TRIGESIMA
SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO
(Año
Impar. Ciclo C)
Fr.
Julio González Carretti
Lecturas
bíblicas
a.-
Eclo. 35, 15-17. 20-22: Los gritos del pobre atraviesan las nubes.
El tema central de las lecturas
bíblicas, nos presenta a Yahvé como un Juez íntegro, un Dios justo, que no hace
acepción de personas: escucha la oración del pobre, del oprimido, del huérfano,
de la viuda, cuando elevaban su plegaria al cielo. Se trata de exaltar el poder de la oración del
humilde ante Dios. Lo mismo quien
acompaña el servicio litúrgico, con ofrendas en el templo, con buenas
disposiciones interiores, sabe que sus plegarias serán atendidas por Dios. Aquí
vemos la eficacia de la oración de los humildes, y si la acompaña la
perseverancia, vemos que se convierten en las condiciones básicas para alcanzar las gracias necesarias.
Dios es siempre Juez justo e imparcial, si es parcial está siempre de parte de
los débiles e indefensos; precisamente su parcialidad es manifestación de su suprema
justicia, ejercicio de su actividad salvífica. Una continuación de cuanto
decimos, lo encontraremos en Jesús de Nazaret y su opción por los pobres.
b.-
2 Tim. 4,6-8. 16-18: Ahora me aguarda la corona merecida.
El apóstol prácticamente se despide de
Timoteo, está a punto de ser martirizado, derramado cual libación, pero ha
llegado a la meta, el final de su vida, con la fe que un día le comunicó Cristo
Jesús y lo constituyó el apóstol de los gentiles. Pablo expone su vida a
Timoteo para exhortarlo a cumplir con sus responsabilidades, porque él ya no
tiene más tiempo para tener ministerio en Éfeso y así poder apoyarlo y
orientarlo en los problemas que se le puedan presentar. Timoteo y otros tendrán
que reemplazar a Pablo en el ministerio; el ejemplo de Pablo debe motivar su vida,
finalmente la corona de gloria que Pablo espera recibir, debe crear la misma
esperanza en Timoteo, si es un digno ministro del Señor. Con diversa imágenes
sintetiza su vida, su ministerio y su futura muerte: la compara a una libación,
derramar su vida en sacrificio agradable a Dios, como en los sacrificios de
judíos y paganos que le derramaba aceite, vino o agua sobre las víctimas (cfr.
Flp. 2,17; Rm.15,16; Nm.15,5,7.10; 28,7; Ex.29,40;
Sal.16,4). La actitud de Pablo de Pablo se cimienta en su fidelidad a su ministerio: ha combatido, como en una
competencia deportiva, no dice que ha luchado bien, sino que esta competencia
es noble, porque el ministerio cristiano, es bueno y noble, por su propia naturaleza.
Hace mención de una nueva comparecencia ante las autoridades ante los
tribunales, pero absolutamente sólo tuvo la oportunidad, para proclamar su fe
ante los gentiles. Se libró de la boca del león (cfr. Sal.22, 22). Ahora espera
ser partícipe del reino celestial. Toda una invitación a la perseverancia en la
oración y trabajo apostólico.
c.-
Lc. 18,9-14: El publicano bajó a su casa justificando, el fariseo no.
El evangelista, al referirse a algunos
que confían demasiado en sí mismos, está retratando a los fariseos, y a los que
en la Iglesia pasan a Dios la cuenta de sus méritos en el cumplimiento de la
ley ante Dios, las buenas obras que han hecho y los propios derechos frente a
Dios. El fariseo sabe de la importancia de la oración y la hace, pero, es un
diálogo vacío, primero porque habla consigo mismo, no busca a Dios, busca su
grandeza personal, se contenta con su propia medida de perfección. El fariseo
tiene asegurada la entrada en el reino de Dios, todo cimentado en el propio
rendimiento. Desprecia a todos aquellos, que no poseen esos méritos, no conocen
la ley ni su interpretación, como el pueblo (cfr. Jn.7, 49). Su propia justicia
lo mide todo, eleva y abaja, desprecia y alaba; la condena a los demás es
condena propia (cfr. Jn. 6,37). El fariseo y el publicano suben al templo con
un mismo fin: orar y ser justificados, perdonados, para el Juicio de Dios.
