TRIDUO PASCUAL

JUEVES

VIERNES

SABADO

DOMINGO DE RESURRECION

 


JUEVES SANTO, LA CENA DEL SEÑOR

Comienza la Iglesia la celebración del Triduo Pascual con el Jueves Santo, es una fecha memorable para el cristiano. Eucaristía, Sacerdocio y Mandamiento del Amor fraterno, son una realidad que el amor de Dios dona al hombre gratuitamente. Comienza el Triduo Pascual, cuyo centro es la redención humana, por medio de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. La Eucaristía, es memorial de ese misterio pascual hasta que vuelva al final de los tiempos, Sacramento y Sacrificio de Jesucristo para pueblo cristiano. En la Última Cena, hay dos gestos de Jesús, acciones de servicio al prójimo: el lavado de los pies y la mesa común, en que por primera vez los Apóstoles participan de su Cuerpo y Sangre. Ambos gestos son expresión de servicio, amor y entrega por parte de Cristo, e invitación para hacer lo mismo, pues ambos gestos, Jesús manda que repitamos en memoria suya (cfr. Mt. 26,19).

Lecturas Bíblicas

a.- Ex. 12, 1-8.11-14: La Cena pascual judía

La primera lectura, encontramos la narración de cómo celebrar la Pascua del Señor. Es la fiesta de la liberación de la esclavitud de Egipto. Si bien hay que celebrarla de prisa, el autor sagrado se da tiempo para detallar cómo la familia debe reunirse y conmemorar. Se come un cordero, con panes ázimos y con hierbas amargas. Se celebraba en plenilunio, sin sacerdote, sólo la familia. Se ungían las puertas de las casa con la sangre del cordero. Se celebra la liberación de la servidumbre en Egipto, el paso por alto Señor, del ángel exterminador, que los dejó con vida, porque vio la sangre del cordero en sus puertas. Son los primogénitos que fueron rescatados de la muerte y ahora son propiedad del Señor. La Pascua no es sólo pasado, memoria, sino que se revive al momento de la celebración, pero además es promesa y esperanza de la salvación en su plenitud. La Pascua cristiana, tiene el mismo sentido liberador, pero con un contenido nuevo: es el paso de la muerte a la vida, de Jesucristo, que triunfa sobre la muerte, el pecado y el mal para darnos vida de hijos de Dios, en su Iglesia, preparados por la participación de la Eucaristía, para el banquete en el Reino de los Cielos.

b.- 1Cor. 11, 23-26: La Cena del Señor.

El apóstol Pablo, nos introduce en cómo celebraban las primeras comunidades cristianas la Eucaristía. Este pasaje, en el fondo, es una llamada de atención por la falta de caridad y unidad que había en esas reuniones eucarísticas. El primer abuso, que se daba era el comer antes que se reuniese toda la asamblea, no había una sana distribución de los bienes: mientras los ricos comían lo suyo, sin esperar a los pobres, éstos pasaban hambre. Además, los ricos comían en exceso, frente a los pobres, que aparecían como cristianos de una clase inferior. Pablo catequiza desde lo que él había aprendido del Señor, en la comunidad de Antioquía. Su relato coincide con Lucas, y no con otros dos Sinópticos. Pablo, recalca la muerte de Jesús, como sacrificio cruento: partió el pan, es decir, “cuerpo que se entrega por vosotros”, tomó la copa, es la “nueva Alianza en mi sangre”. Jesús luego les ordena que repitan este gesto en memoria suya (vv. 24-25). Como la Pascua deberá ser celebrada de generación en generación, es memorial suyo (cfr. Ex. 12,14). Así como la Pascua judía recalca la liberación de la esclavitud de Egipto, la cristiana es la celebración de la Resurrección de Cristo, el paso de la muerte a la vida lo que trae la liberación a la humanidad de la muerte, el pecado y del mal que tendrá su culminación en la vida eterna para cada cristiano. El bautizado es incorporado a la muerte de Cristo, pero para resucitar a una vida nueva. El Sacrifico eucarístico nos da la vida nueva de resucitados, vida eterna anticipada, hasta alcanzar la eternidad, la unión con Dios definitiva, una vez terminado el camino de fe en esta vida.

c.- Jn. 13, 1-15: El lavatorio de los pies.

El evangelista, por primera vez, nos señala que la vida y muerte de Cristo es un signo de amor a los suyos (vv.1-3). Un secreto, que se revela ahora, en los últimos instantes (cfr. Jn. 13, 34; 15, 9. 13; 17,23). Amar a sus discípulos hasta el extremo, es dar la propia vida por ellos. Entrega necesaria para que venga la plenitud de esa donación de vida de parte de Cristo, con la venida del Espíritu Santo. Por los suyos podemos entender los discípulos, pero el apóstol Juan,  nos hace pensar en todos los hombres, en forma universal, y no sólo Israel o sólo los apóstoles (cfr. Jn. 11,52; 10, 3-4. 14; 15, 19; 17, 4. 6). Esta comunidad, que ahora celebra, se abrirá a lo universal, como un solo rebaño y con un solo Pastor (cfr. Jn. 10, 6). A esa realidad apunta la intención de Jesús, amor hasta el extremo de dar su propio Espíritu a los creyentes (cfr. Jn. 19, 30). Este comienzo, que habla de este amor desbordante, es la puerta para que esta realidad del Corazón de Cristo se haga presente hasta el final del evangelio; Juan quiere mostrar un amor que ha cumplido todo cuanto entraña en sí en la palabra y obras del Maestro.

