UNDECIMA SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO
(Año Par. Ciclo A)
P. Julio González
Carretti ocd
DOMINGO, SOLEMNIDAD
DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
a.- Ex. 34, 4-6.8-9: Señor, Señor Dios compasivo y
misericordioso.
b.- 2Cor. 13,11-13: La gracia de Jesucristo, el amor de
Dios y la comunión del Espíritu Santo.
c.- Jn. 3,16-18: Dios mandó a su Hijo al mundo para que
se salve por ÉL.
a.- Ex. 19, 2-6: Seréis para mí un reino de sacerdotes y
una nación santa.
b.- Rm. 5,6-11: Fuimos reconciliados por Dios por la
muerte de su Hijo.
c.- Mt. 9, 36-10, 8: Compasión hacia la muchedumbre y
misión de los Doce.
a.- 1Re. 21, 1-19: Nabot ha muerto apedreado.
b.- Mt. 5, 38-42: Rechazo de la venganza efectiva y el
deseo de la misma.
a.- 1Re. 21,17-29: Has hecho pecar a Israel.
b.- Mt. 5, 43-48: Amad a vuestros enemigos y rogad por
los que os persigan.
a.- 2Re.2,1.6-14: Los separó un carro de fuego y Elías
subió al cielo.
b.- Mt. 6,1-6.16-18: Tu Padre te recompensará.
b.- Mt. 6, 7-15: La oración del cristiano: el Padre
Nuestro.
a.- 2Re.11,1-4. 9- 18.20: Ungió a Joás, y todos
aclamaron. ¡Viva el rey!
b.- Mt. 6, 19-23: El tesoro en el cielo y la luz de los
ojos.
a.- 2Crón. 24,17-25: Zacarías, a quien matasteis entre el templo y el
altar.
b.- Mt. 6, 24-34: Verdadero servicio a Dios.
Lecturas bíblicas
En esta
lectura encontramos la renovación de la Alianza y Yahvé se manifiesta
misericordioso con su pueblo. El pueblo ha llegado a la meta el Sinaí, luego de
su salida de Egipto. Durante la travesía Yahvé se ha mostrado solícito para con
su pueblo, defendiéndolo en los peligros y como respuesta el pueblo se ha
comprometido a cumplir con el pacto (cfr. Ex.19,4;
24,3-7). Pero sus palabras parecen ser vacías de contenido, ya que recién
concluido el primer pacto, Israel conoce la idolatría adorando al becerro de
oro. Es la intercesión de Moisés quien logra la restauración de la Alianza, lo
que consigue la historia de la salvación continúe siendo posible (cfr.
Ex.32.33.34). Esta teofanía responde a la oración de Moisés,
ver la gloria de Dios, Dios pasa revela su Nombre: Dios compasivo, clemente,
paciente, misericordioso y fiel (v.6; cfr. Ex.33, 17. 20). Fórmula frecuente en
el AT., que ha comprendido la forma de relacionarse con Dios, pero reconociendo
que ha sido un pueblo duro de cerviz, que sigue adorando becerros de oro o
ídolos muertos. Pero Israel sigue siendo la heredad de Yahvé, no por sus méritos propios, sino
por la misericordia y el perdón divino, que siempre está presentes coronado el
actuar de Yahvé (cfr. Nm.14,18; Sal. 86,5). Si bien
Moisés no ve a Dios, pero sí siente su acción gozosa, tampoco el pueblo lo vio,
comprenden su forma de actuar y la aceptan. Quizás nosotros deberíamos recitar
con mayor frecuencia esta plegaria de Moisés.
El apóstol
Pablo, se despide de sus amados hijos de Corintio con una exhortación a vivir la vida cristiana con una
meta la santidad, recorriendo todo el
camino bajo la amorosa mirada de Dios Trinidad. Toda una exhortación a vivir la santidad como estado de perfección.
Lo primero que invita a cultivar es la
alegría, signo de los tiempos mesiánicos, con carácter eminentemente social, es decir, la comunión entre los
miembros del Cuerpo de Cristo (vv. 11-12).
Compartir con el hermano y el congraciarse con él, serán parte del
patrimonio cristiano (cfr. 1Cor.12, 26),
considerándose al mismo tiempo, como el mismo
Pablo, colaborador del gozo de sus hermanos, porque permanecen firmes en
la fe (cfr. 2Cor. 1, 24). Manifestación
de esa fraternidad es el beso litúrgico, el ósculo de la paz (v.12; cfr. Rm.16,16;1Cor.16,20; 1Ts.5,26). En este texto, encontramos
además, como tempranamente en la Iglesia, ya existían fórmulas que expresaran
tan claramente el misterio fontal de la fe cristiana.
