TERCERA SEMANA DE CUARESMA

(Ciclo C)


DOMINGO

LUNES

MARTES

MIERCOLES

JUEVES

VIERNES

SABADO


DOMINGO

Lecturas bíblicas

a.- Ex. 3,1-8.10.13-15: “Yo soy”, me envía a vosotros.

La lectura del Éxodo, nos presenta cuatro temas en el relato: Dios se manifiesta en el monte santo a Moisés (vv.1-6); Moisés tiene la misión de rescatar a los judíos del yugo egipcio (v.10); Yahvé le revela su nombre divino (vv.13-15).  Dios habla a este pastor Moisés, desde la zarza que arde y no se consume, desde el fuego, símbolo para presentar una teofanía (cfr. Gn. 15, 17; Ex. 19,18). Lugar sagrado, tierra sagrada es la que pisa, el monte Sinaí u Horeb, santuario de los antiguos patriarcas. Moisés es presentado con las características  de profeta, que recibe la palabra de Dios, y asume la misión de llevarla a su pueblo. El contenido de esa palabra es de  liberación para  Israel, cautivo en Egipto. Dios se presenta como el Dios de sus antepasados, con lo que la liberación de Egipto, manifiesta su fidelidad al pueblo, y a la promesa hecha a sus antepasados. La vocación y la misión de Moisés, son lo más importante de esta lectura, la confirmación de ser mediador de una liberación que es salvación de Dios en medio de su pueblo. Hace de mensajero, de un Dios que le confía su palabra, para ser mediador entre el pueblo oprimido y el faraón de Egipto. Al confesarse incapaz de realizar cuanto se le confía, es Dios, que estará con él y será Yahvé, quien realice esta liberación. Moisés se presenta como la fuerza de Dios, que lo llamó a esta misión para sacar a su pueblo de la esclavitud de Egipto. Yahvé oye el clamor de su pueblo, se compromete con él, y lo salva. Dios le revela su nombre: “Yo soy el que soy” sus obras van a revelar su Nombre, en cada una de sus obras, revela su ser y su Nombre, sabrán quien Es. Dios no tiene otro Nombre que su misma obra de salvación. 

b.- 1Cor. 10, 1-6.10-12: Y la roca espiritual era Cristo.

El apóstol San Pablo, nos previene de caer en la idolatría, como los israelitas en el desierto (cfr. Ex.13,21; 14, 22). Lo que ellos les sucedió, que si bien ellos, fueron liberados de Egipto, atravesaron el desierto, todos fueron bautizados en su paso por el mar rojo y comieron el maná, bebieron de la roca espiritual, la roca era figura de Cristo (cfr. Ex.16,4-45; Nm. 20,7-11)); gozaron de las bendiciones de Dios, pero así y todo murieron en el desierto y no llegaron a la tierra prometida. Todo eso sucedió en figura para nosotros cristianos de caer en la idolatría, la fornicación, la murmuración, de ahí que el que “crea estar en pie, mire no caiga” (v. 12; cfr. Ex.10,6; 12,23;  Nm.17,6-15; Rm.15,4; Gál.6,1). La advertencia de Pablo, también es para nosotros: gozamos de todas las bendiciones que nos viene por Cristo y su misterio pascual, no caigamos en la idolatría del poder, del dinero, etc. Abrámonos a cimentar nuestra vida sobre la roca, que es Cristo Jesús.

c.- Lc. 13, 1-9: Si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera.

El evangelio de hoy tiene dos momentos: la invitación a la penitencia (vv.1-5),  y la parábola de la higuera estéril (vv.6-9). Luego de hablar de las señales de los tiempos (cfr. Lc.12, 54-59),  le vienen a Jesús con la noticia, que Pilato había degollado en el atrio del templo a unos galileos, mientras ofrecían sacrificios. Lo más horrible es que además habían mezclado la sangre de estos galileos, zelotas que buscaban un cambio político, por medio de la violencia, con la sangre de los sacrificios. La muerte de estos galileos ocurre en tiempo de Pascua, cuando debido al aumento de los fieles, los hombres degollaban los corderos, y los sacerdotes derramaban la sangre sobre el altar. Era una verdadera profanación de los sacrificios lo hecho por Pilatos y su gente, mezclar sangre humana con la de los animales, una ofensa a Dios. La gente pensaba, que  les había sucedido eso porque eran pecadores y Dios los había castigado. Jesús, les deja en claro, que esos galileos no eran más pecadores que los demás hombres, todos somos pecadores, reos del castigo divino. La necesidad de conversión es una urgencia, algo permanente. Jesús cita el caso de la torre de Siloé que cayó y mató a dieciocho personas: “¿pensáis que eran más culpables que todos los habitantes de Jerusalén?” (v. 4). Ambas situaciones, remiten al tiempo final, inaugurado por Cristo con la predicación del Reino de Dios; tiempo de conversión y penitencia. La parábola de la higuera estéril se salva de ser cortada y echada al fuego; se le da otra oportunidad, después de tres años de espera,  por pura  bondad de parte del dueño de la viña,  sugerencia del hortelano. La imagen de la viña, ya había sido usada por los profetas comparándola con Israel: “La viña de Yahvé Sebaot es la casa de Israel, y los hombres de Judá son su plantío escogido” (Is. 5,7).  La parábola, interpreta el tiempo de Jesús, la última etapa de tiempo que reclama de Dios Padre. El tiempo de Jesús y de la Iglesia, es el tiempo de la paciencia de Dios, porque el juicio es inminente; se ofrece la última posibilidad de conversión y salvación. Su obra es intercesión por Israel, acción intensa por conducir a Israel a la conversión. La penitencia, será siempre importante, como había enseñado Juan Bautista, que no hay que dejarlo para mañana, que hay que dar frutos de conversión con el cambio de vida y las obras movidos siempre  por el amor a Dios y al prójimo, porque la conversión debe abrirse a la necesidades del otro. Será siempre  el amor nuevo que trae Jesucristo, por medio de su Espíritu, el que nos mueva a dejar, negación, nuestra condición, para adquirir un bien espiritual mayor. Jesús, ofrece al hombre su amor, el sacrificio de su vida en la Cruz, su vida de Resucitado, para que consiga su salvación eterna. En ese sentido Jesús fue más allá que Juan, aun sabiendo que vendrá la caída de Jerusalén, antes ofrece su sacrificio pascual en la Cruz por Israel y toda la humanidad para que encuentren la salvación (cfr. Lc.22,32; 23,34).  La Cuaresma, además de expresarse en la vida y en las obras, posee un Sacramento que hay que celebrar: la Reconciliación, el Sacramento del perdón, donde Dios nos reconcilia consigo y con el prójimo. La penitencia es camino de conversión, que señala, el cambio que se llevando a cabo en nuestro mundo interior, en dirección al Reino de Dios y sus valores.

