TERCERA SEMANA DE
PASCUA,
(Año Par. Ciclo A)
P. Julio González Carretti ocd
Lecturas bíblicas:
La primera lectura recoge parte del
primer discurso de Pedro a la multitud el día de Pentecostés, donde expone el
kerigma de Jesús, presentado como hombre acreditado por Dios en su persona,
palabras y obras. Esto parece contradecir su fin en una cruz, pero esa muerte
era parte del plan de Dios, anunciado en las Escrituras, y de la cual, ellos,
los judíos son responsables; pero Jesucristo ha resucitado, venciendo la
muerte. Las cita de Joel 3,1-5 y el Sal. 16, 8-11
apoyan la idea de cómo el Espíritu Santo de Dios no podía permitir que Jesús
permaneciera en el sepulcro, vuelve a la vida para dar inicio a la nueva
creación. Al hombre sólo le queda asumir esta nueva vida, participación en la
vida del Resucitado.
El apóstol Pedro, nos muestra el
itinerario o peregrinación, el presente, el pasado y el futuro del cristiano.
Hoy puede invocar al Padre por medio del Hijo en el Espíritu Santo. Es la
invocación del Abbá, el Padre, que el Hijo hace lleno
de confianza de ser escuchado, no hace acepciones de personas, no valen los
privilegios ante ÉL, sólo está presente el valor de cada persona humana, y su
obrar según Dios. El apóstol, nos exhorta a cultivar el temor de Dios, es
decir, toda la vida cristiana debe estar orientada por la piedad y la devoción.
La confianza, no quita la reverencia, que debemos a Dios nuestro Padre. El
temor de Dios, nos hace comprender como vivir las exigencias de nuestra fe
cristiana y la esperanza cierta. Toda esta acción de Dios, ser rescatados a
precio de la Sangre preciosa de Cristo,
era parte del plan económico-salvífico de Dios, para nosotros, para
rescatarnos para Sí. La idea del rescate tiene profundas raíces bíblicas, es la
redención que se pagaba por un esclavo, que pertenecía a otro. Dios nos rescató
de nuestra vida de pecado para darnos la dignidad de hijos de Dios. Israel
conoció la esclavitud en Egipto y de Babilonia. Pedro, para pedir que la vida cristiana se fundamente en exigencias morales bien enraizadas, es porque
el rescate fue nada menos que la Sangre de Cristo. Su Sangre derramada equivale
a su muerte redentora y sacrificio del Cordero sin mancha, oblación perfecta
para recatar al hombre pecador. Dios resucitó a su Hijo, y lo glorificó
sentándolo a su derecha en el reino de los cielos abriendo así el camino para
todos lo que creen en ÉL de poder gozar de la eternidad. Fe en Dios y esperanza
en sus promesas, he ahí el secreto para nuestra peregrinación por esta vida que
culmina en el cielo, pasando por la cruz y resurrección personal.
El evangelio nos presenta el encuentro
de Jesús con los dos discípulos de Emaús (vv.13-27). Los dos caminantes van a
Emaús, no conocemos el motivo de su viaje, se supone que se alojaban allí, por
no haber sitio en Jerusalén con motivo de las fiestas pascuales. Mientras
caminan conversaban sobre los últimos acontecimientos ocurridos en la ciudad.
Mientras discuten y comentan se les acerca otro caminante como ellos que va en
la mis dirección. Era Jesús Resucitado, con cuerpo glorioso, pero no lo
reconocieron, como la Magdalena (cfr. Jn. 20,14-15). El autor sagrado con esta
idea de cuerpo glorioso nos quiere enseñar que el alma pervive en el sheol, pero además, la materia, de alguna forma tiene un
lugar en la gloria final (cfr. 1Cor. 15, 35). Otra interrelación que
proporciona Lucas a sus lectores es que comprendan que Jesús Resucitado camina
a su lado, aunque no sean capaces de reconocerle (cfr. Lc.
