TERCERA SEMANA DE
PASCUA
(Ciclo C)
Lecturas bíblicas:
a.- Hch. 5,27-32.40-41: Testigo de
esto somos nosotros y el Espíritu Santo.
Los
apóstoles son arrestados por orden del Sumo Sacerdote, y reunido el Sanedrín,
son acusados de dos cosas: desobediencia a lo que se les había mandado, y
difamación, por hacerles responsables de la muerte de Jesús. Habían
desobedecido las órdenes dadas (cfr. Hch. 4, 18-19); habían despreciado la
autoridad, y por ello debían recibir un castigo. Pedro se defiende diciendo que
la obediencia a Dios, es mayor que la debida a los hombres. Ellos obedecen,
desde el momento que predican lo que Dios hizo en Jesús, en bien de los
hombres. Pedro asume la acusación de difamación, por imputarles la
responsabilidad en la muerte de Jesús, los acusadores ni siquiera pronuncian el
Nombre de Jesús, prefieren hablar de ese Nombre, de ese hombre (v.28). Deben
reconocer que toda la ciudad habla de ese Nombre, como consecuencia de la
predicación de los apóstoles. Es el reconocimiento y glorificación de Jesús, lo
que significaba, la condena de quienes le habían dado muerte. La respuesta a la
segunda acusación, Pedro responde con el kerigma cristiano: la muerte y
resurrección de Jesús. Expone dejando en claro, lo que ellos hicieron, y lo que
hizo Dios: ellos permitieron a los romanos crucificarle. La misma Ley permitía
que el criminal fuese colgado (cfr. Dt.21,22). El
rechazo que padeció Jesús de parte de ello, además de culpable, fue un error,
que Dios se encargó de manifestar, resucitándole de entre los muertos. Es el Dios de los
padres, quien resucitó a Jesús, si creen en ÉL, deberían lo mismo aceptar la
predicación de los apóstoles. Es por medio de la Resurrección, que Dios ha
constituido en príncipe y salvador a ese Hombre; príncipe en el sentido de jefe
del nuevo pueblo, como lo fue Moisés en la antigüedad. Salvador es su título,
que por medio de su muerte y exaltación
concede a su pueblo el arrepentimiento y el perdón de los pecados. Con ello, se
alude al “Padre perdónales porque no saben lo que hacen” (Lc. 24,34).
Arrepentimiento, que más allá de ser un acto humano, es pura gracia de Dios, y
conversión constituyen el núcleo del evangelio de Lucas. Termina Pedro, sus
palabras hablando en nombre de todos los apóstoles, como testigos oculares de
evangelio que predica, junto al Espíritu Santo, que han recibido los que le
obedecen, testimonio que cuanto afirma, es verdadero por la fe que profesan
abiertamente.
b.- Ap. 5, 11-14: Digno es el
Cordero degollado de recibir el poder y
la alabanza.
El
texto que meditamos, tiene una pregunta que se hace el ángel. “¿Quién es digno
de abrir el rollo y de soltar sus sellos?”
(v.2). El libro sellado con siete sellos está en la mano derecha de Dios, y sólo Jesús resucitado es digno de
abrir el libro y sus sellos. El texto tiene un carácter dramático. El libro
sellado simboliza la historia humana; no es que esté escrito todo lo que va a
suceder, sino que ahí se concentra el misterio y sentido de toda la historia
humana. Nadie es digno de abrirlo y de leerlo, Juan llora por ello (cfr. Ap.5,4). Ese llanto del apóstol simboliza, la angustia de la
comunidad, que no comprende la historia, la persecución y la opresión. En ese momento viene Jesús resucitado, como si
estuviera resucitando en ese momento: “Pero uno de los Ancianos me dice: «No
llores; mira, ha triunfado el León de la tribu de Judá, el Retoño de David; él
podrá abrir el libro y sus siete sellos.» (Ap.5,5). Aparece
con las marcas de su martirio, como Cordero degollado (cfr. Ap. 5,6) con la
plenitud de su poder, de su Espíritu, y la Sabiduría de Dios. Desaparece la
angustia y vuelve la alegría, y alabanza de los santos, que irrumpe en un
cántico nuevo. Estos cánticos expresan la alegría y esperanza de los pobres;
además, ellos explican e interpretan a los oyentes, lo que está pasando o se
está revelando en ese momento. Estos cánticos tienen una gran densidad
política, representan una conciencia alternativa. Concretamente este cántico (cfr.
