TRIGESIMA
PRIMERA SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO
(Año
Impar. Ciclo C)
Fr.
Julio González Carretti
Lecturas
bíblicas
a.-
Sb. 11,23-26; 12,2: Te compadeces Señor de todos, porque amas todos los seres.
Esta primera lectura, trata sobre la
sabiduría de Dios en la historia, donde hace una relecturas de los castigos
divinos a los egipcios, liberados de su opresión los israelitas alaban a Dios
por sus obras. Después de narrar la esclavitud y cómo Yahvé conservó la vida de
los justos sus enemigos conocieron el impacto de su ira (cfr. Sab.11, 5-14). En
un segundo momento se detiene a considerar la moderación de Dios a la hora de
arreglar cuentas con los hombres (cfr.
Sab.11, 15-20), y las razones de dicha mesura (cfr. Sab.11, 21-12,2). Dios es
todopoderoso y justo por esencia, por lo
mismo, es misericordioso. Es poderoso y no puede dejar serlo, el mundo es gota
de rocío, en su presencia, brizna de polvo que no inclina la balanza. Porque es
poderoso, es también misericordioso, no se deja llevar por la ira, porque es
Dios y no hombre, pero tampoco, es lícito pensar que su bondad es debilidad,
otra cosa, es que desvía su mirada de los pecados de los hombres, para darle
tiempo a la conversión (cfr. Os. 11,9; Ez. 33, 11). El amor de Dios a la creación se demuestra en que la conserva y la ama, de lo contrario, no la hubiera creado, ni conservado
hasta ahora, si no lo hubiera amado al momento de darle vida. Dios es Señor de
todo, otro motivo para mirar con misericordia, todo cuanto le pertenece. Su
aliento divino, conserva todas las cosas vivientes hasta que éste se retira, dejan de existir
(cfr. Sal. 104, 29-30). De este modo, toda la creación aparece llena de la
bondad amorosa de Dios. El castigo de Dios, es más una advertencia al hombre,
para alejarse del camino del mal y vuelvan con fe a Él.
b.-
2 Tes. 1,11-12; 2,2: Que Jesús nuestro Señor sea vuestra gloria.
En la segunda lectura, eleva el apóstol una oración para que los cristianos
continúen en el camino emprendido. La vocación a la vida cristiana, como un
deseo de hacer el bien, nacido de la actividad propia de la fe. El pedir la
ayuda de Dios es una clara señal que no basta la buena voluntad o el esfuerzo,
sino que es necesaria la gracia divina, especialmente cuando la realización es
para mayor gloria de Jesucristo, el Señor. En un segundo momento, el apóstol,
se refiere a la segunda venida del Señor, su parusía, con el ánimo de
tranquilizar a esta comunidad de
cristianos, ante la parusía inminente.
Se hace alusión a manifestaciones del Espíritu o inspiración profética de
algunos que perturban a la comunidad con sus palabras. El apóstol exhorta a una
vigilancia ante esa venida del Señor, centrada en una conducta ética y no en
especulaciones de cuando tendrá lugar esa venida. Esta idea equivocada basada en imaginaciones e intereses, la
encontramos en otros pasaje bíblicos, muy lejanas de la concepción cristiana de
la parusía del Señor vivida en fe y esperanza y con una cariad activa (cfr.
Mc.13, 5-6; Lc.21, 8-9; Ap.13, 13-14; 20,7).
La verdadera inspiración consistirá en creer lo que afirma Pablo: “El
día del Señor vendrá como un ladrón en plena noche” (1Tes. 5, 2). Fe pura y
desnuda en la voluntad del Padre, con el abandono del Hijo, animada
nuestra esperanza con la fuerza del
Espíritu.
c.-
Lc. 19,1-10: El Hijo del Hombre ha venido a buscar lo que estaba perdido.