9,45). Cleofas, que así se llamaba uno de ellos, se extraña que este caminante no esté al
tanto de la pasión de Jesús de Nazaret; por ello le hace un resumen de la
actividad del Maestro, “poderoso en palabras y obras delante de Dios y de los
hombres” (v. 19; cfr. Lc. 4,16-30 y 13,31-35; 7,15;
9,8; 9,18-19). Fue entregado en mano de los sumos sacerdotes que lo mataron,
siguiendo la idea del autor del evangelio, que ve en los líderes de Israel, a
los responsables directos de su muerte. Confiaban en el poder de Jesús para
expulsar a los romanos de su tierra, como cumplimento material de las profecías
antiguas (cfr. Jr. 14, 8; Zac. 1,68-79). Todo había
terminado para ellos, puesto que ya habían pasado tres días, no había esperanza
que resucitara, aunque todavía estén presentes las palabras de Jesús al
respecto (cfr. Lc. 9, 22; 13, 32-33; 24, 7). Han
tenido noticias, que por esa mañana de domingo, algunas mujeres anunciaban a
los apóstoles que la tumba estaba vacía, que cuando volvieron unos ángeles les
anunciaron que Jesús vivía. Todas estas palabras no recobraron la esperanza en
estos dos peregrinos, necesitaban ver para convencerse de algunos los hechos;
lo paradojal es que tienen ahí, ante sus ojos, al protagonista de todo, a Jesús
vivo, pero no lo ven. Escuchado el relato de Cleofás, toma la palabra el
caminante: les reprocha su ignorancia a la hora de interpretar las Escrituras,
como el ángel cuando les anuncia a las mujeres sus palabras (cfr. Lc. 24, 6-8; Is. 3,8). También
aquí encontramos una desilusión de parte de Jesús respecto a los discípulos,
por no ser capaces, con la razón y el corazón, de interpretar los
acontecimientos no sólo de las palabras que creyeron de Jesús, sino una
profundidad en su fe en el contenido de las mismas. El caminante les hace una
pregunta: “¿No era necesario que el Cristo padeciera eso para entrar en su
gloria?” (v. 26). Era preciso que el Mesías
padeciera, es una necesidad teológica, manifestación de la voluntad
divina, aviso que también recibieron las mujeres en el sepulcro. La gloria que
Jesús recibirá, se refiere a su majestad o autoridad, preanunciada en la
transfiguración y en su regreso del Padre al final de los tiempos (cfr. Lc. 9,31-32; 21,27). Esa gloria Jesús la recibe del Padre,
a cuyo lado se sentará y cuya manifestación estaba por llegar (cfr. Sal. 110,1; 21, 27); lo paradojal es que a esa gloria
ingresaría por medio de su muerte, lo que no querían sus enemigos. Luego de
esto Jesús les explica las Escrituras, comenzando por Moisés y siguiendo por
los profetas en lo que se refería a ÉL (cfr. 118,22; 110,1; Is.
53,12), textos que se atribuyen al descendiente de David en clave
mesiánica. A pesar de todas estas
manifestaciones los discípulos permanecen sin ver a Jesús resucitado. Revelación durante la comida (vv. 28-32).
Llegados a Emaús, Jesús pretende seguir, no impone su presencia, el interés de
los discípulos ha ido en aumento y quieren que permanezca con ellos (cfr. Gn. 18, 2-5; 19, 2-3). Si Jesús come, es porque eso le
afecta su cuerpo, no es un pneuma, un espíritu; con
esta actitud, se desecha la idea que sea un ángel, se refleja su corporalidad
nueva como Resucitado (cfr. 1Jn. 1, 1-2). Sentado a la mesa se convierte en el
protagonista y toma el pan, “pronunció la bendición, lo partió y se lo iba
dando” (v. 30). Todavía el caminante no se identifica, pero su palabra lo
convierte en autoridad moral y sus conocimientos demostrados lo hacen merecedor
de presidir la mesa. Los ritos que Jesús realiza son comunes a otras cenas en
que ha participado (cfr. Lc. 9,6; 22, 19; 24, 43; Jn.
21, 9-13) tanto como anfitrión o como invitado. Son ellos los llamados a
extender el reino de Dios por medio de la hospitalidad y la celebración de la
Eucaristía, convencidos en que Jesús está en medio de ellos. No basta la
explicación de las Escrituras, ahora es necesario el encuentro personal con
Jesucristo en la Eucaristía, es Dios Padre quien abre los ojos para que el
discípulo o catecúmeno vea. Una vez que tienen la noticia que vive ya no es
necesaria su presencia visible, les basta la fe. La reacción de los discípulos
y regreso a Jerusalén (vv. 33-35). No les extraña que Jesús desaparezca, pero
sí reconocen que ese caminante era muy especial, ya saben quién es, hablan
entre ellos y sus intuiciones se formulan en una pregunta: ¿no ardían nuestros
corazones mientras caminábamos a su lado? Era la emoción que les quemaba por
dentro de las explicaciones de la Escritura que le escuchaban a ÉL. La única
vertiente que encuentra esta experiencia es ser comunicada a los demás, quieren
que sus compañeros participen de ella. Regresan a Jerusalén, pero se encuentran
con que también ellos, Pedro, en particular, han tenido la experiencia de
Jesús. Se cumplen las palabras de las mujeres, la tumba estaba vacía, el cuerpo
no está ahí, porque ha resucitado; era lo que tenían que haber sabido leer en
las Escrituras, pero que ahora se ha revelado con toda nitidez.
San Juan de la Cruz, como a los discípulos de Emaús, nos exhorta a
confiar en las Escrituras y no ser tardos en comprenderlas, sino dejarnos
inflamar el corazón en fe ardiente de reconocer a Jesús en la Eucaristía, vida
para nosotros y para el mundo. Palabra, Eucaristía y vida fraterna, un camino
nuevo de santidad para la comunidad eclesial. “Y a tanto llegaba esta
dificultad de entender los dichos de Dios como convenía, que hasta sus mismos
discípulos que con el habían andado, estaban engañados; cual eran aquellos dos
que después de su muerte iban al castillo de Emaús, tristes, desconfiados y
diciendo (Lc. 24,21): Nosotros esperábamos que había
de redimir a Israel, y entendiendo ellos también que había de ser la redención
y señorío temporal. A los cuales, apareciendo Cristo nuestro Redentor,
reprendió de insipientes y pesados y rudos de corazón para creer las cosas que
habían dicho los profetas (Lc. 24, 25)” (2S 19, 9).