Ap.5,9-15), que la liturgia nos ofrece, es un himno a
Jesús resucitado que puede interpretar la historia, primero porque fue
degollado, es decir por el testimonio de su muerte. Juan usa un término
económico, comprar para Dios, y luego político, el reino. Jesús compró para
Dios con su sangre, hombres y mujeres de toda raza, pueblo y nación. Con todos
ellos hizo un Reino, los constituyó en sacerdotes y reinan sobre la tierra. Estas
visiones de Juan son reales, vistas por él y los sonidos, son escuchados por
él: las huestes celestiales elevan sus voces en alabanza de Dios. "Digno
es el Cordero degollado” (v.12). En seguida, el Cordero es destacado con el
artículo definido, al decir, "el Cordero, el que fue inmolado", alude
a los sufrimientos, también de los cristianos que son perseguidos a causa de su
fe (cfr. 1Jn.3, 12ss; Ap. 6,4; 13,3). Los ángeles, agregan otras cuatro
cualidades en la aclamación al Cordero a las ya mencionadas (cfr.Ap.4,11) que
corresponden al carácter de Dios, a ÉL se atribuyen de parte de los redimidos
las otras tres que son el poder, tanto físico como moral, es el Hijo eterno de
Dios (cfr.1Cor.1,24); riquezas que comparte con los suyos (cfr. Ef.3,8; 2
Cor.8,9); sabiduría que cuanta con el nivel espiritual del hombre, lo que la
política habitualmente ignora (cfr. Ef.1,8; 3,10; Is.11,2); "fortaleza"
hecha realidad en su resurrección (Ef. 6:10, 2 Tes. 1,9); "honra" merecida por el Padre y el Hijo, (Jn. 5,22-23).
De la manera que Cristo fue humillado durante su encarnación, será enaltecido
durante su gloria, (cfr. Flp. 2,5-11; Hb. 2,9); gloria que le corresponde
como manifestación del Padre, revelada
durante su ministerio y que será vista en su segunda venida (cfr. Hb.1,3; Mt.17,5; 24,30); "alabanza" lo único propio
que podemos ofrecer a Aquel que lo posee todo.
c.- Jn. 21,1-19: ¡Es el Señor! Simón,
¿me amas?
En
el evangelio el protagonismo lo tiene en forma indiscutible Simón Pedro, luego
de Jesús Resucitado. Encontramos esta aparición del Resucitado a los discípulos
(vv.1-14), y luego un diálogo de Jesús con Pedro (vv.15-19). En cada una de
estas escenas, encontramos dos temas: la pesca y la comida. Mientras que en el
diálogo con Pedro, recibe el encargo de la misión pastoral, y el anuncio de su
futuro martirio en Roma. Esta es la tercera aparición de Jesús Resucitado: esta
vez en las orillas del lago de Galilea. Es reconocido por Juan, quien se lo
comunica a Pedro (v.7). Luego de no haber pescado nada durante la noche, echan las redes a la derecha de la barca, por
mandato de Jesús (v.6), y obtuvieron una
gran pesca, símbolo de la futura misión universal de la Iglesia. Ellos habían
sido constituidos, pescadores de hombres, presentado como nuevo Elías (cfr.
Mc.1,17; Mt.4,19; Lc.5,10; 7,15; 1Re.17,23;19,19-21).
A la pesca siguió una cena en clave eucarística: “Venid y comed” (v. 12),
preparada por el propio Jesús, con peces y pan. El gesto de tomar el pan en sus
manos, lo mismo hizo con el pecado, y repartirlo, recuerda la multiplicación de
los panes y los peces, lo que había hecho en la última Cena, y en la casa de
Emaús (cfr. Jn. 6,1-15; 2Re. 4,42-44; Nm. 11,13.22; Dt.8,3).
Qué bien queda descrito, cómo Jesús, prepara un banquete para el cristiano. “Después
de haber comido, dice Jesús a Simón Pedro: “Simón hijo de Juan, ¿me amas?”
(Jn.21,15ss). Este es el segundo momento, la triple confesión de amor y de fidelidad,
que hace Pedro, luego que Jesús, le pregunta si lo ama. Esta es la gran
rehabilitación de Pedro, después que lo negara en la Pasión (cfr. Jn. 18,
25-27). A cada pregunta respondió: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero” (vv.
15-17). Pedro, pasó el examen de amor, para ser vicario de Cristo en el pueblo,
que le fue confiado. La idea de Jesús, es preguntarle a Pedro, si lo ama con el
mismo amor que Él predicó durante su vida pública, y sobre todo, en la noche de
la Última Cena, si lo ama más que el resto de los discípulos. Pedro, lo quiere,
lo siente, sabe que es su Amigo. A la tercera pregunta, Jesús quiere
profundizar esa amistad, recordarle sus negaciones, Pedro no duda, y le
confiesa su amor desde el conocimiento que Jesús tiene de él. Como a un amigo,
Jesús le confía el cuidado de su rebaño, y de sus ovejas, es decir, la
totalidad del rebaño. Deberá darles alimento y guiarlos, es decir, dar la vida
por el rebaño y ser luz para el camino. Y como su Amigo dará gloria a Dios,
como ÉL, muriendo en la Cruz. Jesús anuncia a Pedro, no sólo que lo “atarán” y
lo harán prisionero sino que, “extenderá las manos”, lo que podría evocar la
crucifixión que sufrirá Pedro al final de sus días (v. 18). La triple confesión
de amor ha superado la triple negación. Ahora Pedro está en condiciones
espirituales para poder seguir a Jesús, de ahí la llamada a seguirle que le
hace, con la misma fuerza, con que lo llamó la primera vez (cfr. Jn. 1, 42). A
Pedro se le confía la Iglesia que deberá guiar movido por el Espíritu Santo,
porque Jesús lo amaba, y encontró en él una respuesta de amor. Le anuncia su
futuro testimonio de amor en el martirio, con lo que Pedro sellará su vida
dedicada a la predicación y servicio al prójimo. Si Jesús nos hiciera esa
pregunta: ¿cuál sería nuestra respuesta?