Ambos oran en voz baja, en su interior, están delante de Dios que todo lo sabe
(cfr, 1Sam. 1,13; Mt. 6,8). El fariseo ora de pie, su oración es
de acción de gracias y alabanza (cfr. Mc.11, 25). En su oración, se percibe su
confianza en su
propia justicia y su desprecio por los otros; sin embargo, hace todo según la
interpretación que ellos le daban a la ley (vv.11-12; Lev.16, 29; Mt. 23, 23;
Dt.12, 17; Sal. 17,2-5). Pronto Dios, pasa a segundo plano, en la oración
del fariseo, para dar paso a su yo, que
lo tiene por justo y desprecia al
prójimo. Como el fariseo, también el publicano, es un ser apartado de los
demás; segregado y repudiado, como
pecador rechazado por los buenos por ello se queda atrás, no merece estar entre
personas religiosas. No levanta la mirada, tiene conciencia de no ser santo,
por ello, no podría soportar la mirada de Dios; se golpea el pecho, sede de su
conciencia, arrepentido de su culpa. Su oración es concisa, breve pero
profunda, la confesión de un pecador (v.13; cfr. Sal. 51,3). Si había robado,
debía devolver buena parte de lo mal adquirido, según la doctrina de los
fariseos, si quería obtener el perdón. El publicano espera que Dios acepte su
corazón contrito y su misericordia le perdone (cfr. Sal.51, 19). ¿Cuál de los dos salió justificado del templo?
O ¿quién es justo en el Juicio de Dios?
El fariseo es un escrupuloso cumplidor de los muchos y difíciles
preceptos de la ley, en cambio, le publicano, es colaborador con el poder
opresor como era Roma y con fama de ladrones. Jesús conoce el juicio de sus
oyentes, pero les dice: “Yo os digo que éste descendió a su casa justificado, y
aquél no; porque todo el que se ensalza será humillado, pero el que se humilla
será ensalzado” (v.14). Él es el profeta Dios, su Juicio es el de Dios. El
publicano es declarado justo delante de Dios, justificado se va a su casa. El fariseo sale justificado, pero no como el
publicano. ¿Se prefiere la justicia del publicano, a la del fariseo? ¿Rechaza
Jesús definitivamente la justicia del fariseo en favor de la del publicano?
¿Dónde quedan los méritos del fariseo? El hombre se hace justo a los ojos de
Dios, por un don de Dios, no basta el propio esfuerzo (cfr. Lc.16, 15; Mt.
5,3). Muy frágil es la justicia y santidad humana, si Dios no dona su justicia
(cfr. Mt.5, 20). La parábola termina con una sentencia: el hombre que confía
sólo en sí mismo, se ensalza; el juicio de Cristo, anticipa el juicio
definitivo, lo humilla (cfr. Lc.14, 11; Mt.23, 12). El que se humilla, confiesa
su pecado y debilidad, es ensalzado por Jesús. Dios lo justificará al momento
del Juicio final.
Teresa de Jesús, desde la más profunda
humildad de su nada, como el publicano recomienda, recibir las gracias que se reciben en la vida de oración, con
gratitud. “El primero es, que como se ven en aquel contento y no saben cómo les
vino, al menos ven que no le pueden ellas por sí alcanzar, dales una tentación:
que les parece podrán detenerle, y aun resolgar no querrían. Y es bobería, que así
como no podemos hacer que amanezca, tampoco podemos que deje de anochecer; no
es ya obra nuestra, que es sobrenatural y cosa muy sin poderla nosotros
adquirir. Con lo que más detendremos esta merced, es con entender claro que no
podremos quitar ni poner en ella, sino recibirla como indignísimos de
merecerla, con hacimiento de gracias, y éstas no con muchas palabras, sino con
un alzar los ojos con el publicano.” (CV 31,6).