Esto supone que la comunidad comprendía lo que se expresaba en ellas, lo
proclamado, lo que habla de una vivencia trinitaria, la reflexión sobre este
misterio, es fruto temprano, y no una creación tardía. La mención de la Trinidad, la presenta el
apóstol, no como algo abstracto, sino realidad dinámica en la vida cristiana.
La gracia, el amor y la comunión se relacionan con cada una de las Divinas
Personas, lo que no las hace algo lejano o irracional, o para que el hombre
renuncie a su entendimiento, sino misterio revelado para comunicarse con el
hombre, fomentar una comunión con el hombre, que cambia su vida. Misterio que
se acomoda al lenguaje y razonamiento humano para ser acogido y a su vez el hombre sentirse amado y unido a Dios Uno y
Trino. Ese Dios Trinidad, nos ama y se entrega a cada creyente para que el
hombre conozca y ame en plenitud. Todos podemos colaborar en el hacer de
nuestras asambleas litúrgicas, una
verdadera comunidad eclesial, animada por el amor y la paz de Dios.
El
evangelio nos presenta la entrevista de Nicodemo con Jesús y la necesidad de
nacer de nuevo y de lo alto (cfr. Jn.3,3-8). Nacer de
arriba es sinónimo de nacer del Espíritu. En estos breves, pero densos
versículos, Jesús va revelando su propio
misterio desde su Padre Dios, en su diálogo con
Nicodemo. Hasta ahora Jesús ha dicho, que
nadie ha subido al cielo, sino el que bajó de él, por lo tanto, es el revelador
de Dios, porque antes que ÉL nadie ha
subido al cielo: patriarcas y profetas,
incluido Moisés, recibieron de Dios parte de la revelación; sólo Jesús,
el Hijo del Hombre, ha estado en el
cielo, en el seno de Dios, ha contemplado su
rostro (cfr. Jn.3,9-18). Hay una clara alusión
a la elevación en la Cruz, y a la
Ascensión de Jesús a los cielos. Esta única Ascensión tiene como razón,
que sólo Jesús ha bajado del cielo (cfr.
Jn. 3, 14-15). Él no sólo escuchó a Dios, sino que es su única Palabra, es más, es la Palabra, ha visto a
Dios, tiene una experiencia única. El
evangelista en el fondo, quiere decir, que Jesús es la máxima
experiencia de Dios, la palabra de Dios,
la revelación, más que visiones y audiciones, apunta a la revelación que comunica Jesús con su
palabra y obras (cfr. Jn.1.1-18). Este es el Hijo del Hombre, del que nos habló Daniel (cfr. Dn. 7,13-14),
el Dios ha constituido Señor de la
historia. Pero aquí viene lo paradojal: ese Señor lleno de poder y
gloria, debe pasar por la humillación de
la Cruz, realidad que la Ley consideraba una
maldición de Dios (cfr. Dt. 21,22). Nicodemo representa la teología de
los fariseos, concepción religiosa que consideraba que Dios se había
manifestado definitivamente sólo por la Ley de Moisés. Por lo tanto, también la
relación del hombre con Dios pasa por la obediencia a la Ley. Jesús le hace una
propuesta completamente distinta: Dios ya no se manifiesta sólo por la Ley,
sino por su Hijo. No se revela como Supremo legislador, sino como Padre, el
Hijo no enjuicia desde lo exterior, leyes, normas preceptos por cumplir, sino
que quiere que creamos en ÉL y aceptemos, a Aquel que lo envío. Lo que seremos
en el futuro dependerá de la actitud que tengamos con respecto a su Hijo. Dios
Padre entrega al Hijo, para que el hombre sea salvo, y no perezca en la muerte
eterna. He aquí la máxima expresión del amor de
Dios al hombre: entrega al Hijo a la muerte. Ese Hijo es Jesús, sólo es
el enviado del Padre, es además su Hijo.
Todo lo cual se había anunciado en el
pasado: la serpiente levantada en el desierto, anunciaba al Mesías
alzado en la Cruz del Calvario (cfr. Nm. 21, 4-9), y más atrás en el tiempo, cuando Dios pidió la vida de Isaac a Abraham, se
anunciaba la pérdida del propio Hijo
entregado a la muerte (cfr. Gn.22). Comprender esto un judío fariseo
como Nicodemo, exige un cambio de
mentalidad, una nueva fe, un nuevo nacimiento. Dios ha enviado al Hijo, para salvar al mundo, todo
obra de la Trinidad: el Espíritu es del
que se debe nacer, Jesús nos prepara recibir su Espíritu, el Padre, fuente de todo, envía a su Hijo al mundo, Luz del
mundo, pero que el hombre, si prefiere
las obras de las tinieblas, puede rechazar ese luz porque no rompe su relación con ellas. El que se deja traspasar
por la luz de Jesucristo, vivará este
nuevo nacimiento por el bautismo y la salvación será la fuente de su
nuevo obrar. Porque cree en Jesús, el
enviado del Padre, ya posee la vida eterna, no
conocerá el juicio, porque sus obras son según Dios. Gloria y honor a
la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y
Espíritu Santo, por los siglos de los siglos.
