SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS y CONMEMORACIÓN DE TODOS LOS FIELES DIFUNTOS

(1 de Noviembre y 2 de Noviembre)

P. Julio González Carretti OCD


SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS

(1 de Noviembre)

La idea central de esta liturgia de la Palabra, es celebrar la santidad de Dios, a la cual estamos llamados todos los cristianos bautizados. La primera lectura nos presenta esa muchedumbre inmensa que alcanzó ya la victoria sobre la muerte, y está en la presencia de Dios Trinidad cantando el Sanctus eterno. El apóstol Juan, en la segunda lectura, nos asegura, que somos hijos de Dios y por lo tanto, purificados por la vida teologal, alcanzaremos la vida eterna para contemplar a Dios tal cual es objeto de la fe. El evangelio nos presenta las Bienaventuranzas, todo un programa de santidad para nuestra vida cristiana.

Lecturas bíblicas

1.- Ap. 7, 2-4, 9-14: Vi una muchedumbre inmensa, de toda nación, razas, pueblos y lenguas.

En esta lectura encontramos dos momentos: la marca de los elegidos (vv.2-4) y el triunfo de los elegidos en el cielo (vv.9-14). Los cuatro ángeles están prontos a la devastación de la tierra, pero antes los siervos de Dios deberán ser marcados (Ap.7, 1-4; Ez. 9, 2-7). Son 144.000 personas, 12,000 de cada tribu de Israel; es un símbolo de un pueblo bien organizado, completo, perfecto, es el pueblo de Dios, pueblo de los Santos, comunidad que hace contrapunto al Imperio romano; es el pueblo que guarda la Palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo; pueblo que triunfa sobre la Bestia, su imagen y su marca. Ellos son los que provocan la caída del Imperio, es el oprobio de los gentiles por su corrupción e idolatría y la imposibilidad de sostenerse de pie ante Dios y el Cordero (cfr. Ap. 6, 17). La mención igualitaria de las tribus viene a significar, simbólicamente en el nuevo pueblo de Dios no hay ya diferencias entre judíos y gentiles (cfr. Sant.1,1), el Israel según la carne, ya no significa nada, sino que los derechos son iguales para judíos y gentiles (cfr. Rm. 10,12; Ef.2,11-12; 1Cor.10,18; Gál.6,16). Mientras en las puertas de la ciudad de Dios, en la visión consumada, estarán escritos los nombres de las 12 tribus de Israel, en los cimientos sin embargo, los nombres de los 12 apóstoles estarán escritos en las piedras fundamentales de sus muros (cfr. Ap. 21, 12.14). En un segundo momento, encontramos a la marca de los elegidos de la tierra, Juan, ahora contempla una muchedumbre inmensa que está en el cielo, son los de la tierra, muchedumbre universal de toda nación, raza, y lengua que llegaron a la meta: la vida eterna. Están de pie delante del trono y del Cordero, glorificados, no como los impíos que no pueden sostenerse en el día de la cólera (cfr. 6, 17).  Llevan vestiduras blancas, son los mártires, que no se mancharon con la idolatría y en sus manos, llevan las palmas de la victoria; han triunfado sobre la bestia con la ayuda de Dios, bajo su protección superaron las tribulaciones. Los mártires cantan con gozo, que la salvación viene de Dios que está sentado en el trono y del Cordero; estos mismos eran los que antes que gritaban justicia y venganza (cfr. Ap. 6,9-11). Alaban la fidelidad de Dios a sus promesas. Los coros angélicos, aquí dirigen su alabanza a Dios, origen último de la salvación (cfr. Ap. 5,12ss). Estos son los que no se dejaron doblegar por ningún poder de la tierra, doblan sus rodillas sólo delante de Dios, con profunda gratitud como humanidad redimida. “¿Quiénes son  y de dónde han venido? Esos son los que vienen de la gran tribulación; han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la sangre del Cordero” (v. 14). Más que una persecución este pasaje quiere dar a entender la opresión política, social, económica que ejerció el Imperio romano, para quienes no aceptaban insertarse en un sistema corrupto e idolátrico, donde la comunidad cristiana sobrevivía.  Esta es la gran tribulación de quienes siguieron al Cordero donde quiere que vaya, sufrimiento y persecución por la Palabra de Dios y el testimonio de Jesús. Su obra no es mérito propio, su camino de glorificación, se abre con la muerte expiatoria del Cordero, la que trajo el perdón y el ingreso en la comunidad de los Santos, lo personal es la respuesta a la acción de la gracia y aceptar la salvación de Dios; fueron purificados en la sangre del Cordero. Ahora cantan la gloria de Dios para siempre, en una liturgia eterna en el cielo (cfr. Ap. 15, 1-4; 19,1-4). 

