TRIGESIMA
CUARTA SEMANA EL TIEMPO ORDINARIO
Solemnidad
de Cristo Rey, (Ciclo C) Padre Julio González Carretti OCD
Lecturas
bíblicas
a.-
2Sam. 5,1-3: Ungieron a David como rey
de Israel.
La primera lectura nos presenta a
David como rey de Judá y de Israel. Saúl fue rechazado por Yahvé, siendo ungido
David por Samuel en su casa de Belén (cfr. 1Sam. 1,16). El texto nos narra la
tercera unción por manos de parte de los ancianos de Israel (v. 3; cfr. 1Sam.
16,1-13; 2 Sam. 2,4). David había entrado en el ejército de Saúl, más tarde
ingresa al servicio de los filisteos llegando ser príncipe en Sequelag (cfr.1
Sam. 18, 5; 27, 6). Finalmente es ungido por las tribus del sur en Hebrón,
después de siete años le reconocieron como rey también las tribus del norte;
conquista Jerusalén y establece la capital como sede de su monarquía. La unión
de estos reinos fue más bien personal que nacional, porque a la muerte de
Salomón se separaron nuevamente; fue la personalidad carismática de David la
consiguió dicha unidad, ya que la tensiones permanecieron. La conquista de
Jerusalén, donde David fue héroe nacional, al saber dominar un terreno cananeo, y convertirla en capital de
la unidad de la monarquía es un factor fundamental para consolidar a Israel.
Estos hechos históricos son un hito fundamental para comprender la historia de
Israel. El pueblo se siente seguro y nace la escuela de los escribas, donde se
redacta la historia salvífica, indicando la misión y destino de Israel, como
fuente de salvación para toda la humanidad.
b.-
Col. 1,12-20: Nos ha trasladado al reino de su Hijo querido.
El apóstol Pablo, nos presenta el
primado de Jesucristo sobre todo el cosmos y la historia desde la creación del
mundo. La predicación de Pablo se centra y comienza con el acontecimiento de la
resurrección de Jesucristo: “Primogénito de entre los muertos” (v. 18; cfr. 1
Cor.15, 20-23; Rom. 1, 14). Cristo Jesús, es el comienzo de la nueva creación,
que llegará a su plenitud en la hora del juicio final. Esta economía salvífíca
no surge de repente, sino corresponde al pensamiento del Padre desde la
creación, es decir, volver la mirada al nuevo Adán, Cristo (cfr.1 Cor. 15,
45-48; Rm. 5). La verdadera semejanza del hombre con Dios se alcanza en Cristo,
piensa en ÉL cuando crea al hombre (cfr. Gn. 1, 26-27). El Dios vivo lo
encontramos en el Hombre que ha vencido la muerte definitivamente: Jesús. Por
esto se le llama “Primogénito de toda criatura” (v.15), el primero y lo primero
de la creación del Padre y que condiciona toda la historia de la salvación
desplegada en el tiempo. En esta economía salvífica Jesucristo, está unido a
toda la realidad cósmica del universo, que en ÉL encuentra su plenitud; Él es
pleroma, plenitud de todo y quien lo llena todo de su presencia. En ÉL
encuentra el hombre y la creación su plenitud, a la que estaban llamados desde
el principio. Pero esta economía de salvación ha llegado al hombre, desde el
momento que el Salvador se abajó hasta la miseria del hombre, para rescatarlo,
asumiendo la condición de hombre, menos el pecado y todas sus consecuencias,
incluida la muerte y el dolor. Esta salvación se hace carne y sangre, hombre
entre los hombre, para salvar a los hombres. Sumergirse en la tragedia de su
pasión y muerte, Cristo, lo convierte en el gesto salvador por excelencia:
Jesucristo muere para resucitar. Los cristianos se bautizan en su muerte y
resurrección para tener vida eterna (cfr. Rm. 6). Este himno paulino refleja la
materialidad y espiritualidad de la redención humana, por lo mismo su realismo
y actualidad de una salvación que sigue actuando entre los hombres,
especialmente en su Iglesia, abierta a la vida eterna donde nos espera
Jesucristo victorioso.
c.-
Lc. 23,35-43: Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino.