Santa Teresa de Jesús une admirablemente la vida espiritual o de oración y la santidad de la Iglesia, porque ella está al servicio de la comunidad eclesial. La oración del  Carmelo es por y para la Iglesia. “Porque me he alargado mucho en decir esto en otras partes, no lo diré aquí. Sólo quiero que estéis advertidas que, para aprovechar mucho en este camino y subir a las moradas que deseamos, no está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho; y así lo que más os despertare a amar, eso haced. Quizá no sabemos qué es amar, y no me espantaré mucho; porque no está en el mayor gusto, sino en la mayor determinación de desear contentar en todo a Dios y procurar en cuanto pudiéremos no le ofender y rogarle que vaya siempre adelante la honra y gloria de su Hijo y el aumento de la Iglesia católica. Estas son las señales del amor, y no penséis que está la cosa en no pensar otra cosa, y que, si os divertís un poco, va todo perdido.” (4 M 1,7).


LUNES

Lecturas bíblicas

a.- 2 Re. 5,1-15: Curación del leproso Naamán por Eliseo.

En la primera lectura,  encontramos la curación de Naamán, obra del profeta  Eliseo. Si bien, su tarea se desarrolla en Israel, esta vez sana a Naamán, un sirio, un extranjero. Luego de varias mediaciones, Naamán finalmente, llega a Israel, buscando la salud en las aguas del Jordán. Lo central del relato, está en la confesión de Naamán: “Se volvió al hombre de Dios, él y todo su acompañamiento, llegó, se detuvo ante él y dijo: «Ahora conozco bien  que no hay en toda la tierra otro Dios que el de Israel. Así pues, recibe un presente de tu siervo.» (v. 15). Es interesante como el autor, destaca la figura del profeta Eliseo, como único profeta en Israel: “Cuando Eliseo, el hombre de Dios, oyó que el rey de Israel había rasgado sus vestidos, envió a decir al rey: «¿Por qué has rasgado tus vestidos? Que venga a mí y sabrá que hay un profeta en Israel.» (v. 8). Se quiere destacar que la curación, como otros milagros, las resurrecciones hechas por Elías, responden a una acción salvífica del Dios Israel y no de un ritual mágico (cfr. 1Re.17, 17-24; 2Re. 4,18-37).

b.- Lc. 4, 24-30: Jesús, es enviado a todos los hombres.