Un segundo momento lo marca el lavado de pies (vv.4-5), antes de la cena: Cristo manifiesta su entrega, su amor a los suyos asumiendo esta actitud de Siervo. Toda la existencia de Jesús es un inclinarse delante del hombre para servirlo de diversas formas desde la Encarnación hasta la muerte en Cruz, Siervo hasta el final. El apóstol, señala cómo Satanás había puesto en el corazón de Judas, el deseo de entregar a Jesús en manos de sus enemigos. Pero además nos dice cómo el Padre ha puesto todo en manos de su Hijo, que de ÉL ha venido y a ÉL vuelve (cfr. Jn. 3, 35; 10, 18. 30. 38). Con este gesto de lavar los pies a los suyos, Juan presenta al Maestro, en toda su humanidad y divinidad. Se quita el manto, se pone en actitud de esclavo, se despoja de su señorío, y se ciñe una toalla, para secar los pies de sus discípulos una vez lavados. Se quiere recalcar el servicio que presta Jesús a los suyos, ya que por dos veces se habla de esta prenda, y no señala que se la quitara, con lo cual, el Maestro no pierde su condición de Siervo de sus amigos.

Un tercer momento lo encontramos en el diálogo de Jesús con Pedro (vv.6-11), pues éste, se opone a que le lave los pies. Se trata de entender el señorío de Cristo, que ÉL entiende como servicio, el otro como un honor. Pedro, rechaza la Cruz para su Señor, y así entrar en la gloria (cfr. Mc. 8, 31-33). Este gesto no lo comprende ahora, le dice Jesús, lo comprenderá más tarde (v.7), luego de la Resurrección, él con su martirio (cfr. Jn. 13, 12-17). En Juan, la Pascua, es tiempo de comprensión de las Escrituras, y del cumplimiento de lo dicho por Jesús (cfr. Jn. 2, 22; 12,16). La negativa de Pedro, puede terminar en romper relaciones con su Maestro, por ello le advierte: “no tener parte”, con ÉL, en la herencia de la tierra prometida, tema que está presente en todo el AT, alcanza su cumplimiento en Cristo Jesús, que nos promete la vida eterna, verdadera patria del cristiano. No tener parte con Jesús, era quedar autoexcluido de la herencia que Dios había puesto en las manos de Hijo. Luego de esta seria advertencia, Pedro quiere que le lave, no sólo los pies, sino también la cabeza, en definitiva, lo entendía sólo como un baño ritual, más tarde lo llegará a comprender como un acto de humillación de Jesús, pero  como un gesto que abarca toda la existencia de Jesús desde su Encarnación. Pedro, no comprende que el gesto de Jesús es de humildad, porque no conoce desigualdad entre los hombres. No hay grandeza humana, a la que deba renunciar por humildad, sino la única grandeza humana, consiste en ser como el Padre, donación total y gratuita de sí mismo. Jesús declara que todos están limpios, excepto Judas, están purificados porque han escuchado su palabra (cfr. Jn. 15, 3) y su sangre preciosa ha sido derramada (cfr. 1Jn. 1,7). Todos los discípulos están limpios, porque se han adherido al designio de Jesús, excepto Judas (cfr. Jn. 6, 67-71), unión que luego hay que integrar a la vida personal. El lavatorio de los pies, es la entrega de Jesús hasta la muerte. Para el discípulo, es redención de su condición pecadora, hasta convertirlo en hijo de Dios, para dar paso a la entrega entre sí de todos los discípulos, haciendo cada uno su proceso de kénosis, es decir, vaciamiento total de sí mismos, a ejemplo de Jesús. Sólo así estarán preparados para la Resurrección. La comprensión del gesto de Jesús, una vez que vuelve a la mesa, es asumir que el servicio será parte constituyente de la comunidad de los discípulos entre ellos y con el prójimo, imitando el gesto de del Maestro, que pide disponibilidad afectiva y efectiva de estar al servicio unos de otros. Acoger a Jesús, es acoger al Padre que lo envió, que lava los pies de los que creen en su Hijo, es decir, Dios al servicio del hombre.


VIERNES SANTO

Pasión de Nuestro Señor Jesucristo

Salve Cruz Gloriosa. Salve María, Madre Dolorosa

Lecturas bíblicas

a.- Is. 52, 13-15; 53,1-12: Fue traspasado por nuestras rebeliones.

