que hizo esta
noble dama, y por otra parte, es el tributo a Dios, por la palabra y el
bautismo recibidos, de parte de Pablo en su evangelización de esas personas.
Vemos como lo humano y lo divino se une en admirable convivencia, haciendo del
hombre y de la mujer en este caso, mejores personas. Lucas, le da una
importancia relativa, pero un significado especial, muy en línea de su
evangelio. En éste nos ha presentado a Jesús como el Salvador, por los demás
débiles, entre esos la mujer. En el evangelio de Lucas, las mujeres son
promovidas como seres humanos y abiertas a la palabra de Dios; la primera
creyente de Europa es una mujer, trabajadora, empresaria diríamos hoy, porque
maneja el negocio de la púrpura. En lo religioso Lidia es temerosa de Dios,
capaz de acoger a unos misioneros judíos, que siempre acudían a otros
connacionales; la casa de esta buena mujer se convierte en centro de reunión de
los cristianos. Esta es la cuna de una de las comunidades más fervorosa
fundadas por Pablo, pero el autor sagrado quiere destacar, que la conversión de
Lidia es obra de Dios porque “le abrió el corazón” (v.14).
El evangelio nos habla del testimonio que el
Espíritu Santo y el creyente están llamados a dar a favor de Jesucristo, el
Señor. Su testimonio de entrega a la voluntad del Padre, su misterio pascual,
es con lo que cuente el discípulo a la hora de dar testimonio, sobre todo, en
la persecución de la que también habla Juan. Pero ahora se agrega al testimonio
cristiano, la fuerza del Espíritu Santo de Dios, verdad que procede del Padre.
La presencia del Espíritu asegura, entre los discípulos, la palabra de la
verdad, que en la voz del discípulo se hace presente en la sociedad y sobre
todo a los enemigos de la fe cristiana, que de alguna forma, prolongan el
juicio del mundo contra el propio Jesús, en la vida de su Iglesia y de sus
discípulos. El cristiano, tiene que estar preparado para la persecución, a
causa de su adhesión a Jesucristo. Las palabras que pueda decir en su defensa
las pondrá el Padre en su boca, “porque el espíritu de vuestro Padre hablará en
vosotros” (Mt. 10, 19ss). Hoy más que nunca, se necesita el testimonio de quien
conoce realmente a Jesucristo, para saber defender o proponer, si es el caso,
su visión del hombre y de la realidad, ante la mentira que propone la sociedad
en que vivimos. “Os he dicho esto para que no os escandalicéis. Os expulsarán
de las sinagogas. E incluso llegará la
hora en que todo el que os mate piense que da culto a Dios. Y esto lo
harán porque no han conocido ni al Padre
ni a mí. Os he dicho esto para cuando llegue la hora, os acordéis de que ya os
lo había dicho” (Jn. 16, 1-4). La ignorancia religiosa puede ser en buena parte
culpable de esta situación de persecución, pero cuando daña a las personas e
instituciones y se abandona lo racional o el derecho, se puede caer en el caos
más absoluto. Será la oración constante la que asegure el testimonio del
cristiano y la fuerza del Espíritu Santo que también da testimonio de Cristo
Jesús, la que mantendrá al discípulo en pie y como hizo ÉL, vencerá al mundo y
sus mentiras. La vida teologal que plantea el místico pasa por la obra que el
Espíritu Santo hace en el alma del creyente, lo que significa que las tres
virtudes teologales de fe, esperanza y caridad, armen al cristiano, no sólo
para el combate sino para vivir el evangelio en todas las circunstancias de su
existencia. Las tres facultades del hombre: entendimiento, memoria y voluntad,
quedan al servicio de la vida teologal. Es la fuerza del Espíritu la que
transforma la vida de la Iglesia y del cristiano desde lo interior.
San Juan de la Cruz, nos enseña que Dios toma la voluntad del hombre si se la entrega y comienza a transformar al creyente desde lo interior. Ahí la acción del Espíritu Santo es esencial: “Y mi voluntad salió de sí, haciéndose divina, porque, unida en el divino amor, ya no ama bajamente con su fuerza natural, sino con fuerza y pureza de Espíritu Santo, y así la voluntad ya acerca de Dios no obra humanamente; ya ni más ni menos, la memoria se ha trocado en aprehensiones eternas de gloria” (2N 4,2).