2.-1 Jn. 3, 1-3: Veremos a Dios tal cual es.

Esta lectura, nos introduce en esa reflexión sobre el amor de Dios, que hace  el apóstol Juan. Somos hijos de Dios, porque ÉL lo ha querido así, y nos lo ha  manifestado en Cristo Jesús. Permanecer en la comunión con el Padre y el Hijo, es  decir, la fe recibida asegura al cristiano, cuando Cristo se manifieste en el día del  Juicio, estar tranquilos, porque el Juez estará de su parte. ÉL es Justo, porque obra  según la voluntad de Dios. Quien permanece en dicha voluntad, también es justo,  porque el que practica la justicia, ha nacido de Él (v. 29). Lo que se traduce en el  esfuerzo ético y moral que el cristiano realiza, porque se sabe nacido de Dios, la  certeza de la fe y la confianza están por sobre la angustia que el Juicio pudiera  provocar. Toda esta confianza en la fe, es el resultado del inmenso amor de Dios,  manifestado en Cristo Jesús, que ha hecho posible todas estas verdades y  realidades en la vida del cristiano. La mejor de todas, es la filiación divina, es decir,  el cristiano es verdadero hijo de Dios. El nuevo nacimiento en el Bautismo, hace  que el Espíritu cree en el corazón y espíritu del hombre, una nueva relación con  Dios, obra de Jesucristo, no del querer hombre, sino de la gracia de Dios. La  filiación divina, es una realidad en la vida del cristiano. Esta nueva realidad está  presente en lo  interior del hombre, no se exterioriza, como tampoco, lo fue en la  existencia de Jesús, sólo se reconoce por sus efectos, la conducta, las obras, en  definitiva la vida y la experiencia que se tenga del Padre. Su máxima manifestación,  se alcanzará con la visión beatífica de Dios en el cielo (cfr. Mt.5, 8). La visión de  Dios, que algunos quieren alcanzar por méritos y esfuerzos propios, es inalcanzable  en esta vida enseña el apóstol, se realizará para el cristiano en la manifestación de  Jesucristo Juez (cfr. Jn. 4,12; 1,18). La visión es la relación inmediata con Dios de comunión y fe, de esperanza cierta, y de caridad que fundamenta dicha relación  (cfr. Jn. 6,48; 8,38). Siempre en esta plano, el apóstol enseña que el cristiano no  peca, por su condición y dignidad de hijo de Dios,  y si lo hace, obra la iniquidad.  Justo y pecador, esto se entiende, porque la vida que rige al cristiano desde hoy, es  guiada y sostenida por el Espíritu Santo, no por el pecado, es decir, no está sujeto  al poder del pecado, sino al poder salvador de la gracia de Dios. Son los dos fuerzas  que dominan la vida del cristiano, ahí está el mérito de optar siempre por Cristo  Jesús. Los pecados que pueda cometer el cristiano, aunque sean más grandes de  aquello cometidos por un pagano, son más llevaderos porque son perdonados por  Cristo. Si ÉL es puro, no hay pecado en Cristo, es porque puede quitar los pecados.  Quien no comprenda esto, significa que no tiene en cuenta la gravedad del pecado,  y mucho menos, lo que significa la comunión con Dios, vivida desde la filiación  divina.    

3.-Mt. 4, 25; 5, 1-12: Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.