El cuarto cántico del Siervo de Yahvé, es la interpretación histórica de Israel como  expiación redentora a favor de la propia comunidad y de todas las naciones de la  tierra. Al anuncio de la glorificación de este Siervo, sigue su estado actual,  desfigurado, casi no parece figura humana, no parecía hombre, esto es lo que los  pueblos comprenderán sin que nadie se los explique, cerrarán la boca (v.15), pues  contemplarán algo totalmente inaudito. ¿Quién dio crédito a nuestra noticia? (v.1).  La pregunta, se dirige a los gentiles de su tiempo pero también a nosotros, porque  a todos llega el kerigma de la salvación, el fruto de las obras hechas con el brazo  poderoso de Yahvé, revelación a la que apuntan todas las profecías. La salvación,  nos viene por los frutos de sus sufrimientos y dolores, la salvación y redención nos  viene del Siervo de Yahvé.  Este Siervo primero se nos ha presentado con rasgos de  rey, en el primer canto (cap. 42), de profeta, en el segundo y tercero (cap. 49-50),  para finalmente en el cuarto, (cap. 52-53), aparecer como desprecio de los  hombres, más aún, abandonado por todos, sumergido en el dolor y víctima de las  injusticias, el Siervo sufriente. Los frutos de su dolor son reconocer que sufrió por  nosotros, su sacrificio fue en nuestro lugar y que gracias a él, hemos obtenido la  paz con Dios y somos salvados. El Israel fiel, también identificado con el Siervo,  sufrió la muerte,  esclavitud y las tinieblas en su destierro en Babilonia, ciudad que  simboliza el pecado, no sólo de Israel, sino de toda la humanidad. Y será Yahvé  quien resucite a su pueblo, y a este Siervo, le dará una multitud por herencia. Sólo  el regreso a la vida de su Siervo, luego del dolor y la muerte, pudo aplacar la ira  divina y la satisfacción de los pecados de su pueblo y del resto de la humanidad. En  las manos de Yahvé, el Siervo obtiene, lo que ningún sacrificio consiguió, ni siquiera  los de Israel, la vida perenne, mediante la fecundidad, cumpliéndose la promesa  hecha a Abraham. Los evangelistas, inspirados por el Espíritu Santo, vieron en Jesús de Nazaret el cumplimiento de estos cánticos de Isaías. La vida, pasión,  muerte y resurrección de Jesús son contempladas y cumplidas con estas palabras  proféticas: creemos que Jesús de Nazaret es el Mesías, el Siervo sufriente, que  expió los pecados de toda la humanidad en la Cruz gloriosa del Calvario. Nuestra fe  la ponemos en un Mesías sufriente, en Jesús Crucificado y Resucitado.    

b.- Heb. 4, 14.16; 5,7-9: Se convirtió en causa de salvación.   

A la garantía que tenemos: la promesa de la eficacia de la Palabra de Dios, el autor  nos ofrece otra: el Sumo Sacerdocio de Cristo. Este sacerdocio de Cristo, es para  incentivar nuestra perseverancia en la fe. En el trasfondo, tenemos  el sacerdocio  levítico y el sacrificio, que una vez al año se ofrecía en el Templo de Jerusalén, con  la sangre de las víctimas, entraba el Sumo sacerdote en el santo de los santos,  para llevar a cabo la expiación de los pecados del todo el pueblo; sacrificio que no  borraba el pecado, ni santificaba a los que lo ofrecían. Ahora, el autor sagrado, nos  presenta a Jesucristo como Sumo Sacerdote que ejerce su función delante de Dios  en los cielos, a favor de todos los hombres. Sin embargo, este Pontífice, no está  alejado de nosotros, como para que no pueda compadecerse de nosotros, conoce la  fragilidad de nuestra naturaleza y las tentaciones, sólo que a diferencia nuestra, no  sucumbió a ellas. El autor de esta carta, nos presenta como ningún otro, la  Humanidad de Cristo, y su debilidad. Durante su existencia, ofreció súplicas y  oraciones y aprendió a obedecer en la escuela del sufrimiento. Es en el Huerto de  Getsemaní donde encontramos este tipo de oración, casi violenta (cfr. Lc. 2, 39- 46); la diferencia entre este pasaje y aquel, es que aquí fue escuchado, ahí no, ya  que asume la muerte, pero sí podemos decir que fue escuchado, porque fue  liberado del sepulcro, para su resurrección. Jesucristo aprendió a obedecer, en la  escuela del dolor, y no en las purificaciones rituales, a pesar de ser Hijo de Dios,  reflejo de la gloria de Dios e impronta de su sustancia  (cfr. Hb. 1, 3). Sus  hermanos, también sufren, y por lo mismo, el dolor es el camino para salvarlos, con  lo que aprendió a conocer lo que significa para el hombre, su fidelidad a Dios.  Jesucristo, se hizo semejante a los hombres, menos en el pecado, y en la  desobediencia, precisamente para rescatarlos con su obediencia al Padre eterno.  Esto lo capacitó para ejercer su soberanía, sobre aquellos para quienes es causa de  salvación eterna. El cristiano debe acercarse al trono de la gracia, para encontrar  misericordia y el perdón de sus pecados, la gracia de la fortaleza para mantenerse  en la lucha. Motivo de agradecimiento del cristiano, es la comunión que tiene con  Dios, gracias al Sumo Sacerdocio de Cristo. que ejerce en favor de los creen en ÉL.  Es por Cristo Sacerdote, que tenemos paz con Dios, acceso a la fuente de la gracia  divina y la misericordia que nos renuevan la vida teologal de fe y amor.    

c.- Jn. 18, 1-19,42: Pasión de Nuestro Señor Jesucristo.

