TERCERA SEMANA DE PASCUA, 

(Año Par. Ciclo A)

P. Julio González Carretti ocd


Contenido

DOMINGO   2

a.- Hch. 2, 14. 22-33: No era posible que la muerte dominará a Jesús  2

b.- 1Pe. 1, 17-21: Habéis sido redimidos con la sangre de Cristo. 2

c.- Lc. 24, 13-35: Los discípulos de Emaús. Le reconocieron al partir el pan. 3

LUNES   5

a.- Hch. 6, 8-15: Prisión del diácono Esteban. 5

b.- Jn. 6, 22-29: La obra que Dios quiere: creer en su enviado. 6

MARTES   7

a.-Hch.7,51-59; 8,1: Martirio de San Esteban. 7

b.- Jn. 6, 30-35: Mi Padre os da el verdadero pan del cielo. 8

MIERCOLES   9

a.- Hch. 8,1-8: Diáspora y evangelización. 9

b.- Jn. 6, 35-40: El que cree tiene vida eterna. 9

JUEVES   11

a.- Hch. 8, 26-40: Felipe y el eunuco. 11

b.- Jn. 6, 44-51: Yo soy el pan vivo. 11

VIERNES   13

a.- Hch. 9, 1-20: Conversión de San Pablo. 13

b.- Jn. 6, 51-59: Mi carne es verdadera comida. 13

SABADO   14

a.- Hch. 9, 31-42: Pedro resucita a una mujer. 14

b.- Jn. 6, 60-69: Reacciones al discurso del pan de vida. 15

 

DOMINGO

Lecturas bíblicas:

a.- Hch. 2, 14. 22-33: No era posible que la muerte dominará a Jesús

La primera lectura recoge parte del primer discurso de Pedro a la multitud el día de Pentecostés, donde expone el kerigma de Jesús, presentado como hombre acreditado por Dios en su persona, palabras y obras. Esto parece contradecir su fin en una cruz, pero esa muerte era parte del plan de Dios, anunciado en las Escrituras, y de la cual, ellos, los judíos son responsables; pero Jesucristo ha resucitado, venciendo la muerte. Las cita de Joel 3,1-5 y el Sal. 16, 8-11 apoyan la idea de cómo el Espíritu Santo de Dios no podía permitir que Jesús permaneciera en el sepulcro, vuelve a la vida para dar inicio a la nueva creación. Al hombre sólo le queda asumir esta nueva vida, participación en la vida del Resucitado. 

b.- 1Pe. 1, 17-21: Habéis sido redimidos con la sangre de Cristo.

El apóstol Pedro, nos muestra el itinerario o peregrinación, el presente, el pasado y el futuro del cristiano. Hoy puede invocar al Padre por medio del Hijo en el Espíritu Santo. Es la invocación del Abbá, el Padre, que el Hijo hace lleno de confianza de ser escuchado, no hace acepciones de personas, no valen los privilegios ante ÉL, sólo está presente el valor de cada persona humana, y su obrar según Dios. El apóstol, nos exhorta a cultivar el temor de Dios, es decir, toda la vida cristiana debe estar orientada por la piedad y la devoción. La confianza, no quita la reverencia, que debemos a Dios nuestro Padre. El temor de Dios, nos hace comprender como vivir las exigencias de nuestra fe cristiana y la esperanza cierta. Toda esta acción de Dios, ser rescatados a precio de la Sangre preciosa de Cristo,  era parte del plan económico-salvífico de Dios, para nosotros, para rescatarnos para Sí. La idea del rescate tiene profundas raíces bíblicas, es la redención que se pagaba por un esclavo, que pertenecía a otro. Dios nos rescató de nuestra vida de pecado para darnos la dignidad de hijos de Dios. Israel conoció la esclavitud en Egipto y de Babilonia. Pedro, para pedir que la  vida cristiana se fundamente en  exigencias morales bien enraizadas, es porque el rescate fue nada menos que la Sangre de Cristo. Su Sangre derramada equivale a su muerte redentora y sacrificio del Cordero sin mancha, oblación perfecta para recatar al hombre pecador. Dios resucitó a su Hijo, y lo glorificó sentándolo a su derecha en el reino de los cielos abriendo así el camino para todos lo que creen en ÉL de poder gozar de la eternidad. Fe en Dios y esperanza en sus promesas, he ahí el secreto para nuestra peregrinación por esta vida que culmina en el cielo, pasando por la cruz y resurrección personal.

c.- Lc. 24, 13-35: Los discípulos de Emaús. Le reconocieron al partir el pan.