Lecturas
bíblicas
a.-
Rm. 8,12-17: Habéis recibido un espíritu de hijos adoptivos.
b.-
Lc. 13,10-17: También esta es hija de Abraham.
Este texto nos presenta los tiempos
del Mesías, alba de la salvación, pero también, tiempos de decisión respecto a
Jesús, comienzo de la conversión a Dios, o tiempo de eterna perdición. La mujer
lleva dieciocho años encorvada, está poseída por un mal espíritu, que la
mantiene sin poder levantar la cabeza inclinada hacia tierra. Para los judíos,
la posición erecta, mirar de frente y al cielo era fundamental, por lo tanto,
la postura de la mujer era grave. Ella acude a la sinagoga, en sábado, Jesús la llama, movido por la compasión, y con
su palabra comienza un camino de sanación de sus males (cfr. Jc. 3,14; 10,8). Queda liberada de su enfermedad, de la influencia de Satanás, con lo cual, se
resalta el poder de Jesús. Le impone las manos, le comunica su Espíritu, y la
mujer queda sana, glorifica a Dios, reconociendo en Jesús su Mediador (v.13). Jesús
cumple con su programa de salvación de proclamar la salvación y devolver la
salud a los enfermos (cfr. Lc. 4,18). La reacción del jefe de la sinagoga,
aunque no se dirige directamente a Jesús, sino a la asamblea, pide que vengan a
sanarse en otros días de la semana, pero no en sábado (v.14). No reconoce los
signos de los tiempos mesiánicos; sabe interpretar los signos del firmamento y
de la tierra, se aferra a las tradición humana, lo que lo convierte en un
hipócrita, sin amor y misericordia para con la mujer necesitada. La iniciativa
fue de Jesús, no de la mujer, fruto de la compasión del Maestro de Nazaret
(vv.12-13), es verdad, que podía haber venido otro día ya que la enfermedad no
era de muerte, pero a diferencia del jefe de la sinagoga que ve el sábado sólo
como día de descanso, Cristo lo ve como día de salvación y compasión con el
prójimo. Día para glorificar a Dios, celebrar la vida que recibimos de ÉL. Jesús
no faltó a la Ley de Moisés, porque no hizo trabajo alguno, sólo impuso las
manos sobre la enferma. El trabajo lo hizo Dios, que vence el poder de Satanás,
ha llegado a los hombres, el reino de Dios en Cristo Jesús. El sábado, recupera
su sentido de estar al servicio del hombre, éste recupera su dignidad de hijo
de Dios, por sobre, el de los animales. La respuesta que da el Maestro, lo toma
de la vida común, si lo animales no pueden pasar un día sin beber, incluyendo
el sábado, ¿por qué esperar un día para sanar a una mujer enferma? ¿Se debía
tener más compasión con los animales, que con los seres humanos? (cfr. Mt.12, 11;
Lc.14, 15). ÉL sábado recordaba el fin de la esclavitud de Egipto, por esto
sanaba en sábado Jesús, los redime de la
pesada interpretación de la ley; Jesús definirá su ley, como yugo suave (cfr.
Mt.11, 28; Dt. 5,12-15). De ahí que el sábado, se convierte en día de gozo para
el pueblo, la obra de la creación contempla la plenitud de los tiempos (cfr.