La liturgia de la palabra de hoy, se centra en la Pasión narrada por San Juan. En este testimonio de historia y de fe encontramos un Jesús dueño de su propio destino cuya vida nadie se la quita sino que él la entrega voluntariamente (cf. Jn 10,18). Es su glorificación. Casi la entronización de un rey como veremos más adelante. Para comprender la Pasión que vamos a escuchar hay que tener en cuenta que todo el evangelio de Juan tiene como trasfondo la encarnación (cfr. Jn. 1,14) realidad que se expresa su dimensión humana, es decir la carne del hombre Jesús y su dimensión divina (cfr. Jn. 1, 14ss), o sea, su gloria. Se trata del misterio de Dios, que se hace visible en la humanidad de Jesús. Lo palpable del misterio de Dios en Cristo, se convierte en revelación: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn. 14, 9). Esta es la síntesis de todo el cuarto evangelio. Hay tres ideas teológicas, transversales en el evangelio de Juan y por supuesto presentes en la Pasión, sin las cuales no sería posible comprender tal narración: "la Hora" de Jesús, "la Elevación" del Hijo del Hombre y "el Juicio" de este mundo. Toda la vida de Jesús está orientada hacia la Hora, meta de su camino, donde Dios mostrará toda su gloria, amor por los hombres en su Hijo (cfr. Jn. 2, 4; 12,23; 13,1; 17,1). Muy unido a la Hora, está el tema de la Elevación en la Crucifixión, desde donde atraerá a todos hacia ÉL, es el grano de trigo, que cae en tierra, para dar mucho fruto, es decir, vida nueva, la Resurrección (cfr. Jn. 12, 24-32). La idea del Juicio de este mundo, es una lucha entre la luz y las tinieblas, precisamente la muerte de Jesús, es el momento medular de ese Juicio (cfr. Jn. 3, 19; 12,31). Jesús, se muestra con una libertad única para donar la vida y recuperarla, un señorío y majestad para enfrentar su pasión y muerte (cfr. Jn. 10,17-18). Historia y fe, luz y tinieblas, testimonio nos introducen en el misterio de nuestra redención.

Podemos dividir la narración (Jn 18,1-19,42) en cinco grandes bloques: 1. Jesús en el jardín (18,1-12); 2. Jesús ante Anás y la actitud de Pedro (18,13-27); 3. Jesús ante Pilato (18,28-19,16a); 4. Jesús muerte en el Gólgota (19,16b-37); 5. Jesús es sepultado (19,38-42).

1.- Jesús en el jardín (Jn.18,1-12)

Todo comienza en un jardín y terminará en un jardín (cfr. Jn. 19,41). Puede que Juan quiera recrear los primeros capítulos del Génesis, con la idea clara que con la Pasión y Resurrección, comienza una nueva Creación (cfr. Gn. 2-3; Jn. 1,1; Jn. 20, 22; Gn. 2,7; Jn. 7, 39). Jesús, responde con naturalidad a sus preguntas (Jn. 18, 4). La luz y las tinieblas, representadas por Judas y sus acompañantes, son los que se cierran a la verdad y a la luz. Judas prefiere las tinieblas, y no a Cristo, desde la última cena (cf. Jn. 3,19; 13, 20; 13,30), no camina sino hacia las tinieblas (Jn. 8,12). Jesús permanece de pie, no pide al Padre que lo libre de esa Hora. Jesús y el Padre son uno (Jn. 10,30). Es el inicio de su Hora, comienza su glorificación, bebe la copa del dolor (cfr. Jn.10, 30; 12,27; 18,11). Ante el “Yo soy” de Cristo, sus enemigos son los que caen en tierra. Da su vida porque puede recuperarla; es el buen Pastor que defiende a sus ovejas, auténtica batalla entre la luz y las tinieblas, de ahí su oración por ellos, sus discípulos. Jesús domina en todo momento la escena (cfr. Jn. 18,5; 10,18; 18,9; 10,28; 17,14-15).

2.- Jesús, ante Anás y la actitud Pedro (Jn.18,13-27)

Jesús es el que habla ante Anás de su doctrina y enseñanzas en el templo (Jn. 18,19). Vemos cómo Jesús siempre ha sido causa de interrogantes y juicios que hacen sobre Él. Pero lo paradojal es que tomar partido o rechazo por Jesús, es hacer un juicio sobre sí mismo (cfr. Jn. 1,19; 3,18-19; 9,39; 11,49-53). Anás calla (cfr. Jn. 18,23), Jesús ahí se presenta como, es uno que revela lo que ha hecho, como enviado del Padre. La bofetada, que recibe su puede entender, como el rechazo del mundo y también las negaciones de Pedro, que está fuera (cfr. Jn. 18,16), comenzando a padecer su debilidad. El criado de Anás, representa al mundo, que ha rechazado la Palabra de Jesús, junto con Pedro, conoce lo que ha dicho Jesús (cfr. Jn. 18,21).

3.- Jesús ante Pilato (Jn. 18,28-19,16)

Este texto nos presenta dos ambientes: dentro y fuera del pretorio, dentro está Jesús y Pilato, fuera la turba que pide que le crucifiquen: cuatro veces sale Pilato del pretorio (cfr. Jn. 18, 28-32; 38-40; 19,4-8; 19,13-16) y las escenas vividas dentro son tres (cfr. Jn.18, 38-40; 19,1-3; 19,9-12). En todo momento Jesús está tranquilo y en diálogo con Pilato. Fuera en cambio, están los judíos, con una actitud de odio, rechazo y confusión. Pilato pasa de un ambiente a otro. En el fondo, no es a Jesús a quien está juzgando sino que es él quien está siendo juzgado. Trata de librar a Jesús, porque sabe que es inocente, pero duda, y cuando le dicen que no es amigo de César, su puesto político, está en peligro, teme represalias (cfr. Jn. 19,12; 19,8). Jesús se muestra siempre como dueño de la situación, porque sabe, que tiene el poder, y no Pilato, y si él tiene algo de poder, lo ha recibido de lo alto. Jesús es Rey y su Reino no es de este mundo (cfr. Jn. 19,11; 19,36)

4.- Jesús, muere en el Gólgota (Jn. 19,16-37)