Amén.
Es San Juan
de la Cruz, quien no describe esa misma vida de amor y gozo que vive la Santísima Trinidad. La comenzamos a
vivir en lo interior, si somos
conscientes de nuestra condición bautismal, es decir, saber que
somos auténticos hijos de Dios y como
tales debemos vivir. “En ti solo me he
agradado, ¡Oh vida de vida mía!. Eres lumbre de
mi lumbre, eres mi sabiduría, figura de
mi sustancia, en quien bien me complacía. Al que a ti te amare, Hijo, a mí mismo le daría, y el amor que yo en ti
tengo ese mismo en él pondría, en razón
de haber amado a quien yo tanto quería” (Romance sobre el evangelio de Juan. “In
principio erat Verbum” acerca de la Santísima
Trinidad).
Lecturas Bíblicas
La primera
lectura nos presenta el caminar, el éxodo de Israel hacia el monte Sinái, lugar del encuentro con su Dios, ahí se constituye
como pueblo de ahí que sea su punto de llegada, pero también de partida. Se
define como pueblo de la alianza con Yahvé. Es en ese lugar donde se dan
acontecimientos históricos importantes, sin olvidar que nace también todo el
cuerpo legislativo de Israel. El lugar tenía fama de ser el lugar del Dios de
Israel, antes del pacto, antes de la alianza, ahí los esperaba Yahvé, es más ÉL
viene a estar con su pueblo. Moisés hace de intérprete de la voluntad divina y
el pueblo acepta los términos y se desencadena la teofanía que convierte a
Moisés en mediador entre Dios y su pueblo: será una nación santa, un pueblo
sacerdotal. La clave de esta lectura está en la obediencia a los mandatos
divinos que bien conocemos y que debemos aplicar a la vida concreta de cada
día. Ahí la oportunidad para ser fiel, aprovechemos la posibilidad que el mismo
Dios nos regala.
Pablo nos
introduce en el tema de la gratuidad de la fe y de la salvación. Podríamos
preguntarnos:¿Qué hicimos para obtener tan grandes
dones? Nada, aparte de ser pecadores, es más enemigos de Dios, por nuestra soberbia
y egoísmo. Pero es que precisamente el creer, aceptar ese don de la fe, es la
llave que abre los tesoros de la justificación en Cristo. La vida cristiana es
una oferta, no una imposición y por los mismo, la oferta incluye no sólo creer
sino ser salvo en Cristo de la muerte, el pecado y el domino del mal en la vida
del que cree. Instalado en este espacio de gratuidad, el hombre sigue siendo
nutrido, apoyado en la esperanza de la gloria de Dios. Las tribulaciones que
trae la fe, producen la constancia, la paciencia, la autenticidad. Esta
esperanza en Dios no decepciona porque está cimentada en Dios, manifestada en
el quehacer de Cristo Jesús en su amor redentor. Instalado en la esperanza,
supone haber asumido la reconciliación por Cristo, con Dios en su muerte y
resurrección, pero todavía le queda superar sus debilidades personales y
finalmente la muerte. Si Dios inició este proceso en Cristo, cuando éramos
pecadores, con cuanta mayor razón ahora que estamos ya reconciliados seguirá
salvando al pecador a lo largo de su vida en la medida que éste corresponda a
su gracia. El abre la posibilidad de superar todo o que impide su propia
realización humana y espiritual.
El
evangelio nos presenta la preocupación de Jesús por su pueblo Israel, que ve
caminar, sin pastor, es decir, sin rumbo (vv.35-38), y la llamada de los
primeros apóstoles y la misión que Jesús les confía (cfr.Mt.10,1-8). Jesús recorría
los pueblos enseñando, sanando a los enfermos que encontraba, pero sobre todo,
anunciaba la palabra de Dios a su gente. La misión de Jesús nace del Padre que
lo envía, a su vea la misión de los apóstoles tiene su origen en la de Jesús,
Buen Pastor, que se compadece de su pueblo. No hay responsables que los reúna y gobierne
buscando sólo su bien. En su tiempo Ezequiel había denunciado en nombre de Dios
a los pastores, magistrados y príncipes que no apacentaban el rebaño sino a sí
mismos. El mismo Dios ejercerá de pastor de Israel (cfr. Ez.34, 2.11s). Ahora
es Jesús quien en nombre de Dios reúne
las ovejas perdidas de Israel, extendiendo su mandato y misión al futuro pueblo
de Dios y a los nuevos apóstoles (cfr.1Pe.5,4). Es la
misericordia la que mueve a Jesús a pedir al Padre que envíe nuevos operarios a
su mies, es decir, hay que pedir ser enviados por ÉL, porque la mies es suya y
sólo ÉL los puede mandar a su campo. El mencionar la mies, supone el tiempo de
la cosecha, es decir del cumplimiento de las promesas e inicio del Reino de
Dios llevado a cabo en la persona de Jesús. También los profetas hablaron de la
mies, como ellos ve los campos maduros, con la llegada del reino separará su
trigo y cada hombre decidirá su futuro para el día del juicio que comienza con
la separación entre los que creen en Jesús los que lo rechazan (cfr. Mt. 3,12).
