TRIGESIMA
TERCERA SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO
(Año
Impar. Ciclo C)
P.
Julio González Carretti
Lecturas
bíblicas
a.-
Mal. 3, 19-20: Os alumbrará el sol de justicia.
En la primera lectura, vemos cómo
Yahvé responde a las inquietudes de los hombres, pero donde puede verse, la
pésima condición en la que se hallaba el pueblo de Israel. El profeta denuncia
el comportamiento impío de los sacerdotes (cfr. Ml. 2,1-9), y del pueblo (cfr.Ml.
2,10-16), pero hay un llamado al arrepentimiento (cfr. Ml. 3,7-15), y el
anuncio del día de Yahvé (cfr. Ml. 3, 16-4-3). Israel es presumido y se
defiende ante Yahvé (cfr. Ml.3, 13-15). Se trata de la prosperidad de los
malvados y el dolor que padecen los justos. Yahvé en su eterna sabiduría,
conoce sus pensamientos, por lo tanto,
en el Libro de la Vida escribe el nombre de aquellos que le temen y cuida de
ellos, son su herencia, su propiedad. En el día de Yahvé, ellos serán
custodiados, día de la justicia en que brillará por sobre tantas injusticias
humanas. Será una jornada terrible, día de purificación, de fuego, “ardiente
como horno” (v. 19); los injustos perecerán, serán como paja que Dios mismo,
como fuego los consumirá, no quedará de ellos “ni rama ni raíz” (v. 19). Para
cuantos honran el nombre de Yahvé, llega un día sin ocaso, día de justicia,
como en la era mesiánica, donde la justicia será para todos. Es el sol de
Justicia que alumbrará a los hombres en lo interior, para que sus en sus obras
se refleje la justicia con su prójimo. Ese es el comienzo del día del Señor,
cuando vino el Sol de Justicia (cfr. Lc.1, 78-79), Cristo Jesús; a nosotros
ahora nos corresponde dejarnos iluminar,
ser luz con nuestras obras en medio de nuestro prójimo.
b.-
2 Tes. 3,6-12: El que no trabaja que no coma.
El apóstol exhorta a la comunidad
sobre diversos temas de trabajar, llevar una vida ordenada y tranquila, no
meterse en la vida de los demás, en definitiva, se trata de imitar a Pablo, que
a su vez ha imitado a Cristo (vv. 7-9;
cfr. 1Tes.4,11-12; 2,9; 2Tes.3,6; 4,1; 5,12; 1Cor.4,16; Gál.4,12; Flp.3,17). Al
estar tan cercano el día del Señor, da la impresión que algunos no se
preocupaban de trabajar, pero metiéndose en todo; vivían entonces a expensas de
otros miembros de la comunidad. Era una forma equivocada de entender la venida
del Señor, por eso se les exhorta a que si no trabajan, que no coman. El
sentido común es asumido por el evangelio, para que trabajen y coman su propio
pan, glorificando con sus vidas y trabajos a Dios (v.12). Exhorta también a los
hermanos, a no perturbar la paz de la
comunidad, no desconoce que existan diferencias entre los hermanos, pero
siempre habrá que buscar el común acuerdo, para bien de todos los
hermanos.
c.-
Lc. 21,5-19: Ruina de Jerusalén. Señales precursoras.
El evangelio tiene un sabor
apocalíptico, sobre el fin de Jerusalén. Encontramos dos momentos: la ruina de
Jerusalén a manos de los paganos (vv.5-7), y las señales precursoras de ello
(vv.8-19). El evangelio, nos habla de la ruina de Jerusalén. Presenta a Jesús,
todavía en el templo enseñando a sus
oyentes. Uno de ellos alaba la belleza del recinto sacro por su grandiosidad, suntuosidad, magnificencia
de su arquitectura, el tesoro del templo había aumentado con las buenas
donaciones de los ricos. Jesús no responde al comentario directamente, sino que
hace el anuncio de su destrucción: no quedará del templo piedra sobre piedra (v.6); el templo será destruido
(cfr. Lc.19, 43), más tarde señalará, antes que pase esta generación (cfr. Lc.