Los nazarenos, quieren un signo espectacular, si es que Jesús, es el Salvador y el Mesías prometido. El hombre pide signos a Dios; exige que confirme que ese predicador es el profeta, como lo entiende el hombre. ¿Qué hará Dios? ¿Obedecerá el deseo del hombre? Dios concede sus gracias a quien con fe y en espíritu de obediencia, espera confiado. Dios exige la fe, un sí que reconozca sus obras; pero los nazarenos no lo creían así, eran hombres sin fe (cfr. Mc. 6, 6). ¿Debía Jesús demostrar, probar con milagros, su palabra y misión? En Cafarnaúm había hecho milagros. El médico si no se cura a sí mismo, pierde credibilidad ante sus enfermos. Los nazarenos desconocen a Jesús, lo ven con criterios meramente humanos: Jesús es profeta, y obra según el designio divino. Él no obra según el parecer de los nazarenos, para su provecho personal, sino según la voluntad de Dios. Sus requerimientos eran como los del tentador, porque desconocen su obra mesiánica (cfr. Lc.4,1-13). Jesús, como profeta,  no obra por propia iniciativa, sino según disposición divina que lo ha enviado al pueblo. Algunos profetas, como Elías y Eliseo, hicieron su obra entre paganos, lo mismo Jesús, debe obrar entre gentes de otras latitudes y no en su patria. Dios conserva su libertad a la hora de obrar. No será el parentesco, ni la condición de compatriota, el motivo para exigir signos  al Mesías, tampoco Israel. La salvación es gracia, proclama la soberanía de Dios y la salvación a los hombres. Elías (cfr. 1Re.17, 8-16; 17, 17-24) y Eliseo (2Re. 5,1-27)  favorecen a gentiles con sus milagros, favorece a una mujer viuda de Sarepta y a su hijo, Eliseo sana de la lepra de Naamán; lo mismo Jesús resucita a un muerto en Naím (cfr. Lc. 7,11) y luego libra de la lepra a un samaritano (cfr. Lc. 17, 11ss). Lo que mueve el corazón de Cristo es la gracia de Dios, la fe del que pide un milagro, y el deseo de salvación que lo acompaña a ese acto. Jesús, comienza por al anuncio de la salvación a los suyos, ante el rechazo, va a los gentiles (cfr. Hch. 13, 46ss). Con el ejemplo de los profetas, Jesús, comienza a obrar como ellos, hasta que el pueblo quedó impresionado: “Fue un profeta poderoso en obras y palabras ante Dios ante todo el pueblo” (cfr. Lc. 24, 19). Dios, en Jesús, visita a su pueblo, como los profetas, pero además  sabemos que la suerte de los primeros, es la de Jesús. La reacción del pueblo al no justificar Jesús, sus palabras y obras con milagros, es condenar a Jesús como blasfemo y reo de muerte (cfr. Dt. 13, 2). Convertidos sus paisanos en jueces, lo expulsan del país, de la comunidad. Escapa con vida, nadie pone las manos sobre ÉL, no ha llegado su hora; Dios dispone de su vida y de su muerte, nada impide su resurrección, sentarse a la derecha del Padre y continuar por medio de la Iglesia, su labor de salvación (cfr. Jn.10,7-18). Serán los extraños, gentiles y extranjeros, testigos de las obras de Dios por Jesús, los que crean en su palabra. Dios puede hacer de las piedras, discípulos de Cristo, hijos de la estirpe de Abraham (cfr.Mt.3,9; Lc.3,8). Con esta narración, abre su evangelio Lucas, donde nos presenta la acción evangelizadora de Jesús, pero además el rechazo que sufre; el anuncio del Evangelio es imparable por la fuerza del Espíritu que lo mueve desde su contenido.

Santa Teresa de Jesús nos enseña a pedir la venida del Reino de Dios con la oración que Jesús nos enseñó.  “Pues dice el buen Jesús que digamos estas palabras en que pedimos que venga en nosotros un tal reino: «Santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino». Mas mirad, hijas, qué sabiduría tan grande de nuestro Maestro. Considero yo aquí, y es bien que entendamos, qué pedimos en este reino. Mas como vio Su Majestad que no podíamos santificar ni alabar ni engrandecer ni glorificar este nombre santo del Padre Eterno conforme a lo poquito que podemos nosotros  de manera que se hiciese como es razón  si no nos proveía Su Majestad con darnos acá su reino, y así lo puso el buen Jesús lo uno cabe lo otro.” (Camino de Perfección 30,4).


MARTES

Lecturas bíblicas

a.- Dan. 3, 25. 26. 34-43: El sacrificio agradable a Dios.

La primera lectura, nos presenta la oración de Azarías. El sacrifico agradable a Dios es un corazón humilde y contrito, es lo que ora y canta Azarías en el horno, al que había sido arrojado por Nabucodonosor. La oración narra la triste situación de un país sin guías y en completa ruina. Se acentúa el sacrificio espiritual de expiación, que compromete más al hombre, que los ritos religiosos. “Señor, que somos más pequeños que todas las naciones, que hoy estamos humillados en toda la tierra, por causa de nuestros pecados; ya no hay, en esta hora, príncipe, profeta ni caudillo,  holocausto, sacrificio, oblación ni incienso ni lugar donde ofrecerte las primicias,  y hallar gracia a tus ojos.  Mas con alma contrita y espíritu humillado te seamos aceptos,  como con holocaustos de carneros y toros, y con millares de corderos pingües; tal sea hoy nuestro sacrificio ante ti, y te agrade que plenamente te sigamos, porque no hay confusión para los que en ti confían.” (vv. 37-40). La auto - oblación del siervo paciente de Isaías, se realizará plenamente en Cristo Jesús, de ahí que todo cristiano, debe comprender su vida como una oblación, un sacrificio espiritual, a Dios, unido a la Víctima por excelencia Jesucristo el Señor en la liturgia cotidiana de la existencia diaria.

b.- Mt. 18, 21-35: Parábola del deudor despiadado.