Lecturas
bíblicas
La actuación de Pablo, librar a una esclava
posesa de un espíritu adivinatorio, le trae como consecuencia la cárcel y la
flagelación junto a Silas. Le había arruinado el negocio a sus dueños,
en el arte de adivinar, que les dejaba buenas ganancias. La reacción fue
acusarlos de perturbadores y de predicar costumbres no aptas para romanos (v.
21). El terremoto, que aflojó los cerrojos, y las puertas se abrieron, produjo
el estupor del carcelero, que pensó hasta quitarse la vida, pensando que los
presos habían escapado. Pablo, le impide hacerse daño, y el carcelero pide el
bautismo para él y toda su familia. La reacción de Pablo como ciudadano romano
que era, hacer valer sus derechos, que habían sido vulnerados al flagelarlo,
hace que pide que sea el pretor quien los deje libre y no los lictores.
Finalmente el pretor les ruega dejen la ciudad y estos van a casa de Lidia. Por
predicar el evangelio y liberar a esa joven esclava del poder de Satanás,
sufrieron la cárcel y la flagelación, pero la conversión del carcelero y su
familia, los llenó de gozo a ellos y a los recién convertidos.
El evangelio, nos da a conocer la tristeza,
que embarga el corazón de los discípulos, por la pronta ida de Jesús a vivir su
misterio pascual y su regreso al Padre. Sin embargo, nuevamente promete el
Espíritu Santo, de ahí que les convenga que ÉL se marche (v.7). Importante es
la tarea que le asigna al Espíritu Santo: convencer al mundo de la realidad y
significado del pecado y su relación con la justicia y el juicio que recaerá
sobre los que lo ignoran y actúan como si Dios no existiera. El Espíritu
demostrará que el pecado está condenado y proscrito. La fidelidad de los
apóstoles y de la Iglesia a Cristo a lo largo de la historia, es un argumento
en contra de los que no creen en Jesús. La justicia de Jesús y de los que creen
en ÉL, consiste en proclamar la resurrección y exaltación del Señor Jesús a la
diestra del Padre. Volvió de donde vino. El Espíritu Santo garantiza que la
causa de Jesús es justa, como la de los creyentes: proclamar los valores del Reino
como la justicia, la verdad, la paz y el amor. Valores humanos y cristianos. El
Juicio es para Satanás y los que no creen en el Hijo de Dios, ahora glorioso a
la diestra del Padre, pero que fue rechazado por los hombres. El Espíritu Santo,
que da testimonio de Jesús en la Iglesia, será un recuerdo permanente de este Juicio
de Dios contra los que no creen, un mundo embriagado de soberbia y
autosuficiencia, que no admite a Dios en su existencia, más aún, que vive de
espaldas a ÉL. Si no estamos atentos a lo interior, podemos caer también en la
falta de fe en la palabra de Jesús y el testamento de sus valores del reino de
Dios. En cambio, la vida cristiana intensa hecha de Palabra y Sacramentos, Eucaristía
y comunidad, todo ungido por la oración asegura la presencia del Espíritu Santo
y la mayor comprensión del misterio de Cristo en su Iglesia.
San Juan de la Cruz, asegura que los actos del cristiano son divinos, porque son movidos en su vida teologal por el Espíritu Santo y la obra que desde lo interior hace la presencia de Dios en su existencia cristiana, redunda en obras que glorifican al Padre y edifican la comunidad eclesial. “Y así en esta estado no puede hacer actos que el Espíritu Santo los hace y mueve a ellos; y por eso, todos los actos son divinos, pues es hecha y movida por Dios” (LB 1,6).