21, 32). Dios no mira las hermosas piedras de la construcción, sino que busca al pueblo para ver si encuentra
morada en medio de él (cfr. Miq. 3,9-12; Jer.7, 14; 26,18; Ez. 24,21). La
destrucción del templo y la caída de Jerusalén, ya acaecida, cuando escribe
Lucas, sería el trasfondo de este relato y la
actitud de Jesús de querer rechazar los falsos anuncios apocalípticos. La
pregunta era obvia (v.7), luego que
Jesús anunciara la ruina del templo, quieren saber no sólo del hecho, sino cuándo, ya que pensaban que la ruina del
templo, iba acompañada de otros signos que afectaban también a la ciudad (cfr.
2Re.19, 29-31). La destrucción del templo, la venida de Jesús y el fin del
mundo están muy relacionados entre sí (cfr.Mc.13,4;
Mt.24,3). Leemos este discurso como lo leyó el evangelista: la venida de Jesús
está próxima, la caída de Jerusalén ya fue, mientras no se cumpla, toda
predicción es oscura, aguardamos el cumplimiento de la otra parte. En un
segundo momento Jesús da las señales precursoras: la primera señal será, que
muchos vendrán a usurpar su Nombre (v.9), varios mesías que realmente aparecieron ante la caída
de Jerusalén: hablaban en nombre de
Dios, como lo hicieron los falsos profetas, Jesús enseña que no sigan sus
pretensiones. Encontramos otros textos y la
invitación a no creer en sus palabras sobre la llegada inminente del
fin, pues el tiempo que viene se
relaciona más con la espera vigilante y creativa que con la consumación final (cfr. 2Tes. 2,1s; Hch.5,36-37; Mc.1,15; Lc.12, 45; 19,11). La segunda señal (v.10),
será la proliferación de guerras y calamidades, más allá de Jerusalén, pero no se deben alarmar,
porque todo está dentro del plan
salvífico de Dios, antes del día final (cfr. Dn. 2,28). El problema está
en saber si esas calamidades sucederán
dentro del judaísmo, antes de la caída de Jerusalén, o es el comienzo de fin
del mundo con esas señales precursoras
en una visión de conjunto de lo vivido, y
que se vive también hoy: guerras, hambre, persecución de los cristianos, etc.
Lo verdaderamente importante es que
estos acontecimientos son previos, al final, tiempo de Juicio, pero también, de tomar una decisión frente a
la fe en Cristo Jesús. La tercera señal, se refiere a la persecución de la Iglesia, concretamente
de los apóstoles, de parte de las autoridades judías y paganas
(cfr.Hch.4,1-3;cfr.5,18;8,3;12,4; 16,22;18,12;24,1; 25,1; 26,1); los discípulos
todo lo soportan por el Nombre de Jesús,
pero salían alegres de padecer por el testimonio de Jesús ante el Sanedrín
(cfr.Hch.3,6; 4,12.17;5,28; 8,12.16;
9,14). La persecución tiene la ventaja, no sólo de confesar el Nombre de Jesús,
sino de dar testimonio a favor de Cristo Jesús (cfr. Hch.8,1-4;
11,19; 15,3; flp.1,12s). La defensa corre por cuenta del propio Jesús, que les
dará una elocuencia y sabiduría ante los tribunales. No quedan abandonados a la
retórica humana, sino colmados de palabras ungidas de virtud y sabiduría
divina. Es la acción del Espíritu, que les enseñará lo que deben decir a sus
perseguidores (cfr.Mt.10, 20; Mc.13, 11; Lc.12,2;
Hch,6,10; Jn.13,15). La última señal, se refiere a los parientes que se
convierten en traidores, contra los discípulos de Cristo, y los entregan a los
tribunales por el Nombre de Jesús, causa por la que serán odiados. En ese
momento Esteban y Santiago habían dado la vida por Cristo (cfr. Hch.7,54-60; 12,2). La exhortación final, es la perseverancia y
paciencia, el martirio es culto tributado a Dios, el tiempo de la Iglesia es
tiempo de persecución hasta el final de los días. La fe del pueblo santo aporta
salvación, y todo por designio de Dios redunda en bien de los suyos (cfr.Ap.13,
10; Rm.8, 28). Es la esperanza la que nos sostiene, iluminada por la fe y el
amor del Señor Jesús.