Lecturas bíblicas
La pasión del diácono Esteban, revive
en cierto modo, la pasión de Cristo, odio, calumnia y prisión hasta morir
lapidado, hablan de un claro testimonio de fidelidad a la vocación recibida.
Lucas, fija su atención, además de los apóstoles, en lo diáconos, Esteban en
este caso: hace milagros, predica, lleno de celo y de gracia, un verdadero
apóstol. Por lo mismo, sus palabras crean conflicto con el modo de pensar de
los judíos que venían de la diáspora, algo más liberales. Le acusan al Sanedrín
de ir contra las leyes del templo, con el mismo procedimiento seguido a Jesús:
testigos falsos, levantamiento del pueblo contra él, etc. Le acusan de predicar
que Jesús habría destruido el templo (cfr. Mc. 14, 58; Jn. 2, 19ss), y cambiar las tradiciones de Moisés, etc. Esperaban y
miraban con los ojos fijos a Esteban, una respuesta a las acusaciones. Lo que
vieron fue la gloria de Dios reflejada en su rostro, favor concedido a sus
testigos escogidos para hacerse conocer como a Moisés (cfr. Ex.
34, 29ss), a Jesús transfigurado en el Tabor (cfr. Mt.
17,2), ahora Esteban, el diácono.
En este evangelio encontramos dos
temas que interesan al evangelista: la búsqueda de Jesús por parte de la
multitud para motivarle a hacer otro milagro (vv.22-24), y el discurso en la
sinagoga de Cafarnaún (vv.24-29). Los testigos son los mismos que comieron de
la multiplicación de los panes, ahora están en la ribera del lago y descubren
que los discípulos habían marchado sin Jesús. Las barcas llegadas de Tiberíades
les sirven para ir a Cafarnaúm en busca de Jesús (v.24). Efectivamente los
galileos encuentran a Jesús y por ello la pregunta: ¿Cómo había llegado ahí?
(v.25) Ese es el dato externo, el trasfondo es que ignoran que Jesús ha
caminado por sobre las aguas, y el misterio que ello encierra (cfr. Jn.6,16-21; 7,27-28; 9,29-30; 19,9). En general estas preguntas
no reciben respuesta, porque es querer llegar a Jesús, sin fe, aunque se
manifieste cómo una búsqueda. Será él quien les explique el motivo de la
búsqueda: lo buscan con falsos prejuicios, motivos poco nobles. Tienen falsas
expectativas acerca del Mesías, puesto que quieren seguir gozando de la
alimentación milagrosa. Se da el contrapunto entre comer hasta saciarse y ver
signos; dos puntos de vista de buscar a Jesús pero que conducen a resultados
divergentes. Ver signos es el camino que lleva a la recta comprensión de la
multiplicación de los panes, sin quedarse en él sino que avanzar hasta la fe en
Jesús. Por el contrario, comer hasta saciarse, es la satisfacción inmediata de
una necesidad; en el fondo, es la búsqueda de sí mismo, que intenta poner el
milagro y con ello a Jesús, al servicio de los propios intereses. Si se
consigue esto se termina rechazando a Jesús por en definitiva no hay fe en ÉL
(v.26). EL recto camino, consiste en trabajar por el pan que perdura y da vida
eterna, y no el alimento perecedero. Los dos alimentos apuntan a una realidad
diferente de calidad de vida: el alimento que no perdura habla de una vida
caduca que lleva a la muerte, en cambio el pan que el Hijo del Hombre nos dará
conduce a la vida eterna, salvación
escatológica, porque posee esa naturaleza. A ese Hijo del Hombre, Dios lo marcó
con su sello, el Espíritu Santo, lo ha autenticado, confirmado, legitimado, con
su autoridad todopoderosa, haciéndole dador de vida escatológica en su
resurrección gloriosa y su exaltación a los cielos (cfr. Rm.
4,11; Mt.12,28; Hch.10,38; Ef.1,13; 4,30; 2 Col.1,22). Tenemos claro adonde
debemos dirigir la mirada para resolver el tema de la vida eterna, según la
voluntad y acción de Dios, hacia el Hijo del Hombre; se nos remite a Jesús, el
Mesías. “¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios?” (v.28). Ellos
piensan sólo en lo que ellos pueden hacer; olvidan el don de Dios, en cambio,
Jesús se refiere a la única obra de Dios, que consiste, en tener fe en el
Enviado y Revelador del Padre, en Jesús. Se contrapone a las múltiples obras
mandadas por la ley judía, la única obra de la fe. Las primeras dispersan al
hombre, sin que logre la meta, en cambio, la obra de la fe, no es realización
humana, sino don del Padre (cfr. Jn.3,20). Tiene como
autor y fundamento al mismo Dios. San Agustín enseña que Dios no quiso separar
la fe de las obras, sino que designó la fe misma como obra, la que obra por
medio del amor. Unidad de fe y moral, con la cual comienza el esfuerzo y
trabajo para la vida eterna, con lo cual la fe es puerta para la vida
sempiterna.