Lecturas bíblicas
Es en Atenas, donde Pablo estrena un nuevo
modo de presentar el evangelio a los griegos: templos, dioses, hombres y
mujeres cultas, escuelas de filosofía, maestros insignes, el Aerópago y los discursos socráticos, pero también una
sociedad muy religiosa. Pablo comienza con un recurso técnico como es la “captatio benevolentiae”, captar
la atención de los oyentes, pero con suavidad y maestría critica su idolatría y
superstición paganas. Pero a su religiosidad, la ciudad de Atenas, era un
magnifico templo filosófico, difícil de distinguirla de la carga teológica que
todas las manifestaciones religiosas tenían y que guiaba la vida de griegos y
romanos. La filosofía del momento era la estoica. A ellos dirige Pablo su
discurso, acogiendo la manifestación que
Dios ha tenido con ellos, aunque sabemos, que los judíos la encontraban en la
Escritura, pero filósofos y poetas griegos, alcanzaron cierto grado de comunión
con Dios con su reflexión. Pablo apunta a la naturaleza espiritual de la
divinidad como punto de convocación para judíos y griegos. Por eso, habla de
Dios como Creador del mundo, punto central de la fe judía, pero también, dice
que Dios no necesita nada ni nadie, ni templos ni sacrificios, principio de la
filosofía estoica, tema común con la fe hebrea (cfr. Gn.1,1;
Is. 42,5). Con este discurso Pablo quiere llevar a sus oyentes a conocer al
“Dios desconocido” (v. 23), pero lo importante es destacar que sin conocer al
Dios verdadero, sin embargo, lo adoran. Esta es la plataforma que permite a
Pablo hablar del Dios verdadero a paganos confundidos por la ignorancia, pero
al mismo conocedores de este Dios verdadero. Entre este mundo de la filosofía y
la fe, hay puentes de comunión, pero será la resurrección la barra difícil de
saltar a la fe cristiana, es más, para los oyentes se convierte en piedra de
escándalo. Se puede afirmar, que si bien Dios se ha manifestado a Israel, también a los paganos, por lo cual, nadie
puede hablar de ignorancia en lo cultural, moral y en el juicio final. Pero
Dios en su sabiduría ha preparado un camino de felicidad para cada hombre si
convierte a este Dios desconocido hasta el momento para ellos, pero que la
palabra de Pablo, les presenta. Es necesaria la conversión, desde el Juicio que
llevará a cabo Aquel, el hombre aprobado por Dios mediante su resurrección (v.
31), Jesucristo el Señor.
El evangelio nos va desentrañando la obra del Espíritu,
además de juzgar al mundo (Jn.16, 8-11), es la de enseñar, definen la acción
del Espíritu dentro de la comunidad (vv.12-15), introducirnos en el misterio de
Cristo Jesús. “Mucho tengo todavía que deciros, pero ahora no podéis con ello.
Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa;
pues no hablará por su cuenta, sino que
hablará lo que oiga, y os anunciará lo que ha de venir” (vv. 12-13). La verdad
plena consiste en introducir a los hombres de fe en el misterio de Cristo en
forma personal, por la que la tarea del Espíritu es continua con cada creyente.
Abrir siempre el sentido de la revelación cristiana. Por una parte, se quiere
resaltar la torpeza de los apóstoles para entender, por otra, el efecto que se
había llevado a cabo en Pentecostés (v.12). El no revelará nada que Jesucristo
no nos haya enseñado; reveló todo cuanto el Padre le confío y nos lo comunicó
(cfr. Jn. 15,15). Es sólo el Espíritu quien conduce a la inteligencia de la
revelación, comprensión del mensaje de Jesucristo. La labor del Espíritu, es
recordarnos su Palabra, y ayudarnos a asumirla en la existencia cristiana de
cada día. Profundizar la Palabra y doctrina del Maestro, es tarea del
discípulo, comprenderla significa la voluntad no sólo de guardarla, observarla
con amor. Guiados por el Espíritu, el creyente, alcanza la verdad plena (v.13)
y completa en cuanto alcanza a ir comprendiendo el misterio de Cristo, de su
Evangelio, de la Iglesia, etc. La calidad de esa comprensión es fundamental,
para explicar la relación personal con ese misterio, a nivel de crecimiento
espiritual y como discípulo. La verdad de la revelación más que un conjunto de
verdades se trata más bien, de la unidad, simplicidad y validez, universalidad,
dada en forma definitiva. Para Juan, la verdad es Jesús, guiar a la verdad, es