Este evangelio tiene dos momentos: la pregunta de Pedro acerca del perdón (vv.21-22) y la parábola del siervo sin entrañas (vv.23-34). Pedro pregunta por un delito contra el hermano, una falta contra el mandamiento del amor. La medida del perdón, es lo que está detrás de la pregunta. ¿Se puede perdonar sin compensación alguna o hay una norma que mida la obligación de reconciliarse? La mención del número siete, habla de perfección, de totalidad. Esto significa que estoy dispuesto a perdonar más allá de la única vez que obliga el amor. Aunque se repita la falta, debe estar dispuesto a perdonar. La respuesta de Jesús, es admirable, Pedro debe perdonar hasta setenta veces siete (v. 22), es decir, en forma ilimitada, por lo tanto, se considera que no hay medida. Aunque el hermano no mejore, el otro, no debe  dejar de ejercitarse en amar, en perdonar. El ofendido en relación al ofensor, está en situación como la del deudor respecto al acreedor. Lamec, hijo de Caín  había proclamado, que si su padre iba a ser vengado siete veces, él lo sería setenta veces siete (cfr. Gn. 4, 23ss). Dios se había reservado la venganza de Caín, pero Lamec la reclama para sí mismo. Un pecado, puede originar otros mil más, Jesús prohíbe la venganza con el ilimitado deber de la reconciliación. El poder del mal, se contrapone con el poder del bien, del amor libremente dispensado (cfr. Rom. 12, 21). La parábola quiere dejar en claro, el modo de proceder de Dios: Sólo ÉL, puede pagar una deuda tan grande, y pronunciar una sentencia tan terrible. Se nos advierte sobre la dureza de corazón, que pone en peligro la eterna salvación, si no media el perdón entre hermanos. Lo mismo que el rey, actuará Dios Padre, si no se perdona de corazón a su hermano (v. 35). Dios es el que perdona, la enorme deuda, por la súplica hecha en la oración. Su clemencia no conoce medida, su perdón sobrepasa todo límite humano, lo mismo sucede, con su omnipotencia que se muestra en su misericordia. Ahora bien, cada uno de nosotros, sabe que si quiere alcanzar la vida eterna, también debe perdonar a su prójimo. Cada pecado es una deuda que tenemos ante Dios y con el prójimo; la ofensa al prójimo, acumula ira, nos vamos asemejando al mal siervo. Si Dios le condona su deuda, el siervo vivirá de la misericordia y bondad de su Señor. Sólo así se entiende la exigencia para con el prójimo, la misericordia recibida, no se debe guardar en el corazón. La medida que Dios usa es la misma que la debemos usar nosotros; de ahí la obligación de reconciliarnos con el hermano. Sólo así alcanzaremos la salvación, al rendir cuentas en el día del Juicio final. Como todos vivimos de esa misericordia, es nuestro deber regalárnosla unos a otros. Debemos imitar el proceder de Dios para con el hombre.

Santa Teresa de Jesús, hizo de la misericordia su canto de alabanza a la Omnipotencia divina: “Puede ser que al principio, cuando el Señor hace estas mercedes, no luego el alma quede con esta fortaleza; mas digo que si las continúa a hacer, que en breve tiempo se hace con fortaleza, y ya que no la tenga en otras virtudes, en esto de perdonar, sí. No puedo yo creer que alma que tan junto llega de la misma misericordia adonde conoce la que es y lo mucho que le ha perdonado Dios, deje de perdonar luego con toda facilidad y queda allanada en quedar muy bien con quien la injurió; porque tiene presente el regalo y merced que le ha hecho, adonde vio señales de grande amor, y alégrase se le ofrezca en qué le mostrar alguno.” (CV 36, 12).


MIERCOLES

Lecturas bíblicas

a.- Dt. 4, 1. 5-9: Guardad y cumplid los mandatos del Señor.

Este pasaje está tomado del prólogo a la ley, con el que Moisés prepara al pueblo para su entrada en la tierra prometida y una vida feliz para su pueblo. El discurso está orientado en su totalidad a presentar los mandamientos y decretos que el Señor les mandó observar. El predicador no la impone sino que la propone como camino de felicidad y la obediencia y razón, debe suscitar su cumplimiento. Se da un vínculo entre la obediencia a la Ley y la posesión de la tierra. Pareciera que fuera una condición para ingresar en ella, desde la mente del autor, condición indispensable para su permanencia en ella. La tierra encierra en sí dos conceptos, uno real e histórico y otro teológico; la tierra es espacio de una promesa cumplida, vida dichosa, porque mora en ella Yahvé. La tierra para quienes está a punto de poseerla, es futuro que se entiende como don y compromiso. La obediencia a la ley es inculcada por hechos concretos como el acto de idolatría cometido en el pasado, la desobediencia trajo la muerte, la obediencia, en cambio, la vida. Lo mismo ahora: la obediencia a la ley conduce a la vida, a la dicha verdadera para el justo (cfr. Num.25). Un segundo argumento, la ley hace sabios y prudentes a los hombres. Israel resplandecerá entre las naciones, entre las gentes por su sabiduría, saber lo que se es, lo que se quiere y adonde está su norte. El destino de Israel es caminar con ÉL y su meta es Dios mismo, vida plena. El pueblo alcanzará todo eso si obedece la ley. El acercamiento de Dios por medio de la ley al hombre, tiene valor salvífico al presentarle un camino recto y justo para que lo recorra. Finamente, se recomienda la obediencia por la vinculación que ella posee con los hechos en que Dios se ha mostrado como Salvador. Esos hechos salvíficos son el fundamento de la ley; son hechos históricos que revelan a Dios como Aquel que busca la vida verdadera para su pueblo. La obligación del pueblo ahora es perpetuar esa memoria, para que las generaciones futuras encontrar el sentido, el fundamento y la razón de la ley.  La unión de la ley y la sabiduría, cercanía de Dios con su pueblo estriba en la presencia del Arca de la alianza, que está en medio de su pueblo (cfr.Sal.78; Eclo.24).

b.- Mt. 5, 17-19: No he venido a abolir, sino a dar plenitud.