Santa Teresa de Jesús, comentando las
palabras, “Venga a nosotros tu reino” y
hablar de la oración de quietud nos invita a vivir la esperanza teologal
le da a pregustar los bienes del reino
que no acabarán. “Parece que voy a decir que hemos de ser ángeles para pedir esta petición y
rezar bien vocalmente. Bien lo quisiera
nuestro divino Maestro, pues tan alta petición nos manda pedir, y a buen
seguro que no nos dice pidamos cosas
imposibles; que posible sería, con el favor de Dios, venir un alma puesta en este destierro,
aunque no en la perfección que están
salidas de esta cárcel, porque andamos en mar y vamos este camino. Mas
hay ratos que, de cansados de andar, los
pone el Señor en un sosiego de las potencias
y quietud del alma, que, como por señas, les da claro a entender a qué
sabe lo que se da a los que el Señor
lleva a su reino; y a los que se les da acá como le pedimos, les da prendas para que por ellas tengan gran
esperanza de ir a gozar perpetuamente lo
que acá les da a sorbos.” (CV 30,6).
Lecturas
bíblicas
a.-
Ap. 1, 1- 6; 10-11; 2, 1-5: Recuerda de dónde has caído y conviértete.
b.-
Lc. 18, 35-43: ¿Qué quieres que haga por ti? Que vea otra vez.
Este evangelio nos presenta a Jesús
rodeado de gente camino de Jerusalén, como peregrinos para la fiesta de Pascua.
Junto a la puerta se reúnen los ciegos, y uno de ellos le grita: “Jesús, Hijo
de David, ten compasión de mí” (v.37). El Mesías había sido anunciado como el
salvador de los ciegos (cfr. Is.35,5; 61,1; Lc.1,32;
4,18). El ciego hace su confesión de fe y devoción, ante las increpaciones para
que se callara, gritaba más fuerte todavía, el grito va en línea profética,
Dios lo ilumina respeto a la filiación davídica (cfr. Am.3,8;
Mt.16,17). El ciego ve con luz interior, es
la fe que confiesa al Mesías en la última etapa de su camino hacia su
muerte y exaltación. Luego de su insistencia hecha oración, Jesús lo manda
traer: “¿Qué quieres que te haga?» El dijo: ¡Señor, que vea! Jesús le dijo: Ve.
Tu fe te ha salvado. Y al instante recobró la vista, y le seguía glorificando a
Dios. Y todo el pueblo, al verlo, alabó a Dios.” (vv. 41-43). Jesús acepta el
título de Hijo de David, aunque su camino a Jerusalén destruye las esperanzas
nacionalistas que conlleva, mostrando otra imagen del Mesías, más conforme al
querer de Dios, que de los hombres. El ciego ahora llama a Jesús, Señor (v.
41), soberano al que se le ha dado poder
divino (cfr. Lc. 2,11; Flp. 2, 8-11). La confesión mesiánica proclamada por el
ciego, ahora se confirma en su sanación. Lo que Dios obró interiormente, se
muestra a lo exterior: siguió a Jesús, la fe en ÉL salva. Para seguirle hay que
comenzar por la profesión de fe, confesar que Cristo es el Señor (cfr. Is.59,10; Lc.1,79). El ciego aunque no ve a Jesús, la multitud lo
amenaza con sus gritos, en camino de Jerusalén donde se consumará la historia
de la muerte y resurrección de Cristo, el ciego recibe la luz de los ojos, el
excluido vuelve a la vida, al templo, al culto, se convierte en discípulo de
Jesús. Después del último anuncio de su pasión (cfr. Lc.18, 31-34), camino de
Jerusalén, Jesús sigue haciendo discípulos que lo acompañen a su destino de
muerte y gloria. El ciego sigue a Jesús glorificando a Dios. Con su fe reúne
una nueva comunidad que alaba a Dios, imagen de la Iglesia naciente, que se
hace visible con su alabanza (cfr. Lc.24, 53).
La iglesia primitiva vio en este
acontecimiento una verdadera catequesis bautismal, donde se destaca la fe y el
seguimiento del ciego, todo un camino sereno hacia la luz, que reverbera en el
rostro de Cristo Jesús.