El evangelio nos presenta el encuentro de Jesús con los dos discípulos de Emaús (vv.13-27). Los dos caminantes van a Emaús, no conocemos el motivo de su viaje, se supone que se alojaban allí, por no haber sitio en Jerusalén con motivo de las fiestas pascuales. Mientras caminan conversaban sobre los últimos acontecimientos ocurridos en la ciudad. Mientras discuten y comentan se les acerca otro caminante como ellos que va en la mis dirección. Era Jesús Resucitado, con cuerpo glorioso, pero no lo reconocieron, como la Magdalena (cfr. Jn. 20,14-15). El autor sagrado con esta idea de cuerpo glorioso nos quiere enseñar que el alma pervive en el sheol, pero además, la materia, de alguna forma tiene un lugar en la gloria final (cfr. 1Cor. 15, 35). Otra interrelación que proporciona Lucas a sus lectores es que comprendan que Jesús Resucitado camina a su lado, aunque no sean capaces de reconocerle (cfr. Lc. 9,45). Cleofas, que así se llamaba uno de ellos,  se extraña que este caminante no esté al tanto de la pasión de Jesús de Nazaret; por ello le hace un resumen de la actividad del Maestro, “poderoso en palabras y obras delante de Dios y de los hombres” (v. 19; cfr. Lc. 4,16-30 y 13,31-35; 7,15; 9,8; 9,18-19). Fue entregado en mano de los sumos sacerdotes que lo mataron, siguiendo la idea del autor del evangelio, que ve en los líderes de Israel, a los responsables directos de su muerte. Confiaban en el poder de Jesús para expulsar a los romanos de su tierra, como cumplimento material de las profecías antiguas (cfr. Jr. 14, 8; Zac. 1,68-79). Todo había terminado para ellos, puesto que ya habían pasado tres días, no había esperanza que resucitara, aunque todavía estén presentes las palabras de Jesús al respecto (cfr. Lc. 9, 22; 13, 32-33; 24, 7). Han tenido noticias, que por esa mañana de domingo, algunas mujeres anunciaban a los apóstoles que la tumba estaba vacía, que cuando volvieron unos ángeles les anunciaron que Jesús vivía. Todas estas palabras no recobraron la esperanza en estos dos peregrinos, necesitaban ver para convencerse de algunos los hechos; lo paradojal es que tienen ahí, ante sus ojos, al protagonista de todo, a Jesús vivo, pero no lo ven. Escuchado el relato de Cleofás, toma la palabra el caminante: les reprocha su ignorancia a la hora de interpretar las Escrituras, como el ángel cuando les anuncia a las mujeres sus palabras (cfr. Lc. 24, 6-8; Is. 3,8). También aquí encontramos una desilusión de parte de Jesús respecto a los discípulos, por no ser capaces, con la razón y el corazón, de interpretar los acontecimientos no sólo de las palabras que creyeron de Jesús, sino una profundidad en su fe en el contenido de las mismas. El caminante les hace una pregunta: “¿No era necesario que el Cristo padeciera eso para entrar en su gloria?” (v. 26). Era preciso que el Mesías  padeciera, es una necesidad teológica, manifestación de la voluntad divina, aviso que también recibieron las mujeres en el sepulcro. La gloria que Jesús recibirá, se refiere a su majestad o autoridad, preanunciada en la transfiguración y en su regreso del Padre al final de los tiempos (cfr. Lc. 9,31-32; 21,27). Esa gloria Jesús la recibe del Padre, a cuyo lado se sentará y cuya manifestación estaba por llegar (cfr. Sal. 110,1; 21, 27); lo paradojal es que a esa gloria ingresaría por medio de su muerte, lo que no querían sus enemigos. Luego de esto Jesús les explica las Escrituras, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas en lo que se refería a ÉL (cfr. 118,22; 110,1; Is. 53,12), textos que se atribuyen al descendiente de David en clave mesiánica.  A pesar de todas estas manifestaciones los discípulos permanecen sin ver a Jesús resucitado.  Revelación durante la comida (vv. 28-32). Llegados a Emaús, Jesús pretende seguir, no impone su presencia, el interés de los discípulos ha ido en aumento y quieren que permanezca con ellos (cfr. Gn. 18, 2-5; 19, 2-3). Si Jesús come, es porque eso le afecta su cuerpo, no es un pneuma, un espíritu; con esta actitud, se desecha la idea que sea un ángel, se refleja su corporalidad nueva como Resucitado (cfr. 1Jn. 1, 1-2). Sentado a la mesa se convierte en el protagonista y toma el pan, “pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando” (v. 30). Todavía el caminante no se identifica, pero su palabra lo convierte en autoridad moral y sus conocimientos demostrados lo hacen merecedor de presidir la mesa. Los ritos que Jesús realiza son comunes a otras cenas en que ha participado (cfr. Lc. 9,6; 22, 19; 24, 43; Jn. 21, 9-13) tanto como anfitrión o como invitado. Son ellos los llamados a extender el reino de Dios por medio de la hospitalidad y la celebración de la Eucaristía, convencidos en que Jesús está en medio de ellos. No basta la explicación de las Escrituras, ahora es necesario el encuentro personal con Jesucristo en la Eucaristía, es Dios Padre quien abre los ojos para que el discípulo o catecúmeno vea. Una vez que tienen la noticia que vive ya no es necesaria su presencia visible, les basta la fe. La reacción de los discípulos y regreso a Jerusalén (vv. 33-35). No les extraña que Jesús desaparezca, pero sí reconocen que ese caminante era muy especial, ya saben quién es, hablan entre ellos y sus intuiciones se formulan en una pregunta: ¿no ardían nuestros corazones mientras caminábamos a su lado? Era la emoción que les quemaba por dentro de las explicaciones de la Escritura que le escuchaban a ÉL. La única vertiente que encuentra esta experiencia es ser comunicada a los demás, quieren que sus compañeros participen de ella. Regresan a Jerusalén, pero se encuentran con que también ellos, Pedro, en particular, han tenido la experiencia de Jesús. Se cumplen las palabras de las mujeres, la tumba estaba vacía, el cuerpo no está ahí, porque ha resucitado; era lo que tenían que haber sabido leer en las Escrituras, pero que ahora se ha revelado con toda nitidez.