Para que se acreciente nuestro amor al Señor, debemos cultivar una
exquisita amistad con Él, por medio de la escucha de su palabra, la recepción
de la Eucaristía, poner por obra su evangelio de gracia y salvación. La
Iglesia, necesita el testimonio de amor y fidelidad a Jesucristo en cada uno de
sus hijos, para sentirnos verdaderos discípulos, amigos de Cristo, dispuestos
como ÉL a dar la vida por el prójimo. La comunidad eclesial deberá apostar por
toda causa justa, servicio a la verdad, a la libertad, al progreso humano y
social, sufriendo y padeciendo por el evangelio, como todos los apóstoles y
mártires que conocemos, que beben el mismo cáliz de Jesús. Este es el
testimonio que la Iglesia y la sociedad necesitan con urgencia. Hay que
escuchar a Jesús dirigiéndose a Pedro: Sígueme (v.19).
Santa
Teresa de Jesús, nos invita a cuidar la
fe que tenemos en Cristo Jesús. “No son estas almas de las que harán lo que San
Pedro, de echarse en la mar (Jn.21,7), ni lo que otros
muchos santos. En su sosiego allegarán almas al Señor, mas no poniéndose en
peligros; ni la fe obra mucho para sus
determinaciones. Una cosa he notado: que pocos vemos en el mundo, fuera de
religión, fiar de Dios su mantenimiento; solas dos personas conozco yo. Que en
la religión ya saben no les ha de faltar; aunque quien entra de veras por solo
Dios, creo no se le acordará de esto. ¡Mas
cuántos habrá, hijas, que no dejaran lo que tenían si no fuera con la
seguridad! Porque en otras partes que os he dado aviso he hablado mucho en
estas ánimas pusilánimes y dicho el daño que les hace y el gran bien tener
grandes deseos, ya que no puedan las obras, no digo más de éstas, aunque nunca
me cansaría. Pues las llega el Señor a tan gran estado, sírvanle con ello, y no
se arrincone; que aunque sean religiosos, si no pueden aprovechar a los
prójimos, en especial mujeres, con determinación grande y vivos deseos de las
almas, tendrá fuerza su oración, y aun por ventura querrá el Señor que en vida
o en muerte aprovechen… Así que, hijas mías, el Señor si os ha traído a este
estado, poco os falta para la amistad y la paz que pide la Esposa; no dejéis de
pedirla con lágrimas muy continuas y deseos. Haced lo que pudiereis de vuestra
parte para que os la dé; porque sabed que no es ésta la paz y amistad que pide
la Esposa; aunque hace harta merced el Señor a quien llega a este estado,
porque será con haberse ocupado en mucha oración y penitencia y humildad y
otras muchas virtudes. Sea siempre alabado el Señor que todo lo da, amén.”
(Conceptos del Amor de Dios 2,29-30).
LUNES
Lecturas bíblicas:
a.- Hch. 6, 8-15: Prisión del diácono
Esteban.
El
autor de los Hechos, fija su atención en Esteban, uno de los siete diáconos. Es
acusado de predicar contra Moisés y Yahvé, contra el santo lugar, como era el
templo, contra la Ley; y que Jesús
destruiría el templo (cfr. Mc. 14, 58; Jn. 2, 19ss); que cambiaría las
costumbres que les había transmitido Moisés (vv.11.13-14). La acusación viene
de los miembros de la Sinagoga de los
Libertos, ante el Sanedrín; Esteban, en cierto modo, revive la pasión de Cristo
en su vida, con incluso, el mismo procedimiento que usaron los judíos contra
Jesús: falsos testimonios, calumnias, el pueblo que se levanta contra él. Terminada la acusación la mirada airada de
los miembros del Sanedrín, esperaban una respuesta, de aquel que ponía en duda
lo que ellos consideraban más sagrado: Esteban se había convertido, como Jesús,
en un peligro de la identidad judía. Los miembros del Sanedrín contemplaron la
gloria de Dios, reflejada en el rostro de Esteban, favor concedido a los
testigos escogidos, para anunciar la obra de Yahvé: la Resurrección de
Jesucristo. (cfr. Mt. 17, 2; Ex. 34, 29ss).
b.- Jn. 6, 22-29: La obra que Dios
quiere: creer en su enviado.
El
evangelista Juan, nos quiere comunicar cómo luego de la multiplicación de los
panes, la gente busca a Jesús irresistiblemente, pero no porque crean en ÉL,
sino más bien por curiosidad, por hambre, en todo caso, no es el seguimiento
que exige Jesús, el de ellos. El signo apuntaba hacia una realidad más profunda
que la muchedumbre no comprendió. Debían buscar el pan imperecedero, la Eucaristía
(v.23). Jesús habla de este pan, “alimento que permanece para la vida eterna”
(v. 27). El que coma de ese alimento tendrá un juicio favorable en el último día,
y la vida eterna que daré el Hijo del Hombre, sellado por Dios, es decir,
legitimado por Dios (cfr. Dn.7). Es el alimento que produce vida eterna, y que
ÉL les ofrece, anunciado por el maná del Éxodo, pan bajado del cielo, que es
Cristo, don del Padre. La gente
pregunta: ¿Qué obra de Dios, han de realizar? Sólo una cosa: Creer en Aquel que
el Padre ha enviado (v. 29). Si el Hijo ha venido con el sello divino, la obra
salvífica de Dios, lo que exige del hombre es creer, la fe. Aceptar la obra
realizada por Dios en Cristo Jesús, eso es lo que hay que reconocer. Se llega a
Jesús, por la fuerza de atracción que realiza el Padre en el interior de cada
hombre y la adhesión que provoca en quien contemple a Cristo, obra de su
amoroso poder. Quien se une a Cristo Jesús no conocerá la muerte, sino la vida
eterna.