El evangelista Mateo, nos presenta las enseñanzas éticas más importantes de  Jesús, coleccionadas como un gran discurso. Para Mateo es importante presentar a  Jesús, como un nuevo Moisés, fundador del nuevo pueblo de Dios con sus leyes,  mandamientos y promesas. El Monte de las Bienaventuranzas, es la plenitud de lo  que se escribió en el monte Sinaí. Bienaventurados los pobres de espíritu  (v.3), es decir los hombres pobres, honrados, piadosos y justos, que sufren la  injusticia del rico opresor. Quien vive honradamente, practica la justicia y está  abierto a Dios, será recompensado por ÉL. La injusticia es incompatible con la  integridad, la santidad exigida por Dios. La verdadera pobreza de espíritu, va  acompañada de la sencillez de corazón, por conocer la necesidad que el hombre  tiene de Dios, por la integridad y apertura al prójimo. Los mansos  (v.4), son  estos mismos pobres que heredarán la tierra, una sociedad más humana, donde  todos tengan lo necesario para vivir y poder alcanzar el Reino de Dios. El Señor  Jesús venció la enfermedad, el hambre, el dolor, y así caminó hacia su misterio  pascual de muerte y resurrección. Los que lloran (v.5), los afligidos serán  consolados por el Mesías de todo el dolor humano que provoca el pecado, la muerte  y Satanás. Jesús resucitado venció precisamente a estos enemigos. Dios, es el Dios  del consuelo, enseña el profeta (cfr. Is. 40).  Bienaventurados los que tienen  hambre y sed de justicia (v.6). Es la tendencia de recibir lo que necesitan,  añoranza de Dios, que donará la justicia a los oprimidos, que cese la injusticia (cfr.  Is. 55,1; Sal. 42,2). Esta esperanza la cumple a cabalidad la aparición del Mesías,  que es denominado “Yahvé es nuestra justicia” (Jr. 23,6; 33,16; Is. 11,1-14). Los  misericordiosos (v.7), son los que obran como Dios, es decir, son misericordiosos  perdonando a su prójimo, experimentan en su vida a Dios, desde su amor, su  compasión, su comprensión, su ayuda. La oración que nos enseñó Jesús, es a  perdonar como somos perdonados. Los limpios de corazón (v.8), son no sólo los  castos y puros, sino aquellos, cuya  vida es reflejo de caridad divina y claridad, sin  doblez, viven con rectitud de intención. Los que trabajan por la paz (v.9), son  los que trabajan por ella, como Dios trabaja, servimos al Dios de la paz (cfr. Rm.  15, 33; 16, 20). Su Hijo Jesucristo, es el Príncipe de la paz, que con su sacrificio,  ha derribado el muro del odio entre judíos y gentiles, Él es nuestra paz (cfr. Ef.  2,14-16). Los perseguidos por la justicia (v.10), son los justos que sufren la  injusticia de los ricos y opresores; en la misma suerte que conoció Jesús, tienen  participación sus discípulos. La conclusión del evangelio, es motivo de gozo y  alegría, porque lo que ellos y  la comunidad eclesial vivirán en el futuro, fue  experiencia de los profetas y del propio Jesús. Las Bienaventuranzas, son la carta  magna del cristiano, que como los mandamientos de Moisés ayudan al hombre a  conocer la voluntad de Dios que lo lleva a la santidad, comunión plena de amor y  conocimiento, culmen de su vocación humana y cristiana. La gloria de todos los  santos es también nuestro destino; ellos interceden para que lleguemos a ese  estado de unión y felicidad, mientras caminamos hacia la vida eterna.    

Santa Teresa de Jesús, contempla en el cielo las almas de los bienaventurados,  envidia su dicha y aspira alcanzarla y pide por los cristianos que como ella caminan  hacia la eternidad. “¡Oh almas que ya gozáis sin temor de vuestro gozo y estáis siempre embebidas en alabanzas de mi Dios! Venturosa fue vuestra suerte. Qué  gran razón tenéis de ocuparos siempre en estas alabanzas y qué envidia os tiene mi  alma, que estáis ya libres del dolor que dan las ofensas tan grandes que en estos  desventurados tiempos se hacen a mi Dios, y de ver tanto desagradecimiento,…  ¡Oh bienaventuradas ánimas celestiales! Ayudad a nuestra miseria y sednos  intercesores ante la divina misericordia, para que nos dé algo de vuestro gozo y  reparta con nosotras de ese claro conocimiento que tenéis.  Dadnos, Dios mío, Vos  a entender qué es lo que se da a los que pelean varonilmente en este sueño de esta  miserable vida. Alcanzadnos, oh ánimas amadoras, a entender el gozo que os da  ver la eternidad de vuestros gozos, y cómo es cosa tan deleitosa ver cierto que no  se han de acabar. ¡Oh desventurados de nosotros, Señor mío!, que bien lo sabemos  y creemos; sino que con la costumbre tan grande de no considerar estas verdades,  son tan extrañas ya de las almas, que ni las conocen ni las quieren conocer. ¡Oh  ánimas bienaventuradas, que tan bien os supisteis aprovechar, y comprar heredad  tan deleitosa y permaneciente con este precioso precio!, decidnos: ¿cómo  granjeabais con él bien tan sin fin? Ayudadnos, pues estáis tan cerca de la fuente;  coged agua para los que acá perecemos de sed.” (Exclamaciones 13,1.2.4).