San Juan de la Cruz, como  a los discípulos de Emaús, nos exhorta a confiar en las Escrituras y no ser tardos en comprenderlas, sino dejarnos inflamar el corazón en fe ardiente de reconocer a Jesús en la Eucaristía, vida para nosotros y para el mundo. Palabra, Eucaristía y vida fraterna, un camino nuevo de santidad para la comunidad eclesial. “Y a tanto llegaba esta dificultad de entender los dichos de Dios como convenía, que hasta sus mismos discípulos que con el habían andado, estaban engañados; cual eran aquellos dos que después de su muerte iban al castillo de Emaús, tristes, desconfiados y diciendo (Lc. 24,21): Nosotros esperábamos que había de redimir a Israel, y entendiendo ellos también que había de ser la redención y señorío temporal. A los cuales, apareciendo Cristo nuestro Redentor, reprendió de insipientes y pesados y rudos de corazón para creer las cosas que habían dicho los profetas (Lc. 24, 25)” (2S 19, 9).


LUNES

Lecturas bíblicas

a.- Hch. 6, 8-15: Prisión del diácono Esteban.

La pasión del diácono Esteban, revive en cierto modo, la pasión de Cristo, odio, calumnia y prisión hasta morir lapidado, hablan de un claro testimonio de fidelidad a la vocación recibida. Lucas, fija su atención, además de los apóstoles, en lo diáconos, Esteban en este caso: hace milagros, predica, lleno de celo y de gracia, un verdadero apóstol. Por lo mismo, sus palabras crean conflicto con el modo de pensar de los judíos que venían de la diáspora, algo más liberales. Le acusan al Sanedrín de ir contra las leyes del templo, con el mismo procedimiento seguido a Jesús: testigos falsos, levantamiento del pueblo contra él, etc. Le acusan de predicar que Jesús habría destruido el templo (cfr. Mc. 14, 58; Jn. 2, 19ss), y cambiar  las tradiciones de Moisés, etc. Esperaban y miraban con los ojos fijos a Esteban, una respuesta a las acusaciones. Lo que vieron fue la gloria de Dios reflejada en su rostro, favor concedido a sus testigos escogidos para hacerse conocer como a Moisés (cfr. Ex. 34, 29ss), a Jesús transfigurado en el Tabor (cfr. Mt. 17,2), ahora Esteban, el diácono.

b.- Jn. 6, 22-29: La obra que Dios quiere: creer en su enviado.

En este evangelio encontramos dos temas que interesan al evangelista: la búsqueda de Jesús por parte de la multitud para motivarle a hacer otro milagro (vv.22-24), y el discurso en la sinagoga de Cafarnaún (vv.24-29). Los testigos son los mismos que comieron de la multiplicación de los panes, ahora están en la ribera del lago y descubren que los discípulos habían marchado sin Jesús. Las barcas llegadas de Tiberíades les sirven para ir a Cafarnaúm en busca de Jesús (v.24). Efectivamente los galileos encuentran a Jesús y por ello la pregunta: ¿Cómo había llegado ahí? (v.25) Ese es el dato externo, el trasfondo es que ignoran que Jesús ha caminado por sobre las aguas, y el misterio que ello encierra (cfr. Jn.6,16-21; 7,27-28; 9,29-30; 19,9). En general estas preguntas no reciben respuesta, porque es querer llegar a Jesús, sin fe, aunque se manifieste cómo una búsqueda. Será él quien les explique el motivo de la búsqueda: lo buscan con falsos prejuicios, motivos poco nobles. Tienen falsas expectativas acerca del Mesías, puesto que quieren seguir gozando de la alimentación milagrosa. Se da el contrapunto entre comer hasta saciarse y ver signos; dos puntos de vista de buscar a Jesús pero que conducen a resultados divergentes. Ver signos es el camino que lleva a la recta comprensión de la multiplicación de los panes, sin quedarse en él sino que avanzar hasta la fe en Jesús. Por el contrario, comer hasta saciarse, es la satisfacción inmediata de una necesidad; en el fondo, es la búsqueda de sí mismo, que intenta poner el milagro y con ello a Jesús, al servicio de los propios intereses. Si se consigue esto se termina rechazando a Jesús por en definitiva no hay fe en ÉL (v.26). EL recto camino, consiste en trabajar por el pan que perdura y da vida eterna, y no el alimento perecedero. Los dos alimentos apuntan a una realidad diferente de calidad de vida: el alimento que no perdura habla de una vida caduca que lleva a la muerte, en cambio el pan que el Hijo del Hombre nos dará conduce a la vida eterna,  salvación escatológica, porque posee esa naturaleza. A ese Hijo del Hombre, Dios lo marcó con su sello, el Espíritu Santo, lo ha autenticado, confirmado, legitimado, con su autoridad todopoderosa, haciéndole dador de vida escatológica en su resurrección gloriosa y su exaltación a los cielos (cfr. Rm. 4,11; Mt.12,28; Hch.10,38; Ef.1,13; 4,30; 2 Col.1,22). Tenemos claro adonde debemos dirigir la mirada para resolver el tema de la vida eterna, según la voluntad y acción de Dios, hacia el Hijo del Hombre; se nos remite a Jesús, el Mesías. “¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios?” (v.28). Ellos piensan sólo en lo que ellos pueden hacer; olvidan el don de Dios, en cambio, Jesús se refiere a la única obra de Dios, que consiste, en tener fe en el Enviado y Revelador del Padre, en Jesús. Se contrapone a las múltiples obras mandadas por la ley judía, la única obra de la fe. Las primeras dispersan al hombre, sin que logre la meta, en cambio, la obra de la fe, no es realización humana, sino don del Padre (cfr. Jn.3,20). Tiene como autor y fundamento al mismo Dios. San Agustín enseña que Dios no quiso separar la fe de las obras, sino que designó la fe misma como obra, la que obra por medio del amor. Unidad de fe y moral, con la cual comienza el esfuerzo y trabajo para la vida eterna, con lo cual la fe es puerta para la vida sempiterna.   