Juan de la Cruz, establece que vivir el
camino de la fe, es caminar en el querer de Jesucristo, como los presenta la
Palabra y la Iglesia nos enseña, teniendo a sus pastores, como voz del Maestro
y guías en el camino de la salvación. La Eucaristía alimento de este caminar
por la vida, nos invita a la oración y compartir la fe y el pan con quien no
tiene nada con que saciar su hambre de pan y de fe. “De donde, pues es verdad
que siempre se ha de estar en lo que Cristo nos enseñó, y todo lo demás no es
nada ni se ha de creer si no conforma con ello, en vano anda el que quiere
ahora tratar con Dios a modo de la Ley Vieja” (2S 22,8).
Lecturas bíblicas
El discurso de Esteban, además de un
buena síntesis de la historia de Israel, recalca las infidelidades continuas
del pueblo para con Dios, rechazo de su palabra. Les atribuye la muerte de los
profetas, y ahora la muerte del Justo por excelencia (cfr. Jn. 3, 14: Sab. 2,10ss), es decir, al Mesías. Las palabras de Esteban,
en contra del Sanedrín era una crítica muy dura para sus oídos, para sus
conciencias, tanto que rechinaban sus dientes (v. 54). La visión que contempla
luego Esteban, los cielos abiertos, y el Hijo de Dios en su gloria a la diestra
del Padre (v.56), fue la gota que desató la ira de todos los presentes. Era
tanto como afirmar: Esteban ha tenido una teofanía (cfr. Lc.
3,21), Dios aprobaba sus palabras; identificaba a Jesús de Nazaret con el Hijo
del Hombre. Más aún, quería decir que los cristianos, Esteban hablaba como
ellos, estaban en una justa relación con Dios, mientras que ellos, permanecían
en la distancia y resistencia a Dios (v. 51). Ve a Jesús, participando de la
gloria de Dios y como Hijo del hombre exaltado era una blasfemia para los
judíos. Ellos lo habían condenado por blasfemo al declararse Hijo de Dios, no
podían soportar las palabras del acusado que los acusa de la decisión tomada respecto a Jesús. Cumplen
la ley y lo sacan fuera de la ciudad (cfr. Nm.15, 23); la condena sería: quien
confiese a Jesús como Mesías, sea condenado a muerte. Esteban sufre el martirio
por lapidación, como testigo de Jesús, y muere como ÉL, perdonando a sus
enemigos: “Señor, no les tengas en cuenta este pecado” (v. 60).
En el evangelio encontramos una
verdadera revelación: Jesús se autodefine como el verdadero Pan del cielo. Si
Jesús quiere que crean en ÉL como enviado del Padre, que acepten sus palabras
¿qué signos extraordinarios justifican esta exigencia de Jesús? (v. 30). El
razonamiento de los judíos es también quizás el nuestro. Desde el momento en
que se toca el tema del maná, ellos quieren signos como los que hacía Moisés,
si quiere que ser aceptado como un profeta de esa categoría (cfr.Ex.16,1-35; Nm.11,4-9.31-33; Sal.78,24; 105,40). La respuesta de
Jesús es: “En verdad, en verdad os digo: No fue Moisés quien os dio el pan del
cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de
Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo” (Jn. 6, 32-33). Moisés
había dado un pan sobrenatural sí, pero que saciaba el hambre y la necesidad
física; lo que Jesús ofrece es mucho más ya que satisface todas las exigencias
existenciales del hombre. Quien lo acepta y coma como el verdadero Pan del
cielo, no tendrá nunca más hambre. “Entonces le dijeron: “Señor, danos siempre
de ese pan. Les dijo Jesús: “Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no
tendrá hambre, y el que crea en mí, no
tendrá nunca sed” (vv. 34-35). Quien acepta a Jesús como verdadero Pan, que
quita el hambre, lo hace solo desde la fe. Sólo ella lo descubre como Pan
bajado del cielo, y solo la ella, le revela sus necesidades más apremiantes,
como hambre existencial, que sólo Jesucristo puede saciar. Venir a ÉL, es
sinónimo de creer en ÉL. Alimentarse con su Pan, es entrar en comunión perfecta
con Dios. La gente no había comprendido lo suficiente como para desear un pan
que saciase verdaderamente el hambre que aflige al hombre, como tampoco hoy
tantos cristianos dejen la comunión y se alimente de lo que no nutre para la
vida eterna. Quedémonos con las palabras: “Señor, danos siempre de ese pan” (v.
34).
San Juan de la Cruz nos enseña que la
creación, en un comienzo, es la esposa que el Padre quiere para el Hijo, más
tarde será la Iglesia, en que el cristiano come el pan de la Eucaristía,
sentarse a su mesa, es entrar en comunión con el Padre y el Hijo, pero también
con sus bienes, para congraciarse con Dios, da la gracia que el Hijo nos ha
dispensado en este banquete y darnos vitalidad nueva, vigor que nutre y sacia
hasta la eternidad. En verso sería así: Dice el Padre al Hijo: “Una esposa que
te ame,/ mi Hijo, darte quería, /que por tu valor
merezca/ tener nuestra compañía / y comer pan a una mesa/ de el mismo que yo
comía, /porque conozca los bienes / que en tal Hijo yo tenía / y se congracie
conmigo/ de tu gracia y lozanía” (Romance sobre el evangelio “In principio erat Verbum” 3).