En el camino hacia el Calvario, Jesús carga con la cruz, sólo, aqui no hay un Simón de Cirene. El letrero sobre la cruz proclama a Jesús Rey, es toda una proclamación. Pilato había presentado a Jesús a su pueblo como Rey y había sido rechazado (cfr. Jn. 19,14.16-17). Ahora, es presentado como Rey a todo el imperio, representado en las lenguas que se hablaban en el lugar: hebreo, latín y griego. Pilato, sin saberlo, confirma la realeza de Jesús, lo reconoce como Rey (cfr. Jn. 19, 20.22). El reparto de los vestidos de Jesús, es otro momento importante para el evangelista Juan, hace referencia al Salmo 22,19 y nos señala, que la túnica era sin costura (cfr. Jn. 19,23), signo de unidad. Esto se contrapone con el AT, en que los vestidos, simbolizaron la división de la monarquía (cfr. 1Re 11,29-31). En cambio, aquí la túnica, significa la unión de los que creen, el nuevo pueblo de Dios, en torno a Jesús. De hecho, el evangelista, señala que Jesús, morirá no sólo por la nación, sino para reunir a todos los hijos de Dios, para hacer la alianza nueva y definitiva con Dios y la humanidad. La nueva familia de Jesús, está ahí al pie de la Cruz: su Madre y el Juan, el discípulo amado, representa a la naciente Iglesia (19,25-27). María, la Madre es figura de Sión, de la que da a luz un pueblo (cf. Is 66,8-9), el discípulo es figura del creyente. Al pie de la cruz, nace la nueva familia de Jesús, ahí están su Madre y sus hermanos (cf. Mc 3,31-35), los que hacen la voluntad del Padre. El discípulo, acoge a la Madre de Jesús, como algo suyo. Al pie de la cruz, nace la Iglesia, según el evangelista Juan.

Luego vemos a Jesús sediento al que le acercan un hisopo y no una esponja en una caña, que recuerda a los israelitas, el hisopo, con que pintaron con sangre las puertas, y para que cuando pasara el Ángel exterminador,  siguiera de largo (cfr. Jn. 19, 29; Ex. 12,22). La hora de la sentencia de muerte, fue la misma, hora sexta del día de la Preparación, momento en que los sacerdotes comenzaban a degollar los corderos en el Templo, vísperas de la Pascua. Se cumple la Escritura: no le quiebran ningún hueso, y finalmente, inclina la cabeza, y entrega el espíritu, en manos del Padre (cfr. Jn. 19,14; Ex. 12,10.46; Zac.12, 10; Jn. 19,30). Entregó totalmente la vida, pero también, el Espíritu, fuente de la vida, Espíritu de la verdad (cfr. Jn. 16,13). La cruz, es la sede de la gloria de Jesús. En la cruz, Jesús es glorificado y entrega el Espíritu, que antes, no conocíamos, pero que había anunciado que vendría, cuando ÉL fuera glorificado y en Ascensión al Padre (cfr. Jn 7,39; 16,7-15). La atención la pone el evangelista, en el cuerpo glorificado de Jesús, nuevo santuario de Dios (cfr. Jn 2,21). De él brota sangre y agua, por la lanzada del soldado (cfr. Jn. 19,34). La sangre y el agua, en primer lugar, nos habla de la Encarnación, Jesús Dios y Hombre verdadero, que pasa de este mundo al Padre (cfr. Jn. 12,23; 13,1). La Iglesia ha visto, como Jesús glorificado entrega a la comunidad eclesial: el Bautismo (cfr. Jn 3) y la Eucaristía (cfr. Jn 6). Como ya había anunciado Jesús: de su seno, correrán ríos de agua viva (cfr. Jn. 7, 38).

5.- Jesús es puesto en el sepulcro (Jn. 19, 38-42)

Aparecen en esta escena, no sólo José de Arimatea, sino que también Nicodemo (cfr. Jn. 3,1-10; 19, 39). El cuerpo de Jesús, es el nuevo y definitivo santuario destruido por los hombres, y levantado por Dios (cfr. Jn. 2,19-22), tienda del encuentro entre Dios y los hombres. Templo para adorar a Dios, en Espíritu y verdad (cfr. Jn. 4,24). Es el cuerpo del Señor, un Rey, que ahora duerme. De ahí, el detenerse en detallar los ritos funerarios judíos, las vendas y lienzos, aromas y ungüentos, mirra y áloe (cfr. Jn. 19,39). Su sepulcro es una tumba nueva (cfr. Jn. 19,40-41). Nuevamente nos encontramos en un huerto o jardín, como al comienzo. En este relato de la Pasión de Jesús, somos testigos de cómo, camina hacia su victoria: ha vencido al mundo (cfr. Jn. 16,33). Su gloria y realeza se ha manifestado: es la luz de los hombres, luz que brilla en las tinieblas, y éstas no le vencieron (cfr. Jn. 1,4). Cada creyente, unido a Jesús Resucitado, vence al mundo con la luz, vida y verdad que proceden de ÉL y la ha comunicado a todos los creyentes bautizados, para hacerlos hijos de Dios (cfr. Jn. 1,12).


SABADO SANTO

DIA DE SILENCIO, CON MARÍA, MADRE DOLOROSA FRENTE AL SEPULCRO,  Y EN ESPERA DE LA RESURRECCION DEL HIJO.

Lecturas Bíblicas

I Lecturas del AT:

1.- Gn. 1,1-31; 2,1-2 Vio Dios que todo lo que había hecho era muy bueno.