Juan de la Cruz, establece que vivir el camino de la fe, es caminar en el querer de Jesucristo, como los presenta la Palabra y la Iglesia nos enseña, teniendo a sus pastores, como voz del Maestro y guías en el camino de la salvación. La Eucaristía alimento de este caminar por la vida, nos invita a la oración y compartir la fe y el pan con quien no tiene nada con que saciar su hambre de pan y de fe. “De donde, pues es verdad que siempre se ha de estar en lo que Cristo nos enseñó, y todo lo demás no es nada ni se ha de creer si no conforma con ello, en vano anda el que quiere ahora tratar con Dios a modo de la Ley Vieja” (2S 22,8).   


MARTES

Lecturas bíblicas

a.-Hch.7,51-59; 8,1: Martirio de San Esteban.

El discurso de Esteban, además de un buena síntesis de la historia de Israel, recalca las infidelidades continuas del pueblo para con Dios, rechazo de su palabra. Les atribuye la muerte de los profetas, y ahora la muerte del Justo por excelencia (cfr. Jn. 3, 14: Sab. 2,10ss), es decir, al Mesías. Las palabras de Esteban, en contra del Sanedrín era una crítica muy dura para sus oídos, para sus conciencias, tanto que rechinaban sus dientes (v. 54). La visión que contempla luego Esteban, los cielos abiertos, y el Hijo de Dios en su gloria a la diestra del Padre (v.56), fue la gota que desató la ira de todos los presentes. Era tanto como afirmar: Esteban ha tenido una teofanía (cfr. Lc. 3,21), Dios aprobaba sus palabras; identificaba a Jesús de Nazaret con el Hijo del Hombre. Más aún, quería decir que los cristianos, Esteban hablaba como ellos, estaban en una justa relación con Dios, mientras que ellos, permanecían en la distancia y resistencia a Dios (v. 51). Ve a Jesús, participando de la gloria de Dios y como Hijo del hombre exaltado era una blasfemia para los judíos. Ellos lo habían condenado por blasfemo al declararse Hijo de Dios, no podían soportar las palabras del acusado que los acusa de  la decisión tomada respecto a Jesús. Cumplen la ley y lo sacan fuera de la ciudad (cfr. Nm.15, 23); la condena sería: quien confiese a Jesús como Mesías, sea condenado a muerte. Esteban sufre el martirio por lapidación, como testigo de Jesús, y muere como ÉL, perdonando a sus enemigos: “Señor, no les tengas en cuenta este pecado” (v. 60). 

b.- Jn. 6, 30-35: Mi Padre os da el verdadero pan del cielo.

En el evangelio encontramos una verdadera revelación: Jesús se autodefine como el verdadero Pan del cielo. Si Jesús quiere que crean en ÉL como enviado del Padre, que acepten sus palabras ¿qué signos extraordinarios justifican esta exigencia de Jesús? (v. 30). El razonamiento de los judíos es también quizás el nuestro. Desde el momento en que se toca el tema del maná, ellos quieren signos como los que hacía Moisés, si quiere que ser aceptado como un profeta de esa categoría (cfr.Ex.16,1-35; Nm.11,4-9.31-33; Sal.78,24; 105,40). La respuesta de Jesús es: “En verdad, en verdad os digo: No fue Moisés quien os dio el pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios  es el que baja del cielo  y da la vida al mundo” (Jn. 6, 32-33). Moisés había dado un pan sobrenatural sí, pero que saciaba el hambre y la necesidad física; lo que Jesús ofrece es mucho más ya que satisface todas las exigencias existenciales del hombre. Quien lo acepta y coma como el verdadero Pan del cielo, no tendrá nunca más hambre. “Entonces le dijeron: “Señor, danos siempre de ese pan. Les dijo Jesús: “Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre,  y el que crea en mí, no tendrá nunca sed” (vv. 34-35). Quien acepta a Jesús como verdadero Pan, que quita el hambre, lo hace solo desde la fe. Sólo ella lo descubre como Pan bajado del cielo, y solo la ella, le revela sus necesidades más apremiantes, como hambre existencial, que sólo Jesucristo puede saciar. Venir a ÉL, es sinónimo de creer en ÉL. Alimentarse con su Pan, es entrar en comunión perfecta con Dios. La gente no había comprendido lo suficiente como para desear un pan que saciase verdaderamente el hambre que aflige al hombre, como tampoco hoy tantos cristianos dejen la comunión y se alimente de lo que no nutre para la vida eterna. Quedémonos con las palabras: “Señor, danos siempre de ese pan” (v. 34).