La Ley, fue dada por Dios para ordenar la vida moral, política y religiosa de Israel y de las personas que lo conforman. En esa Ley, se refleja la voluntad de Dios, pero junto a la Ley, tenemos el testimonio y palabra de los Profetas. También ellos han manifestado el querer divino. La Ley fue dada por Moisés al pueblo en el Sinaí, y éste se obligó a su pleno cumplimiento; el reclamo de los profetas, es lo que Dios exige que se cumpla  de la alianza. Si Jesús ha declarado que ha venido del Padre, a cumplir toda justicia, es impensable que quiera abolir la voluntad de Dios manifestada en la Ley. Lo que hace Jesús, sucede en nombre y por mandato del Padre. La Ley y los profetas, son revelación de Dios, pero todavía, no son la revelación definitiva. Debemos asumirlos, pero desde la revelación que hace Jesús de ellos, la perfección dada por  Él,  eso significa  darle cumplimiento. Es ÉL, quien nos ha enseñado cómo debemos cumplir la voluntad de Dios. Los judíos no reconocieron en Jesús al Mesías, el velo no se ha quitado para ellos (cfr. 2Cor. 3, 14-16), en cambio, el cristiano contempla la gloria de Dios en la Faz de Cristo (cfr. 2Cor. 4, 6). Todo se ha de cumplir, porque en la palabra Dios ha revelado su voluntad. Pero Dios no ha hablado sólo por la Ley y los profetas, sino que en al final de los tiempos, ha hablado por su Hijo (cfr. Heb. 1, 1s). Esta palabra perfecciona lo anterior, y lo pone en su definitiva luz, pero además  necesita su cumplimiento perfecto. Jesús, expresa con su palabra y vida, la enseñanza, pero también, su cumplimiento en su muerte de Cruz. Él, la última palabra de Dios, revelador de la voluntad divina, por tanto, camino, verdad y vida. La recomendación de Jesús es a cumplir la voluntad de Dios con delicada precisión, en el sentido de no olvidarnos de lo pequeño, lo esencial, su cumplimiento es expresión de amor y fidelidad a Dios. La novedad que trae Jesús, no significa en ningún caso, olvido de lo antiguo. Los mandamientos menores, son tan importantes como los grandes, lo que evita no darle importancia a las pequeñas cosas de la vida de cada día. En el Reino de los Cielos, será grande no sólo el que enseñe y sino también quien cumpla los mandamientos. Catequistas, párrocos, sacerdotes y seglares se les ha confiado el depósito de la fe, cada parte del conjunto, incluso lo pequeño, es importante.

Santa Teresa de Jesús como maestra de vida espiritual pone en el amor a Dios y al prójimo el centro de toda vida de oración. Si no sabemos dialogar con las personas con que habitualmente nos relacionamos, difícilmente podremos establecer una relación con Dios. Nada de amistades particulares sino libertad en el amor a Dios y a todos los miembros de la comunidad.  “Y créanme, hermanas, que aunque os parezca que es este extremo, en él está gran perfección y gran paz, y se quitan muchas ocasiones a las que no están muy fuertes; sino que, si la voluntad se inclinare más a una que a otra  que no podrá ser menos, que es natural y muy muchas veces nos lleva a amar lo más ruin si tiene más gracias de naturaleza  que nos vayamos mucho a la mano a no nos dejar enseñorear de aquella afección. Amemos las virtudes y lo bueno interior, y siempre con estudio traigamos cuidado de apartarnos de hacer caso de esto exterior.” (Camino de Perfección 4,7).


JUEVES

Lecturas bíblicas

a.- Jer. 7, 23-28: Gente que no escucha al Señor.

Este pasaje del tercer Isaías, es un oráculo contra el culto vacío, que debiera nacer de lo interior y que brota de escuchar la palabra de Dios. El profeta se remonta a los tiempos antiguos, cuando las relaciones entre Yahvé y su pueblo eran amorosas. Lo que les pidió Yahvé  fue obediencia, que le escucharan, que siguieran el camino que ÉL les mostraba (v. 23). Esta era la invitación que recibieron de parte de Yahvé  con los que se puede afirmar que la religión hebrea fue esencialmente espiritual. Lo esencial era obedecer la palabra de Yahvé, escrita en la Ley de Moisés, pues él había sido su voz, su profeta. La cercanía con otras naciones como Egipto y los cananeos, los hebreos se convirtieron en un pueblo litúrgico, sin olvidar las enseñanzas de Moisés. El error estaba en ofrecer los sacrificios, sin escuchar a Yahvé, a través de sus profetas. Jeremías sabe que tampoco le escuchará a él (v.27), no por ello dejará de hablar y proclamar con toda claridad la voluntad de Yahvé mostrando el único y verdadero camino que los conduce a la salvación. Se quiere resaltar la necesidad de las disposiciones interiores por sobre el formulismo externo de la liturgia en el templo.  Culto a Dios y liturgia han de nacer y ser expresión de una interioridad, fe que se trasparenta vive en la celebración, signos de la comunión con Dios. Esto es lo que el profeta no sólo recuerda, sino que exige al pueblo, que no quiso escuchar, porque la sinceridad, lealtad a su compromiso ha desaparecido de su boca (v.28). Su culto era vacío, falso, una mentira de cara a Dios. Jeremías constata no sólo el pecado sino una situación de maldad, estado pecaminoso, del que sus acciones, eran el mejor testimonio. Es Jeremías, el profeta que descubre esta conciencia de pecado como estado, mucho más que los pecados puntuales.     Toda esta infidelidad lleva a Jeremías a proclamar que Israel irá al exilio con el rey Joaquín en la primera deportación a Babilonia. Dios en su fidelidad a la alianza salvará un resto del pueblo.