Al haber pocos operarios, hay que orar al Dueño de la mises que envíe nuevos
operarios. Esa misericordia es afectiva y efectiva, en el sentido que se pasa
inmediatamente a la acción, enviando trabajadores a la mies en nombre de su
Padre. ÉL es quien llama y envía, como Jesús es su enviado por el Padre (vv.
1-5; Mt.10,40). Oración que habrá que hacer siempre
mientras dure el tiempo de la Iglesia, tiempo escatológico de la cosecha. En un
segundo momento Jesús llama Doce hombres, número evocador de las Doce tribus de
Israel, con lo que sugiere estar haciendo la última llamada a Israel (vv.1-8).
Los apóstoles aparecen como un pueblo colegiado, que pertenece a Jesús, en la lista,
ocupa un lugar especial Simón Pedro (cfr. Mc.3,13-15;
Lc.6,12). Los envía dándoles instrucciones muy concretas, les da poder sobre
los demonios para expulsarlos y sobre toda dolencia (cfr. Mt.9,35). Deberán ir a los israelitas, primero el lugar, Jesús
dispone el camino que debe tomar la salvación, según la voluntad de Dios, de
los judíos a los gentiles. Esta obediencia del Hijo al Padre, es parte de la
abnegada misión que se la confiado por la que fuimos redimidos. Ahora el
contenido de la misión: predicar que el reino está cerca; como Jesús con poder
sanara los enfermos, resucitar muertos, expulsar demonios (cfr. Mt.4, 23; 8,17;
8,1-4.16. 28-34; 9,18.23-26; Lc.10,17-20; Mc.9,14-29;
Mt.17,14-21). Así como Jesús comunica sus dones gratuitamente así deben ser
comunicados a los hombres evitando en la predicación toda apariencia de
intereses no evangélicos.
Santa
Teresa nos invita a ser compasivos con los hermanos. “Si ves una enferma a
quien puedas dar alivio…te compadezcas de ella” (5M 3,11).
Lecturas bíblicas
El
evangelio nos presenta la Ley del Talión que reguló la vida de Israel y de
otros pueblos primitivos como ellos (cfr. Lev. 24, 19-20), cuando la venganza
parecía no tener límites. En el tiempo de Jesús, ya se cambiaban las penas por
multas en pago de dinero. Esta ley se basaba en el principio de retribución, es
decir, podía hacer, el agraviado lo mismo que le había hecho su agresor. Se
trata de vida por vida, ojo por ojo, diente por diente; puedes cobrarte la
venganza pagando con la misma moneda (cfr. Ex.21,23-25).
Sentimiento muy arraigado en el corazón humano. Jesús, invalida este principio,
es más, sus discípulos no deben buscar la venganza. Rechaza la venganza en sí
misma, como el deseo de la misma, hasta renunciar a la justicia vindicativa y
toda violencia activa, incluso como autodefensa. Es lo más duro de la doctrina
de Cristo para sus discípulos. Pone cuatro situaciones a modo de ejemplo: la
bofetada, el pleito, requerimiento y préstamo. Situaciones paradójicas que no
hay que tomar en forma literal, sino rescatar el espíritu de perdón,
reconciliación y fraternidad. Paradojalmente, es el mismo Jesús que pide
explicaciones cuando es herido y es humillado (cfr.Jn.18,23);
busca como defenderse con una espada (cfr. Lc. 22,49); más tarde Pablo, recurre
a su calidad de ciudadano romano cuando es apresado (cfr. Mc. 14,18; Jn. 18,
23; Lc. 22, 33; Hch. 22, 25). Evangelio sublime, pero
ciertamente incómodo para nuestro egoísmo y mezquindad. Porque Jesús conoce el
corazón humano, es que propone este camino de liberación de la violencia para
afianzarnos en el amor, en su fuerza activa de perdón. Jesús, propicia los
derechos humanos pero por sobre lo estrictamente jurídico coloca el amor; no
propone la resignación sino la no violencia activa del amor; no propone
cualquier tipo de pasividad y silencio ante la injusticia, sino que busca la
humanización de la justicia y la fraternidad. Son necesarios hombres de fe y
amor, amantes de sus enemigos, dispuestos a dar la vida, como muchos hoy, por
los derechos de sus hermanos, aunque les cueste la vida. Sufrir la injusticia,
no quita que ésta sea denunciada en forma profética. Cristo sufrió la mayor de
las injusticias, ser contado como un criminal, y sin embargo, por su misterio
pascual y el don del Espíritu Santo a sus discípulos, nos transforma en hombres
y mujeres nuevos, capaces de perdonar,
hacer el bien y orar hasta por el enemigo. Se trata de amar, como Cristo
Jesús hasta el final, amor que hace creíble el evangelio, porque seduce al
hombre que lo vive íntegramente y también lo hace creíble.