El evangelio nos presenta la figura
del publicano Zaqueo, que es rico y que no se preocupa de los demás. El día en
que pasaba Jesús, éste le dirige la palabra, pidiéndole que le invite a comer a
su casa. ¿Qué ha visto en Zaqueo, el Maestro de Nazaret? No lo sabemos, pero si
constatamos que para Zaqueo el recibir en su casa a Jesús, exige un cambio de
actitud, de conducta: devolverá cuatro veces, lo mal adquirido y dará la mitad
de sus bienes a los pobres (cfr. Ex. 21, 37). Zaqueo, se ha puesto en sintonía
con la palabra de Cristo Jesús; ha llegado la salvación a su casa, “el Hijo del
Hombre ha venido a buscar lo que estaba perdido” (v. 10). También Zaqueo es hijo
de Abraham, es decir, que su profesión no es incompatible con la salvación que
trae Jesús de Nazaret. El banquete habría sido en vano, sin el cambio, que se
produjo en Zaqueo, es la respuesta personal a la salvación que le ofrece el
Maestro; lo que hace a este publicano, un hombre ahora trasparente, ante la gracia y amor, el
don de Dios que Jesús le comunica con su palabra y presencia. La vida cristiana
encierra exigencias de justicia y amor al prójimo. Pierde quizás parte de su
dinero y de sus bienes, pero ganó en justicia y en caridad para con el prójimo.
Los frutos de nuestra vida cristiana ha de ser el bien y la verdad, y no las
uvas amargas, frutos del egoísmo que domina muchas veces nuestro corazón. El
trabajo que se hace para ganar dinero y con ello prestigio social, si no tiene
una vertiente de compromiso con los pobres y necesitados, no es nada
evangélico, porque conlleva monopolio en la riqueza. Esto genera injusticia con
los pobres y oprimidos; el verdadero cristiano trabaja por la fraternidad,
salvar lo perdido, compartiendo los bienes, las oportunidades para saciar el
hambre de los hombres en lo físico, cultural, social y religioso. La señal que
poseemos la vida nueva del Resucitado, es que amamos al prójimo. La Eucaristía,
el banquete por excelencia del cristiano, es donde aprendemos a compartir, con
el cuerpo de Jesús entregado y la sangre derramada en el cáliz, la vida nueva
que nos comunica. Tarea del cristiano es mostrar un rostro cercano de Dios a
los hombres de hoy y siempre.
Teresa de Jesús, desde la cumbre de la
vida mística nos enseña: “La perfección verdadera es amor de Dios y del
prójimo, y mientras con más perfección guardáremos estos dos mandamientos,
seremos más perfectos” (1M 2, 17).
Lecturas
bíblicas
a.-
Rm. 11,29-36: Dios nos encerró a todos en desobediencia para tener misericordia
de todos.
b.-
Lc. 14, 12-14: No invites a tus amigos sino a pobres y lisiados.
Este evangelio quiere destacar el
valor de la vida, como un don que se recibe y se ofrece a los demás, es decir,
al prójimo. El don del reino que se concede al enfermo hidropónico, que acaba
de ser sanado en ese banquete en el que participa Jesús, culmina en el reino
escatológico, pero eso conlleva una actitud o forma de existencia. La verdadera
grandeza de espíritu no se encuentra en los honores o en la búsqueda de los
primeros puestos, sino desde la humildad de una existencia al servicio del
prójimo. El hombre es un ser sociable,
lo que significa que su vida depende de los demás, él se dona y los demás le
ayudan, a lo que Jesús agrega la oferta gratuita de la propia vida y talentos
al servicio del prójimo. No se trata de hacer un intercambio: te doy para que
me des, te presto para que me prestes, esto es no es un negocio, se trata de
una donación total sin esperar recompensa. Jesús es más concreto, todavía hay
que hacer el bien a quienes sabemos no van a poder devolvernos nada, a pobres,
lisiados, cojos y ciegos, personas necesitadas. Se trata de imitar a Dios, que
nos concede el don del reino, sabiendo que no podremos pagar ese don con nada,
en forma gratuita nos invita a su banquete. Darse y dar, a quien no podrá pagar el favor, es preludio de vida
eterna, ese gesto lleva la verdad del reino que no pasa. Lo que nos pide Jesús,
exige superar el egoísmo que busca querer ser el centro de la vida del prójimo,
olvidando que lo único importantes es la centralidad del reino de Dios. Quien
se busca solamente a sí mismo, pierde el
rumbo como persona, esposo, padre, profesional; sólo quien entrega su vida en
la familia, el trabajo, la acción social o política, eclesial y comunitaria,
alcanza la grandeza humana y cristiana, desde su clara opción por Cristo y los
desposeídos. Cristo recuperó su gloria después de su misterio pascual, es decir,
de entregar su vida por los otros en la cruz y resucitar para seguir dando vida
a los que creen.