San Juan de la Cruz nos enseña que la creación, en un comienzo, es la esposa que el Padre quiere para el Hijo, más tarde será la Iglesia, en que el cristiano come el pan de la Eucaristía, sentarse a su mesa, es entrar en comunión con el Padre y el Hijo, pero también con sus bienes, para congraciarse con Dios, da la gracia que el Hijo nos ha dispensado en este banquete y darnos vitalidad nueva, vigor que nutre y sacia hasta la eternidad. En verso sería así: Dice el Padre al Hijo: “Una esposa que te ame,/ mi Hijo, darte quería, /que por tu valor merezca/ tener nuestra compañía / y comer pan a una mesa/ de el mismo que yo comía, /porque conozca los bienes / que en tal Hijo yo tenía / y se congracie conmigo/ de tu gracia y lozanía” (Romance sobre el evangelio “In principio erat Verbum” 3).


MIERCOLES

Lecturas bíblicas

a.- Hch. 8,1-8: Diáspora y evangelización.

La muerte de Esteban, le sirve a Lucas para presentar a Saulo, que aprobó la muerte del diácono, sino que producto de ello la comunidad se dispersó y este celoso fariseo hacía estragos en la Iglesia metiendo en la cárcel a hombres y mujeres que habían adherido a la nueva fe. Sin embargo, no todo fue tan malo ya que la persecución produjo la expansión de la fe, porque los discípulos predicaron la palabra en esos lugares. Se puede afirmar que la persecución provocada por el martirio de Esteba, abrió el Evangelio a los paganos. Sólo lo apóstoles permanecieron en Jerusalén para asegurar la continuidad de la comunidad. Felipe, uno de los siete diáconos, es presentado como evangelista (cfr. Hch. 21,8), predica y obra prodigios. Evangeliza Samaría, muy cercanos a los judíos, por lengua y religión, aunque considerados por éstos como cismáticos y fuera de la salvación. Termina este pasaje, destacando la alegría del pueblo, fruto de la eficaz predicación de Felipe. Esta es una de las características de Lucas: la alegría, el gozo, como consecuencia de la fe recibida, los prodigios que obra en los hombres, la acción fecunda del Espíritu Santo de Dios en ellos.

b.- Jn. 6, 35-40: El que cree tiene vida eterna.

El evangelio nos habla de algo definitivo: el Pan de vida, que irrumpe en el mundo, da la vida eterna. No es el maná del pasado, sino la persona misma de Jesús. Con el término Pan se señala el carácter de don y de donación, la comunicación que Dios hace de sí mismo al hombre. En Jesucristo, Dios está a favor del hombre, en ÉL se abre su comunión y comunicación total, su amor salvífico se hace presente sin reservas. Hablamos entonces de la comunión de Cristo y el creyente: sólo desde Jesucristo es verdadera la vida eterna prometida. Esa vida sólo se obtiene desde la fe, con lo que se calma la sed y el hambre del hombre, es decir, la superación de la mortalidad humana, contenida en la fe. Dicha realidad se funda en Jesucristo, Hijo del Hombre, donador de vida, Pan de vida escatológico (cfr. Jn.1,1;7,27-29;8.14.19; Mt.11,19; Lc.11,3; Pr.9,1). Jesús denota la incredulidad de quienes han visto pero no creen; han visto las señales, pero no creen en Jesús como enviado de Dios (v.36). Encontramos una definición de fe, como un ir a Jesús, en esa fe se cumple la voluntad de Dios, porque Jesús, su Enviado la cumple en este mundo (cfr. Jn. 3, 14. 21. 31-36). En la fe, como en el proceso de creer, no se encuentra obra humana alguna, sino la obra de Dios. Creer en Aquél que el Padre ha enviado no depende de una elección que cada uno haga libremente, sino antes que el hombre venga a Dios, Dios debe venir a Él, para que así la acción del hombre sea una respuesta. Jesús, viene del cielo, cumple la voluntad del Padre. Todos los que el Padre le entregue vendrán a ÉL, y aquellos que vengan recibirán la vida eterna y resucitarán en el último día (v.37; cfr. Jn.17, 2). Los que vengan a ÉL, no los echará fuera, no los repudiará ni entregará a la condenación eterna, sino que entregados por el Padre, serán conducidos a la salvación (v.38; cfr. Jn.3, 35; 5,21.27; 13,3). Jesús es el Hijo del Hombre que hace la voluntad en lo que se refiere a la salvación de los hombres confiados por el Padre a Jesús. Encontramos los datos fundamentales de la obra salvadora y escatológica de Dios: su origen está en Dios Padre, su presente en Jesús el Enviado, y su meta la fe de los hombres. La voluntad de Dios consiste en creer y salvarse en el Hijo. Sin embargo, existe el hecho de la incredulidad, se expone al juicio y a la condenación, pero eso sucede precisamente en contra  de la voluntad divina. Posibilidad no querida por Dios, sino que es el misterio del hombre establecido en libertad; hombre cuya condición es de criatura y no de Creador.  En cada Eucaristía vivimos el aquí y el ahora de la vida nueva de los creen en ÉL, lo contemplan y lo comen como Pan de vida, Pan vivo que da vida eterna. Desde que comienza a creer por medio de la fe, la semilla de la vida eterna comienza a germinar en toda existencia del cristiano a nivel familiar y laboral, personal y comunitariamente. Se convierte el cristiano en amante de la vida de Dios que nos comunica diariamente hasta la muerte.

El místico Juan de la Cruz es quien habla de la entrega en fe, como respuesta que por medio de la misma fe, escala invisible me hace Dios entrega del misterio de salvación en Cristo y su Espíritu Santo. La comunidad eclesial es la fuente, la casa, el espacio donde encuentro la salvación, porque la he buscado, la hallo y la nutro y la gozo para compartirla. “El alma que quiere que Dios se le entregue todo, se ha de entregar toda, sin dejar nada para sí” (D 132)


JUEVES

Lecturas bíblicas

a.- Hch. 8, 26-40: Felipe y el eunuco.