Gn.1, 31). A la mujer, la llama hija de Abraham (v.16), perteneciente al pueblo
de Israel, ahora liberada de las ataduras de Satanás, recupera su dignidad de
hija de Dios. La asamblea se divide entre los avergonzados fariseos, porque su
conducta ha sido descubierta (cfr. Is. 45, 16), y los que se alegran por las
maravillas que ven obrar a Jesús, donde se refleja la gloria de Dios en medio
de su pueblo Israel (cfr. Ex. 34, 10). Era como ingresar en el descanso o
reposo de Dios después de la Creación en sábado (cfr. Heb. 4,9-11); ya que el texto apunta, no al juicio, sino a la salvación y redención
definitiva del hombre, mediada por Cristo Jesús, para quien quiera acceder al
amor de Dios Padre.
Teresa de Jesús, conoció la enfermedad
en carne propia, por lo mismo procura la salud del alma del cuerpo y del alma.
La oración es fuente de salud para el espíritu, vida que comunica Jesús a sus
amigos. “¡Vida de todas las vidas!…de los que se fían de Vos y de los que os
quieren por amigo; sino sustentáis la
vida del cuerpo con más salud, y dáisla al alma” (V
8,6).
Lecturas
bíblicas
a.-
Rm. 8,15-25: La creación entera gime de dolor.
b.-
Lc. 13, 18-21: El grano de mostaza y la levadura.
Este evangelio nos presenta dos parábolas:
la del grano de mostaza (vv.18-19), y la de la levadura (vv.20-21), que luego Jesús
asemeja con el reino de Dios y que tienen como fin, hacer un contraste entre la
pequeñez de los comienzos y su grandioso final. La semilla de mostaza es la más
pequeña, pero puesta en tierra, se transforma en un gran árbol, que hasta los
pájaros, hacen nidos en sus ramas (cfr. Mc.4, 31). Lo mismo, se puede decir de
la levadura, que la mujer, coloca en la noche en la masa para que fermente, y
hacer el pan el día siguiente. El reino de Dios, se ha iniciado con la acción
de Jesús, que lo anuncia, y lo promete a los discípulos. El reino de Dios está
ya presente en sus curaciones, expulsión de demonios, resurrección de muertos,
signos todos del tiempo nuevo del Mesías. Pero si bien las señales son claras,
no todos descubren su presencia, sólo el que posee sabiduría de Dios. La fe es
el camino y la llave, que abre el tesoro de este conocimiento. Sólo los
discípulos, por el momento, son los que lo poseen, lo que no les exime de orar
para que venga el reino (cfr. Lc. 11, 2), los que forman un pequeño rebaño (cfr.
Lc. 12, 32). Si bien el comienzo es sencillo, el final está garantizado
Jesucristo, vendrá con gloria. Por el momento, comienza a germinar, pronto
florecerá hasta llegar a penetrarlo todo. Jesús trajo el reino, tiempo de
salud, aunque con un pequeño grupo de fieles que están a los comienzo de ese
reinado, al final serán muchos, pero estamos en el tiempo intermedio, es decir,
desde la Ascensión hasta su regreso en gloria y majestad; el reino sigue creciendo como la levadura en
la masa. La acción del reino de Dios sigue su trabajo en forma visible, por
medio de la comunidad eclesial, los cristianos todos, desde el Papa hasta el
último cristiano. El reino sigue creciendo, donde hombres y mujeres, aceptan el
mensaje salvífico, se bautizan y comienzan su período de formación en la fe.
También crece el reino de Dios con el servicio que presta la Iglesia en la
predicación de la Palabra, la celebración de la Eucaristía y el servicio de
caridad a los más pobres de nuestra sociedad en su multiforme de llegar al
hermano.
Teresa de Jesús enseña en la medida en que nos damos a Dios
somos introducidos en los misterios del reino de los cielos: “Rey sois, Dios
mío sin fin, que no es reino prestado el que tenéis. Cuando en el Credo se
dice: Vuestro reino no tiene fin, casi siempre me es particular regalo” (CV 22,
1).