La Creación del mundo, descubierta, revela al Creador. De este descubrimiento surge un relato de la creación en que la palabra poderosa de Dios es proclamada en la raíz de cosmos y del hombre. Visto desde el Creador, el mundo es todo bueno, desde la luz que domina la tiniebla hasta el primer hombre y la primera mujer son fecundos y creadores de nueva vida, están en la cumbre de todo lo creado para referirlo todo al Creador. La visión armónica del mundo ilumina el caos los momentos oscuros de la historia humana.

2.- Gn. 22,1-18: Sacrificio de Abraham, nuestro padre en la fe.

El hijo del sacrificio es el que salva a Abraham. La confianza en que no lo perdería le anima a no retenerlo. Retenerlo como propiedad hubiera disminuido la grandeza de su de la posesión y de los poseído. Abraham recobra al hijo multiplicado en un pueblo; en él está Dios que se lo devuelve. El Dios que prueba es el que salva por el hijo entregado. El sacrificio de dar lo que parece ofrecería un sentido, tiene como recompensa, que todo obtenga un sentido; es la lógica de la fe.

3.- Ex. 14,15; 15,1: Los israelitas entraron en medio del mar a pie enjuto.

La liberación concreta de una opresión histórica, la de Israel de Egipto, se convierte en modelo de todas las liberaciones. Tuvo un significado teológico, porque Yahvé vino en ella como Salvador. El pueblo de Israel la contó y la cantó. El pueblo liberado de la esclavitud, como recién nacido, de las aguas de la muerte, surge para seguir luchando, por conquistar la tierra prometida, hasta la liberación definitiva que las abarca todas

4.- Is. 54, 5-14: Con misericordia eterna te quiere el Señor, tu redentor.

El pueblo de Israel en el destierro babilónico, se siente como madre estéril, ciudad en ruina. El hombre de Dios,  sabe que algo está pasando por dentro de su alma, está pronto a salir fuera como palabra profética. El símbolo esponsal le sirve para hablar de la cercanía y de la actitud de amor de Dios hacia el pueblo que se siente abandonado a su suerte. La casa va a ser reconstruida, no como opresión sino sobre justicia. El mensaje canta ya como viviendo lo que su voz proclama a Israel.

5.- Is. 55,1-11: Venid a mí y viviréis; sellaré con vosotros alianza eterna.

La sed de aspiraciones no saciadas y la mortificante ineficacia del hombre tensan al hombre hacia el infinito de Dios. Dios viene al encuentro de su pueblo en esos precisos momentos históricos. El profeta lo sabe cercano, en la misma palabra que anuncia. La alianza eterna y la palabra eficaz, que vuelve al cielo sin efecto, son las categorías que le sirven para trazar un puente de luz entre la infinitud y la inmediatez. El pueblo que oye a Dios en su palabra se hace testigo suyo entre los pueblos.

6.- Bar. 3,9-15; 32; 4,4: Camina a la claridad del resplandor del Señor.

La humilde comunidad del pos-exilio, escucha un llamado a la conversión a la sabiduría. L exhortación del sabio ve en ella la clave de la vida feliz, en contrapunto, con la vida opaca del destierro en la propia patria. La sabiduría personificada se identifica con la ley; y se muestra como camino de luz, de paz y de vida, en cuanto que Dios mora en ella. La Sabiduría reveladora de Dios se encuentra en el libro de la Creación y en de la historia de los hombres.

7.- Ez. 36,16-28: Derramaré sobre vosotros un agua pura, y os daré un corazón nuevo.

El pueblo de Dios es una promesa que se realiza en la esperanza. Querer construirlo es signo muy pobre de lo quieren la promesa y la esperanza. El profeta del destierro, sin embargo, sabe de una fuerza que transforma desde dentro. Es un sentir nuevo y en un nuevo modo de vivir nuevo se está manifestando el Espíritu de Dios, siempre creador. No se manifiesta en el corazón de piedra sino en el corazón de carne, donde ahora había el Espíritu del Señor.

II Lecturas del NT:

8.- Rm. 6,3-11: Incorporados a Cristo por el bautismo.

Por nuestra condición bautismal compartimos con Cristo la filiación divina y la vida eterna. La llamada del apóstol es a reconocer que hemos pasado de una vida caduca a otra de resucitados con Cristo. Si estamos vivos es para para Dios en Cristo Jesús.

9.- Lc. 24, 1-12: No está aquí; ha Resucitado.