La conversión del etíope, es todo un hito en la evangelización que lleva a cabo Felipe, pues es el primer pagano, que se convierte a la fe, leyendo un pasaje del profeta Isaías. La tarea de Felipe, fue llevarlo a Jesucristo e indicarle que aquel de quien habla el profeta es Jesús de Nazaret. Predicarle la Buena nueva lleva al etíope a pedir el Bautismo, es decir, acepta y reconoce a Jesús como Hijo de Dios. “Aquí hay agua, ¿qué impide que yo sea bautizado?” (v. 36). Esta fue una gran hazaña evangelizadora puesto que hay que considerar el eunuco era un excluido por la sociedad judía (cfr. Dt. 23, 2) y además que seguramente este hombre era pagano. Dos razones para ser excluido de la sinagoga, pero no así para la naciente comunidad cristiana. Es el Señor y el Espíritu Santo, quienes impulsan a Felipe a evangelizar y protagonizar el encuentro con el etíope (vv. 26 y 29); la iniciativa de la evangelización, no es cosa de hombres, sino que siempre es de Dios, el diácono secundó la obra del Señor Jesús.

b.- Jn. 6, 44-51: Yo soy el pan vivo.

El evangelio nos presenta al Hijo, que revela su relación con el Padre, vía para el cristiano para ingresar en esa comunidad de amor intra-trinitaria. Los judíos, que aparecen por primera vez, en este discurso murmuran contra Jesús, como sus padres en el desierto contra Yahvé (vv.41-43;cfr.Ex.15,24;16,2.7-9.12;17,3;Nm.11,1;14,2.27-29;16,41;  Sal.106,25;1Cor.10,10). Protestan contra el designio de Dios tal como lo presenta Jesús y se niegan a creer en Jesús. El motivo de la murmuración es que en Jesús, hombre cuyo origen se conoce, se asiente la revelación definitiva de Dios; no es su divinidad, como su humanidad la que provoca escándalo y rechazo (vv.42-43; cfr. Mc.6,3;Mt.13,53-58; Lc.4,16-30; Jn.7,3-5). Frente a este escándalo la Escritura establece la unidad entre ella y la pretensión reveladora de Jesús, querida por Dios; entre la voluntad divina manifiesta en la Escritura y el designio sobre Jesús. Rechaza la murmuración, puesto que la fe sólo se da mediante un asentamiento libre de la voluntad guiado por el amor (vv.43-46).  Ir a Jesús en fe, Dios es quien  lleva al creyente a ÉL, sin su impulso, la fe no es posible, efectiva. El discípulo es elegido, no dispone de la salvación, de la fe. Ha llegado el tiempo en que Dios se encarga de instruir al hombre, conocimiento prometido en la Escritura, que el evangelista entiende como el AT.,  testimonio clarísimo del  Padre a favor de Jesús (v.45; cfr. Is.54,13; Jer.31,33s). El verdadero discípulo, es el que ha escuchado hablar a Dios en el AT; ha oído y aprendido del Padre, por eso, se acerca a Jesús, de ahí que se cumple la Escritura, con la fe que pone el discípulo en Jesús. La revelación plena y  completa ahora se da sólo en Jesucristo (cfr. Jn.1,18; 5,37; 1Jn.4,12). Nadie ha visto a Dios, sólo que según el evangelista, el que está en Dios y ha visto al Padre, comunica la revelación definitiva, porque ha visto al Padre, por su relación suprema e inmediata, comunica el conocimiento  auténtico de Dios. Finalmente, encontramos los principios fundamentales del discurso: el que cree ya tiene vida eterna. Su existencia se arraiga en la vida de Jesucristo Resucitado y presente (v.47). Jesús en persona es el Pan de vida, palabra y persona constituyen unidad, no sólo es el donante de vida sino que es el don. Hay una comunión personal con el discípulo, por ello, le comunica vida eterna, relación entre palabra y sacramento, Eucaristía. Se conjuga el símbolo del pan y la palabra (v.48). Como Pan de vida, Jesús es el verdadero Pan del cielo, alimento para la eternidad. La diferencia radical con el maná, es que los  padres comieron y murieron, no alcanzaron la vida eterna. Sólo Jesucristo, el Hijo del Hombre, el Pan de vida escatológico, Pan bajado del cielo, por su origen pertenece al ámbito divino, y por ello, quien lo come no muere.

Juan de la Cruz, enseña que tener por maestro al propio Dios,  es dejarse formar por su querer, su voluntad, aunque en la vida de oración el discípulo piense que no hace nada y ÉL lo hace todo, es para aprender a escuchar con advertencia amorosa su voz que todo lo transforma, para darnos vida nueva en el Espíritu. Dejar la propia condición, para entender a Dios, es básico para el espiritual que comprende que Dios quiere ser guía, el discípulo, puestos los oídos a su palabra se abandona a su querer divino. “Aprenda el espiritual a estarse con advertencia amorosa en Dios, con sosiego de entendimiento, cuando no puede meditar, aunque le parezca que no hace nada; porque así, poco a poco, y muy presto, se infundirá en su alma el divino sosiego y paz con admirables y subidas noticias de Dios, envueltas en divino amor” (2S 15,5).