b.- Lc. 11,14-23: Controversia sobre un exorcismo.

En este evangelio nos encontramos con la sanación de un poseso, Jesús ha hecho un exorcismo. El demonio ha salido y el mudo ahora puede hablar. La gente siente admiración por este joven maestro. ¿Quién es Jesús, que tiene poder para expulsar demonios? La sanación, es un hecho indiscutible; la admiración de la gente puede ser camino abierto para la fe: el Maestro obra con el poder de Dios,  es su Enviado, el Mesías. Pero otros testigos piensan muy distinto: creen que sana con el poder de Belcebú, príncipe de los demonios (v.15).  Jesús conoce sus pensamientos (v.17). Sus prodigios,  no son fruto de la magia; ni obra del  demonio. Además ellos, los demonios, forman un reino, contrario a Dios, es imposible pensar que el príncipe de los demonios, luche contra sí mismo, una guerra civil, contra su gente y su reino. Absurdo. Jesús usa otro  argumento  de la praxis judía: hombres del pueblo también, expulsan demonios con oraciones, palabras y conjuros que venían de los tiempos de Salomón. Se puede hacer exorcismos, sin recurrir a Belcebú. Jesús expulsa los demonios, con el poder de Dios, el “dedo de Dios” (Ex. 8, 15; Sal. 8,4). El triunfo de Jesús sobre Satanás, con el poder de Dios, habla a las claras, que el Reino de Dios ha llegado a Israel. Está presente, pero no todavía en su plenitud. La obra del Mesías, se enfrenta a la obra de Satanás. El símil del hombre fuerte y que vence, viene a significar, que hasta el momento, dominaba Satanás sobre los hombres, las expulsiones vienen a indicar que ahora es vencido por Jesucristo, debe Satanás  repartir el botín, es decir, la humanidad (v.21-22), devolver los hombres a Dios (cfr. Is. 53, 11).  “Yo estaba viendo a Satán caer del cielo como un rayo” (Lc. 10, 18), victoria que comenzó en el desierto con las tentaciones (cfr. Lc. 4, 13). El Reino de Dios comenzó con la predicación de Jesús, su muerte y resurrección, ahonda sus raíces en el corazón de los hombres, hasta alcanzar su plenitud en la parusía. Nuestro deber como ciudadanos del cielo, es trabajar por este Reino aquí en la tierra, para derribar el poder de Satanás. Esto exige de cada cristiano, optar por Cristo, y no contra Cristo, vivir en su Iglesia la plena comunión con Dios. Hoy el mundo más que estar contra Cristo, es indiferente a ÉL y a su mensaje, la Iglesia, quiere ser fiel hasta el final, porque la salvación que trajo el Reino de Dios, está rompiendo ataduras, que hacen sufrir al hombre: el pecado, la enfermedad, el mal, la muerte. Cristo Jesús es nuestro único Dios, vencedor de todo eso, con su misterio pascual, hecho de Cruz gloriosa y Resurrección. 

Santa Teresa de Jesús, en una revelación del Señor Jesús que mucho de los males del hombre, era por no conocer las Escrituras. “Esta Majestad se me dio a entender una verdad, que es cumplimiento de todas las verdades; no sé yo decir cómo, porque no vi nada. Dijéronme, sin ver quién, mas bien entendí ser la misma Verdad: No es poco esto que hago por ti, que una de las cosas es en que mucho me debes; porque todo el daño que viene al mundo es de no conocer las verdades de la Escritura con clara verdad; no faltará una tilde de ella. A mí me pareció que siempre había creído esto, y que todos los fieles lo creían. Díjome: ¡Ay, hija, qué pocos me aman con verdad!, que si me amasen, no les encubriría Yo mis secretos. ¿Sabes qué es amarme con verdad? Entender que todo es mentira lo que no es agradable a Mí. Con claridad verás esto que ahora no entiendes en lo que aprovecha a tu alma.” (Vida 40,1).


VIERNES

Lecturas bíblicas

a.- Os. 14, 2-10: No llamaremos dios a los ídolos.

La primera lectura nos presenta la denuncia del profeta Oseas que de parte de Dios exhorta a Israel a volver a Dios como esposa infiel, que se ha prostituido con sus amantes, los ídolos. La conversión se transformará en bendición y nueva prosperidad. Oseas es el profeta que comprendió la alianza de Dios con su pueblo en clave nupcial, de ahí que este texto canta el amor que perdona y reconcilia.

b.- Mc. 12, 28-34: El mandamiento principal. El Señor es único y hay que amarlo.