“Ha salvado a otros; que se salve a sí
mismo, si él es el Cristo de Dios, el Elegido” (Lc.23, 35s). Este evangelio,
nos sitúa en el Calvario con dos momentos significativos: las ofensas que
escucha el Crucificado de parte de los magistrados y soldados (vv.35-38), y
luego el diálogo de los malhechores con Jesucristo (vv.39-44). Tenemos una
distinción entre el pueblo y sus
autoridades. Ellos se preguntan: ¿si este es el Mesías, el Salvador, cómo no puede
salvarse a sí mismo? El pueblo no dice nada ahora, pero no es capaz de superar
el escándalo que le ocasiona la muestre en cruz del Mesías. Los magistrados lo
desprecian, haciendo gestos, por su incapacidad para salvarse a sí mismo del
suplicio en que está, ÉL que ha salvado a otros, no se salva a sí mismo; ÉL que
ha declarado ser, el Ungido de Dios, su Elegido. Levantan la nariz, en señal de
desprecio: “Todos los que se me mofan de mí, tuercen los labios, menean la
cabeza” (Sal. 22, 8; cfr. Is. 42,1; Lc. 9, 35; 4,9). Si el contenido de esos títulos
es verdad, Jesús entonces tiene el poder, que expresan y podría demostrarlo y
salvarse del suplicio. Las tentaciones del desierto vuelven a aparecer como
burlas sobre las pretensiones mesiánicas de Jesús (cfr. Lc.4,3;
4,9; 9,35), la misma tentación se presentó
en la sinagoga de Nazaret (cfr. Lc.4,23), ahora es expresada por parte
de los dirigentes religiosos, los soldados y uno de los ladrones crucificado
con ÉL a su lado, justamente antes de ser glorificado por el Padre. Las burlas
tienen un trasfondo teológico y sapiencial: Yahvé siempre defiende al justo,
ante la maldad de sus enemigos (cfr. Sab.2,18-20; Sal.
69,22). Dios responderá a esas befas en forma insospechada. Sus mofas eran para
el rey de los judíos, como decía, el epígrafe puesto sobre la cruz (v. 38). La
impotencia de Jesús es como expresa su poder, incomprensible realidad para
nuestra razón (cfr. Sal.22,8). Los soldados le ofrecen
vinagre a Jesús para calmar sus angustias, pero acompañados de burlas. Esta
acción que podía ser compasiva iba acompañada por palabras de mofa, lo que
demuestra la falta de bondad. Los soldados se asociaron a las burlas de los
dirigentes judíos: “Veneno me han dado por comida, en mi sed me han abrevado
con vinagre” (Sal. 69, 22). Mientras éstos últimos se burlan del Mesías, la
soldadesca lo hace del rey de los judíos, pero que de ser ciertas le
permitirían al Mesías rey, salvarse del suplicio. El título preside toda la
escena: el rey de los judíos sometido a Roma. No se salva ni salva a su pueblo:
¿qué tipo de reye es éste? Un Mesías crucificado, es causa de escándalo para
judíos y gentiles (cfr.1 Cor.1,23). La tabula o
epígrafe escrita en griego, latín y arameo decía: INRI, es decir, Iesus
Nazarenus Rex Iudearun (cfr. Jn.19,19). Tampoco aquí
Jesús cede a la tentación de exigir el poder de Dios en beneficio propio. “Jesús
acuérdate de mí cuando llegues a tu reino.
Jesús le dijo: Te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lc.
23,42s). En un segundo momento tenemos el diálogo de ambos ladrones
crucificados con Jesús, mientras el primero se une al coro de ofensas, y lo
llama Cristo, título religioso (v.39), el otro, lo llama rey, título político,
son los dos títulos sobre el que había girado todo el proceso que lo llevó a la
cruz. Ambos están con Jesús, pero el primero está sólo exteriormente, el
segundo lo está además unido a ÉL por la fe. El reo judío si era zelote, no
creía en el título de Cristo, puesto que le resultaba difícil admitir que el
Mesías no iniciara una revolución política que los salvara a todos. El otro
ladrón le reprocha al primero su falta de temor de Dios puesto que se siente
ofendido por escuchar las burlas contra un inocente; hace una doble confesión,
ambos sufren justamente y merecen dicho castigo, reconocimiento de las faltas,
el primer paso para el arrepentimiento. Este ladrón en el dolor descubre que
Jesús es inocente, con lo que coincide con Pilato y Herodes; reconoce su
mesianismo capaz de salvarles. Muchos vieron a Jesús resucitar muertos y no
creyeron, ahora el ladrón lo ve muriendo, y cree. Este es otro excluido de la
sociedad que es capaz de ver más, ser más sagaz para comprender las realidades
del reino de Dios. La decisión personal, la adhesión al Mesías Crucificado, o
el rechazo, sella el destino de ambos ladrones. Mientras el primero blasfema y
exige al Mesías pruebas de su condición, el segundo, confiesa su culpa, hace su
camino de fe, se somete al sabio designio divino, reconoce en el Crucificado,
al Mesías de Dios. Con este reconocimiento le permite dirigirle una petición, que
nace del mismo sufrimiento que ambos padecen.
“Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino.» (v. 42).
Jesús no le salva de la cruz, ni de la muerte, pero hay otras posibilidades que
están por venir; a su deseo de querer estar con ÉL, le mira y le responde inmediatamente: “Te
aseguro que hoy estarás conmigo en el
paraíso” (v. 43). No será el suplicio de la cruz, lo que impida a
Jesucristo otorgar la salvación a quien la pida (cfr. Lc.22,29).
Una vez más la oración del que pide a Jesús es escuchada, como el ahora, fue la
fe la que suscitó en ellos la salvación (cfr.Lc.4,38-39;
5,12-13; 7,3-9; 7,37-50;8,41-50; 9,38; 18,37-42; 19,9-10). Las penúltimas
palabras de Jesús, son toda una declaración solemne, que más que gozar del
Paraíso, contará con la presencia del Crucificado Resucitado para siempre. Este
malhechor bendecido gozará, de la cercanía de Jesús para siempre, lo sienta a
su mesa en el reino de los cielos (cfr. Lc. 22,29-30); el buen ladrón
finalmente, consiguió robar un lugar en el cielo. Si Cristo reina desde el
cielo, es porque primero reinó desde la cruz, tarea nuestra es dejarle reinar
en el trono de nuestro corazón y servir al prójimo para reinar en el cielo con
ÉL para siempre.
Teresa de Jesús, que conoció las
monarquías de su tiempo, nos invita a servir a este rey eterno: “No vendrá el
Rey de la gloria a estar unido con nuestra alma, si no nos esforzamos a ganar
virtudes grandes” (CV 16,6).
Lecturas
bíblicas
a.-
Dn.1,1-6.8-20: Los tres jóvenes.
b.-
Lc. 21, 1-4: El óbolo de la viuda.
Este evangelio, nos narra la actitud
de la viuda pobre, que dio todo cuanto tenía
para vivir como ofrenda en el templo de Jerusalén (cfr. Mc. 12,41-44;
1Re.17,8-16). La acción se sitúa en el atrio e las
mujeres, frente al tesoro del templo, donde se recogían en cepillos las
ofrendas mandadas por la Ley y las donaciones voluntarias. También está ahí
Jesús, sentado que observa a las gentes cómo depositan sus ofrendas, las
presentan al sacerdote que pregunta el monto y su destino, es decir, si era
para madera, incienso o para comprar los pájaros para los holocaustos. Jesús
sigue con su enseñanza en el templo de Jerusalén y una pobre viuda, se acerca al cepillo y deposita dos moneditas de
cobre, la centésima parte de un denario,
acuñadas en tiempo de Herodes el Grande (cfr. Lc. 12, 59). Jesús lo vio y
escuchó a la mujer, pues se acostumbraba
a cantar la suma entregada. La observación que hace Jesucristo, nos habla de su poder de captación de las
actitudes interiores que posee y estima, como revelación de un verdadero culto interior
de los más humildes. Esta actitud se
contrapone con la de aquellos, que no son solidarios aun cuando poseen
muchas riquezas. Acumulan riquezas, pero
son pobres ante Dios, como el rico insensato
(cfr. Lc. 12, 13-21), no así esta viuda, que sí es rica a los ojos de
Dios, por su actitud de fe y confianza
en la Providencia divina (cfr. Lc.12,
22-30). Ella lo dio todo para el culto de Yahvé, dio lo que tenía para vivir. La
revelación bíblica, más que presentarnos
la riqueza y la pobreza desde su aspecto cuantitativo, acentúa la disposición interior de apego o desprendimiento que uno posee
respecto al dinero como a las riquezas.
Este es el criterio que nos hace ricos o pobres a los ojos de Dios. Forma parte de los que son llamados
Bienaventurados, porque vienen de la palabra de Jesús (cfr. Lc. 6, 10; 12,31). El
texto resalta la imagen de la viuda generosa como modelo contra la actuación de los líderes de Israel. Jesús, lo que hace es alabar la generosidad de
la mujer, aunque la cantidad fue
pequeña, era enorme en comparación de sus bienes. Pero lo admirables es que Jesús compara su donativo con el de los ricos y poderosos que donaron de lo que les sobraba,
sin ningún sacrificio personal. Jesús
alaba la generosidad del corazón que no mira tanto el monto, como la
generosidad ya que Dios no mira cuanto
daba cada uno sino la actitud, dándole a la ofrenda su verdadero valor. Si bien Jesús no hace nada
por la mujer, ni siquiera le habla, la
pone como modelo de caridad para quienes le escuchan ahí en el templo.
En ella está representado el pueblo de Dios, partícipe del reino de Dios (cfr.