Lecturas bíblicas
La muerte de Esteban, le sirve a Lucas
para presentar a Saulo, que aprobó la muerte del diácono, sino que producto de
ello la comunidad se dispersó y este celoso fariseo hacía estragos en la
Iglesia metiendo en la cárcel a hombres y mujeres que habían adherido a la
nueva fe. Sin embargo, no todo fue tan malo ya que la persecución produjo la
expansión de la fe, porque los discípulos predicaron la palabra en esos
lugares. Se puede afirmar que la persecución provocada por el martirio de
Esteba, abrió el Evangelio a los paganos. Sólo lo apóstoles permanecieron en
Jerusalén para asegurar la continuidad de la comunidad. Felipe, uno de los
siete diáconos, es presentado como evangelista (cfr. Hch.
21,8), predica y obra prodigios. Evangeliza Samaría,
muy cercanos a los judíos, por lengua y religión, aunque considerados por éstos
como cismáticos y fuera de la salvación. Termina este pasaje, destacando la
alegría del pueblo, fruto de la eficaz predicación de Felipe. Esta es una de
las características de Lucas: la alegría, el gozo, como consecuencia de la fe
recibida, los prodigios que obra en los hombres, la acción fecunda del Espíritu
Santo de Dios en ellos.
El evangelio nos habla de algo
definitivo: el Pan de vida, que irrumpe en el mundo, da la vida eterna. No es
el maná del pasado, sino la persona misma de Jesús. Con el término Pan se
señala el carácter de don y de donación, la comunicación que Dios hace de sí
mismo al hombre. En Jesucristo, Dios está a favor del hombre, en ÉL se abre su
comunión y comunicación total, su amor salvífico se hace presente sin reservas.
Hablamos entonces de la comunión de Cristo y el creyente: sólo desde Jesucristo
es verdadera la vida eterna prometida. Esa vida sólo se obtiene desde la fe,
con lo que se calma la sed y el hambre del hombre, es decir, la superación de
la mortalidad humana, contenida en la fe. Dicha realidad se funda en
Jesucristo, Hijo del Hombre, donador de vida, Pan de vida escatológico (cfr.
Jn.1,1;7,27-29;8.14.19; Mt.11,19; Lc.11,3; Pr.9,1).
Jesús denota la incredulidad de quienes han visto pero no creen; han visto las
señales, pero no creen en Jesús como enviado de Dios (v.36). Encontramos una
definición de fe, como un ir a Jesús, en esa fe se cumple la voluntad de Dios,
porque Jesús, su Enviado la cumple en este mundo (cfr. Jn. 3, 14. 21. 31-36).
En la fe, como en el proceso de creer, no se encuentra obra humana alguna, sino
la obra de Dios. Creer en Aquél que el Padre ha enviado no depende de una
elección que cada uno haga libremente, sino antes que el hombre venga a Dios,
Dios debe venir a Él, para que así la acción del hombre sea una respuesta.
Jesús, viene del cielo, cumple la voluntad del Padre. Todos los que el Padre le
entregue vendrán a ÉL, y aquellos que vengan recibirán la vida eterna y
resucitarán en el último día (v.37; cfr. Jn.17, 2). Los que vengan a ÉL, no los
echará fuera, no los repudiará ni entregará a la condenación eterna, sino que
entregados por el Padre, serán conducidos a la salvación (v.38; cfr. Jn.3, 35;
5,21.27; 13,3). Jesús es el Hijo del Hombre que hace la voluntad en lo que se
refiere a la salvación de los hombres confiados por el Padre a Jesús.
Encontramos los datos fundamentales de la obra salvadora y escatológica de
Dios: su origen está en Dios Padre, su presente en Jesús el Enviado, y su meta
la fe de los hombres. La voluntad de Dios consiste en creer y salvarse en el
Hijo. Sin embargo, existe el hecho de la incredulidad, se expone al juicio y a
la condenación, pero eso sucede precisamente en contra de la voluntad divina. Posibilidad no querida
por Dios, sino que es el misterio del hombre establecido en libertad; hombre
cuya condición es de criatura y no de Creador.
En cada Eucaristía vivimos el aquí y el ahora de la vida nueva de los
creen en ÉL, lo contemplan y lo comen como Pan de vida, Pan vivo que da vida
eterna. Desde que comienza a creer por medio de la fe, la semilla de la vida
eterna comienza a germinar en toda existencia del cristiano a nivel familiar y
laboral, personal y comunitariamente. Se convierte el cristiano en amante de la
vida de Dios que nos comunica diariamente hasta la muerte.
El místico Juan de la Cruz es quien
habla de la entrega en fe, como respuesta que por medio de la misma fe, escala
invisible me hace Dios entrega del misterio de salvación en Cristo y su
Espíritu Santo. La comunidad eclesial es la fuente, la casa, el espacio donde
encuentro la salvación, porque la he buscado, la hallo y la nutro y la gozo
para compartirla. “El alma que quiere que Dios se le entregue todo, se ha de
entregar toda, sin dejar nada para sí” (D 132)
Lecturas bíblicas
La conversión del etíope, es todo un
hito en la evangelización que lleva a cabo Felipe, pues es el primer pagano,
que se convierte a la fe, leyendo un pasaje del profeta Isaías. La tarea de
Felipe, fue llevarlo a Jesucristo e indicarle que aquel de quien habla el
profeta es Jesús de Nazaret. Predicarle la Buena nueva lleva al etíope a pedir
el Bautismo, es decir, acepta y reconoce a Jesús como Hijo de Dios. “Aquí hay
agua, ¿qué impide que yo sea bautizado?” (v. 36). Esta fue una gran hazaña
evangelizadora puesto que hay que considerar el eunuco era un excluido por la
sociedad judía (cfr. Dt. 23, 2) y además que
seguramente este hombre era pagano. Dos razones para ser excluido de la
sinagoga, pero no así para la naciente comunidad cristiana. Es el Señor y el
Espíritu Santo, quienes impulsan a Felipe a evangelizar y protagonizar el
encuentro con el etíope (vv. 26 y 29); la iniciativa de la evangelización, no
es cosa de hombres, sino que siempre es de Dios, el diácono secundó la obra del
Señor Jesús.