el movimiento vital de la fe en su relación con Jesús desde una comunidad que
hace suya la causa de Jesús. No se puede quedar el creyente en la categoría de
admirador de Jesucristo o de la Iglesia, sin descubrir como ese misterio de fe
alcanza o cubre su vida entera de hombre de fe. La tarea del Espíritu
consistirá en acompañar, y dar los elementos necesarios al creyente, según el
estado en que esté de su itinerario, para avanzar, progresar si quiere llegar a
la verdad, que es Jesús para su vida. La predicación del Espíritu y de la
comunidad, no se pueden separar de la revelación de Jesús, y de la verdad de
Dios, forman una unidad indisoluble (vv.14-15). Este mensaje apunta también al
futuro, queda abierto a lo escatológico y eterno. La labor de la comunidad
eclesial, además de la liturgia, es reconocer que posee los elementos para
evangelizar y guiar a los cristianos a comprender el significado profundo del
misterio de Cristo, y del propio ser humano en la visión cristiana de la
realidad de cada época, concentrando todo este significado en el misterio
pascual. Cada tiempo está tras el mensaje de Jesús, sin que se alcance su pleno
desarrollo, ni su completa realización, porque todavía no está plenamente
establecido ni realizado (v.13). La liturgia despliega a lo largo de todo el
año el misterio de Jesucristo, de ahí la importancia de asistir dominicalmente
a la Iglesia y escuchar la Palabra de Dios, ofrecer la vida precisamente para
se vaya incorporando con mayor calidad e intensidad en el misterio eucarístico que
se celebra. Es el Espíritu Santo quien comunica a la Iglesia todo lo que recibe de Jesucristo así como ÉL nos
entregó lo que recibió del Padre. El
Espíritu y la Iglesia, le darán gloria a
Jesucristo para siempre (vv.14-15).
En Cántico Espiritual, Juan de la Cruz, deja establecido cómo el hombre desea que se le revelen los misterios que cree por la fe plenamente, como si ya estuviera en la eternidad. Pedagogía divina que baña el alma de gloria cada vez que el hombre vislumbra en calidad su avance en el misterio de Cristo, porque él se va asemejando a su divino Maestro en el pensar y obrar. Es la configuración con Cristo, punto de arranque y meta de la vida cristiana. “¡Oh si esas verdades que informe y oscuramente me enseñas encubiertas en tus artículos de fe, acabases ya de dármelas clara y formadamente descubiertas en ellos, como lo pide mi deseo!” (CB 12,5).
Lecturas
bíblicas:
Pablo en Corinto, ciudad más romana que
griega, ya que había sido reconstruida por Julio César. Ciudad importante por
su situación geográfica y su puerto comercial, pero también lugar de paso de
muchas corrientes morales y religiosas, lo que también traía corrupción en la
población. Es precisamente ahí donde surge una floreciente comunidad cristiana,
la que más problemas dio a Pablo. Viene de Atenas, a
Corinto, se hospeda en casa del matrimonio de Aquila y Priscila, trabaja con
ellos en la fabricación de tiendas. Va a la sinagoga a predicar a Jesucristo a
los judíos. Se unen a la misión de Pablo, provenientes de Macedonia, Silas y Timoteo. El autor de los Hechos centra toda la
actividad de Pablo en la predicación del evangelio a los judíos, concretamente
en la mesianidad de Jesús. Realidad que ellos niegan, no aceptan que el Cristo
sea Jesús de Nazaret (v.5). La reacción de Pablo fue marcharse a predicar a los
gentiles: “Como ellos se opusiesen y profiriesen blasfemias, sacudió sus
vestidos y les dijo: Vuestra sangre recaiga sobre vuestra cabeza; yo soy
inocente y desde ahora me dirigiré a los gentiles” (v. 6). Sin embargo, junto a
la Sinagoga, vivía Justo, Pablo es acogido en su casa y, Crispo, jefe de la
Sinagoga, se convierte con toda su casa y algunos otros corintios. Lo que llama
la atención de otros judíos, que también aceptan la nueva fe. El Señor Jesús,
exhorta a Pablo a seguir predicando porque “yo estoy contigo” (Hch. 18,10). Esos son los comienzos de la Iglesia de
Corinto.
El evangelio nos presenta palabras enigmáticas
las de este evangelio, cuando se lee sin considerar el contexto en que fueron
pronunciadas. “Dentro de poco ya no me veréis, y dentro de otro poco me
volveréis a ver” (v. 16). Se viene sobre ÉL su pasión, muerte y resurrección.