12,32). El pueblo de Dios es pobre, se arrima a Dios Padre, más que a sus
bienes (cfr. Hch. 2, 44-47). La Iglesia, vive
de la verdad de la Resurrección de Jesucristo, es la comunidad de los
pobres, pero que son grandes a los ojos de Dios, porque con humildad lo dan
todo y confían en el Señor. Los pobres son bien considerados y será la Iglesia
la que asuma, a lo largo de los siglos
la tarea de atenderles.
Teresa de Jesús, como la viuda del
evangelio, aprendió a confiar en Dios, le entregó la vida para cantar sus
misericordias: “Nunca falta Dios a quien en ÉL solo confía” (R 1,14).
MARTES
Lecturas
bíblicas
a.-
Dn. 2,31-45: El sueño de Nabucodonosor
b.-
Lc. 21, 5-9: La ruina de Jerusalén y las señales precursoras.
El evangelio posee dos momentos: la
ruina de Jerusalén (vv.5-7) y las señales
de la venida de Cristo (vv.8-9) El evangelio nos habla de la belleza del templo de Jerusalén y
el anuncio de su futura destrucción. Luego de oír su enseñanza, uno de sus
auditores comenta la belleza del templo y sus piedras que le daban un gran
esplendor al recinto sagrado levantado por Herodes el Grande. Había sido
recubierto de mármol blanco, lo que lo hacía brillar junto al oro que adornaba
sus puertas, junto al resto de sus
ornamentos que adornaban su interior. En las palabras de Jesús hay una profecía
y una amenaza que del templo no quedará piedra sobre piedra. El templo será
destruido (v. 6; Lc.19, 23). Dios no mira las piedras y los exvoto, sino al
pueblo que descubre su presencia en medio de él (cfr. Mi.3,9-12;
Jer.7,14; 26,18; Ez.24,21). La pregunta sobre cuándo iba a suceder esto, era
obvia: ¿cuándo sucederá esto? Se pregunta sobre el fin del templo (cfr.Mc.13,4; Mt.24,3). La venida de Jesús, la caída de Jerusalén, y
el fin del mundo están íntimamente relacionados. Jerusalén ya había caído, al
igual que el templo, cuando escribe Lucas. Falta que se cumpla la venida del
Señor. En un segundo momento tenemos las señales precursoras de la venida de
Jesús. Quieren saber no sólo lo que sucederá, sino la fecha, señales para estar
alerta (cfr.2 Re. 19, 29-31). A los cristianos impacientes se les advierte e
instruye no dejarse llevar por la ansiedad, porque pueden prestar oídos a
falsos rumores (cfr. 2 Tes.2,1ss). Muchos vendrán
hablando en nombre de Dios, otros mesías después que Él, falsos profetas, a los
que no hay que oír para no perderse, enseña Jesús (cfr. Mc.6,50; Ex.3,14;
Is.43,10; 52,6;Ap. 2,20). Las palabras de Jesús descubrirán a estos falsos
profetas (cfr. Hch.5,36-37; Mc.1,15; Lc.12,45; 19,11).
Las palabras de Jesús son categóricas: No os dejéis engañar, no vayáis tras
ellos (v.8). La consumación no era algo inminente, tema común de estos falsos
profetas, había que esperar en el tiempo
y paciencia de Dios, antes del fin. Respecto a las guerras, calamidades,
insurrecciones, etc., el cristiano no se debe alarmar, todo está dentro del
plan de Dios; todos acontecimientos previos al Juicio final (cfr. Dn. 2, 28).
Es la creación que sufre dolores de parto, caos cósmico y social, la caída de
Jerusalén hizo sufrir a judíos y cristianos por igual, dolores que dan a luz
una nueva vida (cfr. Rm. 8, 18-24). Toda esta literatura apocalíptica nos habla
de lo caduca que es la vida del hombre, que el mundo tendrá su fin, no es
eterno, pero también, una llamada a la conversión y aceptar la salvación que
Dios nos ofrece en Cristo. Invitación a la vigilancia activa, mientras se
trabaja la conversión personal y de las estructuras sociales, laborares y
familiares, transformación de la sociedad. La venida de Cristo y el Juicio
final traen el cielo nuevo y la tierra nueva, donde reinen la justicia y la paz
(cfr. Ap. 21,1). La esperanza cristiana, la salvación que trae Jesucristo, no
es cosa del pasado, ni de un futuro consumado, sino que se construye en el hoy.
La salvación está actuando hoy, tarea de la fe del cristiano es descubrir la
presencia salvadora del reino, es decir, Dios presente en medio de la vida de
los hombres y mujeres.