El evangelio nos presenta al Hijo, que
revela su relación con el Padre, vía para el cristiano para ingresar en esa
comunidad de amor intra-trinitaria. Los judíos, que
aparecen por primera vez, en este discurso murmuran contra Jesús, como sus
padres en el desierto contra Yahvé (vv.41-43;cfr.Ex.15,24;16,2.7-9.12;17,3;Nm.11,1;14,2.27-29;16,41; Sal.106,25;1Cor.10,10). Protestan contra el
designio de Dios tal como lo presenta Jesús y se niegan a creer en Jesús. El
motivo de la murmuración es que en Jesús, hombre cuyo origen se conoce, se
asiente la revelación definitiva de Dios; no es su divinidad, como su humanidad
la que provoca escándalo y rechazo (vv.42-43; cfr. Mc.6,3;Mt.13,53-58;
Lc.4,16-30; Jn.7,3-5). Frente a este escándalo la Escritura establece la unidad
entre ella y la pretensión reveladora de Jesús, querida por Dios; entre la
voluntad divina manifiesta en la Escritura y el designio sobre Jesús. Rechaza
la murmuración, puesto que la fe sólo se da mediante un asentamiento libre de
la voluntad guiado por el amor (vv.43-46).
Ir a Jesús en fe, Dios es quien
lleva al creyente a ÉL, sin su impulso, la fe no es posible, efectiva.
El discípulo es elegido, no dispone de la salvación, de la fe. Ha llegado el
tiempo en que Dios se encarga de instruir al hombre, conocimiento prometido en
la Escritura, que el evangelista entiende como el AT., testimonio clarísimo del Padre a favor de Jesús (v.45; cfr. Is.54,13; Jer.31,33s). El verdadero discípulo, es el que ha
escuchado hablar a Dios en el AT; ha oído y aprendido del Padre, por eso, se
acerca a Jesús, de ahí que se cumple la Escritura, con la fe que pone el
discípulo en Jesús. La revelación plena y
completa ahora se da sólo en Jesucristo (cfr. Jn.1,18;
5,37; 1Jn.4,12). Nadie ha visto a Dios, sólo que según el evangelista, el que
está en Dios y ha visto al Padre, comunica la revelación definitiva, porque ha
visto al Padre, por su relación suprema e inmediata, comunica el
conocimiento auténtico de Dios.
Finalmente, encontramos los principios fundamentales del discurso: el que cree
ya tiene vida eterna. Su existencia se arraiga en la vida de Jesucristo
Resucitado y presente (v.47). Jesús en persona es el Pan de vida, palabra y
persona constituyen unidad, no sólo es el donante de vida sino que es el don.
Hay una comunión personal con el discípulo, por ello, le comunica vida eterna,
relación entre palabra y sacramento, Eucaristía. Se conjuga el símbolo del pan
y la palabra (v.48). Como Pan de vida, Jesús es el verdadero Pan del cielo,
alimento para la eternidad. La diferencia radical con el maná, es que los padres comieron y murieron, no alcanzaron la
vida eterna. Sólo Jesucristo, el Hijo del Hombre, el Pan de vida escatológico,
Pan bajado del cielo, por su origen pertenece al ámbito divino, y por ello,
quien lo come no muere.
Juan de la Cruz, enseña que tener por
maestro al propio Dios, es dejarse
formar por su querer, su voluntad, aunque en la vida de oración el discípulo
piense que no hace nada y ÉL lo hace todo, es para aprender a escuchar con
advertencia amorosa su voz que todo lo transforma, para darnos vida nueva en el
Espíritu. Dejar la propia condición, para entender a Dios, es básico para el
espiritual que comprende que Dios quiere ser guía, el discípulo, puestos los
oídos a su palabra se abandona a su querer divino. “Aprenda el espiritual a
estarse con advertencia amorosa en Dios, con sosiego de entendimiento, cuando
no puede meditar, aunque le parezca que no hace nada; porque así, poco a poco,
y muy presto, se infundirá en su alma el divino sosiego y paz con admirables y
subidas noticias de Dios, envueltas en divino amor” (2S 15,5).
Lecturas bíblicas
La conversión de Saulo, es otro de los
grandes hitos del libro de los Hechos. El perseguidor es ahora perseguido por
la gracia y camino de Damasco se produce el encuentro donde del ¿por qué me
persigues?, le sigue otra pregunta: ¿quién eres Señor? (v. 4). Jamás Saulo, se
imaginó este encuentro con Jesús resucitado, menos cuando él iba a Damasco en
busca de cristianos para encarcelar, por ser miembros de esta nueva secta (vv.1-2).