S. Teresa de
Jesús, nos invita a revisar nuestra oración en clave de reconciliación con el
prójimo: “Cuando… un alma en la oración…no sale muy determinada… de perdonar
cualquier injuria… no fie mucho de su oración” (CV 36,8).
Lecturas bíblicas
En el
evangelio se habla de amar y orar por los enemigos (v.43). Los judíos habían
escuchado: amarás a tu prójimo, pero odiarás a tu enemigo (v.43; cfr. Lv. 19, 17-18; Jr. 15,15). Si bien uno de los mayores
mandamientos era amar al prójimo, este se entendía a otro miembro del pueblo de
Israel. Más tarde se extendió al extranjero que vivía en el país, pero con
algunas reservas al respecto. Hacer el bien a otra persona, más allá de lo
mandado por la justicia. Para el antiguo Israel un ataque a Israel era una
ofensa a Yahvé, que era contestado en
forma irreconciliable. En ninguna parte sin embargo, se dice que se odie al
prójimo, pero al amar a Dios, se agregó, odiarás a tu prójimo como consecuencia
natural. Jesús lo que hace es poner de manifiesto lo que se oculta tras la práctica
trasmitida por la tradición, elimina la división entre amigos y enemigos, el
discípulo no tiene enemigos. Jesús no sólo amplía el concepto de prójimo a todo
hombre, sino que extiende el amor y la oración el enemigo (v.44). Para el que
ama como Jesucristo, no hay más que hermanos, hijos todos del mismo Padre Dios
(cfr. Lc. 6, 27ss). No debemos dejar de pensar el en el difamador, el vecino
mal intencionado, el envidioso. Jesús y sus discípulos cuando estaban juntos y
después en su misión evangelizadora lo experimentaron en vivo: orar por los que
los persiguen y amara los enemigos. Siempre tendrán que vencer el odio con
amor, no responder con la aversión, ni odio. La oración debe alcanzar a los que
están más allá de los que comparten nuestros mismos sentimientos, sino que debe
ser amplia y generosa. Por esta vía el cristianismo logró victorias sin
violencia, con humildad y generoso amor. El objetivo es llegar a ser hijos del
Padre (v.45). Si el amor no se abre a todos, no tiene mérito, enseña Jesús, lo mismo
hacen los paganos, ¿qué mérito tiene amar, a los que nos aman?, ¿dónde está lo
extraordinario? (vv.46-47). Los escribas y publicanos aman a los suyos, el
cristiano deberá amar y saludar extender su comunicación a todos los demás,
porque su saludo es intercambio de la vida de la gracia (cfr. 1Tes. 5,26). ¿Qué
recompensa tendremos? El discípulo no se mueve sólo por la recompensa, sino la
actitud que Dios Padre tiene con nosotros, y que debemos imitar. Quien vive de
este amor, recibe su recompensa, la filiación divina, cuanto más se vive en
Dios, tanto más se hace todo por amor a ÉL (cfr. Mt.5,45).
“Sed, pues, perfectos, como es perfecto vuestro Padre celestial” (v.48; Mt.5,17). El término perfecto, es sinónimo de justo, vivir la
justicia, pero cuyo significado se aplica a la pureza de la ofrenda en los sacrificios, es decir,
la víctima. El hombre es perfecto, cuando se entrega de corazón a Dios y cumple
la ley. En cambio el discípulo de Jesús será santo, si imita a Dios Padre, en
su manera de pensar y sentir, pero sobre todo desde el amor que es la manera de
ser de Dios. Nace así el afán de
santidad en la tradición espiritual de la Iglesia que el mismo Dios suscita en
el corazón del creyente por el amor que infunde el Espíritu Santo. Así Jesús
cumple la ley de la gracia y del amor que tiende a la vida verdadera en Dios.
Los santos son el mejor testimonio de este amor divino que infunde vida.
S. Teresa
de Jesús, nos invita a padecer los trabajos de la religión: “Los que llegan a
la perfección, no piden al Señor los libre de los trabajos… ni de las
persecuciones” (Camino 38,1).