Santa Teresa de Jesús, comprende que
en la voluntad está el amor, mejor dicho, la buena voluntad. El Señor toma en consideración nuestra actitud
interior, a la hora de vivir nuestra vida espiritual, empleada en su servicio:
“¿Para qué, Señor, queréis mis obras? Dijome: “Para
ver tu voluntad, hija” (R 52).
Lecturas
bíblicas
a.-
Rm. 12,5-16: Cada miembro está al servicio de los otros miembros.
b.-
Lc. 14, 1. 15-24: Los invitados que se excusan.
La exclamación: “¡Dichoso
el que coma en el banquete del reino de Dios” (v.15), de unos de los invitados, da pie a Jesús, para
exponer la parábola del gran banquete, donde
lo fundamental es que el Reino de Dios se abre para los no judíos (cfr.
Mt. 22, 1ss). En los tiempos mesiánicos, el Señor preparará un festín para todos los pueblos, en el monte
Sión, en Jerusalén, con manjares y vinos
de solera (cfr. Lc.13, 28; Is. 25, 6ss). La parábola quiere ser una invitación a los fariseos, el
siervo del señor, es el propio Jesús, que
les avisa que con su rechazo de la salvación, pueden perder su lugar en
el banquete del Reino de Dios. Ante el
rechazo de los guías y del pueblo elegido, es ocasión para cuantos están en las plazas y calles de
la ciudad: los pobres, los pecadores y
publicanos, ciegos, lisiados y
cojos, de ingresar al banquete de Dios (cfr.Lc.14,13;
Jn.7, 49). Rechazar la invitación era una ofensa, cuando ya se había
comprometido a asistir, se explica la reacción aireada del anfitrión, que manda
a su siervos hacer ingresar, a cuantos
están en las calles y caminos (vv. 21.23). Así y todo, ingresan también los que
están fuera de la ciudad, los paganos, los
gentiles (cfr. Lc.24, 29). Los que se excusaron, prefirieron sus bienes
materiales, al Reino de Dios (vv.18-20);
en cambio, los segundos, no poseen nada más que su pobreza, o no están apegados a lo que poseen, responde
inmediatamente a la invitación de Dios a
su Reino (vv. 21-23). El anfitrión no tiene la intención de suspender el
banquete, al contrario, quiere brindar
la alegría de un banquete; el anfitrión se muestra generoso y magnánimo, suple los primeros
invitados por otros; su magnanimidad
suple la mezquindad de los primeros invitados. Es la imagen de Dios
Padre, que revela Jesús: Dios es amor y
se da en forma condescendiente. Si nos fijamos en los invitados son pobres, excluidos de la
sociedad y del culto, por eso, los
nuevos invitados, no basta con invitarlos, hay que traerlos; no cabe en
sus cabezas semejante invitación, ni
siquiera se lo creen, cuando oyen la invitación; es preciso llevarlos. Deben ir a prisa, el
tiempo apremia, el banquete está preparado.
Las últimas palabras son de Jesús, toda una revelación, que echa abajo
la seguridad de los fariseos, los nuevos
invitados, se reconocen pobres delante de
Dios, se tienen por indignos, por ello, los primeros, fariseos, no
gozarán del banquete del cielo (cfr.
Lc.7, 36;15,11;18,8;19,1; 23,41). Ahora
es el tiempo de la salvación, tiempo favorable, hay que acercarse a Jesús, escuchar su invitación (cfr. 2Cor.6,2; Is.49,8; Lc. 4,21), y aceptarla. Mientras en el banquete
del fariseo sólo se benefició el hidrópico (Lc. 14,1ss), en la celebración eucarística son los pobres
beneficiados, porque Dios se da a todos por
medio de su amor misericordioso, alimenta a los necesitados. Es de fe
que el hombre puede esperar ingresar en
la vida eterna, don y gracia, lo que crea comunidad y congrega al banquete
eucarístico (cfr.1Cor.1,26-28). La adhesión a Cristo es fundamental, para participar
del verdadero fruto de la Eucaristía: participación en el misterio de su muerte
y resurrección, hasta que ÉL regrese
(cfr. Lc. 22, 20; 1Cor.11, 23-25).