CONMEMORACIÓN DE TODOS LOS FIELES DIFUNTOS

 (2 de Noviembre)

Luego de celebrar la fiesta de todos los Santos, los que ya gozan del Señor, hoy recordamos a los que se purifican en el Purgatorio, antes de su entrada en la gloria. El Purgatorio es la mansión temporal de los que murieron en gracia hasta purificarse totalmente. Es el lugar donde se pulen las piedras de la Jerusalén celestial (Ap. 21, 12.14). Pero en el Purgatorio, hay alegría, porque hay esperanza en dolor que supone el fuego, purificador del amor de Dios. Es el dolor de la ausencia del Amado. Puesto que el dolor del amante, se sana con la visión, la presencia y la posesión, enseña San Juan de la Cruz (CV 11). Si las almas santas ya sufrieron esta ausencia en la tierra han experimentado aquello de “muero porque no muero", que exclamaba Sta. Teresa de Jesús, mucho mayor será el hambre y sed y de Dios que sientan las almas ya liberadas de las ataduras corporales. Las almas del Purgatorio ya no pueden merecer. Pero Dios nos da a  nosotros la posibilidad de aliviar sus penas, de acelerar su entrada en el Cielo. Así se realiza la Comunión de los Santos, por la relación e interdependencia de todos los fieles de Cristo, los que están en la tierra, Iglesia caminante, los que están el Purgatorio, Iglesia purgante, y los que ya están en el cielo, la Iglesia triunfante meta de toda vida cristiana. Con nuestras buenas obras y oraciones, nuestros pequeños méritos, podemos aplicar por los difuntos, sobre todo los méritos infinitos de Cristo. Ya en el AT,  vemos a Judas enviando una colecta a Jerusalén para ofrecerla como expiación por los muertos en la batalla. Pues, dice el autor sagrado, "es una idea piadosa y santa rezar por los muertos para que sean liberados del pecado" (2Mac.  12,44-46). Los paganos deshojaban rosas y tejían guirnaldas en honor de los difuntos. Nosotros debemos hacer más. "un cristiano, dice San Ambrosio, tiene mejores presentes, cubrid de rosas, si queréis, los mausoleos pero envolvedlos, sobre todo, en aromas de oraciones". De este modo, la muerte cristiana, unida a la de Cristo, tiene un aspecto pascual: es el tránsito de la vida terrena a la vida eterna.

Lecturas bíblicas

a.- 1Cor. 15, 51-57: Gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por Nuestro Señor Jesucristo.

El apóstol Pablo reflexiona cómo será la resurrección de los muertos y hace toda una teología desde la naturaleza y el dato revelado (cfr.1Cor.15, 35-50). Así como el grano de trigo, cae en tierra y muere, surge la espiga dorada, así sucederá en la resurrección. El cuerpo resucitado será el mismo que el cuerpo mortal, pero no lo mismo: se siembra un cuerpo corruptible, que se convertirá en incorruptible, de miserable en glorioso, de débil en robusto. Se pasa del cuerpo natural a uno sobrenatural. El primer Adán, fue un una vida viviente (cfr. Gn. 2, 7), el segundo, en cambio, es un espíritu vivificador (1Cor. 15, 45). El primero guio a la humanidad hacia la tierra, de donde había sido formado, la arrastra hacia la muerte; el segundo, guía a la humanidad hacia la vida eterna, al cielo, de donde procede. Si queremos resucitar debemos dejar nuestra condición de “carne y sangre” porque estos componentes, no pueden heredar el reino de Dios (v. 50). Se trata de salir de la influencia carnal del viejo Adán e incorporarnos en la dinámica del Espíritu de Jesús. Por eso Pablo señala: “Y cuando este ser corruptible se revista de incorruptibilidad y este ser mortal se revista de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: “La muerte ha sido devorada en la victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria?  ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado; y la fuerza del pecado, la Ley. Pero ¡gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo!” (vv. 54-57). Termina el apóstol diciendo que los que vivan cuando vuelva el Señor, no morirán, sino que serán transformados en cuerpo glorioso, resucitado. Será el paso de la humanidad, que era corruptible a incorruptible comienzo de lo definitivo. Mientras tanto el apóstol nos exhorta: “Así pues, hermanos míos amados, manteneos firmes, inconmovibles, progresando siempre en la obra del Señor, conscientes de que vuestro trabajo no es vano en el Señor.” (v. 58). La esperanza en la resurrección es todo un estímulo para el hombre de hoy  y para el cristiano, en particular, para no permanezca en lo meramente humano, sino prepararse a la vida eterna.

b.- Jn. 11, 17-27: Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo.