Santa
Teresa de Jesús, hija de su tiempo, como nosotros del nuestro, nos invita a
creer sólo en Dios y fiarse de los que viven según el Evangelio. “Así que,
hermanas, dejaos de estos miedos. Nunca hagáis caso en cosas semejantes de la
opinión del vulgo. Mirad que no son tiempos de creer a todos, sino a los que
viereis van conforme a la vida de Cristo. Procurad tener limpia conciencia y
humildad, menosprecio de todas las cosas del mundo y creer firmemente lo que
tiene la Madre Santa Iglesia, y a buen seguro que vais buen camino. Dejaos
-como he dicho- (12) de temores, adonde no hay qué temer. Si alguno os los
pusiere, declaradle con humildad el camino. Decid que Regla tenéis que os manda
orar sin cesar -que así nos lo manda- y que la habéis de guardar (13). Si os
dijeren que sea vocalmente, apurad si ha de estar el entendimiento y corazón en
lo que decís. Si os dijeren que sí -que no podrán decir otra cosa-, veis adonde
confiesan que habéis forzado de tener oración mental, y aun contemplación, si
os la diere Dios allí.” (CV 21,10).
MARTES
Lecturas bíblicas:
a.- Hch. 7, 51-59; 8,1: Martirio de
San Esteban.
El
encendido discurso de Esteban, destaca las infidelidades del pueblo de Israel
para con Dios, rechazo de su palabra. Persiguieron a los profetas hasta morir
mártires, y ahora, cargan con la culpa de la muerte de Jesucristo, Justo (cfr.
Jn. 3, 14: Sap. 2,10ss), es decir, al Mesías, el
Siervo sufriente (cfr. Jn. 3, 14; Sab. 2,10ss). La Ley había sido por Yahvé a
Moisés, pero Israel, la rechazó con su infidelidad, por lo mismo rechazó al
Mesías a quien conducía esta expresión de la voluntad divina. Por lo que venía
a decir que la Ley y el templo habían sido superados. Las palabras de Esteban
en contra del Sanedrín era una crítica muy dura para sus oídos, para sus
conciencias, rechinaban sus dientes de ira (v. 54). El colmo fue cuando dice
ver al Hijo del Hombre, sentado a la derecha de Dios (v. 56), palabras
insoportables a sus oídos. Era como si Esteban afirmara, que había tenido una
epifanía, Dios aprobaba sus palabras, que los cristianos, sus hermanos, estaban
en vías de salvación, mientras ellos permanecían resistiendo a la voluntad de
Dios. El Sanedrín escucha las palabras de Esteban, como una blasfemia, el
acusado se convierte en un acusador de los mismos que habían condenado de
Jesús. Lo sacan fuera de la ciudad, y Esteban muere lapidado, como testigo de
Jesús. El joven Saulo, cuida los vestidos de aquellos que lanzan las piedras o
sea ejecutan la sentencia. Esteban ora con la sabiduría de los Salmos y se dirige a Jesús, como centro
gravitacional del creyente en el momento de la muerte, con la certeza de saber
que Jesús, ha sido exaltado a la diestra del Padre. Si la semejanza no fuera
poca con la Pasión de Jesucristo, el diácono Esteban, entrega su espíritu
perdonando a sus enemigos. Se cumplen las palabras de Jesús pronunciadas
durante su Pasión, que desde ese momento estaría sentado a la derecha del poder
de Dios (cfr. Lc. 22,69).
b.- Jn. 6, 30-35: Mi Padre os da el
verdadero Pan del cielo.
Juan,
nos presenta en el evangelio, la reacción de la gente: la obra que Dios que
hagan es creer en su Enviado, esto quiere decir, aceptar su Persona, su
Palabra, fe. “¿Qué estaría justificando estas exigencias de Jesús? Si se
presenta como un profeta al estilo de Moisés, debe realizar signos parecidos a
los que él realizó. Le señalan el maná que sus padres comieron, como un signo
venido del cielo, asociado a la pascua. Todo eso ya está cumplido: ÉL es el pan
de Dios bajado del cielo. Pero atentos, que no fue Moisés, quien les dio el pan
del cielo sino su Padre que está en los cielos. Moisés, les dio un pan
perecedero, pan sobrenatural, si se quiere, pero que saciaba sólo el hambre
natural. Jesús ofrece algo más, satisfacer todas las apetencias y exigencias
existenciales del hombre. Jesús ofrece pan de vida eterna, que quita toda
hambre. Venir a ÉL para saciarse, está muy ligado al tema de la fe, venir a ÉL
es signo de creer en ÉL. La gente comprendió que ese pan era el verdadero, el
que necesitaban, de ahí la exclamación: “Señor, danos siempre de ese pan.» Les
dijo Jesús: «Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y
el que crea en mí, no tendrá nunca sed.” (vv. 34-35). Este es el pan de Dios
para el hombre que crea. Acercarse en la liturgia eucarística a recibir este
pan de vida eterna, es para crecer en comunión con Dios Padre y con el prójimo
que tenemos ahí a nuestro lado, compartiendo el mismo banquete preparado por el
Señor Resucitado.