Jesús desaparece y reaparece con su Resurrección. Es su misterio pascual que lo
ocultará a los ojos de los discípulos, pero la resurrección y exaltación a la
diestra del Padre y la venida del Espíritu Santo lo vuelven a hacer
presente a sus discípulos y al mundo
entero (cfr.1 Tes.4,13-18; Flp.4,20; 1Jn.3,2; Ap. 22,29). En este nuevo orden
los que crean entrarán comunión con el Padre y el Hijo. Esta terminología:
“dentro de poco” era conocida en la en el AT
así hablaban los profetas y también en el NT (cfr. Ap. 6,11). Importante es comprender que
las palabras de Jesús se referían al futuro inmediato de su muerte y
resurrección, pero también se pueden entender a su retorno glorioso como Juez
de la historia al final de los tiempos. El evangelista usa dos verbos distintos
para cada vez que habla de “ver”. El primero se refiere a lo corporal y el
segundo ver se refiere al creer, es decir, ver a Jesús desde la fe, que
cambiará la tristeza de su partida por el gozo de reencontrarlo resucitado y
glorioso. Una vez más Juan deja en claro la ignorancia de los apóstoles, pero
une la partida de Jesús al Padre y su regreso, cuando nuevamente le verán,
enlazando así su partida con la pascua. La respuesta de Jesús aclara su
sentencia (vv.19-22). La muerte de Jesús afectará a la comunidad por su
ausencia y sin su apoye en este mundo, queda expuesta a los ataques, la
tristeza, las acusaciones, la tribulación y el desconcierto (cfr. Jn.16,4-6). Deberá contar con la alegría del mundo incrédulo porque
venció eliminando a Jesús, porque resultaba incómodo. Pero la fe tiene la
promesa de Jesús: “Vuestra tristeza se convertirá en gozo” (v.20), por ello la
Iglesia deberá contar siempre con la tribulación, los ataques, serán
circunstancias que corresponden a su
estar en el mundo, pero la alegría de
una vida nueva en Cristo Jesús. Este “dentro de poco” del tiempo de la Iglesia,
tiempo del Espíritu Santo, es para que el cristiano viva alegre su nueva
condición de hijo de Dios a la espera de Señor que ya viene. La fe en la
resurrección de Cristo, es la esperanza de la nuestra, lo que da una capacidad
superior para superar las asperezas de esta vida. Es el Espíritu quien nos
comunica la vida de Cristo resucitado. Quizás deberíamos potenciar nuestra
forma de expresar el gozo y la alegría que el Espíritu Santo deja en nuestro
espíritu después de su visita, luego de la oración (cfr. Rm.6,5;
1Pe.3,15). El gozo define nuestra vivencia de la fe en Cristo resucitado.
San Juan de la Cruz nos enseña a saber dónde está el Amado del alma, Jesucristo, dentro de cada creyente es fundamental, tan cerca para buscarle y tan dentro para unirse a ÉL. “Oh, pues, alma hermosísima entre todas las criaturas, que tanto deseas saber el lugar donde está tu Amado, para buscarle y unirte con él, ya se te dice que tú misma eres el aposento donde él mora, y el retrete y escondrijo donde está escondido, que es cosa de grande contentamiento y alegría para ti ver que todo tu bien y esperanza esté tan cerca de ti, que esté en ti, o por mejor decir, tú no puedas estar sin él” (CB 1,7).
Lecturas
bíblicas
La lectura nos entrega datos históricos que
hay que tener en cuenta: la expulsión de los judíos de Roma por un decreto del
emperador Claudio (41-54), provocada por la actuación de los judíos frente a la
secta de los cristianos. Motivo por el cual Aquila y Priscila, llegan a
Corinto. Por otra parte, tenemos la figura de Galión,
hermano de Séneca, que los judíos quieren defienda la ortodoxia de su fe,
frente a la herejía del cristianismo. Galión juzgará
a Pablo
si ha cometido una falta contra la ley romana, pero como los judíos
hablan de su Ley, no se quiere inmiscuir en un juicio sobre temas de religión,
y los despacha a todos del tribunal (v. 13). La reacción de Galión
nos habla a las claras que la conducta de los cristianos no viola las leyes
romanas; las acusaciones contra Pablo de parte de los judíos son de tipo
teológico: el mesianismo de Jesús y la Ley (v.15). Los cristianos políticamente
son inocentes, no han creado problemas a Roma.