Teresa de Jesús, descubrió la belleza
del alma en gracia, otra Betania para el Maestro: “Pues hagamos cuenta que
dentro de nosotras está un palacio de grandísima riqueza, todo su edificio de
oro y piedras preciosas, en fin, como para tal señor; y que sois vos parte para
que este edificio sea tal, como a la verdad es así que no hay edificio de tanta hermosura como
un alma limpia y llena de virtudes, y mientras mayores, más resplandecen las
piedras y que en este palacio está este
gran Rey que ha tenido por bien ser vuestro Padre, y que está en un trono de
grandísimo precio, que es vuestro corazón.” (CV 28,9).
Lecturas
bíblicas
a.-
Dn. 5,1-6.13-14.16-17.23-28: Dios ha contado los días de tu reinado.
b.-
Lc. 21,10-19: Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.
El evangelio continúa con el discurso
escatológico de Cristo, donde nos habla de las señales precursoras. Lucas mira señales
anunciadas por Jesús y ve que todas se cumplieron antes de la caída de
Jerusalén y del templo. Estas señales
afectan todo lo que rodea al hombre: el orden social se ve afectado por las
guerras, la tierra sacudida por los terremotos, la vida amenazada por el
hambre, las epidemias, enfermedades; la solidez del cielo, amenazado por
fenómenos terroríficos. ¿Cuándo sucedieron? ¿O son cosas que han sucedido
siempre, sólo que nos enterábamos? (cfr. Hch.11, 28; Mt. 19,28; Mc.13,5-8). El evangelista ordena los acontecimientos: primero es
perseguida la Iglesia, luego vienen los acontecimientos previos a la
destrucción de Jerusalén, luego viene la guerra judía del año 66, y finalmente
la ruina de Jerusalén y la destrucción del templo. Los apóstoles son perseguidos
por las autoridades judías y paganas (cfr. Hch. 4,1-3; 5,18; 8,3; 12,4; 16,22;
18,12; 24,1; 25,1; 26,1). Los discípulos todo lo soportan por el Nombre de
Jesús, la persecución, las cadenas y los castigos, porque han descubierto que
no hay bajo el cielo otro Nombre donde encontrar salvación (Hch. 3,6;4,12; 8,16; 9,14).
Salían gozosos de haber sido considerados digno de padecer por el Nombre de
Jesús (cfr. Hch. 5,41; 4,17; 5,28; 8,12). Si esto sucedió en la primitiva
comunidad, todos los cristianos, de
todos los tiempos, están llamados a dar razón de su fe, conocerán la cárcel y
los tribunales. El fin de la predicación de los apóstoles es dar a conocer el
Nombre de Jesús, mediante la persecución, se abren puertas para dar testimonio
a favor de Cristo (cfr. Hch.8,1-4; 11,19; 15,3;
Flp.1,12s). Jesús, sin embargo, les
propone no preparar su defensa, porque será EL, por medio de su Espíritu, quien les proporcionará una elocuencia y
sabiduría, que sus enemigos no podrán
combatir (vv. 12-15; cfr. Ex.4,12). Es la obra del Espíritu Santo, que da testimonio de Jesucristo ante sus adversarios
de los cristianos. No deben abandonarse a la retórica humana, sino que sus
palabras estarán llenas de sabiduría y virtud divina. El Espíritu les enseñará
lo que deben decir, que provoca la admiración de sus jueces, tanto que quedan
como mudos (cfr. Lc.12,12; Hch.4,13; 6,10). Los
propios familiares se convierten en traidores contra los seguidores de Cristo,
sólo cuenta en esta situación la fe personal en ÉL; por esta fecha ya habían
dado testimonio de su fe como Esteban y Santiago (vv.16-17; cfr.Mc.13,12; Hch.7,54; 12,2). Todos los odiarán a causa del Nombre
de Jesús, de parte de los judíos y gentiles, el estado romano. El cristiano
cree en el reino de Dios y en nombre de Jesucristo, y por haber sido rechazado
Cristo y su palabra, también su discípulo es repudiado. La confesión de la fe
en Cristo, glorifica a Dios, el martirio es culto que se tributa al Padre (cfr.