Lecturas bíblicas
El
evangelio nos enseña que la Ley debía ser vivida por sus discípulos con mayor
perfección que los escribas y fariseos, así lo había planteado el Señor (cfr.
Mt. 5,20). Es necesario aplicar el principio, a algunas de estas prácticas de
piedad: limosna (vv.1-4), oración (vv.5-6) y ayuno (vv.16-18). Jesús no critica estas prácticas en sí mismas, sino la
forma y finalidad con que se practican, en especial por los fariseos, que
hacían ostentación de ellas. Las tres se rigen por el principio de la
retribución: quien las hace por los hombres, para ser alabado y estimado,
obtiene su paga, su recompensa viene de los hombres, y no de Dios. En cambio,
quien las hace sólo por Dios, sólo de ÉL obtiene su retribución. La limosna hecha sólo por Dios, la ve el
Padre, queda oculta a los ojos de los hombres, y el hombre de fe, recibe su
recompensa. La denuncia que hace Jesús, es hacer notar que se es generoso;
recibe como recompensa, la alabanza de los hombres, no la recompensa de Dios
Padre. Jesús manda hacer limosna en secreto. La oración del discípulo de Jesús
será hecha en su cuarto, con la puerta cerrada, y en esa calma ora a su Padre
celestial. Jesús manda orar en forma sencilla, en secreto al Padre, sin
ostentación. Él conoce lo que necesitamos antes que se lo pidamos. No hay aquí
una manifestación contra el culto público del templo; ÉL mismo asistía a la
sinagoga, como al templo de Jerusalén (cfr. Lc.2,41-47;
Mc1,21-22; 4,15-22). Finalmente,
respecto al ayuno se aplica el mismo criterio anterior: el verdadero ayuno será aquél que
observe sólo Dios Padre, que escondido, lo pagará. Lavarse la cara, perfumarse,
es para que nadie note esta práctica, sólo Dios. Lo contrario, será desfigurar
el rostro, para que lo noten los hombres y recibir la paga propia de los
hombres: la lisonja, pero no la recompensa de Dios (cfr. Is. 58, 5-6). Jesús ve
el ayuno hecho como exteriorización de una profunda conversión, motivo de
alegría. La conversión es cosa entre
Dios y el hombre, cuestión personal, debe mantenerse en secreto. La
llamada de atención, es a la honradez y sinceridad, al realismo, de no vivir de
los halagos humanos, sino pendientes del querer del Padre.
S. Teresa
de Jesús, nos invita a orar siempre: “Convida a orar…la oración fundada en
humildad” (Vida 10,5).
Lecturas bíblicas
El Padre Nuestro
es la oración cristiana por excelencia. Juan Bautista, había enseñado a sus
seguidores a orar, lo mismo piden los discípulos a Jesús (cfr. Lc. 11, 1-4). Padre
nuestro que estás en los cielos (v.9) En el AT., Dios es llamado padre
de Israel, por ser su pueblo escogido, al que sacó de la esclavitud de Egipto y
que cuidó con entrañable amor (Cfr. Ex.3,13; 4,22; Os.11,1; Jr.31,9). Jesús, es
el único Hijo de Dios, sus discípulos participan de su filiación divina. De ahí
que el Padre nuestro, es la oración de los hijos de Dios. Jesús distingue entre
el padre de la tierra y del cielo, por lo mismo, está por encima de las cosas
de la tierra. La proximidad filial no pierde el profundo respeto. Santificado
sea tu nombre (v.9). En la Biblia, el Nombre de Dios es el mismo Dios;
el nombre es idéntico a la persona. Dios es el Tres veces Santo, el Santo por
excelencia, el totalmente Otro, trascendente. Dios trascendente se ha
manifestado y revelado, por los profetas al principio, luego por su Hijo. Es lo
que pedimos al decir santificado sea tu nombre, que no deje de revelarse, que
cumpla sus promesas. Venga a nosotros tu reino (v.10). Comienzan
las peticiones a Dios. La predicación de Jesús se centra en el Reino de Dios,
es el nuevo orden de cosas, en el que sea reconocida, su soberanía el cielo y
la tierra nueva, donde sean vencidos los poderes contrarios a Dios. Es Jesús,
su Enviado que hace presente y operante este Reino de Dios entre los hombres.