Todos estos acontecimientos van distanciando cada vez más la comunidad
cristiana de la sinagoga, Pablo se va convirtiendo en el apóstol de los
gentiles, dejando bien en claro que no fueron los cristianos la causa que los
judíos no aceptaran en evangelio. La actitud de Galión
de despacharles del tribunal, es reconocer que no tenían razón, por lo mismo
reconoce la inocencia de unos hombres y mujeres que no ofendían en lo
estrictamente jurídico a Roma y sus leyes. Así y todo, Pablo se queda año y
medio trabajando por el Evangelio, las dificultades, dejan ver la luz de la
palabra de Dios, que ilumina la vida de sus testigos y los cuida con una amor
especial.
El evangelio nos habla de la alegría, que nace
del dolor de la separación, provocada por la marcha de Jesús, no verle, sobre todo, por tiempo de su muerte y
resurrección. Pone el ejemplo de la mujer que da a luz, se olvida del dolor,
una vez que ha nacido un varón para el mundo (v. 21). Imagen común o recurrente
en la literatura del AT y de los profetas, donde también en los evangelios
queda de manifiesto que al día del Señor, le precederá una gran tribulación
para los elegidos, preludio del gozo y alegría que vivirán al final, lo mismo
que la mujer dolorida por el parto, da a luz una vida nueva, se llena de
alegría. La causa de nuestra tristeza y luego de nuestra alegría, es la muerte
y resurrección de Jesucristo, victoria sobre el pecado, la muerte y el demonio.
Para Juan, la cruz y la resurrección de Cristo, como hecho salvífico, significa
el cambio de paradigma, se pasa de los dolores del tiempo mesiánico, de cara a
la pasión y resurrección de Jesús, a la alegría escatológica que comienza con
la pascua de resurrección. El misterio pascual
de Jesucristo, supuso el parto de una nueva humanidad, nueva creación, mediante
la resurrección del que es el hombre nuevo (cfr. Rm. 5). Sigue inmediatamente la promesa: “Pero volveré
a veros y se alegrará vuestro corazón y vuestra alegría nadie os la podrá
quitar” (v.22). El tiempo y la hora de su venida, están totalmente en manos de
Jesús, con lo que Juan une parusía y pascua: Jesús volverá a verles. A ese
reencuentro se une la experiencia de la alegría colmada que nadie les podrá
arrebatar, porque se trata de alegría escatológica, alegría eterna. Los
discípulos ayer y hoy están en los tiempos de la tribulación escatológica lo
constituye la fe de quien está en el mundo: cruz y resurrección. Pero
precisamente la fe en la resurrección, en la predicación y celebración, la
alegría y la esperanza la comunidad experimenta el retorno salvador de Jesús
exaltado, lo que define el presente de la Iglesia. Es el Paráclito quien recrea
la vida del resucitado en la vida de los fieles y donde reside la alegría de
éstos al saberse justificados por Cristo ante el Padre. Esa vida nueva, ganada
por su misterio pascual, ahora es de los que son de Cristo, y los guarda del mal y de la corrupción, a la que se ve
acechada por el pecado. La alegría y el gozo de la fe, es el mejor antídoto
contra el desánimo en las cosas de Dios
y de la vida cristiana. El Espíritu Santo, está más presente de lo que pensamos
en la vida de la Iglesia, y de quienes luchan por los valores del reino de Dios
en este mundo. Seremos mejores cristianos en la medida, no sólo en que nos
dejemos guiar por el Espíritu de Dios, sino en que nos abramos a comprender que
estos valores nos hacen más humanos y a su acción santificante, donde nos
encontramos y reconciliamos entre nosotros y con nosotros mismos, nos abrimos
al prójimo, fruto de la comunión con Dios, alegría infinita. El cristiano
consciente de su vocación trinitaria por la inhabitación en la que vive, es un
hombre siempre alegre, porque posee a Dios en su interior y comparte su vida y
su amor su felicidad, anticipo de vida de la gloria sempiterna. Gloria que
comienza en esta vida, como enseña el místico carmelita Juan de la Cruz, con la
alegría del conocimiento que viene de la fe, y el amor que infunde la presencia
del Espíritu Santo en la vida del orante contemplativo.
Juan de la Cruz, nos enseña: “En este estado de vida tan perfecta siempre el alma anda interior y exteriormente como de fiesta, y trae con gran frecuencia en el paladar de su espíritu un júbilo de Dios grande, como un cantar nuevo, siempre nuevo, envuelto en alegría y amor en conocimiento de su feliz estado” (LB 2,36).