Lecturas
bíblicas
a.-
Rm. 8,26-30: A los que aman a Dios todo les sirve para el bien.
b.-
Lc. 13,22-30: Se sentarán a la mesa en el Reino de Dios.
Este evangelio nos presenta a Jesús,
que atraviesa ciudades y aldeas, enseñando, camino de Jerusalén. Enseña que las
promesas de los profetas se están cumpliendo, les muestra las vías de la
salvación, la entrada en la vida eterna (cfr. Lc. 4, 21; 13,23; 20,21; Hch.16, 17).
Jesús no responde a la pregunta sobre el número de los que se salvarán (v. 23),
tema frecuente entre los fariseos, y hoy muchos tienen la misma preocupación
(cfr.Lc.17, 20; 18,18; 22,28). Él no vino a satisfacer la curiosidad de nadie y
por eso exige: “Luchad por entrar por la puerta estrecha” (v. 24). Los judíos
del tiempo de Jesús hubieran respondido que se salvan sólo los judíos, y los
gentiles se condenan. La salvación se consigue con el esfuerzo personal, el
empleo de todas las fuerzas hasta alcanzar la victoria, como el propio Jesús
que combate en Getsemaní y toma el cáliz de la pasión y muerte (cfr. Lc.22, 44;
9,57-62; 2Tim.4, 7s). La puerta de la salvación todavía está abierta, pero
algún día se cerrará, cuando Jesús venga a juzgar. La llamada de Jesús es a
tomar una decisión, que no se puede diferir (cfr. Lc.4, 21). El Padre ha tenido a bien dar el reino, es un
pequeño rebaño, es estrecha la puerta y angosto el camino (cfr. Lc.12, 32; Mt.7,14); Jesús nos urge a tomar una decisión. Levantado el amo, comienza el banquete,
cierra la puerta (vv.25-26), viene a significar que el tiempo se terminó, y
llega la hora del Juicio final. El texto nos enseña, como algunos que se creen
amigos de Jesús, le exigen que les abra las puertas del reino (v. 25), porque
han escuchado su palabra y comido en su mesa, pero en realidad han sido sus
enemigos, son obradores de iniquidad (v. 27). Su palabra no fue tomada en
serio, no se actuó, según la voluntad del Padre. Su querer consiste en escuchar
a su Hijo, poner por obra su palabra, aceptar la salvación por medio de Jesús.
Todos los argumentos caen, si no ha habido obediencia de obra a las palabras de
Jesús, si no nos decidimos por ÉL. (cfr. Mt.7, 21; 1 Cor.10,1-11).
Los excluidos, delante la puerta cerrada, llorarán y rechinaran los dientes
desesperados, no apreciaron la gracia, ni la salvación. Su lugar será ocupado
por los gentiles que vendrán de Oriente y Occidente (v. 29) y se sentarán a la
mesa con los patriarcas y profetas en el reino de Dios. Mientras para el
cristiano, este evangelio es una llamada a la coherencia y conversión, para los
paganos, puede ser un motivo de esperanza. La justicia de Dios se manifiesta
como salvación en Cristo Jesús, por lo tanto, los cristianos deben ampliar la
mirada y descubrir cómo Dios trabaja por la salvación de todos los hombres,
incluso fuera de la Iglesia, hasta que llame a sus hijos y vengan de los cuatro
confines del mundo a sentarse al
banquete del reino de Dios. Los que eran últimos ahora son primeros y los
primeros últimos.
Teresa de Jesús experimentó la riqueza
de participar del banquete de la Eucaristía anticipo del banquete del reino de
Dios. Jesús prepara cada domingo para sus hermanos es te banquete divino: “Que
no pide más de hoy, ahora nuevamente, que el habernos dado este pan sacratísimo
para siempre. Su Majestad nos le dio, como he dicho, este mantenimiento y maná
de la humanidad; que le hallamos como queremos, y que si no es por nuestra
culpa, no moriremos de hambre; que de todas cuantas maneras quisiere comer el
alma, hallará en el Santísimo Sacramento sabor y consolación.” (CV 34, 2).