Esta conversión va marcar el rumbo de los acontecimientos en la intención de
Lucas, que dedicará buena parte de su obra, a relatar las actividades del
apóstol de los gentiles, como lo insinúa el propio Jesús, en su diálogo con
Ananías, será instrumento elegido para esa misión (vv. 15-16). La imposición de
manos por parte de Ananás, colma del Espíritu Santo a Saulo y recibe el
bautismo (vv.17-19). Esta experiencia paulina será seguida a lo largo de los
siglos por muchos Santos y Santas que descubren en este acontecimiento el
interés de Jesús de escoger a sus discípulos y testigos para el bien de su
Iglesia.
El evangelista nos invita a pasar del
discurso sobre el Pan, al discurso sobre la Eucaristía, del Pan de vida, al Pan
vivo, de la persona de Jesús al símbolo del Pan. Ya no se habla de fe, sino de
comer el Pan, a ello se une la promesa de vida para el futuro (v.51). Ya no se
habla del Pan que es Jesús, sino del Pan que ÉL dará, que es su carne para la vida
del mundo; se alude a la entrega de sí mismo en la cruz (cfr. Mc.14,22; Mt.26,26; Lc.22,19). Se produjo una discusión acerca del modo como Jesús, podía dar a comer
su carne: “¿Cómo puede este darnos a comer su carne?” (v. 52). Fue la
interrogante de los que escuchaban a Jesús en la sinagoga de Cafarnaún. Jesús,
no se detiene ni en el cómo, ni en la respuesta que ellos esperan. Va más allá,
a los efectos de la comida: vida eterna y comunión con ÉL y con el Padre.
Asegura que si no se comen su carne, ni se beben su sangre, no hay vida en
ellos, en cambio, quien lo hace, es decir, quien come su carne y bebe su
sangre, tiene vida eterna; su carne es verdadera comida, su sangre es verdadera
bebida (v.53). Quien quiera participar de la vida, ha de participar en la
Eucaristía. Se agrega el efecto
salvífico para quien participa en la Eucaristía: vida eterna. Es la
consumación salvífica: “Y yo le resucitaré en el último día” (v.54). La carne y
la sangre de Jesús son verdadera comida, ya que la Cena del Señor, no es
simbólica, sino comida real, se participa realmente de la carne y sangre de
Cristo. El, efecto sacramental es que quien comulga permanece en ÉL y Jesús en
el creyente, lo que expresa la intensidad de la comunión de los creyentes con
el Señor (v.55; cfr. Jn. 15, 1-7). Permanecer, viene a significar la duración
de la comunión, la participación de quien ha sido acogido en la comunidad busca
esta realidad en la Cena del Señor en forma definitiva. Esta experiencia afecta no sólo a los
creyentes entre sí, sino que en forma personal crece la vida escatológica entre
el creyente y Jesús glorioso. El enviado, Jesús, vive por el Padre (v.57), es
su participación en la vida divina, y ÉL comunica esa vida, su vida, a los
creyentes. La comunión con el Cristo paciente, hace del creyente propietario
por su participación del banquete eucarístico, de la virtud salvadora de la
pasión y muerte de Cristo (vv.56-57).
Este alimento eucarístico, es el contrapunto del maná, puesto que quien lo
comió murió, el que come este Pan bajado del cielo vivirá eternamente.
Concluimos, señalando la importancia que el evangelista da a la Eucaristía
relacionada con la cruz de Jesús. Es el Hijo del hombre Crucificado y Exaltado,
el que como Pan da su carne por la vida del mundo. Jesucristo glorificado es el
sujeto principal de la Cena del Señor, comer su carne y beber su sangre,
profundiza la comunión en forma personal. Encarnación y Eucaristía,
entrelazados en el misterio de la Cruz y Resurrección, para la vida de los
creyentes.
Enseña San Juan de la Cruz que la
visión beatífica, comienza en el alma del cristiano desde que comienza a amar a Dios y cumplir su palabra
conscientemente, aunque sabemos que su comienzo lo encontramos en su inicio de
fe bautismal. Viene al alma a habitar el
Padre y el Hijo, también después de cada comunión eucarística, hecha con fe,
pan que da vida eterna en el aquí y ahora. ¡Qué de bienes trae consigo cada
visita del Señor! Es lo que enseña Juan de la Cruz, desde su experiencia
eucarística y contemplativa. “¡Oh qué
bienes serán aquellos que gozaremos con la vista de la Santísima Trinidad!” (D
188).