Como el ciego Bartimeo, Teresa de
Jesús vio muchas veces el Rostro de Jesucristo desde la clara visión de la fe:
“Vi a Cristo con los ojos del alma más claramente que le pudiera ver con los
ojos del cuerpo” (V 7,6).
Lecturas
bíblicas
a.-
Ap. 3, 1-6. 14-22: Si alguien me abre, entraré y comeremos juntos.
b.-
Lc. 19, 1-10: El Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba
perdido.
El evangelio nos presenta la figura
del publicano Zaqueo que es rico, y que no se preocupa de los demás. El día en
que pasaba Jesús, éste le dirige la palabra, pidiéndole que le invite a comer a
su casa. ¿Qué ha visto en Zaqueo, el Maestro de Nazaret? No lo sabemos, pero si
constatamos que para Zaqueo el recibir en su casa a Jesús, se exige un cambio
de actitud, de conducta, antes de llevarlo a su casa: devolverá cuatro veces lo
mal adquirido, y dará la mitad de sus bienes a los pobres (cfr. Ex. 21, 37).
Zaqueo se ha puesto en sintonía con la palabra de Cristo Jesús; ha llegado la
salvación a su casa, “el Hijo del Hombre ha venido a buscar lo que estaba
perdido” (v. 10). También Zaqueo es hijo de Abraham, es decir, que su profesión
no es incompatible con la salvación que trae Jesús de Nazaret, siempre y cuando
comparta sus bienes con los pobres. El banquete habría sido en vano, sin el
cambio, que se produjo en Zaqueo; es la respuesta personal a la salvación que
le ofrece el Maestro, lo que hace a este publicano un hombre, ahora trasparente
ante la gracia y amor, el don de Dios que Jesús le comunica con su palabra y
presencia. La vida cristiana encierra exigencias de justicia y amor al prójimo.
Pierde quizás parte de su dinero y de sus bienes, pero ganó en justicia y en
caridad para con el prójimo. Los frutos de nuestra vida cristiana ha de ser el
bien y la verdad, y no las uvas amargas, frutos del egoísmo que domina muchas
veces nuestro corazón. El trabajo que se hace para ganar dinero y con ello
prestigio social, si no tiene una vertiente de compromiso con los pobres y
necesitados, no es nada evangélico, porque conlleva monopolio de la riqueza.
Esto genera injusticia con los pobres y oprimidos; el verdadero cristiano
trabaja por la fraternidad, salvar lo perdido, compartiendo los bienes, las
oportunidades para saciar el hambre de los hombres en lo físico, cultural,
social y religioso. Se recupera a los excluidos, que aunque era rico, Zaqueo,
era un excluido del templo y de las cosas santas por su condición de pecador
público. La señal que poseemos la vida nueva del Resucitado, es que amamos al
prójimo. La Eucaristía, el banquete por excelencia del cristiano, es donde
aprendemos a compartir, con el cuerpo de Jesús entregado y la sangre derramada
en el cáliz, la vida nueva que nos comunica. Tarea del cristiano es mostrar un
rostro cercano de Dios a los hombres de hoy y siempre.
Teresa de Jesús, experimento la
sequedad interior, el tedio espiritual, hasta dejar la oración por un tiempo.
“No había fuerzas en mi alma para salvarse, si su Majestad con tantas mercedes
no las pusiera” (V 18, 5). Pero una vez convertida, experimenta la búsqueda de
Dios, es decir, ir tras sus huellas como Zaqueo: “Qué es bastante, para que
dejemos de buscar a este Señor” (6M 4,10).
Lecturas
bíblicas
a.-
Ap. 4, 1-11: Santo es el Señor, soberano de todo; el que era y es y viene.
b.-
Lc. 19, 11-28: ¿Por qué no pusiste mi dinero en el banco?
En el evangelio, Jesús sigue su camino
hacia Jerusalén en el tiempo de Pascua, las caravanas de gentes mantienen vivas
las expectativas de la restauración del reino de David, el ciego ha confesado
su fe en Jesús como hijo de David, Zaqueo lo contempla como el Pastor mesiánico
de Israel prometido (cfr. Lc.24, 21; Hch.1, 6). La pregunta resulta evidente:
¿se va a manifestar inmediatamente el reino de Dios? (v.11), también se hacía
esta pregunta los primeros cristianos respecto de la parusía de Cristo. En
algunos ambientes religiosos se esperaba su pronta venida (cfr. 1Tes. 4,15; 1
Cor.7, 29ss; 10,11; Rm.13, 11ss; Flp.