Jn.15,18; Flp.2,11; 2,17s). Sin embargo, los
perseguidos no están solos Dios vela por ellos y por la Iglesia, ni siquiera un
cabello de su cabeza caerá, porque mientras unos dar testimonio con su vida,
muchos otros son liberados de la muerte, como con Pedro y Pablo, que a pesar de
las hostilidades llevan adelante su obra misionera (cfr.1Sam.14,45; Hch.12,6s; 13s; 2Cor.11,23-31; Hch.8,1-4). El tiempo
del Espíritu y de la Iglesia es tiempo de persecución, que se prolonga hoy. La
redención traída por Jesucristo, requiere paciencia, constancia y perseverancia,
aceptación incluso de la persecución y el martirio, que está dentro de la
voluntad de Dios para la comunidad eclesial. Lo que trae la salvación y lleva a
la vida, no es la violencia ni la apostasía, sino la paciencia perseverante en
la fe (cfr. Ap.13,10). Para el que cree, todo redunda
para su bien, enseña el apóstol (cfr. Rm.8,28). Lo
nuestro será dar testimonio de nuestra fe alimentado por la Palabra y la
Eucaristía, la comunidad eclesial que celebra y el prójimo al que servimos.
Teresa de Jesús, quiso ser mártir
por amor a Jesucristo y alcanzar así el
cielo, desde su infancia. De mayor conoció la persecución en su condición de
monja de clausura, fundadora y escritora mística. “Aquí veréis, hermanas, si he
tenido razón en decir que es menester ánimo y que tendrá razón el Señor, cuando
le pidiereis estas cosas, de deciros lo que respondió a los hijos del Zebedeo
si podrían beber el cáliz (Mt 20,22). Todas creo, hermanas, que responderemos
que sí, y con mucha razón; porque Su Majestad da esfuerzo a quien ve que le ha
menester, y en todo defiende a estas almas, y responde por ellas en las
persecuciones y murmuraciones, como hacía por la Magdalena (Lc 7,44), aunque no
sea por palabras, por obras; y en fin, en fin, antes que se mueran se lo paga
todo junto, como ahora veréis. ¡Sea por siempre bendito y alábenle todas las
criaturas, amén!” (6 M 11,12).
Lecturas
bíblicas
a.-
Dn.6,11-27: Dios protege a sus escogidos.
b.-
Lc. 21, 20-28: Caída de Jerusalén y venida del Hijo del Hombre.
El texto bíblico nos habla de la destrucción
de Jerusalén (vv.20-24), y la venida del Hijo del hombre (vv.25-28). Claramente
se habla de una ciudad sitiada con ejércitos que la rodean, invadida por la
desolación, pero antes de su destrucción hay tiempo todavía para la huida a los
montes (cfr. Jr. 4, 7; 37,11). El evangelista separa el tema de la destrucción
de Jerusalén y el final de los tiempos. Se trata de interpretar la abominación
que lleva a la desolación, es decir, los romanos asedian Jerusalén y la lleva a
la desolación. Cuando la ciudad se vea cercada por los ejércitos, el cristiano
verá que el comienzo del Juicio de Dios es inminente. Entregada a los enemigos,
el cristiano no debe perecer con la ciudad, sino huir a los montes. Es el
tiempo de los infortunios, que los profetas habían anunciado (cfr. 1Re.9,6-8; 1Mac.1,60-61; Jer. 22,5; Miq.3,12; Dn.9,26). La
mención delas mujeres encinta, son imagen del infortunio y apuros que provoca
el Juicio de Dios, pero además, el dolor que siente Jesús por la ciudad de
Jerusalén (cfr. Lc.19, 42ss). Se siente hermano de las que sufran esta
realidad, pero que con obediencia se somete al querer de Dios manifestado en su
palabra. Todo se cumple a partir del año 66-70, en la guerra judía contra Roma,
cuando Lucas escribe la ocupación todavía tiene lugar. Jerusalén ha sido
pisoteada por los pueblos gentiles, sus habitantes caen a filo de espada (v.
24; cfr.Jer.20, 4; Dn.8,13). La palabra fue dada para
nuestro consuelo, advertencia y salvación (cfr.1Cor. 10,11). Tiempo de los
gentiles que tendrá su tiempo, luego vendrá el Juicio final y la definitiva
soberanía de Dios. Es el espacio e entran en la Iglesia las naciones y se les
ofrece la salvación que antes había ofrecido a Israel (cfr. Rm.11,25; Lc.13,35). Mientras tanto, la fidelidad de Dios se
mantiene, a pesar de la reprobación de los hombres. En un segundo momento, el
evangelio habla de los signos que precederán a la venida de Jesucristo al final
de los tiempos en el firmamento en el sol, la luna las estrellas (cfr. Mc.13,24); en la tierra, angustia y desconcierto; en el mar,
queda abandonado a su fuerza destructora (cfr. Job.38,24), hasta las fuerzas
del cielo se estremecerán (v.26). Cuando todo se hunde, ¿qué hará el cristiano?
Reconocer las señales del que ha de venir, mientras unos bien el pánico del
momento presente, otros esperan gozosos a Cristo; sin ÉL pura ansiedad, con ÉL
esperanza y confianza segura en su palabra. Es entonces cuando el Hijo del
hombre se haga visible, todos le verán, tendrá la certeza absoluta que es ÉL.