El evangelio nos narra la visita de Jesús a Betania, con motivo de la muerte de Lázaro, aldea cercana a Jerusalén. Lázaro, llevaba muerto cuatro días, su regreso a la vida, según la mentalidad de la época era imposible. Los rabinos opinaban que los muertos rondaban tres días el cuerpo muerto, pasado esos días, no cabía esperanza que el muerto resucitara. El encuentro de Jesús con las dos hermanas más que un relato resulta una narración teológica. La primera que sale al encuentro de Jesús es Marta, mientras que María permanece en casa, Jesús la llama; ambas le reclaman que si ÉL hubiera estado ahí, Lázaro no hubiera muerto (vv.21.32). El encuentro de María con Jesús, era más que el tema de Lázaro y dolor que la abatía, era algo superior, que los judíos que habían venido a consolarlas no iban a comprender, por ello permanece en casa esperando la llamada del Maestro (v.28). María espera, llora la muerte del hermano, no lo abandona, espera que venga Jesús, se une a su llanto por la muerte del resto de Israel. Marta expresa su adhesión a Jesús desde su fe aprendida con los fariseos, donde quedaba estipulado en las dieciocho bendiciones, la resurrección de los cuerpos, negada por los saduceos hasta cuando Jesús le revela quién es ÉL: “Yo soy la resurrección y la vida. El que crea en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?” (vv. 25-26).  María demuestra su fe, echándose a los pies de Jesús, cuando sale a su encuentro, como el día de la unción (cfr. Jn.12, 3). Al verla llorar a ella y los judíos que la acompañaban, Jesús se emociona y se echa a llorar. Este llanto revela la profunda calidad humana y afectiva de Jesús. No es insensible al dolor humano, aunque viva la intensa comunión con el Padre, aumentado por el dolor expresado por una mujer como María. Una segunda lectura, viene a expresar que ese amor es expresión del amor por el hombre, por el resto de Israel, sus instituciones, autoridades, no han sido fieles a la palabra de Dios, han llevado a Israel a la ruina moral y espiritual. Es el amor al amigo que nace su misma condición humana, su amor al Padre, se convierte en solidaridad de hombre con el hombre. Dios está en el Hombre, en Jesús de Nazaret. Su llanto encierra un misterio. ¿Por qué no acudió inmediatamente al llamado de las hermanas, evitando así la muerte de Lázaro? Lo que haga con Lázaro, el signo, glorificará a Jesús, pero también señalará su muerte, que confirmará su glorificación y exaltación. Este signo fortalecerá la fe de los apóstoles (cfr. Jn.11, 46-54; 11, 14). Si fue capaz de devolver la vista al ciego, ¿no tendría poder sobre la muerte? Ese llanto por Lázaro, se asemeja mucho al de Jesús, ante la ciudad de Jerusalén (cfr. Lc.19, 41ss). Al altísima manifestación de Jesús de ser la resurrección y la vida, Marta responde: “Le dice ella: «Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo.” (v. 27). Jesús es la resurrección porque es la Vida, participación íntima y potente en la vida del Padre. Es el Padre quien le ha comunicado a Jesús su vida, la que ahora ÉL comunica a quienes lo aceptan como Hijo, Enviado y Revelador del Padre. Quien se adhiere a Jesús por la fe no muere, participa de la vida eterna, vida divina. Alabemos hoy a Dios porque fuimos creados, redimidos y santificados por la acción de la Santísima Trinidad para la vida eterna, alcanzar la unión definitiva con Dios, gozar de su comunión de conocimiento y amor es la cumbre de nuestra vocación. Gozar de la visión beatífica de Dios es el fin de nuestra vocación cristiana en la gloria sempiterna.

Teresa de Jesús desde pequeña quiso alcanzar la vida de los santos en el cielo, hombres y mujeres que pasaron por este mundo, haciendo el bien cuya herencia es la bienaventuranza eterna. “Considerando lo que gozan los bienaventurados, nos alegramos y procuramos alcanzar lo que ellos gozan” (1 M 1, 3).


www.caminando-con-jesus.org