4,5; Ap.1, 3; 3,11). Muchos se burlaban
de la espera (cfr. 2 Pe.3, 4). La parábola de las minas pone freno a la
entusiástica espera de la parusía del Señor, y así alimenta la esperanza
escatológica. Jesús sigue en Jericó, territorio de Arquelao, hijo de Herodes el
Grande, pero hubo de negociar el título de rey con el emperador Augusto en
Roma, sin embargo una embajada de judíos, impidió dicho nombramiento, y
consiguió sólo el título de etnarca. La parábola parece inspirar en este
acontecimiento histórico cuando dice que un hombre de familia noble fue a un país
lejano a recibir la investidura real (v.12). Pero además hace referencia a
Jesús, que sube a Jerusalén, no va recibir el reino inmediatamente, sino que va
a un país lejano, al cielo, para volver con poder y dignidad regia. Mientras
tanto confía su dinero a sus empleados. El rico deja en manos de diez de
sus empleados el trabajo de multiplicar
esos dineros. Dándole un carácter escatológico,
el hombre que se ausenta para
recibir la dignidad de rey y que vuelve a pedir cuentas a sus empleados es
Jesucristo, que sube al cielo, a la derecha del Padre y vuelve como rey para el
Juicio final (cfr. Mt.25, 14-30). Al que pretende ser rey, sus enemigos lo
odian, en la ausencia de Cristo, sus enemigos no descansan, no sea reconocida
su realeza, lo que provoca en su Iglesia persecución, a lo que se responde con
fidelidad y perseverancia por parte de sus discípulos (cfr. Lc.17, 22; 21,12s). Cuando el viajero vuelve con éxito, porque ha
conseguido el título de rey llama sus siervos. Los que trabajaron el dinero que se les confió fueron
premiados. Los criados debían demostrar su fidelidad en lo poco (cfr.Lc.12, 42;
16,10). Fueron premiados con un encargo mayor, ser gobernadores, de un número
de ciudades en proporción a lo que habían ganado. Imagen de cómo Dios produce
el crecimiento y que los discípulos fieles reinarán con Cristo para
siempre (cfr. 1 Cor.3, 6s; Lc.12, 43;
22,30). El tercer siervo, había guardado el dinero, no produjo nada por temor a
su amo, al que acusa de déspota y cruel, no se arriesga, porque busca
seguridad. Estos reproches revelan la mala conciencia del siervo. Quizás Jesús
piensa en los fariseos que conciben a Yahvé como un Dios sin misericordia que
sólo exige, observan la Ley, pero no se arriesgan; en cambio Jesús, muestra a
un Padre que da y que ama a sus hijos; enseña que la justicia es don de Dios,
que su reino exige más todavía, pero porque en su Hijo, lo da todo. Al siervo
perezoso se le quitó lo que tenía (v. 26; Mt. 25, 29), y se le dio al que más
había ganado, al emprendedor, al que arriesgó, al animoso, la seguridad está en
ganar, no en guardar. El tiempo de la fidelidad va entre la Ascensión y la
parusía, es el tiempo de la Iglesia, tiempo de misión, de trabajo apostólico.
Cristo viene y vencerá a todos sus enemigos, el día del Juicio final y los
fieles ingresarán en su reino celestial.
Siguiendo el consejo de la parábola
Teresa de Jesús, quiere en sus comunidades hombres y mujeres que no escondan
sus talentos porque saben que así sirven a la comunidad y la Iglesia:
“Querríalas mucho avisar que miren no escondan el talento, pues que parece las
quiere Dios escoger para provecho de otras muchas, en especial en estos tiempos
que son menester amigos fuertes de Dios para sustentar a los flacos” (V 15, 5).
Lecturas
bíblicas
a.-
Ap. 5,1-10: El Cordero fue degollado.
b.-
Lc. 19, 41-44: Lamentación sobre Jerusalén.