VIERNES

Lecturas bíblicas

a.- Hch. 9, 1-20: Conversión de San Pablo.

La conversión de Saulo, es otro de los grandes hitos del libro de los Hechos. El perseguidor es ahora perseguido por la gracia y camino de Damasco se produce el encuentro donde del ¿por qué me persigues?, le sigue otra pregunta: ¿quién eres Señor? (v. 4). Jamás Saulo, se imaginó este encuentro con Jesús resucitado, menos cuando él iba a Damasco en busca de cristianos para encarcelar, por ser miembros de esta nueva secta (vv.1-2). Esta conversión va marcar el rumbo de los acontecimientos en la intención de Lucas, que dedicará buena parte de su obra, a relatar las actividades del apóstol de los gentiles, como lo insinúa el propio Jesús, en su diálogo con Ananías, será instrumento elegido para esa misión (vv. 15-16). La imposición de manos por parte de Ananás, colma del Espíritu Santo a Saulo y recibe el bautismo (vv.17-19). Esta experiencia paulina será seguida a lo largo de los siglos por muchos Santos y Santas que descubren en este acontecimiento el interés de Jesús de escoger a sus discípulos y testigos para el bien de su Iglesia.

b.- Jn. 6, 51-59: Mi carne es verdadera comida.

El evangelista nos invita a pasar del discurso sobre el Pan, al discurso sobre la Eucaristía, del Pan de vida, al Pan vivo, de la persona de Jesús al símbolo del Pan. Ya no se habla de fe, sino de comer el Pan, a ello se une la promesa de vida para el futuro (v.51). Ya no se habla del Pan que es Jesús, sino del Pan que ÉL dará, que es su carne para la vida del mundo; se alude a la entrega de sí mismo en la cruz (cfr. Mc.14,22; Mt.26,26; Lc.22,19). Se produjo una discusión  acerca del modo como Jesús, podía dar a comer su carne: “¿Cómo puede este darnos a comer su carne?” (v. 52). Fue la interrogante de los que escuchaban a Jesús en la sinagoga de Cafarnaún. Jesús, no se detiene ni en el cómo, ni en la respuesta que ellos esperan. Va más allá, a los efectos de la comida: vida eterna y comunión con ÉL y con el Padre. Asegura que si no se comen su carne, ni se beben su sangre, no hay vida en ellos, en cambio, quien lo hace, es decir, quien come su carne y bebe su sangre, tiene vida eterna; su carne es verdadera comida, su sangre es verdadera bebida (v.53). Quien quiera participar de la vida, ha de participar en la Eucaristía. Se agrega el efecto  salvífico para quien participa en la Eucaristía: vida eterna. Es la consumación salvífica: “Y yo le resucitaré en el último día” (v.54). La carne y la sangre de Jesús son verdadera comida, ya que la Cena del Señor, no es simbólica, sino comida real, se participa realmente de la carne y sangre de Cristo. El, efecto sacramental es que quien comulga permanece en ÉL y Jesús en el creyente, lo que expresa la intensidad de la comunión de los creyentes con el Señor (v.55; cfr. Jn. 15, 1-7). Permanecer, viene a significar la duración de la comunión, la participación de quien ha sido acogido en la comunidad busca esta realidad en la Cena del Señor en forma definitiva.  Esta experiencia afecta no sólo a los creyentes entre sí, sino que en forma personal crece la vida escatológica entre el creyente y Jesús glorioso. El enviado, Jesús, vive por el Padre (v.57), es su participación en la vida divina, y ÉL comunica esa vida, su vida, a los creyentes. La comunión con el Cristo paciente, hace del creyente propietario por su participación del banquete eucarístico, de la virtud salvadora de la pasión y  muerte de Cristo (vv.56-57). Este alimento eucarístico, es el contrapunto del maná, puesto que quien lo comió murió, el que come este Pan bajado del cielo vivirá eternamente. Concluimos, señalando la importancia que el evangelista da a la Eucaristía relacionada con la cruz de Jesús. Es el Hijo del hombre Crucificado y Exaltado, el que como Pan da su carne por la vida del mundo. Jesucristo glorificado es el sujeto principal de la Cena del Señor, comer su carne y beber su sangre, profundiza la comunión en forma personal. Encarnación y Eucaristía, entrelazados en el misterio de la Cruz y Resurrección, para la vida de los creyentes. 

Enseña San Juan de la Cruz que la visión beatífica, comienza en el alma del cristiano desde que comienza a  amar a Dios y cumplir su palabra conscientemente, aunque sabemos que su comienzo lo encontramos en su inicio de fe bautismal.  Viene al alma a habitar el Padre y el Hijo, también después de cada comunión eucarística, hecha con fe, pan que da vida eterna en el aquí y ahora. ¡Qué de bienes trae consigo cada visita del Señor! Es lo que enseña Juan de la Cruz, desde su experiencia eucarística y contemplativa.  “¡Oh qué bienes serán aquellos que gozaremos con la vista de la Santísima Trinidad!” (D 188).


SABADO

Lecturas bíblicas

a.- Hch. 9, 31-42: Pedro resucita a una mujer.