Santa Teresa de Jesús, amante como
ninguna de la Eucaristía nos invita a pedir
esta Pan del cielo al Padre. “Pedid vosotras, hijas, con este Señor al
Padre que os deje hoy a vuestro Esposo,
que no os veáis en este mundo sin Él; que baste para templar tan gran contento que quede tan
disfrazado en estos accidentes de pan y
vino, que es harto tormento para quien no tiene otra cosa que amar ni
otro consuelo; mas suplicadle que no os
falte y que os dé aparejo para recibirle
dignamente. De otro pan no tengáis cuidado las que muy de veras os
habéis dejado en la voluntad de Dios
(digo en estos tiempos de oración que tratáis cosas más importantes, que tiempos hay otros para que
trabajéis y ganéis de comer), mas con el
cuidado, no curéis gastar en eso el pensamiento en ningún tiempo; sino
trabaje el cuerpo, que es bien procuréis
sustentaros, y descanse el alma. Dejad ese
cuidado, como largamente queda dicho, a vuestro Esposo, que Él le
tendrá siempre.” (CV 34,3-4).
Lecturas
bíblicas
a.-
Rm.13, 8-10: Amar es cumplir la ley entera.
b.-
Lc. 14, 25-33: El que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo
mío.
Este evangelio nos invita a la renuncia
a todo lo que se ama (vv.25-27) y renuncia a los bienes materiales
(vv.28-33). Todo por un bien mayor: el
seguimiento de Cristo, ser su discípulo. La gran muchedumbre le sigue, quieren
ser sus discípulos. Él camina hacia Jerusalén, donde le espera la pasión y
exaltación a la gloria del Padre. Ha formulado algunas exigencias para el
seguimiento, como el esfuerzo por entrar por la puerta estrecha, tomar una
decisión ante la invitación para ingresar en el gran banquete (cfr. Lc.13, 24;
14,18-20). ¿Qué significa caminar con ÉL, seguirle? Quien viene tras ÉL debe
poner a Jesús por sobre todo lo demás. El término que usa, odiar, se debe
entender por preferir, a todo lo que se ama, y uno está obligado a amar: las
personas que forman la familia, con los cuales se tienen vínculos entrañables,
y hasta la propia vida. Sólo Jesús es objeto de amor, único refugio, único
dador de vida. El que viene en pos de ÉL
debe colocar todo lo que posee a los
pies de Jesús, o dicho de otro modo, ponerlo a ÉL en el centro de su vida, y todo queda en un segundo plano: la
familia, los bienes, incluso la propia
vida. Jesús exige un amor mayor que el que podamos tener a la propia
familia a y los bienes, dicho de otra
forma, aprender a amar a la familia desde Cristo y darle su justo valor evangélico a los bienes
respecto del reino de Dios (cfr. Mt.10, 37).
Leví dejó todo por servir a Yahvé en el templo, a la ley y la alianza,
ahora es Jesús, la nueva realidad de
Dios en medio de los hombres, la nueva ley, la revelación de Dios, la verdad, sólo en ÉL se encuentra
salvación (cfr. Jn.14,6; Hch.4,12). Sólo
será discípulo del Crucificado, quien lleve su propia cruz y lo siga.
Por el momento, la cruz es palabra
figurada, aunque todos saben a lo que se refiere (cfr. Ez.9, 4-6; Gén.22,6). Jesús nos
precede hacia el Calvario, quien lleva su cruz, pierde la vida la fama, quien quiera seguir a Jesús asume todo
ese significado. Sin embargo, es lo que
más repugna al hombre semejante panorama, y sin embargo, Jesús Maestro y Señor, el Mesías toma la cruz y será
Crucificado en ella, hasta morir y resucitar
para elevarse luego a la diestra del Padre. Todos los que ahora le
siguen, ¿estarán dispuestos a seguirle
hasta el final? En un segundo momento, tenemos las parábolas de la torre y de la guerra,
resaltan el cálculo y la prudencia a la hora de
construir, o de presentarse a entablar una batalla; lo mismo, el que
quiere seguir a Cristo, tarea costosa,
deberá mirar sus fuerzas, lo que asume y arriesga, en definitiva, lo que tendrá que invertir en
este discipulado. Todo proyecto humano,
familiar y personal exige costos,
sacrificios, un plan de trabajo, lo mismo se debe dar en el seguimiento de Cristo, la forma, el
sentido y la exigencia lo ve, Lucas,
como el gran negocio del discípulo. Esta es la torre o castillo que
debemos construir, la batalla que
debemos ganar en forma personal, y como comunidad eclesial. La invitación es a que con todo
realismo, analicemos si vamos a decidirnos
por este proyecto personal o simplemente decidimos abandonarlo, es
decir, no seremos discípulos de Cristo.