Lecturas bíblicas
El autor de los Hechos, nos narra la
expansión del cristianismo con hechos muy concretos llevados a cabo por Pedro,
Pablo y los demás apóstoles y diáconos. Los sumarios o síntesis de
acontecimientos son otro modo de presentarnos la obra evangelizadora, como
ahora donde el autor nos señala la paz que reinaba en la Iglesia e iglesias
locales, comunidades que se extendía por toda Judea, Galilea y Samaría. Se cumplían las palabras de Jesús: “seréis mis
testigos en Jerusalén, Judea y Samaría… y hasta los
confines del mundo” (Hch. 1,8). Pero al desarrollo externo, se une su
crecimiento interno, edificado en el temor del Señor, en el pronto regreso de
Jesús como Juez (cfr. Hch. 10, 42; 17, 31), y el
servicio a ÉL vivido en la en la entrega cotidiana que exigía la fe. Se trata
del señorío de Cristo sobre la Iglesia y sus miembros. Pero Lucas enseña, que a
este desarrollo externo e interno hay que incorporar que la Iglesia crecía no
sólo, con el testimonio dado por los creyentes en la persecución, sino también
en tiempos de paz y la facilidad que podía gozar para la predicación de la
palabra de Dios. Pedro visita lugares ya evangelizados como Lida y Jope, donde
realiza la curación de un paralítico, y
resucita a Tabita. En ellos, si bien el protagonismo pareciera es de
Pedro, es la invocación del Nombre de Jesús lo importante: “Eneas, Jesucristo
te cura” (v. 34), y la fuerza de la oración la que resucita a la mujer.
Creyeron en Jesús resucitado y su poder sanador, lo que les transformó la
existencia, porque para eso había venido Cristo, para traer vida en abundancia
a los hombres (cfr. Jn. 10, 10).
El evangelio nos presenta dos
momentos: el final del discurso eucarístico (vv.60-66), y la confesión de Pedro
(vv.67-69). Esta última parte del evangelio, nos presenta el efecto de este
discurso eucarístico, se llega a la crisis, al enfrentamiento y al momento de
tomar una decisión; todo efecto de la palabra de Jesús. Las reacciones al discurso de Jesús, no se
hacen esperar: unos en contra, otros a favor, unos no creen a sus palabras,
otros tratan de comprenderlas. Sus palabras las califican de intolerables,
porque exigen a sus oyentes una respuesta de fe en Jesús y una concreción de
esa fe en la participación en la Cena del Señor. Esto demuestra que la fe es una decisión
personal, y no es algo autónomo e independiente, que incluye la opción por
Jesús. La murmuración de los oyentes, manifiesta, su mala disposición para
creer. El tropiezo y el escándalo, no se pueden evitar, el hombre se encamina
hacia la fe o hacia el rechazo. Jesús no priva al hombre de su decisión,
tampoco a sus apóstoles. Más difícil se hace creer cuando Jesús habla de subir
al Padre, donde estaba antes, pero su ausencia aumenta más aún la posibilidad
de creer (v.62). Pero esta una parte de la realidad, porque en el plano de la fe
y del espíritu, lo que anticipa el discurso sobre el Espíritu Santo de
despedida. El hecho de permanecer en la carne, es decir, en el plano
horizontal, terrenal, mundano e indispuesto a creer, no supera el escándalo.
Una manera incrédula de ver, distorsiona el objeto de la fe, Jesús, al no
contemplarle glorificado. Así se entiende que el espíritu da vida, porque obra
la fe en Jesús, lo que redunda en la recta comprensión de la persona y palabras
de Jesús. Sus palabras pertenecen al ámbito del Espíritu, poseen vida. No todos
aceptan la exhortación de Jesús, conoce lo interior de sus oyentes, por eso se
los manifiesta, tanto como se conoce a sí mismo y su destino. Muchos le dejaron
de seguir, se trata del misterio de la fe y de la incredulidad, misterio que sólo
Dios conoce porque sólo ÉL cuida la fe del hombre sin ofender su libertad
(vv.64-66). Esta marcha numerosa de galileos es un fracaso del mensaje de
Jesús, pero no se arredra un ápice de lo enseñado. Ahora corresponde a los
discípulos pronunciarse al respecto, con lo cual Pedro responde con otra
interrogante a la demanda de Jesús si también ellos quieren marcharse: “Señor, ¿dónde quién vamos
a ir?” (v. 68). La interrogante resalta la importancia de Jesús, por otra, para
quién ha comprendido quien es Jesús, no hay otra respuesta posible; la razón es
porque posee palabras de vida eterna. Texto que tiene un sentido exclusivo:
sólo tú y nadie fuera de ti, tiene palabras de vida eterna (vv.68-69). Sus
palabras hacen partícipe al creyente en la vida de Dios, la que sale al
encuentro del hombre en la historia con el acontecimiento Jesús. La confesión:
saber y creer que es el Santo de Dios (v. 69; cfr. Mc.1,21;
Lc.4,34), alude a la fe y al conocimiento que en Juan son elementos que se
complementan, Fe ilustrada y reflexiva;
el conocer supone un movimiento de confianza y reconocimiento. Jesús
según esta expresión pertenece totalmente a Dios, al ámbito de lo divino,
representa a Dios en el mundo. La confesión de fe de Pedro es auténtica, porque
es resultado de una decisión ante una situación de no consentimiento ante una
doctrina y porque es la respuesta a una interrogante que hace Jesús. Asistir a
la Eucaristía dominical es la mejor respuesta que podamos darle a Jesús en esta
vida.
San Juan de la Cruz, enseña al
respecto: “Porque la fe que habemos dicho, son los
pies con que el alma va a Dios, y el amor es la guía que la encamina” (CB
1,11). Esta es la única luz que necesitamos para hacer vida las palabras de
Jesús en nosotros.
P.
Julio González C.