Lecturas
bíblicas
a.-
Rm.8, 31-39: Nada nos puede separar del amor de Cristo.
b.-
Lc. 13, 31-35: No cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén.
En este pasaje evangélico, encontramos
reflejado el destino de Jesús, a su paso por Galilea y Perea, territorio de
Herodes Antipas (vv.31-33), y el de la
ciudad de Jerusalén, que rechaza su persona y su mensaje (vv. 34-35). Herodes
como político, le incomoda Jesús, como lo había hecho con Juan el Bautista, e
intenta darle muerte. Le molesta un profeta agitador de las gentes, con
características mesiánicas, de ahí el mensaje que le envía, al parecer, por
medio de los fariseos (cfr. Lc. 9,7; Mc. 6, 24-26; 9,9). Jesús lo califica de zorro, porque con
astucia, busca su beneficio personal (v.32); su respuesta en la línea de los
profetas, es no detener su trabajo de predicar y sanar, su misión de anunciar
el reino viene de Dios, que no depende de los hombres, no vive de amenazas de
Herodes (cfr. Ez. 43,4). El rechazo de Herodes, le causa dolor a Cristo, porque
es manifestación oficial del rechazo de Israel, a la oferta de salvación que
viene de Dios, lo que anuncia su muerte.
Pero su destino, no se resuelve en Galilea, sino en Jerusalén, porque no es
posible que un profeta muera fuera de Jerusalén, la ciudad de David, centro
gravitante de su pueblo (v. 33). Es la única vez que los fariseos muestran
interés por Jesús, quizás mandados por el propio Herodes, para alejarlo de su
territorio (cfr. Am. 7, 10-17). Pero él les manda que relaten a Herodes, que “hoy
y mañana” seguirá sanando a los enfermos y expulsando demonios, redimiendo al
hombre de lo que lo esclaviza, y al tercer día será consumado (v.30; Hch.10,38).
Más tarde Herodes, tendrá la oportunidad de matarlo, pero no lo hace (cfr. Lc.
23,15). Jesús no abandona su ruta, que
terminará en Jerusalén. Jesús sabe que debe pasar por la muerte que se avecina,
el día de su consumación se acerca, con la oposición de las autoridades de su
pueblo, causa de la entrega de su vida; cumplimiento del asesinato de profetas,
y ÉL queda abandonado. No teme a Herodes, porque dentro de tres días, otras
manos lo tomarán para matarlo (v. 32; cfr. Ex. 19, 10; Os. 6, 2). Su actividad
se corona con su muerte y resurrección (cfr. Lc.12, 50; Jn.19, 30; 2Cor.11,
23-33). En un momento, encontramos este lamento de Jesús, son el llanto por la
suerte de su pueblo: Israel queda abandonado, lo mismo, el templo, pierde su
sentido. La ciudad donde se daba sentencias de muerte a los brujos, idólatras,
malos hijos, a los transgreden el sábado y condena a los profetas (cfr. Lv. 20, 27; Dt. 17, 2-7; 21, 18-21; Nm.
15, 32-36; Jer. 26,21-23; 38,4-6), la misma que mata y apedrea a los enviados
de Dios ofreciéndoles la salvación, como blasfemos. Jesús, quiere proteger a
los habitantes de Jerusalén; habla en nombre de Dios, como la gallina a sus
polluelos (v. 34; cfr. Dt. 32,10s; Is. 31, 5; Sal. 3,8). Consecuencias del
rechazo de Jesús, es que la casa de Israel, quedará vacía, el templo también, como cuando Israel fue al
exilio (cfr. Jr. 44, 4-6), y no sólo se refiere al templo, sino a Israel toda.