La pregunta del fariseo, que ha escuchado la discusión con los saduceos, acerca de la resurrección de los muertos, la respuesta de Jesús, se ve que le convenció por eso le lanza otra pregunta acerca de cuál es el mandamiento mayor para cumplir en la vida cotidiana. El diálogo es al estilo de las escuelas o de tipo doctrinal, no se trata de poner a Jesús a prueba o tentarlo, como en otras ocasiones (cfr. Mc. 22, 34; Lc. 10, 25). La respuesta de Jesús, fue del agrado del escriba, es el núcleo de la moral cristiana, pero refleja también la preocupación de la comunidad primitiva de Marcos. El mandamiento del amor es fundamental a la hora de la predicación del kerigma. Las palabras de Jesús, unen la vida del hombre, entre religión y moralidad, conducta individual y social de toda la comunidad. Saber cumplir el mandamiento principal, desde que fue desarrollándose a lo largo de la historia hasta convertirse en una religión legalista, hacía de Israel, el pueblo de la Torá. Una Ley dada por Dios a Moisés que regulaba toda la vida del hombre, y que pasó de la dicha del cumplimiento sereno hasta convertirlo en un esclavo, en algo agobiante por el sin número de preceptos, 613 preceptos, entre positivos (248) y negativos (365), para ser un buen judío. Se trataba de cumplir la voluntad de Dios, lograr la salvación desde la debilidad personal y colectiva. La entrega de amor al prójimo, para cumplir la voluntad  de Dios ya existía en forma oral y escrita, predicada por célebres rabinos. La obra admirable de Jesús es unir el mandamiento de amor a Dios y al prójimo como uno solo, una realidad indisoluble. La novedad está en equiparar ambos mandamientos, es decir, poner el amor al prójimo a la misma altura que el primer mandamiento (cfr. Mt. 22,39). Refleja la inquietud seria de muchos judíos por encontrar el camino de la salvación, en medio de esa maraña de preceptos, que más que ayudar, distraía de lo esencial (cfr. Mc. 10,17). La respuesta de Jesús une textos conocidos del Shema (cfr. Dt. 6,4; Lv. 19, 18); se trata de la profesión de fe judía que cada día se recitaba, por la mañana y por la tarde. Confesión de fe, en un Dios único al que había que amar y servir. El escriba reflexiona y descubre  que amar a Dios y al prójimo, entonces vale más que todos los holocaustos y sacrificios ofrecidos en el templo y esto por una razón muy sencilla, porque es el amor el que da sentido al culto divino y la medida de su valor. Su ausencia hace del culto que rendimos a Dios una hipocresía. Consigue la aprobación de Jesús: “No estás lejos del Reino de Dios” (v. 34). El Reino aparece como algo operante y el escriba en él. Debemos revisarnos en esta Cuaresma, si de verdad hay amor, en nuestra vivencia de la religión. En nuestra sociedad se ama las cosas por sobre las personas, los ídolos tiranizan a los hombres desde la juventud, donde existe una desintegración el ser y el tener. ¿Dónde queda nuestra opción por Cristo y su evangelio en esa maraña de intereses? Amar a Dios y al nuestro prójimo, nos centra en lo fundamental de la fe cristiana y a nosotros como personas, nos da unidad interior para derribar los ídolos antes que nos venzan definitivamente. Fe y amor, son luz y pies en esta Cuaresma, para ir al corazón de Dios y del hermano.

Santa Teresa de Jesús comprendió bien que en esos mandamientos estaba encerrada toda la perfección cristiana que buscaba para sus hijos e hijas. “Lo que aquí pretende el demonio no es poco: que es enfriar la caridad y el amor de unas con otras, que sería gran daño. Entendamos, hijas mías, que la perfección verdadera es amor de Dios y del prójimo y, mientras con más perfección guardáremos estos dos mandamientos, seremos más perfectas. Toda  nuestra Regla y Constituciones no sirven de otra cosa sino de medios para guardar esto con más perfección. Dejémonos de celos indiscretos que nos pueden hacer mucho daño; cada una se mire a sí. Porque en otra parte os he dicho harto sobre esto, no me alargaré.” (1M 2,17)


SABADO

Lecturas bíblicas

a.- Os. 6, 1-6: Quiero misericordia y no sacrificios.

La primera lectura es una invitación del profeta a volver a Dios, en el contexto de una liturgia penitencial, ante el peligro inminente de una invasión asiria. Querer el perdón divino será no sólo reconocer las culpas cometidas sino reconocer la preocupación constante del Señor que los ha castigado y sanado para volver a tener vida (v.2). Querer conocerle mejor, significa que ÉL venga a su pueblo, como aurora y lluvia temprana, se deja conocer, de quien le busca con amor. Yahvé reconoce que el amor de su pueblo ha sido como nube mañanera y rocío que pasa (v. 4). Finalmente les recuerda la acción de sus enviados los profetas: “Por eso les he hecho trizas por los profetas, los he matado por las palabras de mi boca, y mi juicio surgirá como la luz. Porque yo quiero amor, no sacrificio, conocimiento de Dios, más que holocaustos.” (vv. 5-6). La intención del profeta el pueblo retorne a la verdadera religión que nace de la adhesión interior.

b.- Lc. 18, 9-14: Parábola del fariseo y del publicano.