La renuncia a los bienes exige ordenarlo todo en relación al reino de Dios, las personas, lo
bienes materiales; usar de los bienes
como medios, nunca como fines, abierto a las necesites personales y del
prójimo. En este proyecto de ser
discípulos de Cristo, como Salomón, debemos suplicar la sabiduría divina para que nos asista en este,
el gran negocio de nuestra vida: nuestra
salvación eterna.
Teresa de Jesús, amó la Cruz, donde
Jesús realizó la salvación del mundo y por
ellos siempre debe estar el sentido redentor en la oración del
cristiano, llevar los frutos de su
entrega hasta los confines de la tierra. “El oficio de los contemplativos es…llevar en alto la cruz, no dejarla de las
manos por peligros en que se vean” (CV
18,5)
Lecturas
bíblicas
a.-
Rm. 14,7-12: En la vida y en la muerte somos del Señor.
b.-
Lc. 15, 1-10: Habrá alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta.
Este texto corresponde a la serie de
parábolas de la misericordia, es decir, la de la oveja pérdida, la dracma y del hijo perdido,
temas propios de Lucas, donde se destaca
el perdón y la misericordia de Cristo para con los pecadores (cfr. Lc. 7, 36-
50; 22, 48-61; 23,34); la piedad para con los que sufren (cfr. Lc. 6,24; 8,2-3; 10,30-35; 11,41; 12,13; 16, 19-25; 18-22); la
dedicación a las mujeres (Lc. 7, 11- 15; 36-50; 8, 2-3; 10, 38-42; 18, 1-5;23,
27-28). Los fariseos, a través de severas
normas de pureza legal, excluían a pecadores y publicanos de eventos
religiosos y sociales, Jesucristo a su
vez propone la misericordia que va en busca de los pecadores, e introducirlos en el camino de la
salvación. La parábola de la oveja perdida, refleja el deseo del Padre, de ir
por el pecador, donde se encuentre,
provocando la alegría del pastor y que compara con la de Dios y sus ángeles
(vv.6- 7; cfr. Mt.18, 12-14). No se dice que el pecador sea más amado que los
demás, sino que el encuentro produce esa
manifestación, muy distinto al amor que Dios
tiene por todos los hombres. En el trasfondo, de esta serie de
parábolas, encontramos las referencias
que hace Lucas a pasajes del profeta Jeremías, donde Dios congrega, como buen pastor, a su pueblo
y habrá alegría al verlos congregados
(cfr. Jr. 31,10-14; Lc.15,4-7); como una mujer llora la pérdida de sus hijos, a los que recobrará más tarde (cfr.
Jr.31,15-17; Lc.15,8-10); como cuando
Efraím se convierte y pasa a ser
el hijo predilecto de Dios (cfr. Jr. 31, 31-34;
Lc.15,11-32). La conclusión que da el profeta, y que Jesús asume en sus
parábolas, es que la Nueva Alianza que anuncia, se cimentará en el perdón y la
misericordia de Dios. El hombre de hoy,
debe comprender la misericordia de Dios, no viendo en ello, un cierto paternalismo o un eximirse de sus
responsabilidades. Para el hombre
bíblico, la misericordia divina apunta a la fidelidad a la alianza,
nacida del amor, que anida en su
corazón, como compromiso de vida. Es una actitud de todo el ser. La experiencia pecadora del hombre, es la
piedra sobre la que se fundamenta la
misericordia divina, invitación a la conversión, y como llamada a
testimoniar este amor a los otros, en
particular a los paganos (cfr. Eclo. 28,7). Jesús es fiel a las expectativas del AT, ya que manifiesta la
misericordia de Dios, uniéndola a la
compasión que el hombre puede sentir por el necesitado, y dar en forma
conjunta, una respuesta a la iniciativa
divina. A pecadores, publicanos y excomulgados,
manifiesta una misericordia infinita de parte de Dios, para con ellos.