Quedará privada de habitantes y hasta Dios
se ausenta, cuando cansado de la infidelidad de Israel lo anuncia por
boca de su profeta (cfr. 1Re. 9,7s; Jer.12, 7; Ez. 11, 22-23. Pero la muerte de
Jesús, no es el fin de todo. Será saludado el Mesías, como el enviado de Dios,
al Hijo del Hombre con las palabras: “Bendito el que viene en nombre del Señor”
(v. 35; cfr. Sal. 117, 26) en su pasión, en la ciudad que prepara su muerte,
pero donde Dios lo exaltará a su derecha en el cielo hasta que vuelva con poder
y gloria (cfr. Lc. 22, 69). Antes que Jesús vuelva, Israel se convertirá y será
salvo, es la esperanza de Pablo y la Iglesia (cfr. Rm.11, 25).
Teresa de Jesús nos invita a mirarle
con los ojos del alma: “Poned los ojos en el Crucificado y se os hará todo
poco” (4 M 4, 8).
Lecturas
bíblicas
a.-
Rm. 9, 1-5: Pablo busca el bien de sus hermanos judíos en Cristo.
b.-
Lc. 14, 1-6: ¿Es lícito curar en sábado o no?
En este evangelio contemplamos a
Jesús, en casa de un fariseo importante, hombre piadoso, fiel a la ley de
Moisés (cfr. Lc. 8, 41; 23,13.35; Jn.3, 1). Era sábado, día en que se
conmemoraban: la creación y la liberación de la esclavitud de Egipto (cfr. Ex.
20, 8-11; 31,13; Dt. 5, 12-15). En este ambiente Jesús quiere culminar la obra
de Dios; es invitado de honor como doctor de la ley, como profeta (cfr. Lc. 7,
16-17). Se le observaba desde la religiosidad farisaica, si cumple o no cumple
la ley: en casa del fariseo Simón (cfr. Lc. 11, 37-57), ahora será enjuiciado
acerca de la santificación del sábado. En general, los fariseos piensan que no
es un profeta, no habla de Dios, no responde a sus expectativas, y sobre todo a
su doctrina. Ellos consideraban que su camino de observancia exacta de la ley,
era la forma de presentar a Dios, a un
pueblo santo. Los pecadores, quedaban por lógica fuera de esta comunidad, no
pensaban que pudiera haber otro camino para ir a Dios. El no invitado, es un
hidropónico que había ido a ver a Jesús (cfr. Lc. 7, 37; 19, 3). La pregunta de
Jesús, es manifestación de interés por los fariseos, por eso les pregunta: si
es lícito sanar en sábado (vv. 3-6). La consabida respuesta era: si el enfermo
estaba en peligro de muerte, se podía violar el sábado, pero si no era así,
había que dejar pasar el sábado, y entonces recibía ayuda. En este caso, no
había peligro de muerte, por lo tanto, la pregunta es más bien una provocación
de parte de Jesús, habría que repensar la interpretación dada hasta ahora (cfr.
Mc.7,5; Mt. 5, 17-48). Ante el silencio de los
fariseos, Jesús, llama al enfermo y lo sana en su presencia. La curación es un
signo del reino de Dios, que está con ÉL, obra por medio de ÉL, con su misma
autoridad (cfr. Hch. 10, 38); mientras ellos
privilegian la observancia del sábado, Jesús le devuelve al sábado su sentido
original, día de salvación y amor, misericordia de Dios para con el hombre.