Viene en una nube, el carro de Dios, con poder y gloria, porque el Hijo del
hombre participa del señorío de Dios (cfr. Dn.7,13s). Si
hasta ahora la Iglesia y los fieles han sufrido el odio, la persecución, cuando
aparezca el Hijo del hombre, levantará la cabeza, signo de exaltación. La
Iglesia sufriente se convierte en Iglesia triunfante (cfr. Lc.1,68). Es el día de la recolección para la Iglesia, el tiempo
de la misión ha cesado, tiempo del ingreso a los pueblos, ahora se recogen los
frutos alanza así la Iglesia su plenitud y redención definitiva en cada uno de
sus hijos.
Teresa de Jesús nos enseña que uno de
los grandes pilares de la oración es el deseo de ver a Dios: “Considerando lo
que gozan los bienaventurados, nos alegramos y procuramos alcanzar lo que ellos
gozan” (1M 1, 3).
Lecturas
bíblicas
a.-
Dn. 7,2-14: Vi venir una especie de hombre sobre las nubes del cielo
b.-
Lc. 21,29-33: Parábola de la higuera.
Este evangelio nos presenta la
parábola de la higuera y la cercanía del reino de Dios. El fin del mundo será
precedido por signos como guerras, terremotos, hambre, señales en el cielo,
etc. Cuando venga esta crisis y aparezca el Hijo del hombre todos podrán decir
que el reino está cerca, todo podrá ver su llegada definitiva. Cuando retoña la
higuera es signo que el invierno ha pasado y se acerca el verano, lo mismo
sucederá con la llegada del Hijo del Hombre, la llegada definitiva del reino de
Dios y la liberación, plenitud de la vida cristiana, la redención llevada a su
consumación (cfr. 1 Cor.15,24-28). Otra higuera fue imagen de caducidad, ésta
fija la atención en sus retoños, es decir, la vida que se acerca (cfr.Lc.13,6-9). Se trata de la caducidad y limitación del hombre y de
la historia; por una parte, está llamado a la plenitud, y por otra, limitado
por la muerte. Puesto en el misterio de Dios, plenitud de vida y amor, el
creyente lleva en su vida la semilla de lo eterno, por su bautismo, pero
también, la caducidad de su condición humana, la muerte y que espera su resurrección.
Nos queda la muerte como límite y la resurrección de Jesucristo como apertura a
la trascendencia. La muerte de Jesús y la del hombre termina como un fracaso,
pero este misterio se puede iluminar con el mensaje propio de la Pascua. Frente
a los signos de muerte y caducidad del hombre y la creación que vemos en
nuestra sociedad, debemos mirar a Jesús Crucificado y Resucitado. La imagen de
la higuera le sirve a Jesús para anunciar que la llegada del reino está llena
de signos premonitorios, salvando que otros pasajes evangélicos, nos señalan la
presencia actual del reino en cada uno de nosotros entendidos en el espacio que
va de la predicación de Jesús y la
consumación de la historia (cfr.Lc.10,9;11,20;17,21; 19,11). “Yo os aseguro que
no pasará esta generación hasta que todo esto suceda. El cielo y la tierra
pasarán, pero mis palabras no pasarán” (vv. 32-33; cfr.Sal.119,89; Is.40,8). Esta frase se puede entender como el espacio
que hay entre la subida de Jesús a la derecha del Padre, la Ascensión, y su
regreso al final de los tiempos, lo que no significa que cada día que termina
pueda estar abierto al final. Esta generación, el género humano
experimentará todo el plan divino de salvación, la redención, de ahí que las
palabras de Cristo más que fijarse fechas, miran al cumplimiento de sus
predicciones. El término esta generación es para recordarle su condición de
pecadora, mala, y que no se sostiene de pie delante del Juicio de Dios. La
reflexión escatológica es fuente de conversión y penitencia (cfr. Mc.8,38; Mt.11,29; 12,45; 12,39; 16,4; 17,17; Lc.9,41). ¿No se
hace duro esperar con paciencia cuando dicha espera no tiene fin? Contra todo
ánimo de inseguridad, está la seguridad, certeza de la promesa de Jesús.
Mientras el universo perecerá, las palabras de Jesús conservan su vigencia; se
acercan los días finales, ellos iluminan nuestro caminar. Jesús termina esta pasaje con una afirmación cristológica, su palabra se
iguala a la de Dios: los cielos y la tierra tendrán su fin, sus palabras
permanecen para siempre. Cuando somos testigos de tanto mal en el mundo, el
cristiano debe encender más la llama de la esperanza teologal, para esperar la
consumación de la historia. En todo tiempo el cristiano vive el misterio de
Cristo, muerto y resucitado, puesto que experimenta la muerte y la vida eterna
acercándose a la plenitud que lo invade desde lo interior.