El evangelio nos pon e delante de la tumba vacía de Jesús, su cuerpo no está, como lo comprueban las mujeres, que han venido a verle. Los mismos testigos de la sepultura, vienen a ser de la tumba vacía (cfr. Lc. 23, 55-56). Entre un hecho y el otro está de por medio el sábado, el día de reposo. El piadoso ejercicio de ungir el cuerpo de Jesús, las apremia para ello van de madrugada. La piedra está corrida, ¿quién las pudo preceder?, lo más sorprendente, la tumba está vacía. Su desaparición las desorienta, sin embargo, exigen una explicación. La respuesta viene de cielo, de dos hombres resplandecientes en sus vestiduras, significa que son mensajeros de Dios. El resplandor de la gloria de Dios los envuelve (cfr. Lc. 2,9; Hch.12,7); al ser dos se convierten en testigos, su testimonio es verdadero. Ellos hacen el anuncio pascual de la Iglesia: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado. Recordad cómo os habló cuando estaba todavía en Galilea, diciendo: Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores y sea crucificado, y al tercer día resucite. Y ellas recordaron sus palabras.” (vv. 5-8). Dios ha resucitado a su Hijo, al que habían depositado en el sepulcro. Jesús vive, por lo mismo, no hay que buscarlo entre los muertos, no está aquí. Este anuncio viene de Dios, no se obtiene del sepulcro vacío, sino por revelación de Dios. Lo que hace la tumba vacía es confirmar dicho anuncio. Lo dicho por los ángeles, es confirmado por el testimonio profético de Jesús. La Resurrección, se comprende ahora, desde la palabra de Jesús; lo sucedido, es el contenido y la verdad, de todo cuanto hizo y predicó Jesús cuando estaba en Galilea (cfr. Lc. 9, 22. 44). La entrega en manos de los pecadores, la crucifixión y la resurrección, estaban en el plan salvífico de Cristo. La mayor y mejor garantía de la resurrección, no está en la tumba vacía ni en el mensaje de los ángeles, sino en el testimonio de la palabra profética, la palabra de Dios definitiva que proclamó su Hijo de Jesucristo (cfr. Hb.1,2)A esta palabra remite el mensaje del cielo y que las mujeres ahora recuerdan haber escuchado en Galilea. Ellas se convierten, sin necesidad de habérselo encargado nadie, en pregoneras de la alegre noticia entre los apóstoles (cfr. Mc.16,7; 2,18; 2,38). Lo sorprende del acontecimiento, no les cierra la boca (cfr. Mc.16,8), sino que el anuncio, la alegría de su contenido, las interpela a  anunciarlo. Lucas, menciona a tres de las mujeres, con sus respectivos nombres María Magdalena, Juana (cfr. Lc. 8,3), y María la de Santiago. Muchas mujeres le seguían a Jesús y le ayudaban con sus bienes en Galilea (cfr. Lc.8,1). Sin tener motivos para no creerles lo que les narran, los apóstoles, no les creen lo acontecido (vv.10-11). A pesar de todo, Pedro se convence que el sepulcro está vacío, una vez que va al sepulcro sólo vio los lienzos en que habían envuelto el cadáver, se asombra, pero no da crédito al mensaje pascual. Quizás está al umbral de la fe, todavía no cree, tampoco se ampara en la duda. La tumba vacía y los y los lienzos no conducen a la fe en la resurrección de Jesús, el evangelista, sin embargo, está convencido que después de la resurrección el cadáver de Jesús no está en la tumba, no hay que buscarle allí. Jesús ha resucitado con su cuerpo, ahora glorioso, después de la pasión y muerte, para darnos vida eterna. La fe cristiana, no se basa en una tumba vacía, sino en una persona: Jesús de Nazaret, Crucificado, Muerto y Resucitado. Su vida fue una vida abierta al amor del Padre, que lo envió como Mesías, y el amor a los hombres. Su muerte  nos revela todo la vida y el amor del Padre en su Hijo y los hombres a quienes viene a rescatar del pecado y de la muerte eterna. Comprender desde la fe, la Resurrección de Jesús, es introducirnos en el misterio de su vida, obras y mensaje, quedar abiertos a la vida nueva que nos viene de su Pascua de Resurrección. Con toda la Iglesia digamos: Aleluya, Aleluya ¡¡¡Cristo Jesús a Resucitado!!! Aleluya, Aleluya.


DOMINGO DE RESURRECCIÓN   

Lecturas Bíblicas: 

a.- Hch. 10, 34. 37-43: Nosotros somos testigos.  

 El discurso de Pedro, con motivo de la conversión de Cornelio, es un resumen de la  vida y obra de Jesucristo en medio del pueblo de Israel, siendo ellos testigos  oculares de primera importancia. Se presentan todos los elementos del kerigma  cristiano. El evangelio no es sólo la Palabra, sino que también es espacio, es decir,  los lugares donde comenzó Jesús la predicación, citando regiones como Galilea,  Judea y finalmente Jerusalén. Encontramos en el kerigma: la unción de Jesús, por  el Espíritu Santo (v. 38; cfr. Is. 61,12), dato fundamental de la cristología de Lucas,  Dios estaba con ÉL (v. 38); pasó haciendo el bien (v. 38), un aspecto de la vida de  Cristo, donde ejerce su misericordia con los más débiles. Finalmente, recuerda su  muerte y resurrección, lo colgaron de un madero, lo mataron (v.39), pero Dios  Padre lo resucitó al tercer día (v. 40), y se apareció a sus discípulos, testigos  cualificados. Escogidos por el Padre y el Hijo, no sólo para contemplarlo vivo, sino  para predicar en su Nombre la salvación (cfr. Hch. 9,15; 13,2). El anuncio de la  resurrección en boca de Pedro es toda una confesión de fe, lo mismo que hace  Pablo, en Corinto (cfr. 1Cor.15, 5), sin olvidar, que ahora Jesucristo, es Señor y  Juez de vivos y muertos, dato teológico que pertenece al kerigma apostólico.  Hay  que darle importancia a las varias veces que Pedro, pone en evidencia que él y los  otros apóstoles, fueron testigo de todo el kerigma que anuncian: “y nosotros somos  testigos de lo que hizo en la región de lo los judíos y Jerusalén” (v.39); “a los  testigos que Dios había escogido de antemano, a nosotros que comimos y bebimos  con él después de la resurrección” (v. 41); “y nos manda que predicásemos al  Pueblo” (v. 42). El núcleo de la predicación apostólica, será lo que hizo y dijo Jesús,  lo anunciado por los profetas y la eficacia de esa palabra en la vida de los hombres,  presencia viva de Dios, Cristo resucitado, en medio de los hombres. Fruto de la  predicación apostólica y del anuncio profético, es la noticia que todo el que cree en  Jesucristo, obtiene el perdón de los pecados. Se cumple en la predicación de los  discípulos, la palabra de los profetas, acerca del Mesías y del que ahora es Señor de  vivos y muertos. Su perdón de los pecados llega a toda la humanidad, y no solo al  pueblo judío escogido, que ahora está en paz con los gentiles, por la cruz de Cristo  y su sacrificio salvador.  La fe de los discípulos en la resurrección, se basa en el  encuentro personal que tuvieron con ÉL, después de su muerte. Los que no lo  vieron, se fiaban del testimonio de fe de tan insignes testigos, como nosotros lo  hacemos hoy. La Iglesia, cree desde el testimonio de los apóstoles. Fe y testimonio,  son una norma para la Iglesia, en lo que se debe creer y nos fiamos del testimonio,  en la credibilidad de los apóstoles que afirman: Jesucristo Resucitó. Hay un hecho  que narran los cuatro evangelistas, antes de las apariciones del resucitado: el  sepulcro vacío. Cada evangelista da su visión al respecto, pero el encuentro con  Jesús, hace que el tema del sepulcro vacío pase a un segundo plano.   