Solo así el sábado se convierte en el día del Señor. El enfermo se marcha sano,
en el día del Señor, porque encontró a Jesús (cfr. Hch.3,21;
Ap.1,10). A la segunda pregunta de Jesús, tampoco responden. Cuando sus
intereses estaban en peligro: el buey y el hijo, interpretaban la ley humanamente
cuando está en juego su propio ínterés: había que
salvarlos, pero si no es así, el caso del enfermo o el prójimo, se niega a
éste, lo que se dan a sí mismos. La ley no puede poner límites al amor, tampoco
el amor de Dios conoce límites; el reino de Dios que anuncia Jesús, es el
reinado de la misericordia divina. En la Iglesia encontramos de palabra y de
obra la acción redentora de Jesucristo, el gran acontecimiento de la
misericordia divina, perpetuado por ÉL en el día del Señor: el banquete de la
Eucaristía y el Sacramento de la Reconciliación. Ésta debe darnos la fortaleza
para encarnar entre los hombres el gran amor de Dios, don y responsabilidad
nuestra. El banquete eucarístico que celebramos como día del Señor cristiano,
está en medio del sábado judío y el banquete en el reino de Dios en el gran
sábado final (cfr. Hb.4,9). Lo importante que Dios
está presente siempre y nos comunica la salvación.
Teresa de Jesús, conoció la
misericordia de Cristo Jesús para con ella, sobre todo antes de su conversión.
“¿En quién, Señor, pueden así resplandecer vuestras misericordias como en mí?
Válgame ahora, Señor vuestra misericordia” (V 4,4).
Lecturas
bíblicas
a.-
Rm. 11,1-2.11-12.25-29: Pablo espera el regreso de Israel a Cristo.
b.-
Lc. 14, 1.7-11: El que se humilla será
enaltecido.
En este pasaje evangélico, nos
encontramos con la capacidad de observación de Jesús en el banquete, al que
había sido invitado: cada uno buscaba su puesto según su presunta dignidad. Los
fariseos cuidaban su honra, querían los primeros puestos en la sinagoga y en
los banquetes, hasta creían saber cuál sería el puesto que tendrían en el
banquete del reino de Dios. Jesús les recuerda algo, que ya sabían de memoria:
no ubicarse en un puesto hasta que el dueño de casa te designe el lugar (cfr.
Prov. 25, 6). La doctrina de Jesús, lejos de ser reglas de urbanidad, expresa
una verdad: para entrar en el reino de Dios hay que hacerse pequeño, es decir
nada de pretensiones de creerse justo. La
sentencia final es la clave: Dios humillará al que se ensalce. Quien se cree
justo y quiera hacer valer derechos delante de Dios; Dios mismo lo excluye de
su reino; en cambio, al pequeño, el que no se tiene por digno de los dones de
Dios, lo admite en su reino para siempre (cfr. Eclo. 3,20). Esta es la primera
condición para ingresar al reino de Dios (cfr. Lc. 6, 20). Vemos que para el
cristiano hasta el comportamiento en la mesa familiar, revela una actitud
interior, ya que el reino de Dios, lo abarca todo: desde el comer, el trabajo,
la vida social, el estudio, el matrimonio y noviazgo, el deporte, etc. Todo hay
que integrarlo en esa visión: Dios lo es todo en todo. En la última cena surgió
una discusión entre los discípulos, sobre quien debía ser tenido por el mayor.
Jesús les enseña con el ejemplo, y se pone a servirles, es decir, se haga
pequeño. “Yo estoy entre vosotros como el que sirve” (Lc. 22, 24-27). La
Eucaristía se celebra en un ambiente de servicio al hermano y ser pequeño.
Pasamos del banquete familiar, al
banquete del reino de Dios, y en medio está la celebración eucarística, en las
tres celebraciones, el Señor se ha hecho Servidor. Jesús pasa de caminar hacia
Jerusalén, hasta la Última Cena con los suyos donde sirviendo, entrega su vida
por muchos en la Cruz y Resucita y nos espera para el banquete del reino que ya
gustamos en la Eucaristía.
Teresa de Jesús, quiere la humildad
para sus hijos como fundamento de toda su vida espiritual: “Una vez estaba yo
considerando porqué razón era nuestro Señor tan amigo de esta virtud de la
humildad, y púsome delante esto; que es porque Dios
es suma Verdad, y la humildad es andar en verdad” (6 M 10,7).
P. Julio
González C.