El cristiano está llamado a hacer la
experiencia de la misericordia divina, puesto que Dios, lo
llama a la conversión, tal como cada uno de ellos se encuentre en su
relación con ÉL y el prójimo. No se
deben sentir jamás abandonados, porque Dios va en su búsqueda, la benevolencia paterna, es a la
que siempre se puede recurrir. La Iglesia reúne en la Eucaristía a sus hijos, y
conmemora que sólo Jesús ha sido
misericordioso como el Padre Dios, por ello, quien comulga no sólo se
beneficia de la misericordia, sino que
se responsabiliza de testimoniarla en la Iglesia y en la sociedad. El reinado social de Dios, nos
viene de la fuente del amor que es el
Corazón de Jesús, que nos comunica por medio de su Espíritu, la
misericordia a todos los cristianos que viven
y confiamos en su amor divino.
La Santa Madre Teresa de Jesús, conoció
momentos difíciles de sequedad en la oración y en su trato con Dios: “En el
tiempo en yo más os ofendía, en breve me disponías con un grandísimo
arrepentimiento” (Vida 7, 19). Hay que pedir la gracia del arrepentimiento al
Señor para que sea su gracia la que nos lleve a la conversión.
Lecturas
bíblicas
a.-
Rm. 15,14-21: El ministerio de Pablo.
b.-
Lc. 16,1-8: Los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos
de la luz.
En el evangelio encontramos la parábola del administrador infiel. El texto,
nos introduce en la riqueza del reino de Dios para el hombre, donde elección y perdón, se hacen una
realidad dinámica en su existencia: gracia de Dios y las exigencias de las
obras, el amor y el reino, vida cristiana
convertida en don para el prójimo. Lucas, nos presenta esta parábola
sobre este hombre rico, que debido a
denuncias contra su administrador, le pide cuentas, de la malversación de sus bienes, quedando desde
ahora sin trabajo. La pregunta del rico,
viene a significar estar muy disgustado con él. El diálogo consigo mismo
del administrador lo lleva a considerar
la nueva situación. Luego de hacer sus
consideraciones, decide perdonar a los
deudores de su señor, y así tendrá un buen trato de parte de ellos. Vemos que al
administrador no tiene problemas de
escrúpulos o de conciencia; todavía le queda la posibilidad de hacerse
amigos, que quedarán obligados y le
darán albergue; todavía es administrador, puede negociar con lo que se le ha confiado. Sólo quiere
salvar su futuro, con su obra se asegura
un largo porvenir, como no se conforma con poco, es atrevido en lo mucho
(vv.5- 7). Y el rico señor alabó la sagacidad con que actuó el administrador
infiel. “Pues los hijos de este mundo
son más sensatos en el trato con los suyos que los hijos de la luz” (v.8). La pregunta que podemos
hacernos: ¿Quién es el que alaba al
administrador infiel? Es Jesús. Su alabanza no va dirigida a la
desvergüenza del administrador, sino a
la sagacidad, la audacia y resolución, que con su realidad actual saca ventajas provechosas para su
futuro. Es una parábola que quiere suscitar la atención, precisamente sobre el
futuro. Al discípulo la basta saber que el
Señor viene y pedirá cuentas, que en el día a día procede con valor y
resolución a fin de triunfar, el que
perdona hoy a fin de asegurarse el futuro (cfr. Lc. 12,42-46). Los hijos de este mundo, como el
administrador, están lejos de Dios, su objeto es el mundo y sus afanes quedan sujetos a la
influencia de Satanás (cfr. Jn.12, 31).
En cambio los hijos de la luz, ven la realidad de la vida, el mundo, el
hombre a la luz de Dios (cfr.Jn.12, 36;
1Jn.1,5; 8,12; Mt.17,2; 1Tes.5,5; Ef. 5,8). La queja
de Jesús es porque estos hijos de la
luz, en comparación con los hijos de este mundo, son perezosos, irresolutos y no invierten en
la vida eterna. Los hijos de este mundo son
sagaces en los negocios, en el trato con los suyos, en cambio no son
audaces en lo que se refiere al mundo
futuro porque no lo reconocen. El buen discípulo se procurará con sus bienes amigos para la vida
eterna, dando limosnas, haciendo el bien
con ellos. Las obras de caridad intercederán por él en el momento de la muerte, haciéndolo digno de ver a Dios (cfr.