Este pasaje, propio de Lucas, nos
presenta a Jesús que contempla a Jerusalén,
en todo su esplendor. Llora por ella, como había anunciado el profeta,
el quebranto de la hija de Sión (cfr. Jer. 14,17). Más tarde anunciará la caída
de la ciudad, a mano de los paganos (cfr. Lc. 21, 5-6.20). Jesús llora por la ciudad. Le viene el castigo, sus
lágrimas son de impotencia, encierran un
profundo misterio. Se limita a decir: “Si hubieras comprendido…” (v. 42), lo
que es para tu paz, la paz
mesiánica (cfr.Is.11, 6; Os.2,
20). La paz que trae el Mesías es tema de predicación de los profetas, promesa
salvífica del tiempo mesiánico (cfr. Is.59, 19; 66,12; Jer.33,6; Ez. 34,25; 37,26). Jesús ha sanado enfermos,
expulsado demonios, resucitado muertos, convertido a publicanos y pecadores,
sin embargo su poder encuentra en ella resistencias, el poder de Dios se oculta
en la debilidad y el amor salvador de
Jesucristo. Respeta a este grado la libertad del hombre, su llanto, es el último llamado a la
conversión de la ciudad. La deseada
paz mesiánica, ahora debía de ser
otorgada, luego de su entrada triunfal a la
ciudad, tendrían que reconocerle como el Príncipe de la paz, como la
habían anunciado los profetas, y como el
pueblo lo había aclamado a su ingreso (cfr.
Lc.19, 38; Is.9,7; 26,12; 32,17s;
Sal.35,27;72,7; 85,9; 122,6). Pero Jerusalén no lo reconoció; mató y apedreó
a los profetas que Dios había enviado, se cierra a la palabra de Dios,
gente sin conocimiento (cfr. Lc.13, 34; Dt. 32, 28). La ciudad no acepta la paz que Dios le ofrece, no
reconoce a Jesús, lo llevará a la cruz; su
ingreso a la ciudad de Jerusalén y su próxima muerte, quedan oculta a
los ojos de ellos por designio divino.
Ello no impide que la lamentación de Jesús, sea autentica, como la culpa de Jerusalén. Cuando descubre
que los sabios lo rechazan y los
pequeños acogen la sabiduría escondida en sus palabras, alaba el
designio divino porque el Padre lo ha
dispuesto así (cfr. Lc.10, 21). El rechazo de Jesús como Mesías, equivale a una ceguera espiritual, lo
que hace imposible el deseo de Jesús; la
ciudad ha sido herida, el plazo de gracia ha vencido (cfr. Jr.15, 5). Luego
viene el anuncio de la ruina de la
ciudad (vv. 43-44), porque no conoció, ni reconoció el tiempo de la visita de Dios, no aceptó su
desbordante bondad manifestada en Jesús,
el Mesías venido de lo alto, que ilumina las tinieblas y encamina nuestros pasos por sendas de paz (cfr. Lc.1,68-79). En
Galilea el pueblo reconoce que Dios ha
visitado a su pueblo misericordiosamente (cfr. Lc.7, 16), en cambio,
Jerusalén no reconoce al Príncipe de la
paz en su triunfal ingreso a la ciudad. Sólo en Jesús conoce el hombre la paz, cúmulo de todos los
bienes mesiánicos; don del Padre para
los creyentes. Jesús como israelita ama a su pueblo, sufre el rechazo de los
suyos, razón de su futura pasión, muerte y resurrección. En un clima de
obediencia al Padre, Jesús acepta la pasión y cruz, para la comunidad
eclesial, fuente de salvación y gloria
eterna. Que importante será acoger la salvación que nos viene de Dios, en la
persona y palabra de Jesús de Nazaret.
Esta intuición de Teresa de Jesús, nos
ayuda a comprender esas lágrimas de Jesús contemplando Jerusalén. “Es muy buen
amigo Cristo, porque le miramos hombre y vémosle con flaquezas y trabajos, y es
compañía” (V 22,10).
Lecturas
bíblicas
a.-
Ap. 10,8-11: Cogí el librito y me lo comí.
b.-
Lc. 19, 45-48: Purificación del templo.