Santa
Teresa de Jesús, nos exhorta el verdadero alimento del espíritu la palabra y la
Eucaristía. “ Es
como si entra un criado a servir; tiene cuenta con contentar a su señor en
todo. Mas él está obligado a dar de comer al siervo mientras está en su casa y
le sirve, salvo si no es tan pobre que no tiene para sí ni para él. Acá cesa
esto; siempre es y será rico y poderoso. Pues no sería bien andar el criado pidiendo
de comer, pues sabe tiene cuidado su amo de dárselo y le ha de tener. Con razón
le dirá que se ocupe él en servirle y en cómo le contentar, que por andar
ocupado el cuidado en lo que no le ha de tener no hace cosa a derechas. Así
que, hermanas, tenga quien quisiere cuidado de pedir ese pan; nosotras pidamos
al Padre Eterno merezcamos recibir el nuestro pan celestial de manera que, ya
que los ojos del cuerpo no se pueden deleitar en mirarle por estar tan
encubierto, se descubra a los del alma y se le dé a conocer, que es otro
mantenimiento de contentos y regalos y que sustenta la vida” (CV 34,5).
MIERCOLES
Lecturas
a.- Hch. 8,1-8: Persecución contra la
Iglesia y predicación de Felipe
A la
muerte de Esteban siguió una persecución contra la Iglesia, sólo los apóstoles
permanecieren en Jerusalén, mientras que todos los demás huyeron dispersándose
por las regiones de Judea y Samaría (v. 1). Esta persecución debió afectar
mayormente a los dirigentes de la sinagoga de los Libertos, los helenistas,
grupo más radical, que el de los hebreos de la Diáspora, que quería una ruptura
con el judaísmo del templo. El martirio de Esteban, abrió las puertas a los
paganos y es Felipe uno de los siete diáconos que comienza su trabajo misional
entre los paganos. Tiene los mismos atributos que los apóstoles: predica y hace
milagros en Samaría. Este pueblo que era considerado apóstatas y lejos de la
salvación, acoge la predicación de Felipe, realiza exorcismos, sana a los
enfermos. El texto señala la alegría que llevó Felipe con su predicación y
milagros a aquellas gentes; alegría y gozo, frutos de la acción del Espíritu
Santo. Samaría como otras ciudades se agrega a la lista de pueblos convertidos
al evangelio que en Roma encontrará su cénit, en la mentalidad de Lucas.
b.- Jn. 6, 35-40: El que cree tiene
vida eterna.
Juan
continúa presentando el discurso de Jesús sobre el Pan de vida, que se refiere
a la revelación de su Persona, y la revelación que el Padre le mandó
comunicarnos. Hay cuatro ideas o temas fundamentales que hay que considerar:
Jesús es Pan de vida, todo los que le ha entregado el Padre vendrán a ÉL, como
Enviado viene a hacer la voluntad de su Padre y ésta es que todos los que le ha
entregado, alcancen la resurrección en el día final, porque quien crea en el
Hijo, tendrá vida eterna. La iniciativa es de Dios, viene al hombre en Jesús de
Nazaret, su respuesta es la fe. Es el
Padre quien le entrega todo al Hijo, los hombres y
mujeres a salvar, estos recibirán la vida eterna, porque han creído en Jesús,
resucitarán en el último día. La fe es
don y compromiso, tarea del hombre que debe decidir: acepta o no acepta a
Jesucristo, creer o no creer. Yo soy el Pan de vida. Jesús se presenta como el
alimento, para la vida de los hombres. Es el la revelación del Padre, Pan de vida
que hay que comer en la Eucaristía, eternidad aquí y ahora, vida eterna y resurrección vivida en
el tiempo camino de la eternidad.
Santa
Teresa de Jesús ve en la Eucaristía, la fuente de la salud el alma y del
cuerpo. “¿Pensáis que no es mantenimiento aun para estos cuerpos este santísimo
manjar, y gran medicina aun para los males corporales? Yo sé que lo es, y
conozco una persona de grandes enfermedades que, estando muchas veces con
graves dolores, como con la mano se le quitaban y quedaba buena del todo (8).
Esto muy ordinario, y de males muy conocidos que no se podían fingir, a mi
parecer. Y porque de las maravillas que hace este santísimo Pan en los que
dignamente le reciben son muy notorias, no digo muchas que pudiera decir de
esta persona que he dicho, que lo podía yo saber y sé que no es mentira. Mas
ésta habíala el Señor dado tan viva fe, que cuando
oía a algunas personas decir que quisieran ser (9) en el tiempo que andaba
Cristo nuestro bien en el mundo, se reía entre sí, pareciéndole que, teniéndole
tan verdaderamente en el Santísimo Sacramento como entonces, que ¿qué más se
les daba?” (CV 34,6).