El autor de los Hechos, nos narra la expansión del cristianismo con hechos muy concretos llevados a cabo por Pedro, Pablo y los demás apóstoles y diáconos. Los sumarios o síntesis de acontecimientos son otro modo de presentarnos la obra evangelizadora, como ahora donde el autor nos señala la paz que reinaba en la Iglesia e iglesias locales, comunidades que se extendía por toda Judea, Galilea y Samaría. Se cumplían las palabras de Jesús: “seréis mis testigos en Jerusalén, Judea y Samaría… y hasta los confines del mundo” (Hch. 1,8).  Pero al desarrollo externo, se une su crecimiento interno, edificado en el temor del Señor, en el pronto regreso de Jesús como Juez (cfr. Hch. 10, 42; 17, 31), y el servicio a ÉL vivido en la en la entrega cotidiana que exigía la fe. Se trata del señorío de Cristo sobre la Iglesia y sus miembros. Pero Lucas enseña, que a este desarrollo externo e interno hay que incorporar que la Iglesia crecía no sólo, con el testimonio dado por los creyentes en la persecución, sino también en tiempos de paz y la facilidad que podía gozar para la predicación de la palabra de Dios. Pedro visita lugares ya evangelizados como Lida y Jope, donde realiza la curación de un paralítico, y  resucita a Tabita. En ellos, si bien el protagonismo pareciera es de Pedro, es la invocación del Nombre de Jesús lo importante: “Eneas, Jesucristo te cura” (v. 34), y la fuerza de la oración la que resucita a la mujer. Creyeron en Jesús resucitado y su poder sanador, lo que les transformó la existencia, porque para eso había venido Cristo, para traer vida en abundancia a los hombres (cfr. Jn. 10, 10).

b.- Jn. 6, 60-69: Reacciones al discurso del pan de vida.

El evangelio nos presenta dos momentos: el final del discurso eucarístico (vv.60-66), y la confesión de Pedro (vv.67-69). Esta última parte del evangelio, nos presenta el efecto de este discurso eucarístico, se llega a la crisis, al enfrentamiento y al momento de tomar una decisión; todo efecto de la palabra de Jesús.  Las reacciones al discurso de Jesús, no se hacen esperar: unos en contra, otros a favor, unos no creen a sus palabras, otros tratan de comprenderlas. Sus palabras las califican de intolerables, porque exigen a sus oyentes una respuesta de fe en Jesús y una concreción de esa fe en la participación en la Cena del Señor.  Esto demuestra que la fe es una decisión personal, y no es algo autónomo e independiente, que incluye la opción por Jesús. La murmuración de los oyentes, manifiesta, su mala disposición para creer. El tropiezo y el escándalo, no se pueden evitar, el hombre se encamina hacia la fe o hacia el rechazo. Jesús no priva al hombre de su decisión, tampoco a sus apóstoles. Más difícil se hace creer cuando Jesús habla de subir al Padre, donde estaba antes, pero su ausencia aumenta más aún la posibilidad de creer (v.62). Pero esta una parte de la realidad, porque en el plano de la fe y del espíritu, lo que anticipa el discurso sobre el Espíritu Santo de despedida. El hecho de permanecer en la carne, es decir, en el plano horizontal, terrenal, mundano e indispuesto a creer, no supera el escándalo. Una manera incrédula de ver, distorsiona el objeto de la fe, Jesús, al no contemplarle glorificado. Así se entiende que el espíritu da vida, porque obra la fe en Jesús, lo que redunda en la recta comprensión de la persona y palabras de Jesús. Sus palabras pertenecen al ámbito del Espíritu, poseen vida. No todos aceptan la exhortación de Jesús, conoce lo interior de sus oyentes, por eso se los manifiesta, tanto como se conoce a sí mismo y su destino. Muchos le dejaron de seguir, se trata del misterio de la fe y de la incredulidad, misterio que sólo Dios conoce porque sólo ÉL cuida la fe del hombre sin ofender su libertad (vv.64-66). Esta marcha numerosa de galileos es un fracaso del mensaje de Jesús, pero no se arredra un ápice de lo enseñado. Ahora corresponde a los discípulos pronunciarse al respecto, con lo cual Pedro responde con otra interrogante a la demanda de Jesús si también ellos  quieren marcharse: “Señor, ¿dónde quién vamos a ir?” (v. 68). La interrogante resalta la importancia de Jesús, por otra, para quién ha comprendido quien es Jesús, no hay otra respuesta posible; la razón es porque posee palabras de vida eterna. Texto que tiene un sentido exclusivo: sólo tú y nadie fuera de ti, tiene palabras de vida eterna (vv.68-69). Sus palabras hacen partícipe al creyente en la vida de Dios, la que sale al encuentro del hombre en la historia con el acontecimiento Jesús. La confesión: saber y creer que es el Santo de Dios (v. 69; cfr. Mc.1,21; Lc.4,34), alude a la fe y al conocimiento que en Juan son elementos que se complementan, Fe ilustrada y  reflexiva;  el conocer supone un movimiento de confianza y reconocimiento. Jesús según esta expresión pertenece totalmente a Dios, al ámbito de lo divino, representa a Dios en el mundo. La confesión de fe de Pedro es auténtica, porque es resultado de una decisión ante una situación de no consentimiento ante una doctrina y porque es la respuesta a una interrogante que hace Jesús. Asistir a la Eucaristía dominical es la mejor respuesta que podamos darle a Jesús en esta vida.        

San Juan de la Cruz, enseña al respecto: “Porque la fe que habemos dicho, son los pies con que el alma va a Dios, y el amor es la guía que la encamina” (CB 1,11). Esta es la única luz que necesitamos para hacer vida las palabras de Jesús en nosotros.

P. Julio González C.  


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