En este evangelio, encontramos a Jesús
en el templo de Jerusalén, meta de todo su peregrinar hacia la ciudad santa;
Jerusalén vale por el templo, y éste recibe su gloria por la presencia de Yahvé.
Su ingreso le da un nuevo sentido al recinto sacro; se cumplen las palabras del
profeta: “He aquí que yo envío a mi mensajero a allanar el camino delante de
mí, y enseguida vendrá a su Templo el Señor a quien vosotros buscáis; y el
Ángel de la alianza, que vosotros deseáis, he aquí que viene, dice Yahveh
Sebaot. ¿Quién podrá soportar el Día de su venida? ¿Quién se tendrá en pie
cuando aparezca? Porque es él como fuego de fundidor y como lejía de lavandero.
Se sentará para fundir y purgar. Purificará a los hijos de Leví y los
acrisolará como el oro y la plata; y serán para Yahvé, los que presentan la
oblación en justicia. Entonces será
grata a Yahvé la oblación de Judá y de Jerusalén, como en los días de antaño,
como en los años antiguos” (Ml. 3,1-4). Este día trae la sentencia, pero además
la salvación. Jesús, no es movido por fuertes sentimientos, ni por palabras,
sino por el cumplimiento de la acción profética: expulsar a los vendedores, los
negocios desdicen el sentido de ser la Casa de Dios (cfr. Is.56,7). Tras ellos debían marcharse las autoridades religiosas,
que habían permitido ese comercio, habían convertido los judíos la Casa de Dios
en un lugar de cambio de monedas, para pagar el tributo anual al templo y comprar los corderos para los sacrificios. Si
bien se puede entender este comercio como necesario, por los ritos, que debían
hacer para honrar a Yahvé; desde la perspectiva de Jesús, entiende el templo
como Casa de su Padre, espacio de oración y encuentro con Dios, todo ello resultaba
inmoral. Al lucrarse con ello, las autoridades religiosas, habían convertido el
templo en guarida de ladrones; se cumple que en ese día de palabra y obra, que
ese día no quedará más mercader en el la Casa de Yahvé (cfr. Jr. 7,11; Zac.
14,21). Se restaura el culto a Yahvé, no al dinero, será el templo para todas
las naciones, y Jesús lo consagra con su presencia y acción mesiánica, antes
que sea destruido, puesto que la Iglesia comenzará ahí sus reuniones para la
oración diaria (cfr. Hch.2,46; 3,1; 5,20.21.25.42; 21,16). En el templo de Jerusalén, es adonde llevaron
a Jesús cundo niño para presentarlo a Yahvé, ahí resonaron las promesas del
anciano Simeón, y de adolescente cuando
conversaba con los doctores de la ley y quedaban admirados de tanta sabiduría
(cfr. Lc. 2, 22; 25-38). Ahora, es también en el templo, donde termina su peregrinar pero su significado religioso había concluido
(cfr. Hch. 5, 12). Para el cristiano su
verdadero hogar es la Iglesia, espacio de comunión en la fe y en el amor, pero
también, la sociedad donde vivimos nos movemos y existimos como espacio para
llevar el evangelio y realizarnos. Finalmente, el misterio de Jesús, es el
destino de todo cristiano, tienda de encuentro, desde que nos espera a la
diestra del Padre y nos envía su Espíritu para alcanzar esta meta, fin del
camino.
Teresa de Jesús, descubre que es el
amor lo que nutre el culto a Dios, lo que nace del corazón del hombre hace de
la liturgia espacio para la fe y la oración. Es el Espíritu, la fuente de donde
germina el amor divino, que celebramos en nuestras asambleas eclesiales con la
Palabra y la Eucaristía. “Para aprovechar mucho en este camino de oración…no
está la cosa en pensar mucho sino en amar mucho” (4M 1,7).
Lecturas
bíblicas
a.-
Ap. 11,4-12: Estos dos profetas eran un tormento para los habitantes de la
tierra.
b.-
Lc. 20, 27-40: No es Dios de muerte, sino de vivos.
La pregunta de los saduceos, no
deja ser capciosa y hasta sin sentido.