JUEVES
Lecturas bíblicas
a.- Hch. 8,26-40: Felipe y el etíope.
Los
Hechos nos presentan, cómo el evangelio se iba expandiendo más y más,
conquistando terrenos vedados hasta hacía poco tiempo. El etíope era un pagano,
además por ser eunuco, excluido de la asamblea litúrgica judía (Dt. 23, 1).
Quizás era simpatizante de la religión judía, de sus principios religiosos,
pero no partícipe de la comunidad judía por su condición, sería el primer
pagano admitido en el seno de la Iglesia. Felipe, uno de los siete diáconos, es
presentado como evangelista (cfr. Hch. 21,8), predica y obra prodigios.
Evangeliza Samaría, muy cercanos a los judíos, por lengua y religión, aunque
considerados por éstos como cismáticos y fuera de la salvación. La obra es del Señor que manda a Felipe a ir
hacia el etíope y ponerse en camino. Se ve que el etíope hacía la lectura
griega de la Biblia, en concreto del pasaje de Isaías (53,7-8); lo hace en alta
voz. Texto difícil, que buscaba comprender quien era la persona dispuesta a
realizar a favor del pueblo todo lo que decía la profecía. La Iglesia, aplicó
el pasaje a Jesucristo el Señor. Para Felipe, en cambio, es el punto de partida
de su trabajo apostólico. Luego de su catequesis y de anunciarle la Buena Nueva
de Jesús al etíope germina la pregunta: “¿Qué impide que yo sea bautizado?” (v.
36). Hecha la profesión de fe, es decir, creer en Jesucristo, fue bautizado.
Felipe continuó predicando el Evangelio con la fuerza del Espíritu Santo.
b.- Jn. 6, 44-51: Yo Soy el pan vivo.
El
evangelista nos presenta la clara reacción de los judíos ante la frase de
Jesús: “Yo soy el pan que ha bajado del cielo” (Jn. 6,41). Todos conocen el
origen de Jesús. La murmuración del pueblo, recuerda la de los israelitas en el
desierto contra Yahvé y su servidor Moisés. Mantiene en el trasfondo el
evangelista el tema del maná, el milagro de la multiplicación de los panes y el
nuevo tema, del pan de vida. La respuesta al origen de Jesús la encontramos
cuando nos enseña que ÉL es el Enviado y Revelador del Padre; estaba en Dios y
desde Dios baja para alimentar al hombre (vv.44-46). El mejor camino para
conocer a Jesús y su origen es la fe, atraído por el Padre, a dar una respuesta
manifestada en la Palabra. Es en la Escritura, donde encontramos el comienzo
del camino, para ser guiados por el Padre hacia su Hijo. Así han hecho los que
escudriñan las Escrituras rectamente, escuchan al Padre, son adoctrinados por
ÉL. Hay que sentir la atracción de Dios hacia Jesús, en la propia existencia,
para que cese la murmuración. Dios obra y enseña por medio de su Hijo, y en lo
interior, en el tiempo anunciado por el profeta (cfr. Is. 54,13). Comer el pan
de Dios, preparado para el hombre, es la etapa final de la historia de la
salvación por la venida de Jesús, y creer en ÉL, es entrar en esta dinámica de
vida nueva que prepara el juicio. Sólo este Pan de vida, Jesús, realiza el proyecto de salvación que Dios
tiene para el hombre: sólo ÉL vence la muerte, lo que no hizo el maná, sólo ÉL
es el Pan vivo que baja del cielo, no el maná, sólo Él comunica vida eterna. Se
acentúa el hecho de comer, y el asimilar la plenitud de la vida de Jesús, de
todo aquel que se acerca a Jesús. Hoy más que nunca los cristianos necesitamos
escuchar a Dios, para aprender, reconocer a su Hijo, en su palabra, y en la
Eucaristía como alimento que sacie el hambre de Dios, de dignidad humana
robada, de verdad y de justicia, de paz y amor que existe como vacío en nuestra
sociedad. Muchos creyentes absorbidos por sus ocupaciones al reflexionar un
poco, ven que sus fundamentos de fe han sido, sino del todo, corroídos por el
materialismo. Unos reaccionan positivamente y vuelven a la fe, otros la
abandonan, sin embargo, Dios quiere enseñarnos el camino hacia su Hijo, desde
la Escritura.
Santa
Teresa de Jesús, cada vez que comulgaba se sentía consumir toda ella en amor a
Dios. “No digo que es comparación, que
nunca son tan cabales, sino verdad, que hay la diferencia que de lo vivo a lo
pintado, no más ni menos. Porque si es imagen, es imagen viva; no hombre
muerto, sino Cristo vivo; y da a entender que es hombre y Dios; no como estaba
en el sepulcro, sino como salió de él después de resucitado; y viene a veces
con tan grande majestad, que no hay quien pueda dudar sino que es el mismo
Señor, en especial en acabando de comulgar, que ya sabemos que está allí, que
nos lo dice la fe. Represéntase tan señor de aquella
posada, que parece toda deshecha el alma se ve consumir en Cristo. ¡Oh Jesús
mío!, ¡quién pudiese dar a entender la majestad con que os mostráis! Y cuán
Señor de todo el mundo y de los cielos y de otros mil mundos y sin cuento
mundos y cielos que Vos crearais, entiende el alma, según con la majestad que
os representáis, que no es nada para ser Vos señor de ello” (V 28,8).