b.- Col. 3, 1-4: Buscad los bienes de arriba, donde está Cristo.     

El apóstol Pablo, comienza la parte moral de la carta, en que hace aplicación de la  doctrina aplicada a la vida cotidiana. Recuerda a los colosenses su nuevo estado de  resucitados con Cristo, que les exige vivir para el cielo (vv.1-4), despojándose cada  día más del hombre viejo, y revistiéndose del hombre nuevo, que es Cristo  resucitado (vv. 5-17). El apóstol  parte del principio (vv.1-4) de que el cristiano,  muerto y resucitado místicamente con Cristo en el bautismo (cfr. Col. 2:12; Ef.  2:6), ha roto sus vínculos con el mundo y con sus doctrinas religiosas, habiendo  entrado en una vida nueva, la vida de la gracia, vida que posee ya realmente, pero  que no se manifestará de modo pleno hasta después de la parusía, cuando todos  los miembros del cuerpo de Cristo seamos asociados públicamente a su triunfo  glorioso. Este nuevo estado, pide que nuestros pensamientos no estén puestos en  las “cosas de la tierra,” sino en “las del cielo,” como corredores que piensan  únicamente en la meta, a la que dirigen todos sus pensamientos. Se refiere a que si  bien, estamos en el mundo no somos del mundo, porque no compartimos ni las  políticas, ni las modas de pensamiento, que se oponen al Evangelio, pero que en  definitiva se vuelven en contra del propio hombre que las propicia, lo vacían de  contenido moral, quedándose, como sucede hoy, con el hombre económico y  digitalizado, informático, pero carente absolutamente de humanidad. Es este  pensamiento del cielo, vida eterna, vida verdadera, el que debe constituir la regla  de nuestra conducta, subordinando todo al progreso de esa nueva vida, cuya plena  manifestación esperamos alcanzar en Cristo resucitado (cf. Rm. 8,14-25).   

c.- Jn. 20,1-9: Cristo había de resucitar de entre los muertos.    

El cuarto evangelio, contempla a María Magdalena que va al sepulcro sola y no  encuentra el sepulcro como lo había dejado el viernes, queda angustiada. Luego  aparece Juan en el sitio, más tarde Pedro, dejando en claro que la actitud decisiva  no es la de Pedro, sino la de Juan. Ve las telas, el sudario…Juan vio y crey, luego  de contemplar el sepulcro vacío donde había sido puesto Jesús. Quiere decir, que el  primero que creyó en la resurrección no fue la Magdalena ni Pedro, sino que el  primero en creer en la resurrección de Cristo, fuel el discípulo amado, es decir, Juan  apóstol. El autor del cuarto evangelio, piensa en sus lectores, cristianos y  cristianas, que no habían tenido un encuentro personal con Jesucristo, como los  testigos de las apariciones del resucitado. ¿Cómo podían estar seguros de la  resurrección, sino es desde la fe? No era necesario ese tipo de pruebas, les abre el  único camino para aceptar la resurrección, el camino de la fe. ÉL mismo ha creído  sin haber visto, sin haber tenido hasta ahora, un encuentro personal; le bastan los  indicios, el sepulcro vacío. ¿Es la intención de Juan, presentarse a sus lectores  como modelo de creyente a quienes anuncie él, y los demás apóstoles, la  resurrección de Cristo, anuncio hecho de parte de testigos insignes? La referencia a  las Escrituras (v. 9) y a la novedad de esta realidad de la resurrección, hace pensar  en la reflexión, la comprensión, por parte de la comunidad, de este acontecimiento  de fe. No habían comprendido, hasta ahora, desde el AT, que Jesús debía resucitar  de entre los muertos. Escrutadas las Escrituras, viene la reflexión cristiana donde  descubren la profundidad del misterio de la resurrección de Cristo Jesús. Esta  reflexión si bien vino mucho más tarde, la fe en la resurrección estuvo siempre  presente. Habría que pensar que el “vio y creyó”, del autor del cuarto evangelio  tuvo su tiempo de maceración en la fe, desde el alba del domingo, hasta que  escribe su evangelio, pero lo indiscutible es, que la luz brilló esa mañana y la nueva  creación, abrió el camino de la unión con Dios. Felices Pascuas de Resurrección a  todos los cristianos. Aleluya, aleluya ¡¡¡Cristo ha resucitado!!! Aleluya, aleluya.  

Fr. Julio González Carretti


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