Eran amantes de la Escritura, sólo del Pentateuco, pero rechazaban las
tradiciones de los mayores, negaban la resurrección. Por el contrario, Jesús y
los fariseos creían en la resurrección de los muertos. Los rabinos habían
tratado, a través del tiempo, de fundamentar la idea de la resurrección con
pasajes de la Escritura (cfr. Ex. 6, 4; 15,1; Nm. 15,31; 18,28; Dt. 31, 16). Se
acercan y le llaman Maestro, pero ese saludo no es sincero, no indica buena
disposición interior. La pregunta que le formulan tiene que ver con la ley del
levirato (cfr. Dt. 25,5). Desean demostrar con las Escrituras que es absurdo
creer en la resurrección. La ley del levirato, mandaba que si un hombre casado
moría sin dejar hijos, el hermano tomaba a la mujer, su cuñada, y le daba
descendencia a su hermano colocándole el nombre de su hermano para que no
desapareciera de Israel ese nombre (cfr. Lv. 25, 5). Siete hermanos tuvieron la
misma mujer, en la otra vida, ¿de quién será mujer? La exageración hace absurda
la pregunta, y por otro lado, establece que la vida eterna sería igual a la
actual. La ley de Moisés, no hablaba de resurrección, por lo tanto, no había
respuesta. Sólo Jesús puede dar una respuesta.
La palabra de Jesús, deja claro que la vida eterna, no es igual a lo de
aquí; sólo aquí hombres y mujeres se casan. Los que alcancen la vida
eterna, no se desposan, porque son hijos
de Dios, son como hermanos, no tienen hijos, tampoco mueren (cfr. Rm.5,29). Serán como ángeles, hijos de Dios, hijos de la resurrección.
Los resucitados no pertenecen a este mundo, sino al que está por venir. Los
hijos de Dios, pasan de este mundo de pecado y caducidad, a la vida eterna, a la resurrección de los muertos. El
matrimonio es realidad terrena, en el cielo no es necesario, la procreación es la que da sentido al
matrimonio (cfr. Gn. 1, 28); la argumentación de los saduceos queda invalidada,
en la vida eterna no hay matrimonio. Pero Jesús recurre a la Escritura como
ellos (cfr. Dt. 12,2; Ex.3,2-6),
enseñando que Dios es Dios seres vivos, y no de muertos, puesto que cuenta con
que sus oyentes creen que los Patriarcas, están junto a Dios, ya que quien se
relaciona con Dios, tiene como destino la resurrección. Los escribas alaban la
respuesta de Jesús (cfr. Hch. 23, 6-7); no preguntarle nada más, quiere
significar que con su inteligencia Jesús, acalló el sarcasmo de los saduceos, y
aumentó su fama como Maestro. Los doctores de la ley reconocen su sabiduría y
enseñanza. De ÉL posee la Iglesia su doctrina sobre la resurrección de los
muertos, lo que nos distingue entre cristianos y saduceos, cristianos y
gentiles. La predicación del kerigma es: Jesús, es constituido por Dios Padre,
en Kyrios, Señor y Cristo (cfr. Hch. 2, 36). Los que entren al cielo participan de la gloria de los hijos de Dios,
(cfr. Job. 1, 6; 2,1; Hch. 12,7). Ellos reciben la filiación divina (cfr. 1Jn.
3,2; Rm. 8,21), la gloria (cfr. Rm. 8, 18) y un cuerpo espiritual en forma
definitiva (cfr. 1Cor. 15, 42ss). Los muertos resucitarán en un estado de
incorruptibilidad, “seremos transformados”, enseña Pablo (cfr. 1Cor. 15, 22), vivirá no
sólo el alma, sino todo el hombre en su totalidad, alma y cuerpo. Resucitar es
un don de la gracia divina, inmerecido, como lo es el reino de Dios (cfr. 2Tes.
1,5), lo harán los justos como también los pecadores e injustos. Todos
resucitarán, los que hicieron el bien para la gloria eterna, los que hicieron
el mal para la perdición (cfr. Hch. 24, 15).
La Santa Madre Teresa de Jesús, tuvo
muy presente que cuando se convirtió fue al Señor de la vida, Jesucristo, el
Dios que está vivo y presente en la historia de la humanidad. “El amor que el
Señor nos tuvo y su resurrección, muévenos a gozo” (V 12,1).
P.
Julio González C.