Lecturas
bíblicas
Los Hechos nos presentan este personaje Apolo,
que precedió a Pablo en su estadía en Éfeso. Este hombre parece ser era
cristiano, pero a pesar de lo que dice Lucas, acerca de su instrucción: conocía
las Escrituras y todo lo referente a Jesús, pero sólo conocía el bautismo de
Juan (vv. 24-25). ¿Fue miembro de algún
grupo seguidor del Bautista y más tarde se hizo cristiano? Parece que fue
educado en la escuela alejandrina por el célebre filósofo y teólogo Filón de
Alejandría. Ahora bien, que se declare cristiano y no conocer el bautismo de
Cristo, parece difícil aceptar así su identidad. Al entrar en la comunidad cristiana de Éfeso,
tiene gran éxito con su predicación, debido quizás a su formación alejandrina.
Recordemos que Alejandría era uno de los mayores centros de formación de
griegos y judíos de la época. Ahí se había el esfuerzo académico de interpretar
la Escritura desde las categorías filosóficas. Es precisamente esa
interpretación la que hacía la diferencia entre Apolo y Pablo. Más tarde un
grupo de cristianos de Éfeso se va identificar con este Apolo (1 Cor. 1, 17ss;
2,1). Será Aquila y Priscila quienes van a completar su formación catequética,
lo que habla de su amplitud de miras, al aceptar el modo de interpretar en
definitiva de Pablo que estos catequistas le enseñaron, sobre el acontecimiento
Cristo, evangelio, sacramentos, etc. De Efeso, Apolo pasa a Corinto, con cartas
de recomendación para esa comunidad de parte de los hermanos, lo que habla de
las buenas comunicaciones que había entonces. Entre las comunidades.
Ciertamente Apolo, con su excelente formación bíblica fue una gran ayuda para
los corintios, penetrar en el misterio de Jesucristo desde la Escritura, lo que
establecía diferencia y claridad entre la interpretación judía y la cristiana.
Su método interpretativo, la alegoría y la incorporación de principios filosóficos,
eran la clave de su predicación. Muchos aceptaron la fe en Cristo por su
elocuencia al exponer el misterio de la fe cristiana, también en Corinto, con
gente de un nivel superior de formación religiosa y cultural, al resto de la
comunidad (1 Cor. 1, 26).
El evangelio nos muestra el fruto de vivir la
comunión con Jesús y con su Padre y de los discípulos entre sí surgen la
oración confiada y un mayor conocimiento del mismo Jesús como revelador del
Padre. Encontramos cuatro sentencias de Jesús que se cumplirán con su regreso,
poseen un claro tono escatológico: se acabarán las preguntas y cuanto se pida
al Padre en su Nombre será concedido (vv.23-24); ya no hablará en parábolas,
sino claramente acerca del Padre (vv.25-27); Jesús vuelve al Padre (v.28).
“Aquel día” (v.23), se refiere en principio al día de su retorno, el día de
Yahvé, día del Juicio escatológico (cfr.Am.5,16-20;Jl.2,1-11;Zac.12,1-11;Mc.12,32;Mt.7,22;24,38;Lc.6,23;
1Cor.1,8; 3,13; 2Cor.1,14; Flp.1,6; Rm.13,12s). En Juan, sin embargo, es la
nueva manera de hacerse presente en Espíritu, luego de Resucitado y Exaltado,
aquel día, es ya un presente para los creyentes. No preguntarle nada a Jesús,
alude a lo que ya sucede en la comunidad eclesial. Si la comunidad ya ha
experimentado la alegría escatológica prometida a la fe, si ha sido colmada la
revelación, ya no hay espacio para las preguntas, porque ésta ha perdido su
carácter enigmático. Hasta ahora los apóstoles le preguntaban a Jesús y había
malas interpretaciones, con lo que Juan demuestra que preguntas e
interpretaciones equívocas marcan una frontera de principios que distingue y
separa la comunidad del mundo, por lo tanto, de la conducta y los pensamientos
mundanos, del Revelador de Dios y sus palabras. No hacer preguntas, es haber
ingresado en la dimensión del amor divino, del que Jesús es testigo, revelador
y mediador, su muerte es la mejor manifestación de cuanto decimos. Un segundo
tema son las veces que Jesús, asegura que cuanto pidamos al Padre en su Nombre
se cumplirá; tenemos la seguridad, que al menos esa petición será escuchada (vv.