Este Reino es actualidad y presencia con Jesús, en medio de la comunidad
apostólica y eclesial, se espera su
manifestación en el futuro. Debe ser la oración del discípulo: Dios debe
manifestarse, ser Señor del mundo, perfeccionar lo iniciado por Jesús de
Nazaret. Que Dios reine se consigue, si se vive profundamente en Dios, con una
mirada de la fe, penetrar el mundo actual en su realidad más dramática, pero
también su belleza y armonía. Hágase tu voluntad (v.10). Se pide
que la voluntad de Dios, manifestada en Cristo, se cumpla en toda la tierra así
como el cielo. Dios cuida que su voluntad sea cumplida, si los hombres abrazan
dicha voluntad y hacerla suya. Cuando queremos lo que Dios quiere, el reino de
Dios se cumple en esta vida. El primer actor es Dios que nos introduce en su
reino, pero el hombre con sus facultades es invitada a hacer su voluntad para
que reine en su vida. El pan de cada día, dánosle hoy (v.11).
Se pide a Dios satisfacer las necesidades diarias, pero sobre todo se pide el
pan del cielo, es decir a Jesucristo, en su Palabra y en la Eucaristía. Dios
conoce nuestras necesidades, antes que se las pidamos. No pedimos más que el
pan diario, lo indispensable para la familia, muchos hoy no tienen ni siquiera
lo básico. Petición del discípulo que pone el reino de Dios primero que nada,
confía que Dios le dará lo necesario para vivir. Perdónanos nuestras deudas (v.12).
Las deudas son los pecados o culpas, que
nosotros perdonamos porque nos han ofendido. Con Dios tenemos deudas, porque
agraciados por su amor, no hemos sido fieles a Él. Pero este perdón que pedimos
está condicionado al perdón que concedemos o no, a nuestros deudores. No
nos dejes caer en la tentación (v.13). La tentación se entiende aquí
como prueba, contrariedades de todo tipo. El hombre, según cómo reaccione será
juzgado por Dios Padre. Pedimos a Dios de librarnos de la apostasía, renegar de
la soberanía de Dios y perseverar en la fe hasta el final de nuestra vida (cfr.Mt.24,41). Líbranos de mal (v.13). Se pide
vernos libres de la influencia de Satanás, de sus acechanzas. Para el cristiano
la oración diaria es como el aire que respira, es la vida del alma del
discípulo, por lo tanto, esta petición, junto a esta oración, hay que meditarla
al orarla y contemplarla, al meditarla. La última recomendación, una ley, mejor
dicho, es que no podemos decir esta oración si no estoy antes, reconciliado con
el hermano.
S. Teresa de
Jesús, “Cómo nos dáis en nombre de vuestro Padre todo
lo que se puede dar, pues queréis nos tenga por hijos… Pues en siendo Padre nos
ha de sufrir… hanos de sustentar como lo ha de hacer
un tal Padre?“ (Camino 27,2).
Lecturas bíblicas
Este
evangelio nos habla de no acumular tesoros en la tierra (vv.19-21), y de la luz
de los ojos que es lámpara de los ojos
(vv.22-23). Una lectura superficial de este
evangelio, da la impresión que Jesús condena la posesión de bienes. El
afán de poseer es propio de la
naturaleza humana; su pensamiento se dirige a producir y aumentar bienes adquirirlos y aumentarlos.
Aquí se trata más que de bienes, de poseer
tesoros, acumulación de dinero, casas, tierras, ornamentos etc. La
polilla roe el vestido, la herrumbre
corroe y los ladrones, perforan las paredes y roban, tantos esfuerzos, para bienes inciertos e
inestables… Jesús enseña un objetivo que sea digno de todo afán y cuyo valor
permanece para siempre: “Atesorad tesoros en el cielo” (v.20), es decir, ahí los valores están en
lugar seguro. Ese cielo, es Dios. ¿Cuáles
son esos tesoros? Primero el corazón, las buenas obras, la justicia
hasta amar al enemigo, los ejercicios de
piedad, la vida teologal, la oración, el servicio al prójimo, fruto de la caridad, etc. El mismo evangelio,
paradojalmente, nos señala otra cosa, ya
que es el mismo Jesús, quien permite
tener casa y campos a sus discípulos
(cfr. Mc. 10, 29-30); Leví y Zaqueo,
tenían bienes abundantes (cfr. Mc. 2, 15; Lc. 19, 8), las mujeres que le seguían, precisamente con sus
bienes le socorrían a ÉL y los apóstoles
(cfr. Lc. 3, 8; 10, 38). Hay que tener en cuenta la mentalidad de la época quien era justo, daba limosnas, poseía un
tesoro en el cielo. Jesús propone algo
mucho más profundo: todos los bienes de este mundo, son pasajeros e
inciertos. El corazón, no es sólo sede
de la afectividad, sino de ahí nacen los deseos más íntimos y profundos del hombre. Cuando el
corazón está orientado hacia el cielo, es
decir, está orientado hacia Dios, único tesoro seguro y cierto (cfr.