VIERNES
Lecturas bíblicas
a.- Hch. 9, 1-20: Conversión de San
Pablo.
La
primera lectura nos presenta la conversión de Pablo. Tres veces narra Pablo
este encuentro con Cristo Resucitado, lo que habla de su importancia, pero hay
que destacar además, que él no sólo lo narra sino que lo afirma: ha visto el
Señor (cfr. 9, 1; 15,8; Gál. 1,15). Para Pablo su conversión y vocación fue
algo inmediato, en cambio, también sabemos que hubo personas, que mediaron en
este proceso de hacerse cristiano (cfr. Gál. 1, 1. 11-12; 9,10). El diálogo que
encontramos al comienzo presenta a Jesucristo con la iniciativa, como siempre,
llamando al hombre, éste responde, pero es Cristo, quien tiene la última
palabra. Comunica su voluntad y la misión que le encomienda, Pablo la recibe
(cfr. Hch. 9, 4-6; 22,7-10; 26,14-16). La misión que le encomienda al Señor,
recreado por Lucas, tiene elementos que describen la vocación y la misión de
los grandes profetas de Israel (cfr. Ez.1-2; Jer.1; Is.6), y Jesús se dirige a
Pablo, como si Yahvé llamara a uno de los antiguos profetas, y ofrece la
llamada vocacional. La visión de Pablo, y Ananías, hablan a las claras que es
Dios quien dirige esta historia de salvación, para este instrumento, elegido
del Resucitado (cfr. Hch. 9, 10-16). La aparición de Cristo a Pablo transformó
toda su existencia, lo encaminó hacia una misión que le fue encomendada por
Dios: la conversión de los gentiles.
b.- Jn. 6, 51-59: Mi carne es
verdadera comida.
El
evangelista Juan nos presenta un avance, respecto a lo que nos viene diciendo
sobre el Pan de vida. Un primer paso, será creer en Jesús, para tener vida
eterna, ahora se agrega, el hecho que debemos comer su carne (v. 51), para
tener el mismo efecto. El protagonismo que hasta ahora tenía como dador del pan
de vida, pasa al Hijo, que da a comer su carne y su sangre. Comer en este
contexto, se refiere a la Institución de la Eucaristía; la palabra carne, nos
relaciona más al momento de la Institución, que la palabra cuerpo. Su misma
carne es el Pan de vida, Jesús habla en futuro, de su muerte, alusión a la
Encarnación y la Eucaristía. Queda unido el significado eucarístico con el aspecto
sacrificial (cfr. 1 Cor. 11,24; 3, 15-16). Comer y beber el cuerpo y la sangre
de Cristo, nos habla de un Cristo Dios y Hombre verdadero. La Eucaristía
perpetúa el misterio de la Encarnación y de la muerte y Resurrección de Cristo.
La vida eterna nos viene de la participación activa, creyente en el Sacramento:
sin fe no hay Eucaristía. Vida eterna y resurrección en el último día (v. 54)
nos hablan de una escatología futura y otra presente, la misma que nos viene
por la unión al Hijo del Hombre, por la Eucaristía (cfr. 1 Cor. 11, 26; Mc. 14,
25; Lc. 22, 18). Esta vida eterna se obtiene viviendo la comunión con
Jesús, la misma que existe entre el
Padre y el Hijo, es decir, comer y beber, su cuerpo y sangre, nos da vida
eterna, comunión de amor y conocimiento.
Santa
Teresa de Jesús, comenta la petición de Jesucristo al Padre en la oración que
nos enseñó. “Pues en esta petición,
"de cada día" parece que es "para siempre". Estando yo
pensando por qué después de haber dicho el Señor "cada día", tornó a
decir "dánoslo hoy, Señor", ser nuestro cada día, me parece a mí
porque acá le poseemos en la tierra y le poseeremos también en el cielo, si nos
aprovechamos bien de su compañía, pues no se queda para otra cosa con nosotros
sino para ayudarnos y animarnos y sustentarnos a hacer esta voluntad que hemos
dicho se cumpla en nosotros. El decir
"hoy", me parece es para un día, que es mientras durare el mundo, no
más. ¡Y bien un día! Y para los desventurados que se condenan, que no le
gozarán en la otra, no es a su culpa si
se dejan vencer, que El no los deja de animar hasta
el fin de la batalla; no tendrán con qué se disculpar ni quejarse del Padre
porque se le tomó al mejor tiempo. Y así le dice su Hijo que, pues no es más de
un día, se le deje ya pasar en servidumbre; que pues Su Majestad ya nos le dio
y envió al mundo por sola su voluntad, que El quiere
ahora por la suya propia no desampararnos, sino estarse aquí con nosotros para
más gloria de sus amigos y pena de sus enemigos; que no pide más de "hoy", ahora nuevamente;
que el habernos dado este pan sacratísimo para siempre, cierto lo tenemos. Su
Majestad nos le dio -como he dicho- este mantenimiento y maná de la Humanidad,
que le hallamos como queremos, y que si no es por nuestra culpa, no moriremos
de hambre; que de todas cuantas maneras quisiere comer el alma hallará en el
Santísimo Sacramento sabor y consolación. No hay necesidad ni trabajo ni
persecución que no sea fácil de pasar, si comenzamos a gustar de los suyos” (CV
34,1-12).