23. 24. 26; cfr. Jn.14,13-14). Es consciente que
todavía no ha sido glorificado, por eso todavía los discípulos no han pedido
nada y porque no han recibido el don del Espíritu Santo, fruto precisamente de
haber subido a la diestra de su Padre Dios. Así como nos enseña a pedir en su
Nombre, también del Padre se recibe en su Nombre. De ahí que la oración no debe
ser siempre sobre los problemas de la vida, sino mirar a la comunión con Dios y
la meta de la vida eterna donde se alcanzará la alegría perfecta (v. 24). Esta
intimidad con el Hijo y con el Padre, ha ido pedagógicamente de las parábolas
hasta el conocimiento claro acerca del Padre. ¿Qué quiere decir Jesús? Hasta
ahora ha usado parábolas para comunicar su mensaje de salvación y para hablar
de su Padre. He llegado la hora de hablar claro de su relación con su Padre, al
cual, por medio de ÉL, también nosotros tenemos acceso, pues nos considera sus
hijos en Cristo (v. 25). El motivo de que el Padre nos ama y nos concederá
cuanto le pidamos, es que amamos a su Hijo y creamos que salió del Padre (v.
27). Es importante entonces, para vivir esta comunión con el Hijo y con el Padre,
reconocerlo como Hijo de Dios, y amarlo como lo ama su Padre. La oración será
la mejor herramienta, la mejor llave para mantener la comunión con Cristo. La
eficacia de la misma radica en que hay que hacerla en su Nombre; es fruto de la
comunión vital del discípulo con Jesús, en quien cree firmemente, ama con
profundidad y cuya palabra guarda en su corazón, haciendo de su existencia un
templo de la Trinidad. Es la inhabitación trinitaria en el alma del justo (cfr.
Jn. 14, 13. 23). Si bien Jesús es el único Mediador entre Dios y los hombres,
deja abierta la posibilidad que los hijos acudan directamente al Padre por la
confianza y el amor que el Hijo y el Espíritu Santo han infundido en el alma
del creyente (vv. 26-27). Esto se
entiende, desde la perspectiva de saber que la relación de amor de los
creyentes, es tan fuerte por la presencia de Jesús en sus vidas por la obra que
realiza el Espíritu Santo que se dirigen
directamente al Padre por el amor con que sienten que los ama, el mismo
amor con que ama a su Hijo desde siempre. Pedirá, no por ellos sino con ellos
al Padre, en su nueva vida de resucitado en la gloria y en su Iglesia. Se forma
una unidad de vida y amor entre la Trinidad y los creyentes, una comunión,
hasta convertirse éstos en alabanza de su gloria (cfr. Ef. 1, 6. 12.14). Desde
esta visión se comprende que la oración del discípulo, es también la oración y
la alabanza de Jesucristo al Padre. Somos escuchados y atendidas nuestras
peticiones, precisamente porque oramos con el Hijo y con el Espíritu, cuando no
sabemos pedir lo que nos conviene. Lo hace con gritos inefables (cfr. Rm. 8,
26) resonando su voz en el cielo y en el corazón del hombre.
En Llama de amor viva, San Juan de la Cruz,
vierte la experiencia que posee y dice: “Oh llama del Espíritu Santo…ahora que
estoy tan fortalecida en amor, que no sólo no desfallece mi sentido y espíritu
en ti, mas antes, fortalecidos de ti, mi corazón y mi
carne se gozan en Dios vivo (Sal 83, 2), con grande conformidad de las partes,
donde lo que tú quieres que pida, pido, y lo que no quieres, no quiero ni aun
puedo ni me pasa por pensamiento querer; y pues son ya delante de tus ojos más
válidas y estimadas mis peticiones, pues salen de ti y tú me mueves a ellas, y
con sabor y gozo en el Espíritu Santo te lo pido, saliendo ya mi juicio de tu
rostro (Sal 16, 2), que es cuando los ruegos precias y oyes, rompe la tela
delgada de esta vida y no la dejes llegar a que la edad y años naturalmente la
corten, para que te pueda amar desde luego con la plenitud y hartura que desea
mi alma sin término ni fin” (LB 1,36).
P. Julio González C.