Lc.12, 20.33). En definitiva se trata de
ser fieles y justos, sólo así se nos confiará la salvación, sirviendo a
Dios y no al dinero.
La Santa Madre Teresa de Jesús nos
propone orar continuamente para poder ser verdaderos hijos de la luz de Dios.
“Este tener verdadera luz para guardar la ley de Dios con toda perfección, es
todo nuestro bien. Sobre ésta asienta bien la oración. Sin este cimiento
fuerte, todo el edificio va falso” (CV 5,4).
Lecturas
bíblicas
a.-
Rom.16, 3-9. 16. 22-27: Saludaos unos a otros con el beso santo.
b.-
Lc. 16, 9-15: El que no es honrado en lo poco, tampoco lo será en lo mucho.
Este evangelio es una aplicación de la
parábola del administrador infiel; tres aplicaciones concretas y actitudes
frente al dinero y en uso del mismo. La primera: “Haceos amigos con el dinero
injusto, para que cuando llegue a faltar, os reciban en las eternas moradas”
(v. 9). Hay que usar bien el dinero a fin de asegurar la situación en la hora
de la muerte; Jesús, llama al dinero injusto, porque puede llevar al hombre a
faltar a la honradez o ser fruto de la misma. Cuando falten, entonces, los
bienes terrenos, serán recibidos en el reino de los cielos. Invitación sabía al
uso del dinero mediante una inversión caritativa en el prójimo. La segunda es.
“El que es fiel en lo insignificante, lo es también en lo importante” (v. 10).
Dios nos ha confiado lo menudo, como son los bienes de la tierra, si somos
fieles en cuidar eso, sabremos ser administradores de los bienes del reino de
Dios, los que valen de veras son éstos y no aquellos. La tercera es: “Ningún
criado puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro…No
podéis servir a Dios y al dinero” (v. 13). Servir, aquí conserva su sentido
bíblico, de culto a Dios, por lo tanto, quien sirve a Dios y ama a sus
hermanos, es imposible que ponga la riqueza como meta de su vida. Si el dinero
no nos sirve para ganar amigos poniéndolos al servicio de los demás, ese dinero
o riqueza se convierten, en un ídolo que
desplaza a Dios del corazón del hombre. Relacionar este evangelio con los ricos
solamente es injusto, porque el mensaje es para todos. También el pobre, el
joven, el niño, todos somos aficionados al dinero, tenemos afanes de ser ricos.
El dinero, como ídolo tirano nos deshumaniza e insensibiliza ante las
necesidades de los demás, al verlos como mercancía, y no como seres humanos. El
dinero hace que en su altar se sacrifiquen los valores humanos y cristianos, la
salud y hasta la vida. Todo esto crea una alternativa irreconciliable: Dios o
el dinero; optamos por el Reino de Dios y su justicia o por el dios dinero y la
injusticia (cfr. Mt. 6, 21). En definitiva, Jesús no condena ni el dinero ni la
riqueza, sino el mal uso que se hace de él. Éstos deben estar al servicio del
hombre, de la familia y la sociedad para el desarrollo y bienestar de todos los
hijos de Dios. Hay que ser buenos administradores del dinero desde jóvenes,
pero sin olvidar que Jesús se hizo pobre por nosotros y proclamó
bienaventurados a los pobres.
Teresa de Jesús, supo de amistades y
por eso para ella la fidelidad y la honradez en los compromisos contraídos, son
asuntos muy importantes. “¡Oh Señor mío, cómo sois Vos el amigo verdadero! ¡Y,
como poderoso, cuando queréis podéis, y nunca dejáis de querer si os quieren!
¡Alaben os todas las cosas, Señor del mundo! ¡Oh quién diese voces por El para
decir cuán fiel sois a vuestros amigos! Todas las cosas faltan. Vos, Señor de
todas ellas, nunca faltáis. Poco es lo que dejáis padecer a quien os ama. ¡Oh
Señor mío, qué delicada y pulida y sabrosamente lo sabéis tratar! ¡Oh, quién
nunca se hubiera detenido en amar a nadie sino a Vos! Parece, Señor, que
probáis con rigor a quien os ama, para que en el extremo del trabajo se
entienda el mayor extremo de vuestro amor.” (V 25,17).
P.
Julio González C.