La referencia velada a “algunos”, que hace Jesús es claramente dirigida a los fariseos, si bien esta secta judía ha desaparecido, todavía en la Iglesia existen personas que reflejan esta actitud de presentar los propios méritos a Dios, haber cumplido la ley, para asegurarse supuestos derechos delante de Dios. Tienen la seguridad de ser santos, justos, entrar en el cielo, porque han rendido, han cumplido la Ley. Todo se cimienta en la confianza en sí mismos. Con estos sentimientos cultivados en su espíritu desprecia al pobre, al pueblo ignorante; posee una propia justicia con la que juzga al prójimo, pero paradojalmente a sí mismo (cfr. Jn. 7, 49; Lc. 6, 37). El símil que pone Jesús, tiene por fin ilustrar dos estilos de relacionarse con Dios en su templo. Dos hombres suben al templo, a orar, ser justificados el día del juicio. La oración del judío es de pie (cfr. Mc. 11, 25), musitando la plegaria (cfr. 1Sam. 1, 13), lo que dice lo cree con pleno convencimiento, se encuentra ante Dios que todo lo sabe (cfr. Mt. 6, 8). Como buen judío alaba y da gracias, como fariseo es justo; en su oración se descubre la confianza en su propia justicia y desprecio del prójimo: no roba, es justo, es fiel en su matrimonio, ayuna dos veces por semana, lo normal era una vez (cfr. Lev. 16, 29),  hace obras de supererogación, que expiaban las faltas del pueblo. Da el diezmo de lo mandado, trigo, aceite y vino y todo lo que posee, aunque eran los productores los que estaban obligados no los que compraban (cfr. Mt. 23, 23; Dt. 12, 17; Sal. 17, 2-5).   De la acción de gracias a Dios, pasa a la alabanza no de Dios sino del propio yo, porque no es como los demás hombres, ayuna, paga el diezmo, es el justo, desprecia a los otros. El publicano, el otro hombre, está al final del templo, el fariseo está adelante, de alguna forma están apartados el uno del otro. Este publicano, es un segregado, repudiado como pecador por los justos fariseos. Permanece lejos porque no es digno de estar ante personas tan santas. No levanta los ojos al cielo, no soporta el mirar de Dios, todo Santo. Un gesto de penitencia, se golpea el pecho, centro de su espíritu, lamenta su culpa. Su oración es la del pobre de espíritu: “Oh Dios. Ten misericordia de mí, que soy pecador” (v. 13; cfr. Sal. 50, 3), es la confesión de un pecador. Si quería ser perdonado, según la mentalidad farisaica, debía  devolver lo robado y además debía dar parte de su propiedad. El publicano, solo esperaba misericordia de Yahvé, que aceptara su “corazón contrito” (Sal. 51, 19), le perdonara su pecado. Jesús, declara justificado ante Dios al publicano, y no el fariseo orgulloso (v. 14). Esta sentencia da para hablar: porque si se compara el tipo de justicia aplicada parecería un escándalo que Dios justificase al publicano y no al fariseo. ¿Será que Dios se complace más en el arrepentimiento del publicano y no en los méritos y justicia del fariseo? ¿Si Dios rechaza al fariseo, donde quedan sus méritos?  ¿Acaso Dios, posee un nuevo parámetro de justicia? En la nueva economía de la salvación, el hombre alcanza la justicia, no por sus propios méritos, sino como un don de Dios. La respuesta o colaboración con Dios la exige como acto de fe, es sólo corresponder a un don que ÉL nos anticipo en el Bautismo. La única y verdadera justicia es ser partícipes del Reino de Dios, que sacia el hambre y sed de justicia y de paz, de verdad y amor que todo hombre lleva en su vida (cfr. Mt. 5, 3; 5, 20). La sentencia final que pronuncia Jesús, anticipa el juicio final, quien se ensalza, es decir, pone su confianza sólo en sí mismo, será humillado por Dios; el que reconoce su debilidad, insuficiencia y se considera menos que los demás, Jesús lo alaba es, decir, lo ensalza. Dios lo justifica. En esta Cuaresma, vivamos con humildad nuestra pobre condición de pecadores para que abiertos a la gracia de Dios asumamos nuestras exigencias de fe.

Teresa de Jesús a los que se inician en la oración de quietud les recomienda no dejarse llevar tanto por el uso del entendimiento con consideraciones muy compuestas sino por la humildad el publicano. “También se mueve el entendimiento a dar gracias muy compuestas; mas la voluntad con sosiego, con un no osar alzar los ojos con el publicano (Lc 18, 13), hace más hacimiento de gracias que cuanto el entendimiento con trastornar la retórica por ventura puede hacer. En fin, aquí no se ha de dejar del todo la oración mental, ni algunas palabras aun vocales, si quisieren alguna vez o pudieren; porque si la quietud es grande, puédese mal hablar, si no es con mucha pena.” (Vida 15,9).

 

                                                                         Fr. Julio González C.  OCD


www.caminando-con-jesus.org