SABADO
Lecturas
a.-Hch.
9, 31-42: Pedro en sana a un paralítico y resucita a una mujer.
La
primera lectura, nos presenta otro de los sumarios, síntesis que usa Lucas,
para hablarnos de la paz que gozaba la Iglesia en ese momento. Las iglesias, se
iban multiplicando por el territorio de Judea, Samaria y Galilea, pero más
importante, era su crecimiento interior, el servicio que prestaban los
creyentes al Señor Jesús, Juez de vivos y muertos, como algo esencial de la
vida cristiana (cfr. Hch. 10, 42; 17, 31).
Esa paz y tranquilidad daba paso, como la persecución, a una mayor
expansión del Evangelio, espacio para la predicación y las obras, fruto de la
fe de las personas. Las dos visitas que hace Pedro a Lida y Jope, en Galilea,
habían sido evangelizadas antes por el diácono Felipe. Lucas, al narrar estos
milagros realizados por Pedro y Pablo, en los Hechos deja en claro, que es
Jesús, quien actúa por medio de su Espíritu, en ellos por la semejanza, que
encontramos con los realizados por Cristo en los Sinópticos. Pedro sana al
paralítico, de la misma forma, como al comienzo de la narración de los Hechos
(cfr. Lc. 5, 17ss). La resurrección de Tabitá, evoca
otros milagros realizados por Jesús (cfr. Lc. 8, 40). En ambos casos, la
reacción de la gente fue una gran adhesión a Jesucristo y a su evangelio.
b.- Jn. 6, 60-69: Reacciones al
discurso del pan de vida.
Las
reacciones al discurso de Jesús, no se hacen esperar: decepción para unos,
escándalo para otros, porque lo entendieron en forma literal. Aparece una vez,
más la incomprensión tan propia del evangelio de Juan, ante el discurso de
Jesús: habla de comer su carne. Pero la reacción y comentarios de la gente
acerca de lo duro de su lenguaje (v. 60), conociendo su interior, afirma:
“¿Esto os escandaliza? ¿Y cuándo veáis al Hijo del hombre subir adonde estaba
antes?... «El espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada. Las
palabras que os he dicho son espíritu y son vida.” (vv. 61-63). Jesús es el
Hijo del Hombre, Pan de vida, carne y
sangre que comunican vida eterna. Si hace esta entrega, es porque es el Hijo
del Hombre. Para quien crea, esto no va a ser causa de escándalo, sino que
acepta la Palabra de Jesús; se escandaliza quien no conoce realmente a Jesús.
El Espíritu, es el que da vida, sólo quien posee la plenitud del Espíritu,
puede entregar su carne y sangre como alimento y principio de vida eterna. La
pregunta a sus propios discípulos es comprensible: “¿También vosotros queréis
marcharos? Le respondió Simón Pedro: «Señor, ¿dónde quién vamos a ir? Tú tienes
palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de
Dios” (vv. 67-69). Pedro en nombre de todos los discípulos confirma su adhesión
a Jesús, como el Santo de Dios. Las palabras de Pedro son una clara profesión
de fe (cfr. Mt. 16, 16). Juan quiere recalcar que sólo después de la Ascensión
del Hijo del Hombre a la diestra del Padre, es posible recibir el don de la
Eucaristía y la mención del Espíritu Santo se refiere a la fe que se necesita
para vislumbrar en la Eucaristía, el Cuerpo y la Sangre de Jesús, Hijo del
Hombre. Sólo la acción del Espíritu hace de la Eucaristía un don del Resucitado
para su Iglesia.
Santa Teresa de Jesús, manifiesta su fe en la
Presencia real de Jesucristo en la Eucaristía. “No os habéis de engañar
pareciéndoos que esta certidumbre queda en forma corporal, como el cuerpo de
nuestro Señor Jesucristo está en el Santísimo Sacramento, aunque no le vemos,
porque acá no queda así, sino de sola la divinidad. Pues ¿cómo lo que no vimos
se nos queda con esa certidumbre? Eso no lo sé yo, son obras suyas: mas sé que digo la verdad, y quien no quedare con esta
certidumbre, no diría yo que es unión de toda el alma con Dios, sino de alguna
potencia, y otras muchas maneras de mercedes que hace Dios al alma. Hemos de
dejar en todas estas cosas de buscar razones para ver cómo fue; pues no llega
nuestro entendimiento a entenderlo, ¿para qué nos queremos desvanecer? Basta
ver que es todopoderoso el que lo hace, y pues no somos ninguna parte por
diligencias que hagamos para alcanzarlo, sino que es Dios el que lo hace, no lo
queramos ser para entenderlo” (5M 1,11).
Fr. Julio González C. OCD