Teresa de Jesús nos enseña a pedir que
venga el reino de Dios: “Pues dice el buen Jesús que digamos estas palabras en
que pedimos que venga en nosotros un tal reino: «Santificado sea tu nombre,
venga a nosotros tu reino». Mas mirad, hijas, qué
sabiduría tan grande de nuestro Maestro. Considero yo aquí, y es bien que
entendamos, qué pedimos en este reino. Mas como vio Su Majestad que no podíamos
santificar ni alabar ni engrandecer ni glorificar este nombre santo del Padre
Eterno conforme a lo poquito que podemos nosotros de manera que se hiciese como es razón si no nos proveía Su Majestad con darnos acá
su reino, y así lo puso el buen Jesús lo uno cabe lo otro.” (CV 30,4).
Lecturas
bíblicas
a.-
Ap. 22,1-7: El Señor irradiará luz sobre ellos.
b.-
Lc. 21, 34-36: Estad siempre despiertos,
para no ser sorprendidos.
Sabemos que el Hijo del Hombre ha de
venir pero no sabemos cuándo. No podemos hacer como el criado infiel, que
porque sabe que su amo tarda, se da licencia para todo. No hay que olvidar que
esa venida es día del Juicio final (cfr. Lc. 17, 31), en él se decide el
destino de nuestra salvación o de condena. Esto hay que prevenirlo. La comida y
la bebida pueden ser un obstáculo para ver y pensar, lo que se nos viene. El
corazón y la voluntad deben estar libres para disponer las mejores decisiones
respecto a nuestra vida moral, religiosa referente a la venida del Señor. No
puede estar embotado nuestro corazón porque no sólo no sabrá decidir lo mejor,
sino que no puede pensar en ese día, porque sólo vive para los placeres de la
vida terrena. Esta vigilancia determina un estilo de vida que permita tener un
alma y y mente despiertas. La embriaguez
habla de pesadez espiritual que impide ver los signos de la llegada del reino
(Is.29,9; Rm.13,2s). El Juicio es para todos y hay que
estar preparados enseña el evangelista, puesto que la forma de vivir facilita
la conversión y la facultad de estar atentos ante el imprevisto de la llegada
de Jesús, porque caerá como un lazo, lo que alude a la sorpresa y rapidez del
evento (cfr. Sal.69, 23; 2 Tim. 2,26; Lc.12, 45-46; 17,24). L señal es para
todos, carácter ecuménico lo que habla de la universalidad del Juicio de Dios. Muy
unida a la vigilancia, Jesús recomienda la oración del cristiano, insistente,
pedir la fuerza para superar la tentación de apostasía durante la persecución
(cfr. Lc. 6,12; 18,1). Termina hablando de la posición erguida que deberá tener
el cristiano el día del Juicio ante
Jesucristo Juez, la misma postura de Esteban que le permitió ver al Hijo del
hombre en el cielo antes de morir (cfr. Hch7,56). El
que ora está en vela para Dios y el que está en vela por Dios, teologal y
místicamente ora (cfr. Ef. 6, 8). La oración es un buen ejercicio de espera y
también de Juicio, porque tenemos que presentarnos ante Jesucristo con toda
verdad para ser juzgados en su Verdad. Leer la propia vida, en clave orante a
la luz de su Verdad. La participación en el banquete eucarístico, es otra forma
de vigilia, de oración y alimentarse del Pan de vida eterna. (cfr. Lc. 22, 15).
Si Jesús anuncia su venida, es porque el Padre le ha confiado todo poder, su
mensaje es válido, garantiza sus promesas
y amenazas. Jesús nos presenta l actitud que debemos tener. Estar preparados
para el día del Juicio, no responde por el cuándo, evitar así la sorpresa, el
imprevisto. Mientras tanto ÉL sigue de camino
a Jerusalén, al Templo, requerido por el Sanedrín se presenta ante
ellos, vive su pasión y muerte, lo que lo conduce a la gloria de la
resurrección (cfr. Mt.26, 64). El Hijo del Hombre tiene la última palabra no
sus enemigos.
Se alegrarán los que siempre hicieron
de su vida un continuo contentar a Dios, lo que
se realizó no sin grandes sacrificios y esfuerzos personales. Puro don
de Dios y responsabilidad de lo recibido. “Bienaventurados los que en aquel
temeroso día del juicio se alegraren con Vos”
(Excl. 3,2).
Fr.
Julio González C. OCD