Mc.7,21-23). La segunda parte de este evangelio,
se refiere a que el ojo es la luz del
cuerpo (vv.22-23), porque nos permite ver. El ojo sano ve bien; el ojo enfermo ve poco o nada,
es como si estuviera en tinieblas. En
otra clave el ojo sano, del corazón, es el bueno; el ojo enfermo, es el
ojo perverso. El ojo también se entiende
como el corazón, refleja todo el hombre, pensamientos y reflexiones, la pureza o corrupción de su
vida. El ojo es el espejo del alma, si esta
lámpara es luminosa y nítida también el cuerpo lo es, todo el hombre. Si
el ojo es malo, corrompido y perverso,
entonces todo el cuerpo está en tinieblas. Jesús termina con unas palabras significativas,
pero enigmáticas: “Y si la luz que hay en ti
son tinieblas, ¡qué densas serán las tinieblas!” (v.23). El corazón del
discípulo debe estar orientado hacia
Dios, vivir de los tesoros del Reino, entonces el hombre está sano. En cambio, si se ha disipado u
orientado a los bienes de la tierra, se ha vuelto ciego para los bienes del Reino, todo el
hombre está en tinieblas. El hombre, limpio
de corazón es reflejo de la luz divina. A su tiempo verá con sus ojos
iluminado de amor pureza a Dios (cfr.
Mt.5,8). Para el cristiano Jesucristo sigue siendo la luz del mundo, quien camina en sus
sendas, es decir, hace su voluntad no
conoce la oscuridad jamás, porque su palabra y presencia es luz.
La Santa
Madre Teresa nos pide poner los ojos en Jesús y este Crucificado: “Poned los ojos en el Crucificado, y se os hará todo
poco” (7M 4, 8). O bien: “Este verdadero
amor de Dios, trae consigo todos los bienes” (Vida 11,1).
Lecturas bíblicas
En este
pasaje del evangelio hay dos temas fundamentales: no angustiarse y confiar en
la Providencia divina (vv.25.31-34) Comienza contraponiendo el servicio a Dios
y el servicio que podemos prestar al dinero. Nadie puede servir a dos señores,
a Dios y al dinero (v. 24). La solución a esta realidad, la plantea el propio
Jesús: abandonarse a la Providencia divina del Padre. Si Dios se preocupa de
mantener la belleza de la naturaleza creada, cuánto más el cuidado del hombre.
Es Dios quien busca el corazón del hombre, a todo el hombre, en exclusiva. La
insistencia de Jesús va dirigida al pobre como al rico, a uno porque le sobra al otro porque le falta, a
lo mejor, hasta lo básico. El otro señor es el dinero, que en el corazón del
hombre se convierte en un ídolo, que exige adoración, cuando esto sucede, se
olvida al verdadero Señor, faltando al primer mandamiento: Amar a Dios sobre
todas las cosas. Por más de cuatro veces Jesús pide que no nos preocupemos del mañana, porque
puede impedir la búsqueda de Dios (cfr. Lc. 10, 41; Mc. 4, 19). El cristiano
que ha hecho una opción por Cristo Jesús, establece una escala de valores donde
lo fundamental es Dios y su Reino, sin excluir todo lo demás. El Señor sabe que
hay que vivir, comer, estudiar, formar familia, trabajar, etc. todo eso es
verdad, pero contando con la Providencia amorosa de Dios Padre. La postura del
cristiano frente al dinero, le otorga relativa seguridad para vivir con
dignidad, pero siempre que no sea un obstáculo para su fe y confianza en Dios.
Si coloca toda su seguridad en el poder del dinero, entonces caemos en el juego
de buscar seguridad para todo, es avocarse al tener y poseer en forma obsesiva.
La fe, por el contrario, es actitud de peregrino, de riegos, no nos libra de
avatares e infortunios, pero si son asumidas como pruebas, el hombre termina
aquilatando ese creer hasta convertirlo en una fe ilustradísima. La fe y
confianza es en Aquel, que nos ama como hijos, que conoce nuestras necesidades,
pero que nos pide orar para tener el pan de cada día, sin olvidar lo
verdaderamente importante, su Reino y su justicia. El cristiano se preocupará
de construir el Reino de Dios, precisamente en las estructuras de lo humano y
temporal procurando que los bienes de este mundo, estén al servicio de toda la
humanidad. Se preocupará de no salirse del Reino de Dios o señorío de Dios, no
perderle como Señor y olvidar servirle. Petición central del Padre nuestro y
corazón de las Bienaventuranzas. No salirse de su justicia y de la salvación
introduce al hombre en la vida eterna, fruto del trabajo hecho con toda
perfección y del esfuerzo humano vivido desde la fe.
Santa
Teresa enseña: “Quien de verdad comienza a servir al Señor, lo menos que le
puede ofrecer es la vida…¿Y qué sabemos si seremos de
tan corta vida, que desde… que nos determinemos a servir del todo a Dios se
acabe?” (Camino 12,2).
P. Julio González C.